...para mostrar ante sí mismo a la Iglesia resplandeciente, sin mancha, arruga o cosa parecida, sino para que sea santa e inmaculada (Ef 5, 27).
1. Si alguien mira las vidrieras de una antigua catedral desde la calle, no verá más que trozos de vidrio oscuros unidos por tiras de plomo negro; pero si atraviesa el umbral y las mira desde dentro, a contraluz, entonces contemplará un espectáculo de colores y de figuras que le dejan a uno sin respiración. Lo mismo ocurre con
Esta maravilla tiene una razón fundamental: la Iglesia es santa, con una santidad plena e incomparable. Es la joya preciosa de Cristo, su esposa inmaculada.
Quizá podríamos pensar: ¿y las incoherencias de la Iglesia?, ¿y los escándalos que a veces aparecen en la prensa? Esta Iglesia, ¿es realmente digna de crédito?, ¿se la puede amar…?
La Iglesia es santa porque Cristo, su Fundador, es el Santísimo, y el Espíritu Santo actúa en ella y lleva a los hombres a Dios Padre. En ella se encuentran los Sacramentos, fuentes de santidad, y tiene como centro
Esta santidad, que los teólogos llaman ontológica –es decir, que pertenece a su propio ser–, debería reflejarse en la santidad de sus miembros: en la vida y en el comportamiento de todos los cristianos, en sus familias, lugares de trabajo y de descanso... Pero, como podemos comprobar, no siempre es así.
2. San Josemaría iba a veces a la plaza de San Pedro y, de cara a la basílica, rezaba el Credo. Al llegar al “Creo en el Espíritu Santo,
Un día, en 1948, charlando San Josemaría con un prelado italiano, le habló de esa devoción suya:
“–¿Qué quiere decir con ese “malgrado tutto”?, le preguntó intrigado el prelado, al traducirle al italiano el “a pesar de los pesares”.
–“Sus errores personales y los míos”, le contestó (Vázquez de Prada, A., El Fundador del Opus Dei, p. 251). Nuestros errores no impiden la santidad y la belleza de la Iglesia, aunque pueden oscurecerla de cara a los demás.
3. Los cristianos debemos dar testimonio del amor de Dios allí donde nos encontremos; deberíamos actuar como Jesucristo, con generosidad y abnegación, y reflejar la alegría de la salvación que nosotros mismos hemos experimentado. Pero no siempre reflejamos la santidad de la Iglesia en nuestras vidas. Así, la Iglesia no presenta la santidad moral que debería mostrar por la unidad de vida de los cristianos; aunque posea la santidad de su mismo ser, la llamada santidad ontológica, que no aumenta ni disminuye, siempre es plena.
La Iglesia es santa porque, en Ella, Cristo mismo se hace presente en el mundo en cada generación. Es santa y, a la vez, necesitada de purificación constante, porque recibe en su propio seno a los pecadores, como aquella red barredera de la que nos habla el Evangelio; nunca se ha presentado como una sociedad formada exclusivamente por hombres puros e inocentes.
Los cristianos no pueden disminuir la santidad de su Madre con sus defectos y pecados, pero sí pueden oscurecer su rostro ante los demás y frenar su paso en la tierra, hacer difícil la conversión de quienes nos rodean; pueden, en definitiva, impedir que se muestre al mundo tan bella y espléndida como realmente es. Si no somos fieles, si causáramos escándalo, podemos cubrir con una máscara de suciedad y de fealdad el rostro bellísimo de nuestra Madre.
4. “¡Santa, Santa, Santa!, nos atrevemos a cantar a la Iglesia, evocando el himno en honor de
“No busquemos en la Iglesia los lados vulnerables para la crítica, como algunos que no demuestran su fe ni su amor [...].
Nuestra Madre es Santa, porque ha nacido pura y continuará sin mácula por
Los santos hacen creíble la fe cristiana y sirven como puntos de luz, como estrellas de referencia. Ellos, con su conducta, atraen vivamente a otros a la fe.
Quien no ama a la Iglesia (al menos una vez que la ha conocido de verdad) no ama a Cristo. “No puede tener por Padre a Dios quien no tiene por Madre a la Iglesia” (San Cipriano, La unidad de la Iglesia). Y tener por madre a la Iglesia no significa solo haber sido bautizados, sino también respetarla, amarla como madre, en tiempos de bonanza y cuando se presentan las dificultades. Donde hay un cristiano, allí está presente Ella, y debe resplandecer como la Esposa de Cristo.
5. Un niño chino acude al catecismo de la misión, ignorante de que el sacerdote ha sido detenido. Unos agentes comunistas le salen al paso y le preguntan:
—¿Adónde vas?
—A la catequesis.
—Ya no hay catequesis.
—Entonces voy a ver al sacerdote.
—Ya no hay sacerdote.
—Entonces voy a la Iglesia.
—Ya no hay Iglesia.
Y el niño chino contesta:
—Yo estoy bautizado... Yo soy la Iglesia.
Aquel chico había aprovechado bien las clases de