Todo cuanto hagáis hacedlo de corazón, como hecho para el Señor... (Col 3).
Amar el trabajo, el estudio. Disfrutar con él. Santificarlo.
1. “Aquel hombre, hijo mío, que vino a verme esta mañana –¿sabes?, el de la cazadora color de tierra– no es un hombre honesto (...). Este hombre ejerce la profesión de caricaturista en un periódico ilustrado. Esto le da de qué vivir; esto le ocupa las horas de
La obra bien hecha es la que se lleva a cabo con amor. Esto vale lo mismo para el pintor, para el jefe de producción de una editorial, para el médico, para el estudiante, para el escritor, para cualquiera. La chapuza, por el contrario, va de la mano del desamor, de la indiferencia, de
2. San Josemaría Escrivá predicó de muchas formas que la profesión, el propio oficio, es la palestra, el lugar donde deben ejercitarse las virtudes humanas, y camino de santificación personal y de corredención de
El Papa Juan Pablo II, citando a un poeta de su tierra, decía que el trabajo está “para que nos elevemos”. Por el contrario, se puede comprobar que una vida sumida en la pereza, en el desorden, en la improvisación, en la chapuza, se corrompe.
Cuenta el mismo Juan Pablo II que, cuando era joven, para evitar la deportación a trabajos forzados en Alemania, en el otoño de 1940 comenzó a trabajar como obrero en una cantera de piedra vinculada a la fábrica química Solvay. Estaba situada en Zakrzówek, a casi media hora de su casa de Debniki, e iba andando hasta allí cada día. En aquella cantera escribió una poesía. Releyéndola muchos años después, la encontraba particularmente expresiva de aquella singular experiencia personal. Termina con este verso:
“entenderás conmigo que toda la grandeza del trabajo bien hecho es grandeza del hombre...” (Juan Pablo II, Don y misterio).
3. En una entrevista a Narciso Yepes, confesaba este magistral guitarrista:
“Cuando doy un concierto, sea en un gran teatro, sea en un auditórium palaciego, o en un monasterio, o... tocando solo para el Papa, como hice una vez en Roma ante Juan Pablo II, el instante más emotivo y más feliz para mí es ese momento de silencio que se produce antes de empezar a tocar. Entonces sé que el público y yo vamos a compartir una música, con todas sus emociones estéticas. Pero yo no solo no busco el aplauso, sino que, cuando me lo dan, siempre me sorprende..., ¡se me olvida que, al final del concierto, viene la ovación! Y le confesaré algo más: casi siempre, para quien realmente toco es para Dios... He dicho «casi siempre» porque hay veces en que, por mi culpa, en pleno concierto puedo distraerme. El público no lo advierte. Pero Dios y yo, sí.
–Y... ¿a Dios le gusta su música? –preguntaba la entrevistadora.
–¡Le encanta! Más que mi música, lo que le gusta es que yo le dedique mi atención, mi sensibilidad, mi esfuerzo, mi arte..., mi trabajo. Y, además, ciertamente, tocar un instrumento lo mejor que uno sabe, y ser consciente de la presencia de Dios, es una forma maravillosa de rezar, de orar. Lo tengo bien experimentado.
¡Qué gran cosa sería que, si alguna vez preguntáramos al Señor si le gusta nuestro trabajo, pudiéramos oír esta dichosa respuesta: ¡Me encanta! ¡A Dios le encanta mi trabajo, mi estudio!
Eso debemos pretender. Hacer una pequeña obra de arte de lo que tenemos entre manos. Una obra de arte que guste a Dios y, por tanto, a los demás. No hacer chapuzas”.
4. Nuestro Padre nos animó con mucha frecuencia a encontrar al Señor a través de un trabajo, de un estudio, bien hecho: “[…] Dios os llama a servirle en y desde las tareas civiles, materiales, seculares de la vida humana: en un laboratorio, en el quirófano de un hospital, en el cuartel, en la cátedra universitaria, en la fábrica, en el taller, en el campo, en el hogar de familia y en todo el inmenso panorama del trabajo, Dios nos espera cada día. Sabedlo bien: hay un algo santo, divino, escondido en las situaciones más comunes, que toca a cada uno de vosotros descubrir” (Conversaciones, 114).