El diálogo con la tentación del aburguesamiento. El falso mundo feliz. Las malas hierbas. Lucha desde el principio contra las malas inclinaciones. No hay enemigo pequeño.
1. El diablo sabe que el día que muramos en gracia de Dios ya no podrá hacer nada para llevarnos consigo, pero que mientras tanto sí puede, y no va a parar hasta lograr sus propósito. Aprovecha para ello esas siete avanzadillas que tiene en nosotros –las malas inclinaciones– desde donde atacar. Como se trata de una lucha sin cuartel, tanto para él como para nosotros, quiere que dialoguemos, que hagamos con esas inclinaciones un pacto, “el pacto de la tibieza”. Trata de hacer olvidar que “la perfección cristiana sólo tiene un límite: el no tener límite” (cfr. Catecismo de
San Josemaría lo expresa claramente en Camino: Eres tibio si haces perezosamente y de mala gana las cosas que se refieren al Señor; si buscas con cálculo o "cuquería" el modo de disminuir tus deberes; si no piensas más que en ti y en tu comodidad; si tus conversaciones son ociosas y vanas; si no aborreces el pecado venial; si obras por motivos humanos (Camino, 331).
Las malas inclinaciones nos susurran:
“Por un lado, tú te comprometes a no ser exagerado en tus obligaciones: ni en tu trabajo, ni en la mortificación, ni en el orden, ni en el recogimiento de tus sentidos, etc. Si además, ¿no es eso, en el fondo, lo que tú deseas? El exagerar nos viene mal tanto a ti como a nosotras.
En segundo lugar, se trata de que seas auténtico y esto sobre todo en tu relación con Dios. ¿No es oración decir a Dios lo que nos sale del corazón? Pues nada más lejano que el cuadricularse, teniendo que hacer la oración a hora fija y todos los días. ¿No es lo auténtico el hacerla cuando y como nos sale del fondo? Y en tercer lugar, te pedimos que no seas extremista con los demás. ¿Por qué ir diciendo o haciendo cosas chocantes cuando todo el mundo hace o dice lo contrario? No se puede ser fanático, ir con dogmatismos en materia de dogma y de moral cuando lo que hay que hacer es dialogar, comprender los puntos de vista y las circunstancias de los tiempos. Tú habla de Dios a los demás si los demás te lo piden, pero si no, nada de estridencias ni coacciones. ¿No ves que eso de enfrentarse con los demás no es cristiano? Tú vive tu cristianismo y deja a los demás que cada cual piense como quiera.
A cambio de estos detalles, nosotras las malas inclinaciones nos comprometemos a no crearte problemas de conciencia, a dejarte en paz. Ya verás cómo eres mucho más feliz”.
2. Hasta aquí el mundo feliz que nos proponen. Pero si uno cede ante estas insinuaciones está perdido, ha firmado el acta de defunción como cristiano. Quizá los primeros días uno se sienta más libre, más auténtico y sin trabas, como el que en su habitación deja las cosas tiradas de cualquier manera y dice: ¿para qué vivir el orden si supone esfuerzo y es perder el tiempo? Sin embargo, no hace falta que pase mucho tiempo para que uno empiece a notar el amargo síntoma de la tibieza, como dice
Empiezan a crecer en el alma todas las malas hierbas. De la tibieza “nace la malicia, el rencor, la pusilanimidad, la falta de esperanza, la indolencia en lo tocante a los mandamientos, la divagación de la mente por lo ilícito” (San Gregorio Magno, Moralia, 31). El tibio es un hombre engañado y descontento. Ha procurado no excederse, vegetar sin esfuerzo, y está como tumbado en la cama de un hospital con tubos de suero y a una determinada temperatura. Y eso no es vida. Por ceder ante las invitaciones de las malas inclinaciones que le prometían el paraíso en la tierra –vivir mejor, según sus apetencias, sin normas–, se vive en desasosiego, en falta de paz, en equilibrios, en tristeza, en falta de amor. Es una de las paradojas de la vida sobrenatural: que para ser feliz y hacer felices a los demás hay que esforzarse por hacer lo que Dios nos dice, todo lo que nos dice. Sin lucha, no se logra la victoria; sin victoria, no se alcanza
3. Es importante ser sinceros, llamar a las cosas por su nombre y reaccionar ante las insinuaciones del maligno, arrancando los primeros brotes de la tibieza, porque si no, cuesta cada vez más extirparlos al crearse en el alma una situación de indolencia, de pereza, que imposibilita
Cuenta la leyenda que, cuando Arturo fue hecho rey, Merlín le dijo un día: mañana encontrarás un enano que te desafiará a combatir. Entonces mátalo. Así sucedió, venció al enano, pero éste pidió merced y Arturo le dejó en libertad. Al día siguiente Merlín le advirtió: si no matas al enano, él te destruirá a ti. Al día siguiente volvió a encontrarse con el enano, que había crecido dos pulgadas. Le volvió a vencer y volvió a perdonarle
En la vida espiritual no hay enemigo pequeño y uno no se puede abandonar porque “se apodera poco a poco el enemigo del todo, por no resistirle al principio. Y cuanto uno fuere más perezoso en resistir, tanto cada día se hace más flaco, y el enemigo contra él más fuerte” (Imitación de Cristo, 1, 13, 5).
4. La tibieza y el cuidado de lo pequeño. “Nadie atribuya su descarrío a un repentino derrumbamiento, sino a haber seguido malos consejos o haberse apartado de la virtud poco a poco, por una pereza mental prolongada. De ese modo es como comienzan a ganar terreno insensiblemente los malos hábitos, y sobreviene una situación extrema. “El derrumbamiento –se lee en los Proverbios– viene precedido por un deterioro y este, por un mal pensamiento” (Prov 16, 18). Sucede lo mismo que con una casa: se viene abajo un buen día solo en virtud de un antiguo defecto en los cimientos, o por una desidia prolongada de sus moradores. Gotitas muy pequeñas penetran imperceptiblemente, corroyendo los soportes del techo; y gracias a esa falta de atención repetida, se agrandan los boquetes y los desperfectos. Después, la lluvia y la tempestad penetran a mares” (Casiano, Colaciones, 6).