6.1.08

Flaquezas y esperanza

Jesús viene como Médico para sanar a todos. Humildad para ser curados. Eficacia del Sacramento de la Penitencia. Esperanza. No tienen necesidad de médico los sanos sino los enfermos. Esperanza en el apostolado.

1. San Mateo quiso mostrar su agradecimiento a Jesús después de su llamada con un convite que San Lucas califica de grande. “Estaban sentados a la mesa gran número de recaudadores y otros” (Mt 9, 10). Allí estaban todos sus amigos.

Los fariseos se escandalizaron. Les preguntaban a los discípulos: “¿cómo es que coméis y bebéis con publicanos y con pecadores?” (Mt 9, 11). Los publicanos eran considerados como pecadores, por los beneficios desorbitados que podían obtener en su profesión y por sus relaciones con los gentiles.

Jesús replicó a los fariseos con estas consoladoras palabras para nosotros: “No necesitan de médico los sanos, sino los enfermos […] no he venido a llamar a los justos, sino a los pecadores para que se conviertan” (Mt 9, 12-13).

Jesús viene a ofrecer su reino a todos los hombres, su misión es universal. Se acerca a todos, pues todos andamos enfermos y somos pecadores; “nadie es bueno, sino uno, Dios” (Mc 10, 18). Todos debemos acudir a la misericordia y al perdón de Dios “para tener vida” (Jn 10, 28) y alcanzar la salvación. La humanidad no está dividida en dos bloques: quienes ya están justificados por sus fuerzas, y los pecadores. Todos necesitamos, cada día, del Señor. Quienes piensan que no tienen necesidad de Dios no alcanzan la salud, siguen en su muerte o en su enfermedad.

Las palabras del Señor que se nos presenta como Médico nos mueven a pedir perdón con humildad y confianza por nuestros pecados y también por los de aquellas personas que parecen querer seguir viviendo alejados de Dios. Si acudimos así a Jesús, con humildad, siempre tendrá misericordia de nosotros y de aquellos a quienes procuramos acercar a Él.

2. En el Antiguo Testamento se describe al Mesías como al pastor que había de venir para cuidar con solicitud sus ovejas, acudiendo a sanar a las heridas y enfermas (cfr. Is 61, 1 y ss.). Ha venido a buscar lo que estaba perdido, a llamar a los pecadores, a dar su vida como rescate por muchos (cfr. Lc 19, 10). Fue Él, según se había profetizado, “quien soportó nuestros sufrimientos y cargó con nuestros dolores, y en sus llagas hemos sido curados” (Is 53, 4 y ss.).

Cristo es el remedio de nuestros males: todos andamos un poco enfermos y por eso tenemos necesidad de Cristo. Debemos ir a Él como el enfermo va al médico, diciendo la verdad de lo que pasa, con deseos de curarse. Jesús nos ha advertido que la peor enfermedad es la hipocresía, el orgullo que lleva a disimular los propios pecados. Con el Médico es imprescindible una sinceridad absoluta, explicar enteramente la verdad y decir: Domine, si vis, potes me mundare (Mt 8, 2), Señor, si quieres y Tú quieres siempre, puedes curarme. Tú conoces mi flaqueza; siento estos síntomas, padezco estas otras debilidades. Y le mostramos sencillamente las llagas; y el pus, si hay pus. Señor, Tú que has curado a tantas almas, haz que, al tenerte en mi pecho o al contemplarte en el Sagrario, te reconozca como Médico divino (Es Cristo que pasa, 93).

3. Unas veces, el Señor actuará directamente en nuestra alma: “Quiero, sé limpio” (Mt 8, 3), sigue adelante, sé más humilde, no te preocupes. En otras ocasiones, y siempre que haya un pecado grave, el Señor dice: “Id y mostraos a los sacerdotes” (Lc 17, 14), al Sacramento de la Penitencia, donde el alma encuentra siempre la medicina oportuna.

Contamos siempre con el aliento y la ayuda del Señor para volver y recomenzar. No sólo se santifica el que nunca cae sino el que siempre se levanta. Lo malo no es tener defectos –porque defectos tenemos todos–, sino pactar con ellos, no luchar. Y Cristo nos cura como Médico y luego nos ayuda a luchar.

4. Si alguna vez nos sintiéramos especialmente desanimados por alguna enfermedad espiritual que nos pareciera incurable, no olvidemos estas palabras de Jesús: “Los sanos no necesitan médico, sino los enfermos” (Mt 9, 12). Todo tiene remedio. Él está siempre muy cerca de nosotros, pero especialmente en esos momentos, por muy grande que haya sido la falta, aunque sean muchas las miserias. Basta ser sincero de verdad.

No lo olvidemos tampoco si alguna vez en nuestro apostolado personal nos pareciera que alguien tiene una enfermedad del alma sin aparente solución. Sí, la hay; siempre. Quizá el Señor espera de nosotros más oración y mortificación, más comprensión y cariño.

Debemos llegarnos a Él como aquellas gentes sencillas que le rodeaban. Como acudían los ciegos, los cojos, los paralíticos..., que deseaban ardientemente su curación. Sólo aquel que se sabe y se siente manchado experimenta la necesidad profunda de quedar limpio; solamente quien es consciente de sus heridas y de sus llagas experimenta la urgencia de ser curado. Hemos de sentir la inquietud por curar aquellos puntos que nuestro examen de conciencia general o particular nos enseña que deben ser sanados Y luego, la alegría de estar de nuevo en la casa del Padre.

“¡Dios mío, he resucitado y estoy otra vez contigo!
Dormía y estaba tirado como un muerto en la noche.
Dios dijo: Hágase la luz y me he despertado.
¡Como se lanza un grito!
¡He resucitado y me he despertado,
estoy en pié y comienzo el día que empieza!
Padre mío que me has creado antes de la aurora,
me pongo en Tu presencia,
Mi corazón está libre y mi boca es clara,
el cuerpo y el espíritu están en ayuno.
Estoy absuelto de todos mis pecados
que he confesado uno por uno.
El anillo nupcial está en mi dedo y mi rostro está limpio.
Soy como un ser inocente en la gracia
que me has concedido”.

(Paul Claudel, Corona benignitatis anni Dei, Oeuvres poétiques, París 1976).

5. Mateo dejó aquel día su antigua vida para recomenzar otra nueva junto a Cristo. Muchos de los amigos de Mateo que estuvieron con Jesús en aquel banquete se sentirían acogidos y comprendidos por el trato amable del Señor. Tendría con ellos, sin duda, singulares muestras de amistad. Más tarde, se convertirían a Él de todo corazón y aceptarían plenamente su doctrina, que les obligaba a cambiar de vida en muchos puntos. Formarían parte de la primitiva comunidad de cristianos en Palestina. Los amigos de Mateo encontraron al Maestro en un banquete. Jesús aprovechó siempre cualquier circunstancia para llevar a las gentes a la salvación. También en esto debemos imitarle en nuestro apostolado personal.

«Auxilium christianorum!» –Auxilio de los cristianos, reza con seguridad la letanía lauretana. ¿Has probado a repetir esa jaculatoria en tus trances difíciles? Si lo haces con fe, con ternura de hija o de hijo, comprobarás la eficacia de la intercesión de tu Madre Santa María, que te llevará a la victoria (Surco, 180).