26.11.07

Amor de Dios

Dios se ha enamorado del hombre. Nuestra vocación cristiana es llamada divina. La iniciativa fue suya. Ante ese derroche de generosidad, la respuesta por nuestra parte ha sido "aquí estoy porque me has llamado" (Sam 3, 1-10, 19-20). Dios nos dará las gracias y los talentos necesarios para que podamos corresponderle a lo que nos va pidiendo.

La vocación es llamada y la entrega es una correspondencia al amor que Dios nos tiene. Mi vocación no es una renuncia a nada. Yo soy de Dios. He nacido para ser de Dios. Soy Hijo de Dios.

Cfr. Carta 10/04.

El amor de Dios da sentido a la vida de cualquier cristiano. Nada en nuestra vida tendría sentido si no lo hiciéramos por amor a Dios.

El amor crece y se perfecciona con el tiempo. Se abrillanta, se pule, se acrisola.

San Josemaría estaba mucho más emocionado con su vocación al final de su vida que al principio. La “emoción” de San Josemaría no era una emoción sensible o sentimental.

Amor con amor se paga. Somos enamorados. El fundamento de nuestra fidelidad es el. Así lo resume San Josemaría en el último punto de Camino: “enamórate y no le dejarás”. El secreto de la perseverancia lo tenemos claro: “Ya comáis, ya bebáis, hacedlo todo por amor”, nos recuerda San Pablo.

“Nadie es feliz en la tierra hasta que se decide a no serlo. Así discurre el camino: dolor, ¡en cristiano!, Cruz; Voluntad de Dios, Amor; felicidad aquí y después, eternamente” (San Josemaría, Surco, 52).

En una Tertulia el día 8 de enero de 1995, el Padre, al día siguiente de la Misa en San Eugenio en la que habían participado todos los Vicarios regionales dando gracias a Dios por la ordenación episcopal del Prelado, contó que al final de aquella misa -tal como sucedió con Don Álvaro 4 años antes- hizo un recorrido por el pasillo central de la Basílica para dar la bendición a los asistentes, que aplaudieron al Padre durante todo el recorrido. El Padre, sonriente, daba la bendición a derecha e izquierda. No pudo llegar hasta el final de la Basílica por la cantidad de gente que había. El Padre comentó en la tertulia: “ayer dí muchas gracias a Dios por todo, pero me conmovió profundamente en la Basílica de San Eugenio, al final -cuando hubiera querido quedarme tiempo y tiempo con cada una y cada uno de vosotros-, ver tanta gente heroica, santa, con una vida escondida, que estaba en un rincón, al fondo de la iglesia, felicísima, sin estar nunca en primer lugar. Ese es el Opus Dei: tantas personas santas, que trabajan en lugares donde nadie les puede decir: ¡gracias!; tampoco esperan que se las den porque lo que buscan es el amor de Dios. Ese es el Opus Dei” (Cn 01/95, p. 41).

Hemos de rezar por nuestra propia vida interior, por nuestra conversión personal.

Podemos tener debilidades. Podemos ser miserables. Es más, Dios quiere nuestras debilidades, tenemos derecho a tener debilidades, tenemos derecho a ser miserables; pero Dios nos quiere enamorados. No es incompatible ser miserables y estar enamorados de Dios y de nuestro camino. San Josemaría se refería a él mismo como “un pecador que ama con locura a Jesucristo”. ¿Quería con estas palabras hacer una frase bonita?