12.6.08

59 meditaciones sobre el Evangelio

1. FIAT: CORRESPONDENCIA A LA GRACIA 3
2. CON PRISA. EL VIVIR CRISTIANO 6
3. LAS HUELLAS DEL AMOR 8
4. SAN JUAN BAUTISTA: UN HOMBRE PARA DIOS 10
5. SAN JOSÉ: UN HOMBRE PARA DIOS 12
6. NO HABÍA LUGAR PARA ELLOS: HUMILDAD 15
7. HA NACIDO: LA POBREZA 18
8. LA ESTRELLA: LA VOCACIÓN 21
9. MAGOS EN JERUSALÉN: LAS CRISIS 24
10. LA HUÍDA: OBEDIENCIA 27
11. VIDA OCULTA: TRABAJO 30
12. DE DOCE AÑOS: FAMILIA 34
13. LA BODA EN CANA: LA SANTÍSIMA VIRGEN 38
14. LOS CINCO PRIMEROS: APOSTOLADO 42
15. CANSADO DEL CAMINO: EGOISMO 45
16. SOBRE TU PALABRA 49
17. POR EL TEJADO: FE 51
18. MATEO: VOCACIÓN 54
19. MATEO: POBREZA 57
20. NO TENGO HOMBRE. VIRTUDES HUMANAS 59
21. MANO SECA: MORTIFICACIÓN 62
22. NAIM: LA MUERTE 65
23. SE VA QUEDANDO SOLO: DESPRENDIMIENTO 68
24. REY: VISIÓN HUMANA 71
25. VEN: PERSEVERANCIA EN LA FE (VOCACIÓN) 75
26. FUI, ME LAVE Y VEO 79
27. NO OS PAREIS A SALUDAR A NADIE POR EL CAMINO: APOSTOLADO 84
28. MUJER ENCORVADA: ESPIRITU MUNDANO 87
29. SAN PEDRO: AMOR AL PAPA 90
30. LÁZARO: LA AMISTAD DE JESÚS 93
31. ZAQUEO: ORACIÓN 97
32. ZAQUEO: APOSTOLADO 99
33. NICODEMO: FILIACIÓN DIVINA 102
34. EXCUSAS 105
35. ¿Y LOS NUEVE, DONDE ESTAN? 110
36. UNA COSA TE FALTA AUN...: VOCACIÓN 114
37. EL LEPROSO: CONFESIÓN 119
38. EL CENTURIÓN: HUMILDAD 122
39. LA HIGUERA: APOSTOLADO 126
40. EJEMPLOS DE FE EN LA VIDA DEL SEÑOR 129
41. LA MULTIPLICACIÓN DE LOS PANES: GENEROSIDAD 131
42. ¡PODEMOS! ¡POSSUMUS! 134
43. BARTIMEO 138
44. ENTREGA 143
45. HIGUERA ESTERIL: DAR FRUTO 147
46. SOBRE UN BORRIQUILLO: HUMILDAD Y VALENTIA 150
47. LA ORACIÓN EN EL HUERTO 153
48. LE IBA SIGUIENDO DE LEJOS 156
49. FLAGELACIÓN 160
50. SE OYEN LOS GOLPES DEL MARTILLO 164
51. SIMÓN DE CIRENE: AMOR A LA CRUZ 166
52. BUEN LADRÓN: REPARAR 171
53. LA CRUZ 175
54. LAS TRES MUJERES: FIDELIDAD 178
55. SUDARIO DOBLADO: COSAS PEQUEÑAS 182
56. EMAUS 187
57. Y SE ECHO AL MAR 192
58. ¿QUE HACEIS MIRANDO AL CIELO? 194
59. PECADORES 199



1. FIAT: CORRESPONDENCIA A LA GRACIA

Una mujer, niña aún, elegida desde siempre, está haciendo oración en su casa, semiexcavada en la roca. Es María, todos los nazarenos la conocen.

Ella es esa mujer que Yahvé a prometido a la humanidad para que aplastase con su pie la cabeza de la serpiente. Es la mujer que prometieron los profetas. La esperada a través de las generaciones de los hombres. La que amaremos todos. Ella misma soñaba con ser esclava de la que fuera elegida Madre del Mesías.

Es una mujer elegida entre el pueblo: cose como las demás, barre la puerta de su casa, va por agua con su cántaro como las demás; y, junto a las demás, lava la ropa en el arroyo.

Ella ignoraba los planes de Dios sobre su vida y se confunde entre las muchachas de su aldea.

Ella es la hermosísima niña en la que el Señor volcó su poder y su amor, para hacer la criatura más preciosa de la creación.

El tuvo que hacer a su Madre. Ella es obra divina, en la que se conjugaron el poder y el amor en grado infinito.

Dios hizo cosas maravillosas. Ella lo es más que todas las maravillas.

María estaba designada por Dios desde la eternidad: “Desde la eternidad fui constituida; desde los orígenes, antes que la tierra fuera hecha” (Prov.)

Planes divinos de la Redención. Y en estos planes tiene María un papel preponderante. ¿No has pensado que tú también, en la aplicación de la Redención, tienes, hoy un papel propio? Y, si lo cumples, son enormes las consecuencias.

Y el ángel se presenta a los pies de María. Ha llegado la plenitud de los tiempos. Es un mensaje de Dios que viene a pedirle su consentimiento. El ángel habla a María, y Ella se turba. ¡¡¡vocación!!!

Es una criatura quien la llama de parte de Dios. Ella calla. Son unos momentos preciosos, los más trascendentales de la historia del mundo. Millones de hombres pendientes de los labios de María.

Un pregunta al ángel. Gabriel le explica. Y después, serena, mueve sus labios virginales para dar su consentimiento: “He aquí la esclava del Señor, hágase –fiat- en mí según tu palabra”.

Y comienza la revolución más gigantesca de los siglos. Tú y yo somos cristianos por Ella. Por Ella somos hijos de Dios. ¿Y si Ella hubiese dicho que no?

Aprende que la eficacia en la labor apostólica depende de la correspondencia a la gracia. No del ruido. Sí de la santidad personal.

Ella no actuó públicamente. Siguió viviendo escondida en Nazaret y, aunque oculta, no podemos dudar de la trascendencia enorme de su vida..

Senadores Romanos, Sabios Griegos desconocen la revolución más gigantesca de los siglos, no iniciada por ellos sino por una joven en un rincón del mundo.

La historia de estos XXI siglos es consecuencia del fiat de María. Ella cambió el cauce de la historia.

Esta es la senda oculta que los hombres buscamos con ansias, la senda de la perpetuidad, mientras la razón nos dice que todo es transitorio, que todo en la vida se olvida. Esta es la senda para que nuestras ansias de infinito no acaben en fracaso: la senda de la correspondencia a la gracia.

Todo es posible si somos generosos, como lo fueron los primeros mártires. Conquistaron Roma y el mundo. En Roma se leen estas palabras en una lápida de mármol: “Este suelo, antes villa y circo de Nerón, hoy faro de luz al mundo, lo conquistaron con la sangre, siendo caudillo el Apóstol Pedro, los primeros mártires romanos, y subieron desde aquí en multitud ingente para ofrecer a Cristo las palmas del nuevo triunfo”.

María fue eficaz al dar su consentimiento. Una persona es santa en la medida que corresponde a la gracia para que Jesús se forme en ella.

La santidad es la causa de la verdadera eficacia.

El mundo está necesitado de nuevos cristos; sus crisis son crisis de santos.


2. CON PRISA. EL VIVIR CRISTIANO

“Por aquellos días María partió y se fue apresuradamente a las montañas, a una ciudad de Judá. Y habiendo entrado en casa de Zacarías, saludó a Isabel” (Lc 1, 39-40).

Ain-Karim es el pueblo de destino.

María está llena de gozo. Tiene que comunicarlo. Y lo hace a aquella que, por revelación del ángel, sabe que puede entenderla. Los demás que la rodean no creerían, y sería indiscreto publicar lo que el ángel le ha dicho, de parte de Dios, como un secreto.

Sólo Isabel es, por ahora, la persona a quien puede acercar a Cristo. Cristo va con Ella. Nadie lo sabe. Los viajeros sólo ven una adolescente. Va incorporada a una caravana, confundida entre las gentes, a solas con su secreto gozoso. Va con prisa.

Hace un camino de montaña, impulsada por el amor y la alegría. María es el primer apóstol de Cristo.

Discreta, sin ruido, sin llamar la atención. Lleva en el fondo de su corazón el gran secreto del cielo.

Es Hija de David, con sangre de Reyes, y vestida como las demás muchachas de su pueblo.

¿Será el gozo rebosante lo que la hace andar ligera?

¡El Redentor ya está con nosotros! Sólo ella lo sabe. El esperado por miles de años acaba de llegar. ¡Hay que comunicarlo!

A María no le importó que por el momento únicamente se lo pueda decir a una persona, ni que esté a tres días de camino. Lo importante es que tiene que comunicarlo. Se pone de camino. Con diligencia. El camino se viste de fiesta a su paso. Es la primavera, es la época que brotan las flores, las vides…

Este viaje es un ejemplo para todos nosotros que con el paso de los años la vamos a llamar bienaventurada. Así también tiene que ser el vivir cristiano. Mirar la actitud de María: ponerse en camino, caminar de prisa por un camino cuesta arriba y largo, dejar la propia casa, abandonar el egoísmo.

¿No piensas que es tu deber dejar tu casa y preocuparte de los demás? Aplica un poco el oído y el corazón y verás como escucharás los suspiros de los que sufren. Hace falta que cierres los ojos y los oídos para no descubrir que hay alguien que nos grita y nos llama.

Es a este mundo de nuestro siglo a quien nosotros hemos de llevar de nuevo a Cristo. Es un mundo que se desmorona como un viejo edificio, es un edificio que si lo comparamos con la Visitación de la Virgen puede estar representado en Isabel, en cuanto que ella tenía necesidad y una esperanza.

Hoy más que nunca debemos ponernos en camino, con la misma prisa con que se puso entonces nuestra Señora. Un camino que será también cuesta arriba, hacia la montaña, y en el que, tendremos que dejar a nuestras espaldas un blando y sosegado plan de vida.

¡Corre!



3. LAS HUELLAS DEL AMOR

“Me llamarás bienaventurada todas las generaciones” (Lc 1, 48).

La Virgen María va de camino con prisa. Muchas caravanas, muchos hombres y mujeres se cruzan con María, no descubren quien es aquella adolescente.

Van como hoy: a lo suyo. Se apuran, se agitan, se cansan…, y no saben donde van. Se esfuman enseguida sus huellas, no dejan rastro. Es la triste humanidad que se olvida de Dios. Van perdiendo oportunidades.

También María va a lo suyo: lo suyo es de Dios. Y sus huellas no se pierden, quedan imborrables.

Esas masas que vemos correr. Esos Estados organizados por esas masas de hombres que corren, piensan que con millones de dólares se puede hacer frente al mal. Y no dan con la situación, porque los hombres les es más fácil dar millones que cambiar de vida.

El mal de nuestro tiempo no puede superarse con esos instrumentos. Solo puede ser vencido por un cambio total en la vida de cada individuo.

Seguir el ejemplo de María en nuestro caminar. Tú y yo tenemos que andar por los caminos del mundo, pero a impulsos del apostolado y del amor.

Isabel conoció en aquella niña a la Madre de Dios, y se sintió llena del Espíritu Santo. Son los momentos en los que brota el Magnificat de María, primicias del Evangelio que se transmiten cantando.

El Magnificat es un cántico con dos notas discordantes: grandeza y humildad.

Hay en el también una Ley y una Profecía:
La Ley consiste en que Dios humilla a los poderosos y ensalza a los humildes.
Y la Profecía nos anuncia que la llamarán bienaventurada todas las generaciones.

María proclama que los siglos no podrán borrar sus huellas. Han pasado XXI siglos, y podemos comprobar la exactitud de sus palabras.


4. SAN JUAN BAUTISTA: UN HOMBRE PARA DIOS

El nacimiento prodigioso de Juan ha congregado a parientes y amigos. Tiempo antes, Zacarías, el padre, ha quedado sin habla. Isabel es, igual que su esposo, de edad avanzada.

Tres meses hace que han recibido en su casa la visita de María. Vino presurosa y en el umbral de la casa, el niño, aún en el vientre de su madre, da saltos de alegría al saludo de aquella joven recién llegada.

Ajenos al nacimiento de este niño están los Césares en Roma, y los hombres importantes de Atenas y Jerusalén. Nadie sabe, ni sospechan, del nacimiento de este niño en aquel pueblo de las montañas de Judea. Sin embargo, este niño es un mensajero de Dios. Es el que preparará los caminos del Señor. El Precursor.

El Señor envía a sus hombres entre los hombres. Son la sal para este insípido mundo, sal que se gasta dando sabor. Son los que pisan la tierra con firmeza, con la firmeza decidida de los que los emplean como camino de paso.

Cuando Moisés, recién nacido, fue encontrado sobre el Nilo, abandonado a las aguas, solo el Señor sabía que aquel niño conduciría un día a su pueblo.

Y los niños que Dios envía, como Juan, al crecer, sorprende al mundo con sus mensajes y ejemplos de vida.

Juan es sincero. No cambia nada la misión recibida por consideraciones humanas. El Señor cuenta con él. Le dio una vocación para una empresa divina, y, aunque no le entiendan, a Juan sólo le interesa hacer la voluntad de Dios.

Juan no gasta su vida escribiendo sobre el agua ni en la tierra. Escribe en el cielo.

Juan vino al mundo lleno de cosas, pero prescindirá de ellas. La verdad sin compromisos será su norma de ida. No sabe de formulas y posturas acomodaticias, buscará sin consideraciones la máxima eficacia de su misión.

Desprendido de todo, nada tuerce su camino.

No entierra su vocación en la tibieza, en miras egoístas, como el siervo malo del Evangelio. Por eso dejará su hogar y bajará al desierto y al Jordán. Estará en medio de las gentes del mundo. Marchará sin titubeos hacia el martirio.

Y su rostro no estará nunca triste porque sabrá siempre de donde le están llamando. Siempre es fiel.

Dios llama a cada uno a través de un diálogo íntimo, singular, que ningún otro escucha. Es algo propio e intransferible. El busca la fidelidad personal de cada alma. El es el Buen Pastor que conoce a cada oveja por su nombre. En el binomio Dios-tú, nadie más que tú está delante de Dios.

No importan las circunstancias. En cualquier lugar se puede y se debe ser santo. No valen excusas.

Al mirar a San Juan, ojalá podamos ver que nace un apóstol.


5. SAN JOSÉ: UN HOMBRE PARA DIOS

“Siendo como era justo, y no queriendo infamarla, deliberó dejarla secretamente” (Mt 1, 19).

San José ha pasado muchas noches de insomnio. Le cuesta dormir. Está ante una tremenda disyuntiva: sabe que María va a ser Madre; y sabe también que es pura y sin mancha.

José suspende el juicio. María permanece silenciosa. Heroica, prefiere sufrir la sospecha y la deshonra antes que descubrir el secreto.

El sabe con certeza que su esposa va a ser madre, se lo dijeron las amigas de María, cuando vinieron a felicitarle y él quedó con una amarga espina clavada en el corazón.

San José calla y sufre... y no juzga mal.

Esta tan seguro de la pureza inmaculada de María, se lo dice sus ojos limpios, su bondad, su dulzura, su recia personalidad.

Para los dos es una gran prueba.

Pavorosa lucha interior que las gentes no advierten. Pelea por mantenerse fiel cuando todas las razones empujan a lo contrario.

La santidad exige la prueba.

Todos creen que es el padre, y el sabe que no. Sufre ante el misterio, y respeta la situación. La Ley manda apedrear a las mujeres adúlteras. Pero para San José, ella no puede estar en ese caso. Sin embargo, no se explica lo que está pasando. Su espíritu lucha entre esos dos extremos que lo ahogan: la pureza de María que se impone y el hecho de que va ser Madre.

Y José suspende el juicio.

Lo hace así porque es justo, aunque tenga razones para sentirse gravemente ofendido. Y no aplica el recurso legal de darle el acta del divorcio, que traería consigo la reprobación pública de María. José va a seguir las insinuaciones de la caridad, prefiere dejarla secretamente, pero no dañar su fama.

Y nosotros, tan veloces en concluir... condenando. Preferimos pensar mal para no engañarnos; pero es mejor engañarse muchas veces pensando bien de los hombres malos, que equivocarse alguna vez teniendo mal concepto de una persona buena.

Es preciso detener el juicio, y más aún la lengua, aunque sea su conclusión lo más lógico, lo más natural.

Pensar bien trae consigo una gran paz del alma y nos ahorra muchas amarguras.

San José decide hacer lo que cree que es mejor. Su juicio es un juicio santo.

Un Ángel del Señor se le aparece: “José, hijo de David, no tengas recelo en recibir a María, tu esposa, porque lo que ha engendrado en su vientre es obra del Espíritu Santo”.

Le ordena el nombre que le ha de poner, y le comunica su misión. San José cae en la cuenta de que esos hechos cumplen la profecía.

A veces se nos pide, además, el rendimiento del propio juicio, aunque haya sido formulado con toda rectitud.

José había amasado su decisión con lágrimas, caridad y justicia. Llegó a esa conclusión por un camino penoso y santo. Ahora le piden que rinda su criterio. Su juicio es lo mejor que se puede hacer humanamente, pero no es lo mejor para los planes de Dios.

Rendir el juicio, hazaña propia de los mejores. ¡Es qué mi idea está elaborada con rectitud y cuidado! ¡Es qué no es ni vulgar ni imprudente! Tampoco lo era la de José. ¡Es qué a él le avisó un ángel! Un ángel también es una criatura, y Dios tiene muchos medios de avisar, para enseñarnos que nuestras razones no tienen razón.

San José rindió su juicio sin dilación y, al despertarse, hizo lo que le mandó el ángel del Señor.


6. NO HABÍA LUGAR PARA ELLOS: HUMILDAD

María y José son la pareja más grata a Dios que pisaba Belén. Vienen desde lejos para cumplir con el edicto del Emperador. Traen una borriquilla y una alforja con las cosas necesarias.

Son descendientes del Rey David y se confunden entre las gentes llegadas de todas las comarcas.

Ella va sobre su cabalgadura y José a pie, delante de la borriquilla, abriéndose paso como puede entre la apretada multitud.

Entre la abigarrada muchedumbre cabalga la Reina de los Cielos. Nadie se fija en Ella.

El Esperado por milenios acaba de entrar en Belén, y nadie lo sabe.

Van derechos al mesón. María no se apea del burrito. José entra. Pasa algún tiempo. Sale, toma el ramal del asno, y, sin decir nada a la Virgen –sólo cruzan entre sí una mirada-, y continúan por aquellas calles, hacia la otra salida del pueblo.

Buscan un refugio lejos de los hombres.

No había lugar para ellos...

Ocultarse y desaparecer. Misión tuya y mía si queremos ser eficaces. Si no somos humildes fabricaremos nubes y gastaremos la vida en verlas pasar: el camino se revela a los pequeños.

No había lugar para ellos: la pobreza de la familia hace que no dispongan dinero para lo necesario: alquilar una habitación. Y la pureza de María exigía rodear su parto de soledad y retiro.

No se enojan, ni protestan, ni critican. No reaccionan como nosotros cuando no nos dan nuestro lugar, ese lugar tantas veces imaginario. Aprende aportarte de esa manera, cuando te desprecian, o no cuentan contigo, o no valoran tus condiciones, o cuando crees que se aprovechan de tu esfuerzo. Son formas distintas de no darnos el lugar que nos corresponde. Tampoco se lo dieron a José, ni a María ni al Niño.

Los vemos alejarse. No les acompaña ni el disgusto, ni el resentimiento, ni el malestar. Serenos, conocen su propia condición, no les extraña; pues así lo quiere Dios.

Lo sienten, sí, por el Niño que va a nacer, no por ellos.

Es en relación a Cristo como hay que vivir esas peleas interiores: batallas y guerras personales.

¿Es que otros con menos condiciones que tú brillan más? Así lo quiere Dios. Tienes, por lo menos el consuelo de que ha otros dio brillo y a ti condiciones.

Además tú y yo tenemos que brillar en el otro mundo no en este. Y si no queremos brillar en este mundo, nuestra referencia continua ha de ser Cristo y no nuestra curiosidad, nuestra desazón. Estar atentos al modelo: Hombre, Niño, Hostia. Es la tendencia a bajar, en contra de la soberbia que nos empuja a subir.

Decidirse a vivir la humildad supone conversión. Es una conversión a Cristo. La paz se presenta como premio.

Tendencia a bajar –esa es la raíz- que no pide reconocimiento. Raíz silenciosa y amante: ante la contrariedad, ante la injusticia, ¡calla! Así lo exige el amor.

No justifiques tu soberbia con años, con éxitos.

La raíz que se sube seca el árbol.

¿Fiarte de ti? ¿Tan pronto olvidas tus fracasos?

Y vemos alejarse a la humilde pareja, un ejemplo impresionante para nosotros. Cuando no haya lugar para ti, acuérdate de que eres polvo. La grandeza está en la humildad. El tomillo exhala su aroma cuando lo pisan. Y una mala contestación es una oportunidad.

Cuando se es grande en el amor, menos importa aparecer pequeño.

Los viajeros han desparecido de nuestra vista, nos quedamos pensando en María. El viaje para ella debió ser molesto. Cuando se tiene una misión grande no se buscan excusas, y el yo jamás aparece.

El humilde es noble, dócil, útil. Como el bronce, que el calor se hace fluido y adopta fácilmente la forma que se le da: campana, lanza, vaso...


7. HA NACIDO: LA POBREZA

Noche de paz. Silencio. Cielo lleno de estrellas. Noche clara. Un inmenso silencio reina en todo. Hay en la belleza y dulzura de esta noche un presentimiento de milagro, como si Dios nos visitara.

Todos duermen, el mundo ignora el misterio de esta noche. Se presiente la llegada de una nueva vida, de una dulce revolución. Dios va s visitar la tierra: es una noche de amor.

¿Qué harán los hombres? ¿Se empeñarán en vivir en las tinieblas, seguirán manchando este mundo de sangre?

De pronto, vemos luces, luminosos ángeles que suben y bajan sobre la tierra y oímos un programa de vida a través de una canción: Gloria a Dios en los cielos, y paz en la tierra a los hombres de buena voluntad.

Es el cielo que descorre sus velos un instante. Y el mundo sigue dormido.

El silencio se rompe con el murmullo de unas voces de hombres que vienen corriendo: son pastores que han recibido el aviso de un ángel: Ha nacido... el Salvador... hallaréis al Niño envuelto en pañales y reclinado en un pesebre.

Llegamos a una gruta que sirve de establo. Un Niño hermoso sobre unos brazos delicados. Ella no deja de mirar a la criatura.

Una hoguera en un rincón sirve para calentar. Y José anda activo trayendo la leña para calentar al Niño y a su esposa.

Es una gruta pobre. Todo lo superfluo está ausente. Nos arrodillamos. Nadie se atreve hablar. María no quita los ojos de su Hijo, que su Dios.

La aspiración de la humanidad se ha hecho realidad: tener a Dios muy cerca, al alcance de la mano.

Dios hecho Niño, está ahí, a un paso de mí. Es la sublime respuesta de Dios.

El Niño es un diálogo silencioso entre Dios y los hombres.

Una nueva vida ha comenzado. Y todo el mundo duerme. Duermen en las cosas, por las cosas y como cosas.

El Niño nace pobre: es el Rey de reyes y nace en el más completo desasimiento. Es esta la primera lección para seguirlo y para continuar la revolución sobrenatural que El ha iniciado.

Es necesario el desprendimiento para ser útil.

No se puede servir a dos señores a la vez.

A Cristo no le importó nacer pobre. Tiene una cuna prestada por una mula y por colchoncito, las frías y toscas pajas del pienso que ha sobrado.

EL señor puso más empeño en desprenderse de las cosas que los hombres en atesorarlas.

La pobreza es condición imprescindible para tener una visión objetiva de la vida.

Amar la pobreza es amar sus consecuencias.

El Niño vestía con decoro y cuidará de las cosas, pues jamás convertirá en instrumento de comodidad lo que es medio de apostolado: El mismo se quitará las vestiduras antes de la flagelación. Y no tendrá donde reclinar la cabeza.

Los cambios humanos y las apreciaciones de los hombres no alteran nuestra dignidad.

Para convertirse a Cristo es preciso desprenderse de las criaturas, pues el pecado original puso en el corazón del hombre una tremenda capacidad de idolatría: no se las busca porque llevan a Dios, sino porque dan goce. El hombre se abalanza sobre las cosas sin medida, quedó su corazón sin paz y sin alegría, esclavo de ellas.

El Niño, que es Rey, nos enseña de manera sensible que nuestro amor, que es todo para Dios, debe ser conservado por la templanza, esa medida en el uso de las cosas.

En nuestra vida debe haber también, como en Belén, ausencia de lo superfluo. Y pobreza en lo necesario, elección constante de lo peor y desnudez completa del corazón.

Nuestros ojos ven las realidades que rodean la cuna del Rey.

Por palacio, un establo; por trono, un pesebre; por cortesanos unos pastores.

8. LA ESTRELLA: LA VOCACIÓN

Por las arenas del desierto va una caravana extraña. Tres Reyes a camello. Es un cuadro simple: los pies en la arena, una estrella en el cielo. Arena y estrella.

Tampoco hay más delante de nosotros que caminamos por esta tierra. Todo lo que no es para ti estrella, es arena. Y arena vendrá a ser, al pasar los años: riquezas y fama, honores y aplausos, fincas y amores.

La estrella seguirá luciendo: para ti y para mí, cualquiera que sea el siglo en que vayamos al desierto.

La estrella se verá siempre. Y en nuestros corazones quedará grabada la imagen de esos hombres.

A sus espaldas dejan un mundo de recuerdos, un mundo de amores, un mundo de ilusiones... Allá muy lejos, en Oriente.

Son sabios que conocen las Escrituras y el curso de las estrellas. Sabían que cuando Cristo naciera, una estrella se levantaría, y un día mirando el cielo, la vieron salir.

Al momento se decidieron ir tras ella.

Muchos la contemplaron, solo tres la siguieron.

Sin la estrella, ellos no hubieran dejado su tierra, ni llegado a Belén, ni conquistado un puesto en la historia de los hombres. Su figuras se hubiese perdido como las de los demás.

Largo y complicado viaje con un fin exclusivo: Adorar a Cristo.

Nadie los llamó y ellos se pusieron en camino. Dejan atrás mujeres, hijos, negocios. Cambian la comodidad de sus palacios por la joroba de unos camellos. Todo en sus vidas sirve a su ideal. Han iniciado un viaje que no saben cuánto va a durar. Y vencieron, con la generosidad de su proyecto, las críticas y censuras de los hombres: ¡Qué locura! ¡Ponerse en camino por la sola fe en una estrella!

Los mediocres se arremolinan a su alrededor. Observan, critican, y a ninguno se le ocurrió seguir la estrella. Hoy, como ayer, les parece una locura lo que se sale del adormecimiento cómodo. Para ellos lo importante es eso y no lo dejan por nadie, ni siquiera por Dios.

Eso que no quieren dejar es la arena.

La figura de los magos seguirá perenne para todos. Los siglos no pueden borrarla. Ella seguirá enseñando cual es el camino de los mejores: seguir la estrella.

Por el camino de Damasco muchos hombres viajaron junto a ellos, a la vez y en la misma dirección. Sin embargo, sólo ellos llegarán, porque solo ellos anduvieron siguiendo a la estrella. A los demás, no les sirvió de nada aquel camino, porque para nada sirve algo si no nos lleva al Señor.

Por esos caminos se pierde la gente cuando por ellos solo se buscan cosas.

En el caso de los Magos, los caminos se empalman para llevarles a Jesús, pues siguiendo la estrella se consigue que cualquier camino sea camino del Señor.

Seguir a una estrella es dejar atrás tantas cosas... tantas cosas buenas. Hoy como ayer.

Es dejar atrás todo un mundo: una vida, con todos los factores nobles que la integran, que tan enraizado están en el corazón del hombre.

Pero seguir una estrella es también abrir los ojos y el corazón a una gran aventura, es caminar por la vida con una razón de ser, es penetrar lentamente en un mundo soñado, es ver cómo esa ilusión va haciéndose realidad en panoramas maravillosos

Y sobre todo, Señor, en acercarse cada día más a Ti.

La historia de los Magos termina a los pies de Jesús y de María: éxito máximo de cualquier viaje.

Y en lo alto luce la estrella.

Y tú ¿no ves tu estrella? ¿o no quieres verla? Hoy como ayer.


9. MAGOS EN JERUSALÉN: LAS CRISIS

El rey Herodes se turbó, y con él toda Jerusalén (Mt 2,3).

Por las calles de Jerusalén ha entrado una caravana real. Vienen de Oriente. Los judíos se quedan admirados ante la belleza del cortejo.

Más aún cuando les preguntan: ¿Dónde está el que ha nacido rey de los judíos? Porque hemos visto en Oriente su estrella y hemos venido con el fin de adorarle.

Nadie sabe nada. No quieren darse por enterado.

Es el gran escándalo del camino de los Magos. Se han quedado sin la estrella que los guiaba y ahora son recibidos con indiferencia: no saben nada de Cristo, ni lo buscan.

Ellos vienen desde tan lejos y dejando tantas cosas, y los judíos están dormidos en sus cosas sin buscar al Mesías prometido: ¡ellos son el pueblo elegido! ¡entre ellos ha nacido el Mesías!

Jerusalén va a suponer en los Magos una crisis en su camino hacia Cristo: una invitación a volver sobre sus pasos, hacia las cosas dejadas atrás.

Oscuridad y escándalo. Cansancio e intriga. Sin estrella. Y la Ciudad del Rey como si no se hubiese enterado, ocupada sólo en las cosas intrascendentales de la vida. La ciudad del Rey materializada.

Así suele pasar en el camino de las almas: las tentaciones se concentran, casi nunca vienen solas. Las dificultades se juntan para atacar a la vez.

Es la hora de la crisis, de la prueba. La hora de las personas queridas, abandonadas lejos, que siempre llaman. La hora del recuerdo de la vida muelle y tranquila, de la satisfacción de los caprichos diarios, de las ilusiones de la tierra. De la vida dulce, que hace eternidad de las cosas temporales.

Es la crisis de los Magos.

En las crisis, los hombres pueden decidirse por volver atrás. Y se engañan a sí mismos cuando, para negarse a seguir, se dicen que ya han tomado una decisión. ¿Por qué no emplean esa lealtad a su decisión, a favor de la que más puede llevarles a Cristo, que es la misma que tuvieron al iniciar el camino?

Otras veces dicen que no ven. Antes vieron; ya es suficiente. Ahora a amar, a amar con obras, con sacrificio si es necesario.

En el camino de un hombre de Dios, no es extraño que el demonio haga de las suyas: ataca la inteligencia (hay que seguir sin ver, agarrado a la mano del director) o a la voluntad (y hay que hacerse fuerza aunque salten chispas).

Los Magos no se han contentado con estudiar la estrella, como muchos de hoy harían simplemente, sin seguirla; porque seguirla exige plena conversión a Dios y a sus cosas; mientras que admirarla, bien se puede hacer sin desprenderse de una posición cómoda, ya conseguida.

Para no seguir la estrella se justifican diciendo: pero ¿cómo puede uno convencerse de que es la estrella de Dios? Si supiera que es de Dios, no dudaría en ponerme en marcha.

Una persona generosa se lanza al camino al primer síntoma. Una persona egoísta, aun cuando el mismo Dios directamente la llame, siempre encontrará excusas para quedarse como antes de su llamada.

Las preguntas que nos hacemos los hombres se hacen con la cabeza, calculando. Y sólo se contestan con el corazón.

Los Magos no vuelven para atrás. Preguntan, investigan. Quieren llegara Cristo. Los sacerdotes y escribas les enseñan el camino. Estos lo saben con certeza, no titubean, pero no van: “En Belén de Judá, que así está escrito”.

Se ponen a andar de nuevo. Y he aquí que la estrella que habían visto en Oriente iba delante de ellos.

“A la vista de la estrella se alegraron en extremo”.

Ahora caminan anegados en un gozo muy grande.

Ahora no sólo dejan lo que antes dejaban. Desde Jerusalén a Belén dejan algo más tras de sí: ¡una crisis superada!


10. LA HUÍDA: OBEDIENCIA

“Después que ellos partieron, un ángel del Señor se apareció en sueños a José, diciéndole: Levántate, toma al Niño y a su Madre y huye a Egipto, y estate allí hasta que yo te avise: pues Herodes ha de buscar al Niño para matarle. Levantándose José, tomó al Niño y a su Madre, de noche, y se retiró a Egipto” (Mt 2, 13-14).

Es de noche. Dos caravanas se deslizan entre las sombras de las afueras de Belén. Direcciones distintas. En huída. Una es la de los Magos que, avisados, regresan a su país por otro camino. La otra, la de la humilde familia de Nazaret.

Dios acaba de llegar al mundo, y el mundo organiza su persecución. Es la ceguera de los hombres.

José, mientras dormía, ha sido despertado por un ángel. Quizá, aquella noche, San José se quedó dormido mientras repasaba las maravillas de ese día: la adoración de los Magos. José duerme gozoso, contemplando la adoración que le han tributado los pueblos de la tierra. Y un ángel toca su hombro: Levántate, toma al Niño y a su Madre y huye.

José no discute con el ángel: cree y se levanta.

No intenta tampoco enmendar el plan que se le dice. Es un viaje que nunca ha pensado: a Egipto.

¿Egipto? Es una durísima tarea, no conoce el camino, ni el idioma, ni las costumbres. Podía haber pensado: ¿Egipto, si no conocemos a nadie? ¿No serán muchos riesgos para el Niño? Y hay que ganarse la vida; abrirse camino, sin tener amigos.

El silencioso José tampoco en esta ocasión abre la boca, aunque aquella orden revoluciona su vida y sus consuelos.

Cuando comienza a salir el sol ya llevan horas de marcha.

Es camino desértico y por él van María abrigando al Niño y José por delante llevando el ramal del borriquillo.

Solos por el desierto y con prisa. Esa es la respuesta a la orden del cielo. Obediencia al momento. Ejecuta con diligencia lo que ha recibido de parte del Señor. Asusta pensar que un retraso “prudente” en la obediencia de José hubiera dado lugar a que el Niño cayera en manos de Herodes.

Tú y yo que somos, y queremos ser apóstoles tenemos que valorar la importancia gigante de la obediencia pronta. Nuestro Padre: “La fe de San José no vacila, su obediencia es siempre estricta y rápida.

San José no tiene planes personales, intereses propios. Está totalmente al servicio de Dios.

A él solo le corresponde poner en juego sus facultades humanas para llevar a cabo con perfección la orden del Señor. Calla y obra en este sentido.

¡Qué contraste con el inútil ruido que hago yo!

Opinamos y damos nuestros pareceres. Y no hacemos nada. La fuerza se nos va por la boca. Es preciso ser ejecutores, y ejecutores silenciosos. Para ello es necesario ser santo, y eso nos santifica.

Es preciso convencerse una y otra vez de que no se cae un solo cabello sin el permiso de Dios.

El mundo está lleno de teóricos, buscadores ruidosos de pretextos.

Y por un camino desierto de este mundo, cuando sale el sol, aparece San José cumpliendo el plan de Dios. Sobre San José pesa la responsabilidad, y marcha derecho, erguido su cuerpo a pesar del dolor, cumpliendo lo previsto desde siempre.

Ningún consuelo en los sentidos, ningún descanso para el cuerpo, ningún alivio para la carga del alma.

Y siempre los asaltos de los temores: de los perseguidores, de los peligros del desierto, de la inseguridad de la vida que han de comenzar en Egipto. El Niño y María dependen de él.

José obedece, pero sabe el motivo del viaje.

Es muy posible que María se deje llevar sin saberlo. José para no alarmarla, calla, sin duda, la causa de tan inesperada expedición: ella va y no sabe porque.

El niño está dormido en los brazos de María.

Cuanto más noble es el personaje, más perfecta es la sencillez de la obediencia. Más completo el abandono.

¡Si fuéramos tú y yo, al menos como el borriquillo, dóciles al ramal de quien nos lleva!

11. VIDA OCULTA: TRABAJO

Y vino a morar en una ciudad llamada Nazaret (Mt 2, 23).

En Egipto comenzó. Con las dificultades que existen para empezar una vida digna.

No vienen ángeles a hacerles las cosas.

Fue José quien tuvo que abrirse camino. A él le corresponde gobernar la familia, y sabe que gobernar es servir.

El hacerlo así es el querer de Dios: Trabaja.

Construiría una casita humilde donde pudieran cobijarse. Lo hace con la diligencia de quien sabe a quien está sirviendo.

Tuvo que vencer obstáculos para ganarse la simpatía de sus nuevos vecinos y obtener de ellos los encargos para su trabajo.

Idioma extraño, costumbres extrañas, gente extrañas.

Así comienza la vida oculta del Hijo de Dios en la tierra.

Los egipcios no sospechaban a quien habían recibido. Ven, tan solamente, una familia humilde, trabajadora y extranjera.

San José llamaría la atención porque trabajaba perfectamente, intensamente, heroicamente. Siempre lo ven ocupado, celoso con el tiempo, alegre y entusiasta.

Nuestro Padre decía que para santificar la profesión, hace falta ante todo trabajar bien, con seriedad humana y sobrenatural.

Del trabajo de San José depende el sustento del Niño y de María: es una obra de Dios hecha con esfuerzos humanos.

El trabajo decide el éxito de una vida.

Poco a poco José ha logrado establecer a su familia de una manera normal entre los egipcio: tiene su casa, sus amigos y su clientela.

Pero José no hace su obra: su obra es de Dios. Por eso el ángel le avisa de nuevo: Levántate y toma al Niño y a su Madre, y vete a la Tierra de Israel.

A esta cosas tenemos que estar los hombres de Dios: trabajar por Dios y para Dios, y estar siempre listos para abandonar todo lo hecho cuando así lo dispone Dios.

“Generosidad para realizar una obra personal, en la que se deje la vida; y generosidad para santificarla” (nt Padre).

San José no olvida nunca que lo que hace es obra de Dios. Y el hombre justo no encuentra obstáculos en las obras de Dios para obedecer a Dios.

Para San José lo que importa es el plan de Dios. Y nada, por noble que ello sea, debe impedir su cumplimiento. Y así comenzó a vivir en Nazaret.

Su programa de vida es: trabajo, trabajo, trabajo.

Los ángeles han desaparecido ya, no vuelven a presentarse.

La cocina, la fuente y la casa son los escenarios de María. Eso un día y otro. Ella trabaja no solamente por Dios, sino directamente para una obra de Dios.

El taller del carpintero y las labores del campo consumen los días de San José. Ni Magos, ni pastores, ni Ángeles: delante de sí sólo tienen el duro trabajo de cada día. Pero conservan en su corazón las cosas anunciadas, y en su corazón las ponderan: oración.

El trabajo diario, por muy absorbente que sea, no les hacen olvidar que están haciendo la obra de Dios, porque si toda su vida oculta es trabajo, es también oración.

Junto con Dios trabajan, con El conversan todo el día (con palabras, silencios). Trabajo y oración.

Cuando San José está rendido, después de la jornada, oye el rumor de su labor eficaz. Las obras de Amor son siempre grandes, aunque se trate de cosas pequeñas en apariencia (nuestro Padre).

El prestigio de José le hace trabajar cada día más: le llegan más encargos. San José sabe que donde hay más labor, hay allí mayor ganancia.

La vida de San José se va gastando en un trabajo duro y silencioso, eficaz y santo. Sus manos van envejeciendo.

Al mismo tiempo, las manos del Niño Jesús infantiles se van haciendo manos de hombre, manos de Dios que van a ir ayudando a San José.

La mayor parte de la vida de Jesús la gasta dando ejemplo a los hombres. Al hombre que ha sido creado para trabajar. De sus manos salen cosas parecidas a las que hacen otros artesanos, pero en este caso están hechas por Dios.

Jesús es nuestro modelo; hemos de trabajar como el mejor. Sin una vida de trabajo, sin una labor intensa no se puede seguir a Cristo.

Las manos del Niño serán después las manos del Crucificado en el Gólgota. Los clavos de la Cruz tuvieron que atravesar unas manos curtidas en un trabajo.


12. DE DOCE AÑOS: FAMILIA

Se quedó el niño Jesús en Jerusalén, sin que sus padres lo advirtiesen (Lc 2, 43).

Fiesta de Pascua: el país entero en movimiento. Principio de primavera. Largas caminatas a pie.

Como todos los años, María y José se ponen de camino, Jesús siendo ya de 12 años cumplidos va con ellos. Dios, hecho niño, marcha entre los hombres.

Los caminos van atestados de peregrinos. Unos 60 Km de distancia separan Nazaret de Jerusalén. Por fin aparecen a los ojos de Jesús las torres de Templo. El Señor del Templo entra en su Templo. Los himnos no cesan nunca. El Niño ve correr la sangre de los sacrificios. 30 años más, y se realizará el sacrificio significado. El será la Víctima. Fuera de los tres, nadie sospecha. Alaban a Dios los judíos sin descubrir que lo tienen junto así.

El 16 de Nisán comienza el regreso: se desmontan las grandes tiendas. María y José vuelven a casa. Se forman dos grupos, como señala la costumbre, uno de hombres y otro de mujeres. Los niños pueden, indistintamente, marchar en uno u en otro. Por eso no advierten que Jesús se había quedado en Jerusalén: cada uno pensaría que iba con el otro.

Sin embargo, en el corazón de María hay un presentimiento. Aumenta su angustia con las horas del día. “Anduvieron la jornada entera buscándolo entre parientes y conocidos”.

Al reunirse para acampar, Jesús no estaba. María siente como la noche se echa encima, cortando sin consuelo las más nobles aspiraciones de su corazón.

Por la noche siguen buscándolo, en los campamentos, a oscuras, venciendo la modorra de los indiferentes.

Por el corazón de María pasan mil sospechas. Su corazón se agita, se tormenta. La fría indiferencia de los luceros hace más despiadado el dolor de su corazón Inmaculado.

Volvieron a Jerusalén. Tuvieron que desandar el camino. La luz del día parece que disipa un poco esos temores.

Los ojos de María y de José van abiertos, querían descubrirle desde lejos en cada niño que ven. ¿Será Jesús?

¡Señor! Así quiero yo buscarte.

Así transcurre la segunda jornada, cualquier figura humana que aparece es un sobresalto en sus corazones ¿será él?

Llegan a Jerusalén de noche. Brillan de nuevo las estrellas. Están silenciosas, ¡si ellas hablaran! El corazón de María más turbado, pero Jesús está más cerca.

La segunda noche de zozobras pasa lentamente, con sobresaltos y angustias. El corazón de María y de José es purísimo, limpio. Las luces del nuevo día trae de nuevo cierta paz en esos corazones.

A primera hora de la mañana se dirigen al templo. Por las calles, por las dependencias de Templo, sigue la búsqueda incesante.

De pronto la madre oye la voz del Niño. ¡Allí está Jesús! Su corazón late más deprisa.

“Sentado en medio de los doctores: les escucha y les pregunta”. Los que oyen están pasmados. Sus padres contemplan la escena maravillados. María no aguanta más, y se le escapa un grito de amor: ¡Hijo!.

Todos miran hacia aquella mujer afortunada que es madre de este Niño.

Cuando el Niño está ya junto a ellos, María le pregunta, sabiendo que es el Hijo de Dios: ¿Por qué te has portado así con nosotros? Mira como tu padre y yo, llenos de tristeza, te hemos andado buscando.

Y Jesús va a dar una respuesta llena de madurez y autoridad: ¿Cómo es que me buscabais? ¿No sabíais que yo debo emplearme en las cosas que miran al servicio de mi Padre?

María y José escuchan estas palabras como si todo se fulminara en un momento. Es la primera gran manifestación de Dios en la voz de su Hijo. Los padres guardan silencio. Sienten que el corazón se rompe.

La familia de Nazaret se ha terminado. Surge la misión. Él no ha venido a ser sólo un buen hijo. Tres corazones sufren un desgarrón. La voluntad de Dios ha de cumplirse. La dulce paz de Nazaret tiene que terminar un día. Es inútil aferrarse a ella.

(sg) Esa es la misión santa de todos los padres: conducir al hijo al encuentro de su propio destino y dejarle después sólo frente a su responsabilidad. No querer retenerle. El hijo pertenece a Dios. Los padres su misión- conducen a los hijos a Dios, y despedirlos luego... Y esto por encima de todas las trabas del corazón. Los padres a veces se olvidan que hemos de emplearnos en las cosas que miran al servicio del Padre. Por eso se ha de ayudar al hijo a ver esa misión de Dios, por encima de todos los intereses humanos y terrenos; aceptarla con valentía. Esta es la gran misión de los padres.

(sr) Y los hijos tenemos que amar mucho a nuestros padres: es un gratísimo precepto del Señor. Nuestra familia de sangre no puede ser obstáculo para el cumplimiento fiel de la misión santa señalada por Dios.

Es dura esta doctrina, tan dura que los hombres la entienden con dificultad. Jesús lo sabía. Por eso, quiso dejarnos esa lección en su ejemplo.

Jesús no pidió permiso para quedarse: se quedó sin que sus padres lo advirtiesen.

Ejemplo costosísimo: María sufrió lo indecible.


13. LA BODA EN CANA: LA SANTÍSIMA VIRGEN

Un día María recibiría una invitación para acudir a unas bodas que se celebraban en Cana. Fue también invitado Jesús.

Sea por la afluencia de invitados, sea por error de cálculo, llegó un momento en que el vino comenzó a escasear de tal manera que era fácil prever su insuficiencia para el tiempo que todavía había de durar la fiesta. Esto era grave, porque el apuro iba a ser tal cuando se descubriera que bastaba para amargar el recuerdo de su boda.

Y entonces, en el momento del apuro, antes de que nadie pudiera sospechar lo que ocurría interviene María.

La rapidez con que percibió la catástrofe que se avecinaba induce a pensar que andaba discretamente pendiente del servicio, ayudando quizá, sin inmiscuirse en lo que era tarea del maestresala.

Tan pronto como se dio cuenta de que el vino comenzaba a escasear, pensó en remediarlo. Al notar la falta de vino pensó en la violencia de la situación de los novios; su bondad le llevó a complacerse de ellos y a buscar un remedio.

¿Qué es lo que Ella podía en aquella situación hacer? No se le ocurre nada, ni ve que puede hacer. Y, con toda naturalidad, comunica su preocupación a su Hijo: “No tienen vino”.

La respuesta de Jesús recuerda la que dio dieciocho años atrás, en el Templo, a otra pregunta de María. Jesús traza una línea divisoria entre el hijo de María y el Hijo de Dios. María se dirige a Jesús como a su Hijo, pero Jesús le contesta como Mesías: no ha venido a solucionar problemas materiales. Aclarado esto, no tiene inconveniente en adelantar su hora.

Si puede desconcertarnos la respuesta de Jesús, más sorprendente es la reacción de Nuestra Señora. La mirada suplicante, confiada, sonriente y amorosa de la Virgen no podía ser indiferente a Jesús. María obró con seguridad de quien sabe lo que hace; se acercó a unos sirvientes y les dio unas instrucciones muy sencillas: Haced lo que Él os diga. Tras esto, la Virgen vuelve a confundirse entre los convidados, como antes de su intervención.

Fue este milagro de Cana el primero que hizo Jesús, pero no solo eso sino también el más alegre. Y lo hizo por la intervención de la Virgen María.

En Cana la Virgen hace oración. Es una oración de tres palabras: No tienen vino. Una oración breve, que apenas si parece oración. Sin embargo, en esa brevedad hay una densidad enorme: a) en primer lugar, se percibe en la súplica de la Virgen a Jesús la sencillez; b) la súplica de Nuestra Señora deja traslucir toda la humildad que Ella poseía (ni siquiera esa frase es una petición). ¡De qué distinta manera procedemos nosotros!

Nuestra Señora no ocupa en el Evangelio, por más que lo queramos, un primer lugar: Haced lo que el os diga.

María nos pide que hagamos, pero no cualquier cosa, sino lo que Él nos diga.

Los sirvientes obedecieron y llenaron las vasijas hasta los bordes. Un trabajo sencillamente perfecto. El Señor convertirá esa 6 tinajas de capacidad de 2 a 3 metretas cada una (la metreta equivale a 40 litros). Uno 600 litros de buen vino

Intensificar la devoción Virgen. Prueba de buen espíritu. Meditar la escena de las bodas de Caná. Se acaba el vino. La Virgen atenta a nuestras necesidades. Y es la mejor abogada. Se adelanta y pide a Jesús. Luego: haced lo que Él os diga.

Cuenta uno mexicano al Padre en Cabavianca la siguiente historia: ha venido mi sobrina mayor que tiene 12 años. Su madre es mi hermana supernumeraria y la niña se llama María José.

Me contó hace tiempo mi hermana una cosa de cuando tenía siete u ocho años. Estaba en primer grado de la primaria. Dice mi hermana que sucedía una cosa curiosa. Cualquier concurso que hacían en la escuela, fuera de redacción o de dibujo o de gimnasia, la niña los iba ganando todos, uno tras otro.

Hubo un concurso de repostería. La niña con la madre preparan sus paste (sobre todo su madre). Cuando iban para la escuela llevándolo, María José le dice a su madre que no se preocupe, porque van a ganar el concurso, como efectivamente sucedió. Mi hermana, ya en el coche de vuelta, le preguntó que cómo sabía que iban a ganar el concurso. “Mama –contestó mi sobrina- es que yo le pido favores al Ángel Custodio de la Virgen y me los va concediendo”.

María hace amable el camino. Y creyeron en Él sus discípulos. Nos lleva a la fe. Camino más corto. La vida oculta, humilde, escondida, de valor infinito si está el amor de Dios. Cómo van las devociones. El rosario... Totus tuus, que seamos todo tuyos. En la Cruz: he ahí a tu madre. Somos suyos. Niño viendo la pasión: Judas, por qué no va a la Virgen. Los Apóstoles van a ella después de la muerte de Jesús. Ella no recrimina: por qué le habéis abandonado, sino que acoge. Escritos con falta de fe; no podía rezar el hágase tu voluntad, pero si avemaría, acordaos, salve. Madre misericordiosa, madre amable. Madre omnipotente.

Cura de Ars: En noviembre de 1854, mientras Roma se disponía a celebrar magníficamente el dogma de la Inmaculada Concepción, el Cura de Ars preparaba humildemente a su parroquia.

En una de sus homilías recuerdan con escalofríos los asistentes al terminar el Santo Cura les dice: ¡Si para dar algo a la Santísima Virgen pudiese venderme, me vendería!


14. LOS CINCO PRIMEROS: APOSTOLADO

Un día estando bautizando Juan Bautista con Andrés y Juan, vemos la escena de un hombre que se acerca a ser bautizado y Juan se resiste:

- soy yo quien necesita ser bautizado por ti. ¿cómo vienes tú a mí?
- déjame ahora, así es como debemos nosotros cumplir toda justicia.

Juan se lo permite. En cuanto fue bautizado y salió del agua, se abrió el cielo y oímos una voz que decía: Este es mi Hijo, el amado, en quien me he complacido.

Observamos como se marcha con paso decidido este hombre misterioso.

Juan les explica que es Jesús, aquel del que os dije que después de mí viene un hombre que ha sido antepuesto a mi, porque existía antes que yo.

Se quedan sobrecogidos ante esta aparición inesperada de Jesús. ¡cuánto tiempo esperando este momento! ¡Ya está aquí! Durante todo el día Juan les va contando cosas del Señor: le había conocido en la infancia, pero desde hacía muchos años no había tenido noticias de Él.

Nuestro Padre: Larga debió ser la conversión y hondo se metió el amor en el corazón adolescente de Juan: porque, cuando más tarde –a la vuelta de los años- relata su divina aventura, aquella parte del Evangelio tiene el candor y el perfume de un diario afectuoso.

A la mañana siguiente mientras consideraban estas cosas, pasó de nuevo Jesús. Juan fijándose en Él, dijo: He aquí el Cordero de Dios. Andrés y Juan se levantaron y salieron corriendo en pos de Jesús:
- ¿Qué buscáis?
- Rabí, ¿dónde vives?
- Venid y veréis

Se les pasa las horas volando al escuchar al nuevo amigo. Les abre el corazón de par en par explicándoles el motivo de su venida. Los hace partícipes de su misión: hacer que los hombres sean felices dándose cuenta del amor que Dios les tiene. Les abre un nuevo panorama que vale la pena vivir.

Cae la tarde y tiene que despedirse. Volverán a verse.

Mientras tanto Juan Bautista les espera deseoso de tener noticias.

¡Ha valido la pena esa tarde! Están deseosos de llegar a sus casas y contar lo que han visto: Andrés se lo contará a su hermano Pedro y Juan a su hermano Santiago.

Pasan los días, el pueblo está revolucionado con las noticias que han llevado. Todos quieren conocer a Jesús.

Al grupo del Señor se les ha unido Felipe y Bartolomé. Felipe se encontró en el camino con el Señor y escucho de Jesús que le decía: ven y sígueme. Y no pudo resistirse.

Y Bartolomé fue enganchado por Felipe que le llevo a Jesús. Eran muy amigos, la amistad fue el cauce que Dios quiso para que Bartolomé siguiera al Señor. Bartolomé no hubiese aceptado seguir a alguien que era de Nazaret (era del pueblo vecino).

Nuestro Padre: El apostolado no depende: ni del carácter, ni del temperamento, ni del tiempo, ni de los años, ni de la salud, ni del ambiente, ni de las circunstancias, ni de las ocasiones, ni del entusiasmo, ni de la fogosidad. El apóstol no ha menester hombros de gigantes, sino pecho enamorado y aficionado al Su servicio.

Que nadie que pase a nuestro lado pueda decir Hominem non habeo. Que tristeza. De nuestro Padre, carta 15.X.48, n. 3: Vuestro empeño apostólico se ha de manifestar en la preocupación concreta y positiva, por santificar a las personas singulares que estén cerca de vosotros, por motivos de trabajo, de relaciones sociales, o por cualquier otra razón. Que nadie que se acerque a vosotros pueda decir después que no se sintió empujado a tratar más a Cristo, a amar más a Dios.

No nos movemos por temor sino por amor, pero considerar las omisiones. Parábola de los talentos. A todos pide el Señor el 100 por 100. No valen excusas.

De nuestro Padre: Cuanto más lejos de la verdad de Cristo esté el lugar en que os movéis, más dentro de Dios debéis meteros, con vuestra vibración interior y con el fervor apostólico. Así seremos luz, farol resplandeciente, encendido en las encrucijadas de esta tierra.

Padre, cómo podemos tener gancho en el apostolado: Yo no tengo ninguno. ¿Tú te acuerdas de Pedro, desesperado de una noche entera de bregar en el mar? Volvía a la orilla sin haber pescado nada, y el Señor le espera y le dice: ¡duc in altum et laxate retia vestra in capturam! ¡Mar adentro, echad vuestras redes para pescar!... bajo tu palabra Jesús, lanzaré la red (De nuestro Padre, la Lloma 1972)

15. CANSADO DEL CAMINO: EGOISMO

(Jn 4, 6)

Al comienzo del verano, cuando el sol estaba en medio de su carrera, llegó Jesús al pozo de Jacob, y, fatigado, se sentó sobre el brocal. Los discípulos se marcharon al pueblo cercano para comprar que comer, mientras El se quedo solo, en pleno mediodía, cansado del camino.

No hay la más ligera sombra en el campo que se apiade de la fatiga del Señor. Y así aparece, a pleno sol, con su cuerpo encorvado, los codos sobre las rodillas, las sandalias llenas de polvo, y su rostro sofocado y sudoroso.

Solo, a campo descubierto, los labios resecos de la sed y del calor, mirando con sus ojos negros, muy negros, aquellas mieses ya maduras, que se mecen ligeramente cuando pasa una aislada ráfaga de viento, que viene a romper la calurosa quietud del mediodía.

Y de pronto aparece en la escena, como intrusa que roba la soledad, una joven samaritana, que, airosa en el andar, viene por agua a esta hora desierta.

Bella, pecadora, inconsciente.

Para ella es aquel día uno cualquiera de su vida, una vida empujada por sus caprichos. Y, frívola y superficial, se encuentra con Cristo cuando no lo esperaba.

Junto al brocal se dan dos actitudes: Dios cansado y una mujer inconsciente. El Amor y el egoísmo.

El Amor es hoy casi desconocido. Es lo que nos impulsa a lo sublime, a la entrega, al heroísmo. Por el rompemos sin consuelo todas las satisfacciones que la vida nos ofrece. Por el, pulverizando las cosas pasajeras, nos esforzamos en el cumplimiento de una misión divina. Esta representado por Cristo cansado, por esa extraña figura de un peregrine lleno de polvo y sudor.

El egoísmo, sin embargo, esta a la orden del día. De sus figuras van tus ojos llenos. Es difícil poner los ojos en alguien sin encontrarnos su huella. Aparecerá en la irresponsabilidad de la vida de unos; en la alegría externa y loca con un profundo vacío interior de otros; en esa sensualidad de muchos; en las conversaciones impúdicas; en la desvergüenza colectiva.

El egoísmo se manifiesta por esa vaciedad del ambiente, que hace a los hombres como productos artificiales, incapaces de reaccionar ni ante la muerte de un amigo en terribles circunstancias, que son las circunstancias ordinarias, constantes, de su misma vida.

La figura de Cristo cansado es una serena postura frente a la agitación inútil de tantos.

Se cuenta de un jardín de México que, en una época espléndida, fue el escenario de una elegantísima fiesta.

Suntuosamente decorado, presentaba el desfile de la mas brillante juventud, de la mas distinguida belleza y de la mas estable riqueza, que, en una cálida noche, se dieron cita bajo los destellos de innumerables luces y joyas. Cuando los mas rezagados asistentes se marcharon, los criados recogieron las cosas mas apremiantes y comenzaron a apagar las luces; poco después ya estaba sumido en silencio y sombras. Por diversas circunstancias no volvió a haber mas fiestas en su recinto.

Cincuenta años mas tarde, en ese jardín abandonado: todo había crecido o muerto de manera salvaje. Las hojas caídas de los árboles formaban un manto espeso; algunos cables eléctricos rotos cuelgan mecidos por el viento, la hiedra cubre desordenadamente el templete... ¿Donde esta ahora aquella belleza? ¿Y la juventud? ¿Donde las intrigas y proyectos de aquellas cabezas en la cúspide de un éxito transitorio?

¡Qué cerca de ellos se abría el abismo del olvido y no se daban cuenta!

No quiero que olvides la figura central de este relato: Cristo, cansado.

La samaritana representa lo transitorio, la fortuna, la belleza, los aplausos. La sombra. Los hombres, de los que mendigamos esas cosas, son sombras también, y sombras transitorias.

Solo el Amor perdura.

Solo Dios permanece, no las cosas a que servimos.

Hombres importantes ha habido en la tierra, que conquistaron imperios. Pasaron. Solo el Amor trasciende. Si todo pasa, Dios permanece.

Amor con obras. El Apostolado es un campo inmenso y abierto a la practica de ese Amor.

Cuando los discípulos llegaron a Cristo, le ruegan que coma. El no quiere. Tiene otro alimento que consiste en el cumplimiento de la voluntad del Padre. Sus ojos están fijos en las mieses que llegan hasta el horizonte, y en ellas ve otras mieses, de otros siglos, de otros campos. Cuando responde a sus discípulos, les dice: Alzad vuestros ojos, tended la vista por los campos y ved ya las mieses blancas y a punto de segarse.

Y dóciles al mandamiento de Cristo levantamos hoy nuestra mirada, dispuesta al Amor que permanece y vemos la tierra entera cubierta de mieses blancas ya, de mieses que se pierden sin que nadie las recoja, mieses que se mueven y se abaten por vientos contrarios; cabezas de millones de hombres que se agitan por mil errores. Entre ellas vemos también a operarios, que no son de Dios, hurtándolas, que las recogen para el fuego, que las encienden y las queman, que las infectan con mil razones falsas. Y esa labor de destrucción la llevan a cabo con aparatos modernos de terrible eficacia.

Estoy, Señor, viendo esa estampa imborrable, en la que apareces tu cansado y abatido, y una mujer inconsciente junto a ti. Ella y yo hemos aprendido, viéndote, que sólo el Amor dura. Y mientras ella corre hacia Siquem, yo comienzo a levantar mis ojos y mi corazón, ya tuyos, y a tenderlos por los campos contemplando las mieses blancas ya, a punto de la siega.


16. SOBRE TU PALABRA

(Lc 5, 5)

Escena: Mar de Tibiriades. Mar adentro una barcas, que se acercan hacia la orilla después de una noche de trabajos

En aquella paz silenciosa, rota tan solo por el lejano rechinar de las tablas de las barcas y el ruido de fondo de las olas de la orilla, se advierte como acudían, por la parte que da a la ciudad, muchos hombres, mujeres y niños. Llegaban, hacia un sitio donde se arremolinaban, en oleadas cada vez mas numerosas.

El pueblo, apretado en la playa, escucha en silencio las palabras que salen de los labios de Jesús de Nazaret, que estaba sentado
en una de las barcas, un poco metida en el agua del mar.

Acabada la platica, oímos como el Señor dirigiéndose a Pedro le ordeno:

—Duc in altum —rema mar adentro— y echad vuestras redes para pescar.

Pedro, que es pescador desde niño, que tiene la experiencia de sus antepasados junto a la de su larga vida en el oficio, sabe muy bien que no pescaran nada. Además, toda la noche han trabajado, cansados, echando y sacando la red... y siempre la han sacado vacía.

Todo aconseja no obedecer al Hijo del Carpintero. El no tiene por que saber cosas del oficio de pescador. Toda la experiencia, la remota y la próxima, aconseja a Pedro tratar de disuadir a su Maestro de tal aventura.

Pero Pedro tiene fe en Jesús; sabe, porque es humilde, que lo mejor que puede hacer es obedecer. Y lo hace sin perdida de tiempo, informando antes al Maestro de su experiencia, pero sin tomar excusa de esta información; acto seguido, echara la red. Por eso le dice:
—Maestro, toda la noche hemos estado fatigándonos y nada hemos cogido; no obstante, sobre tu palabra, echare la red.

Tú y yo, desde la orilla, hemos escuchado la conversación. Vemos descender las redes al mar.

Y habiéndolo hecho, recogieron tal cantidad de peces que la red se rompía... hicieron señas a la otra barca, para que viniesen y les ayudasen. Vinieron luego y llenaron tanto de peces las dos barcas, que faltó poco para que se hundiesen.

¡Qué pesca más abundante! ¡Cómo tenemos que envidiar a los que se embarcaron con Jesús! Porque, mientras sus barcas se llenaban de peces, tú y yo nos quedamos solo, con nuestra caña de pescar en la mano.

17. POR EL TEJADO: FE

“y abierto el techo. Le descolgaron con la camilla al medio, delante de Jesús” (Lc 5, 19).

Hemos logrado, a pesar del gentío, introducirnos en la casa, junto a Pedro, muy cerca del Señor. Muchos, por no caber dentro, se han quedado fuera. Como nosotros tantas veces. Se oye el murmullo, que crece por momentos, de la gente que llega en oleadas cada vez mas numerosas. Se contentan con la esperanza de ver a Jesús cuando salgamos. 0 de tocar su túnica al pasar.

Jesús esta enseñando. No faltan, sentados también muy cerca de El, varios fariseos y doctores de la ley, que habían venido de todos los lugares. ¡Que lastima nos dan! Son los que lo saben todo, los que critican siempre. Se empeñan en mantenerse en esa postura frente a Jesús, y no quieren cambiar. Examinan nuestro grupo, y escuchan la palabra del Señor buscando sólo que censurar. ¡Qué distinta disposición espiritual la de estas gentes sencillas!

Mientras tanto, cuatro hombres audaces, con fe en el Señor, traen a un paralítico para que lo cure. Y hacen diligencia para meterlo dentro y ponerle delante. Luchan, forcejean, procuran abrirse paso; pero nadie cede su puesto. Se encuentran como con un muro impenetrable.

Pero no se dan por vencidos. Se van por otras calles, llevando consigo al enfermo. Hasta alcanzar por detrás la casa donde estamos con el Señor. Logran poner pie en la escalera, por la que se sube al terrado.

Dentro se escucha sus pasos en el techo. Jesús sigue hablando. Demasiado sabe Él lo que esta ocurriendo. Después, comienzan a dar golpes.

Todos miran hacia arriba: están perforando el terrado. El Señor no se inmuta. Caen trozos de barro seco, a pesar del cuidado de quienes lo hacen. Por fin se ve, por la abertura, el cielo.

Jesús sigue hablando. Pero todos miran al boquete descubierto, que se hace mas y más grande. Trabajan de rodillas, se ven sus rostros.

Con cuerdas descuelgan la camilla con el cuerpo de aquel hombre. Y así, lo colocan delante del Señor. Todos guardan silencio.

El Señor suspende su enseñanza. Mira al hombre paralítico y le sonríe. Los ojos del hombre, que esta ahí, en el suelo, se avivan.

Los cuatro audaces se han quedado en el techo. Sus cuatro caras pegadas miran respetuosas y atentas. No dicen nada. El Señor también les mira a ellos. Quisieran esconderse, no pueden. La humildad brota en sus semblantes. Y también les sonríe.

Con Jesús volvemos nuestra mirada al paralítico. Parece como si toda su vida se agolpara en sus ojos: miran llenos de esperanza. La compasión divina se posa en esa esperanza. Vuelven a avivarse los ojos del hombre.

La Misericordia infinita y la miseria infinita, frente a frente. Y en la sala, un silencio impresionante.

—Tus pecados te son perdonados.

Los escribas y los fariseos se remueven en sus asientos: están pensando mal. Jesús quita sus ojos del enfermo para encararse con ellos, mas miserables que el paralítico, por ignorar su miseria.

—¿Qué es lo que andáis revolviendo en vuestros corazones? ¿Que es más fácil decir: Tus pecados te son perdonados, o decir: Levántate y anda...?

La figura de Jesús esta erguida, serena, dominando el ambiente. Misericordiosa y protectora para el humilde caído, desafiante y acusadora para la soberbia engreída.

Los aludidos bajan los ojos y enmudecen. Sus cabezas se inclinan. El Señor les sigue hablando, pero ellos no oyen ya, turbados de vergüenza...

—¡Levántate!... Cargo con tu Camilla y vete a tu casa.

Jesús al momento mira a los cuatro del tejado. Es este milagro un premio a su fe callada y operativa.

Y el que había sido paralítico obedece, y sale lleno de gozo, dando gloria a Dios.

Desde dentro se escucha el clamor de las gentes en la plaza. Se sorprendieron al ver la obra de Dios, realizada a pesar de ellos. Salió el hombre de aquella casa por donde no entro. Y volvió a su hogar por un camino que no había andado, a vista de todo el mundo, de forma que todos estaban pasmados y dando gloria a Dios, decían: Jamás habíamos visto cosa semejante.

¿Quienes serian aquellos cuatro que abrieron la brecha del techo?

Hemos aprendido de ellos, confirmándolo el Señor, que la audacia debe llevarnos a poner por obra lo que nos enseña la fe.

Que no hay dificultad para los hombres de Dios.


18. MATEO: VOCACIÓN

(Mt 9, 9-13; Mc 2, 13-17; Lc 5, 27-32)

Acompañamos al Señor un día más. Y como siempre, tu y yo detrás de Jesús. Queremos descubrir, entre las pisadas de los que van delante, cuales eran las huellas del Señor. Como niños pequeños nos entretenemos en pisar las señales de sus pies, pisando sobre sus pisadas (eso es hacer la oración). Llenos de ilusión pensamos que, caminando así, hacemos lo mejor.

Cuando ya se terminaban las casas, vimos la última, pequeña, con la puerta mirando al mar. Delante, en fila rigurosa, estaban muchos judíos con bolsas de dinero en sus manos.

Jesús se ha parado un instante frente a la puerta de esta casita, mientras que los judíos le observan sin cesar.

Tu y yo esperamos que comience de nuevo a andar para ser los primeros en pisar sus pisadas. De nuestro juego infantil, nos despertó la voz de Jesús, que dijo:

—¡Sígueme!

Alzamos nuestros ojos del suelo y vimos que el Señor hacia señas con su índice a un hombre que sentado en el banco de los tributos le estaba mirando.

Mateo miraba a Jesús con asombro; una interrogación se dibujaba en su rostro, como diciendo: ¿A quien es? ¿A mi?

Pensando que la llamada era para él, sin mirar más, sin atender a toda aquella gente que aguardaba para pagar, sin contar los montones de dinero que estaban encima de la mesa, y sin cerrar siquiera la puerta de su casa, dejándolo todo como estaba, levantándose le siguió.

Los judíos de la puerta no comprendieron aquella locura: ¿por qué deja abandonado todo a una palabra de Jesús?

¿Por qué, al paso de Jesús, abandona con desprecio el dinero, que antes ambicionaba con tanto ahínco y afán? ¿A que es debido ese cambio de conducta?

Tu y yo entendemos que era uno más que se nos unía. Ya no perderá mas tiempo ganando solo dinero; dedicará su vida a andar por caminos de amor y de ideal, de heroísmo y de cielo, siguiendo a Jesús a donde quiera que vaya. Y por El dejara también, un día, con su sangre, su vida.

Mateo no estropeó la elegancia de su entrega sin palabras, con remilgos egoístas, como hubiera sido el poner en orden sus cosas, el recoger el dinero, el mirar para atrás cuando se acercaba a Jesús, dejando a sus espaldas las ilusiones de siempre.

Y Mateo es publicano... No es de los que se pasan la vida discutiendo si es bueno dar el décimo del perejil y de la hierbabuena, es un hombre sencillo y por eso nunca ha sido visto entre los fariseos de su pueblo. No puede con esas hipócritas discusiones vacías... y cuando le ha llegado el momento..., no ha dado el diezmo, lo ha dado todo, con un cambio radical de su vida.

A ti, que me escuchas, te diré:

Tú que le sigues jugando a pisar sus pisadas y conservando tu voluntad, sin haberla entregado, mira la actitud de Mateo.

Muchas veces, tu y yo, hemos comentado la conveniencia de darnos del todo a Jesús, haciéndolo también sin palabras, y siempre acabas diciendo lo mismo..., que mas adelante..., que también sin seguirle del todo se puede hacer mucho bien..., que el Señor también quiere que haya recaudadores de tributos..., que...

No es preciso que hablemos mas, la conducta de Mateo es bastante elocuente.

Y Jesús esta pasando por tu puerta...

19. MATEO: POBREZA

Mateo, sígueme, exclamó el Señor

Mateo, también llamado Leví, deja las cuentas que estaba preparando y se dirige hacia el Señor. Le mira complacido y, despidiéndose de sus compañeros de trabajo, sale de su habitación acompañando a Jesús.

En la puerta de la casa esperan Pedro y los demás. Están sorprendidos, sin dar explicación a lo que están viendo con sus ojos. Y Jesús les dice: Desde hoy también formará parte de nuestro grupo. ¿Cómo puede ser que un hombre que es rico pueda dejar todo para seguir al Señor? Y tú y yo nos preguntamos que tendrá Jesús para que le siga tanta gente, llegando a dejar todo lo que tienen entre manos para entregárselo.

¿Cómo ha convencido Jesús a Mateo en tan poco tiempo para dejar todas las cosas y seguirle? Mateo estaba metido en su mundo, únicamente vivía para ganar mucho dinero y así poder divertirse con sus amigos. Tenía el corazón apegado a las riquezas.

La vida de Mateo va a dar un giro de 180 grados. El Señor le hizo ver cómo Él, siendo quien es, nació pobre y vive sin un lugar donde reclinar la cabeza; pero está feliz y contento. Tiene el corazón puesto en su Padre Dios y en los demás. Con ese desprendimiento de las cosas de la tierra es capaz de tener el alma libre, y de querer de verdad a la gente, sin clasificarlas por lo que tienen, sino por lo que son.

Mateo descubrió que el programa que le planteaba el Señor valía la pena: dejarlo todo por el reino de Dios. ¡Ya está bien de ser un egoísta!

Horizonte: el apostolado. Tenemos que dar testimonio cristiano: austeridad, sobriedad, no crearse necesidades, desprendimiento de los bienes materiales. Nuestro Padre: si no nunca serás apóstol.

El acento lo tenemos que poner en el ser desprendido frente al tener. Nuestro Padre: La felicidad no está en tener (que inquieta) sino en no necesitar.

La pobreza no es carencia, es no tener dominio. La condesa de Humanes (título grande de España), residía en una casa de abolengo, pero no gastaba nada para sí misma. Retribuía muy bien a su servicio y el resto lo destinaba a ayudar a los necesitados. Pobre del comedor de caridad: cuchara de peltre, la miraba con fricción y al terminar de saborear su ración, volvía a mirar la cuchara con unos ojos grandes que gritaban: ¡es mía!

Señales de la verdadera pobreza: no tener cosa alguna como propia; no tener cosa alguna superflua; no quejarse, cuando falta lo necesario, especialmente, en las enfermedades; elegir, si se puede, lo más pobre.

El fondo del desprendimiento está la búsqueda de pasar oculto en la elección de lo peor, para que llegue a Dios toda la gloria.



20. NO TENGO HOMBRE. VIRTUDES HUMANAS

(Jn 5, 7)

El triste espectáculo del mundo. Vamos entre enfermos, ciegos, cojos, paralíticos, tendidos a uno y otro lado. Todos viven porque esperan. Todos quieren curarse, nadie hace nada por ello. Solo esperan.

“Un ángel del Señor descendía de tiempo en tiempo a la piscina, y se agitaba el agua. Y el primero que después de movida el agua entraba en la piscina, quedaba sano de cualquier enfermedad que tuviese”.

Por allí andaba un hombre que llevaba treinta y ocho años enfermo. Toda una vida. Paralítico. Esperando. Es de edad avanzada; Jesús se ha fijado en él:

—¿Quieres ser curado?
—Domine, hominem non habeo; Señor, no tengo hombre.

Le hacia falta un hombre que lo metiera en la piscina tan pronto como el agua se agitara; por eso, mientras el hacia esfuerzos para echarse al agua, otro bajaba antes. Eso le ha ocurrido una y otra vez, durante su larga enfermedad. Siempre ha fracasado en su intento.

Pero no ha desistido, y ahí ha permanecido, junto al agua. Paralítico como esta, le es imposible ganar la carrera. Treinta y ocho años de fracasos no le alejan de su esperanza.

Le falta un hombre.

Ha hecho todo lo posible por reemplazar esa falta; posee virtudes humanas:
su reciedumbre, al recibir animoso fracaso tras fracaso;
la grandeza de la sencillez y naturalidad con que lleva su difícil situación;
la constancia: si ayer hubiera dado por terminada su lucha, hoy no lo hubiese encontrado el Señor;
la sinceridad y nobleza que manifiesta al contestar a Jesús, atacando directamente la raíz del problema.

Pero estas virtudes no son suficientes. ¡Si el hubiese tenido un hombre...!

Tener hombre. Es el camino ordinario de curación. Jesús le dice:
—Levántate, coge tu Camilla y anda.

De repente, se hallo sano. Era día de sábado. Había sido curado de manera distinta a como había esperado tanto tiempo.

Las palabras del paralítico se tienen que quedar grabadas en nosotros: No tengo hombre.

Esto fue la causa de tan largo problema.

Es preciso ser hombre para llevar al hombre viejo a las aguas de la salud. Sin virtudes humanas, un hombre no es mas que un guiñapo, un paralítico, un ciego, un enfermo del alma. Un estomago con patas. Un fardo de grasas.

El verdadero problema del paralítico consistía en no tener hombre, mucho mas que en la misma enfermedad. Por eso estuvo toda la vida atado a una camilla.

Por no ser hombres cabales, están junto a nuestro camino multitudes incapaces de levantarse de su postración y abandono, teniendo la salud al alcance de la mano.

Y es que un santo de hoy no se concibe sin virtudes humanas.

Es preciso tener muy presente la parte humana. Con todas sus facetas. Con toda su belleza.

La gracia no destruye, eleva y ennoblece.

Un hombre cabal no nace, se hace. Poco a poco, con actos repetidos.

Un hombre así esta en las mejores condiciones para aprovechar las aguas que se agitan para el: es el audaz, el sincero, el varón de deseos, el de ideales nobles, el de voluntad recia, el valiente, el diligente, el que conjuga la intransigencia con la comprensión, el generoso. Es alegre, responsable, laborioso y leal.

Del corazón de todos nosotros tiene que surgir la misma oración: Señor, mándanos hombres así. Porque nuestro mundo necesita hombres nuevos. No hace falta nada mas que mirar y observar: esa inmensa podredumbre, con oídos que no oyen y ojos que no ven. Ahora que hablamos tanto de los derechos del hombre, pero que prescindimos de los deberes que son su necesaria contrapartida.

El mundo de hoy esta como acabamos de ver al paralítico, y debe crear una nueva clase de hombres:
íntegros, cabales, recios, generosos, capaces de corregir, dentro de sus posibilidades, todo el mal que los hombres mundanos han provocado, a causa de una libertad mal entendida y mucho peor empleada.

El mundo se hunde no por falta de planes, sino por falta de hombres. No deben surgir planes, sino hombres, hombres superiores, atletas del espíritu.


21. MANO SECA: MORTIFICACIÓN

Lc 6, 10: “dijo al hombre: Extiende tu mano. Y la extendió”

Alrededor del Señor han comenzado las intrigas contrariedades de los fariseos. Molestan constantemente y siempre por cosas sin importancia.

La escena de hoy se desarrolla en sábado. Jesús está enseñando en la sinagoga. La gente está alegre escuchando la doctrina del Señor; pero la presencia de un grupo de fariseos hace temer la crítica.

Entre el auditorio hay un hombre que tiene una
mano seca. La derecha precisamente. Jesús le manda ponerse en medio. El hombre obedece. Todos vemos la mano muerta, anquilosada, seca. Hace calor, lleva poca ropa.

El Señor pregunta a los fariseos si es licito curar a un hombre en sábado: ellos bajan sus cabezas y callan.

Entonces se dirige al hombre, y ordena:

—¡Extiende tu mano!

Vemos el esfuerzo que hace por obedecer: los músculos están sin movimiento desde hace años. Da la impresión de que van a saltar astillas de aquella carne endurecida, ante aquel esfuerzo supremo.

Y al momento se obró el milagro. Pero a pesar de serlo el Señor exigió un esfuerzo doble:
- La fe, sin ella el Señor nunca obra nada.
- El dolor, para poner en movimiento unos músculos.

Así también sucede en la Naturaleza, unos seres suceden a otros. La vida a la muerte. El dolor es la antesala de la vida, la cual comienza, en el hombre, siempre llorando. Todo tiende a la muerte, por otra parte, en el mundo de los vivos y en la vida personal de cada uno de nosotros.

La mortificación, el dolor, es un medio para la vida. Y es un medio para un autentico progreso espiritual. Sin ella, el hombre se estanca. Y lo que se estanca se muere.

Una mano seca... Nos sugiere problemas personales, sin resolver, que acaso, por acostumbrados, no descubrimos.

Pero para el Señor: Aun hay remedio. Todo es posible. Cristo es el mismo : el de ayer y el de hoy.

Quizá falte solo nuestro esfuerzo.

Al sentirte hoy tu delante del Señor, como el hombre del evangelio, quizá descubras que tu problema es el corazón. Viniste a la vida con una misión concreta, divina, que no puede hacer ningún otro ser en la tierra: amar. Y de pronto ves que van pasando los años, distraídos en mil cosas, y no acabas de amar.

Sabes de memoria que una vida sin amor es una vida sin sentido, por brillante que ella sea, pero pronto lo olvidas, aturdido por ese montón de cosas pendientes que siempre te persigue.

Tienes un corazón seco.

Un doble esfuerzo, también hoy, tendrás que hacer tu: Creer, que puedes hacer en la vida aquello para lo que vives. Y sufrir el dolor de poner en movimiento algo que en
ti estuvo siempre seco.

Todo cambio es doloroso, pero es preciso para la vida.

Se dice que la función crea el órgano. Por eso la mortificación, que es fruto del amor, puede también facilitarlo. La mortificación no es solo romper cadenas que atenazan y anquilosan, sino demostración operativa del amor de Jesús, y preparación y ejecución perfecta de cualquier apostolado.

Sin mortificación no hay humildad, y sin humildad ¡qué difícil es amar!

Como cuesta entender que la mortificación es vida. Nos lo dice el Señor: En verdad, en verdad os digo, que si el grano de trigo, después de echado en la tierra, no muere, queda infecundo; pero si muere produce mucho fruto. Quien ama la vida la perderá; y quien aborrece su vida en este mundo, la conserva para la vida eterna.

El hombre animal no percibe las cosas del Espíritu de Dios.

¿Por que crees que se priva el atleta de cosas que no son malas? Mortificación: morir para vivir. Ella es solo medio. Lo que nos enseña el Apóstol: traemos siempre en nuestro cuerpo por todas partes la mortificación de Jesús, para que la vida de Jesús se manifieste también en nuestros cuerpos.

Y San Juan de la Cruz nos dejara una recomendación
tajante. «Si en algún tiempo, hermano mío, le persuadiere alguno, sea o no prelado, doctrina de anchura y mas alivio, no lo crea ni abrace, aunque se la confirme con milagros, sino penitencia y mas penitencia, y desasimiento de todas las cosas. Y jamás, si quiere llegar a poseer a Cristo, le busque sin la cruz.»

Corazón seco: ¡atento al dolor! El que nos viene de Dios es el que trae mayor ganancia.

22. NAIM: LA MUERTE

Lc 7, 14: “A ti te digo: “Levántate”

En las afueras de Naín se cruzan dos columnas de
hombres: una sigue a la Vida, la otra a la muerte.

A la cabeza de la primera va Jesús, seguido de sus discípulos y mucho gentío, que iba llegando. El personaje central de la segunda es un hombre muerto. Forman un cortejo fúnebre para llevarlo a enterrar. El difunto era hijo único de su madre, la cual era viuda: e iba con ella gran acompañamiento de personas de la ciudad: amigos, parientes, vecinos. Esta columna salía.

Al joven de Naín lo llevaban a enterrar. Va rodeado de íntimos, conocidos, paisanos. Los de siempre.

Estamos en nuestra oración y tú y yo nos podemos ver ahora en este cortejo: ¿Vas o te llevan?

Ese cortejo que te acompaña en tu existencia y esas cosas con las que llenas tu vida ¿adonde te conducen?

Dentro de unos años, muy pocos, todo tu cortejo se habrá esparcido, para integrar otros cortejos, a los que también ha de abandonar. Pero tu estarás enterrado, definitivamente segregado del mundo de los vivos.

Quisiera que te miraras a ti mismo a ver si puedes identificarte con el hijo de la viuda de Naín, llevado de
idéntico modo, por eso que llamas «tu vida», a enterrar...

Ese camino en que te sorprendo ahora, con tu propia horizontalidad e inconsciencia, puede ser similar al camino del difunto. Tus relaciones, tus amistades, tus parientes, a pesar de la algarabía de tus éxitos, ¿no forman acaso un cortejo fúnebre?

Te llevan a enterrar.

Tu personal desgracia puede consistir no solo en ser un miembro mas de una columna de hombres que sigue a un cadáver, sino en ser tu el personaje principal de tu cortejo.

¡Tu propia horizontalidad e inconsciencia!

Muy cerca de ti, de tu cortejo, de tu entierro, marcha
la columna del Señor. El Evangelio nos cuenta que Jesús se arrimó y toco el féretro; y los que le llevaban, se pararon.

¿Se detienen ante Cristo los que te llevan a ti?

Todo porque vio las lagrimas de la madre. ¡Cuántas madres hoy empujan a sus hijos por el camino de la sepultura! Procuran que Jesús no se fije en ellos, y si se fija, se los ocultan..., para que sigan su camino cómodo, el que sigue la mayoría, el que termina en la fosa.

El Señor, dirigiéndose al muchacho: ¡A ti te hablo, levántate!

Jesús habla a un muerto, en el camino de la tumba.

A ti te digo. Palabras que subrayan el mandato del Señor. Como si quisiera decirle —decirte—: date por aludido, no te hagas sordo, no te excuses en la generalidad, hablo a tu persona y no a otra, a pesar de tus circunstancias, tus proyectos y tus locuras.

¡Se sincero! A ti te digo ¡No sientes estas palabras como si te las dijera a ti!

¡Levántate!

Sinceridad. Analicemos nuestra vida con sinceridad, veamos adonde nos conduce ese ir y venir, ese irse constantemente; miremos con objetividad ese complejo de éxitos, ilusiones y proyectos, ese entierro. ¿De qué servirán todas esas cosas que te aturden, cuando te dejen solo los que ahora te llevan, cuando des el salto al otro lado de la existencia?

Sinceridad para aplicarnos las palabras del Señor. Tibi dico, a ti te hablo. i Levántate!

No te contentes con levantarte tan solo, con ser un
cadáver vertical. ¡Vive!

Ponte en guardia contra esa secreta traición del
tiempo.

Deja de ser el personaje central del cortejo de la
muerte, y hazme caso.

Escucha su palabra y ponlas por obra. ¡Aunque estés muerto!

El joven se levanto. Y Jesús se lo entrego a su madre. Se lo entrego vivo.

Salto del féretro y comenzó a seguir a Jesús. Se deshizo el cortejo fúnebre. Se incorporaron a la columna de la Vida.


23. SE VA QUEDANDO SOLO: DESPRENDIMIENTO

Mt 14, 13: “las gentes, salieron de sus ciudades, siguiéndole a pie”.

Las aldeas vacías al paso del Señor. Por los caminos enorme caravana: es una columna inmensa de gentes que le siguen. Comenzaron a ir tras de Cristo olvidados de si: así como estaban. No perdieron el tiempo en tomar provisiones para el viaje. No calcularon tampoco el tiempo que duraría el camino.

Le siguen, eso es todo. Una vez, Jesús, viendo tan gran gentío, se movió a lastima y curo sus enfermos. Y multiplico cinco panes y dos peces, únicas reservas de aquella muchedumbre. Y el numero de los que comieron fue de cinco mil hombres, sin contar mujeres y niños. Sobraron doce canastos llenos de pedazos.

En otra ocasión dirá Jesús: Me causan compasión esos hombres, porque tres días hace ya que perseveran en mi compañía y no tienen que comer, y no quiero despedirlos en ayunas, no sea que desfallezcan en el camino. Multiplicó con exceso los panes que tenían.

Todos hacen esfuerzos por ponerse en primera fila, y escuchar así mejor su palabra. Se ponen en camino sin entretenerse con nada.

Todos. Menos un hombre viejo que se ve en la ultima fila con un saco medio lleno a sus espaldas; este se entretuvo en tomar provisiones: unos higos secos, dos mantas, un queso...

Llego tarde, cuando todos estaban ya en marcha. El quiere seguir a Cristo, quiere también escuchar su palabra, pero con sus provisiones...; y, por no estar suelto y desenredado, se va quedando atrás, embarazado con sus cosas.

El Evangelio no lo cuenta. Pero podemos imaginar a ese
hombre, al rezagado, que no quiere tirar su saco, quedándose atrás. La caravana de los que le siguen es, sin
embargo, cada vez mas numerosa. Se va quedando solo.

Mas tarde, renqueando y sofocado inútilmente, aun siguiéndole a lo lejos. Pisando huellas lejanas de Cristo,
con riesgo de perderse en el desierto, si sopla el viento
y borra las huellas del Señor y de los que lo siguen de
cerca.

Puede encontrarse, por ultimo, dando vueltas en circulo cerrado, en un camino sin sentido, pisando sus propias huellas. Terriblemente solo.

Los que siguen a Cristo sin abrigo y sin comida van
cerca de El. Escuchan mejor su palabra. Mas cerca, cuanto mas sueltos. Olvidados de si. Desprendidos de todo.

Sabemos que el Señor echo del Templo a los mercaderes diciendo: Mi casa es casa de oración. El corazón del hombre es un templo, que no debe estar lleno de bueyes. Es preciso dejar de estar dominados por amos extraños, es necesario liberarnos del vicio o de la comodidad, del éxito o del ruido.

No se puede seguir a Cristo si se es esclavo de las cosas: siendo esclavo no se es libre, no se es dueño de las cosas ni de si. Que ceguera la de los hombres para ver que el mundo es una comedia continua, en la que uno representa un papel, y en la que muy pronto se acaba saliendo como se entro; que las riquezas y los honores valen solo para salir a escena.

No son las cosas lo que realmente vale. Es Dios nuestro fin. El Único y el Todo.

La caravana de los que siguen a Jesús aumenta cada día. Los que la forman viven pensando solo en el Señor: quieren estar mas cerca de El cada vez.


24. REY: VISIÓN HUMANA

Jn 6, 15: “Conociendo Jesús que habían de venir para llevárselo por la fuerza y nombrarlo rey, huyó el solo otra vez al monte”.

Los galileos quieren hacerle rey. Y El se esconde. Están asombrados de su poder. Han visto los milagros que ha hecho, y ahora vienen siguiendo a Jesús en grandísimo gentío. Son cinco mil hombres, sin contar las mujeres y los niños.

Herodes cree que es Juan Bautista resucitado. El pueblo le sigue. Pero ninguno tiene visión sobrenatural suficiente. El primero teme, el segundo ama; ninguno ve.

Ha habido una intensa actividad apostólica, tan agobiante, que no les dejaba tiempo de comer. Y Jesús ha decidido retirarse con sus discípulos a un lugar desierto cerca del mar de Galilea. En barca atravesaron el lago.

Pero las gentes de todas las ciudades vecinas le siguieron a pie, y llegaron antes a la otra orilla. Y Jesús, al verlas, se ha movido a lastima y ha curado a sus enfermos. Los ve como ovejas sin pastor.

Ya esta cerca la Pascua. Es plena primavera. La inmensa multitud no quiere estar sin El. Le acosan.

Se ha hecho muy tarde, y es un lugar desierto. Los discípulos sienten preocupación por las gentes. El Señor tiene sus planes.

Felipe es probado por Jesús, y —Felipe, muy humano— se manifiesta pesimista: Doscientos denarios de pan no bastan para que cada uno tome un bocado.

¿Que pensaría Andrés cuando anuncio que había allí un muchacho con cinco panes y dos peces? Se porta generoso, pero aun calcula humanamente: ¿qué es esto para tantas gentes?.

Jesús manda que los discípulos hagan sentar a las multitudes. ¡Permanecen de pie! Y los discípulos obedecen.

¿Qué discurrían mientras acomodaban a las gentes? No se entretienen en pobres cálculos humanos: obedecen. No piensan que ya es tarde, que conviene aprovechar el tiempo, según su consejo, para ganar camino de regreso. Obedecen rendidamente.

No piensan en mas. ¡Ejemplar conducta de los apóstoles! Actúan, ahora si, con visión sobrenatural. Y Jesús multiplica aquellos panes. Lo mismo hace con los peces.

Y comen todos. Y se sacian todos. Y son cinco mil hombres, sin contar mujeres y niños. Y sobran doce cestos de pedazos.

La multitud se llena mas de admiración. Comprueban que es el Mesías. Y se deciden a hacerle rey. Ya. Quiera o no. Jesús no les dijo nada. No hubieran entendido. Se esconde. Huye al monte. El solo otra vez.

¿Rey? ¿De que le quieren hacer rey? ¿de un montón de calaveras, que eso seremos los hombres?... Olvidan la grandeza de Dios .

Aquellos galileos querían a Cristo, pero les faltaba visión. Le buscan, quieren darle lo mejor que tienen, le aman con entusiasmo..., pero no aciertan a saber quien es.

Su pobre mirada humana no barrunta su grandeza. ¡Como hacemos chicas, en nuestras manos, las cosas grandes!

Y quieren hacerle rey de su pueblo. ¿Rey? De un poco de polvo, por un poco de tiempo. ¡Que cortos de miras somos los hombres!

Buscamos ansiosos soluciones políticas, económicas, científicas, y no damos con la única solución: Dios. Podemos volar como águilas y nos arrastramos como
sapos. ¡Que torpes! El, que es infinito en el tiempo y en el espacio. ¡Querer hacer rey de un puñado de tierra al que lo
es de las estrellas, de los ángeles y de los cielos!

Todo queremos meterlo en nuestra estrecha medida, y enjuiciamos las cosas según nuestros pobres cálculos humanos. Creemos, si, pero vivimos solo de los sentidos. En las cosas no vemos indicios de Dios. Esperamos un cielo para siempre, y buscamos la felicidad en la tierra, como lombrices. Nos decimos discípulos de Cristo, y nos rebelamos contra la humillación. Somos peregrinos que se olvidan del punto de destino. Vamos hacia la gloria, y nos asentamos, con inútil intención de permanencia, en el camino.

No entendemos, a pesar de llamarnos cristianos, como muchos cambian su brillo humano por una postura oscura entre los hombres, y, si lo entendemos, difícilmente lo vivimos. Conocemos la voz de Cristo y seguimos imperturbables nuestro animal sendero instintivo.

Torpes para ver las cosas con ojos de fe, con ojos de cielo. Si alguna vez se presenta la mano de Dios superando nuestra lógica y haciendo prodigios que nos asombran, lo olvidamos luego.

En Dios ponemos nuestra esperanza y nunca contamos con El.

Ni un cabello cae de nuestra cabeza sin su permiso, pero nos irrita su caída. Y, al enjuiciar los hechos humanos, prescindimos del principal protagonista.

Llegamos a pretender hacer del Señor un satélite de nuestro yo.

Nos olvidamos de Dios, y el dolor tiene que recordarnos su presencia. Y, encerrados en nuestra estrecha visión, olvidamos maravillas.

Si cayéramos en la cuenta, de verdad, ;que cambio radical daría este mundo!

El es el Rey total. De todo. Y por consecuencia, de aquel puñado de tierra que los galileos querían poner bajo sus pies. Ya lo es, no es preciso que los hombres le hagan rey.

Y al enloquecernos, al perder altura, al reducir la realidad a nuestra estrecha visión, no vemos nada. Y El se esconde.


25. VEN: PERSEVERANCIA EN LA FE (VOCACIÓN)

Mt 14, 22-33

Acabamos de ver a Cristo multiplicar unos panes y unos peces, de los que han comido hasta saciarse varios miles de hombres.

Para que los Apóstoles no nos contagien de la locura común los mandó subir en la barca y pasar a la otra orilla, mientras El se quedaba despidiendo a la gente.

Embarcan los apóstoles en medio del mar. Y al cabo de un rato comienza una tempestad en el Tiberiades. No se acaba nunca. Se hacen interminables los minutos. Crujen las tablas con dolorosos presentimientos. Empiezan a temer que van a naufragar.

Miran los remolinos amenazantes del agua, agitados de un lado para otro. La luna está en cuarto creciente —se acerca la fiesta de la Pascua— alumbra de vez en cuando, según la dejan las nubes.

Hacia las tres de la madrugada, creen distinguir la apariencia de un hombre, que se mueve sobre las aguas,
caminando hacia ellos. Y llenos de miedo comienza a gritar.

Creen que es un fantasma. Todos sus ojos se clavan en esa figura, que cada vez se dibuja mas clara en las sombras de la noche. Siguen los gritos. Y de pronto, unas palabras que vienen del mar:

—Tened confianza, soy yo; no temáis.

Es el Señor. Los gritos se han apagado, pero la tormenta continua. Pedro dirige a Cristo esta inesperada petición:

—Señor, si eres tu, mándame ir a ti sobre las aguas.

Pedro no lo hace por presunción. Es la expresión de la alegría muy humana de encontrarnos con Jesús cuando tanto lo necesitamos.

No se hace esperar su voz:

—Ven.

Pedro esta en el agua al momento. Andando sobre ella. Va derecho a Jesús. Ha llegado a los apóstoles una sola palabra, y ha cambiado la seguridad de las tablas de la barca por la seguridad de la fe.

No se ha tirado al agua antes de que lo permitiera el Señor, sabe que solo no puede. Pide esa orden: su fe es humilde. Y también es operativa: tan pronto ha llegado a nuestros oídos la voz de Jesús, cuando el lo pone por obra. No siguió en la barca, como los apóstoles, agarrado cobardemente a sus maderos.

Le vemos acercarse a Cristo. La barca sigue agitándose bruscamente y tienen que afianzarse para mantenerse en pie.

El viento es fuerte, parece que aumenta su furia. Pedro, sobre el agua, teme... Y comienza a hundirse.

—¡Señor, sálvame!

Es un grito angustioso. Irreflexivo, como fue la petición. Dudo cuando ya estaba en el camino. Se da cuenta entonces que no era natural lo que estaba haciendo, que era superior a sus fuerzas...

Duda. Teme. Se hunde.

Jesús le tiende la mano, sonriendo quizá, mientras le
dice:

—Hombre de poca fe, ¿por que has dudado?

El Señor le reprende solo por haber dudado, no por la audacia del proyecto. Le corrige por haber supuesto en un instante que le podía abandonar, después de haberle dejado arriesgarse en aquella aventura.

Con esos mismos altibajos nos manifestamos los hombres: primero, llenos de entusiasmo; después, temerosos ante las dificultades.

Y, como a Pedro, pueden venirnos las dudas por prestar oídos al viento. Es la voz de Cristo la que hemos de escuchar: todo lo demás es viento. El agua se hizo firme bajo los pies de Pedro, cuando este atendí exclusivamente al Señor.

Por fijarse en el viento, comenzó a hundirse. La cobardía siempre tiene argumentos. Nadie pierde la fe o la vocación si no es por su culpa. La fe es riesgo y seguridad, y el Señor priva de testimonios sensibles al que quiere ver enriquecido en ella.

Cuando los vientos me envuelvan, y sus ruidos intenten imponerse, diré lo mismo que Pedro: ¡Señor, sálvame!

Cuando las tormentas desdibujen su figura, y las nubes interiores interpongan su oscuridad, nosotros sabremos que es El. Y, al afirmarnos en la fe, cortemos tajantes cualquier otra esperanza.

Ven.

Esa fue la única palabra del Señor. Nos sentimos embarcados con misión.

Seguimos asidos al borde de la barca, que no cesa de bambolearse. Ruedan de un lado para otro, al ritmo de las olas, unos objetos sueltos de la cubierta. Hay remolinos de aguas oscuras y profundas. Pero tenemos confianza.

Jamás nosotros solos, sin el mandato de Cristo, nos hubiéramos embarcado. Por El estamos zarandeados en medio del mar. Esta aventura de nuestra vida lleva la señal de quien nos la sugirió. Y Dios, por quien estamos ahora aquí, nos ayudara a terminarla con éxito.

No fue el viento, fue la falta de perseverancia en la fe. Por eso se hundió Pedro. Que los obstáculos sirven para vivir la fe. Que no se debe dudar cuando hay que amar. Que en vez de temer, es preciso orar.


26. FUI, ME LAVE Y VEO

Jn 9, 1-38

En la esquina de una calle tortuosa y transitada de Jerusalén, se encuentra un ciego de nacimiento, se ganaba la vida pidiendo limosna. Apoyada la espalda en la pared, metido en el bullicio constante de la calle, tiene su mano extendida...

Parece que hasta ahora el ha sido un indiferente. Se ha mantenido alejado del divino ministerio de Jesús, metido en sus tinieblas y dejando escapársele los días. Como tantos...

Ahora, al pasar, el Señor se ha quedado mirando al ciego con un amor especial, con una comprensión manifiesta, que ha hecho preguntar a los discípulos:

—Maestro, ¿que pecados son la causa de que este haya nacido ciego: los suyos o los de sus padres?

—No es por culpa de este, ni de sus padres; sino para que las obras de Dios resplandezcan en el.


Es la visión que Dios tiene de la situación concreta de un hombre. Para que las obras de Dios resplandezcan en el. ¡Que distintas las interpretaciones humanas!

Quizá, las palabras de los que acompañan a Cristo, interpretando mal la desgracia del ciego, han llegado a
sus oídos hiriéndole. Pero pronto, cada vez mas cerca, el consuelo sereno de una voz amiga llega también.

Hablando a los apóstoles se ha acercado del todo. El mendigo ha escuchado palabras sobre la necesidad de trabajar mientras dura el día, antes que la noche haga su presencia... Que El es la luz del mundo.

Solo oye la voz de Cristo. Han desaparecido para el todos los demás ruidos de la calle, como si nada mas existiera fuera de esa voz que había tan cerca: ni esquina, ni hombres, ni limosnas, ni ceguera...

Jesús escupió en tierra, y formo lodo con la saliva, y lo aplico sobre los ojos del ciego. Este siente el barro en sus ojos y la voz amiga:

—Anda, y lávate en la piscina de Siloe.

Barro en los ojos. ¡Si es un indiferente! El barro que suele poner el Señor en los ojos, la prueba, ¡cuantas formas reviste!

Es una oportunidad para creer, para excitar la fe. ¿Qué hará el ciego?

Dejo la esquina. Se puso en marcha. A tientas. Así se abría camino. Dócil al mandato del Señor. Obedeciendo al punto, y a ciegas.

Con barro en los ojos. Le rozaban, le empujaban los ajenos al milagro: los que iban a lo suyo. El no torció su marcha. Iba derecho a lavarse a donde el Señor le dijo.

Se lavo. ¡Y volvió con vista! ¿Qué tenia que ver el barro para dar la vista a un ciego?

Eso mismo que los hombres emplean para cegar, Cristo lo usa para dar la luz a unos ojos muertos. ¡Cuantos ciegos se hubiesen quedado sumidos en sus tinieblas por querer someter todo a la Física, que no explica, sin embargo, los misterios fundamentales de la vida!

Este puso por obra su fe primera: obras con fe.

Y cuantas veces comprobamos que, junto a Cristo, lo que parecía una desgracia resulta una maravilla.

Las consecuencias de este milagro fueron tremendas, pues, hecho en sábado, produjo tanta admiración y discusiones, que nos proporcionaron una cantidad de testigos, una comprobación judicial y algo así como un expediente procesal del hecho.

Todo ello lo hace indiscutible. Algunos hombres desearían que los milagros de Jesús constasen en actas judiciales, que hubiesen sido comprobados oficialmente. En este caso todo eso se ha cumplido de manera absoluta. Ahí lo tienen: funcionarios judiciales, oficialmente enemigos de Jesús, hacen inquisiciones detalladas, persistentes, enconadas, empeñados en negar el milagro sin conseguirlo. Por encima de sus prejuicios y de sus intereses, brilla incuestionable la verdad: un ciego de nacimiento ha comenzado a ver.

Pronto escuchamos la algarabía de los vecinos y de los que le han visto pedir limosna, que discuten si es o no el ciego, el que mendigaba en la esquina. Pero el decía:
—Si que soy yo.
—¿Como se te han abierto los ojos?
—Aquel hombre que se llama Jesús hizo lodo, y lo aplico a mis ojos, y me dijo: Ve a la piscina de Siloe y lávate allí. Yo fui y me lave y veo.

Admirable sencillez, sin complicaciones.
—¿Donde esta ese hombre?
—No lo se.

Y los fariseos le someten a nuevo interrogatorio. La contestación del ciego es clara y terminante:
—Puso lodo sobre mis ojos, me lave y veo. Me lave y veo.

¡Cuantas cuestiones de fe son problemas de confesionario!

Entre los jueces comienza la discusión, quieren saber la opinión del que había sido ciego.
—Y tu, ¿que dices del que te ha abierto los ojos?
—¡Que es un profeta!

Esperaban una contestación mas conforme a sus conveniencias. No quieren darse por vencidos, empeñados como están en negar la evidencia. Así, tantos. Llaman a los
padres del mendigo, les preguntan, y ellos contestan temerosos de la soberbia de los enemigos de Cristo:
—Sabemos que este es nuestro hijo y que nació ciego. Llaman otra vez al ciego —así ha luchado siempre la mentira insidiosa contra la verdad—, y vuelven a preguntar juramentándole y empujándole a declarar según los intereses de ellos:

—Da gloria a Dios. Nosotros sabemos que ese hombre
es un pecador.
—Si es pecador, yo no lo se; solo se que yo antes era
ciego y ahora veo.

La contestación es contundente. Los jueces abandonan la investigación del hecho, y comienzan a preguntar sobre el modo:

—¿Que te hizo? ¿Como te abrió los ojos...?
—Ya os lo he dicho y lo habéis oído...

Este hombre acaba por impacientarse, no solo por las molestas inquisiciones, cargantes en extremo, sino por la mala voluntad que descubre en quienes debían ser jueces imparciales, egoístas cerrados que tropiezan en detalles.

Como hombre honrado hace una valiente apología de Jesús:
—Si este hombre no fuese de Dios, no podría hacer nada de lo que ha hecho.

Los inquisidores oficiales, como tantas veces, reaccionan con insultos. Y lo arrojan fuera.

Es la postura de la mente, cuando, después de resistir a la fe, se opone a las razones.

Mas tarde Jesús, haciéndose encontradizo con el, le
dijo:

—¿Crees tu en el Hijo de Dios?
—¿Quien es, Señor, para que yo crea en el?

Conmovedora disposición para creer.

—Le viste ya, y es el mismo que esta hablando con-
tigo.
—Creo, Señor.


27. NO OS PAREIS A SALUDAR A NADIE POR EL CAMINO: APOSTOLADO

Lc 10, 1-4

Se nos queda grabada esta frase: Ni os pareéis a saludar a nadie por el camino.

De labios de Jesús salen esas instrucciones a sus discípulos sobre la manera con que debían realizar su misión. Los enviaba a las ciudades y lugares a donde había de venir el mismo.

Sus primeras palabras fueron: La mies es mucha, mas los trabajadores pocos. Rogad...

Se sucedieron las indicaciones, pero esta nos llama especialmente la atención a ti y a mi: Ni os pareéis a saludar a nadie por el camino.

Entendemos que con esas palabras no quiere decir que tenemos que llevar un ritmo de marcha tenso frente a la mies que nos espera. Quiere que seamos celosos del tiempo, que no nos entretenga nada, por noble que sea, fuera de esa mies a la que hemos sido enviados.

Ser avaros de tiempo, por ser avaros de mieses.

Piensa en el esfuerzo de los segadores de Castilla, en el verano. Trabajan de sol a sol, sin pausa. Cuando el sol sale sorprende a un grupo de hombres inclinados hacia la tierra, moviendo con aire sus hoces, al ritmo tenso y sostenido. Avanzan en línea recta. En silencio van pasando las horas del día. No se oye mas que el ambicioso e incesante corte de las hoces. No hay tiempo que perder: es la época de la siega. Bajo el sol implacable del verano, las espaldas inclinadas de esos hombres que se meten mas y mas en las mieses, dejando detrás de si otras tantas hileras de haces, no tienen mas resguardo que sus camisas empapadas de
sudor. Comen en el corte de la siega, y siguen por la tarde. Y cuando llega la noche tiran una manta en el rastrojo y allí mismo duermen, sobre el surco.

Creo que eso es lo nuestro. No se entretienen en otros quehaceres por nobles que parezcan. Y por la mañana, la salida del sol les vuelve a encontrar en la misma tarea.

El Señor quiere imprimir en nosotros parecida actitud: la mies es mucha; los operarios, pocos; el tiempo, corto.

Igual que hay cereales que se descabezan: o se recogen a tiempo, o se pierden. Con las almas pasa lo mismo. Y es la siega nuestra tarea.

Esta debe imponernos un estilo de vida, un afán de tiempo y de almas.

Para eso estamos en la tierra. La mies es mucha. Faltan operarios. Es preciso procurarlos al ritmo de la siega y para la siega. Con tal urgencia que no nos permita saludar a nadie en el camino.

Delante de nosotros, multitudes inmensas sin Dios. Mies, mucha mies. Mies que los enemigos de Dios estropean y desbaratan. Mies que se pierde sola porque no hay quien la
recoja.

Vivir no es necesario, segar si.

Afán, celo, ganas de mies.

¿Que te lo vas a pensar? ¿Te pararías a pensar si salvarías a tu padre del fuego cuando le vieras dentro de su casa ardiendo?

Afán de mies que nos haga no reparar en los duros trabajos, ni en la falta de placenteros descansos que otros tienen.

Mientras lo piensas se pierden. ¿Pensar? ¿Si no hay tiempo para saludar a nadie por el camino?


28. MUJER ENCORVADA: ESPIRITU MUNDANO

Lc 13, 10-17

Es sábado y, como de costumbre, la gente escucha al Señor. Aparece una mujer que hacia dieciocho años estaba encorvada. Sin poder mirar al cielo. Contrahecha, no puede curarse.

Ha gastado su fortuna en médicos y remedios que no le sirvieron. Y así, anquilosada, va por la vida. Inclinada sobre la tierra. Sin poder mirar ni poco ni mucho hacia arriba. Ve solo lo que pisa. Y lo pisa en seguida.

A causa de un maligno espíritu. Y mirando solo tierra, gasta sus días. Sus ojos no pueden ver mas. Le es imposible levantar la cabeza.

Piensa, al meditar esta escena, en tantos que se olvidan de Cristo: Ellos y ellas, con sus almas así encorvadas, contrahechas, inclinadas hacia la tierra, incapacitados para
mirar al cielo. También a causa de un mismo espíritu malo, que hace estragos. El espíritu mundano.

Son inmensas multitudes: entre ellas hay hombres de todas las razas, de todos los países, de todos los idiomas, amarrados a la tierra con invisibles cadenas. Son esas nuevas juventudes, por millares, que viven sin Dios, y que al son de un ritmo son capaces de poner a toda una ciudad en estado de terror, convertidas en una bestia salvaje que amenaza.

A la vez, campesinos, conductores, madres de familia, universitarios, banqueros, ministros de estado, luchan por ser santos.

Pero hay multitudes de jorobados, absolutamente incapaces de mirar al cielo. En el mejor de los casos, su criterio es solamente racional. Su trascendencia, puramente temporal. Sus cuerpos, fardos de grasa.

No quieren saber nada de otra cosa distinta de las que les entran por los ojos. Y buscan solo eso: tierra.

Algunos son cristianos: presos de ese espíritu, inclinados. Almas encadenadas. En su rígida contracción son inflexibles, acartonados, maniquíes de carne, estómagos...

Unos se contagian a otros de la misma enfermedad. Sin poder mirar al cielo.

Sienten rencor hacia los que andan derechos, a las almas libres y ponen todo su afán en que anden también doblados sobre si.

¡Es tan natural inclinarse! Como las plantas sin agua, así nos inclinamos hacia la tierra sin Cristo. Llevamos con nosotros la concupiscencia de los ojos, la concupiscencia de la carne y la soberbia de la vida. Tres deformaciones que tienden a desarrollarse, tres cadenas que intentan afirmarse. Los consejos de Jesucristo son los remedies para estas desviaciones: solo estando cerca de Cristo podemos levantar la cabeza.

Las cosas de la tierra nos distraen. Es verdad que las pisamos luego. Pero unas se suceden a otras en colocar-
se delante de los ojos y, distraídos así, se nos puede ir
la vida sin darnos cuenta. Sin poder mirar al cielo.

Los esclavos de otros tiempos eran cuerpos encadenados y almas libres. Los de hoy son cuerpos libres y almas encadenadas. Y de esclavos así, inmensas multitudes pueblan el mundo. Presos de la ignorancia, del error, de la confusión, de la propaganda, de la sensualidad. Esclavos de ese espíritu malo.

No es la libertad para ir y venir, la libertad era para amar.

Y esas multitudes vacías de contenido, como si fueran productos artificiales, que gritan y gesticulan, que se mueven, que pueblan las ciudades, no son libres para el amor. Están llenos de cadenas interiores.

A mayor deformación por esa curvatura, mayor dificultad para mirar el cielo. ¡Hay tantos inconscientes! Sin poder mirar al cielo.

Esta mujer se pone delante de Cristo. Ella sabe su desgracia. Tiene un resorte sano: es sincera. Se acerca lo mas que puede, así como esta, como es. Busca a Cristo, que es quien puede enderezarla, libraría de ese espíritu malo que la tiene esclavizada.

El la llama y la consuela. Y pone sus manos sobre ella. Saltaron hechas añicos las cadenas del demonio. Se enderezo. Y comenzó a glorificar a Dios. Libre ya, puede mirar al cielo. Y dirigir a el sus pasos. Pisando la tierra.


29. SAN PEDRO: AMOR AL PAPA

Mt 16, 13-20

Nos detendremos hoy en una de las escenas mas importantes de la vida de Cristo: la elección de San Pedro, como fundamento de lo que va a ser más tarde la Iglesia. Jesús encargará a este apóstol la misión de guiar a su Iglesia.

Llevan ya tiempo con el Señor los Apóstoles. Han visto hacer milagros: curar leprosos, devolver la vista a los ciegos y sanar a los paralíticos; han oído la enseñanza del Maestro.

Están en plena primavera, disfrutando de un tiempo bueno, y los paseos que hace el Señor resultan agradables. Se acercan a la región de Cesarea de Filipo. Jesús detiene su paso y les pregunta:

- ¿Quién dicen los hombres que es el Hijo del Hombre?
- Juan el Bautista, responde Andrés.
- Elías, dice con sencillez otro.
- Jeremías o un de los profetas, responden los demás

Jesús se les queda mirando, va fijando los ojos sobre cada uno de ellos, y les hace una pregunta inesperada:
- Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?

¡Vaya pregunta! Ha llegado el momento de la verdad. El Señor quiere comprobar si se están enterando con quien están viviendo, con quien tiene la suerte de estar. ¡Es tan fácil tratarle y hablarle que se les puede olvidar que están conviviendo con el Redentor del mundo!

Se miran entre ellos, no se atreven a decir nada. Tienen miedo a meter la pata. Hay un momento intenso de silencio. Después de un rato se oye la voz potente y segura de San Pedro:
- Tú eres el Cristo, el Hijo de Dios vivo.

Jesús abraza y sonríe a Pedro. Ha entendido que su formación va por un buen camino. Aunque conoce sus miserias, sabe que el Espíritu Santo está obrando en esos corazones.

Estamos ante uno de los momentos históricos de la vida de los hombres, la elección del Sucesor de Cristo aquí en la tierra (el vice-Cristo):
- Bienaventurado eres Simón, hijo de Juan, porque esto no te lo ha revelado la carne ni la sangre, sino mi Padre que está en los cielos. Y yo te digo que tú eres Pedro y sobre esta piedra edificaré mi iglesia, y las puertas del infierno no prevalecerán contra ella.

El Señor ha nombrado al que será su sucesor cuando Él nos deje para sentarse a la derecha de Dios Padre. Como hizo Dios Padre en el Antiguo Testamento con los Santos Patriarcas, le ha cambiado el nombre para certificar la singularidad de su posición al frente de los Apóstoles.

¿Que significa esa elección? ¿Qué representa el Papa para los cristianos? Después de la marcha al cielo de Jesús, en la tierra habrá siempre un representante: el Papa. Cuando lo vemos o lo escuchamos, vemos y escuchamos al mismo Cristo, a pesar de sus limitaciones propias de un hombre. Las palabras que nos dice son las palabras que el mismo Cristo quiere que oigamos. Si queremos ser buenos discípulos del Señor tendremos que hacerle mucho caso.

La carga que lleva sus hombros es muy pesada: está compuesta por las miserias de todos los miembros de la Iglesia. Conclusión: hemos de rezar mucho por él, y ofrecer pequeños sacrificios. ¡No le podemos dejar solo!

Camino, 573: Gracias, Dios mío, por el amor al Papa que has puesto en mi corazón.

Surco 353: Cada día has de crecer en lealtad a la Iglesia, al Papa, a la Santa Sede... Con un amor siempre más ¡teológico!

Forja 134: Ama, venera, reza, mortifícate -cada día con más cariño- por el Romano Pontífice, piedra basilar de la Iglesia, que prolonga entre todos los hombres, a lo largo de los siglos y hasta el fin de los tiempos, aquella labor de santificación y gobierno que Jesús confió a Pedro.

Forja 135: Tu más grande amor, tu mayor estima, tu más honda veneración, tu obediencia más rendida, tu mayor afecto ha de ser también para el Vice-Cristo en la tierra, para el Papa.
Hemos de pensar los católicos que, después de Dios y de nuestra Madre la Virgen Santísima, en la jerarquía del amor y de la autoridad, viene el Santo Padre.

Forja 633: La fidelidad al Romano Pontífice implica una obligación clara y determinada: la de conocer el pensamiento del Papa, manifestado en Encíclicas o en otros documentos, haciendo cuanto esté de nuestra parte para que todos los católicos atiendan al magisterio del Padre Santo, y acomoden a esas enseñanzas su actuación en la vida.


30. LÁZARO: LA AMISTAD DE JESÚS

Jn 11,1-44: “Lázaro, sal afuera”.

Era amigo de Jesús. Y se ha muerto. Lleva cuatro días enterrado. Su cuerpo ha comenzado a corromperse: ya hiede. Pero era amigo de Jesús.

Marta y Maria, sus hermanas, llamaron al Señor cuando lo vieron grave: mira, aquel a quien amas esta enfermo. Sabían de esa amistad divina, y de lo que el corazón del Amigo era capaz.

Estamos delante de la gruta sepulcral cerrada, como es costumbre, con una gran piedra. Dentro se pudre el cadáver.

A este lado esta la Vida, Jesús, que ha llorado por Lázaro, al ver llorar a sus hermanas. Si hubieses estado aquí, no hubiera muerto mi hermano —le han dicho al saludarlo, pero no en son de queja, sino de fe y con- fianza en el poder del Amigo—. La amistad con Jesús esta por encima de cualquier cosa, por encima incluso de la muerte del hermano.

Aceptan rendidamente la voluntad del Señor, que es el Amigo. El tiene todo previsto, y, aunque nos duela, sabe mejor lo que conviene. Ni a Marta ni a Maria les pasa por la imaginación el plan de Cristo. Lloran la muerte del hermano y aman la presencia del Amigo: las dos salieron corriendo a buscarle tan pronto como se enteraron que llegaba. San Juan nos dice que Jesús tenia particular afecto a Marta
y a su hermana Maria y a Lázaro.

Después de los saludos, después de las palabras de amistad, las dos hermanas no han pedido nada: aceptan los hechos como son y hacen actos de fe, de esperanza
y de amor. Se les advierte incondicionalmente abiertas
a esa amistad tan querida.

Es un sereno amor al Amigo, aunque a sus ojos la tardanza de Jesús ha sido el motivo de la muerte del hermano. Los judíos que les hacían compañía en el duelo lo advierten también.

- ¿Donde lo pusisteis? —ha preguntado Jesús.

Ha llegado al sepulcro prorrumpiendo en nuevos sollozos, aunque sabia que después de unos instantes el amigo habría resucitado. Es que no ha podido permanecer indiferente ante su cadáver. Es el Verbo, pero también es hombre, semejante a todos nosotros, menos en el pecado.

Quizá pensó también en su muerte, que se apresuraría con motivo de lo que El haría por su amigo.

Bendita amistad. Envidiable. Amigo divino, con corazón también humano. El consuelo de llorar por el amigo querido, el visitar su tumba, el estar junto a sus restos humanos, resortes tan propios de nuestra condición.

Ahora es Dios el amigo.

La amistad da sin pedir. Y busca hacerlo fuera de todo calculo, mas allá de toda normalidad.

La hermana lo presiente: Jesús no se contenta con llorar ni con venir desde lejos, ni con visitar el sepulcro. Es Amigo y quiere de veras, su amor supera todos los cumplimientos. El amigo hace lo que puede, y Jesús lo hará.

El es Omnipotente.

Los judíos observan atentos.

La Palabra Eterna hace una invitación concreta, para aquellos que quieran recibirla:

- ¡Quitad la piedra!
- - Señor: ya hiede —se oye la voz de Marta.

Algunos se apresuran sobre la piedra, y con esfuerzos logran apartarla. Otros prefirieron, remolones, no darse por aludidos. Se quedaron de meros espectadores.

Un olor de muerto llego a todos.

La obra humana ya estaba hecha. El sepulcro enseña su negra boca. Jesús no miro siquiera a los rezagados que no hicieron nada.

Otra vez la Palabra Eterna, ahora, con voz muy sonora, habla a un muerto:

- ¡Lázaro, sal afuera!

Todos le ven salir. Un bulto blanco comenzó a agitarse en la oscuridad, y pronto aparece en la puerta el que había estado muerto, embarazado con los vendajes.

Hay otra nueva invitación del Señor:

- Desatadle y dejadle ir.

Ahora van mas los que se apresuran a hacer la voluntad del Señor. Sin embargo, todavía es considerable el numero de los que no se dan por enterados.

Lázaro ha resucitado. El Amigo puede y quiso.

Cuando los hombres hacemos lo nuestro, quitar la piedra, El hace lo suyo, traer a Lázaro a la vida.

El, que puede hacerlo todo sin nosotros. ¡Que triste locura la de los que no quisieron acudir al honor de trabajar en la obra de Dios!

Lázaro era amigo de Jesús: esa era su mayor fortuna. No sabemos que haría Lázaro para ser amigo del Señor, aunque nos consta que El esta siempre dispuesto a serlo de cualquier hombre. Seguramente le trato siempre que pudo, y siempre que tuvo ocasión se volcó mas con El.

Jesús, el Amigo, esta junto a nosotros cada día. Seria bueno descubrirle en cada uno de los hombres que se nos acercan: ellos son imágenes de El, por lo menos, aunque a veces sean imágenes estropeadas. En ellas —esa persona que vive con nosotros, la que trabaja a tu lado, aquella que te encuentras en la calle, la que pide tu atención cuando estas ocupado— debemos ver, amar y servir a Cristo. Ellas son el Amigo.

Ser amigo de todos, sin excluir a nadie, y procurar que sean mejores para ser mas amigos. Jesús es el modelo para nuestro trato con los hombres.

La amistad es amor. Y solo el amor trasciende.


31. ZAQUEO: ORACIÓN

La escena del evangelio que nos vamos a fijar hoy para hablar de oración es la conversión de Zaqueo. Jefe publícanos y rico. Bajito. De poca estatura. Para ver a Jesús, necesitamos estatura. Se subió a un sicómoro. Poner los medios. Trato con Dios. Jesús nos da ejemplo; 40 días en el desierto orando. Tantas veces le vemos orar. En el huerto: no habéis podido orar una hora. Y los Apóstoles: Señor enséñanos a orar. Señor, enséñame a orar. Haz que yo sea piadoso. Que te busque, que ponga los medios.

Y el Señor ve ese esfuerzo. Baja que hoy me hospedaré en tu casa. Y el fue alegre y le abrió las puertas. Eso es oración: abrir las puertas. Se juega en la intimidad del corazón: lugar de la verdad, de la luz de Dios, de la decisión (doy la mitad de mis bienes), del deseo de mejorar (si en algo he defraudado...). Estar a solas con quien sabemos nos ama, nos escucha, nos espera. Vencer la pereza. La oración no puede esperar. Es la caldera. Cómo vamos a amar a Dios si no le tratamos.

La oración es el medio principal para sacar adelante nuestra vida interior y el apostolado. Para conseguir de Dios lo que pedimos.

Para Nuestro Padre la oración es verdadera conversación, diálogo con el Señor: en esto han de traducirse nuestros ratos de oración mental. Una conversación de enamorados, en la que no puede haber lugar para la desgana o para las distracciones.

Un coloquio que se aguarda con impaciencia, al que se acude con hambres de conocer mejor a Jesús y de tratarle.

Una charla que se desarrolla con delicadezas de alma enamorada, y que se concluye con renovados deseos de vivir y trabajar sólo para el Señor.

Donde nos encontremos: en el hogar, en el trabajo, en el descanso, etc. tenemos que lograr -como reclama el Papa- hacer auténticas "escuelas de oración.

Me has escrito: "orar es hablar con Dios. Pero, ¿de qué?" -¿De qué? De Él, de ti: alegrías, tristezas, éxitos y fracasos, ambiciones nobles, preocupaciones diarias..., ¡flaquezas!: y hacimientos de gracias y peticiones: y Amor y desagravio...

Es necesario el recogimiento. Dios nos abre la puerta a una conversación constante con Él que está escondido en nuestro alma. Juan Pablo II: Para esta oración preferiría ir a esos lugares desiertos que predisponen al coloquio con Dios, y que responden tan bien a las necesidades e inclinaciones de cualquier alma sensible al misterio de la trascendencia divina.

Esos lugares desiertos para nosotros se concretan en determinar los momentos oportunos para cerrar las puertas del alma al ruido externo y así centrarnos en un diálogo íntimo con el Señor.

La Virgen dice el evangelio que meditaba todo en su corazón.

32. ZAQUEO: APOSTOLADO

Lc 19, 5-8: “Llegado Jesús a aquel lugar, alzando los ojos lo vio, y le dijo: Zaqueo, baja luego; porque conviene que yo me hospede hoy en tu casa”.

Quiere ver a Cristo y se encarama en una higuera. Jesús quiere hablar con el, y se detiene debajo. ¡La actitud de Zaqueo es tan humana!

La de Jesús es tan suya, tan salvadora...

Jericó, floreciente centro comercial. Toda la ciudad esta en movimiento; las calles llenas de espectadores. El principal de los publícanos es un rico judío, llamado Zaqueo.

Es de pequeña estatura; la calle esta llena de gentes que le impiden ver al Señor. Pero es un hombre acostumbrado a no detenerse ante los obstáculos.

No tiene complejos. Lo que puedan decir los demás siempre le ha importado poco. Es tenido por un sinvergüenza conocido, carente de respetos humanos. Por eso se sube a la higuera, a pesar de ser una persona distinguida. Quizá es autoritario, molesto y odiado. Un mal ejemplo viviente.

Tiene un vacío interior que quiere llenar. Tiene un alma que desea limpiar, pero se cree indigno de ello.

Jesús se ha detenido debajo y le ha llamado.

Zaqueo baja lleno de gozo.

Se contentaba con ver a Cristo, que ahora le llama por su nombre, y le distingue convidándose a hospedarse en su casa.

Zaqueo se convierte al punto:

—Señor, doy yo la mitad de mis bienes a los pobres y, si he defraudado en algo a alguien, le voy a restituir cuatro voces mas.

Jesús esta también manifiestamente contento.

Y, como siempre, hay gente que murmura.

Aprendemos como se ha de hacer, cuando el Señor nos deje solos.

Muchos hombres, como Zaqueo, también quieren ver al Señor, y ser de El, pero, aunque no tienen respeto a hombre alguno, no se atreven a acercarse. Quizá por la conciencia sincera de su propia indignidad.

Quieren. Se ponen a tiro. Esperan...

¡Que jamás vayamos tan embebidos en nuestras cosas, que no descubramos a los Zaqueos que nos aguardan!

Además, nuestras cosas son ellos. En nuestro mundo por convertir.

Ovejas descarriadas que desean al Buen Pastor. También con hombres poderosos en una terrible soledad interior.

Donde se mueven activamente operarios que no son del Señor.

El apostolado es amor.

Jesús aprecia mas un alma que le ganemos con su ayuda, que todos los servicios que le podamos hacer.

Por eso no deben excusarse, para no hacer apostolado, ni viejos, ni enfermos, ni nadie.

Y, porque es amor con obras, es fácil que uno que no hace apostolado personal sea un cadáver mantenido, con un lugar en la vida.

Un gesto humano, un detalle de delicadeza, una nota de simpatía, quizá haga mas bien que mil silogismos.

Para ser apóstol hay que procurar tener don de gentes.

Hemos oído hablar de la necesidad de mostrar la verdad con caridad. Porque la caridad abre de par en par los corazones.



33. NICODEMO: FILIACIÓN DIVINA

Entre las costumbres de Jesús está el hacer un rato de oración a última hora del día. Cuando obscurece, Él se retira con sus discípulos a un lugar solitario y allí da gracias a su Padre por todo lo que ha vivido durante la jornada. Hoy este rato de tranquilidad se verá interrumpido por la aparición de un personaje importante de la aristocracia judía: Nicodemo. Este pertenece al máximo organismo de gobierno del país: el Sanedrín.

El día fue un tanto especial. Jesús subió al templo con gran alegría y su semblante fue cambiando al comprobar el ambiente de los vendedores de animales, para ofrecer sacrificios, y como chillaban e intercambiaban dinero. Jesús se ha puesto triste. Estaban convirtiendo la casa de Dios en una tienda de negocios. Con fortaleza pero sin hacer daño a nadie, hizo un látigo de cuerda y expulsó a todos del Templo.

Cuando todos se han marchado, el Maestro se ha ido al monte de los Olivos. Es el lugar que ha elegido el Señor para reunirse con todos y hacer la oración. Cae la tarde sobre Jerusalén. La cúpula dorada del Templo brilla con los últimos rayos del sol. Jesús está formando a sus discípulos.

Antes de terminar de dar los últimos consejos se acerca un hombre entrado en años: barba larga y ojos profundos, andar elegante y sosegado, se nota que es un personaje importante.

Rabí, me llamo Nicodemo, sabemos que has venido de parte de Dios enviado como maestro, pues nadie puede hacer los prodigios que tú haces si no está Dios con él. Ya me imagino que a estas horas de la noche molesto con mi presencia, pero como pertenezco al Sanedrín y no estás muy bien visto, tengo que venir en este momento. ¿Podría charla un poquito contigo?

Nicodemo ha comenzado abrir su corazón al Señor. Le escucha con atención y le interrumpe de vez en cuando para explicarle algo que el maestro de Israel no termina de entender. La conversación se prolonga durante un buen rato. Se nota que está a gusto.

Jesús le hace descubrir un nuevo panorama para su vida. Antes sólo vivía para cumplir la Ley de Moisés, ahora el Señor le da motivos: hacer las cosas por Amor de Dios, porque Él es mi Padre, y espera que me comporte en todo momento como un buen hijo. Le declara una de las verdades más asombrosas que se han escuchado jamás: “tanto amó Dios al mundo que le entregó a su Hijo Unigénito, para que todo el que crea en Él no muera, sino que tenga vida eterna”. Se le quedan grabadas las palabras de Jesús: “debo nacer de nuevo del agua y del espíritu, para entrar en el Reino de Dios”.

Dios es nuestro Padre. No es un ser lejano a nuestra existencia. Está junto a nosotros en todo momento: nos ayuda con su gracia, nos comprende y nos perdona siempre que acudimos a Él con humildad.

Nuestro trato con el Señor tiene que estar lleno de confianza, siempre querrá lo mejor para mí, aunque a veces pensemos que el mundo se nos echa encima por que las cosas no salen como lo habíamos pensado. Él sabe más, y con el tiempo terminaremos por darnos cuenta de que todo lo que nos ocurre nos hace bien.

Este es el gran don de Dios a los hombres: la filiación divina. Es la historia del buen padre con su hijo, sobre todo cuando este es pequeño: está siempre pendiente de él para que no le pase nada malo; se desvela cuando llora por la noche; se preocupa por darle lo mejor, aunque también le riñe o castiga cuando hace algo mal.

Este misterio, somos hijo de Dios, tiene que estar presente en todo nuestro actuar. Y así, la oración será una conversación amorosa entre Dios, nuestro Padre, y nosotros, sus hijos; el trabajo y el estudio lo realizaremos como corresponde a un hijo de Dios; y en los demás veremos personas que debemos querer como el Señor las ama.

Decía nuestro Padre: Para el apostolado, ninguna roca más segura que la filiación divina; para el trabajo, ninguna fuente de serenidad fuera de la filiación divina; para la vida de familia, ninguna receta mejor -y así se hace la vida agradable a los demás- que considerar nuestra filiación divina; para nuestros errores, aunque se estén palpando las propias miserias, no hay más consuelo ni mayor facilidad, si de veras se quiere ir a buscar el perdón y la rectificación, que la filiación divina.

El corazón del padre de la parábola del hijo pródigo. Dios quiere a los pecadores: no quiero la muerte del pecador sino que se convierta y viva.

Nuestro Padre: Dios nos espera, como el padre de la parábola, extendidos los brazos, aunque no lo merezcamos. No importa nuestra deuda. Como en el caso del hijo pródigo, hace falta sólo que abramos el corazón, que tengamos añoranza del hogar de nuestro Padre, que nos maravillemos y nos alegremos ante el don que Dios nos hace de podernos llamar y de ser, a pesar de tanta falta de correspondencia por nuestra parte, verdaderamente hijos suyos.

Fe: todo lo puedo en aquel que me conforta. La fiesta para el hijo pródigo: anillo, el cordero... Nos quiere por lo que somos y como somos. Nos ha querido antes, sin mérito de nuestra parte. Nos espera, quiere ser nuestro confidente.

Ser como niños: Me cantas un Hapibirthday.


34. EXCUSAS

Lc 14, 16-18

Un hombre dispuso una gran cena y convido a mucha gente. ...Y comenzaron todos, como de concierto, a excusarse. El primero dijo: «He comprado una granja y necesito salir a verla. Ruegote me des por excusado...».

Y comenzaron, como de concierto, a excusarse, para no acudir. El primero porque había comprado una granja, el segundo por cinco yuntas de bueyes que acababa de recibir, y el tercero, que se creía mas justificado que los otros y no dio explicaciones, porque estaba reciente su matrimonio.

Una invitación. Exige delicadeza en la correspondencia, aunque sea sutil, si viene de Dios. Mas sensibilidad. Menos egoísmo.

La hipocresía nos dirá que los llamados que no acuden son los infieles.

La sinceridad señalara que los que se excusan son cristianos, pues los paganos no han tenido el llamamiento de la fe; son cristianos que no viven las exigencias de su nombre.

Esos que viven satisfechos de si mismos en un egoísmo inconsciente.

Fíjate en los buenos de tu ambiente. Advierte la conducta de los mejores de entre ellos. ¿Que hacen?

Algunos, muy pocos, enseñan catecismo los sábados por la tarde. Es algo muy bueno y muy santo que no quedara sin
premio. Pero eso solo ¿es suficiente?

¿Que son esos reducidos grupos catequísticos frente a esas inmensas muchedumbres que jamás oyen la palabra de Dios?

¡Hay que buscar la eficacia! No podemos contentarnos con cumplir. «Que tener caridad no es dar ropa vieja».

Sigue el camino de uno de esos niños que, en un barrio bajo de la ciudad, han asistido al catecismo. En su vuelta al hogar veras y escucharas la invitación urgente. Vuelve con una oración aprendida y unos dulces en sus manecitas sucias. Y entra en lo que es la casa de sus padres: una choza manchada de humo, con techo de latas. Eso es todo.
En un rincón arde un fuego intermitente con materiales
improvisados. Solo hay un colchón roto en el suelo, única cama común de toda la familia.

Allí mismo cocinan. Allí el niño vuelve a ver la misma miseria, la misma promiscuidad, los mismos disgustos. Allí vuelve a encontrarse con el conocido rostro del
hambre que se dibuja pronto en el renegrido techo de
latas ahumadas. Y así viven miles de hombres en los arrabales de las grandes ciudades, muy cerca de donde se exhibe un lujo insultante.

Hombres en un estado de postración tal que no son
útiles para nada. Su oficio es el de «parados». Niños que
a los cinco anos aun no saben hablar. Rasgos de degeneración...

Y en ese ambiente nacen, vegetan, enferman y mueren.

¿Es suficiente lo que hacen los mejores de los buenos? ¿Es el terreno adecuado para el desarrollo de las cosas aprendidas en el catecismo de la tarde? ¡Sinceridad! ¡Sinceridad! ¡Sinceridad en todos!

Y existen grandes centros industriales con miles y
miles de obreros, prácticamente ateos en países «netamente» católicos. ¿Esos que llenan los templos acuden a la cena? ¿Como es que van si hay tantos tan cerca de ellos que ignoran su fe?

Toda esta situación de nuestro siglo es, por si sola, una invitación apremiante: es preciso una renovación cristiana.

Pero los hombres de hoy, como los de la cena, no van. Se justifican con los mismos motivos: mujeres, granjas y bueyes.

Esta llamada es una llamada de Dios a través de un mundo que agoniza. Se había mucho, se escribe se comenta; pero el mejor aval de la sinceridad de los que hablan lo tienen los que dan la vida por su causa.

La ignorancia, la miseria moral, la locura colectiva lo invaden todo, al paso que los hombres se olvidan de Dios, lo mismo en los arrabales que en las calles mas lujosas. Regiones del campo en un abandono absoluto con hombres que no conocen lo indispensable.

Al mismo tiempo, en el mundo entero hay una guerra contra Dios: países en los que se lleva a cabo una satánica descristianización; otros, en donde se persigue a la Iglesia; las naciones de Occidente corroídas por las garrapatas del demonio, fuerzas ocultas de Satanás. Y el error, el capricho y la mentira turbando y confundiendo a las gentes.

¿Crees que podemos contentarnos, frente a ese panorama mundial, con el catecismo de los sábados por la tarde?

En estas circunstancias, no acude ciertamente a la invitación de la cena el pagano frívolo que no piensa. Esos que pululan por doquier, de buenas familias de buenos colegios, que llenan las mejores universidades o los clubs de moda, que no tienen mas objetivo, en su estúpida irresponsabilidad, que llenar de satisfacciones sus caprichos y de grasas su tubo digestivo. Pero tampoco acude el que le contenta con la catequesis del sábado y se halla satisfecho por eso.

Y no quiero pensar en el triste papel que hacen los que se limitan solo a protestar, contestar o discutir y pretenden, ingenuamente, arreglar el mundo con eso.

Basta de palabras, vamos a darnos.

Pero ¿para cuando dejamos los cristianos de hoy esas máximas sublimes del Evangelio, sin justificaciones ni excusas? ¿Para cuando, ante esta ocasión, aquel si alguno quiere venir en pos de mi, niéguese a si mismo, cargue con su cruz y sígame?.

Y ¿para cuando aquel dar la vida para ganarla, el grano que se pudre, el empleo de los talentos?

¡Sinceridad, Señor, danos sinceridad!

¡Que fácilmente olvidamos que dijiste: quien no carga con su cruz y me sigue, no es digno de mi!.

Dar la vida. ¿Cuando mejor que en esta ocasión critica de la Historia?

«Hoy es el tiempo del heroísmo, la hora de la entrega total», nos dijo Pio XII.

¡Es la hora de la entrega total!

Por eso Stalin, moviéndose en esta misma hora, sintió lo mismo: «Necesitamos una juventud que dedique a la Revolución no sus tardes libres, sino la vida entera».

¿Lo oyes? ¡Fíjate como piensa uno sin fe!

¿No te parece ridículo sentirse satisfecho para dedicar a Cristo las horas vacías de la tarde del sábado?

0 somos o no somos, y si somos...

¿Solución? ¡Que acudamos a la cena! ¡Que los que nos llamamos cristianos lo seamos de verdad!

Que nos convirtamos a Cristo. Que nos decidamos a sufrir en nosotros esa «metanoia», esa transformación, ese cambio total. Que no tengamos tiempo y lugar para esas ridículas cosas con las que llenamos la vida para esas pequeñas satisfacciones del egoísmo personal ¡Que arrojemos de nosotros la triste capa del aburguesamiento y de la comodidad!

Que nos demos.

¡Hay que hacer lo imposible, lo posible lo hace cualquiera.

Hacer. Y poner los medios humanos como si no existieran los sobrenaturales; y los sobrenaturales como si no existieran los humanos.

Sinceridad. Generosidad. ¡Fuera el egoísmo!

¿Acaso Cristo, al pasar por entre los hombres, ordeno alguna vez a un joven: ¡No, no te levantes! ¡No me sigas!



35. ¿Y LOS NUEVE, DONDE ESTAN?

Lc 17, 11-17

Diez hombres leprosos vagaban por los riscos, alejados de la vida de los demás, buscando su cobijo en las grutas de piedra formadas casualmente en las montañas, como si fueran animales dañinos. Y si alguna vez una persona normal se acercaba a su morada, ellos tenían la obligación de gritar: «¡Apártate, es un lugar impuro!».

Los animales domésticos de los pueblos antiguos suelen llevar un cencerro o campanilla colgados al cuello, con el objeto de que su tintineo atraiga pronto al hombre que los busca. Esos hombres leprosos, en peores condiciones que las bestias, tenían también la obligación legal de tocar una campana al viajar errantes para que los hombres se apartaran con horror y con espanto.

La enfermedad les condenaba a vivir para siempre alejados de los hombres sanos.

Alguno de ellos, por ser el último en juntarse, llevo a la triste comunidad la noticia de la presencia de Cristo en la Tierra. Y con ella la de los milagros que hacia a su paso por todos los caminos de Galilea y Judea.

En la oscura y maloliente caverna habitada por aquellos hombres brillaron ojos de esperanza. Y ellos que se sentían ya con la vida liquidada, condenados a vivir errantes, arrastrando los restos de su miserable existencia, comenzaron a acariciar la idea de una vida mejor.

Esperaban a Cristo. Desde las rocas mas altas de su guarida vigilaban los caminos de la Tierra, siempre con la esperanza de ver el paso del Señor.

Y eso ocurrió un día. De la boca maltrecha de un desgraciado salió un grito roto que avisaba, y todos se precipitaron monte abajo, con la prisa que les permitía hacerlo el dolor de sus deformados miembros y de sus
consumidas fuerzas.

Se fueron juntando allá abajo, formando un apretado
haz de miseria y esperanza.

Era Jesús el que venia. Lo ven acercarse. Sus corazones laten cada vez mas fuerte. Sienten salírseles del pecho, hasta que comienzan a gritar:

—Iesu praeceptor, miserere nostri —Jesús maestro,
ten lastima de nosotros.

El grupo esta parado a lo lejos, la ley no les permite acercarse; desde lejos le gritan impacientes, fuera de si.

Jesús les dice:

—Id y mostraos a los sacerdotes.

Y cuando iban quedaron curados.

Fue una prueba de fe. Cristo no les hace el milagro del modo que esperaban. Pero su fe triunfa en la prueba.

Y uno de ellos apenas echo de ver que estaba limpio, volvió atrás glorificando a Dios a grandes voces, y se postro a los pies de Jesús, pecho por tierra, dándole gracias: y este era samaritano. Jesús dijo entonces:

—¿Pues que, no eran diez los curados? ¿Y los nueve
dónde están?

Los nueve, mientras, corrían ya hacia sus casas. Con las espaldas vueltas a Dios. Sin tiempo para volver a Cristo, a darle gracias por haberles puesto de nuevo en la vida.

Celosos de sus tristes y pasajeros tesoros, discutiendo al Señor su derecho a la libertad.

Han pasado los siglos y siguen corriendo igual: otros, hombres y mujeres, les han relevado en la fuga; aquellos nueve ingratos se han convertido en cientos de millones. No saben dónde van, pero huyen de Dios, para que no les arrebate su tiempo y sus riquezas. Ignoran en su loca carrera la ausencia del valor en las cosas, y el poco tiempo que duran, aunque lo tuvieran.

Has visto alguna vez a los escarabajos, llamados también peloteros porque hacen una especie de pelotas de basura.

Por el verano, se ven grupos de estos pequeños animales allí donde hay estiércol de caballo, con lo que fabrica cada uno su bola redonda, para proteger en ella sus huevecillos. Su faena consiste en rodar por el suelo un puñado de excremento, hasta conseguir, después de algún tiempo, una esfera perfecta, forrada de la tierra que se le pega.

El escarabajo no conoce entonces mas que su pelota. Cuando se le separa de ella, lucha para conseguirla de nuevo, desafiando todos los peligros. Toda su ilusión y su tiempo lo dedica a su tesoro. No quiere saber de nada mas... Y es una pelota de basura.

«He perdido todas las cosas, y las tengo por estiércol, para ganar a Cristo», nos dice San Pablo. Pero los hombres de hoy afanándose tras sus cosas, como los escarabajos, no quieren saber de nada mas. En sus ambiciones ponen su tiempo y gastan sus vidas. Y van detrás de esas bolas, rodándolas por todos los caminos de la tierra, sin advertir que son también pelotas de basura.

¿Y los nueve dónde están?

Oigo, Señor, aun el tono de tus palabras, y percibo clara la queja, la desilusión por los hombres, y la amargura por nuestras torpezas. Los nueve están hoy, representados por millones que huyen de ti, corriendo por todos los caminos detrás de sus cosas.

36. UNA COSA TE FALTA AUN...: VOCACIÓN


Y Jesús... le dijo: Una cosa te falta aun: anda, vende cuanto tienes y dalo a los pobres, que así tendrás un tesoro en el cielo, y ven después y sígueme. A esta propuesta, entristecido el joven... (Mc 10, 21-22).

El Señor nos deja escrita estas líneas, porque puede ser que aquel entusiasmo con que acudiste al Señor ha comenzado a aflojar, que el brillo de tus ojos ha sido sustituido por un velo de tristeza, que la alegría del primer encuentro ha dejado paso en tu alma al abatimiento y al egoísmo.

Quiero comenzar diciéndote que te comprendo —es misión nuestra: comprender siempre—, pero no te justifico, porque, como tu sabes, eso no tiene justificación. No tiene justificación que mirando a un Crucifijo, con todo un Dios clavado en la Cruz, nosotros hagamos un ligero movimiento de hombros, encogiéndolos, y tratemos de justificar nuestra indiferencia con razonadas sin razones, que son solo lógicos razonamientos que el mundo, el demonio y la carne fácilmente pueden introducir en nuestro corazón.

Te digo que el Señor te comprende porque eres humano, y es propia de nuestra naturaleza la flaqueza; además, era previsible. Seguro que al comienzo de tu camino te avisaron. ¿Recuerdas? Ibas a introducirte mar adentro. Temían que el cheque que el Señor te dio chocara con un ambiente totalmente nuevo para ti fuera aprovechado por los enemigos para turbarte, como ha ocurrido. Y quisieron prevenirte, y lo hicieron, pues no estabas preparado quizá para saltar por encima de las dificultades que surgieran en tu egoísmo, luchando solo.

—¿Que debo yo hacer para conseguir la vida eterna? —preguntaste.

Por lo visto, a pesar de la advertencia, con la que esperaban debilitar al enemigo y robustecer tu resistencia, el ambiente ha logrado turbarte, aunque, como es natural, no pasara la cosa de ahí. Te recuerdo, pues, que ese estado actual fue totalmente previsto ya.

¿No te hace ver esto la mentira de la tentación razonada en que has caído?

—Todas esas cosas las he observado desde mi juventud —nos dijiste.

No puedes continuar por mas tiempo flojo. Rompe las amarras que te atan a la tierra por nobles que sean, y no defraudes a tantos, comenzando por el Señor, que están esperando tu lealtad. Recuerda las cosas que aprendiste...: Perpetua, aquella muchacha cartaginesa, hoy Santa Perpetua; por muchos motivos que tengas tu para titubear, mas nobles, mas grandes y mas santos los tenia ella. En su caso, se oponían a su lealtad a Cristo los vínculos de los amores mas fuertes que un corazón humano puede tener: su padre y su hijo, que sin ella no podría vivir por ser de edad muy tierna; la desgracia de los suyos; la infamia; la muerte..., y Perpetua fue fiel. Por no torcer la línea recta de su lealtad al Señor con los razonamientos humanos que su padre, muerto de dolor, el mismo juez, el mundo, el demonio y la carne le hacían, prefirió la muerte con alegría, y mártir murió.

Ella tuvo tantos razonamientos para salir de la cárcel, donde solamente el amor a Jesús la tenia encerrada, como tu puedes tener hoy en la lucha: el cuarto mandamiento... su padre pagano a quien ella podría convertir si salvaba la vida, su hijito... aun no bautizado, si... también se puede ser cristiano fuera. Ella supero la tentación de esos «santos» pensamientos.

Ahora dime, ¿que son tus problemas por grandes que sean, que el que tu te encuentres un poco incomodo en ese ambiente nuevo, comparándolos con los vínculos de Perpetua, tan hondamente metidos en su corazón?

Es muy humano olvidar, es propio de nuestra flaqueza, por eso es precise «recordar a diario lo que a diario de puro sabido se olvida». Y si es muy humano que olvides —y te comprendo—, es también muy humano y muy sobrenatural que desde aquí te recuerde algo, porque tu no puedes fallar.

Generoso preguntaste: ¿Que mas me falta?.

Muchas veces hemos hablado de tu preocupación apostólica. Recuerda la «flor del cerezo», la flor nacional del Japón. De la flor a la que tanto ama esa raza. La flor del cerezo, tan japonesa y tan nuestra: por ser tu de Dios y por tu amor a sus cosas, tienes mas motivos que nadie para hacer de tu vida esa realidad, y hacerla al servicio del ideal mas alto que un alma puede tener en la Tierra, el único que, bien vistas las cosas, merece la pena.

Aman los japoneses la flor del cerezo porque prefiere caer antes que mancillarse, y porque siendo así representa el espíritu japonés. Esa es también tu única postura: has de preferir la muerte antes que mancillarte; entiendo por mancilla cualquier cosa que te haga desviar de tu camino recto de lealtad a tu Señor.

Resiste por amor de Dios, y resiste con alegría a esas nubes que el demonio bien sabrá poner a tu alrededor, pues cualquier cosa que sea, lo que te cueste no será ni con mucho la muerte.

Recuerda esos miles de millones de hombres, tu, amante de dar a conocer a Cristo. Tu puedes ser para ellos una puerta. No te cierres. Por eso te pido que seas fuerte, que cierres los ojos a cualquier cosa que te llame la atención y sea incompatible con tu misión: para ser fuerte, se sincero y dócil. No puedes defraudar ni a Jesús, ni a tantos millones de hermanos nuestros que, en tu país, y en todos los extremos de la Tierra, nos están esperando.

No se cuales serán los motivos de tu flojera, pero se por experiencia que, cuando el corazón comienza a titubear en su fidelidad, para justificarse, se agarra a lo que encuentra mas a mano. No porque crea al principio que eso le justifica, sino para ocultar su cobardía, y después de tantas veces como ha repetido el pretexto, termina creyéndoselo, como algo que justifica plenamente. Y que feo es hablar a un alma como tu de justificaciones, cuando...; solo entiendes de lealtad!

Me sorprendió tu valentía cuando dijiste decidido: ¿Que mas me falta?

Por todo ello, quizás hayas mirado hacia el matrimonio, que te habrá presentado el demonio pintado de color de rosa y con mas alicientes «santos» que nunca. Son refugios, son refugios. Es verdad que es grande ser padre o madre, pero es mucho mas grande ser virgen por amor de Dios. Maria, si te sirve para algo su ejemplo, prefirió ser virgen a la posibilidad de ser madre del Mesías.

Pero tu problema no debes resolverlo tu solo, como si fueses el único interesado. ¿Recuerdas? Si la Virgen hubiera dicho que no, en la Anunciación, al entregamiento que Dios le pedía, ni tu ni yo seriamos cristianos. Si tu dijeras que no... Tienes que tener constantemente ante tus ojos ese mundo a conquistar que se te abre, pues es un elemento poderoso para las determinaciones de tu lealtad... Son millones de almas, y la única manera de acercarte a ellas es saltar por encima de todo lo que se deba, es desprenderse de todo, dejando a la espalda las costas, perdiéndolas de vista en ese ir mar adentro, «duc in altum».

Y Jesús, mirándote, mostró quedar prendado de ti.

Ante esos millones de almas se hace lo que sea, no se puede reparar en medios costosos. La Virgen, por ser virgen, fue después madre de inmensas multitudes. Nadie ignora la predilección de Dios por la virginidad, ni la prodigiosa fecundidad que trae consigo. Que es ventajoso al hombre el no casarse, dice San Pablo. Tu dejaras una estela de hijos de tu espíritu, que ni el tiempo, ni nadie, podrá borrar.

¡Cuantos ejemplos podría darte de ellos y de ellas, que supieron y saben resistir heroicamente en la defensa de su virginidad, cuando parientes y amigos la atacan con rabia!

Por fin, recuerda tu bautismo... ¡aquellas promesas!

Cuando enderezaste tus pasos hacia Cristo, sentiste que El quería. Quería entonces, quiere ahora y querrá siempre... Y si El quiere, solo hace falta que siempre quieras tu.

Y quiere aunque te cueste, pues ya sabes que no hay redención sin dolor.


37. EL LEPROSO: CONFESIÓN

La escena que nos sirve hoy para la oración nos lleva a contemplar el corazón grande y magnánimo de Jesús al curar un leproso, que sale a su encuentro en una ciudad cercana al lago de Genesaret.

Los apóstoles están recogiendo la cantidad de peces que han capturado, después de que Jesús mandara echar la red a la derecha de la barca. El temor se ha apoderado de todos ante el portentoso milagro del Maestro.

Después de vender el pescado en el mercado, se dirigen al centro del pueblo; la gente que ha visto el milagro le espera, ansiosa de su palabra. En esto, se oye un tintineo de campanas desde el otro lado de la plaza; la gente empieza a gritar: ¡Apartaos!, es el leproso. La gente coge piedras para ahuyentarle. Es inmundo y no tiene derecho acercarse a ningún poblado.

Observan incrédulos cómo el leproso sigue en su intento de acercarse al Maestro, no le importan ni los insultos, ni las piedras, ni las miradas despectivas. Su paso es decidido, va envuelto en la túnica blanca con que suelen vestir estos enfermos; en la mano derecha lleva una diminuta campana.

Ya está a pocos metros de Jesús, la muchedumbre ha ido apaciguando sus gritos y ahora en silencio miran la escena. Pueden ver a Pedro y a Juan detrás de Cristo, y el rostro y las manos desfiguradas del enfermo. Dan un paso hacia atrás cuando el leproso cae rostro en tierra a los pies del Maestro. El silencio es roto por las exclamaciones cuando Jesús coge al leproso por los brazos y lo levanta. Las miradas de ambos se cruzan, de los ojos del leproso surgen unas lágrimas, de los labios de Cristo una sonrisa.

¿Qué quieres?, dice Jesús.

Señor, llevo varios días observándote desde lejos y oyendo todo lo que dices; al principio no me atrevía a acercarme a Ti por vergüenza, debido a mi enfermedad: tengo el cuerpo roto por las llagas, e infectado; de mis heridas sale pus y huelo mal. Pero me he dado cuenta de que a ti no te asusta la miseria de los hombres, y de únicamente quieres el bien de todos los hombres, así me he decidido a venir a Ti, y decirte que si quieres, y tienes misericordia de mí, puedes limpiarme.

Al Señor se lo ha ganado por su sinceridad, al mostrarle sus heridas; pero aún más por su fe al venir a Él, para recibir su curación.

El Señor extendió la mano, le tocó la cara y le dijo: ¡Quiero, queda limpio! Preséntate a los sacerdotes para certificar tu curación, vete y no peques más. Lo que realmente afea al hombre es el pecado, que lo hace indigno de su condición de hijo de Dios.

Un largo abrazo entre los dos sigue a la escena. Las carnes del leproso se han vuelto limpias, se han curado de sus heridas, y su aspecto recobra la dignidad perdida.

Señor, que gran milagro has hecho. Pues esto no nada en comparación con los que haré a lo largo de la historia en las almas de los hombres que se acerquen compungidos al Sacramento de la Misericordia de Dios.

El pecado mortal es la mayor tragedia. Deseos de contrición; el Señor se complace en las almas contritas (David) No olvidar lo que significa ofender a Dios. Ef 1, 2-3 De hijos de Dios a hijos de la ira. Forja 1002. Por salvar al hombre, Señor, mueres en la Cruz; y, sin embargo, por un solo pecado, mortal, condenas al hombre a una eternidad infeliz de tormentos...: ¡cuánto te ofende el pecado, y cuánto lo debo odiar!

Venial: debilita. Hacen mucho daño y predisponen al mortal . Camino 329 Los pecados veniales hacen mucho daño al alma. por eso, dice el Señor en el "Cantar de los Cantares": cazad las pequeñas raposas que destruyen la viña. Camino 330. ¡Qué pena me das mientras no sientas dolor de tus pecados veniales! Porque, hasta entonces, no habrás comenzado a tener verdadera vida interior.

Tú y yo tendremos que superar una cierta vergüenza al confesar los pecados al sacerdote, que son sus representantes en la tierra. Si existe un verdadero dolor por esas faltas cometidas, entonces Dios Padre estará siempre dispuesto, aunque el pecado sea horrible, a perdonarnos. Él ha venido a salvar a los pecadores y devolverles la posibilidad de abrazar a Dios.

Señor, me gustaría no ofenderte nunca más, pues cada día me doy más cuenta de lo que significa el pecado: un ingrato rechazo de tu amistad para conmigo. Señor, que siempre odie el pecado y me una a Ti con un amor tan grande como tu amor. ¡Ojalá nunca pierda esa fe del leproso para acercarme a Ti cuando esté enfermo del alma!



38. EL CENTURIÓN: HUMILDAD

Jesús, como tiene un corazón grande, muchas veces se admira ante las virtudes de los hombres y mujeres que va encontrando en su paso por la tierra. Esto es lo que ocurre en la escena que vamos a contemplar hoy. El Señor se dejará ganar por la fe y la humildad de un soldado romano que le pide la curación de uno de sus criados.

El centurión ha echado una mano en la construcción de la sinagoga. Es un soldado que se está portado de maravilla con el pueblo. Es posible que fuera un hombre que se estuviera preparando para recibir la fe: lee los libros inspirados, estudia la historia del pueblo elegido.

Tiene un criado que está enfermo, muy grave. Los médicos le dan muy poco tiempo de vida. Él está sufriendo muchísimo pues trata a todos con mucho cariño, procura poner todos los medios para que se cure y, de hecho se ha gastado un gran cantidad de dinero para salvarle.

En Cafarnaún está Jesús: ha curado al leproso el otro día. El centurión ha escuchado el milagro y va en busca del Señor. Está perfectamente uniformado, ha terminado su guardia. Sobre su cabeza tiene el casco acabado con lo crines rojas propias de su rango, lleva puesta la clámide oficial sobre los sus hombros, y calza las sandalias romanas y porta consigo el escudo con el águila imperial y con su mano izquierda agarra la lanza.

Jesús está rodeado de gente que le está escuchando. Cuando llega el centurión todos guardan silencio, saben que está sufriendo mucho. Uno de los que escuchan al Señor se lo presenta a Jesús.

Se ha quitado el casco y se postra ante Jesús. El Señor le coge las manos y le alza. Otra vez veremos la sonrisa de Jesús y las lagrimas de un hombre que sufre:

- Maestro, mi criado yace paralítico en casa, atormentado por fuerte dolores.
- No te preocupes, iré y lo curaré
- Jesús, como sabes, soy romano aunque estoy estudiando vuestra religión y, si tú entras en mi casa, quedarás contaminado pues no les está permitido a los judíos entrar en casas de extranjeros. Yo no soy digno de que entres en mi casa; pero di una sola palabra y mi criado quedará curado. Pues también yo, que soy un hombre sujeto al mando con soldados a mis órdenes, digo a éste: Ve, y va; y al otro: ven, y viene; y a mi criado: haz esto, y lo hace.

Quedan todos asombrados de la humildad de este hombre. Es de las personas con más poder en la comarca, manda a una escuadrilla del ejercito más poderoso hasta ahora conocido. Todo el mundo le respeta y, a veces, hasta le teme por los informes que pueda mandar al Procurador; y sin embargo ante Jesús se considera una persona sin derechos, un pobre hombre necesitado de ayuda. Conoce sus limitaciones, se da perfecta cuenta de que debe acudir a Aquel que puede solucionar todos sus problemas.

Jesús le ha mirado con afecto, se ha quedado maravillado de él, y volviéndose a la gente dice:

- Os digo que ni en Israel he encontrado una fe tan grande. Os aseguro que muchos del Oriente y del Occidente vendrán y se sentarán con Abraham, Isaac y Jacob en el reino de los cielos, pero los hijos del reino serán arrojados a las tinieblas exteriores; allí habrá llanto y rechinar de dientes.

Y mirando al centurión, le dijo: Anda, que te suceda como has creído.

Hemos oído las palabras ansiadas, la curación del criado del centurión. Este se ha puesto de pie, abraza a Jesús y le agradece su intervención.

Cuando se ha despedido y empieza a caminar hacia su casa, viene hacia él un grupo de gente compuesto por soldados y un hombre que viste humildemente, es el criado del centurión. Los dos se funden en un prolongado abrazo. Los dos se dirigen de nuevo a Jesús, no hay palabras, la mirada es de por sí suficiente.

Este es el gran valor de la humildad. Una virtud que roba el corazón de Jesús. Hemos leído tantas veces en la Sagrada Escritura que Dios resiste a los soberbios y da su gracia a los humildes. Hoy se ha vuelto a cumplir la Escritura. La humildad de este centurión ha hecho posible la curación del criado.

Ante los dones que hemos recibido del Señor, que desde la eternidad pensó en cada uno de nosotros y nos creó con unas cualidades determinadas, nuestra actitud ha de ser de agradecimiento: todo lo que tenemos a Él le pertenece; nosotros hemos hecho pocos méritos para recibir la inteligencia, la memoria, las condiciones físicas, la familia, la gracia y todo lo “que nos pertenece”. Por eso hemos de dar gracias constantemente.

Sin embargo ante nuestras limitaciones y errores, lo propio de toda criatura es pedir perdón, sin desanimarse y perder la paz, y seguir luchando confiando en la ayuda de Dios. Por eso es lógico que los hombres tengamos la necesidad de acudir con frecuencia al dador de todas las gracias para alcanzar su misericordia y su perdón.

Surco 263: Déjame que te recuerde, entre otras, algunas señales evidentes de falta de humildad:
-pensar que lo que haces o dices está mejor hecho o dicho que lo de los demás;
-querer salirte siempre con la tuya;
-disputar sin razón o -cuando la tienes- insistir con tozudez y de mala manera;
-dar tu parecer sin que te lo pidan, ni lo exija la caridad;
-despreciar el punto de vista de los demás;
-no mirar todos tus dones y cualidades como prestados;
-no reconocer que eres indigno de toda honra y estima, incluso de la tierra que pisas y de las cosas que posees;
-citarte a ti mismo como ejemplo en las conversaciones;
-hablar mal de ti mismo, para que formen un buen juicio de ti o te contradigan;
-excusarte cuando se te reprende;
-encubrir al Director algunas faltas humillantes, para que no pierda el concepto que de ti tiene;
-oír con complacencia que te alaben, o alegrarte de que hayan hablado bien de ti;
-dolerte de que otros sean más estimados que tú;
-negarte a desempeñar oficios inferiores;
-buscar o desear singularizarte;
-insinuar en la conversación palabras de alabanza propia o que dan a entender tu honradez, tu ingenio o destreza, tu prestigio profesional...;
-avergonzarte porque careces de ciertos bienes...


39. LA HIGUERA: APOSTOLADO

Betania. Nos encontramos en las horas cercanas a su muerte. Actividad intensa. Temprano, vuelve a Jerusalén. Sintió hambre y al ver de lejos una higuera que tenía hojas, se acercó por si encontraba algo en ella. (Mc 11, 12) Jesús que tiene hambre. Conmueve.

Y en la cruz, tiene sed; sed de almas, hambre de almas.

Se acerca a nosotros. La higuera solo tiene hojas. ¿Tú y yo?. Apariencia. El Señor quiere fruto. Qué encuentras Tú Señor cuando te acercas a mi. ¿Hay fruto? ¿Hay disponibilidad? ¿Hay fruto de oración? ¿Hay fruto de trabajo? ¿Hay fruto de apostolado? O doy el pego.

El Beato Josemaría lo aplicaba al apostolado. En una meditación: ¡Son fuertes las palabras del Señor: nunca jamás darás fruto! ¡Nadie tomará fruto de ti! Y le oyeron sus discípulos. ¡Cómo se quedarían sabiendo que hablaba la Sabiduría, la Sabiduría de Dios!...No hay excusas para dejar de dar fruto. (meditación 9.I.56)

Dejan atrás la higuera. Los discípulos se irían diciendo, nunca jamás, nunca jamás. Tú y yo vamos con el Señor por el camino. Propósito: que yo dé fruto.

Nuestro Padre: Hemos de dar fruto, fruto que sacie el hambre de las almas cuando se acerquen a nosotros. Porque tenemos todos los medios sobrenaturales y la doctrina suficiente; porque –si queremos- estamos en condiciones de vivir, con la gracia del Señor, a pesar de nuestra miseria, una vida capaz de iluminar y de arrastrar a otros, la vida de Cristo en nosotros.

Señor que yo sea luz, que yo sea sal. Que no me esconda. Tú necesitas gente que diga con su vida: yo creo.

Jesús va a estar todo el día predicando. Vuelven por la noche a Betania después de un día muy cargado de acontecimientos. Es el momento para darse cuenta y reflexionar lo que han contemplado hoy.

Al día siguiente, martes, cuenta san Marcos 11, 20-21: En la mañana cuando pasaban, vieron la higuera seca desde la raíz. Pedro, recordando, lo que Jesús había dicho, le dijo ¡Rabi, mira! La higuera que maldijiste se secó. Jesús les contesto, Tened fe en Dios.
Y el Señor les dice que tengan fe en Dios. Veis ese monte: monte de los olivos, pues decid: Levántate y arrójate al mar, si no dudáis tendréis lo que queráis
Nuestro Padre: El Señor pone esta condición: que tengamos fe, porque después seremos capaces de remover los montes. Y hay tantas cosas que remover. (...) Que os pongáis delante del Señor y le digáis despacio, con todo el afán de vuestro corazón: Señor creo, pero ayúdame a creer más y mejor.

El Apostolado es consecuencia de la caridad. La mies es mucha y los obreros pocos. Sentir la urgencia y la inmensidad de la labor. Nuestro Padre: No hay alma que no interese a Cristo. Cada una de ellas le ha costado el precio se su Sangre.

Característica del verdadero celo apostólico: Hambre de tratar al Maestro; preocupación constante por las almas; perseverancia, que nada hace desfallecer.

Nuestro afán de almas ha de quemar a cuantas personas tengamos alrededor. Los medios sobrenaturales son fundamento de todo nuestro apostolado.

Gastarse por entero en la labor apostólica sin miedo al ambiente.

En la dirección espiritual nuestro Padre preguntaba: ¿A cuántas personas has hablado de Dios? ¿Qué has hecho para encomendar a las personas que tratas?

40. EJEMPLOS DE FE EN LA VIDA DEL SEÑOR

Fijaos hoy en la oración en las cosas en las que se fija el Señor, para no equivocar el camino.

Dos hombres suben al templo a orar. Lc 18, 9s El publicano no se atreve a entrar; ha llegado callejeando, medio escondido, con temor. El fariseo, erguido, saluda al sacerdote, hace una limosna. Y Jesús qué dice. El publicano va justificado. El fariseo: sería una personal cumplidora. Está tranquilo; da, pero no se da; cumple. A veces nosotros podemos ser como el fariseo. Nos quedamos tranquilos porque cumplimos con una serie de cosas: y quizá sin poner todo el corazón. Vamos a Misa; y nos distraemos y no luchamos, pensamos en otras cosas, miramos... Hacemos oración –de vez en cuando-; acudimos, eso sí, a Dios cuando tenemos una dificultad. Y nos enfadamos, cuando no lo soluciona.

¿Cómo es tu fe? El evangelio nos pone muchos ejemplos:

Zaqueo. Esfuerzo por estar con el Señor. Baja, hoy me hospedaré en tu casa. Jesús nos pide ese esfuerzo.

(Fe de Bartimeo): fe activa, generosa. Bartimeo (St Mc 10, 47-52: Llegan a Jericó. Y al salir él de Jericó con sus discípulos y una gran multitud, el hijo de Timeo, Bartimeo, ciego, estaba sentado junto al camino pidiendo limosna. Y al oír que era Jesús Nazareno, comenzó a gritar y a decir: Jesús, Hijo de David, ten compasión de mí. Y muchos le reprendían para que se callase. Pero él gritaba mucho más: Hijo de David, ten compasión de mí. Se detuvo Jesús y dijo: Llamadle. Llaman al ciego diciéndole: ¡Animo!, levántate, te llama. El, arrojando su manto, dio un salto y se acercó a Jesús. Jesús, preguntándole, dijo: ¿Qué quieres que te haga? El ciego le respondió: Rabboni, que vea. Entonces Jesús le dijo: Anda, tu fe te ha salvado. Y al instante recobró la vista, y le seguía por el camino)

(Fe de un centurión): fe y amor, fe audaz. Al oír esto Jesús, quedó admirado de él, y volviéndose a la muchedumbre que le seguía, dijo: En verdad, os digo.

(Fe de los amigos de un paralítico): Viendo Jesús la fe de ellos (de los amigos), dijo al paralítico: Tus pecados te son perdonados [...]. Mt 9, 2; Lc 5, 20. Fe en el apostolado. Fe de llevar las almas a Dios. Planes amplios. El mundo. Superar los obstáculos.

(Fe de la Hemorroisa): fe humilde, sobrenatural. Fe en la oración (pedid y se os dará) Mc 5, 24-34.

Fe apremiante: como la de Jairo. Creo, pero ayuda. Pedirla: adauge nobis... Fe operativa.

Higuera estéril: qué encuentra Cristo cuando pasa a tu lado. ¿apariencia o frutos? ¿amor o indiferencia (cumplimiento)? En tu oración, hay obras, qué le dices al Señor, tienes una actitud abierta, buscas la intimidad. En el ambiente en que te mueves, hay obras o te dejas llevar.

Pedro: no conozco a ese hombre. Respetos humanos en el apostolado. Cómo se mueven los enemigos de Dios. Pedir al Señor que nos aumente la fe. Vida cristiana es compromiso. ¿Desertamos?.

Padre del niño lunático Pide porque le va en ello la vida. ¿Y a ti y a mi, nos va la vida en querer al Señor?. Luchamos con decisión.

Y la fe de María que le lleva a decir: eh aquí la esclava del Señor.

Terminamos, ¿te identificas con estos hombres?.

41. LA MULTIPLICACIÓN DE LOS PANES: GENEROSIDAD

Estamos en la segunda primavera de la vida pública del Señor. Jesús se encuentra con una gran muchedumbre que le contempla admirada. Hay gente de todas las edades y condiciones: niños, mujeres, ancianos, familias enteras. Comentan entre sí las últimas palabras del Maestro.

El Señor tiene esas entrañas de misericordia y les advierte a sus Apóstoles que tendrían que darles de comer, ya que están lejos de la ciudad y podrían desfallecer, llevan días siguiéndole y no se han preocupado de la comida.

Tampoco ellos llevan nada. Los doce buscan entre la gente alguien que tenga algo para llevárselo a Jesús

Andrés encuentra a un muchacho.

- Mira me llamo Andrés, soy discípulo del Señor, y estoy buscando algo de comer ¿Tendrías algo para darme?
- No sé lo que habrá preparado mi madre. Siempre mete en mi zurrón algunos panes y pececillos.
- ¿Me los puedes dar? Jesús nos ha pedido algo de comer para alimentar a esta gente hambrienta, y a nosotros no se nos ha ocurrido comprar nada esta mañana. ¡Quien iba a pensar que se iban a juntar tanta gente hoy! El maestro comenzó a hablar y como la gente estaba encantada con Él, no terminó de marcharse. Como se hacía tarde para que volvieran a sus casas, al verlas hambrientas, Jesús ha tenido compasión de ellas, y no ha querido despedirlas de vacío en este descampado.
- Pero con lo que yo te doy no tienes nada para dar de comer a mas de 5.000 hombres. No me engañarás...

Sacando los pocos pececillos y panes se los dio a Andrés y este se los llevó al Señor.

El Señor toma los panes y, después de dar gracias, los empieza a distribuir entre los Apóstoles. De sus manos van surgiendo uno, dos, tres... cientos de panes; e igualmente con los peces. Todos contemplamos el milagro, los Apóstoles estallan de alegría. La gente come hasta saciarse.

¡Menos mal que este muchacho fue generoso! El milagro se realiza porque un chaval fue generoso y le dio todo.

El Señor nos da dones y virtudes, todo lo que tenemos lo hemos recibido de Dios: la vida, la inteligencia, la familia, los aspectos físicos, los bienes materiales... Con todas estas cosas somos capaces de hacer mucho, pero siempre el resultado tendrá un valor humano. Sin embargos, cuando esos bienes se ponen al servicio de Dios con libertad y generosidad, el fruto tiene un valor divino, y se multiplica por cien o por mil, dependiendo de la confianza con que se entregue.

No podemos regatear nada a Dios; se trata de darnos sin egoísmos y cicaterías. Así tendremos una gran recompensa en el cielo, y también en la tierra.

Camino 776: No caigas en un círculo vicioso: tú piensas: cuando se arregle esto así o del otro modo seré muy generoso con mi Dios.
¿Acaso Jesús no estará esperando que seas generoso sin reservas para arreglar El las cosas mejor de lo que imaginas?
Propósito firme, lógica consecuencia: en cada instante de cada día trataré de cumplir con generosidad la Voluntad de Dios.

Surco: 13: Hay que pedirte más: porque puedes dar más, y debes dar más. Piénsalo.

Surco 775: Quizá a ti también te aproveche aquella industria sobrenatural -delicadeza de voluntario amor- que se repetía un alma muy de Dios, ante las distintas exigencias: "ya es hora de que te decidas, de verdad, a hacer algo que merezca la pena".

Forja 291: Te pide Jesús oración... Lo ves claro.
-Sin embargo, ¡qué falta de correspondencia! Te cuesta mucho todo: eres como el niño que tiene pereza de aprender a andar. Pero en tu caso, no es sólo pereza. Es también miedo, falta de generosidad.

42. ¡PODEMOS! ¡POSSUMUS!

Mt 20, 22: ¿Podéis beber el cáliz que yo tengo de beber?... podemos!

En el campo, a mediodía. Un alto en el camino. Es de nuevo la primavera.

Jesús acaba de comunicar a sus apóstoles lo que le espera en Jerusalén, hacia donde se dirigen. Suben a la ciudad, y el Señor se adelanta, sorprendiéndoles y dejándoles desconcertados.

En un momento en el que Cristo esta atendiendo al pueblo, a esas inmensas muchedumbres que le asaltan siempre, se le acerca la madre de los hijos de Zebedeo, con sus dos hijos, en actitud de querer pedirle alguna cosa.

Jesús lo advierte y se vuelve a ellos.

Esta mujer ambiciosa tiene delante a Cristo; al fondo, las gentes; mas allá, las montanas: un mundo que se insinúa tras el horizonte y el cielo azul.

—¡Que quieres?
—Dispón que estos dos hijos míos tengan asiento en tu reino, uno a la derecha y otro a la izquierda.

Los dos apóstoles han venido a Jesús arrastrados por su madre.

También deseaban lo que su madre pide, pero sin ella hubiera sido un deseo ocultamente mantenido, jamás manifestado.

Los tres desean lo mismo.

Pero ellos vienen temerosos y avergonzados. Es que las madres, si se trata de sus hijos, no encuentran barreras.

Ahora están delante del Señor, con la cabeza gacha, con rubor en sus mejillas, al lado de su madre.

Jesús mira a ambos. En sus labios se dibuja una sonrisa. Sus ojos divinos se posan una y otra vez en las sonrojadas frentes de cada uno. Y ambos, a su tiempo, sienten el ardor de la mirada de Cristo, como si les quemara.

Pero ahí están. No se atreven a levantar la mirada.

Jesús se dirige a ellos.

-No sabéis lo que os pedís. ¿Podéis beber el cáliz que yo tengo de beber?

Las cabezas avergonzadas de los apóstoles se levantan vigorosamente, a la vez, gallardas, como movidas por un mismo resorte. Vemos azotar en el aire la mecha de Juan, cuando responden al unísono:

-¡Possumus! ¡Podemos, Señor! Estamos dispuestos a lo que quieras.

Cada uno es un varón de deseos. Ella es una mujer de deseos.

Hasta este momento es la madre quien ha hablado. Ahora son ellos los que responden.

Quizá la mujer, al mencionar el reino, pensaba en el reino temporal, como los judíos de su época. Si es así, ella es corta en visión, aunque exagerada en ambición: desea lo mejor que ve.

Si esta pensando en la eternidad, no ha podido pedir nada mejor. Madre e hijos son almas de deseos. Y ser alma de deseos es ser algo distinto y superior a la mediocridad ambiental de cualquier época. Los hombres de deseos triunfan siempre, en la tierra y en el cielo: El deseo del justo se logra. El justo ve colmados sus deseos.

Tu y yo, que contemplamos la escena, no podemos quedarnos de meros espectadores. ¡Seamos también almas de deseos!

Un puesto junto a Cristo es para siempre.

Cuando pase la apariencia de este mundo, esto se vera mas claro. A veces no sabemos que debemos desear. Y El sabe mejor lo que nos conviene. Deseemos lo que el Señor desea: Sed, pues, perfectos, así como vuestro Padre celestial es perfecto.

Deseos de perfección: Tengámoslos con el mismo garbo que los hijos de Zebedeo. Dispuestos a todo. Mi Dios os dará lo que os falta, nos dirá San Pablo.

Muchos saben así desear cosas que duran poco.

Cuentan de un barco que había quedado a la deriva, maltratado por una tormenta. Los navegantes, sin aparatos que les dijeran dónde estaban, y perdidos en el Océano, fueron consumiendo el agua potable que les quedaba. La muerte acechaba. Con la sed se incrementaba el deseo: el agua dulce era para ellos su obsesión. Apareció un barco y por senas le pidieron agua. La embarcaci6n no se detuvo. Para obtener lo que ansiaban, solo tenían que alargar la mano: estaban navegando, desde hacía días, en la desembocadura de un río inmenso. Llenos de alegría confirmaron que era verdad.

Naveguemos ambiciosos de cosas que duran siempre. Hace muchos años, y durante muchos meses, veía todos los días un enorme repostero colocado en un lugar por donde había de pasar varias veces. Estaba compuesto por un inmenso campo amarillo sembrado de cruces y de corazones. Aquellas de color verde, estos en rojo. Ambos colores en dos tonos diferentes: unos mas vivos, otros mas apagados. Y, alrededor, enmarcando el campo, una misma palabra repetida: POSSUMUS, POSSUMUS, POSSUMUS... Como si fueran gritos. Nos enseñaba a saber decir ¡POSSUMUS!, tanto cuando el corazón y la esperanza están encendidos, como cuando se oscurecen y se apagan.

Deseos que se concentran en el plan de cada día. En el deber de cada instante. En la prueba de cada momento.

43. BARTIMEO

Mc 10, 46-52

Hace muchos meses que ha oído hablar del Mesías. Desde entonces aguarda su paso.

Se gana la vida pidiendo limosna, sentado ahí, junto al camino.

Todos le conocen. Y con frecuencia conversan con el, le hacen compañía.

El es ciego de nacimiento.

Así se le pasa la vida, como a tantos: Sentados, ciegos, aguardando limosnas de polvo.

Muchos, buenos, creen estar en el camino del Señor, y lo están, pero sentados. Y ciegos, pues creen que ven, y no ven. Con iguales disposiciones, lo que quieren, lo que ansían, lo que buscan, no es mas que polvo. Como el ciego del camino, permanecen con su mano extendida, día tras día, siempre...

El ciego ha escuchado el paso de Cristo, el ruido de los que le siguen, y ha preguntado quienes eran.

Habiendo oído, pues, que era Jesús Nazareno el que venia comenzó a dar voces, diciendo:

-¡Jesús, hijo de David, ten misericordia de mi!

Esta es su oración.

Sus voces, desde la cuneta del camino, se oyen por todo el pueblo. Todos vuelven sus ojos hacia Bartimeo, mientras andan, porque Jesús no se detiene.

El se sabe ciego, cree que hay una luz que nunca ha visto, y pide misericordia. La humildad de su oración es manifiesta: no le importa el concurso de la gente, ni humillarse en presencia de todos. Nos enseña la primera condición de la oración.

Una y otra vez insiste en la llamada.

Entre sus voces, escucha los pasos incesantes de la comitiva, que no se detiene.

Por eso, cada vez, grita con mas deseo, humillándose, si cabe, mas.

No quiere se le pase esta oportunidad.

Grita porque confía.

Y confía a pesar —por eso sigue gritando— de que Jesús no se detiene.

Al oír al ciego, ¡como nos tiene que dar ganas de gritarle por tantas y tantas cosas! Con la misma humildad, con la misma confianza.

Observamos que riñen a Bartimeo. Muchos, algunos que siguen a Cristo, le reñían para que se callara. Son los «prudentes» de siempre. Le dan argumentos: «¡Cállate! ¡Confórmate con tu suerte! ¡Que afán de hacer lo que nadie hace!».

Sin embargo, el alzaba mucho mas el grito. Superaba la muralla de las dificultades que se le oponían.

-Hijo de David, ten compasión de mi.

Por encima de las criticas de los mediocres, se levanta el grito del que confía.

Bartimeo persevera en su oración. Persevera porque confía.

A pesar de que los hombres se lo impiden, a pesar de que no se interrumpen los pasos del Señor.

Grita con la pasión de quien sabe que Cristo pasa junto a si. Nadie puede imponerle silencio.

Es una oportunidad que quizá no vuelva a repetirse. Grita y grita. Hasta que Jesús se detiene. Y le mando llamar.

Su oración ha sido humilde, confiada, perseverante.

Aun sigue clamando, cuando escucha los pasos apresurados de unos mensajeros voluntarios mezclados con sus voces que le dicen:

-Levántate, que te llama.

Se pone de pie de un brinco. Tira la capa. Y va corriendo... ¡a ciegas!

Levantando polvo en su carrera, tropezando... llega a Cristo. Jadeante.

Piensa en tantos ciegos que se quedan sentados en la vera del camino: no porque no escucharon los pasos de Jesús y de los que le siguen, que de algún modo oyeron. No por no haberle clamado, que lo hicieron. No porque les falto alguien que les llamara, que también tuvieron quienes les hiciera ese servicio. Sino porque les falto el garbo de tirar la capa...

Tirar la capa. La capa es eso que estorba, aunque sea muy bueno. Bartimeo ha añadido a su oración esa condición del orante: desprendimiento.

Tiro la capa. Jesús le tiene frente a si.

Bartimeo le siente cerca, muy cerca. Entre su respirar jadeante, escucha el respirar del Señor.

Todos guardamos silencio. Ese silencio impresionante, que es el preámbulo de los grandes milagros de Cristo. Es Jesús quien había mientras le mira y le sonríe.

-¿Que quieres que te haga?

Pienso en mi querer. Esa pregunta es incisiva, es una invitación a un querer puro, a un querer de verdad... El ciego ha oído la imponente palabra de Dios. Palabra por palabra. Su corazón late de prisa.

-Señor, ¡que vea!

Mi pensamiento es rápido, pero mas lo ha sido Bartimeo en contestar.

El Señor ha puesto su mano sobre el hombro del ciego y le ha dicho:

-Anda, que tu fe te ha curado.

Y vio al momento.

Lo primero que se dibuja en sus ojos es la figura de Cristo, que enamora. No es extraño que se nos uniera, y venga siguiéndole por el camino. Quizá muchos no lo hacen por tener una imagen de Cristo equivocada o borrosa.

A la mañana siguiente buscan en vano a Bartimeo: vieron su lugar, con la huella en la hierba..., pero no estaba, ni estará jamás ya.

No volverá a pedir limosnas de polvo. Antes era un ciego, sentado. Ahora es un seguidor de Cristo.

44. ENTREGA

Mc 14, 3: “... rompiendo el vaso”.

En Betania. Simón el leproso ha invitado al Señor.

Entre los convidados, Lázaro. Está reciente su resurrección, y el pueblo ofrece al Señor recién llegado una acogida triunfal. En la noche del sábado, día siguiente a su llegada, y en la rica casa de Simón, se celebra el convite. Si Jesús deja vacías las aldeas cuando pasa por los campos de Israel, porque todos le siguen, ahora con mas razón las gentes se reúnen en tumulto delante de la puerta de la casa donde saben que esta: todos quieren ver a Cristo.

Vemos llegar a María, la hermana de Lázaro, resuelta.

Trae en sus manos uno de aquellos vasos de alabastro de cuello fino y alargado, en los que es costumbre conservar perfumes de alto precio. Quiere hacer un tribute de honor a Jesús; ella, que, como contemplativa, había elegido la mejor parte, de la que jamás será privada.

María es un alma pura.

Su actitud nos recuerda la audacia de aquella otra mujer que, en una ciudad de Galilea, lloró a los pies de Cristo. Un rico fariseo había rogado al Señor que fuera a comer con el en unión de otros personajes, mas para examinarlo de cerca que para honrarle. Todos escuchaban desde dentro la algarabía que el pueblo reunido en la plaza levantaba: a oleadas fueron llegando mas y mas gentes, y todos se esforzaban por ser de los primeros. Dentro de la sala se movían los criados sirviendo los manjares.

De pronto se hizo un gran silencio fuera; todos los convidados miramos a la puerta, deseando encontrar en ella la explicación de aquel silencio inesperado. Es que en la plaza se ha presentado una mujer conocida por su frivolidad y por su clara belleza: venia decidida, traía en sus manos también un vaso de alabastro lleno de perfume, sus pies descalzos, su cabellera suelta, sus ojos llorando.

Era tal su decisión, que sus conciudadanos, respetuosos, la dejaron pasar, le abrieron camino, aunque luchaban entre si para ser los primeros. Así, sin cambiar el ritmo de sus pasos, llego a la puerta de la sala, y, enmarcada en la entrada, dio respuesta a los ojos interrogantes que miraban.

Es ella, la pecadora. La actitud de las miradas cambio al momento, y cayó sobre ella una nube de ojos feroces y severos. Otros de risa. Ella los noto sobre si, pero no cambio el paso de su marcha. Ni se detuvo, ni titubeo.

Con el mismo ritmo en su andar se dirigió derecha a Cristo, se arrodillo a sus pies, los beso una y otra vez... y rompió en llanto. Lagrimas y bálsamo se mezclaron en los pies de Jesús; con su limpia cabellera los enjugaba.

Todo sin una palabra.

Así comenzaba una vida nueva.

«Se acerco al Señor impura para volver purificada».

No nos han querido decir su nombre.

Nos quedamos sin saber quien era.

María ahora entra de manera parecida. Su actitud es también decidida. Impone silencio. Todos lo advierten, y la siguen con la mirada. El vaso que trae es un precioso alabastro, de cuello delgado y largo, lleno de perfume hecho de espiga de nardo, de mucho precio. Y cuando llega a los pies de Jesús, rompe el silencio, a la vez que el gollete del frasco, de un golpe. La esencia perfumada se derrama sobre la cabeza del Señor y después sobre sus pies: a borbotones.

De nardo puro: sin apariencias ni falsificaciones.

No se entretuvo en quitar el sello que tapaba la boca del vaso. Todos oyen el chasquido.

¡De un golpe! Decidido, fatal, irreparable.

Es un gesto heroico, generoso. Digno de tal Señor... ¡De una vez!

Propio de un corazón ardiente.

Ese chasquido del frasco de María tendrá ecos que se oirán sin cesar por los siglos. Se repetirá en las almas que saben hacerlo consigo mismas, como María lo hizo con su vaso y con su vida.

Si hubiera derramado sobre el Señor parte del perfume, con eso solo hubiera hecho mas que el resto de los comensales. ¿Por que quiere dar todo?

María no calcula.

Y dando todo, no se reserva ni el vaso, que puede ser ocasión de muy queridos recuerdos suyos. Además es un objeto valioso, con un contenido todavía mas precioso. Judas lo calcula en seguida: vale trescientos denarios. Sobraba para dar de comer a cinco mil hombres.

¿Por que ese gasto sin razón? ¿A que viene ese sacrificio sin sentido? Los hombres son torpes para entender por que se ha de dar mas de lo que es preciso, por que de un golpe, por que de una manera plena, completa, total. Les parece un desatino la entrega preciosa de vidas elegidas, en luminosa juventud...

Y arguyen..., todos hemos oído sus argumentos, con frecuencia aparentemente piadosos, como los de Judas, que hablaba de los pobres, ocultando un egoísmo inconfesable.

¡Es la miopía de la falta de amor!

Ante los hechos, censuran.

A veces se enfurecen, como con María: braman contra ella.

Se llena la casa de la fragancia del perfume

Y con el perfume se eleva el sordo ruido de las murmuraciones.

La palabra de Dios marca el criterio: buena es su Obra

Los egoísmos, las criticas, las faltas de fe, esos miedos a las entregas totales, se disipan con la palabra eterna.

Queda solo el aroma del perfume.

Es inútil querer perfumar sin derramarse.

En vano trabajan los que no quieren gastarse.

Ojala llenemos tu y yo, con nuestra vida vertida a los pies del Señor, el mundo —nuestra casa— de un olor delicioso, de una fragancia.

Darse, darse... de todas formas hay que darse, o al Señor o a la tierra. Y de darse al Señor..., recuerda el chasquido elegante de un golpe decisivo.

45. HIGUERA ESTERIL: DAR FRUTO

Mt 21,19: Nunca jamás nazca de ti fruto.

Jesús tiene hambre. Van de Betania a Jerusalén. Los Apóstoles se enternecen al comprender que el Señor es como ellos porque tiene hambre.

¡Que bien podrá compadecerse de nuestras flaquezas y miserias!

Y como viera a lo lejos una higuera con hojas, se encaminó allá por ver si encontraba en ella alguna cosa: y, llegando, nada encontró sino follaje, porque no era tiempo de higos.

Los Apóstoles siguen al Señor a campo a través, y observan cómo busca entre las ramas y las hojas. Dio una vuelta al árbol examinando su copa.

No encontró nada.

Y hablando a la higuera, le dijo: Nunca jamás nazca de ti fruto.

La condeno por no tener frutos cuando el Señor vino a buscarlos.

Mientras Jesús ha estado junto a la higuera, nos podemos acordar de aquella otra higuera que fue objeto de una de sus parábolas. Nos hablaba de un hombre que tenia plantada una higuera en su viña, y vino a ella en busca de fruto y no lo hallo. Por lo que dijo al viñador:

«Ya ves que hace tres años seguidos que vengo a buscar el fruto en esta higuera y no hallo; córtala, pues ¿para que ha de ocupar terreno en balde?».

Ahora, ya de camino a Jerusalén, pensamos en la higuera de la parábola; en la ilusión con que el labrador la plantaría, abonándola y regándola; con ese mismo cariño que ponen los labriegos en sus tiernos árboles frutales. Le pondría plantas espinosas alrededor para evitar que los animales la dañaran.

Con ojos de esperanza, la vería crecer hasta que llego el tiempo de dar higos. Nos imaginamos al viejo labrador con una cesta en la mano yendo hacia ella, y volver cabizbajo, los hombros caídos, meditabundo, desilusionado. Poco a poco renacería en el la esperanza, volvería de nuevo a abonarla, a regarla, a mimarla. Esperaría que pasaran lentos los meses del año. Comenzarían los calores y volvería de nuevo el labriego a mirar como brotaba. El segundo año produjo otro desengaño, y otro el tercero.

Y pensando en la higuera reparo en mi —y en ti, si quieres—; higueras, que somos en la Viña del Señor. El preparó delicadamente el terreno antes de que tu nacieras: tus padres, tus abuelos, las circunstancias favorables en que naciste... Y te planto en las condiciones mas adecuadas para dar los mejores frutos. Tus ventajas personales.

Pasaron los años... Tu sabes mejor que yo cual ha sido tu fruto. Y cuanto, si es que ha habido alguno. Has estado plantado en terrenos inmejorables. Creciste. Ya hace muchos años que llego para ti el tiempo de los frutos.

Y el labrador espera...

Es posible que, mientras escuchas, trates de justificar tu esterilidad, poniendo tus ojos en lo que llamas fruto. Por favor, mira a ver si son hojas y hojas. Puras hojas. Follaje... Ruido, vanidad, bulto...

Te advierto que lo que necesitan las fuerzas del mal para triunfar es conseguir bastantes hombres y mujeres buenos que no hagan nada. No te salgas por las ramas de la Filosofía: Voltaire, en un arranque de sinceridad, decía: «Yo no conozco un filosofo que haya reformado las costumbres, no digo de una ciudad, ni siquiera las de la calle en que vive».

Dar sombra; si, eso es dar algo. Pero los labriegos no plantan sus higueras por la sombra. Ni el Señor fue a buscar sombra a la higuera del camino de Betania.

Lo que Dios quiere de ti son frutos. Esos frutos que duran para siempre...

¿Dónde esta el fuego que propagas?

Al día siguiente reparan, al pasar, que la higuera se había secado de raíz. Con lo cual Pedro, acordándose, le dijo:

—Maestro, mira que la higuera que maldijiste se ha secado.

El Señor tomo ocasión de estas palabras de Pedro para, mientras caminamos, darnos una lección de fe. Pero después de escucharlo, vuelven a pensar con mas atención en sus palabras de la parábola y en la impresión porque acaban de ver a la higuera seca de raíz. La de la parábola tuvo mas suerte que esta higuera del camino de Betania, pues dada la orden de arrancarla por inútil, el viñador suplico:

—Señor, déjala todavía este año, y cavare alrededor de ella, y le echare estiércol, a ver si así da fruto; cuando no entonces la harás cortarlo.
Le dieron nueva oportunidad. Como a ti. Una oportunidad en la que el viñador interesado iba a hacer un esfuerzo supremo.

46. SOBRE UN BORRIQUILLO: HUMILDAD Y VALENTIA

(Jn 12, 15)

Domingo de Ramos en Jerusalén.

Cristo, la figura central de la escena, va montado en un borriquillo. Las gentes, delirantes de entusiasmo, se han puesto a cantar un himno de victoria al Señor.

Rompen árboles, palmas y olivos, para alfombrar el camino de Jesús. Y también extienden a su paso vestidos y túnicas de seda, que va pisando el borriquillo.

Oleadas, cada vez mas numerosas, acuden a cantar al Señor.

Las gentes acampadas alrededor de Jerusalén, pues es la fiesta, van llegando, y se contagian de un entusiasmo sin freno.

Los cánticos y la alegría aumentan.

Es una marcha triunfal de una grandeza sin parecido.

Las masas están fuera de si.

Después de tantos siglos de espera, ha llegado el Rey de Israel.

Por fin, el nuevo reino de los judíos va a ser establecido.

Y resuena en todos los rincones de la ciudad el grito de guerra: ¡Hosanna al Hijo de David, hosanna al Rey de Israel!

Los sacerdotes y levitas, apresados por las gentes, cada vez mas apretadas, hacen furiosos esfuerzos por llegar a Jesús, y le piden con bocas espumantes:
—Diles que se callen.

Jesús les aparta. Hoy es su día. Es su victoria, su marcha triunfal...

Sigue su camino entre los aplausos.


El asnillo lleva a Jesús encima. Pasa entre el delirio
de las gentes sin inmutarse, sin cambiar el paso, sin mirar ni a un lado ni a otro, como si tuviera conciencia de la importancia que tiene ser borrico de Jesús. Va pisando flores y túnicas de seda. Silencioso. No mira a nadie. Camina humilde y sereno, con gozo y con paz, y sus pasos hacen un contraste evidente con los gritos delirantes de las masas fuera de si, por un entusiasmo repentino.

El Señor mando traer al animalillo cuando estaba atado, y dos discípulos le desataron, mandados por el Señor.

Tu sabes cuales eran tus cadenas.

Y estaba sin montar.

Los borriquillos así son indómitos, rebeldes, falsos.

Se dejo montar por Cristo. Cumple dócilmente su cometido.

Hacia el convergen los gritos y los aplausos, y hacia el miran las gentes cuando hablan del nuevo reino. Va pisando un camino alfombrado por ramas frescas y sedas. Pero el, que se sabe borrico, no cambia el paso...

Manso, dócil, abnegado. Alegre por su misión, y humilde por no creerse mas de lo que es, va en su camino, elegido por el Señor.

Jesús, en el punto mas elevado de su entrada triunfal, esta pálido, serio, como espectador de sus partidarios, indiferente... Su actitud es distinta a la de todos los que le rodean, que sueñan con poderío, reinos y conquistas.

El borriquillo parecía comprender mas que los hombres el pensamiento de su Amo: vanidad de vanidades.

Marchaba el borriquillo como si supiera que todo aquello, aunque a el se dirija, no es para el: es para el Señor que lleva encima.

Vamos a ser borricos así. De carga o de noria.

Las gentes aplaudirán o rabiaran, nos da lo mismo. Marcharemos siempre delante, con la carga a cuestas, llevando la luz al llevar al Señor.

Silenciosos, trabajadores, sinceros y alegres. Indiferentes a las llamadas de los lados del camino. Constantes. A pesar de ser borrico, su hecho quedo escrito en el Evangelio. Los que vociferaron, siendo hombres, se perdieron en la confusión de las masas. Jesús no eligió un caballo brioso para su entrada triunfal.

Un caballo así esta mas de acuerdo con la entrada de un rey, con la conquista de la tierra, con las revoluciones humanas. Es que el natural manso, humilde y abnegado del borriquillo va mejor con la entrada de Dios, con la conquista del cielo, con las revoluciones divinas. Estas no se hacen con caballos soberbios, sino con un ejercito de borriquillos, que lo quieran ser, para llevar al Señor.

47. LA ORACIÓN EN EL HUERTO

La oración de Jesús. Noche fría y estrellada. Nos dirigimos con paso rápido hacia un lugar conocido por todos: huerto de Getsemaní. Los olivos dejan su sombra gravado sobre la ladera de la montaña. Jesús encabeza la comitiva, va en silencio. Los demás le seguimos también en silencio. Hemos tenido una cena muy especial. Jesús nos ha abierto su corazón.

Hemos llegado a la finca que tiene la familia de Marcos, el hijo de María, en cuya casa hemos celebrado la Pascua. Se dirige a Simón, Juan y Santiago para que le acompañen en la oración, nosotros nos quedamos en la entrada. Se oye la voz del Señor:

Mi alma está triste hasta la muerte; quedaos aquí y velad conmigo.

El rostro de Jesús está desfigurado. Nunca le hemos visto así, siempre esa sonrisa. Hoy lo está pasando mal pensando en todos los pecados: traiciones, deslealtades, mentiras, blasfemias, injurias, etc.

Orad para que no caigáis en la tentación.

Se ha separado como un tiro de piedra, reza de rodillas: Padre, si quieres aparta de mí ese cáliz; pero no se haga mi voluntad, sino la tuya. Comprobamos lo que siempre nos ha inculcado: el valor de la oración.

La vida de Jesús es vida de oración:
Cuántas noches se aparta de nosotros y comenta con su Padre todos los acontecimientos del día.
Le hemos oído tantas veces dar gracias a Dios por muchas cosas, pedir perdón por las faltas de los hombres, rezar por nosotros.
Nos enseña un día a dirigirnos a Dios Padre con las palabras del Padrenuestro.
Nos ha insistido en que es necesaria la oración para no desfallecer en la lucha.
Nuestra Madre nos contó que a los 12 años se quedó en templo adorando a Dios.
Y los 40 días que pasó en el desierto rezando y ayunando por la eficacia de su labor redentora.

Nuestra oración debe ser filial, porque nos sabemos hijos de Dios. Nuestro Padre: Hay muchas maneras de orar. Yo quiero para vosotros la oración de los hijos de Dios.

Debe ser continua y confiada. Nuestro Padre: debemos orar y orar siempre.

La oración no es sólo contar nosotros nuestras cosas: la oración es diálogo. El Señor nos enseña a rezar a Dios Padre y Él mismo dialoga con los hombres, durante su vida pública, a nadie niega Jesús su palabra, y es una palabra que sana, que consuela, que ilumina. Él nos quiere contar también sus cosas.
La oración debe ser conversación: diálogo de dos, cara a cara, sin esconderse en el anonimato.
El ciego Bartimeo detiene a Cristo que pasa, y entabla diálogo con Él. También tú y yo debemos mantener la conversión con Dios durante todo el día.

La oración es el fundamento de nuestra paz y de nuestra eficacia apostólica.

La oración es una palanca que mueve la misericordia de Dios.

Cuando está bien hecha influye en toda la jornada. Ordinariamente requiere esfuerzo.

Poner los medios para mejorar nuestra oración. Nuestro Padre: Para ser santos hay que rezar: no tengo otra receta para alcanzar la santidad.

El semblante de Jesús después de su oración es otro, el que estamos acostumbrados a ver: sonríe. ¡Cuánto se consigue con la oración sincera y generosa!

Terminamos este rato de oración concretando un propósito definitivo para nuestra vida: no dejar ¡nunca! Nuestro diálogo con el Señor, ni cuando estemos cansados, o no nos apetezca o tengamos cosas importantes que hacer. Un último consejo: no te dejes tu oración para última hora del día.

48. LE IBA SIGUIENDO DE LEJOS

(Lc 22, 54-62)

Jesús había dicho a los apóstoles que sufrirían escándalo esa noche; después del prendimiento, huyeron desconcertados en su fe y en su esperanza.

Desde la sombra del camino lo hemos visto todo.

Cristo iba rodeado de enemigos.

Solo ya.

Ha pedido que dejen marchar a los suyos.

Huyeron todos.

Gente a sueldo de los contrarios y el traidor componen su cortejo.

En Jerusalén todo el mundo duerme.

Pedro a pesar de todo, le fue siguiendo de lejos.

A su Mesías en derrota.

El cariño a Cristo se impuso en la angustiosa noche interior y en el escándalo.

Pero desde lejos.

No se atrevió a ponerse junto a El.

Y tu y yo menos, que estábamos de espectadores.

Hasta nuestros oídos llegaban las voces del grupo, que se apagaban según se retiraba. Sus sombras, aunque la luna luce muy clara, se disipaban también en el camino. La luz de las antorchas, desde lejos, era como una hoguera que se alejaba tiñendo los olivos de un resplandor rojizo.

Después pasó una sombra, solitaria y silenciosa: Pedro.

Hemos sentido lo que ocurría en el corazón del apóstol. El amor le ha mantenido siguiendo al Maestro; el temor no le dejaba acercarse, le impide correr y ponerse a su lado. Le faltaba una postura mas resuelta.

Y, después de Pedro, salimos del escondrijo.

Nos olvidamos en parte de nuestras cosas, y nos pusimos a andar, para ver en que paraba todo aquello.

Ya en el palacio del sumo sacerdote, encendieron fuego en medio del atrio, y, al sentarse todos a la redonda, estaba también Pedro entre ellos. Pero no advierte el peligro en que se encuentra: el amor y el temor siguen jugando sus papeles en él, su lucha interior le absorbe.

Esta sentado con los enemigos.

Entre ellos.

De vez en cuando mira a Jesús, cautelosamente, para no levantar sospechas. Esta, allí, atado, en medio de la ignorancia, los ultrajes y la violencia.

Pedro siente en lo vivo las ofensas a Jesús, pero no se atreve a mas. Solo consigue estar ahí, escondido entre la chusma.

Es entonces cuando una criada, fijando en el los ojos, dijo:

—También este andaba con aquel hombre.

Y Pedro, procurando disimular su turbación, contesto:

—Mujer, no te conozco.

Pedro no se marcha, el amor no le deja abandonar a Cristo. Sin embargo, el temor ha hecho que comience a negarlo.

Y no se da cuenta.

Aun no se ha repuesto del susto, cuando otro le interpelo:

—Si, tu también eres de aquellos.

Y Pedro:

—¡hombre, no lo soy!

Es la segunda vez.

Sigue sin darse cuenta.

Así pasa como una hora.

En la tenebrosa situación de aquellas circunstancias.

Solo el amor le sostiene.

Y sufre Pedro por lo que hacen a Jesús.

Hasta que otro distinto aseguraba:

—No hay duda, este estaba también con El; porque es igualmente galileo.

Y Pedro vuelve a excusarse.

—Hombre, yo no entiendo lo que dices.

Mientras hablaba Pedro, oímos el canto del gallo que escindía la noche.

Y volviéndose el Señor, envió una mirada a Pedro, que se acordó al momento de las palabras de Jesús que le había dicho: «Antes de que cante el gallo, tres veces me negaras». Perdida la cabeza, estrujado por las circunstancias y las preguntas, ha negado a Jesús, que sabe, sin embargo, que Pedro le ama mas que los otros.

Con esto se despertó de su inconsciencia, y se levanto inmediatamente.

No le importan ya las sospechas de los judíos.

Lo que le duele es su propia cobardía.

Y salió fuera.

Y lloró amargamente.

Salimos detrás.

Le vemos llorar.

Aprendemos que no se puede hacer nada a medias para Dios.

Que la alegría y la paz son para los animosos, para los que no temen seguir de cerca de Jesús, aunque los demás le dejen.

No se puede seguir al Señor de lejos.

49. FLAGELACIÓN

...y mando azotarle (Jn 19, 1).

Nos hemos metido entre las filas de los espectadores.

Muy cerca descubrimos a Maria, la madre de Jesús.

Pilatos no quiere condenar al Señor. Sabe que toda la cuestión es causada por la envidia de los judíos, y adopta esta sacrílega solución: manda flagelar a Jesús, pensando que así, presentándole ensangrentado al pueblo, calmara su furia.

Jesús mismo se quita sus vestidos.

Después, los verdugos se apresuran a atar sus manos a una columna.

¡Que precauciones ponen quienes lo hacen!

Saben que hace milagros, que sus fuerzas van mas allá que la de los demás hombres...

Ahogo en mi un grito cuando les veo emplear todas sus cautelas en asegurar los brazos del Señor:

¡Locos, no atéis las manos del Omnipotente!


Como si fueran cadenas de tierra las que someten a
Jesús a este suplicio.

Unos cuantos legionarios de Roma se mueven como fieras, veteranos de muchas batallas, musculosos soldados con afán de divertirse. Llevan en sus manos látigos de tortura: una vara, de la que cuelgan tiras de cuero, en cuyos extremos libres van atadas balas de plomo, huesecillos, o hierros ovalados con esquinas puntiagudas. Horribles.

Las espaldas virginales del Señor ya están expuestas.

Cae el primer trallazo.

En esa carne blanca y sin mancilla se dibujan manchas de sangre, tantas como los extremos duros del látigo.

El cuerpo de Jesús se estremece.

No acabamos de darnos cuenta, cuando cae otro golpe y otro...

El ritmo de los chasquidos se acelera.

El soldado pega cada vez mas de prisa, con todas sus fuerzas.

Mientras, entra un segundo verdugo en acción. Este también apresura sus golpes, y después entra otro; y así van incorporándose todos.

Como los hombres en los pecados de sus vidas.

Cada golpe deja marcada su piel con tantas heridas rojas como las balas de plomo que se hunden en su carne.

No es la ejecución impasible de una sentencia.

Es la furia del infierno.

Es la maldad de los hombres desencadenada.

La lluvia de los azotes es cada vez mas intensa.

Hemos perdido la noción del tiempo.

No sabemos lo que dura esta insensatez nuestra.

Son mas de cinco mil azotes.

Aplicados de firme, sin compasión.

Los impactos de los huesecillos, hierros y balas, trituran la piel, abriendo heridas que se cruzan siempre.

Las espaldas de Jesús se hacen rápidamente una sola llaga.

Son una superficie roja.

Escurre la sangre hasta el suelo.

Y a cada golpe de látigo, llega la sangre en lluvia menuda hasta los rostros y túnicas de los espectadores.

El cuerpo del Señor, a cada golpe, reacciona con dolorosos movimientos; pero pronto, la frecuencia de los azotes y la intensidad de los dolores, que se suceden, ahogan cualquier reacción natural.

Jesús sometido a la locura de los hombres, despiadadamente. Su frente se inunda de sudor frió.

Le corren escalofríos a lo largo de la espina dorsal.
Se le va la cabeza.

Vértigos.

Sus piernas se doblan, no pueden sostenerle.

Y si no estuviese atado tan alto por las muñecas, se derrumbaría en el charco de su propia sangre.

Se suceden los golpes.

Se relevan los hombres que le hieren.

Jesús es siempre el mismo.

Alguien dijo: «Basta ya, nadie ha recibido la orden de matarle a latigazos».

La ley judía prohibía dar mas de cuarenta.

En esta ocasión nadie ha contado.

Carne virginal, carne sin mancha... que sufre por las manchas de la carne, por los pecados de los hombres.

Sin medida...

Siempre le habíamos oído hacer especial mención de los azotes.

Los rostros de estos verdugos comunes son caras conocidas, los hemos visto muchas veces: exhibicionistas, impuros, deshonestos, cobardes.

¿No te cansas de pegar?

A ver si eres capaz, viendo a Cristo así, por ti, de hacer lo que aquel hombre que suspendió la flagelación.

¡Basta ya!


50. SE OYEN LOS GOLPES DEL MARTILLO

Tu y yo, aquel día gris y triste del primer viernes santo de la historia, estábamos también en la cumbre del Calvario.

Con nosotros aquella multitud de curiosos, meros espectadores, que subieron a ver la crucifixión. Alrededor de la cruz nos arremolinábamos todos, como un enjambre de abejas de distintos colores, compuesto por las túnicas de los hombres y mujeres que nos empeñábamos por estar en la primera fila. Y, aunque indiferentes, todo lo hacíamos en silencio. Estábamos, sin embargo, contemplando los instantes mas dramáticos de los siglos. Y al recordarlo...

Se oyen los golpes del martillo.

La cruz, con sus brazos abiertos y extendidos cara al cielo, nos sobrecogió. A un lado, el cuerpo agotado y desnudo de Jesús aun con vida, manchado de sangre y de tierra, tirado en el polvo sucio de la cumbre, encogido, aguardaba peores tratos. Su rostro en el suelo, cerca de sus rodillas, sobre el que caían sus brazos abandonados.

Comenzamos a oír mas profundo el silencio.

Todos callábamos. Hasta los pájaros enmudecieron sus trinos y el viento se paro para apagar los ruidos de su carrera. Los mismos veteranos de Roma, al ir y venir, también, como impresionados por la grandeza de aquella escena, lo hacían con cuidado, para no turbar la impresionante solemnidad de aquel silencio.

Pronto comenzaron a oírse los golpes secos del martillo. Y en aquella ausencia de ruidos, como si todo el Gólgota se hubiese alfombrado, una vez que a Cristo lo pusieron sobre la cruz, un martillo comenzó a cantar.

Un golpe, y después otro y otro... ¿No oyes en tu corazón aun los golpes del martillo que clavaba las manos de Dios? El silencio aquel... roto solo por el ruido metálico contra el clavo, que desgarraba a la vez la carne del Señor... ¿No oyes estos martillazos hoy, como aldabonazos en tu alma, llamando, en medio del silencio de muerte que te rodea? ¿Es posible que sigas refugiándote en lo tuyo, cuando...?

Se oyen los golpes del martillo...

51. SIMÓN DE CIRENE: AMOR A LA CRUZ

Simón de Cirene será hoy nuestro protagonista en la oración. Simón está casado tiene dos hijos: Alejandro y Rufo. Después de un día intenso de trabajo, cuando regresa a casa se va a encontrar en la falda del monte Calvario a mucha gente. Sabe perfectamente que allí es donde se ajustician a los malhechores.

Cuando ya está cerca de la multitud, un soldado de la cohorte se fija en él, se le acerca, y sin previo aviso le coge del brazo y le obliga a llevar la cruz de un hombre que ya no puede más: parece que se va a morir allí mismo. Después de un pequeño forcejeo Simón se ve metido en la comitiva. Puede observar lo que sucede. En primer lugar ve una persona de unos treinta años que está destrozado, tiene la cara ensangrentada; la cabeza rodeada de una corona de espinas; todo el cuerpo magullado y con grandes heridas. Va en silencio, apenas puede mantenerse en pie. Detrás otros dos ajusticiados que se resisten a morir y van gritando contra la autoridad romana. A ambos lados de la de la procesión una multitud de gente: unos gritando enfurecidos contra Jesús, otros impávidos y atónitos; unos pocos lloran.

Al final del día, ya en casa, contaría a su mujer y a sus hijos el encuentro con el Señor. Cómo empezó enfadado, y tal como cogía el palo largo fue cambiando. Lo primero que le llamó la atención fue su mirada, me agradeció esa ayuda, me llamó por mi nombre.

Le escuchó decir cosas asombrosas a la gente que se le acercaba: una mujer le limpió su rostro desfigurado y cómo quedó grabado su rostro en ese paño. Otros lloraban a su paso y les consolaba. Y el momento más emocionante cuando se encontró con su madre. Ella también me agradeció lo que estaba haciendo y también me llamó por mi nombre.

Y una caída y otra y otra. Tenía ganas de llegar a la cumbre. Y por fin la crucifixión, estuvo hasta el final. Fue enganchado por el Señor. Todo empezó por un encuentro inopinado con la Cruz.

Juan le explicaría el sentido de la cruz: para un seguidor de Jesús, la cruz es una manifestación de Amor. La Cruz es el trono triunfador: esa Cruz a la que el Señor se abraza con los brazos abiertos, son gesto de amor. Esa cruz a la que tú y yo tenemos que mirar tantas veces.

Juan Pablo II: La cruz significa: entregar la vida por el hermano para poder salvarla junto a la suya. La cruz significa: el amor es más fuerte que el odio y la venganza; la cruz significa: es mejor dar que recibir. La cruz significa: la entrega es más eficaz que la exigencia. La cruz significa: no hay fracaso sin esperanza. La cruz significa: el amor no tiene fronteras; sal al encuentro de tu prójimo y no olvides al que está lejos. La cruz significa: Dios es siempre más grande que nosotros los hombres; más grande incluso que nuestro fracaso; la vida es más fuerte que la muerte.

Esa cruz que nos habla de la entrega generosa de nuestro Señor, de su amor hasta el holocausto. Hay unos versos de Lope de Vega:

Lope de Vega: Ven a mis brazos Crucifijo santo; déjame que postrado ante tus plantas; bese una y otra vez tus llagas santas; y por mis culpas vierta amargo llanto. Cuánto te hice sufrir oh Jesús mío; a la voz de tu amor que me decía; ven, ven a Mi, no quiero respondía; haciéndote llorar con mis desvíos. En prenda de perdón por tanto agravio, un ultimo favor quiero me hagas, morir (vivir) besando tus sagradas llagas, en un acto de amor y desagravio

Cruz que nos habla de nuestra ingratitud. Cuantas veces te hacemos esperar Señor; cuántas veces nos dejamos llevar por la comodidad, por la pereza, por la sensualidad, por la soberbia; y Tú en la Cruz clavado por nuestra comodidad, por nuestra pereza, por nuestra sensualidad, por nuestra soberbia. Cuántas veces tenemos que decir al Señor, se lo decimos ahora con San Agustín:

Tarde te amé, hermosura tan antigua y tan nueva, tarde te amé. Y Tú estabas dentro de mi y yo fuera, y así, por fuera te buscaba. Tu estabas conmigo, más yo no estaba contigo. Me llamaste y clamaste... y curaste mi ceguera, exhalaste tu perfume y lo aspiré y ahora te anhelo; gusté de ti y ahora siento más hambre y sed de ti, me tocaste y deseé con ansia la paz que procede de Ti.

Tarde te amé, tarde te amamos Señor, Tú en la Cruz esperando nuestra entrega, nuestro sacrificio y yo qué hago. Yo Señor sin decidirme aún a acompañarte. Tu Señor nos llamas desde esa Cruz y nos dices miradme; mirad cómo os amo.

Vamos a meternos en esas llagas santas; vamos tú y yo a buscar allí:

El amor SANGRE DE CRISTO EMBRIÁGAME, QUE TU SANGRE SEÑOR PENETRE EN MIS VENAS PARA DARME LA VIDA, PARA DARME TU AMOR,

La limpieza AGUA DEL COSTADO DE CRISTO LÁVAME, PURIFÍCAME DE TODAS MIS MISERIAS, HAZME GRATO ANTE TI

El consuelo, PASIÓN DE CRISTO CONFÓRTAME, CUANDO ME CANSO DE LUCHAR, CUANDO QUIERO ARROJAR LA TOALLA, CUANDO LLEGA EL DOLOR O EL SUFRIMIENTO,

El refugio, DENTRO DE TUS LLAGAS ESCÓNDEME,

La generosidad: “No me mueve Señor para quererte, DÍSELO TU Y SE LO DIGO YO, PORQUE ESTAMOS INTENTANDO HACER NUESTRA ORACIÓN Y LA ORACIÓN ES AFECTOS AL SEÑOR, el cielo que me tienes prometido, ni me mueve el infierno tan temido, para dejar por eso de ofenderte. Tú me mueves Señor, muéveme el verte; clavado en una cruz y escarnecido; me mueve ver tu cuerpo tan herido; me mueven tus afrentas y tu muerte. Muéveme en fin tu amor y en tal manera, que aunque no hubiera cielo yo te amara, y aunque no hubiera infierno te temiera. No me tienes que dar porque te quiera, porque aunque lo que espero no esperara, lo mismo que te quiero te quisiera”. (Lope de Vega).

Se puso un Cristo en el Oratorio de un Colegio, estaba en Capellanía y pasó unos niños pequeños, y mirando dijo uno ¡Oh, pobrecito!.

Pemán: Brazos rígidos y yertos; por tres garfios traspasados; que aquí estáis por mis pecados; para recibirme, abiertos; para esperarme, clavados.
Cuero llagado de amores; yo te adoro y yo te sigo; yo, Señor de los señores; quiero partir tus dolores; subiendo a la Cruz contigo.

Ante ese pobrecito Señor en el Cruz vamos a hacer tú y yo propósitos. A la vista de este Jesús destrozado, hecho un guiñapo, que los discípulos, junto a María depositan en el sepulcro vamos a proponernos en primer lugar de huir de esa gran enfermedad de nuestro tiempo: el miedo al dolor; el miedo al sacrificio; el miedo a la entrega.

Forja 767: Lo que verdaderamente hace desgraciada a una persona -e incluso a una sociedad entera- es esa búsqueda, ansiosa y egoísta, de bienestar: ese intento de eliminar todo lo que contraría.

En el camino de la abnegación, decía del Cura de Ars, sólo cuesta el primer paso; cuando se ha entrado en él, todo se anda por si mismo.

Pero hemos de decidirnos a emprender ese camino. Lucha contra la comodidad; contra el capricho. Hemos de vivir desprendidos de las cosas de la tierra. No busques la felicidad en las cosas de aquí abajo. No quieras tener más, sino ser más. Vive una vida sobria. No pongas tu corazón en las cosas.

Forja 761: Cristo clavado en la Cruz, ¿y tú? todavía metido sólo en tus gustos, me corrijo, clavado por tus gustos.

Ama la penitencia y la expiación. Practica la mortificación voluntaria. En tantas pequeñas cosas; con espíritu de desagravio. Ama la Cruz:

Oración de San Andrés: Oh Cruz buena, que fuiste embellecida por los miembros del Señor, tantas veces deseada, solícitamente querida, buscada sin descanso, con ardiente deseo preparada. Recíbeme de entre los hombres y llévame junto a Mi maestro, para que por ti me reciba, Aquel que me redimió por ti muriendo.

Y allí junto a la Cruz, encontramos a María.

Via crucis, IV: En la oscura soledad de la Pasión, Nuestra Señora ofrece a su Hijo un bálsamo de ternura, de unión, de fidelidad; un sí a la voluntad divina. De la mano de María, tú y yo queremos también consolar a Jesús, aceptando siempre y en todo la voluntad de su Padre, de nuestro Padre. Sólo así gustaremos de la dulzura de la Cruz de Cristo, y la abrazaremos con la fuerza del Amor, llevándola en triunfo por todos los caminos de la tierra.

52. BUEN LADRÓN: REPARAR

Señor, acuérdate de mi... (Lc 23, 42)

En lo alto del Calvario, tres hombres en el patíbulo.

Están perdiendo la vida.

Jesús es el mas próximo a la muerte.

Dos vidas inútiles acabando en la cruz. Junto a Cristo.

Sienten la angustia de unas vidas vacías y manchadas, fundamentalmente equivocadas, desembocando en la eternidad.

La inocencia de Jesús agiganta su mentira.

El Juez, compañero de suplicio.

Las ansias de perpetuidad de estos hombres cortadas brutalmente por su cruz.

Uno de ellos es el buen ladrón: ya corriendo hacia la muerte, levantado en el aire, siente su vida liquidada.

En el hay una rara resignación: comprende que su vida fue un fracaso, una agitación inútil. Se equivoco, jugándose la vida a una carta falsa.

¡Solo una vez se vive!

Son los últimos instantes de la vida de estos hombres.

En el corazón del buen ladrón quedaban aun fibras sanas, a pesar de su vida corrompida. Los versos de Job, quizá oídos en su infancia, posiblemente le llegaban como un eco lejano:

«El hombre nacido de mujer,
corto de días y harto de inquietud
brota y se marchita como una flor
y huye como sombra sin pararse».

El mal ladrón se desespera, no se conforma con su suerte. Se rebela contra la cruz, contra el orden y contra Dios.

¡E1 quiere seguir viviendo...!

¿Para que? ¿Para seguir robando?

Y en el momento en el que decae el ruido, se oye su blasfemia:

—Si tu eres Cristo, sálvate a ti mismo y a nosotros. ¡Sálvate, sálvanos!

Tierra, quiere tierra.

¡Que fácil es olvidar las culpas y quejarse!

A la aturdida agonía del buen ladrón, que se debate con la angustia y con el dolor, llega la blasfemia como un trallazo: oye que atacan a Cristo.

Y hace que se detenga su carrera hacia la muerte, para volver a la vida: ahora solo para defender a Cristo.

Parte su vida en dos.

Cuando todo estaba en contra: la turba sin piedad, los sacerdotes, los soldados, los muchos transeúntes que movían la cabeza en serial de suficiencia y desprecio.

Vuelve a la vida. Se olvida de si.

Supera su dolor, el, que no tiene fuerzas para detener su muerte; cuando toda su atención estaba ocupada en su agonía.

Sus ojos moribundos se abren y se clavan en el otro ladrón.

Y mueve sus labios resecos por la amargura: habla en defensa de Cristo.

Defensor inesperado, solo el levanta la voz elogiando a Cristo, en medio de aquella locura colectiva.

Hay un dialogo de cruz a cruz.

Hace del Señor una conmovedora apología. Es la misión de esta nueva vida. Las circunstancias lo llamaron de la muerte: vuelve a la vida para sacar la cara por Cristo. El, que había dado su vida por liquidada.

Parte su vida en dos: una, larga e inútil; la otra, breve y eficaz. Como nos enseña que no esta la cuestión en poner años a la vida, sino vida a los años.

Mientras habla, la muerte le tira para abajo. Va a despedirse, ahora si, definitivamente de la vida. Pero antes pone los ojos en la Cruz de Jesús... Quizá quiere pedir algo, pero no se atreve... y suplica solo un recuerdo.

—Señor, acuérdate de mi cuando hayas llegado a tu reino.

Le llama Dios y Rey, aunque es compañero de condena. ¿Secreta fe de este hombre en el dualismo de su vida? ¿0 al buen ladrón le llego la fe mientras observaba la paciencia y la noble serenidad de Jesús?

No se atrevió a pedir mas: ¡sus pecados!

Cierra los ojos de nuevo, y comienza a consumir su dolor muy cerca de su Rey. Abandonándose totalmente a la misericordia del Señor.

Jesús no se deja ganar en generosidad. Había estado noblemente callado mientras las blasfemias le llegaban de todas partes.

Si Jesús tenia los ojos cerrados por el dolor, los abre solo para este hombre que acaba de defenderle. Por los oídos del buen ladrón entran una a una las palabras de Dios:

—En verdad te digo, que hoy mismo estarás conmigo en el paraíso.

Es la Palabra Eterna la que ha hablado.

Pidió un recuerdo, y consigue el cielo.

El mal ladrón quería seguir viviendo...

Tu también quieres seguir viviendo.

¿Para que?

¿Crees que con eso, con que llenas tu existencia, justificas tu vida?

Demos un cerrojazo a nuestras vidas. ¡Ahora!

Y comencemos a vivir solo para Cristo.

Las circunstancias hoy, quizá, nos hablen mas claro que nunca.

53. LA CRUZ

Bajó a Jesús de la Cruz. (Mc 15, 46)

Las gentes mencionan Tu nombre. Hablan de Tu muerte, y nosotros tenemos que tomar conciencia poco a poco de lo que ha hecho el Señor por nosotros.

Escuchamos por toda Jerusalén estas preguntas: ¿De quien habláis? ¿Que decís? ¿Que a Jesús de Nazaret le han crucificado?.

Y tú y yo después de 21 siglos todavía no nos hemos enterado. ¡Señor, seguimos distraídos en nuestras cosas.

(Vamos a procurar vivir esa tarde como si estuviéramos allí). Ya era tarde. Caía triste y oscura aquella tarde del primer viernes santo. Y tú y yo nos despertamos del todo. Y de todo nos olvidamos para acordarnos solo de ti. ¡En el Calvario, a la hora de tercia!, hemos oído decir. Y con el afán de verte, comenzamos a correr, Señor, yo que había estado distraído en mis cosas.

Corremos cuesta arriba. Con la secreta esperanza de verte por ultima vez, aun con vida, nos anima en nuestra carrera presurosa. Queríamos presentarte un testimonio de amor antes de que te marcharas. Y como y corremos para recuperar el tiempo que perdimos distraído en nuestras cosas.

No saludamos a nadie en nuestro camino, tampoco nos paramos nunca a descansar. Corríamos olvidados de nosotros, y las gentes que cruzaban a nuestro lado se preguntaban: ¿adonde irán estos?

Ya solo brillaban sobre la tierra las ultimas luces del crepúsculo de la tarde cuando aun nosotros continuábamos corriendo... cuesta arriba. Y en aquellas pocas luces veía las sombras de las gentes, cada vez mas escasas, que bajaban de donde nosotros subíamos, que se alejaban del sitio que nosotros buscábamos, que iban al lugar de donde nosotros veníamos...

Por fin, Señor, no bajaba nadie... y aun seguíamos corriendo porque queríamos verte. Solo hacia arriba, en medio de un mundo que bajaba. Sin darme cuenta del cansancio llegue a la cumbre. Y te buscamos con ojos llenos de esperanza... mas no te encontramos.

Llegamos tarde, Señor, por no habernos enterado cuando estábamos distraídos en nuestras cosas. José de Arimatea y Nicodemo te habían bajado ya de la cruz; pero nosotros no sabíamos esto. Seguimos buscando, y allá, a un lado, vimos una sombra, a la que nos dirigimos con ansias de abrazarte...

¡Ay! Ya no estabas. Te habías ido. Pero en tu lugar nos habías dejado tu cruz. Comprendimos el mensaje. Solo, caímos de rodillas, y silenciosos contemplamos la cruz solitaria, que recortaba su silueta majestuosa en las ultimas briznas de luz de la tarde.

Una cruz que nos habla sin palabras de Ti. Una cruz fría, vacía, oscura. Que abre sus brazos de par en par, como en un signo supremo de amor, como con ansias de abrazar el mundo. Una cruz señalando, con sus brazos, derroteros infinitos de amor en todas las direcciones.

Te buscamos y no te encontramos. Pero encontramos tu cruz. Buen cuidado tuviste de dejarnos al marcharte un testamento, un camino seguro, una herencia preciosa, un recuerdo, un mensaje de amor cifrado en un enigma en forma de cruz.

Me gustaría verte correr.

Hacia arriba.

Que quizá, también, tanto tiempo perdiste en tus cosas.

Sin enterarte de lo que paso aquel día.

Como si hoy despertaras de tu sueno.

Al oír, ahora, que yo pronuncio su nombre.

Con ansias de recuperar el tiempo perdido.

Porque el nombre de Jesús rompió el letargo de tu existencia.

¡Que tanto tiempo perdiste, distraído, en tus cosas!

54. LAS TRES MUJERES: FIDELIDAD

¿Quien nos quitara la piedra de la entrada del sepulcro? (Mc 16, 3).

Muy de madrugada.

El camino del Calvario.

El día primero de la semana, después de la muerte de Jesús.

Tres mujeres solas.

Fueron las ultimas en bajar el viernes. Hoy son las primeras en subir.

Sus siluetas entre las ultimas sombras de la noche.

Habían estado impacientes el sábado, e impacientes suben.

Compraron aromas: llevan sus brazos cargados.

Presurosas.

Cuesta arriba, hacia Cristo.

Las mujeres, las que mejor se portaron en la Pasión, son las mejores en la Resurrección.

El mundo a sus espaldas. En la ciudad todo el mundo duerme. Y en todos los campos, y en todas las tierras, duermen también. Los de Cristo, aturdidos por lo que vieron el viernes; sus enemigos, satisfechos.

Como hoy.

Todos duermen. En la triste negrura de esa noche en Jerusalén hay una llama luminosa, que los hombres no ven: es Maria, la Madre de Jesús, que espera la Resurrección. Por eso no va con estas mujeres, que habían olvidado por el tremendo impacto de la Cruz, o no habían comprendido, las palabras del Señor, cuando dijo que resucitaría.

No fueron los recuerdos de las palabras de Jesús los que movieron a los discípulos a esperar la Resurrección. Al contrario, la comprobación de que había resucitado fue lo que les llevo al recuerdo de lo que las palabras del Señor les enseñaban respecto a este Misterio.

Mientras suben se acuerdan de la piedra de la puerta del sepulcro, que realmente era muy grande. Tan grande que ellas no la podrán apartar: supera con mucho sus fuerzas unidas.

Pero no hacen alto, ni detienen su marcha, ni disminuyen el ritmo de su andar apresurado y tenso.

Reparan, pero no se detienen.

Y se dicen una a otra: ¿Quien nos quitara la piedra de la entrada del sepulcro?

Ignoran la guardia que las autoridades judías habían puesto junto al cuerpo del Señor.

Piensan y habían de una manera muy femenina; en plena madrugada, en un camino solitario, en una colina desierta se preguntan: ,?,Quien nos quitara la piedra?

Y mas femeninas aun se manifiestan cuando, a pesar de todo, no se detienen en su propósito.

Saben que la piedra es un obstáculo humanamente insuperable para ellas. Lo saben, y el único efecto que les produce es el hacerse esa pregunta: ¿Quien nos quitara la piedra?

Y siguen presurosas, impacientes.

Es la actitud del amor, que no entiende de treguas.

Están en el camino por amor a Jesús.

Es un amor fiel mas allá de la muerte.

Buscan a Cristo muerto.

¡Fieles!

Sin que ningún obstáculo las detenga, ni las frene, en la misión que se han impuesto.

Así llegan al sepulcro: La piedra esta apartada.

Las piedras, los obstáculos del camino no son lo importante. Lo que importa es nuestra actitud ante ellos. Dios para eso los permite. El mismo se encarga de que se aparten, si, a pesar de ello, seguimos igual, si nos ve decididos y confiados en El.

El amor supera los obstáculos, los de hoy y los que se prevén para mañana.

Por eso las mujeres permanecen fieles, en una marcha tensa, a pesar de la piedra.

Y obtienen un premio sublime: buscan a Cristo muerto, y encuentran a Cristo resucitado.

Por el camino, de madrugada —cuando es de noche y todo el mundo duerme—, tres mujeres solas. Después ascendemos tras ellas millones y millones de hombres.

Pero nadie les quitara la gloria de haber sido las primeras.

Llegan al sepulcro, salido ya el sol. Así pueden ver todo con claridad mañanera. Cuando salía el sol, quiero pensar que les daba en la cara...

Un nuevo día, una nueva época en sus vidas y en la de la humanidad.

El mundo de hoy duerme también. Suena con quimeras.

Entonces fueron tres... y la piedra se aparto.

No importa que advirtamos en nuestro camino para llegar a Cristo obstáculos insuperables. No importa que sintamos este mundo dormido y delante nuevas y gigantescas piedras que apartar —humanamente invencibles— para despertar a este mundo y llevarlo a Cristo tras nosotros.

Tenemos fe y también la experiencia de estas mujeres.

Adelante, que es obra de Dios.

¿Obstáculos?

No hay obstáculos.

Solo puede haberlos en nosotros: se disuelven con la oración.

¿Obstáculos?

Sigue como si no los hubiera. Se apartaran. ¡Ya lo veras!

55. SUDARIO DOBLADO: COSAS PEQUEÑAS

Y el sudario... separado y doblado en otro lugar (Jn 20, 7)

Entiendo que constituye un mensaje, Jesús.

Corremos con Pedro y Juan, entramos en tu sepulcro con ellos, y, jadeantes por la carrera, fijos nuestros ojos en el sudario doblado.

Señor: ¿Que quieres decirnos?

Pues una indicación encierran los pliegues de tu sudario. Un recado para mi. ¿Quien se detuvo en doblarlo?

¿Los ángeles? ¿Lo doblo el Señor mismo en medio de los esplendores primeros de su Resurrección?

Tus dedos, Señor, se ocuparon, tan pronto como resucitaron, en doblar el sudario, en dejarme una sugerencia entre los pliegues de la tela.

Debe ser importante porque lo hiciste Tu, y porque lo hiciste en medio de la gloria de la Resurrección. El Dios de los universos que abruman a los hombres con sus gigantescas dimensiones, el Dios de la infinita inmensidad, el Dios creador de maravillas y maravillas, se detiene, porque también es el Dios de amor infinito, en doblar un lienzo, para dejarme en sus pliegues una amable insinuación.

Es un detalle.

Y es un detalle tuyo en el momento mas glorioso de tu existencia visible en la tierra.

Al tratar de entender, intento abarcar con una mira da el ejemplo de tu vida, y se me agolpan en desorden otros muchos detalles tuyos, que me ayudan a comprender lo que me dices con tu sudario doblado.

Cuando al subir con la Cruz hacia el Gólgota, una mujer se apiado de tu dolor, y enjugo tu rostro con un lienzo, le regalaste el milagro de tu efigie grabada en su paño. Así pagaste espléndidamente este servicio, tu, que en aquellos momentos estabas abrumado en tus dolores. Supiste vivir en los demás cuando tu cuerpo no era capaz de sostenerse.

Y lo mismo hiciste con aquel grupo de mujeres que lloraban por ti; camino del suplicio, te volviste a consolarlas.

Consolaste a las que consolándote lloraban sin consuelo.

Curaste la oreja del criado del príncipe que estaba entre los que te apresaban.

A Pedro le miraste, envuelto en la confusión de sus circunstancias difíciles, acosado por las preguntas de tus enemigos y metido entre ellos por amor de ti. Había comenzado a negarte sin darse cuenta de que estaba cumpliendo tu profecía, la que siguió a la animosa disposición de su fidelidad. Tu le miraste, cuando te negaba. Fue otro detalle: la mirada del Amor infinito, llena de comprensión y cariño... que hizo a Pedro alejarse de aquel ambiente para llorar con amargura.

Ya muriendo en la cruz, tus oídos escucharon la defensa desinteresada de un compañero de patíbulo, y tu, que no te dejas ganar en generosidad, levantaste con dolor tus párpados moribundos, para fijar tus ojos en aquella otra cruz, y abriste con dificultad tu boca reseca por la sed y por la muerte, para dar el mayor alivio a un hombre que estaba en el mayor de los tormentos.

En la misma ocasión, anegado en un inmenso dolor, tuviste otro detalle con tu bendita madre, preocupándote amoroso de que quedara custodiada por el mas valiente de tus discípulos.

Así eres, Señor.

Tus extremados problemas no crean obstáculos para estar en los demás.

A Juan, el mas joven de tus seguidores, le permitiste recostar su cabeza sobre tu pecho.

Y, después de la Resurrección, tuviste otro detalle con siete de tus discípulos, luego de una noche inútil de pesca, al hacerles lograr una pesca imposible. Y al saltar a tierra, otro detalle de delicadeza tuya: vieron preparadas brasas encendidas y un pez puesto encima y pan...

Vamos, almorzad, les decías. Y hasta les distribuiste el pan, sirviéndoles, y se lo partiste, como una madre a sus pequeños.

Y con Tomas, rebelde, al aparecerte por segunda vez al colegio apostólico, te dirigiste a el, con tal amor, que le arrancaste un acto de fe que resuena por los siglos...

Y con el leproso, a quien tocaste su cuerpo sin necesidad, del que huía la gente horrorizada, solo para dar consuelo a su alma.

Y conmigo...

¡Cuantos detalles, Señor!

¡Que torpe yo en entenderlo!

Si miro tu vivir entre los hombres, no veo mas que Amor, manifestado en detalles de delicadeza con ellos: con los enfermos, con los que lloran, con los niños, con los pecadores...

Tus grandes milagros.

Y tus detalles pequeños hechos con un amor infinito.

Pero ese Amor no lo pusiste solo en tu relación con los hombres, también en tu contacto con las cosas...

Algo parecido a los pliegues de tu sudario se manifiesta al mandar a tus discípulos recoger los trozos de pan que hablan sobrado después de haber dado de comer a multitudes de manera milagrosa. Los evangelistas nos hablan de doce y siete canastos de trozos recogidos respectivamente en la primera y segunda multiplicación, pero es San Juan quien nos transmite textualmente tu mandato:

—Recoged los pedazos que han sobrado, para que no se pierdan.

¿Por qué te preocupas, Señor, de los pedazos sobrantes, cuando acabas de hacer el milagro de multiplicar el pan tantas veces como quieres?

¿Por que siendo el Omnipotente?

Y, resucitado, cuando pides de comer a tus discípulos: ellos te dieron un pedazo de pez asado y un panal de miel. Cuando terminaste de comer, tornados las sobras, se las diste.

Tomadas las sobras.

Fuiste tu, Señor, quien recogió lo sobrante.

Las sobras.

Tu mi Dios y mi Todo.

En las sobras del pez asado y del panal, en tu cuidado porque se recogieran los trozos sobrantes de aquel festín en el campo, y en los pliegues del sudario, veo el mismo mensaje.

Y un Amor infinito...

Ya se que, para los hombres, la eternidad se teje con un puñado de cosas chicas en un puñado de minutos.

Nada hay de poca importancia en la vida.

Ahora enséñame a hacerlo como Tu.

56. EMAUS

Juntándose con ellos, caminaba en su compañía. (Lc 24,15)

¡Así es tu misión!

En el mismo día de la Resurrección, dos de los discípulos iban a una aldea llamada Emaus, distante de Jerusalén el espacio de sesenta estadios.

Y conversaban entre si...

Hoy los hombres como entonces: disperses. Caminan a sus cosas... a pesar de que sean los nuestros, como entonces, días tan trascendentales, días de resurrección...

Aquellos discípulos, Cleofás y su amigo, son del grupo de los de Cristo, y, no obstante, se contentan con entristecerse y hablar entre ellos, mientras caminan a sus cosas. Ellos no se olvidan de si para acordarse solo de Jesús, como hizo Pedro, que se fue corriendo al sepulcro, a pesar de que las mujeres han venido anunciando la Resurrección. Ellos no tuercen su camino, no retrasan el viaje hacia sus cosas...

¡0h, necios y tardos de corazón para creer...!

Los hombres de hoy, aunque se llaman cristianos, obran igual, anteponen sus cosas a los intereses de Dios. Y se contentan con ir tristes y comentar. Oyen, como ellos, rumores de nueva Resurrección... pero no hacen caso, no dan crédito.

Pero si los hombres de hoy, los cristianos, por esta ola de egoísmo de la que es victima el mundo, se parecen a aquellos dos discípulos de la escena de Emaus, tu y yo tenemos que representar hoy —viviendo el Evangelio— el papel de Jesús, de Jesús amigo.

El mismo Jesús, juntándose con ellos, caminaba en su compañía.

Salirles al camino.

Juntarse a ellos.

Nuestra vida es un continuo camino de Emaus.

—¡Que conversación es esa que, caminando, lleváis entre los dos, y por que estáis tan tristes?... —les dice.


Y hablan de sus temas, que en el fondo es ese tema de Dios, que, aunque vayan tristes y a sus cosas, no pueden olvidar. Con distintas palabras te dicen lo mismo que aquellos dijeron a Jesús: descubrirán en seguida el hondo problema que les tiene tristes, la ausencia de Dios.

Y entonces es tu ocasión: les hablaras de El con claridad y con cariño. Les interpretaras las Escrituras, que ellos pueden haber leído mas veces que tu, pero que no sabrán entender porque nadie les enseño a vivirlas. Les darás visión sobrenatural sobre las cosas de su misma conversación. Visión que ellos han perdido, con la fe, porque el egoísmo, sus cosas, les ha llenado los ojos.

Les harás ver a Dios en esas cosas que conocen... te tomaran cariño... se establecerá la amistad entre vosotros, porque en esa conversación casual tu les has hablado con naturalidad, en un tono que ellos no conocían. Verán en ti algo que no sabrán definir.

Te los ganaras.

Tu tono es mas optimista, mas alegre, y mas sencillo y natural que el que suelen usar los hombres. Y esto te saldrá solo con tal que vivas bien tu contemplación en medio del mundo. Te pedirán, igual que a Cristo, cuando hizo ademán de pasar de largo:

Quédate con nosotros, porque ya es tarde, y va ya el
día de caída.

No te dejaran solo.

Buscaran tu compañía:

Se sienten a gusto a tu lado.

Y tu, como Jesús, aprovecharas la oportunidad que ellos te ofrecen.

—¿No es verdad que sentíamos abrasarse nuestro corazón, mientras nos hablaba en el camino, y nos explicaba las Escrituras?, diran entre si, como los de Emaus.


¡Fuego!

¡Si no vivimos con fuego, si no hablamos con fuego, estropeamos nuestras vidas!

Hablar saltando, y para que salten, por encima de las minucias de la vida. Saltar por encima del prosaico lenguaje común.

Mas ideal, mas pasión, mas locura.

¡Que sea una realidad vivida esa locura!

¡Que sea palpable esa vida sobrenatural!

¡Que seamos consecuentes con nuestra fe y nuestra vocación!

Que no podemos hacer traición a Dios hablando con la insustancialidad con que hablan los hombres.

¡Un solo ideal! ¡Una sola fe! ¡Un amor! ¡Una sola cosa necesaria!

Y permaneciendo con ellos te conocerán.

Desaparece, pero después, cuando ya estén encendidos, cuando estén dispuestos a dejar su descanso y, a pesar de ser de noche, salir corriendo a comunicárselo a los que creen fríos, como ellos lo estaban hasta un momento antes.

Naturalidad: te conocerán cuando ya sean de los nuestros.

El mundo se defiende con la indiscreción.

Tu, al contrario, siendo uno mas, como Cristo te enseña.

Una antorcha enciende a otra que surge en seguida con ansias de incendio.

Y con el fuego viene la audacia, la intrepidez, la acometividad: era tarde para el amigo, y ahora, después, ya no es tarde para ellos. ¿Lo ves, lo ves? ¿Porque han cambiado frente a la noche?

¡Es que son hombres nuevos!

Llegaron a Jerusalén, y se encontraron a los cristianos reunidos, revolucionados. La alegría de la Resurrección actúa a la vez en distintos sitios.

Así pasa hoy, y cuando quieran darse cuenta, verán que el incendio se ha propagado a otros lugares.

¡Fuego en la tierra!

Cuando los que tu conquistes puedan conquistar, verán asombrados que la levadura, sin ellos saberlo, ya había fermentado allí.

Eso es lo nuestro.

Adelante. Como Jesús amigo.

Su lección se concreta en estos puntos:

Juntarse en el camino con audacia y naturalidad.

Hacerse amigo hablando de sus cosas, y en ellas darles visión sobrenatural.

Ademán de pasar de largo: que no crean que se les busca...

Ellos pedirán tu compañía: «Mane nobiscum». Te buscaran entonces. Es que así somos los hombres.

Siéntate con ellos, dispuesto a desaparecer después.

57. Y SE ECHO AL MAR

Se apareció Jesús en la ribera... Entonces el discípulo aquel que Jesús amaba, dijo a Pedro: «Es el Señor». Simón Pedro apenas oyó: «Es el Señor», vistiose la túnica (pues estaba desnudo) y se echo al mar. (Jn 21, 4-7)

Pedro, ¿por que te tiras al agua? ¿No ves que vas a recibir la condenación de los fariseos? Pasaran los siglos, y a través de ellos, si se fijan en tu actitud, te irán condenando. Y llegara el siglo XX, donde muchos de los que te rezan no comprenderán tu postura. Si no supieran que eres Pedro, te condenarían también, por loco y por imprudente —dirían.

Razones, esas razones que tantas veces estorban para ir a Dios, son las que pondrían para anatematizarte: que te expusiste a perder la vida... que eres excesivamente fogoso... que si tantas ganas tenías de llegar al Señor, ya llegarías con todos... que la barca solo -tardará unos minutos mas-... Los hombres de hoy, Pedro, también te condenan. No a ti, a tanto no se atreven por ahora, peno si a los pocos que siguen tu ejemplo... Oponen las mismas razones.

Pedro, ¿por que a los hombres del siglo XX se les ha secado el corazón? ¿Por que para sus relaciones con Dios usan solo de razones? Esas razones que tu despreciaste tan pronto como oíste de Juan: «Es el Señor». Yo he visto, Pedro, como te vestiste la túnica, para presentarte vestido ante Jesús, y te echaste al agua. Vi que no calculaste a lo que te exponías..., que no te importo embarazarte con la túnica para nadar..., que todavía faltaban «unos doscientos codos» para la orilla..., que aun era profundo el mar... Tu te tiraste al agua porque tu impaciente corazón te lo imponía. No pudiste sufrir el tiempo que la barca, mas lenta, iba a tardar... y saltando de la barca te echaste al mar.

No consultaste a nadie... —los que amaron de verdad nunca consultaron buscando excusas—. Si lo hubieses hecho a muchos de nuestro tiempo, esta pagina gloriosa del Evangelio se hubiera perdido para siempre... si es que no hubieses saltado por encima de ellos, como saltaste por la borda de tu barca.

Y si muchos sabios y prudentes —mas prudentes que sabios— te hubieran sorprendido en el momento de lanzarte, te hubiesen prendido de esa túnica que te pusiste para tapar tus carnes, y con celo —celo solo para parar a las gentes— te hubieran dicho:

—¡Espera! ¿Donde vas? ¿No ves que estáis a punto de llegar todos? ¡Ya llegaras mas tarde! ¡Deja que pase el tiempo! ¡Espera! ¿No comprendes que no merece la pena darte ese remojón por adelantar solo unos momentos la llegada?

Otros, creyéndose mas experimentados, te dirían:

—¡Piénsalo! ¡No hagas las cosas sin pensar! ¡Loco! ¿No ves que por despreciar la seguridad de la barca quizá te ahogues en el camino? ¿No comprendes que es muy difícil nadar con la túnica? ¡Que afán de hacer lo que nadie hace!

Pero tu amor, Pedro, no aguanto la mansa y tranquila navegación de la barca por las ondas azules del Tiberiades, y, vistiéndote la túnica, te echaste al agua.

58. ¿QUE HACEIS MIRANDO AL CIELO?

Varones de Galilea, ¿por que estáis ahí parados mirando el cielo? (Act 1, 11).

Llevan varios años siguiendo al Señor por los caminos de la tierra, le han seguido hasta el fin.

Ahora los va a dejar.

Han venido al monte caminando.

En estos momentos de la Ascensión, se les amontonan en la memoria palabras que a través de los años le han escuchado. Ahora, cuando oyen y recogen sus ultimas recomendaciones en un corazón ablandado por la separación.

—Yo os he dado ejemplo, para que vosotros hagáis también como yo he hecho.

El es el modelo en el ser y en el obrar.

—Aprended de mi, que soy manso y humilde de corazón.

Todas sus acciones son modelo de las nuestras: la infinita perfección del Padre, inaccesible a nosotros, se hace aparente en Jesús. Por eso hemos de penetrar en las disposiciones internas de su alma, para hacerlas nuestras, de acuerdo con el consejo de San Pablo: Tened los mismos sentimientos que tuvo Cristo Jesús.

¡Que claramente recordamos, ahora que se va, que El es el camino! Yo soy —nos ha dicho— el camino... nadie viene al Padre sino por mi. Pues el Padre quiere que nos hagamos en todo conformes con la imagen de su Hijo.

Esta es la voluntad de Dios: vuestra santificación.

No deja lugar a dudas la precisa y lacónica sentencia paulina, que tenemos presente también en estos momentos de despedida, como un resumen para nuestra conducta.

Jesús comenzó a hacer y a enseñar.

A hacer antes.

Después a enseñar.

Las ultimas palabras suelen ser expresión de lo que mas se quiere decir a los que mas se ama.

Y su enseñanza divina acaba con palabras que se suceden, insistentes, movidas por una sola idea: nos manda ir a todas las naciones: me serviréis de testigos en Jerusalén y en toda la Judea, y Samaria, y hasta el cabo del mundo.

¡Testigos!

Dar testimonio de Cristo con toda nuestra vida.

Luz que alumbra, fuente que mana.

A todas las naciones... Vosotros sois testigos de estas cosas.

—Id, pues, e instruid a todas las naciones, bautizándolas... enseñándolas a observar a todas las cosas que yo os he mandado.

Id por todo el mundo; predicad...

Hasta los últimos extremos de la tierra.

Así, con esta secuencia, con este ritmo de premura, han quedado recogidos en la Escritura los últimos mandatos del Señor, que vibran tan acordes con la recomendación que, tiempo atrás, hizo a los setenta y dos discípulos, cuando los envió delante de El, de dos en dos, por todas las ciudades y lugares a donde había de ir El mismo:

—Y no os paréis a saludar a nadie por el camino.

Como los discípulos le oímos.

Como los discípulos le vemos.

Se fue elevando a vista de todos por los aires hasta que una nube le cubrió a nuestros ojos.

Una nube nos lo oculta.

Mirar nubes. ¡Que fácil es mirar nubes! Las nubes del Señor no son el Señor, ni lo que el Señor quiere que hagamos.

Nos quedamos mirando al cielo...

Mientras, dos personajes con vestiduras blancas aparecen allí mismo, y nos dicen:

—Varones de Galilea, ¿por que estáis ahí parados, mirando al cielo?.

Los apóstoles entendieron la insinuación de los ángeles: ahora les corresponde a ellos continuar la misión comenzada por Jesús. No pueden quedarse parados, cuando están las naciones del mundo esperándoles.

Es la dinámica de la Ascensión: ya no se puede estar parado, ya no podemos parar. Como los apóstoles, los suyos de todos los tiempos, han gastado sus vidas en hacer eso que el Señor dejo encargado.

Han sentido sobre sus hombros la responsabilidad de su misión, y han cruzado todos los países llevando el mensaje de Jesús, haciendo milagros: hablando nuevas lenguas, lanzando demonios, inmunes a los venenos, por ser hombres de El, a El entregados.

Ni tu, ni yo, podemos quedarnos mirando nubes.

Si los apóstoles hubieran procedido como tu hasta hoy, ¿crees que ahora seriamos cristianos?

Es preciso pensar en las generaciones de hombres que nos van a seguir: ellos serán una consecuencia de nuestra actitud de ahora cara a Dios.

Hoy rememoramos la escena, y en nuestro recuerdo vuelven las palabras de los ángeles:

—Varones de Galilea, ¿por que estáis ahí parados mirando al cielo?

Y sentimos el aguijón de la responsabilidad: es la hora de comenzar, es nuestra hora. Lo que aprendimos de El hay que ponerlo en marcha sin dilación.

Hay que imitar a Cristo por dentro y fuera.

¡Ya!

En el ser y en el obrar.

Solo así podemos serle testigos.

Se que para ponerte en marcha has de vencer tus prejuicios, los mas o menos nobles prejuicios de tu inercia. Y se que un entendimiento lleno de prejuicios se resiste a recibir la verdad, de cualquier parte que venga. Ellos, los apóstoles, también los tenían: mil veces oyeron que el reino de Jesús era espiritual, y, sin embargo, unos instantes antes de la Ascensión, cuando estaban a punto de quedar constituidos en los máximos responsables visibles de la Redención, se les ocurre hacer una pregunta capaz de descorazonar a cualquiera.

—Señor, ¿será este el tiempo en que has de restituir el reino de Israel?.

¡Que fácilmente olvidamos que lo temporal se acaba con el tiempo!

Jesús no por eso deja de marcharse. Ni siquiera retrasa el momento. A pesar de sus deficiencias, les encomienda su obra, y se va.

Y ellos se crecen ante la misión, superando sus defectos: es la madurez de la responsabilidad.

Inmediatamente después, animados de un mismo espíritu, perseveran juntos en la oración.

¡Es lo primero que hacen!

La responsabilidad es hoy tuya y mía.

Con el consuelo de que, a pesar de todo, no estamos solos. Tenemos la promesa del Señor:

—Y estad ciertos que yo estaré con vosotros continuamente hasta la consumación de los siglos.

59. PECADORES

...los pecadores son, y no a los justos, a quienes he venido yo a llamar (Mt 9,13).

El horizonte de la vida del hombre de hoy aparece brumoso y sin esperanza.

Delante de si, angustias y temores.

Se siente solo e indefenso. Desgarros en su interior.

Ha perdido la fe.

Sin embargo, la vida publica de Cristo, con solo mencionarla, trae a la memoria las estampas de sus correrías por los caminos. Y en ellas aparece su Santa Humanidad, visible a los ojos, serena y fuerte.

Es verdad que nuestra imagen de Cristo nos viene teñida, a pesar nuestro, de las ideas de los artistas que nos han precedido en la Historia; pero también es verdad que nuestra imagen se ira identificando con El mas y mas, según vayamos tratándole en la oración.

De todas formas ahí esta Cristo, siendo la figura central de todas las escenas de su vida, como lo es de la vida de cada uno de nosotros, como lo es de toda la Historia.

El, que es el mas hermoso de los hijos de los hombres, es mi seguridad y mi garantía, mi amigo y mi hermano.

En el horizonte de tu vida, lleno de mas riesgos angustiosos si eres mas sensible, se levanta la imponente figura de un hombre fuerte, vestido con traje nazareno. Y puedes sentir sobre tu brazo su mano recia, su fuerza omnipotente, puesto que es también la mano de Dios.

La vida es un riesgo, dicen y sienten los hombres. Cuando no tienen fe, se desesperan.

Tu sientes también el riesgo de la tuya. Pero tu tienes a Cristo: seguridad para tu riesgo, garantía para tu esperanza.

Y los pecadores nos dan mas derecho a llamarle «mi Cristo». Pues los pecadores son, y no los justos, a quienes he venido yo a llamar, nos dice.

No es una libertad para el pecado. Es una seguridad para mi alegría.

En El tengo mi consuelo y mi esperanza.

Conocerlo así, garantía de los pecadores, con su fuerza que me respalda, y tratarle así mas cada día, me hará ser un hombre alegremente confiado, en medio de este mar de confusiones y de angustia.

Le vemos actuar con los pecadores: siempre les trata con misericordia y bondad.

Y nos llenamos de entusiasmo en el Señor.

Es esa la actitud que ofrece a aquella mujer encenagada, la samaritana, para convertiría en un apóstol eficaz. Ella no sabe que la mueve mas, si el don profético de Jesús, o la bondad y la delicadeza que pone en la revelación de su mala vida.

Al paralítico, que unos hombres audaces colocan delante del Señor, metiéndolo por el tejado, ya que el gentío les impedía el camino normal, le dice Jesús: Hijo, tus pecados te son perdonados, tan pronto como lo tiene delante. Y los ojos de ese hombre, únicos órganos que aparecen vivos en un cuerpo muerto por los pecados, reciben una nueva alegría cuando, además, le da la orden de levantarse, tomar su Camilla e ir a casa.

A Mateo, el publicano, le llama desde la puerta de su oficina de recaudaciones para que con el tiempo sea, además de apóstol, su primer evangelista. Y era el recaudador de los odiosos impuestos romanos.

De la mujer pecadora, famosa en la tierra por su rara hermosura, tanto como por sus pecados, hace una decidida defensa: porque ha amado mucho. Tiene para ella una acogida comprensiva, en medio del furor de los fariseos, y hace de esta pecadora un volcán de santidad y de amor que no calcula.

Predicando estaba el Señor, cuando llega hasta El un ruido sordo de hombres amotinados, que le traen una mujer sorprendida en adulterio; esos hombres son enemigos de Cristo, le preguntan para tantearle. Siempre le han oído hablar de amor. En esta mujer tienen un pretexto excepcional para comprometer a Jesús: si la perdona, quebrantara la ley que manda apedrear a las adulteras; si la condena, contrariara su propia doctrina.

La mujer avergonzada esta delante de Cristo; detrás de ella, el grupo de acusadores. Su cabeza agachada, cuelga su cabellera. ¡Que fácilmente puede un alma sincera sentirse así en la vida! Cristo se incorpora, ha estado escribiendo en el suelo mientras duro la turbulenta acusación, y dice:

—El que de vosotros se halle sin pecado, tire contra ella el primero la piedra. Y vuelve a inclinarse para continuar escribiendo.


Los acusadores comenzaron a irse, uno a uno. El mas viejo es el primero en retirarse. Dejan sola a la mujer delante de Jesús. Así pasa hoy si tratamos de estar cerca de Cristo: los que nos acusan y nos angustian se van.

—Mujer, ¿donde están tus acusadores? ¿Nadie te ha condenado?
—Ninguno, Señor.
—Pues tampoco yo te condenare. Anda y no peques
mas en adelante.

Ese es Jesús. Mi Cristo. Mi hermano mayor, cariñoso y comprensivo cuya mano fuerte siento en mi brazo. ¿A quien temeré?

Zaqueo era un sinvergüenza conocido que quería ver a Cristo. Para ello se sube a una higuera silvestre a pesar de ser un hombre rico, lo que prueba aun mas lo poco que le importa el mundo y sus formas sociales. Jesús le llama. Y Zaqueo se convierte al momento, lleno de alborozo.

Y a Pedro, cuando le negaba, le lanzo una mirada tan llena de comprensión, que le hizo salir fuera para llorar su cobardía.

Y pide al Padre perdón para aquellos que le torturan.

El Buen Ladrón, pecador de toda la vida, recibe el cielo por pedir solo un recuerdo.

Nos había diciéndonos que ha venido a salvar las ovejas perdidas, que son los pecadores el objetivo de su misión, afirma que hay mas alegría en el cielo por un pecador que se arrepiente que por noventa y nueve justos...

Y los pecadores responden, se acercan para oírle, hasta el punto que hacen escandalizarse a los fariseos. Nos deja, con su palabra eterna, parábolas como la de la oveja perdida, la dracma que pierde una mujer y barre toda la casa hasta encontrarla, y la del hijo prodigo, capaz de llenar de esperanza y de alegría el corazón del hombre mas amargado y aturdido.

En el horizonte de la vida de cualquiera aparece la figura luminosa y consoladora de otro Hombre fuerte, amigo y hermano, comprensivo y amoroso.

Es Dios.