29.10.09

Steve Jobs en la graduación de Stanford en 2005

Dolor y consuelo

“¡Lo único que sé de mí es que sufro…!”, dice el alma desconsolada. Duns Scoto evocaba la desolación humana en aquel “la persona es la última soledad” que quiere ser escuchada, que solicita respuesta. Como decía Juan Bautista Torelló (Psicología y vida espiritual), necesita consoladores, no simple consuelo. Es decir, no solo requiere “solatio” (solaz, alivio, pensar cosas bonitas) sino “consolatio” (alivio-comunión, alguien que le abrace), como dice el Salmo 63: “el dolor me rompe el corazón, estoy desesperado. Busco un consolador y no lo hallo”, por eso quien sufre sumido en la tristeza no busca sermones ni palabras, sino que necesita la compañía y abnegación del amigo, la dimensión femenina de llorar juntos: “bienaventurados los que lloran, porque ellos serán consolados” (Mt 5,5), y el que no tiene quien esté a su lado dirá aquello de “he llorado mucho por la noche, porque mi consolador está lejos de mí” (Jer 1,16).

No todos los amigos saben consolar bien, como con los de Job: “sois todos unos consoladores pelmazos” (Job 16,2). Recuerdo un sacerdote muy bueno agonizando, contento de estar acompañado, y yo veía a unos parientes que le hablaban deseosos de preguntarle: “¿estás bien?, ¿cómo te encuentras?, ¿deseas algo?” y al final el moribundo dijo: “sí, ¡que os calléis!” Quería compañía, pero que no le agobiaran, morir tranquilo… él tenía el consuelo de Dios: “Yo, yo mismo os consolaré. Transformaré vuestra tristeza en alegría… El Señor dice: Os llevaré en brazos y jugaréis sobre mis rodillas. Como una madre consuela a sus hijos, así os consolaré yo” (Is 65,11-13). Es difícil esta simpatía, que no consiste en dar al otro lo que le gusta sino lo que le conviene, no es sensiblería sino contacto y distancia a la vez, com-padecer tiene esa comunión evangélica de “si un miembro sufre, todos sufren; si un miembro se alegra, todos se alegran con él” (1 Cor 12,26) y ahondando en ello sigue san Pablo: “Cristo es quien nos consuela en toda tribulación… sabedores de que, así como participáisteis en nuestros padecimientos, así también participaréis en los consuelos” (2 Cor 1,3-7). Comenta Torelló: “Cristo conforta pues, no sólo porque por ser verdadero Dios conoce al yo individual que sufre en su soledad, ni porque Él haya dado respuesta a la pregunta sobre el sentido del dolor, sino porque Él mismo es la respuesta a todos los interrogantes del hombre. Cristo no ha resuelto el misterio, sino que lo ha hecho precisamente más profundo y mayor: Mysterium Crucis.” La gran paradoja que decía Juan Pablo II, más allá de toda razón según san Pablo, que resplandece en la noche pascual, pues Cristo venció a la muerte, pero sigue de algún modo sufriendo en cada sufriente, Jesús está queriendo consolar a cada persona que sufre, sufrir con ella. Y esto no se queda en palabras, como descubrió aquella persona: "Hoy comprendo lo que es amar la cruz: acabo de ver a Cristo clavado en mi cruz, ahora cuando sufro, sufro abrazada a Él!"

Y nosotros hemos de llevar el consuelo que necesita quien pasa por momentos de dolor. No hay técnicas generales, pues nada peor que “despachar” a esas personas con estereotipos, frases hechas, como si fueran niños o idiotas… “se necesita decisión y presencia de ánimo, no para ‘exigir’ sino para despertar posibilidades adormecidas, fuerzas amodorradas, libertades y esperanzas inhibidas…”

La manera mejor de salir de la espiral del dolor, cuando no se puede curar, es trascenderlo: cuando se sufre por una persona, cuando se pasa de aguantar a aceptar, cuando se pasa al ofrecimiento, a la vida como donación y sacrificio, y entonces ya no es algo impuesto el dolor sino libre, como Jesús que da la vida (la penitencia por ejemplo es expiación querida, a diferencia del castigo que es expiación impuesta).

La esencia del sacrificio no es el dolor, sino el amor, no somos masoquistas… así “Cristo nos consuela en todas nuestras tribulaciones, para que podamos consolar a otros en cualquier aflicción con el consuelo con que nosotros mismos somos consolados por Dios” (2 Cor 1,4).

Llucià Pou Sabaté