24.12.08

Meditacion de Nochebuena

"En el misterio santo que hoy celebramos, Cristo, el Señor, sin dejar la gloria del Padre, se hace presente entre nosotros de un modo nuevo: el que era invisible en su naturaleza se hace visible al adoptar la nuestra; el eterno, engendrado antes del tiempo, comparte nuestra vida temporal para asumir en sí todo lo creado, para reconstruir lo que estaba caído y restaurar de este modo el universo, para llamar de nuevo al reino de los cielos al hombre sumergido en el pecado" (Prefacio de Navidad).

"Despiértate: Dios se ha hecho hombre por ti. Despierta, tú que duermes, levántate de entre los muertos, y Cristo será tu luz. Por ti precisamente, Dios se ha hecho hombre.

Hubieses muerto para siempre, si él no hubiera nacido en el tiempo. Nunca te hubieses visto libre de la carne del pecado, si él no hubiera aceptado la semejanza de la carne de pecado. Una inacabable miseria se hubiera apoderado de ti, si no se hubiera llevado a cabo esta misericordia. Nunca hubieras vuelto a la vida, si él no hubiera venido al encuentro de tu muerte. Te hubieras derrumbado, si él no te hubiera ayudado. Hubieras perecido, si él no hubiera venido.

Celebremos con alegría el advenimiento de nuestra salvación y redención. Celebremos el día afortunado en el que quien era el inmenso y eterno día, que procedía del inmenso y eterno día, descendió hasta este día nuestro tan breve y temporal. Éste se convirtió para nosotros en justicia, santificación y redención: y así —como dice la Escritura—: El que se gloríe, que se gloríe en el Señor" (San Agustín).

Jesús, recién nacido, no habla; pero es la Palabra eterna del Padre. Se ha dicho que el pesebre es una cátedra. Nosotros deberíamos hoy «entender las lecciones que nos da Jesús ya desde Niño, desde que está recién nacido, desde que sus ojos se abrieron a esta bendita tierra de los hombres»

"Dios se humilla para que podamos acercarnos a El, para que podamos corresponder a su amor con nuestro amor, para que nuestra libertad se rinda no sólo ante el espectáculo de su poder, sino ante la maravilla de su humildad".

Hacemos un propósito de humildad. La primera llaga que el pecado causó en nuestra alma fue el orgullo. Jesús ha venido para enseñarnos a ser humildes.

Que nuestra vida esté centrada en Jesús, como la de Santa María y San José. "Así estuvo siempre, y así debemos aprender a estar nosotros, ¡tan dispersos y tan distraídos por cosas que carecen de importancia! Una sola cosa es verdaderamente importante en nuestra vida: Jesús, y cuanto a El se refiere".

Jesús, María y José estaban solos. Pero Dios buscó, para acompañarle, a gente sencilla, unos pastores, quizá porque, como eran humildes, no se asustarían al encontrar al Mesías en una cueva, envuelto en pañales.

Son los pastores de aquellos contornos a quienes se refería el profeta Isaías: el pueblo que caminaba en tinieblas vio una gran luz. En esta primera noche sólo en ellos se cumple la profecía. Ven una gran luz: la gloria del Señor los envolvió de claridad. No temáis, les dice un ángel, pues vengo a anunciamos una gran alegría, que lo será para todo el pueblo; hoy, en la ciudad de David, os ha nacido el Salvador, que es el Cristo, el Señor.

Esa noche son los primeros y los únicos en saberlo. «En cambio hoy lo saben millones de hombres en todo el mundo. La luz de la noche de Belén ha llegado a muchos corazones, y, sin embargo, al mismo tiempo, permanece la oscuridad. A veces, incluso parece que más intensa (... ). Los que aquella noche lo acogieron, encontraron una gran alegría. La alegría que brota de la luz. La oscuridad del mundo superada por la luz del nacimiento de Dios (... ).

La Virgen María, en la cueva de Belén, nos enseña cómo ha de ser nuestra vida: está recogida en oración. Sólo vive para estar pendiente de Jesús.

Nosotros le pedimos hoy que nos dé este recogimiento interior necesario para ver y tratar a Dios, muy cercano también a nuestras vidas.

La oración de Santa María y de San José en Belén era un diálogo "mudo" con Jesús. Así es tantas veces la nuestra.

"Me ha impresionado siempre su espontaneidad en el trato con el Señor. Las comunidades de religiosas del Real Patronato de Santa Isabel han contado los encuentros y delirios de amor del Fundador del Opus Dei con la imagen del Niño Jesús que conservan en uno de los dos Conventos. Y yo he visto también su actitud ardiente y apasionada cuando llegaban las Navidades: al entrar o salir del oratorio, besaba con ternura al Niño recién nacido. En otros momentos le cogía en sus brazos, acariciándole dulcemente, mientras le miraba agradecido y con hambre de aprender. En una ocasión, después de besarle, puso sus ojos en esa imagen y, con la delicada ilusión de un padre de familia, requebró al Niño Jesús: ¡chato!"

«Esa imagen del Niño Jesús —comenta mons. A. del Portillo— dio ocasión a nuestro Padre para que hiciese mucha oración y muchos actos de amor a la Humanidad Santísima de Jesús. Lo solía pedir a las monjas especialmente por las épocas de Navidad, y lo bailaba y lo arrullaba y lo mimaba».

La oración de María y José estaría reducida a una palabra: "Jesús". Una sola palabra dicha con mucho amor y mucha humildad.

"He contemplado una escena en distintas Navidades, cuando -al distribuir las figuras del Nacimiento- alguien colocaba a San José un poco distante del Niño y de la Virgen o en un segundo plano. Mons. Escrivá de Balaguer las acercaba, mientras repetía: vamos a poner siempre a José muy cerca de Jesús y de María, porque siempre lo estuvo, porque lo sigue estando, y porque nos tiene que servir de guía para servir al Señor, contando también con la intercesión de la Virgen, como los dos le sirvieron" (Memoria del Beato Josemaría).


Filiacion divina y presencia de Dios

En ninguna religión encontramos algo tan grandioso como en la nuestra: Dios tiene un rostro humano. Dios se ha encarnado. Dios se ha hecho hombre. Dios nos ha manifestado su amor enviando a Jesús al mundo. Dios es el Amor Encarnado.

"El Dios de nuestra fe no es un ser lejano, que contempla indiferente la suerte de los hombres: sus afanes, sus luchas, sus angustias. Es un Padre que ama a sus hijos hasta el extremo de enviar al Verbo, Segunda Persona de la Trinidad Santísima" (Es Cristo que pasa, 84).

Ese vivo sentido de nuestra filiación divina empapa toda nuestra vida, porque nos lleva a imitar a Jesucristo, como Hermano nuestro.

Dios está muy cerca de nuestros corazones y nos dejaremos conducir como un hijo se deja conducir por la mano cariñosa de su padre.

"Hijos de Dios. Eso somos, y así lo proclama el Evangelio, aunque desgraciadamente no pocas personas lo ignoran. La filiación divina, la llamada de Dios a ser hijos suyos en Jesucristo es un tesoro que no tiene comparación, por su riqueza, con el bien más precioso de la tierra. Si los hombres fueran conscientes de esta realidad, nuestro mundo sería muy distinto: sería un mundo sin odios ni discriminaciones; desaparecerían las murmuraciones y las calumnias, y se abriría paso la verdad sencilla y clara; no habría lugar para abusos ni manipulaciones, y crecería la solidaridad, porque saberse hijos de Dios Padre trae como consecuencia inmediata la fraternidad" (Itinerarios de vida cristiana).

Descubrir el infinito cariño que nos tiene Dios: en esto consiste la vida cristiana.

"Dios es Padre: nos comunica la vida, se ocupa con cariño infinito de todo lo nuestro, cuida en cada momento de nosotros, nos sigue día a día con una providencia cuyos caminos a veces permanecen ocultos, incluso incomprensibles para nosotros, pero en la que debemos apoyarnos y confiar siempre. Sostenida por esta luz, la vida ordinaria, nuestra vida de hombres y mujeres corrientes, se revela en su auténtico y profundo sentido, rebosante de riqueza sobrenatural y humana. Desaparecen la trivialidad, la monotonía, la consideración de los quehaceres cotidianos como necesidades inevitables, pero rutinarias y sin valor. La vida de familia, el ir y venir de cada jornada, el trabajo y las diversas ocupaciones se nos presentan, por el contrario, como un don divino que se asume gustosamente a título de servicio. Ya no hay entonces espacio para la actitud fría y encogida, entre farisaica y puritana, que reduce la religiosidad a un mero intentar estar en regla con un Dios de la severidad. Ni tampoco para la superficialidad o la rutina en el trato con Dios. Para quien interioriza con hondura la realidad de la filiación divina, para quien es consciente de la cercanía constante y solícita de Dios, ese esquema de la religión carece de sentido" (Itinerarios de vida cristiana).

La confianza en Dios necesita cultivarse con el trato personal e íntimo. Cuando sabemos que Dios es nuestro Padre, le buscamos, le tratamos.

Filiacion divina y presencia de Dios

Filiación divina y presencia de Dios

En ninguna religión encontramos algo tan grandioso como en la nuestra: Dios tiene un rostro humano. Dios se ha encarnado. Dios se ha hecho hombre. Dios nos ha manifestado su amor enviando a Jesús al mundo. Dios es el Amor Encarnado.

"El Dios de nuestra fe no es un ser lejano, que contempla indiferente la suerte de los hombres: sus afanes, sus luchas, sus angustias. Es un Padre que ama a sus hijos hasta el extremo de enviar al Verbo, Segunda Persona de la Trinidad Santísima" (Es Cristo que pasa, 84).

Ese vivo sentido de nuestra filiación divina empapa toda nuestra vida, porque nos lleva a imitar a Jesucristo, como Hermano nuestro.

Dios está muy cerca de nuestros corazones y nos dejaremos conducir como un hijo se deja conducir por la mano cariñosa de su padre.

"Hijos de Dios. Eso somos, y así lo proclama el Evangelio, aunque desgraciadamente no pocas personas lo ignoran. La filiación divina, la llamada de Dios a ser hijos suyos en Jesucristo es un tesoro que no tiene comparación, por su riqueza, con el bien más precioso de la tierra. Si los hombres fueran conscientes de esta realidad, nuestro mundo sería muy distinto: sería un mundo sin odios ni discriminaciones; desaparecerían las murmuraciones y las calumnias, y se abriría paso la verdad sencilla y clara; no habría lugar para abusos ni manipulaciones, y crecería la solidaridad, porque saberse hijos de Dios Padre trae como consecuencia inmediata la fraternidad" (Itinerarios de vida cristiana).

Descubrir el infinito cariño que nos tiene Dios: en esto consiste la vida cristiana.

"Dios es Padre: nos comunica la vida, se ocupa con cariño infinito de todo lo nuestro, cuida en cada momento de nosotros, nos sigue día a día con una providencia cuyos caminos a veces permanecen ocultos, incluso incomprensibles para nosotros, pero en la que debemos apoyarnos y confiar siempre. Sostenida por esta luz, la vida ordinaria, nuestra vida de hombres y mujeres corrientes, se revela en su auténtico y profundo sentido, rebosante de riqueza sobrenatural y humana. Desaparecen la trivialidad, la monotonía, la consideración de los quehaceres cotidianos como necesidades inevitables, pero rutinarias y sin valor. La vida de familia, el ir y venir de cada jornada, el trabajo y las diversas ocupaciones se nos presentan, por el contrario, como un don divino que se asume gustosamente a título de servicio. Ya no hay entonces espacio para la actitud fría y encogida, entre farisaica y puritana, que reduce la religiosidad a un mero intentar estar en regla con un Dios de la severidad. Ni tampoco para la superficialidad o la rutina en el trato con Dios. Para quien interioriza con hondura la realidad de la filiación divina, para quien es consciente de la cercanía constante y solícita de Dios, ese esquema de la religión carece de sentido" (Itinerarios de vida cristiana).

La confianza en Dios necesita cultivarse con el trato personal e íntimo. Cuando sabemos que Dios es nuestro Padre, le buscamos, le tratamos.

Filiacion divina y presencia de Dios

En ninguna religión encontramos algo tan grandioso como en la nuestra: Dios tiene un rostro humano. Dios se ha encarnado. Dios se ha hecho hombre. Dios nos ha manifestado su amor enviando a Jesús al mundo. Dios es el Amor Encarnado.

"El Dios de nuestra fe no es un ser lejano, que contempla indiferente la suerte de los hombres: sus afanes, sus luchas, sus angustias. Es un Padre que ama a sus hijos hasta el extremo de enviar al Verbo, Segunda Persona de la Trinidad Santísima" (Es Cristo que pasa, 84).

Ese vivo sentido de nuestra filiación divina empapa toda nuestra vida, porque nos lleva a imitar a Jesucristo, como Hermano nuestro.

Dios está muy cerca de nuestros corazones y nos dejaremos conducir como un hijo se deja conducir por la mano cariñosa de su padre.

"Hijos de Dios. Eso somos, y así lo proclama el Evangelio, aunque desgraciadamente no pocas personas lo ignoran. La filiación divina, la llamada de Dios a ser hijos suyos en Jesucristo es un tesoro que no tiene comparación, por su riqueza, con el bien más precioso de la tierra. Si los hombres fueran conscientes de esta realidad, nuestro mundo sería muy distinto: sería un mundo sin odios ni discriminaciones; desaparecerían las murmuraciones y las calumnias, y se abriría paso la verdad sencilla y clara; no habría lugar para abusos ni manipulaciones, y crecería la solidaridad, porque saberse hijos de Dios Padre trae como consecuencia inmediata la fraternidad" (Itinerarios de vida cristiana).

Descubrir el infinito cariño que nos tiene Dios: en esto consiste la vida cristiana.

"Dios es Padre: nos comunica la vida, se ocupa con cariño infinito de todo lo nuestro, cuida en cada momento de nosotros, nos sigue día a día con una providencia cuyos caminos a veces permanecen ocultos, incluso incomprensibles para nosotros, pero en la que debemos apoyarnos y confiar siempre. Sostenida por esta luz, la vida ordinaria, nuestra vida de hombres y mujeres corrientes, se revela en su auténtico y profundo sentido, rebosante de riqueza sobrenatural y humana. Desaparecen la trivialidad, la monotonía, la consideración de los quehaceres cotidianos como necesidades inevitables, pero rutinarias y sin valor. La vida de familia, el ir y venir de cada jornada, el trabajo y las diversas ocupaciones se nos presentan, por el contrario, como un don divino que se asume gustosamente a título de servicio. Ya no hay entonces espacio para la actitud fría y encogida, entre farisaica y puritana, que reduce la religiosidad a un mero intentar estar en regla con un Dios de la severidad. Ni tampoco para la superficialidad o la rutina en el trato con Dios. Para quien interioriza con hondura la realidad de la filiación divina, para quien es consciente de la cercanía constante y solícita de Dios, ese esquema de la religión carece de sentido" (Itinerarios de vida cristiana).

La confianza en Dios necesita cultivarse con el trato personal e íntimo. Cuando sabemos que Dios es nuestro Padre, le buscamos, le tratamos.

Esperanza cristiana

Todos en la vida tenemos unos objetivos, unas metas, unas ilusiones que nos hacen levantarnos por la mañana, esforzarnos, trabajar...

Recuerdo a un amigo que, al terminar la carrera, decidió preparar una oposición muy difícil. La vida del opositor es dura. En ocasiones se desanimaba. Un día decidió colgar en la pared de la habitación donde estudiaba el poster gigantesco con el último modelo del coche más potente de una marca alemana. Cuando le daba 'el bajón' y se desanimaba, miraba el poster y pensaba: "cuando saque la oposición me lo podré comprar". Y seguía estudiando.

La esperanza cristiana tiene poco que ver con este tipo de esperanzas humanas, o terrenas. La esperanza cristiana es mucho más que una ilusión, o un buen deseo. La esperanza humana se centra en objetivos y en deseos que dependen de nosotros, de nuestros esfuerzos.

La virtud sobrenatural de la esperanza nos lleva a confiar en Dios. No es un estado de ánimo, ni consiste en hacer esfuerzos psicológicos. La esperanza cristiana nace y se alimenta en el amor a Dios.

La esperanza se manifiesta en saber comenzar una y otra vez, en no abandonar la lucha por la santidad que cada uno tiene concretada de manera distinta cuando aparecen dificultades, en no creernos el "no puedo" que muchas veces se nos viene a la cabeza...

Cultivar la esperanza significa robustecer la voluntad (Surco, 780).

"Una cosa intento, correr hacia la meta, para alcanzar el premio al que Dios nos llama desde lo alto" (Fil 3, 13-14).

18.12.08

Una futuro premio Nóbel

Y si no, tiempo al tiempo...




Forjar el carácter

Dios ha creado al hombre a su imagen y semejanza. Cada uno es distinto, con su personalidad, manera de ser y carácter propios, que le distinguen de los demás.

Un denominador común y un numerador diversísimo para ser ipse Christus.

"Los socios no deben ser formados en serie, sino que, sin detrimento de la unidad y de la disciplina, ha de procurarse que cada hombre de Dios desarrolle su personalidad, su carácter".

Con la voluntad se modelan los elementos recibidos y adquiridos del carácter. Con estos rasgos todos hemos de luchar para ser santos.

El carácter de un hombre hace su destino (Democrito).

Hay elementos negativos de genio, impaciencia... que erradicar (cfr. Camino, n. 17) y positivos de fortaleza, lealtad... para desarrollar.

"Luchó para transformar sus tendencias naturales en cualidades positivas: la reciedumbre y la energía; la rapidez en la decisión; la agudeza de ingenio; la capacidad de darse cuenta de lo que ocurría a su alrededor; o la habilidad dialéctica para responder a las dificultades. Pero no se dejaba llevar por el propio yo, dominaba los primo primi, y se esforzaba por hablar y actuar con rectitud de intención, al servicio del Señor y de las almas.

Observando toda su vida, me atrevo a asegurar que muestra la victoria de la voluntad y del entendimiento -puestos en Dios- sobre su carácter. Este triunfo procede de una continua vigilancia sobre sí mismo, aunque no dejaba de rogarnos que le ayudásemos; le he visto luchar contra esos hilos sutiles que, si no se rectifican, se convierten en ataduras que apartan de Dios. Supo conseguir una serena ecuanimidad, y la extraordinaria vitalidad de su temperamento estuvo siempre moderada por la prudencia y la fortaleza".

Si yo fuera de otro modo, si dominara más mi genio, si te fuera más fiel, Señor, ¡de qué admirable manera ibas a ayudarnos! (Forja, n. 603)

Debemos reflejar a Cristo en todo nuestro ser. También en los rasgos que configuran nuestro carácter debemos conformarnos con Él. Es Cristo quien vive en mí (Ga 2, 20).

Dejar actuar al Espíritu Santo para que plasme en nosotros la imagen del Señor. Haz que el fundamento de mi personalidad sea la identificación contigo (Es Cristo que pasa, n. 31).

Hacerlo con el propio carácter, forjado mediante repetición de actos (cfr. Camino, n. 19). Sobre la naturaleza actúan la gracia y el esfuerzo personal, no hay dos santos iguales.

Docilidad para dejarnos ayudar en lo que se refiera al modo de ser.

Justificarse con el modo de ser (cfr. Surco, n. 755), o con rasgos regionales, étnicos…, puede ser manifestación de falta de carácter (cfr. Camino, n. 5).

Lucha por mejorar nuestro carácter y adquirir mayor profundidad en las virtudes: lo que resulte molesto o inapropiado echarlo fuera; lo indiferente ponerlo al servicio de Dios; e incluso lo legítimo quitarlo si es obstáculo a los demás.

Detras de un hombre duro se esconde la incapacidad de amar por el dominio del orgullo y las apetencias personales (Oliveros F Otero, Educar el corazon, 152)

Hacerse todo para todos (cfr. 1 Cor 9, 19-23), para atraer a muchos en el apostolado. Caras largas…, modales bruscos…, facha ridícula…, aire antipático: ¿Así esperas animar a los demás a seguir a Cristo? (Camino, n. 661). Es hacerse a todos para cumplir con la ley de la caridad.

Cfr. Camino, nn. 1-55; Cr, X-1994, pp. 1092-1102: Forjar el carácter.

4.12.08

Sobre el Adviento

Estimadas profesoras y personal no docente:

Ha llegado el Adviento, tiempo de salvación, de paz y de reconciliación; un tiempo deseado y lleno de alegría, que celebramos solemnemente y en el que también nosotros procuraremos vivir con fervor, alabando y dando gracias a Dios Padre por la misericordia que en el misterio del Nacimiento de Jesús nos ha manifestado.

Dios, por su inmenso amor hacia nosotros, pecadores, nos envió a su Hijo único, para librarnos de la tiranía y el poder del demonio, invitarnos al Cielo e introducirnos en los más profundos de los misterios de su Reino, manifestarnos la verdad, enseñarnos las buenas costumbres, comunicarnos las virtudes, enriquecernos con los tesoros de su gracia y hacernos sus hijos y herederos de la vida eterna.

La Iglesia recuerda cada año el misterio de este amor tan grande de Dios hacia nosotros, animándonos a tenerlo presente. A la vez, nos enseña que la venida de Cristo no sólo benefició a los que vivían en el tiempo de nuestro Señor, sino que su eficacia continúa y, hoy en día, se nos comunica la gracia mediante la fe y los sacramentos, y si tratamos de vivir conforme a los mandamientos de la ley de Dios.

La Iglesia desea vivamente que comprendamos que así como Cristo vino una vez al mundo en la carne, de la misma manera está dispuesto a volver -en cualquier momento- para habitar espiritualmente en nuestra alma con la fuerza de su gracia, si nosotros -por nuestra parte- quitamos todo obstáculo y le dejamos.

Durante estos días, la Iglesia –como madre que se preocupa de nuestra salvación- nos anima a disponer nuestras almas para la llegada de Jesucristo, que celebraremos en Navidad.

¡Qué buen momento es el Adviento para que cada uno acudamos al sacramento de la penitencia, y para que animemos a las personas que nos rodean –familiares, amigos, alumnas- a que se dispongan bien interiormente!

Capellanía
diciembre de 2008

Vela diciembre

Dentro de unos días celebraremos la fiesta de la Inmaculada Concepción de María.

Si tú y yo hubiéramos podido elegir a nuestra madre de la tierra, seguramente habríamos escogido a la misma que tenemos, pero quizás adornándola con alguna virtud más, o quitándole algún defecto. Dios, como es infinitamente todopoderoso, creó a su Madre como quiso. Y la adornó con todas las perfecciones, dones y virtudes que ninguna persona ha podido imaginar. La Virgen María es la mujer más perfecta de la Creación, la chica más guapa que jamás han podido ver unos ojos humanos.

Así es Santa María. Los cristianos estamos muy orgullosos de tener una Madre como la Santísima Virgen.

¡Cómo nos gustaría parecernos un poco a Ella! Pues, vamos a pedirle ayuda. Ahora la invocamos, la llamamos como unos hijos que necesitan de su madre:

Santa María, Madre, Mamá auténtica… mírame aquí delante de Ti. Tú tienes todas las virtudes que yo necesito. Ayúdame a ser una chica realmente valiosa. Que no me conforme con la mediocridad.
Tú tienes toda la gracia de Dios. Ayúdame a que yo no la pierda nunca.
Tú no necesitabas el sacramento de la confesión. Yo sí. Ayúdame a valorarlo.
Tú no sabes lo que es el pecado. Yo sí. Ayúdame a aborrecerlo con todas mis fuerzas y a que aparte de mi vida todo lo que me pueda apartar de Jesús.
Tú eres el modelo de mujer que yo quiero ser.
Tú vives ahora con Dios Padre, con Jesús, con el Espíritu Santo, con San José, con todos los santos, rodeada de millones de ángeles… Eres la mujer más feliz del mundo. ¡Has conquistado el Cielo! Que no me olvide ningún día de que yo también estoy en la tierra para ganarme el Cielo.
Tú ya no tienes tentaciones. Yo sí, muchas. Ayúdame a vencerlas todas y a que sepa pedir perdón a Dios y no desanimarme si me porto mal.
Yo no soy perfecta. Ni quiero serlo. Quiero ser feliz en este mundo y después en el Cielo, contigo.
Tú nos quieres a todos porque eres Madre. Dame un corazón como el tuyo, para que sepa olvidar, perdonar, y hacer siempre el bien a los que están a mi lado”.

Jesús, que estás en el altar, gracias porque tenemos una Madre como La Virgen. Ayúdanos a parecernos cada día más a Ella.

2.12.08

Novena 2008

Jueves 4 de diciembre de 2008

Cuenta una chica joven que procuraba rezar e ir a misa con frecuencia que muchos días tenía la desagradable sensación de estar absolutamente sola y nadar contracorriente.“Una tarde, en misa, giré la vista y me encontré con una compañera de trabajo, unos bancos más atrás. Por supuesto, no se me había ocurrido pensar que ella también era católica. Fue una sensación extraña. Creo que me subieron los colores, porque lo primero que se me pasó por la cabeza fue: Oh, vaya, me han descubierto. Ahora todo el mundo se enterará de que soy católica y tendré el lío montado. Pero enseguida recapacité y caí en la cuenta de que ella estaba en la misma situación que yo. ¡Yo también la había descubierto a ella! Entonces sentí que lo importante de aquella situación era que ninguna de las dos tendríamos que volvernos a sentir solas.Un par de años después, la noche en que murió Juan Pablo II, las dos nos fuimos a la madrileña plaza de Colón para despedirnos del Papa en el mismo sitio en el que él se despidió de nosotros. Esa noche, ante la sorprendente cantidad de jóvenes que cambiaron sus discotecas y bares por un rato de oración, mi amiga me dijo: «Fíjate, no estamos solas».Hace un par de días me ocurrió algo en el Metro que me hizo recordar aquella tarde en misa. Iba rezando el Rosario. Cargada como una mula –chaqueta, bolso, bolsa, libro...–, no pude evitar que el rosario se me cayera de las manos. Lo recogí pensando que seguro que todo el vagón tendría la mirada fija en mí como si fuera una marciana verde y con antenas. Cuando me levanté, me encontré con la mirada de una señora ante la que esbocé la más estúpida de mis sonrisas. Ella me devolvió el gesto, extendió su mano, la abrió, y me mostró su rosario. Ahí acabó la historia, porque el Metro llegó a la siguiente estación y la mujer se bajó. Volví a pensar: «No estamos solos». ¿Cuánta gente llevará cada mañana el rosario medio escondido en la palma de su mano? El resto del día me lo pasé canturreando un tema del grupo Ketama, con una ligera variación: «No estamos solos, que sabemos lo que queremos», dice mi canción”.

Que no te dé vergüenza que tus amigos sepan que quieres a Dios y la Virgen. Si no te avergüenzas de Dios, Él no se avergonzará de ti.

Novena 2008

Miércoles 3 de diciembre de 2008

Dicen las noticias y los periódicos que estamos en tiempo de crisis. Todo el mundo habla de la crisis. Y puede que esté año no vengan los Reyes Magos, porque también están en crisis.

Las personas, todos, a lo largo de nuestra vida, pasamos por momentos de crisis: en la infancia, cuando dejamos de ser niñas y nos convertimos en adolescentes; y cuando de la adolescencia entramos en la madurez…; y en otros mil momentos.

Algunas crisis son muy buenas, porque nos ayudan a madurar, a reflexionar, a tomar decisiones, a cambiar de rumbo…

Hoy, en el colegio, pasaremos por momentos críticos, un poco difíciles: llegará el cansancio, nos aburriremos en clase, quizás la comida no sea la que más nos guste; puede que alguien nos haga un comentario molesto… Y después, por la tarde, llegaremos a casa y ¡entraremos otra vez en crisis! porque cuando toque ponerse a estudiar no tendremos ni pizca de gana, y si nos piden un favor lo más probable es que no nos apetezca hacerlo… Llegará la noche, tendremos que ir a dormir, pero se nos ocurrirán unas cuantas cosas que podríamos hacer… Y mañana sonará el despertador y ocurrirá otra vez lo de hoy: una profunda crisis de sueño, y no conseguimos levantarnos a la primera.

La Virgen María, nuestra Madre, también sabe mucho de crisis: el Arcángel San Gabriel –siendo aún niña- le planteó de parte de Dios un cambio radical de vida: convertirse en la Madre de Jesús. No lo entendió, pero dijo que sí. Y nació Jesús, pero no en un lujoso palacio, sino en un mísero pesebre (donde comen las bestias). Y los políticos de la época quisieron matar a Jesús Niño, y San José y María le protegieron emigrando a Egipto, tierra desconocida… Y así, Santa María vivió cada uno de sus días desconcertada, en crisis, sin lujos, sin demasiadas comodidades, sin caprichos…

La Virgen María vivió muchas crisis, ¡pero vivió muy feliz! Era la persona más feliz de la tierra porque fue muy santa: estaba (y está) muy cerca de Jesús.

Hoy, al encontrarnos con alguna dificultad, podemos pensar en la Virgen María, para pedirle ayuda. Ella nos cuida y nos protege como cuidó y protegió a Jesús en la tierra.

¡Madre mía ayúdame en este día!

Novena 2008

Martes, 2 de diciembre de 2008

San Bernardo fue uno de los hombres más importantes del siglo XII en Europa. Fundó el Monasterio Cisterciense de Claraval y muchos otros. Nació en Borgoña (Francia) en el año 1.090, en el Castillo Fontaines-les-Dijon. Sus padres eran los señores del Castillo y fue educado junto a sus siete hermanos como correspondía a la nobleza. San Bernardo es el último de los Padres de la Iglesia. Compuso una de las oraciones a la Virgen más bonitas que tenemos:
Mira a la estrella, invoca a MaríaSi se levanta la tempestad de las tentaciones,si caes en el escollo de las tristezas,eleva tus ojos a la Estrella del Mar: ¡invoca a María!Si te golpean las olas de la soberbia,de la maledicencia, de la envidia,mira a la estrella, ¡invoca a María! Si la cólera, la avaricia,la sensualidad de tus sentidos
quieren hundir la barca de tu espíritu,que tus ojos vayan a esa estrella: ¡invoca a María!Si ante el recuerdo desconsoladorde tus muchos pecados y de la severidad de Dios,te sientes ir hacia el abismo del desalientoo de la desesperación,lánzale una mirada a la estrella, e invoca a la Madre de Dios.
En medio de tus peligros, de tus angustias,
de tus dudas, piensa en María, ¡invoca a María!El pensar en Ella y el invocarla,sean dos cosas que no se aparten nuncani de tu corazón ni de tus labios.Y para estar más seguro de su protecciónno te olvides de imitar sus ejemplos.¡Siguiéndola no te pierdes en el camino!¡Implorándola no te desesperarás!¡Pensando en Ella no te descarriarás!Si Ella te tiene de la mano no te puedes hundir.Bajo su manto nada hay que temer.¡Bajo su guía no habrá cansancio,y con su favor llegarás felizmenteal Puerto de la Patria Celestial!
Amén.

Novena 2008

Lunes, 1 de diciembre de 2008

El Santo Cura de Ars nació cerca de Lyon, en Francia, el año 1786. Tuvo que superar muchas dificultades para llegar por fin a ordenarse sacerdote. Se le encargó una pequeña parroquia en la desconocida aldea de Ars. Entre 1820 y 1860 se hizo muy famoso. Había una gran afluencia de peregrinos que acudían de todas partes del mundo para hablar con San Juan María Vianney porque tenía unas cualidades extraordinarias como confesor.

En una ocasión una señora, apenada, fue desde Lyon a Ars para pedir consejo y ayuda a este buen sacerdote. Le contó al cura de Ars que su marido había muerto y ella estaba muy preocupada por su salvación eterna, porque no había sido un hombre ejemplar.

El cura de Ars, que entre los dones que recibió de Dios podía averiguar el pasado de las personas sin que ellas se lo contaran, le preguntó a la señora si se acordaba de aquella ocasión -cuando él y su marido eran un joven matrimonio- en la que estaban paseando por un parque, en primavera, y él recogió una flor que puso a los pies de una imagen de la Virgen.

La mujer contestó que no se acordaba.

“¡Pues la Virgen, sí!”, dijo el cura de Ars con energía, y le aseguró que por haber tenido ese detalle con la Virgen su marido se salvaría.

Fíjate qué gesto tan pequeño (poner una flor con cariño a los pies de la Virgen) le sirvió a ese hombre para conquistar el Cielo.

En estos días queremos tratar mucho, y con mucho cariño, a nuestra Madre Santa María. Tú también puedes recoger y poner muchas flores a sus pies:

jaculatorias que le dices a la Virgen mirando una imagen suya;
horas de clase y de estudio que le puedes regalar;
pequeños sacrificios en casa;
obedecer cuando no tienes gana;
ser amable y sonreír en vez de chillar;
hablar siempre bien siempre de los demás sin juzgarles ni criticarles;

… y otras muchas que tú sabrás encontrar.

Para ti esos pequeños detalles pueden ser insignificantes. No te costará mucho esfuerzo hacerlos… y, con el tiempo, se te olvidará que los has tenido… Pero acuérdate de que a la Virgen no se le van a olvidar. Quizás una sola de estas pequeñas “florecillas” que le ofrezcas con amor estos días te sirva para ganarte el Cielo.

De la conversión intelectual a la conversión vital


DE LA CONVERSIÓN INTELECTUAL LA CONVERSIÓN VITAL


D. José Morales


Conferencia pronunciada en las Jornadas de Coordinadores de Capellanía el 5 de junio de 2008. Dirección de Capellanía y Enseñanza de la Religión. Fomento de Centros de Enseñanza.


1. La persona, un ser en desarrollo.

Partimos de la base, que luego iremos concretando, de que el hombre y la mujer son seres misteriosos e inabarcables. Eso, seguramente, que nuestra experiencia ya nos lo ha dicho, y es una formulación quizá un poco obvia pero que no viene mal recordar, porque un poco está en el marco de mucho de lo que voy a decir ahora. Es quizá lo primero que debe decirse del ser humano: es un misterio, y es también algo que otro hombre, otro ser humano, no puede abarcar. El ser humano, efectivamente, para un creyente, lo conoce Dios; para uno que no es creyente, habrá que buscar algunas explicaciones, lógicamente que serán más difíciles.

Ese misterio del hombre y de la mujer hace saltar todas las categorías que usamos para intentar dar razón de la persona, que hay algunas cuantas y son muy válidas. Decimos que el hombre y la mujer son seres psicosomáticos, son una unidad, de cuerpo y alma, tienen un destino, un cristiano diría que están hechos para ir al cielo… y eso es verdad, no es una cosa para decir a niños, sino para decirse a uno mismo de vez en cuando… que nos viene bien y también decírselo a gente mayor.

Digo que las hace saltar, las categorías, pero que no las elimina ni lógicamente las anula, solamente las desborda; pero siempre es un punto de referencia que hemos de tener presente.

Pero ahora, el ser humano, no tiene una esencia. Quizá nosotros hemos vivido en un tiempo en el que, por lo menos yo, en los estudios que hemos hecho de teología, o de filosofía o de otras cosas afines, donde había una preocupación grande por determinar las esencias, y luego se iba viendo pues que las cosas, en general, no tienen esencias. Son las realidades más bien relacionales. Hay una moda, que es una moda legítima y necesaria, de definir las cosas espirituales y también materiales más bien de modo relacional. Las cosas yo las entiendo mejor cuando sé en qué marco la sitúo y con qué con qué otras cosas, o valores, o realidades se relaciona, o se comporta… Pues eso también le pasa bastante al ser humano. El ser humano no tiene una esencia o, para no ser muy radicales, no tiene sólo una esencia. Porque si la tiene, además, no sabemos cual es, con lo cual es una especulación, o sea, es una consideración bastante banal o innecesaria.

En cualquier caso, creo que nos sirve decir que el ser humano es una esencia más una historia. Eso lo son muchas cosas, efectivamente. Pero, por antonomasia, esa consideración se aplica al hombre y a la mujer. Son una esencia más una historia. Es decir, yo no estoy completo solamente por tener una esencia, sino que necesito mi biografía, necesito un desarrollo en el tiempo, para que yo mismo y los demás puedan conocerme o puedan saber realmente quién soy.

Esto ya tiene mucho que ver con lo que tenemos que ver aquí. Esa consideración de que el ser humano es, gráficamente:

Ser humano = esencia + biografía,

o si queremos, historia. Sabiendo además que esa unidad de biografía y de esencia no es estática. Que no está dada ya se ve, por definición. No está dada completa desde el origen. Precisamente, porque hay un desarrollo, pues hay una evolución, un progreso o puede también haber un regreso, y hay unas etapas que la vida va cubriendo.

Tenemos una identidad histórica. Fijaos, por ejemplo, que últimamente hemos oído todos hablar bastante de identidad cristiana, aplicando el tema de identidad a lo cristiano. Y yo he oído decir, y está escrito por ahí, de modo muy competente, no son cosas banales ni mal dichas, de que la identidad del cristiano es la imagen de Dios y en el caso cristiano, hay que añadir la filiación divina. Porque claro, la imagen de Dios la tiene todo ser humano, el cristiano tiene de modo explícito, de modo actualizado una cierta conciencia de que es hijo de Dios y eso sería para algunos la identidad cristiana, y qué duda cabe que eso es la raíz, eso es la base, pero eso no es la identidad completa… La identidad cristiana es también histórica, por lo que he dicho antes. De modo que, por ejemplo, un cristiano del siglo XX puede tener una identidad cristiana distinta de la que tenía uno del siglo XII; y puede tener una identidad distinta a los 12 años, y otra a los 40 y a los 70… si llega.

Pero todo es una consecuencia del mismo principio, que somos una unidad de esencia y de biografía. Uso la palabra esencia a regañadientes, esa palabra no me gusta, creo que es desorientadora, pero bien, la usamos con cierto motivo.

Bueno y, entonces, claro, esto ¿qué quiere decir? Pues quiere decir que el hombre y la mujer se hacen cambiando, de modo que eso que se dice a veces como un defecto de algo que no cambia, que es siempre idéntico a sí mismo, que es inmóvil, eso en el fondo, en el ser humano, es un defecto. Gracias a Dios, y gracias a la realidad, digamos que es, el ser humano puede cambiar, puede cambiar y necesita cambiar, y está incluso obligado a cambiar, y no tiene más remedio que cambiar. Naturalmente, se trata entonces de que ese cambio tenga un sentido, que esté articulado, que sea homogéneo, que sea coherente con las etapas que están antes y que van a estar después, pero cambio siempre existe. De modo que podríamos decir que el cambio es casi como un atributo. Si tuviésemos que decir cuáles son los propios, utilizando una terminología filosófica conocida, los propios de ser humano: pues que es un ser de lenguaje, por ejemplo, que es un ser religioso, que es un ser social que necesita a los demás, y también podríamos añadir lícitamente, sin pasarnos nada, que es un ser que cambia, afortunadamente.

Bueno, todo esto es más empírico, aparte de que es dirigido por unos principios. Pero todo lo que he dicho aquí, todos los que estamos aquí lo hemos experimentado de los que estamos aquí y, por supuesto de los demás, a quienes tratamos y de quienes tenemos un conocimiento importante.

a) El desarrollo personal es un proceso de cambio.

Esto es un poco obvio, pero a lo mejor uno no se detiene en ello y se le escapan algunas cosas. Porque hay un poco que detenerse ahí, como quien está viendo una película y le paran la escena para que se fije bien en un detalle que se le podría escapar. Yo creo que esto, siendo conocido, casi es un lugar común que el desarrollo personal es un proceso de cambio en el tiempo, cambio en el tiempo, que nosotros, efectivamente, un hombre creyente, una mujer creyente, vive bastante su vida sub especie eternitatis, pero también tiene que vivirla sub especie temporis. Es decir, que el tiempo del hombre es esencial para su propia configuración.


2. Aspectos intelectuales, de comportamiento habitual, y de naturaleza afectiva.

Apoyados en este asunto del cambio, y esto ya va más al núcleo de lo que quiere ser esta intervención, pues tiene muchos aspectos, es un proceso un poco polifacético, un poco plural, bastante plural, y seguramente tiene aspectos desconocidos, pero los hemos formalizado un poco para entendernos, con el lenguaje y con algunos análisis, de lo que es la persona y su desarrollo, y solemos decir que ese cambio del ser humano tiene aspectos intelectuales, aspectos de comportamiento y aspectos afectivos, no digo sentimentales, digo afectivos. La afectividad, es obvio también, es un propio del hombre y de la mujer.

Esto supone, es como la conversión. Normalmente, la conversión tiene una asociación más bien de tipo espiritual, de tipo religioso; pero apoyados en eso, sin olvidar ese trasfondo, pero hablamos en sentido amplio. Conversión en sentido humano, no sólo en sentido espiritual o en sentido religioso.

Conversión en sentido religioso es…, conversión es cruzar una barrera… nosotros en la vida cruzamos muchas barreras…

La conversión en sentido humano es irse acercando a la madurez, por eso nosotros necesitamos muchas conversiones, por supuesto en el terreno espiritual es obvio, eso lo predicamos y lo decimos mucho a la gente, y un santo a los noventa años te dice que todavía no se ha convertido, y habla sinceramente, en ese sentido no está haciendo ningún teatro ni está diciendo algo para ser admirado…

Pero aplicándolo a lo humano, es camino hacia la madurez. La madurez es relativa a cada etapa de la vida. La madurez, propiamente dicha, nunca la alcanzamos…, alcanzamos una madurez, por ejemplo, cuando decimos este chico tiene 20 años y tiene una madurez superior a su edad, nosotros conocemos mucha gente a quien cuadraría esa descripción, pero luego hay que tener una madurez a los 30, a lo 40, a medida que uno va incorporando desafíos de la vida y situaciones que tiene que resolver.

Hay un filósofo moderno que dice que el hombre, [perdonad, siempre que digo hombre pienso también en la mujer, me parece que es justo hacerlo] el hombre es un ser en peligro, dice uno de éstos filósofos modernos, y eso es verdad, el hombre es un ser en peligro, no solamente digamos en un peligro físico, que le puede coger un coche, o que si va a la jungla se lo puede comer un tigre, o un antropófago… sino en un peligro existencial, es decir, que el hombre puede fácilmente naufragar existencialmente. Todo esto que digo son experiencias que fácilmente vosotros tenéis, no es ningún descubrimiento.

Pero entonces, digo, el hombre ha de tener una madurez relativa a cada etapa de la vida, y entonces en analogía de nuevo con la conversión religiosa… yo recuerdo que leí en Newman hace ya mucho tiempo, Newman es un ejemplo típico de conversión intelectual, se dice, pero hubo otras conversiones en su biografía. No necesitó una conversión moral porque era una buena persona, no era un libertino precisamente, pero necesitó la otra conversión que fue la conversión afectiva, porque sencillamente el anglicanismo era su casa. Era todo para él. Y entonces le fue mucho más difícil dar el paso por motivos afectivos, que fue para él un desgarro, así como lo otro no lo fue, porque había tenido una evolución católica, diríamos, desde hacía mucho tiempo antes, había ido componiendo un edificio completo de lo que sería el Credo tal como lo interpreta la Iglesia católica, de modo que eso apenas le costó; pero le costó lo otro, le costó irse de su casa, irse de lo que era su hogar histórico y también personal, donde estaban sus amigos, donde estaba la gente que él quería, donde habían estado sus padres… en fin, todo eso donde él se había formado como cristiano, y, efectivamente, él entonces dice: cuando un converso viene a la Iglesia tiene que realizar, por lo menos, una conversión en tres niveles, (hablaba por experiencia propia, por lo menos del primero y del tercero): tiene que convertirse doctrinalmente, intelectualmente, aceptar la doctrina, eso es muy importante, son nuevas convicciones, son nuevas ideas, etc.; cambiar de conducta si su conducta era inapropiada, estamos hablando desde el Evangelio, pero esto le pasa a mucha gente, casi todo converso tiene que cambiar alguno de sus hábitos; y afectivo, el ambiente, sentirse en casa.

Eso también cuando nosotros, por ejemplo, a un nivel de una conversión personal (vosotros habéis vivido muchas experiencias de esas con otras personas), madura o con una persona joven, hay que sacarla de un marco en el cual vive con esos componentes doctrinales, aunque no los llamen así, son ideas, cosas de las que uno está seguro, y después hábitos de conducta, comportamientos… y, sobre todo, lo afectivo.

Fijaros que es más fácil cambiar de ideas que cambiar de sentimientos. Es decir, yo puedo estar convencido racionalmente, intelectualmente, lógicamente… de unas ideas, pero todavía mis sentimientos no están ahí. E incluso, hay gente que dice prefiero equivocarme con fulanito que tener razón con menganito… Sí, porque ahí hablan los sentimientos, los hombres y las mujeres somos así, incoherencias, el hombre es un ser contradictorio, no lo olvidemos, no hay que asombrarse… ¡qué falta de lógica! pues eso es el ser humano. El ser humano intenta ser lógico y, generalmente, lo consigue, pero hay una tensión para llegar a ese punto.

Ese proceso intelectual, moral, afectivo… Lo afectivo tiene que ver con eso que la nueva catequesis, [cuando digo nueva, tiene ya algunos decenios] se decía que no basta con transmitir contenidos sino que hay que transmitir vivencias. Esa palabra un poco mágica: vivencias… experiencias, de eso se puede abusar pero contiene una gran verdad, es decir, que a un chico o a una chica que se está intentando comunicar la fe cristiana que duda cabe que uno querría que se aprendiese de memoria o que grabase en la mente unos contenidos, que eso hay que hacerlo, no hay que olvidar que a la gente joven hay que enseñarle cosas que todavía no puede entender, pero que en algún momento, entenderá. Es como los niños que registran todo, ven escenas de los mayores, y un buen día se dan cuenta de lo que significó aquella escena que vivió… para bien o para mal…

Bueno pues, aquí pasa algo parecido, hay que inculcar contenidos; pero claro el quid de la cuestión está en conseguir comunicar también vivencias, la experiencia… eso ya ¡es un arte! Eso seguramente no se enseña en los libros, lo podría comunicar un gran comunicador que tuviese mucha experiencia de esto, y serviría mucho a los oyentes, pero, en fin, eso queda un poco en manos de la creatividad del que orienta, del que acompaña el desarrollo, del que está un poco allí intentado abrir horizontes a una mente más o menos joven, puede ser joven, puede ser menos joven o más curtida.

En estos tres aspectos, tres es un número mágico también, la Sagrada Triada,… da razón de muchas cosas y nos sirve también… pero puede haber también más aspectos en los que estéis pensando, por vuestra experiencia, y no están aquí incluidos, pero bueno, con eso nos sirve.

· Intelectual
· Moral
· Afectivo

Pero en ellos existe unidad e interpenetración. Es decir, se influyen mutuamente, que duda cabe. Porque las ideas, una buena idea, una buena convicción puede encender mi sensibilidad, puede comunicar un entusiasmo y unas vivencias a todo mi ser, hasta yo me asombro ¿cómo es posible? una idea… una idea me ha encendido, me ha dado un vuelco, me ha hecho otra persona… eso puede ocurrir, seguro que eso nos ha pasado. También la ilusión, hay ideas que entusiasman, que comunican ilusión, y la ilusión tiene que ver con toda la persona. La ilusión no es solamente intelectual. Es también un poco afectiva, del sentimiento, es un poco de las vísceras… en ese sentido del interior misterioso de cada uno.

En el fondo, el objetivo de todo esto es el logro de la libertad. Recuerdo que me llamó mucho la atención, me pareció una cosa tan sencilla, y a mí me pareció tan nueva, una vez que leí de San Francisco de Asís de que, en el fondo, con aquel espíritu de renuncia, de entrega a la voluntad de Dios, de búsqueda de la pobreza, lo que él pretendía era ser libre como cristiano. Era su meta: ser libre. Bueno, puede parecer una cosa de cajón, pero sin embargo, me parece a mí, tremendamente iluminadora; y también muy simpática. En todo su dramatismo, tiene unas dimensiones que la hacen como muy acogedora, muy fácil.

Ser libre. En el fondo, eso es lo que intenta un cristiano. Ser libre. Y estamos continuamente experimentando que no somos todo lo libres que querríamos. Recuerdo una señora que me decía en Pamplona, yo voy a dejar de fumar, [esto no es ninguna indirecta como es lógico] y voy a dejar de fumar porque me digo a mí misma ¡no soy libre! ¿por qué tengo yo que tener esto?, esto se podría aplicar a muchas cosas… que nos ocurren cada lunes y cada martes, por muy maduros que seamos, cuanto a la gente más joven que está todavía como más informe, y haciéndose. El objetivo es el logro de la libertad. Por cierto hay un libro que me permito recomendaros, si no lo conocéis ya, de Jutta Brugraf, se llama La libertad vivida, tiene ya un par de años, va por la tercera edición. El tema de la libertad está tan manido que uno piensa que no se puede decir nada que llame la atención, y ese libro consigue ese objetivo. Esto dicho como a pie de página. O los santos, si os habéis fijado, el Papa en Spe salvi pero también en otros momentos de su predicación reciente ha hablado mucho de los santos, los santos… Los tiene como una especie de norte. De figuras cristianas, hombres y mujeres, cuyas vidas inspiran muchas cosas, porque lógicamente, no inspiran una, ni dos ni tres… sino a gentes distintas les pueden inspirar cosas distintas. En el fondo, es el mismo proceso, va todo en la misma dirección: hacia la libertad.


3. Los factores del cambio personal hacia la madurez.

Yo he visto aquí cuatro, pero se pueden ver más:

a. el ambiente social y familiar.
b. la libertad y la conciencia.
c. la relación maestro/discípulo.
d. influencias trascendentes.

a. el ambiente social y familiar.

Hay una premisa, el formador que es el tutor, el profesor, el amigo que es consciente de que está ejerciendo una influencia para el bien del otro amigo, es el director espiritual… en el fondo es un acompañante, es un acompañante de un proceso que el no controla. Yo creo que si uno no parte de una cierta humildad, y sabe que está manejando algo que se le escapa por todas partes, o casi por todas las partes, habrá algún un clavo que tiene más agarrao que otro, pero en definitiva, tiene esta conciencia de estar ante un misterio que yo no abarco, en el cual él debe desempeñar un papel de compañía, de acompañamiento, también dinámico, con un ojo puesto en lo que le ocurre a la otra persona acompañada, que puede ser un niño, puede ser un adulto, puede ser hombre, mujer… cualquier ser humano de cualquier edad tiene esa manera de comportarse.

Ambiente social y familiar, sabemos que es muy importante, pero no se puede medir. Pero que el ambiente social determina, si hablamos de tantos por cientos, una cantidad de influencias que son a veces muy decisivas, que son a veces, invisibles en sus efectos, porque las mismas cosas actúan de modo distinto sobre distintas personas. Por ejemplo, hay personas que se han hecho santas o se han pervertido por leer un libro. No digo el mismo libro, libros distintos, pero han tenido una influencia, ¡bueno! A veces el mismo libro… Loisy se dice que leyó lo mismo que Newman, y perdió la fe católica. Era un modernista, un gran historiador, y sus lecturas, su conocimiento de la tradición cristiana que era magnífico, exhaustivo, le llevó a dejar la Iglesia. Cuando a Newman le ocurrió todo lo contrario. Leyó prácticamente lo mismo que Loisy, o prácticamente lo mismo, y se dio cuenta de que la Iglesia era, era una diosa, como dice, tenía un caminar majestuoso por la historia, y que daba razón en ese caminar de su origen divino. O sea que un mismo libro puede dar lugar a una reacción distinta, y eso es ya muy indicador, o el ambiente de la calle, corruptor; los amigos, los amigos son los que más ayudan o los que más corrompen, los amigos de la misma edad, es una cosa a veces un poco trágica, pero en fin, no hay que ponerse trágico, sino sencillamente analizar las cosas y tratar de comprenderlas, como decía Spinoza. No se trata de quejarse sino de comprender, intentar comprender es lo más importante para poder actuar constructivamente.

Por eso, ambiente social y familiar es tan obvio que poco se puede decir. Salvo que uno se meta en unos análisis de tipo sicológico o de otro tipo, que tampoco… son cosas conocidas y tampoco llevan muy allá.

De modo que el hombre joven no puede ser del todo protegido. Y creo que tampoco conviene. Hay que ser optimista. Confiar en su capacidad de autodefensa y, por supuesto, claro, tener esperanza. Y creer en Dios y en su Providencia, pero a veces más no podemos hacer. Dar consejos, por supuesto, algún consejo que otro, por supuesto, que viene muy bien a gente que está dispuesta a vivirlos.

b. la libertad y la conciencia.

Más importancia tiene este segundo aspecto. Fijaros, el ambiente no ahoga la libertad. Si eso se pudiera cuantificar, quizá nos quedaríamos horrorizados, por que si yo, por ejemplo, a la libertad le asigno 100 puntos, como se hace ahora con los carnés de conducir, los coeficientes y cosas de esas, a la libertad le asigno 100 puntos, 90 están suprimidos a priori por el ambiente social, no porque sea malo, por ser indiferente, te va metiendo en un callejón del cual es muy difícil salir.

Eso lo vemos incluso, como nuestra vida está determinada, a un nivel bastante vulgar, por la burocracia…, en esta vida hay que tener varios carnets y varias tarjetas y si no, no eres nada, ¡no eres nada! Si no tienes tarjeta de crédito (hay gente que no la tiene), si no tienes carnet de conducir, si no tienes carnet para la seguridad social, ni para la sanidad… ¿dónde vas? Así que hay que integrarse, pero esa integración… luego tienes los impuestos, tienes un trabajo, tienes un curro, que te limita mucho porque tal y cual… ¡no te deja!, dices tú a ti mismo… vivir tu libertad o tus aficiones legítimas, tus hobbies, descansar… O sea que uno va contando… y se da cuenta de que le quedan 2 ó 3 puntos de libertad. Luego no digamos ya influencias, un amigo que necesita o los padres, un profesor que dice cosas villanas o que dice cosas muy buenas… bueno, pues a pesar de eso, aunque vayamos reduciendo ese coeficiente de libertad que nos asusta lo pequeño que es, hay que decir que el ser humano ¡es libre! Ese residuo que parece tan pequeño y tan ridículo, y tan irrelevante y, sin embargo, no lo es. Es todo lo que el ser humano necesita, para decir que es libre.

Naturalmente, luego uno intenta esa libertad agrandarla, en todos sus niveles, porque ser libre es no estar en la cárcel, eso también es verdad, no estar en la cárcel, aunque uno puede estar en la cárcel y ser muy libre interiormente, efectivamente. Pero uno puede tener coacciones legítimas, de tipo psicológico, o educativo, eso es ya muy frecuente, y luego, por supuesto, decir que sí al bien, decir que sí, los cristianos, a la Gracia de Dios. Hasta que uno no dice que sí, tiene Kierkegard una frase muy famosa, él es así como muy dramático: ¿me dices que eres libre y todavía no te has entregado a Dios?, eso está muy bien dicho, es muy radical. Porque efectivamente, mi libertad plena es cuando yo me doy a Dios, en el matrimonio, donde sea, o sea, hago la voluntad de Dios, como el clima de mi vida. Pues eso lo sabemos, lo hemos predicado, hemos intentado vivirlo, hemos intentado entender lo que se dice con esas palabras, pero… esto es la libertad y la conciencia.

En el fondo, la conciencia es la prudencia, a veces también podría ser la libertad, no coinciden como es lógico, son conceptos distintos, pero tienen muchos puntos en común. Y esto también indica una cosa que es muy importante, no se puede obligar a ser bueno. A veces, uno sabe que si se ponen medidas razonables, legítimas, que digamos encauzan las decisiones, pues eso es muy legítimo y eso todos lo hacemos de vez en cuando, pero eso tiene unos límites muy serios, porque a la hora de la verdad…

Yo recuerdo que un amigo mío, que estaba en régimen de adelgazamiento, por motivos muy serios no sólo por querer perder kilos así frívolamente, sino porque era una cosa muy seria, y entonces no podía comer bombones, no podía comer dulces… un día cogió un bombón, se lo iba a llevar a la boca, y uno que estaba junto a él, que se sentía como responsable de su salud, se lo quitó así en el aire. Y yo le dije: creo que has hecho muy mal, eso es una humillación, y si se come un bombón más ¿qué pasa? ¿no compensa? Que se lo coma, eso no se puede hacer. No se puede obligar de esa manera a una persona. Hay que dejarla. También para que ejerza su responsabilidad. Esto es una cosa anecdótica, también entre paréntesis, pero es un poco en la misma línea.

No se puede obligar a ser bueno. Porque claro, la libertad nunca se ejercita en condiciones ideales, ¡nunca! Es lo que decíamos antes, hay que tener una visión de conjunto, de lo que es el misterio del ser humano y cómo se va desarrollando.

c. relación maestro/discípulo.

Es muy importante, porque ahí estamos todos. No me refiero solamente a un profesor que da unas clases a unos niños, a unas niñas… no me refiero a eso, entendido en sentido muy amplio. Toda relación humana en la que uno de los polos ejerce influencia, legitima se entiende, sobre el otro. Y lo hace además voluntariamente conscientemente, inteligentemente, etc. es muy importante.

El maestro (en sentido amplio: asesor, consejero, director espiritual, amigo… ya lo he dicho antes) es un acompañante. Es un señor que despierta, encauza, que acompaña el proceso de cambio. Pero que no lo determina del todo, o sea, no puede determinarlo, estamos en las mismas…

Claro, esa relación maestro/discípulo es un binario universal. Allá donde va uno a la cultura, no ya en la historia de la educación, sino en la historia de la cultura, en la historia de la humanidad, pues se encuentra ese binario.

La relación maestro/discípulo que es una relación primaria. Es como la relación padre/hijo, es una relación primaria, evidentemente. Quizá ya la relación hermano/hermano no es primaria, porque hay hermanos que se odian, y en la Escritura hay que buscar mucho para encontrar hermanos que se quieran, todos son competidores… los hermanos. Hay que esperar, quizá a los hermanos de José… José sí pero los otros no, son competidores.

Relación primario. Y por eso ha tenido siempre un marco religioso. Nosotros la vivimos más en un marco secularizado, en sentido bueno de la palabra, no en sentido negativo de secularista, sino secularizado. Pero siempre tenemos nosotros mismos ahora, en el siglo XXI, tenemos la conciencia del trasfondo espiritual, religioso que tiene esa relación, para que esté bien planteada y bien ejercida.

Y es una actividad desinteresada, ahora que tan poca cosa hay desinteresada. Y eso es así, que poco se encuentra hecho con desinterés, en el mundo en que vivimos. Incluso costaría esfuerzo encontrar ejemplos. Pero esta es una actividad desinteresada. O sea, que el maestro sabe que bajo Dios y todo lo que hemos dicho, factores misteriosos, el discípulo está en sus manos. Y él lo hace por amor. Bueno, puede no llamarse amor, puede llamarlo amistad, puede llamar sencillamente una compenetración muy profunda, puede llamarlo responsabilidad, pero en el fondo es amor. Donde hay desinterés, está claro que hay amor, en alguna medida, a veces en mucha medida.

Entonces, relación dialéctica, porque ambos polos… una relación dialéctica se suele decir que es cuando ambos polos se influyen. Es decir, el uno influye al otro y el otro al uno. Eso también ocurre. Porque qué duda cabe que un maestro aprende mucho de un discípulo, de sus alumnos… repito que hablo en sentido muy amplio: de un amigo que necesita ayuda, también aprendo de él, porque me cuenta su experiencia, y pienso: ¡que tipo! ¡Qué cosas le han pasado!... yo ¿Qué habría hecho? Y bueno… O sea que, en ese sentido, relación dialéctica, en la que ambos aprenden.

Y esto, naturalmente, a uno le lleva a un gran respeto. Lo que nos falta muchas veces, bueno a nosotros no… pero… tenemos que hablar a la gente con mucho respeto. Yo recuerdo una vez que oí decir a uno que venía de predicar y dijo otro: bueno ¿qué? ¿le has dado palo?... ¡qué cosa más horrible! ¡qué espanto!... las cosas más serias, las correcciones más tajantes que se puedan hacer a otra persona, hay que hacerlas con respeto… yo tengo un ser humano.

En el fondo, os fijáis, por ejemplo, a mí esto me gusta decírmelo a mí mismo, porque es estupendo: Jesús de Nazaret es el primer feminista, porque, ¿porqué se asombran los discípulos cuando ven que está hablando con la samaritana? Entonces se suele decir: bueno es que Jesús era muy casto, y lógicamente nunca estaba a solas con mujeres, eso a los discípulos les llama mucho la atención, bueno, algo de eso pudo haber. Pero eso no es el motivo del asunto. Se asombran porque está tratando a la mujer como a un ser humano. ¿De qué tiene el maestro que hablar con una mujer? Igual que decían: ¿qué tiene que ver el maestro con los niños? Y se los apartan, es lo mismo, exactamente lo mismo. Son seres humanos, ¡Dejad, dejad que se acerquen a mí!... y habla, habla con la mujer… Bueno, pues eso es respeto, viene a cuento del respeto…

Respeto cuando se habla a la gente. Los que están escuchándote, ¡son mejores que tu! Y eso es bueno saberlo. ¡Saben más que tú! En muchísimas cosas que tú no sabes. ¡Han sufrido más que tú!, seguramente, aunque algunas veces no lo parezca. ¡Y tienen a lo mejor, intención más recta que tú!, por eso te están escuchando, bueno y otras cosas. Por eso, llega uno a la conclusión, tratar a la gente con respeto. Y con eso se gana mucho, también en lo que uno pretende hacer, que es un poco transformar algo la vida de esa persona.

Total que el maestro enseña, ante todo, humanidad. Si enseña humanidad, está enseñando muchísimas otras cosas, que a lo mejor entre ellas están las que le importan formalmente, las que tienen el primer plano. Pero si enseña también humanidad, está también incluyendo de modo, vamos a decir, anónimamente muchísimas más cosas.

Dice Steiner, es un “culturólogo” de éstos, profesor de literatura comparada, es un judío, tiene unos setenta y tantos años. Este tiene un libro sobre éstos temas y dice que el ideal del maestro sería tal vez enseñar por el mero hecho de su existencia. Por el mero hecho de estar. Y que la gente le vea. Como habla. No qué contenidos más sabios dice ¡no!. Eso también puede ser, pero es secundario. Cómo habla, con qué tono se dirige a la gente, como reacciona ante lo que va pasando… eso es educativo cien por cien. Por eso se entiende muy bien, es muy agudo, debería enseñar por el mero hecho de existir, de estar allí, efectivamente. Cuando otros lo que hacen es que la gente salga corriendo, por que no se dan cuenta de estas cosas, o no son capaces de articularlas en su… o bien, por unos prejuicios que digamos les bloquean el contacto.

En el fondo es una relación de aliados. El maestro y el discípulo son aliados. A distinto nivel, por supuesto. Sabiendo que es una relación desigual. ¡Hombre! Yo soy el maestro, estoy aquí en la mesa, los discípulos están allí, sentados… Bueno pues, esta es una relación muy importante, esta que figura en el punto c. Y aquí sí tengo yo una conciencia muy viva de que todo esto lo sabéis, quizá no con estas palabras, o no lo habréis formulado igual, o todo; pero lo sabéis y lo tenéis en cuenta.

d. influencias trascendentes.

Esa invisible operación de la Gracia, que a veces se nos escapa. Pero que contamos con Ella. Somos creyentes, y nos tomamos en serio eso que dice la Biblia: Dios tiene, es el único que tiene el corazón humano en sus manos. Ese sí lo tiene en sus manos. Lo que pasa que deja que esa persona viva una historia, pero así y todo, está por encima de ella, la abarca. Porque abarca el misterio del ser humano y de su libertad.

Por eso, la Gracia no está sujeta a experiencia ordinaria. Como es lógico, nadie ha visto a la Gracia actuar. Si decimos que la hemos visto actuar, podemos tener razón en lo que estamos diciendo, porque puede haber sucesos, reacciones de personas que atribuimos, lícitamente, a una iluminación de lo alto, a un toque de Dios en el corazón, o un fogonazo en la mente, o un encendimiento de los sentidos, en todo eso podemos tener toda la razón… pero no tenemos certeza física, eso es así, pero contamos con ello. Y, de hecho, a veces, lo que hay que hacer es abrirse a esa posibilidad que, lógicamente, está siempre a la mano.


4. Los riesgos del proceso de cambio.

Digo solamente una cosa. Conocer la realidad puede ser peligroso. Yo leí una vez, me parece que la dice Newman, es una frase realmente feliz. Dice: sólo Dios tiene el privilegio de conocer la realidad sin hacerse peor por ella. Porque Dios no se puede hacer peor. A Dios la realidad mala no le influye. Pero a los hombres sí nos influye, incluso al hombre más formal le influye. No digo ya a una persona que se está haciendo, o que tenga ya sus años, y también se está haciendo, porque tiene que olvidar cosas que ya ha vivido para tener un cierto recomienzo. O sea, que en ese sentido, los riesgos… y tantos otros que podríamos decir… no solamente conocer la realidad.

Porque claro, el mundo… eso que se dice, los recursos éticos y religiosos del ser humano nunca son comparables a sus recursos técnicos y científicos. Esos son increíbles, no tienen techo. Pero el mismo ambiente pastoral nos dice, cuando hablamos con gente, que cada invento es también ocasión de pecado. Naturalmente, esto que acabo de decir, nunca lo diría más ya, porque decir esta frase es terrible, y parece que uno es un oscurantista anacrónico. Como algún Papa que prohibió el ferrocarril en los Estados Vaticanos, porque era muy malo, bueno ¡tendría sus motivos! No lo sé… pero, el progreso es el progreso, no se le pueden poner puertas al campo, y no hay que lamentarse… Igual que no hay que lamentarse de que puede llover, pues qué vamos a hacer.

El impacto de la realidad: es múltiple, es imprevisto… no podemos prever lo que va a pasar dentro un tiempo, ni para bien ni para mal… también para bien. Hay también desarrollos inesperados que son magníficos, y que dan unas ocasiones estupendas de progreso espiritual o de otras cosas parecidas.


5. Las normas y los valores. Su distinta incidencia en la transformación del carecer personal.

Solamente hay una idea que a mí me llama la atención. Las normas y los valores. Son dos palabras como muy usadas, en ética sobre todo. Hay que saber una cosa: a la ley se obedece, ahora en los valores se participa. Es muy distinto. Es diferente que yo le diga a un chico: oye que aquí hay un reglamento, ¡oye mira! este es el reglamento, apréndetelo y tenlo en cuenta, y cúmplelo, si no, puede haber unas sanciones y no se qué… Bueno, eso se puede decir, aunque se diga amablemente, no como yo lo he dicho, sino amablemente, comprensiblemente, cariñosamente. Pero es más… bello… ¡más bello! ¡Todo tiene una dimensión estética también! Decir: oye mira el valor de la justicia, ¿tú sabes lo que es la justicia? ¿tú sabes lo que es la verdad? ¿sabes lo que es la comprensión? ¿sabes lo que es la paz? Eso es lo que hay que sabes, tú ábrete, y no abras solamente tú voluntad a la obediencia de la ley, sino, sobre todo, tu ser entero a la capacidad que tienen estos valores que trascienden a la humanidad, porque tiene que vivir de ellos, de transformarles, de que seas más justo, de que ames más la verdad, de que tengas compasión, en este mundo donde no hay compasión… Decía Marx, una de las pocas frases de Marx, tiene un contexto muy negativo, pero la frase creo que es bonita: la religión es el corazón de un mundo sin corazón… Eso está bien dicho, si se queda ahí, y no se hacen más extensiones. Y además, es verdad. Y eso sirve un poco, no para criticar el mundo sino para decir: vamos a poner corazón… Los valores, no es una palabra gastada, ni muchísimo menos.


6. Consideración espacial de la persuasión, la racionalidad y la misericordia.

Esto es lo que más me hubiera gustado desarrollar, el número 6. Lo digo sinceramente, pero yo ya acabo en unos minutos.

Porque, efectivamente, en el ideario, en el ambiente humano que uno intenta transmitir en la relación con la otra persona, destacan estas tres cosas (uno puede meter más cosas, pero…)

La persuasión. Creo que nosotros podemos entenderlo bien. El clima de la Iglesia católica está muy determinado por estas tres cosas, en este momento histórico. Está en el tono, en los contenidos también, en los gestos… pues por ejemplo papales, ya Pablo VI se dice que procuró gobernar la Iglesia no mediante el derecho canónico, sino mediante la persuasión pastoral. No le salió del todo, hay que decir. Luego se habla del martirio de Pablo VI, eso es verdad. El se imaginó que inculcando esos valores, u otros en esa línea, la Iglesia iba a cambiar, iba a ser todo muy distinto, etc., y luego fue así en parte pero en parte no. Pero eso es perenne, la persuasión, o sea, no exigir de la gente… la persuasión en el fondo lo que intenta crear en el otro convencimiento, es decir, adhesión interior a lo que yo estoy diciendo, o a lo que yo estoy haciendo o a lo que yo estoy dando a entender.

La racionalidad. Una vez hubo que hacer, resume en una o dos palabras la obra de los teólogos importantes del siglo XX. A Ratzinger, ¿cuál sería la palabra que cuadraría a todo su sistema teológico?… lo cual era muy arriesgado naturalmente intentar hacer eso, pero no, estaba claro en ese caso, era esta: racionalidad de la Fe. Y si uno ha leído algo de él, o mucho de él, antes se da cuenta de esto enseguida y, también ahora. No es que sea una categoría del todo predominante, hay otras también… como lo es también la siguiente también, la misericordia.

Fijaros en una cosa, en ese binomio de misericordia-ley, que ha sido un binomio manejado por la Iglesia tradicionalmente desde los tiempos del Evangelio. Uno lo que se da cuenta en su experiencia, me parece a mí, yo digo muchas cosas que son opinables, percepciones personales, yo no hablo ex cátedra. En ese binomio ley-misericordia que duda cabe que en la tradición cristiana pastoral, y también en la predicación, ha tenido un gran predominio siempre la ley, la norma, el sistema, lo que hay que hacer, el precepto, el mandamiento… tenemos un cristianismo un poco escorado en esa dirección. Y, en cambio, la misericordia de Dios, la compasión de Dios es un tema bíblico tumbativo, exuberante, aplastante… basta leer el breviario: la misericordia de Dios está en los salmos, en las antífonas, en las colectas, en los episodios evangélicos. Se suele decir, por ejemplo, que el evangelio de Lucas es el evangelio de misericordia, y es verdad, hay está el hijo pródigo, hay está el rico Epulón, hay están los diez leprosos, etc…

Pues bueno, todo eso ha quedado no digo perdido, porque lógicamente una conciencia de la misericordia de Dios en la Iglesia sí hay alguna… Pero si, por ejemplo, cuando dice un musulmán (no voy contra los musulmanes, con este comentario, pero que es bueno tenerlo en cuenta), dice toda la Sura del Corán empieza: En el nombre de Alá, compasivo y misericordioso… y luego viene toda la Sura, y sin embargo, todo el Corán es un libro donde se habla, sobre todo, del infierno, 400 ó 500 veces, por lo menos, se habla del castigo, del infierno. O sea que, un musulmán, en este momento histórico, no digo yo que no cambie, pero en este momento histórico de su evolución religiosa no sabe bien que es lo que es la misericordia de Dios. Pero si eso les ha pasado a los cristianos, ¿cómo puede por ejemplo, la Iglesia quemar herejes, estando tan convencida de que Dios es misericordioso? Vosotros ¿habéis pensado en eso alguna vez? Siempre desde la fe, y no como crítica a la Iglesia… Pero bien pensado, eso plantea un gran problema de sensibilidad… Pero que se resuelve diciendo, ¡ojo! que había unos sistemas, la Iglesia se desenvuelve en el tiempo, y hoy sabe que actuó con conciencia recta pero errónea, porque quemar a un hereje no es evangélico, eso no lo haría Jesús. No necesito que venga a decírmelo Loisy, no necesito… yo ya me doy cuenta de eso.

Pero entonces, hemos pasado, pienso yo, de un sistema donde la misericordia está determinada por la ley, o sea, formulándolo un poco exageradamente, pero me parece que es correcto decirlo así: “Dios será contigo misericordioso, si cumples los mandamientos”. En el fondo, eso se ha tenido por dicho en nuestro mundo. Naturalmente, esto hay que matizarlo, porque después a un nivel personal, a un nivel pastoral, a un nivel ya de confesión… ahí se ejerce la misericordia, por supuesto.

Ahora vivimos en un momento de la Iglesia, me parece importante, creo yo, donde, efectivamente, la ley está condicionada por la misericordia, es al revés, es al revés…



10.11.08

Vela noviembre ESO / Prim

Jesús, hemos venido para hacerte compañía. Sabemos que durante el mes de noviembre la Iglesia reza especialmente por las personas que han fallecido y que están en el purgatorio preparándose para entrar en el Cielo… y ser eternamente felices Contigo.

Nosotras ahora estamos en la tierra preparándonos para ir algún día al Cielo. Todas queremos disfrutar muchos años de vida aquí abajo, y después, estar junto a Ti.

Te pedimos por nuestros familiares que han fallecido, para que los purifiques cuanto antes. Ahora, en este rato junto a Ti, podemos conseguir que muchas personas salgan del purgatorio y se salven para siempre, para siempre, para siempre.

Cuando la Virgen se apareció en Fátima a los tres pastorcillos (Francisco, Jacinta y Lucia), les pidió que ofrecieran sacrificios para que mucha gente se convierta y se vaya al Cielo. Nosotros podemos ayudar a nuestras familias y a nuestros amigos a que sean felices ofreciéndo a Jesús pequeños sacrificios, tan sencillos como:

no ser perezosa y aprovechar el tiempo

estar atenta en las clases, especialmente en las que me gustan menos

haciendo los deberes que me mandan, cada día

obedeciendo en casa a mis padres

poniendo buena cara cuando me cuesta hacer algo

prestando favores a quienes me los pidan

tratando con el mismo cariño a todas las personas (aunque algunas me caigan mejor que otras)

siendo amiga de todas y no dejando nunca de lado a nadie

A Jesús le gustan mucho esas pequeñas mortificaciones que somos capaces de hacer para cumplir con nuestra obligación y querer a las personas que tenemos a nuestro lado. Y, ahora, durante este mes de noviembre, si somos sacrificados y le ofrecemos a Jesús cada día tres o cuatro sacrificios podemos conseguir el Cielo para muchas personas que, desde el purgatorio, nos están gritando: ¡¡por favor, haz algo por nosotros, que nosotros cuando entremos por la puerta grande del Cielo nos acordaremos de ti delante de Dios!!

¡A cuánta gente podemos ayudar a que entren en el Cielo! Serán nuestros mejores amigos, porque una persona a la que hemos ayudado a que se salve nunca se olvidará de nosotros cuando ya esté delante de Dios.

La fuerza más grande que reciben las almas del purgatorio viene de la misa. Yendo a misa, y ofreciéndola por ellas, sacaremos a un montón de personas del purgatorio.

Quizás el mejor propósito que podríamos hacer hoy es ir muchos días a misa durante este mes para rezar por las personas que están en el purgatorio. Así tendremos miles, millones de amigos que nos estarán ayudando desde el Cielo.

Vela noviembre BAC

1. Venimos a estar un rato con Jesús, para adorarle, para quererle, para pedirle ayuda. Aquí hay unas palabras del Papa Juan Pablo II que nos pueden iluminar en estos momentos de oración. Léelas despacio, sin prisa. Te ayudarán a hacer algún propósito, que quizás te cambie la vida.

“Reconcíliate con Dios.

Permitid a Cristo que os encuentre.

¡Que conozca todo de vosotros!

¡Que os guíe!

Nadie es capaz de lograr que lo pasado no haya ocurrido; ni el mejor psicólogo puede liberar a la persona del peso del pasado. Sólo lo puede lograr Dios, quien, con amor creador, marco en nosotros un nuevo comienzo: esto es lo grande del sacramento del perdón: que nos colocamos cara a cara ante Dios, y cada uno es escuchado personalmente para ser renovado por Él.

Quizá algunos de vosotros habéis conocido la duda y la confusión; quizá habéis experimentado la tristeza y el fracaso cometiendo pecados graves. Éste es un tiempo de decisión. Ésta es la ocasión para aceptar a Cristo: aceptar su amistad y su amor, aceptar la verdad de su palabra y creer en sus promesas.

Y si, a pesar de vuestro esfuerzo personal por seguir a Cristo, alguna vez sois débiles no viviendo conforme a su ley de amor, a sus mandamientos, no os desaniméis! Cristo os sigue esperando! Él, Jesús, es el Buen Pastor que carga la oveja perdida sobre sus hombros y la cuida con cariño para que sane.

Gracias al amor y misericordia de Cristo, no hay pecado por grande que sea que no pueda ser perdonado; no hay pecador que sea rechazado. Toda persona que se arrepiente será recibida por Jesucristo con perdón y amor inmenso.

Sólo Cristo puede salvar al hombre, porque toma sobre sí su pecado y le ofrece la posibilidad de cambiar.

Siempre, pero especialmente en los momentos de desaliento y de angustia, cuando la vida y el mundo mismo parecen desplomarse, no olvidéis las palabras de Jesús: «Venid a Mí todos los que estáis fatigados y oprimidos, que Yo os aliviaré. Tomad sobre vosotros mi yugo y aprended de Mí, que soy manso y humilde de corazón, y hallaréis descanso para vuestras almas, pues mi yugo es suave y mi carga ligera.»

No nos debemos mirar tanto a nosotros mismos cuanto a Dios, y en Él debemos encontrar ese «suplemento» de energía que nos falta. ¿Acaso no es ésta la invitación que hemos escuchado de labios de Cristo: «Venid a Mí todos los que estáis fatigados y oprimidos, que Yo os aliviaré»? Es Él la luz capaz de iluminar las tinieblas en que se debate nuestra inteligencia limitada; Él es la fuerza que puede dar vigor a nuestras flacas voluntades; Él es el calor capaz de derretir el hielo de nuestros egoísmos y devolver el ardor a nuestros corazones cansados.

En el camino de vuestra vida, no abandonéis la compañía del Señor. Si la debilidad de la condición humana os llevase alguna vez a no cumplir los mandamientos de Dios, volved vuestra mirada a Jesús y gritadle: «Quédate con nosotros, vuelve, no te alejes.» Recuperad la luz de la gracia por el sacramento de la Penitencia.

Con El podemos encontrarnos siempre, por mucho que hayamos pecado, por muy alejados que nos sintamos, porque El está saliendo siempre a nuestro encuentro”.

31.10.08

Todos los santos


Mt 5, 1-12

“Al ver Jesús a las multitudes, subió al monte; se sentó y se le acercaron sus discípulos; y abriendo su boca les enseñaba diciendo:
—Bienaventurados los pobres de espíritu, porque suyo es el Reino de los Cielos.
"Bienaventurados los que lloran, porque serán consolados.
"Bienaventurados los mansos, porque heredarán la tierra.
"Bienaventurados los que tienen hambre y sed de justicia, porque quedarán saciados.
"Bienaventurados los misericordiosos, porque alcanzarán misericordia.
"Bienaventurados los limpios de corazón, porque verán a Dios.
"Bienaventurados los pacíficos, porque serán llamados hijos de Dios.
"Bienaventurados los que padecen persecución por causa de la justicia, porque suyo es el Reino de los Cielos.
"Bienaventurados cuando os injurien, os persigan y, mintiendo, digan contra vosotros todo tipo de maldad por mi causa. Alegraos y regocijaos, porque vuestra recompensa será grande en el cielo”.

Al oir estas palabras del Señor e imaginándonos la escena –Jesús ante un numeroso grupo que le escucha, mientras Él con paciencia, pero con mucha fuerza, va detallando cómo han de ser los santos–, no podemos sino afirmar su deseo grande de que muchos encuentren una felicidad plena, completa. Ese "Bienaventurados", que repite una y otra vez, parece contener su deseo de vernos colmados, definitivamente satisfechos para siempre. El común destino –la Bienaventuranza– que aguarda a los que demuestren ser suyos en las diversas circunstancias que Jesús va desgranando, es una tal felicidad y satisfacción, según sugiere la reiterada repetición de una única palabra, que no es posible pensar en nada mejor.

La bienaventuranza es el Cielo, ese estado perfecto para el que hemos sido pensados por Dios, Nuestro Señor y Padre amorosísimo. En el Cielo nos desea Dios que, en su Amor, quiere lo mejor para el hombre, la intimidad con Él mismo. Pues, siendo Él Amor, no nos ofrece un bien de grandes proporciones, sino su misma perfección absoluta. Es evidente que no tenemos capacidad para imaginar el Cielo. En efecto, como concluye el Apóstol: Ni ojo vio, ni oído oyó, ni pasó por el corazón del hombre, las cosas que preparó Dios para los que le aman.

Resulta desde luego paradójico, como hemos leído en el evangelio, que por lo adverso se llegue a la más completa y eterna felicidad. No es así como nos organizamos de ordinario en este mundo. De hecho, suele entenderse la plenitud humana como un acumular satisfacciones y, a ser posible, que sean variadas y abundantes: a más satisfacciones, más felicidad, pensamos. Sin embargo, el Señor insiste en que la plenitud propia de los hombres no está en eso. Consiste más bien, repite una y otra vez, en el desprendimiento de los bienes materiales, porque no son nuestro fin; en la limpieza de corazón, para amar dignamente a los demás, libres de otras compensaciones; en sufrir con paciencia la adversidad, de un ambiente que con frecuencia es ajeno a Dios; en conservar la paz, cuando sería más fácil recurrir a la violencia; en ser menospreciados, por permanecer leales a la fe...

Todo esto exige esfuerzo por parte del cristiano: renunciar a ese planteamiento de la vida que busca sencillamente el confort a corto plazo y contempla al hombre como un ser sólo de este mundo. Exige, en fin, del discípulo de Cristo, una confianza absoluta en su Señor, que le asegura eso: la Bienaventuranza, pero a través de objetivos costosos. Como diría un místico: per aspera ad astra, a lo más esplendoroso se llega a través de lo difícil.

Ahora, cerca de la fiesta de Todos los Santos, meditamos en esta paradójica lección del Señor, encomendándonos a la protección de aquellos que ya alcanzaron la meta; para que, como a los santos, la confianza en Dios nos anime a perder el miedo a lo que cuesta y Él espera. Conoce de sobra nuestro Dios la flaqueza de sus hijos y nuestra tendencia a buscar caprichosamente pequeños deleites inmediatos. Más aún, sabe que, aunque queramos, somos incapaces, sin su ayuda, de vivir el ideal de generosidad que nos propone. Pero con Él sí. Sabiéndonos hijos pequeños de un Padre Todopoderoso y Bueno, y comportándonos como tales, nada nos es imposible. Hasta los errores, las infidelidades, los pecados, incluso los más graves, si nos arrepentimos sinceramente, encuentran el perdón en el corazón de nuestro Dios y Padre, y pueden ser para sus hijos la ocasión de grandes virtudes por su Gracia.

Como Maestro, sabe que enseña algo en cierta medida nuevo para el hombre, revolucionario diríamos hoy. Ese afán de muchos por disfrutar a base de no tener problemas y gozar al máximo de estímulos placenteros, no es propiamente, ni puede ser, la causa de la verdadera felicidad en los hombres, que estamos hechos para bastante más. Estamos pensados, para la Bienaventuranza, la felicidad completa, definitiva, que no se puede perder una vez lograda, y es la mayor posible para cada persona. Pero, en todo caso, ya sabemos que no tenemos capacidad para imaginarnos el Cielo...: Dios mismo colmando amorosamente nuestra pequeñez.

Jesucristo, que nos habla del Cielo, animándonos a la Bienaventuranza a la que hemos sido destinados –vale la pena insistir en ello– por el amor que Dios nos tiene, Él mismo nos indica el camino. Es el camino recorrido ya por la multitud de los santos, que nos han precedido y hoy celebramos. Un camino transitado muchas veces, en las más variadas circunstancias y por personas de toda condición. También hoy tenemos cada uno nuestro propio camino hasta el Cielo, que seremos capaces de recorrer con la ayuda de Dios.

A Santa María, Madre nuestra y Reina de todos los santos, nos encomendamos. Para que guíe nuestros pasos hasta la Eterna Bienaventuranza. Así hacen las madres de la tierra con sus pequeños, que los observan y animan con amor mientras caminan, y los socorren si hace falta en sus tropiezos
"La mejor manera de aprovechar el tiempo es no perdiéndolo".

Anónimo.

La Reina










"Tres palabras que no están en el vocabulario de una Reina: no me apetece".

La tarea urgente de la educación

Carta del Papa sobre la tarea urgente de la educación

A la diócesis de Roma

Queridos fieles de Roma:

He querido dirigirme a vosotros con esta carta para hablaros de un problema que vosotros mismos experimentáis y en el que están comprometidos los diferentes componentes de nuestra Iglesia: el problema de la educación. Todos nos preocupamos profundamente por el bien de las personas que amamos, en particular de nuestros niños, adolescentes y jóvenes. Sabemos, de hecho, que de ellos depende el futuro de nuestra ciudad. Debemos, por tanto, preocuparnos por la formación de las futuras generaciones, por su capacidad de orientarse en la vida y de discernir el bien del mal, por su salud no sólo física sino también moral.

Ahora bien, educar nunca ha sido fácil, y hoy parece ser cada vez más difícil. Lo saben bien los padres de familia, los maestros, los sacerdotes y todos los que tienen responsabilidades educativas directas. Se habla, por este motivo, de una gran «emergencia educativa», confirmada por los fracasos que encuentran con demasiada frecuencia nuestros esfuerzos por formar persona sólidas, capaces de colaborar con los demás, y de dar un sentido a la propia vida. Entonces se echa la culpa espontáneamente a las nuevas generaciones, como si los niños que hoy nacen fueran diferentes a los que nacían en el pasado. Se habla, además de una «fractura entre las generaciones», que ciertamente existe y tiene su peso, pero es más bien el efecto y no la causa de la falta de transmisión de certezas y de valores.

Por tanto, ¿tenemos que echar la culpa a los adultos de hoy que ya no son capaces de educar? Ciertamente es fuerte la tentación de renunciar, tanto entre los padres como entre los maestros, y en general entre los educadores, e incluso se da el riesgo de no comprender ni siquiera cuál es su papel o incluso la misión que se les ha confiado. En realidad, no sólo están en causa las responsabilidades personales de los adulos y de los jóvenes, que ciertamente existen y no deben esconderse, sino también un ambiente difundido, una mentalidad y una forma de cultura que llevan a dudar del valor de la persona humana, del significado mismo de la verdad y del bien, en última instancia, de la bondad de la vida. Se hace difícil, entonces, transmitir de una generación a otra algo válido y cierto, reglas de comportamiento, objetivos creíbles sobre los que se puede construir la propia vida.

Queridos hermanos y hermanas de Roma: ante esta situación quisiera deciros algo muy sencillo: ¡No tengáis miedo! Todas estas dificultades, de hecho, no son insuperables. Son más bien, por así decir, la otra cara de la moneda de ese don grande y precioso que es nuestra libertad, con la responsabilidad que justamente implica. A diferencia de lo que sucede en el campo técnico o económico, en donde los progresos de hoy pueden sumarse a los del pasado, en el ámbito de la formación y del crecimiento moral de las personas no se da una posibilidad semejante de acumulación, pues la libertad del hombre siempre es nueva y, por tanto, cada persona y cada generación tiene que tomar nueva y personalmente sus decisiones. Incluso los valores más grandes del pasado no pueden ser simplemente heredados, tienen que ser asumidos y renovados a través de una opción personal, que con frecuencia cuesta.

Ahora bien, cuando se tambalean los cimientos y faltan las certezas esenciales, la necesidad de esos valores se siente de manera urgente: en concreto, aumenta hoy la exigencia de una educación que sea realmente tal. La piden los padres, preocupados y con frecuencia angustiados por el futuro de sus hijos; la piden tantos maestros, que viven la triste experiencia de la degradación de sus escuelas; la pide la sociedad en su conjunto, que ve cómo se ponen en duda las mismas bases de la convivencia; la piden en su intimidad los mimos muchachos y jóvenes, que no quieren quedar abandonados ante los desafíos de la vida. Quien cree en Jesucristo tiene, además, un ulterior y más intenso motivo para no tener miedo: sabe que Dios no nos abandona, que su amor nos alcanza allí donde estamos y como estamos, con nuestras miserias y debilidades, para ofrecernos una nueva posibilidad de bien.

Queridos hermanos y hermanas: para hacer más concretas mis reflexiones puede ser útil encontrar algunos requisitos comunes para una auténtica educación. Ante todo, necesita esa cercanía y esa confianza que nacen del amor: pienso en esa primera y fundamental experiencia del amor que hacen los niños, o que al menos deberían hacer, con sus padres. Pero todo auténtico educador sabe que para educar tiene que dar algo de sí mismo y que sólo así puede ayudar a sus alumnos a superar los egoísmos para poder, a su vez, ser capaces del auténtico amor.

En un niño pequeño ya se da, además, un gran deseo de saber y comprender, que se manifiesta en sus continuas preguntas y peticiones de explicaciones. Ahora bien, sería una educación sumamente pobre la que se limitara a dar nociones e informaciones, dejando a un lado la gran pregunta sobre la verdad, sobre todo sobre esa verdad que puede ser la guía de la vida.
El sufrimiento de la verdad también forma parte de nuestra vida. Por este motivo, al tratar de proteger a los jóvenes de toda dificultad y experiencia de dolor, corremos el riesgo de criar, a pesar de nuestras buenas intenciones, personas frágiles y poco generosas: la capacidad de amar corresponde, de hecho, a la capacidad de sufrir, y de sufrir juntos.

De este modo, queridos amigos de Roma, llegamos al punto que quizá es el más delicado en la obra educativa: encontrar el equilibrio adecuado entre libertad y disciplina. Sin reglas de comportamiento y de vida, aplicadas día tras día en pequeñas cosas, no se forma el carácter y no se prepara para afrontar las pruebas que no faltarán en el futuro. La relación educativa es ante todo el encuentro entre dos libertades y la educación lograda es una formación al uso correcto de la libertad. A medida en que va creciendo el niño, se convierte en un adolescente y después un joven; tenemos que aceptar por tanto el riesgo de la libertad, permaneciendo siempre atentos a ayudar a los jóvenes a corregir ideas o decisiones equivocadas. Lo que nunca tenemos que hacer es apoyarle en los errores, fingir que no los vemos, o peor aún compartirlos, como si fueran las nuevas fronteras del progreso humano.

La educación no puede prescindir del prestigio que hace creíble el ejercicio de la autoridad. Ésta es fruto de experiencia y competencia, pero se logra sobre todo con la coherencia de la propia vida y con la involucración personal, expresión del amor auténtico. El educador es, por tanto, un testigo de la verdad y del bien: ciertamente él también es frágil, y puede tener fallos, pero tratará de ponerse siempre nuevamente en sintonía con su misión.

Queridos fieles de Roma, de estas simples consideraciones se ve cómo en la educación es decisivo el sentido de responsabilidad: responsabilidad del educador, ciertamente, pero también, en la medida en que va creciendo con la edad, responsabilidad del hijo, del alumno, del joven que entra en el mundo del trabajo. Es responsable quien sabe dar respuestas a sí mismo y a los demás. Quien cree busca, además y ante todo responder a Dios, que le ha amado antes.

La responsabilidad es, en primer lugar, personal; pero también hay una responsabilidad que compartimos juntos, como ciudadanos de una misma ciudad y de una misma nación, como miembros de la familia humana y, si somos creyentes, como hijos de un único Dios y miembros de la Iglesia. De hecho, las ideas, los estilos de vida, las leyes, las orientaciones globales de la sociedad en que vivimos y la imagen que ofrece de sí misma a través de los medios de comunicación, ejercen una gran influencia en la formación de las nuevas generaciones, para el bien y con frecuencia también para el mal. Ahora bien, la sociedad no es algo abstracto; al final somos nosotros mismos, todos juntos, con las orientaciones, las reglas y los representantes que escogemos, si bien los papeles y la responsabilidad de cada uno son diferentes. Es necesaria, por tanto, la contribución de cada uno de nosotros, de cada persona, familia o grupo social para que la sociedad, comenzando por nuestra ciudad de Roma se convierta en un ambiente más favorable a la educación.

Por último quisiera proponeros un pensamiento que he desarrollado en la reciente carta encíclica «Spe salvi» sobre la esperanza cristiana: sólo una esperanza fiable puede ser alma de la educación, como de toda la vida. Hoy nuestra esperanza es acechada por muchas partes y también nosotros corremos el riesgo, como los antiguos paganos, hombres «sin esperanza y sin Dios en este mundo»¸ como escribía el apóstol Pablo a los cristianos de Éfeso (Efesios 2, 12). De aquí nace precisamente la dificultad quizá aún más profunda para realizar una auténtica obra educativa: en la raíz de la crisis de la educación se da, de hecho, una crisis de confianza en la vida.

Por tanto, no puedo terminar esta carta sin una calurosa invitación a poner en Dios nuestra esperanza. Sólo Él es la esperanza que resiste a todas las decepciones; sólo su amor no puede ser destruido por la muerte; sólo la justicia y la misericordia pueden sanar las injusticias y recompensar los sufrimientos padecidos. La esperanza que se dirige a Dios no es nunca esperanza sólo para mí, al mismo tiempo es siempre esperanza para los demás: no nos aísla, sino que nos hace solidarios en el bien, nos estimula a educarnos recíprocamente en la verdad y el amor.

Os saludo con afecto y os garantizo un especial recuerdo en la oración, mientras os envío a todos mi bendición.

Vaticano, 21 de enero de 2008

BENEDICTUS PP. XVI