14.12.09

Obras son amores

Mt 21, 28-32

“16 de febrero de 1932: + Hace unos días que estoy bastante acatarrado, y eso era ocasión para que mi falta de generosidad con mi Dios se manifestara, aflojando en la oración y en las mil pequeñas cosas que un niño —y más un niño burro— puede ofrecer a su Señor cada día. Yo me venía dando cuenta de esto y de que daba largas a ciertos propósitos de emplear mayor interés y tiempo en las prácticas de piedad, pero me tranquilizaba con el pensamiento: más adelante, cuando estés fuerte, cuando se arregle mejor la situación económica de los tuyos... ¡entonces! —Y hoy, después de dar la sagrada Comunión a las monjas, antes de la santa Misa, le dije a Jesús lo que tantas y tantas veces le digo de día y de noche: [...] “te amo más que éstas”.

Inmediatamente, entendí sin palabras: “obras son amores y no buenas razones”. Al momento vi con claridad lo poco generoso que soy, viniendo a mi memoria muchos detalles, insospechados, a los que no daba importancia, que me hicieron comprender con mucho relieve esa falta de generosidad mía. ¡Oh, Jesús! Ayúdame, para que tu borrico sea ampliamente generoso. ¡Obras, obras!”.

“Hay momentos —anota el 24/XI/32— en que —privado de aquella unión con Dios, que me daba continua oración, aun durmiendo— parece que forcejeo con la Voluntad de Dios. Es flaqueza, Señor y Padre mío, bien lo sabes: amo la Cruz, la falta de tantas cosas que todo el mundo juzga necesarias, los obstáculos para emprender la O..., mi pequeñez misma y mi miseria espiritual”.
¿No era una divina locura emprender la conquista del mundo entero sin medios materiales? y, escribiendo esta catalina, miraba en derredor de su ingrato cuartucho de la calle Viriato, que le traía a la mente el lugar donde se engendró el “Quijote”. («Una cárcel —dice Cervantes— donde toda incomodidad tiene su asiento y donde todo triste ruido hace su habitación»). Porque, ¿qué valía él, Señor?:

“Nada, ante la maravilla que supone este hecho: un instrumento pobrísimo y pecador, planeando, con tu inspiración, la conquista del mundo entero para su Dios, desde el maravilloso observatorio de un cuarto interior de una casa modesta, donde toda incomodidad material tiene su asiento”. “Fiat, adimpleatur. Amo tu Voluntad [...], seguro —soy tu hijo— de que la O. surgirá pronto y conforme a tus inspiraciones. Amen. Amen”.

El 16 de febrero de 1933 hacía un año de la locución en el comulgatorio de Santa Isabel. Dios mío —exclamaba don Josemaría ante el recuerdo—: “¡cuánto me duele aquel obras son amores y no buenas razones!” Se sabía, y se sentía, privilegiadamente en manos del Señor, en oración continua de día y noche (dádiva que se prologó durante toda su vida), salvo cuando el Señor interrumpía, momentáneamente, esa gracia. Experimentaba entonces el peso muerto de su voluntad: Enseguida se le presentó otra ocasión muy particular de mostrar su fidelidad absoluta a los planes de Dios. A los dos años de atropellos y persecución descarada de la Iglesia, empezaron a reaccionar los católicos españoles. Don Ángel Herrera, hasta entonces director de “El Debate”, el más influyente diario católico, proyectaba crear un centro de formación de sacerdotes, de donde saldrían los futuros consiliarios de la Acción Católica Española. Era don Ángel el Presidente de la Acción Católica, y buscaba sacerdotes de prestigio para dirigir almas. Don Pedro Cantero le habló de don Josemaría, a quien el presidente expuso sus planes sobre la Casa del Consiliario. Con el fin de darle tiempo para pensar sobre el asunto, quedaron citados de nuevo para el 11 de febrero. De la charla hizo el siguiente resumen:

“Me ha ofrecido el Sr. Herrera la formación espiritual de los Srs. Sacerdotes seleccionados por los Ilmos. Prelados españoles que se reunirán a vivir en comunidad en Madrid (en la parroquia de Vallecas), a fin de recibir aquella formación y lo social, que les dará un Padre Jesuita (me dijo el nombre: no me acuerdo). Le he dicho que ese cargo no era para mí: porque eso no es ocultarse y desaparecer. ¡Qué misericordia la de Dios, al poner en mis manos un cargo así! ¡En mis manos, que no han recibido —puedo decir— jamás ni el último nombramiento eclesiástico!”
“El asombro de don Ángel fue, probablemente, mayor que el de don Pedro Poveda el día que don Josemaría le dejó colgado el ofrecimiento de Capellán Honorario de la Casa Real. Aquel cargo en la Acción Católica no era un simple gaje honorífico sino poner en sus manos la dirección espiritual de un grupo de almas selectas, y reconocer sus dotes personales ante la Jerarquía española”.
Terminados los trabajos de reestructuración, el Padre fijó la fiesta del 14 de febrero de 1963 como día para la inauguración de la nueva sede. A las cinco y media de la tarde celebró misa después de consagrado el altar. Al punto de repartir la Comunión se agolparon, sin duda, en su mente recuerdos de la residencia de Ferraz y del Patronato de Santa Isabel, porque éstas fueron las primeras palabras que le vinieron a la boca antes de dar la Comunión a sus hijas:

“Con vuestra licencia, Soberano Señor Sacramentado.
Hijas, ante Nuestro Señor Sacramentado, y ante la Madre Santísima del Señor, que es nuestra Madre, siento el agradecimiento de la primera vez que pusimos un sagrario; de la primera vez que le dijimos al Señor, con palabras de los discípulos de Emaús: quédate con nosotros porque sin Ti se hace de noche.
Quiero deciros —en pocas palabras— que sintáis en vuestro corazón, también vosotras, grandes fervores, gran entusiasmo; entusiasmo que se ha de manifestar en obras, porque obras son amores y no buenas razones. [...]
No defraudéis a Dios Nuestro Señor.
No defraudéis a su Madre bendita.
No me defraudéis a mí, que he puesto en esta casa tanta ilusión, tanto cariño y tanta confianza”.