3.5.03

Desde mi silla de ruedas

Querido Santo Padre:

Gracias por estar con nosotros, por ayudarnos con su palabra y con su ejemplo a seguir a Jesucristo.

Soy Lourdes, disminuida física. Mi discapacidad me afecta al habla. No puedo hablar y tampoco puedo andar; por ello debo utilizar una silla de ruedas.

Durante mucho tiempo he vivido angustiada. A menudo me he preguntado cuál era el sentido de mi vida y por qué me ha pasado esto a mí. Esta pregunta ha sido constante y la prueba ha sido dura. Durante años la única respuesta ha sido descubrir cada mañana que estaba siempre en el mismo sitio: atada a una silla de ruedas. A veces he sentido que me habían arrancado la esperanza. Me sentía como si llevara una cruz, pero sin el aliento de la fe.

Un día descubrí a Jesucristo y cambió mi vida. El Señor con su gracia me ayudó a recobrar la esperanza y a caminar hacia delante. Ahora, cuando veo a otros jóvenes enfermos al lado mío pienso que mi cruz es muy pequeña comparada con la de ellos, y me gustaría mostrarles cómo yo encontré al Señor para transformar su dolor en un camino de esperanza, de vida y de santidad.

La fe fortalece mi vida. Cada día me pongo en las manos de Dios. Él me da fuerza. El me ayuda siempre a superar los momentos difíciles y ha puesto a mi lado muchas personas que me quieren y me animan a seguir con alegría mi camino de fe.

Santo Padre: soy una joven como todos los que le acompañan en esta tarde. Soy consciente de que tengo una minusvalía, pero me siento útil y, por ello, alegre. Sé que mi silla de ruedas es como un altar en el que, además de santificarme, estoy ofreciendo mi dolor y mis limitaciones por la Iglesia, por Vuestra Santidad, por los jóvenes y por la salvación del mundo.

En mi Via-Crucis me siento alentada por el testimonio de Vuestra Santidad, que lleva también sobre sus hombros la cruz de la enfermedad y de las limitaciones físicas y, además, el dolor y el sufrimiento de toda la humanidad. ¡Gracias, Santo Padre, por su ejemplo!

Lourdes Cuní
Testimonio de la Vigilia de Cuatro Vientos, 3 de mayo de 2003

La Cruz en mi vida

Dice un himno de la Liturgia de las Horas: “...Que cuando llegue el dolor / que yo sé que llegará / que no se me enturbie el amor / ni se me nuble la paz.” Y ese creo o, mejor dicho, quiero que sea el centro de mi ofrecimiento. Todos los días ofrezco mi labor cotidiana, mas también hago ofrenda de mi vida al que es mi Creador. Yo, como dice el Santo Padre, quisiera ser Luz para el mundo. Que todos aquellos que me contemplen vean reflejada la gloria de Dios Padre en mi silla de ruedas.

Observad las ruedas de mi silla: son los clavos de Jesucristo. Contemplad el reposacabezas: es el letrero donde dice quien soy (un siervo de Dios que quiere hacer su Voluntad, aunque a veces, tal vez a menudo, me rebelo); porque lo que sí tengo demasiado claro es que no soy santo, PERO QUIERO SERLO. Observad mi cuerpo retorcido, no soy yo sino Aquel quien me sostiene en su pecho. Y también quien me conduce, quien guía mis pasos, es la Humildad de Nuestra Madre: María; porque a ellos no se les ve, pero son el motor de este peregrinar por el mundo.

No quisiera ser vanidoso (que lo soy), no quisiera ser orgulloso (que también lo soy) pero siento y experimento todos los días que Dios me ha elegido, como a muchos de vosotros, para ser escándalo de la Cruz, como diría San Pablo. A veces la gente se me queda mirando con extrañeza; en ocasiones yo les miro desafiante, no comprendiendo que es a Cristo a quien ven. Este mundo rehúsa el dolor, yo lo acepto para completar la Redención de Cristo en este mismo mundo.

¡VIVA CRISTO CRUCIFICADO¡

¡VIVA CRISTO RESUCITADO¡

José Javier
Testimonio de la Vigilia de Cuatro Vientos, 3 de mayo de 2003