31.10.08

Todos los santos


Mt 5, 1-12

“Al ver Jesús a las multitudes, subió al monte; se sentó y se le acercaron sus discípulos; y abriendo su boca les enseñaba diciendo:
—Bienaventurados los pobres de espíritu, porque suyo es el Reino de los Cielos.
"Bienaventurados los que lloran, porque serán consolados.
"Bienaventurados los mansos, porque heredarán la tierra.
"Bienaventurados los que tienen hambre y sed de justicia, porque quedarán saciados.
"Bienaventurados los misericordiosos, porque alcanzarán misericordia.
"Bienaventurados los limpios de corazón, porque verán a Dios.
"Bienaventurados los pacíficos, porque serán llamados hijos de Dios.
"Bienaventurados los que padecen persecución por causa de la justicia, porque suyo es el Reino de los Cielos.
"Bienaventurados cuando os injurien, os persigan y, mintiendo, digan contra vosotros todo tipo de maldad por mi causa. Alegraos y regocijaos, porque vuestra recompensa será grande en el cielo”.

Al oir estas palabras del Señor e imaginándonos la escena –Jesús ante un numeroso grupo que le escucha, mientras Él con paciencia, pero con mucha fuerza, va detallando cómo han de ser los santos–, no podemos sino afirmar su deseo grande de que muchos encuentren una felicidad plena, completa. Ese "Bienaventurados", que repite una y otra vez, parece contener su deseo de vernos colmados, definitivamente satisfechos para siempre. El común destino –la Bienaventuranza– que aguarda a los que demuestren ser suyos en las diversas circunstancias que Jesús va desgranando, es una tal felicidad y satisfacción, según sugiere la reiterada repetición de una única palabra, que no es posible pensar en nada mejor.

La bienaventuranza es el Cielo, ese estado perfecto para el que hemos sido pensados por Dios, Nuestro Señor y Padre amorosísimo. En el Cielo nos desea Dios que, en su Amor, quiere lo mejor para el hombre, la intimidad con Él mismo. Pues, siendo Él Amor, no nos ofrece un bien de grandes proporciones, sino su misma perfección absoluta. Es evidente que no tenemos capacidad para imaginar el Cielo. En efecto, como concluye el Apóstol: Ni ojo vio, ni oído oyó, ni pasó por el corazón del hombre, las cosas que preparó Dios para los que le aman.

Resulta desde luego paradójico, como hemos leído en el evangelio, que por lo adverso se llegue a la más completa y eterna felicidad. No es así como nos organizamos de ordinario en este mundo. De hecho, suele entenderse la plenitud humana como un acumular satisfacciones y, a ser posible, que sean variadas y abundantes: a más satisfacciones, más felicidad, pensamos. Sin embargo, el Señor insiste en que la plenitud propia de los hombres no está en eso. Consiste más bien, repite una y otra vez, en el desprendimiento de los bienes materiales, porque no son nuestro fin; en la limpieza de corazón, para amar dignamente a los demás, libres de otras compensaciones; en sufrir con paciencia la adversidad, de un ambiente que con frecuencia es ajeno a Dios; en conservar la paz, cuando sería más fácil recurrir a la violencia; en ser menospreciados, por permanecer leales a la fe...

Todo esto exige esfuerzo por parte del cristiano: renunciar a ese planteamiento de la vida que busca sencillamente el confort a corto plazo y contempla al hombre como un ser sólo de este mundo. Exige, en fin, del discípulo de Cristo, una confianza absoluta en su Señor, que le asegura eso: la Bienaventuranza, pero a través de objetivos costosos. Como diría un místico: per aspera ad astra, a lo más esplendoroso se llega a través de lo difícil.

Ahora, cerca de la fiesta de Todos los Santos, meditamos en esta paradójica lección del Señor, encomendándonos a la protección de aquellos que ya alcanzaron la meta; para que, como a los santos, la confianza en Dios nos anime a perder el miedo a lo que cuesta y Él espera. Conoce de sobra nuestro Dios la flaqueza de sus hijos y nuestra tendencia a buscar caprichosamente pequeños deleites inmediatos. Más aún, sabe que, aunque queramos, somos incapaces, sin su ayuda, de vivir el ideal de generosidad que nos propone. Pero con Él sí. Sabiéndonos hijos pequeños de un Padre Todopoderoso y Bueno, y comportándonos como tales, nada nos es imposible. Hasta los errores, las infidelidades, los pecados, incluso los más graves, si nos arrepentimos sinceramente, encuentran el perdón en el corazón de nuestro Dios y Padre, y pueden ser para sus hijos la ocasión de grandes virtudes por su Gracia.

Como Maestro, sabe que enseña algo en cierta medida nuevo para el hombre, revolucionario diríamos hoy. Ese afán de muchos por disfrutar a base de no tener problemas y gozar al máximo de estímulos placenteros, no es propiamente, ni puede ser, la causa de la verdadera felicidad en los hombres, que estamos hechos para bastante más. Estamos pensados, para la Bienaventuranza, la felicidad completa, definitiva, que no se puede perder una vez lograda, y es la mayor posible para cada persona. Pero, en todo caso, ya sabemos que no tenemos capacidad para imaginarnos el Cielo...: Dios mismo colmando amorosamente nuestra pequeñez.

Jesucristo, que nos habla del Cielo, animándonos a la Bienaventuranza a la que hemos sido destinados –vale la pena insistir en ello– por el amor que Dios nos tiene, Él mismo nos indica el camino. Es el camino recorrido ya por la multitud de los santos, que nos han precedido y hoy celebramos. Un camino transitado muchas veces, en las más variadas circunstancias y por personas de toda condición. También hoy tenemos cada uno nuestro propio camino hasta el Cielo, que seremos capaces de recorrer con la ayuda de Dios.

A Santa María, Madre nuestra y Reina de todos los santos, nos encomendamos. Para que guíe nuestros pasos hasta la Eterna Bienaventuranza. Así hacen las madres de la tierra con sus pequeños, que los observan y animan con amor mientras caminan, y los socorren si hace falta en sus tropiezos
"La mejor manera de aprovechar el tiempo es no perdiéndolo".

Anónimo.

La Reina










"Tres palabras que no están en el vocabulario de una Reina: no me apetece".

La tarea urgente de la educación

Carta del Papa sobre la tarea urgente de la educación

A la diócesis de Roma

Queridos fieles de Roma:

He querido dirigirme a vosotros con esta carta para hablaros de un problema que vosotros mismos experimentáis y en el que están comprometidos los diferentes componentes de nuestra Iglesia: el problema de la educación. Todos nos preocupamos profundamente por el bien de las personas que amamos, en particular de nuestros niños, adolescentes y jóvenes. Sabemos, de hecho, que de ellos depende el futuro de nuestra ciudad. Debemos, por tanto, preocuparnos por la formación de las futuras generaciones, por su capacidad de orientarse en la vida y de discernir el bien del mal, por su salud no sólo física sino también moral.

Ahora bien, educar nunca ha sido fácil, y hoy parece ser cada vez más difícil. Lo saben bien los padres de familia, los maestros, los sacerdotes y todos los que tienen responsabilidades educativas directas. Se habla, por este motivo, de una gran «emergencia educativa», confirmada por los fracasos que encuentran con demasiada frecuencia nuestros esfuerzos por formar persona sólidas, capaces de colaborar con los demás, y de dar un sentido a la propia vida. Entonces se echa la culpa espontáneamente a las nuevas generaciones, como si los niños que hoy nacen fueran diferentes a los que nacían en el pasado. Se habla, además de una «fractura entre las generaciones», que ciertamente existe y tiene su peso, pero es más bien el efecto y no la causa de la falta de transmisión de certezas y de valores.

Por tanto, ¿tenemos que echar la culpa a los adultos de hoy que ya no son capaces de educar? Ciertamente es fuerte la tentación de renunciar, tanto entre los padres como entre los maestros, y en general entre los educadores, e incluso se da el riesgo de no comprender ni siquiera cuál es su papel o incluso la misión que se les ha confiado. En realidad, no sólo están en causa las responsabilidades personales de los adulos y de los jóvenes, que ciertamente existen y no deben esconderse, sino también un ambiente difundido, una mentalidad y una forma de cultura que llevan a dudar del valor de la persona humana, del significado mismo de la verdad y del bien, en última instancia, de la bondad de la vida. Se hace difícil, entonces, transmitir de una generación a otra algo válido y cierto, reglas de comportamiento, objetivos creíbles sobre los que se puede construir la propia vida.

Queridos hermanos y hermanas de Roma: ante esta situación quisiera deciros algo muy sencillo: ¡No tengáis miedo! Todas estas dificultades, de hecho, no son insuperables. Son más bien, por así decir, la otra cara de la moneda de ese don grande y precioso que es nuestra libertad, con la responsabilidad que justamente implica. A diferencia de lo que sucede en el campo técnico o económico, en donde los progresos de hoy pueden sumarse a los del pasado, en el ámbito de la formación y del crecimiento moral de las personas no se da una posibilidad semejante de acumulación, pues la libertad del hombre siempre es nueva y, por tanto, cada persona y cada generación tiene que tomar nueva y personalmente sus decisiones. Incluso los valores más grandes del pasado no pueden ser simplemente heredados, tienen que ser asumidos y renovados a través de una opción personal, que con frecuencia cuesta.

Ahora bien, cuando se tambalean los cimientos y faltan las certezas esenciales, la necesidad de esos valores se siente de manera urgente: en concreto, aumenta hoy la exigencia de una educación que sea realmente tal. La piden los padres, preocupados y con frecuencia angustiados por el futuro de sus hijos; la piden tantos maestros, que viven la triste experiencia de la degradación de sus escuelas; la pide la sociedad en su conjunto, que ve cómo se ponen en duda las mismas bases de la convivencia; la piden en su intimidad los mimos muchachos y jóvenes, que no quieren quedar abandonados ante los desafíos de la vida. Quien cree en Jesucristo tiene, además, un ulterior y más intenso motivo para no tener miedo: sabe que Dios no nos abandona, que su amor nos alcanza allí donde estamos y como estamos, con nuestras miserias y debilidades, para ofrecernos una nueva posibilidad de bien.

Queridos hermanos y hermanas: para hacer más concretas mis reflexiones puede ser útil encontrar algunos requisitos comunes para una auténtica educación. Ante todo, necesita esa cercanía y esa confianza que nacen del amor: pienso en esa primera y fundamental experiencia del amor que hacen los niños, o que al menos deberían hacer, con sus padres. Pero todo auténtico educador sabe que para educar tiene que dar algo de sí mismo y que sólo así puede ayudar a sus alumnos a superar los egoísmos para poder, a su vez, ser capaces del auténtico amor.

En un niño pequeño ya se da, además, un gran deseo de saber y comprender, que se manifiesta en sus continuas preguntas y peticiones de explicaciones. Ahora bien, sería una educación sumamente pobre la que se limitara a dar nociones e informaciones, dejando a un lado la gran pregunta sobre la verdad, sobre todo sobre esa verdad que puede ser la guía de la vida.
El sufrimiento de la verdad también forma parte de nuestra vida. Por este motivo, al tratar de proteger a los jóvenes de toda dificultad y experiencia de dolor, corremos el riesgo de criar, a pesar de nuestras buenas intenciones, personas frágiles y poco generosas: la capacidad de amar corresponde, de hecho, a la capacidad de sufrir, y de sufrir juntos.

De este modo, queridos amigos de Roma, llegamos al punto que quizá es el más delicado en la obra educativa: encontrar el equilibrio adecuado entre libertad y disciplina. Sin reglas de comportamiento y de vida, aplicadas día tras día en pequeñas cosas, no se forma el carácter y no se prepara para afrontar las pruebas que no faltarán en el futuro. La relación educativa es ante todo el encuentro entre dos libertades y la educación lograda es una formación al uso correcto de la libertad. A medida en que va creciendo el niño, se convierte en un adolescente y después un joven; tenemos que aceptar por tanto el riesgo de la libertad, permaneciendo siempre atentos a ayudar a los jóvenes a corregir ideas o decisiones equivocadas. Lo que nunca tenemos que hacer es apoyarle en los errores, fingir que no los vemos, o peor aún compartirlos, como si fueran las nuevas fronteras del progreso humano.

La educación no puede prescindir del prestigio que hace creíble el ejercicio de la autoridad. Ésta es fruto de experiencia y competencia, pero se logra sobre todo con la coherencia de la propia vida y con la involucración personal, expresión del amor auténtico. El educador es, por tanto, un testigo de la verdad y del bien: ciertamente él también es frágil, y puede tener fallos, pero tratará de ponerse siempre nuevamente en sintonía con su misión.

Queridos fieles de Roma, de estas simples consideraciones se ve cómo en la educación es decisivo el sentido de responsabilidad: responsabilidad del educador, ciertamente, pero también, en la medida en que va creciendo con la edad, responsabilidad del hijo, del alumno, del joven que entra en el mundo del trabajo. Es responsable quien sabe dar respuestas a sí mismo y a los demás. Quien cree busca, además y ante todo responder a Dios, que le ha amado antes.

La responsabilidad es, en primer lugar, personal; pero también hay una responsabilidad que compartimos juntos, como ciudadanos de una misma ciudad y de una misma nación, como miembros de la familia humana y, si somos creyentes, como hijos de un único Dios y miembros de la Iglesia. De hecho, las ideas, los estilos de vida, las leyes, las orientaciones globales de la sociedad en que vivimos y la imagen que ofrece de sí misma a través de los medios de comunicación, ejercen una gran influencia en la formación de las nuevas generaciones, para el bien y con frecuencia también para el mal. Ahora bien, la sociedad no es algo abstracto; al final somos nosotros mismos, todos juntos, con las orientaciones, las reglas y los representantes que escogemos, si bien los papeles y la responsabilidad de cada uno son diferentes. Es necesaria, por tanto, la contribución de cada uno de nosotros, de cada persona, familia o grupo social para que la sociedad, comenzando por nuestra ciudad de Roma se convierta en un ambiente más favorable a la educación.

Por último quisiera proponeros un pensamiento que he desarrollado en la reciente carta encíclica «Spe salvi» sobre la esperanza cristiana: sólo una esperanza fiable puede ser alma de la educación, como de toda la vida. Hoy nuestra esperanza es acechada por muchas partes y también nosotros corremos el riesgo, como los antiguos paganos, hombres «sin esperanza y sin Dios en este mundo»¸ como escribía el apóstol Pablo a los cristianos de Éfeso (Efesios 2, 12). De aquí nace precisamente la dificultad quizá aún más profunda para realizar una auténtica obra educativa: en la raíz de la crisis de la educación se da, de hecho, una crisis de confianza en la vida.

Por tanto, no puedo terminar esta carta sin una calurosa invitación a poner en Dios nuestra esperanza. Sólo Él es la esperanza que resiste a todas las decepciones; sólo su amor no puede ser destruido por la muerte; sólo la justicia y la misericordia pueden sanar las injusticias y recompensar los sufrimientos padecidos. La esperanza que se dirige a Dios no es nunca esperanza sólo para mí, al mismo tiempo es siempre esperanza para los demás: no nos aísla, sino que nos hace solidarios en el bien, nos estimula a educarnos recíprocamente en la verdad y el amor.

Os saludo con afecto y os garantizo un especial recuerdo en la oración, mientras os envío a todos mi bendición.

Vaticano, 21 de enero de 2008

BENEDICTUS PP. XVI

25.10.08

Más allá

Cuando das sin esperar
cuando quieres de verdad
cuando brindas perdón
en lugar de rencor
hay paz en tu corazón.

Cundo sientes compasión
del amigo y su dolor
cuando miras la estrella
que oculta la niebla
hay paz en tu corazón.

Más alla del rencor
de las lágrimas y el dolor
brilla la luz del amor
dentro de cada corazón.
Ilusión, Navidad
pon tus sueños a volar
siembra paz
brinda amor
que el mundo entero pide más.

Cuando brota una oración
cuando aceptas el error
cuando encuentras lugar
para la libertad
hay una sonrisa más.

Cuando llega la razón
y se va la imcomprensión
cuando quieres luchar
por un ideal
hay una sonrisa más.

Hay un rayo de sol
a través del cristal,
hay un mundo mejor
cuando aprendes a amar.

Más alla del rencor
de las lágrimas y el dolor
brilla la luz del amor
dentro de cada corazón.

Cuando alejas el temor
y prodigas tu amistad
cuando a un mismo cantar
has unido tu voz
hay paz en tu corazón.

Cuando buscas con ardor
y descubres tu verdad
cuando quieres forjar
un mañana mejor
hay paz en tu corazón.

Más alla del rencor
de las lágrimas y el dolor
brilla la luz del amor
dentro de cada corazón.
Ilusión, Navidad
pon tus sueños a volar
siembra paz
brinda amor
que el mundo entero pide más

Fuente: musica.com

Gloria Estefan

Generosidad

1

Mt 22, 34-40

2

16 de febrero de 1932: + Hace unos días que estoy bastante acatarrado, y eso era ocasión para que mi falta de generosidad con mi Dios se manifestara, aflojando en la oración y en las mil pequeñas cosas que un niño —y más un niño burro— puede ofrecer a su Señor cada día. Yo me venía dando cuenta de esto y de que daba largas a ciertos propósitos de emplear mayor interés y tiempo en las prácticas de piedad, pero me tranquilizaba con el pensamiento: más adelante, cuando estés fuerte, cuando se arregle mejor la situación económica de los tuyos... ¡entonces! —Y hoy, después de dar la sagrada Comunión a las monjas, antes de la santa Misa, le dije a Jesús lo que tantas y tantas veces le digo de día y de noche: [...] “te amo más que éstas”. Inmediatamente, entendí sin palabras: “obras son amores y no buenas razones”. Al momento vi con claridad lo poco generoso que soy, viniendo a mi memoria muchos detalles, insospechados, a los que no daba importancia, que me hicieron comprender con mucho relieve esa falta de generosidad mía. ¡Oh, Jesús! Ayúdame, para que tu borrico sea ampliamente generoso. ¡Obras, obras!

3

Nos encontramos por el hall del edificio principal del colegio. Le pregunto: “¿Qué necesitas?”

Responde: “Yo no necesito nunca nada. Yo sólo doy”.

4

Estamos en la cultura del yo: concentrado sobre sí mismo, y rompiendo lo que es la persona humana; porque en cambio, cuanto más nos centramos en los demás, más les comprendemos.

Allí donde hay un gran “yo”, hay cada vez “tus” más pequeños (y más psiquiatras, de paso). ¿Dónde está la salida a este gran problema? En la medida en que la persona se despreocupa de sí, se preocupa del otro; si hacemos crecer a las personas que nos rodean, nosotros crecemos con ellas. Si ponemos a los demás por debajo del yo, el yo acabará siendo enfermizo.

(A. Polaino, ABC 24/11/05).


5

Condal.

Entrenador del equipo de fútbol.

Cada mes cobra un “sueldo”. Y cada mes lo daba para el Club.

Proponen “no pagarle”. Y dice que no: quiere cobrar y darlo.

6

Noticia del Marca 25/10/08

Rafa Nadal. Entrega a una fundación el último premio que ha ganado (50.000 euros).

7

Proverbio.

“El que se contempla a sí mismo, no resplandece”.

8

Dice una antigua leyenda china que un discípulo preguntó al Maestro: “¿Cuál es la diferencia entre el cielo y el infierno?” El maestro le respondió: “Es muy pequeña, sin embargo tiene grandes consecuencias. Ven te mostraré una imagen de cómo es el infierno”. Entraron en una habitación donde un grupo de personas estaba sentado alrededor de un gran recipiente con arroz. Todos estaban desesperados y hambrientos. Cada uno tenía una cuchara tomada fijamente desde su extremo, que llegaba hasta la olla. Pero cada cuchara tenía un mango tan largo que no podían llevársela a la boca. La desesperación y el sufrimiento eran terribles. Ven, dijo el Maestro después de un rato. Ahora te mostraré una imagen de cómo es el cielo. Entraron en otra habitación, también con una olla de arroz. Había otro grupo de gente, las mismas cucharas largas… pero allí todos estaban felices y alimentados. “¿Por qué están tan felices aquí, mientras son desgraciados en la otra habitación, si todo es lo mismo?” Como las cucharas tienen el mango muy largo, no pueden llevar comida a su propia boca. En una habitación están todos desesperados en su egoísmo, y en la otra han aprendido a ayudarse unos a otros.

20.10.08

Empeño en cumplir nuestra misión

Hola !!!!

je,je, lo que me he reido con tu email! pues buenas noticias! se nota que

teneis los labios bien pelados y las rodillas tambien porque HA P INGA

COMO SUP!!!!!!!! Y TAMBIEN HA P COMO NUM DARTA DE LETONIA!!!!!. Ahora te voy a pedir PLEASE PLEASSE PLEASE pelaros los labios y rodillas bien intensivo por Viktorija!!!! sus padres le estan haciendo presion, pero ella va muy bien y de aqui A FINAL DE NOVIEMBRE...!!! Confio en ti y en tus rodillas!!! Como te va todo por ahi? yo tambien rezo mil!

potes

P.D. Mireia ya esta muy lituana, ha empezado los cursos y hace mucho

deporte, esta ya haciendo gestiones para meterse en la universidad!

Nax estaba en Castelldaura, año 73. Fue a Tc a comenzar, y nP le dijo:

"Como toda obra que empieza saldrá adelante si pones cariño, garbo humano y si rezas mucho''.

La falta de espíritu aguerrido camuflado de falsas humildades: 'hago lo que me dicen'.

Hemos de ser sanamente autónomos e independientes.

Resignarse

Aceptar

Querer

Amar

Nuestro Padre a D. José María Hernández de Garnica: “¿Te hace ilusión ir de Consiliario a Francia?” No. Pero la pondré.

Ilusión es empeño. El empeño por negociar.

Mentalidad empresarial: espíritu de autónomo con la escalera a cuestas.

Los grandes peligros: el cansancio. La objetividad. El estar de vuelta.

El peligro de ir por la vida pensando que estoy para otra cosa (la mística ojalatera).

El éxito de mi vida está en el sí a Dios permanentemente sostenido.

Caer en la cuenta de que la grandeza de hacer el Opus Dei en el Líbano o en Teruel es la misma.

Cómo ser más conscientes de que la Iglesia necesita mi espíritu aguerrido... Parece que todo está muy rodado.

18.10.08

Unidad de vida

Si los cristianos viviéramos de veras conforme a nuestra fe, se produciría la más grande revolución de todos los tiempos... ¡La eficacia de la corredención depende también de cada uno de nosotros! Medítalo (Surco, 945).

El auténtico cristiano no es una persona de doble vida, que triunfa en algunos aspectos a costa de otros. En el Evangelio, encontramos que el Señor critica precisamente esta doble vida de los escribas y fariseos, que enseñan lo que no practican (cfr. Mt 23, 1-36). Por el contrario, la unidad de vida se alcanza cuando se lucha por cumplir los deberes con Dios (mandamientos, frecuencia de sacramentos) y con los hombres (relaciones familiares, de amistad, sociales, laborales): "dad al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios" (Mt 22, 21).

XX, no te olvides de tu identidad, que eres encargada de XX de e.p.

Grito oído desde el confesionario un viernes por la tarde, algo caótico.

“El hombre honrado y cabal es el hazmerreír. Lo propio de la sabiduría de este mundo es ocultar con artificios lo que siente el corazón, velar con las palabras lo que uno piensa, presentar como falso lo verdadero, y lo verdadero como falso. La sabiduría de los hombres honrados, por el contrario, consiste en evitar la ostentación y el fingimiento, en manifestar con sus palabras su interior, en amar lo verdadero tal cual es, en evitar lo falso, en hacer el bien gratuitamente, en tolerar el mal de buena gana, antes que hacerlo; en no quererse vengar de las injurias, en tener como ganancia los ulrajes sufridos por causa de la justicia. Pero esta honradez es el hazmerreír, porque los sabios de este mundo consideran una tontería la virtud de la integridad. Ellos tienen por necedad el obrar con rectitud, y la sabiduría según la carne juzga una insensatez toda obra conforme a la verdad”

(San Gregorio Magno, De los tratados morales).

Las tres imágenes que proyectamos sobre nosotros mismos han de coincidir:

- La que tienen nuestros padres.

- La que tienen nuestros amigos.

- La que tienen nuestros profesores.

El bien que podemos hacer a la gente, portándonos como Dios quiere. El caso de Jessica.

Le pregunta a una amiga suya porqué no va a fiestas. Le explica porqué. Y la otra le cuenta que ha abortado.

Muchas de las enfermedades de la personalidad adolescente tienen como causa la mediocridad y la ia.

Gynt –escribe el dramaturgo noruego Ibsen sobre uno de sus personajes- se parece a una cebolla que se va desmoronando sin llegar nunca a un punto sólido. La vida para él no consistía más que en una sucesión de meses y años que el viento se lleva, sin llegar nunca a un punto resistente. El único epitafio que se podría grabar en la losa de su tumba sería este: “aquí no yace nadie”.

Alguien ha podido decir que los Peter Gynt pueblan la tierra y la cubren por doquier de campos de cebollas”.

A. Llano, La vida lograda, p. 84.

16.10.08

Camino

COMENTARIO EN ACEPRENSA A LA PELÍCULA Camino

Ana Sánchez de la Nieta

Director: Javier Fesser
Guión: Javier Fesser. Intérpretes: Nerea Camacho, Carmen Elías, Mariano Venancio. Manuela Vergés. 143 min. Adultos. (V)

Fecha: 24 Septiembre 2008

Camino es una niña de 11 años guapa, alegre e imaginativa. Vive en Madrid y estudia en un colegio de monjas. Un día comienza a sufrir fuertes dolores de espalda y, poco tiempo después, le diagnostican un gravísimo tumor.

La película recorre los últimos días de vida de Camino, que se debaten entre el mundo tenebroso que representa su madre, una mujer de fe que pertenece al Opus Dei, y la esperanza que le producen tanto el cariño incondicionado de su padre como su enamoramiento por un chico al que acaba de conocer.

Javier Fesser cambia de registro para narrar una historia dramática con un fondo muy amargo de crítica religiosa. En el fondo, el cambio de registro es relativo porque Fesser, al igual que en El milagro de P. Tinto o La gran aventura de Mortadelo y Filemón, sigue instalado en la caricatura, aunque haya declarado que ha hecho una radiografía.

El problema es que el material del que parte Fesser no es un personaje de ficción sino una persona real: Alexia González-Barros, una chica madrileña que falleció a los 14 años después de una dolorosa enfermedad y que actualmente está en proceso de canonización.

Desde su óptica, que él mismo define de “ateo practicante”, Fesser ha hecho una peculiar adaptación de las tres biografías que existen sobre Alexia González-Barros. De estas biografías ha recogido datos, anécdotas y hechos reales que ha troceado, censurado y deformado para construir la parodia que buscaba. Una caricatura que afecta sobre todo a la familia(una madre obsesiva, una hermana sin voluntad propia y un padre tan bondadoso como pusilánime), al Opus Dei (presentado como una institución retrógrada y machista formada por cortos mentales) y, en definitiva, a la Iglesia católica y a su doctrina. El mensaje en ese sentido es claro: Dios no existe y quienes creen en Él y valoran realidades como la oración, el sacrificio o la vida eterna son, o unos malvados, o unos ilusos.La propuesta cinematográfica de Fesser no funciona por varios motivos; la película es larga y deslavazada (a ratos uno se olvida de que está en el cine y parece estar ante una serie de televisión), la trama avanza a trompicones y al realizador madrileño le cuesta un triunfo terminar la historia. La cinta cuenta con unas buenas interpretaciones, especialmente la de la niña Nerea Camacho, y es muy emotiva. Juega en su contra una enfática y sensiblera música y una presentación hiperrealista –cruenta– de las intervenciones quirúrgicas (hay escenas simplemente insoportables).

Por otra parte, la beligerancia de Fesser hace un flaco servicio a una película que, a pesar de su base real, resulta poco creíble, tanto por el dibujo maniqueo de algunos personajes –construidos con un solo registro–,como por la caprichosa y deficiente ambientación o algunas curiosas decisiones de casting (¿por qué a Alexia le llama la atención un niño tan llamativamente infantil?). En algunas escenas la saña de los ataques y lo burdo del esperpento causan vergüenza ajena. A pesar de su abultado presupuesto (5 millones de euros), la película, que se presentó en la Sección Oficial del Festival de San Sebastián, no convenció al Jurado y no se llevó ningún premio.

A película vista se entiende –aunque sigue resultando triste y rastrero este modo de proceder– que Fesser no haya querido en ningún momento ponerse en contacto con la familia González-Barros. Para insultar y calumniar no se suele pedir permiso. El problema es el precedente que puede sentar una película como esta, que, para criticar unas ideas y unas instituciones, irrumpe a patadas en la tragedia de una familia.

Camino

"Caminos de concordia"



Publicado el 12 de octubre en "Diario de Noticias"

Artículo a propósito de la película "Camino"

Juan Manuel Mora, vicerrector de Comunicación


El Código Da Vinci

En mayo de 2006 se estrenó la versión cinematográfica de El Código Da Vinci, en medio de un gran despliegue publicitario. Durante los tres años anteriores, la novela de Dan Brown había vendido millones de copias y constituyó un fenómeno editorial de grandes dimensiones.

La trama del Código posee los típicos elementos del thriller: acción, intriga, misterio. El relato de Dan Brown tiene un punto de partida: desde el siglo IV, la Iglesia habría ocultado la verdad sobre Jesucristo, destruido los verdaderos evangelios y negado que Jesús tuvo descendencia con la Magdalena. A lo largo de la historia sólo algunos “illuminati” llegaban al conocimiento de la verdad, mientras que la Iglesia oficial intentaba impedirlo por todos los medios. En nuestros días, el “brazo armado” con el que la Iglesia persigue a los iluminados sería el Opus Dei, que en la novela aparece como organización criminal y sin escrúpulos.

Uno de los aspectos más relevantes de El Código Da Vinci es su forma de mezclar ficción y realidad. En efecto, la trama utiliza elementos reales (nombres, fechas, lugares), y los combina con otros de ficción. Esto no tiene nada de extraño, si quedase claro mediante un correcto “pacto de lectura”. Pero Dan Brown utiliza una calculada ambigüedad, las fronteras se difuminan y el lector al final no sabe a qué atenerse. Este recurso tampoco tendría más trascendencia, si no fuese porque Brown pone nombre y apellidos reales a sus mafias inventadas. De ese modo, la mezcla de ficción y realidad se vuelve explosiva.

Según los resultados de una encuesta realizada en Gran Bretaña, casi dos tercios de los lectores del Código creían que el contenido de la novela era cierto (y por tanto, que los evangelios eran falsos, que Jesús tuvo hijos con la Magdalena, etc.).

Con estos datos, no es de extrañar que la controversia que se planteó alrededor del Código ocupase amplio espacio en los medios de comunicación de numerosos países. En el centro del debate se encontraba el tema de la responsabilidad de los autores de obras de ficción. Con sus trabajos crean estereotipos, originan movimientos de opinión y provocan emociones. Los periodistas también lo hacen, pero el trabajo de los informadores es juzgado con otros parámetros: no pueden mezclar ficción y realidad, ni acusar sin fundamento.

En definitiva, los problemas planteados por el Código venían a recordar que la libertad de expresión, la libertad de creación, la libertad de crítica, propias de las sociedades democráticas, son compatibles con la responsabilidad y con el respeto mutuo.


El Código de Fesser

El caso de Camino es distinto de El Código Da Vinci, pero existen algunas semejanzas: trata también asuntos que afectan a la Iglesia y a los católicos; el malo de la película tiene nombre y apellidos; y mezcla ficción y realidad de forma potencialmente explosiva.

Camino se inspira en la vida de Alexia González-Barros (www.alexiagb.org), adolescente madrileña que falleció de cáncer en 1985, con apenas 15 años. La Archidiócesis de Madrid ha iniciado su causa de canonización. Alexia fue tratada de su enfermedad en la Clínica de la Universidad de Navarra, donde transcurrió largos meses, rodeada del cariño de sus padres y hermanos y de la atención del personal sanitario. Después de 1985 fallecieron también sus padres. Actualmente viven cuatro hermanos.

A partir de la vida de Alexia se construye el guión. En síntesis, la película mantiene el envoltorio, pero modifica totalmente la sustancia: parece verdadera, pero es pura ficción. En la imaginación de los autores, Alexia es una niña que vive en un ambiente opresivo, creado por el Opus Dei y encarnado de forma muy aguda en la figura de la madre. Toda la historia del dolor de Alexia y del afecto de su familia está convertida en algo completamente distinto, en un caso de fanatismo religioso, atrofia de sentimientos y actitud masoquista ante el dolor. En el trasfondo, emerge una intención perversa: el Opus Dei pretendería aprovechar la enfermedad de la niña para construir una causa de canonización, con fines de proselitismo.

Cualquier persona normal que vea la película siente, como han dicho los críticos, una patada en el estómago, un choque emocional, un rechazo radical, una experiencia perturbadora e inolvidable. No puede ser de otra manera: un creyente, un católico, un miembro del Opus Dei sienten la misma repugnancia ante la falta de humanidad que narra la película.

De acuerdo con las declaraciones de los que han intervenido, el guión está escrito desde la increencia. El director ha declarado en diferentes ocasiones que no comparte la visión religiosa de la vida y no comprende la actitud cristiana ante la muerte. Quizá por esa razón, los personajes que aparecen en la película como creyentes son malos sin mezcla de virtud; y los que no tienen fe son buenos sin sombra de defecto. El resultado es un cuadro en blanco y negro, un enfoque que algunos han calificado de maniqueo, y que no fomenta precisamente la tolerancia.

La orientación religiosa de los autores merece todo el respeto. Sin embargo, no sería honrado silenciar un grave problema moral que plantea la película: Camino, como El Código Da Vinci, mezcla realidad y ficción, o más bien presenta la ficción como si fuera historia. Los espectadores salen de la proyección convencidos de que han visto algo que ha sucedido realmente. Por eso la repulsión de los espectadores es doble: les impresiona el relato y les horroriza pensar que es verdadero.

La familia ya ha expresado su dolor por el tratamiento que se hace de sus personas queridas. No es difícil imaginar los sentimientos de los hijos, cuando vean la imagen de su madre maltratada en las salas de cine de toda España. El Opus Dei ha publicado también una breve declaración, donde recuerda que, en esta película, cualquier parecido con la realidad es pura coincidencia. Tampoco es difícil imaginar los sentimientos de quien se ve retratado de forma repulsiva.


Cambio de paradigma

El Código de Brown y el Camino de Fesser confirman, cada uno a su modo, que es difícil explicar y no es fácil entender la experiencia religiosa en un mundo que vive como si Dios no existiese. De hecho, algunos quieren ver en estos ejemplos la expresión de un choque de culturas entre el Vaticano y Hollywood, entre los católicos y la sociedad secularizada.

El paradigma del “choque de civilizaciones” se ha extendido en el ámbito de la política internacional, con consecuencias muy negativas. Aplicar ese mismo esquema a la “cuestión religiosa” de las sociedades occidentales, puede incrementar los niveles de agresividad. Basta ver algunos blogs donde ciertos partidarios del Camino de Fesser escriben que ya era hora de sacudir duro a esta Iglesia de pedófilos y ladrones; y donde ciertos adversarios responden con insultos simétricos.

En nuestro país, las controversias suelen ser subidas de tono. Algunos programas de televisión y algunos debates parlamentarios recuerdan aquellos chistes de Mingote, donde se ve a dos hombres primitivos “iniciar conversaciones”, con el garrote preparado detrás de la espalda. Por desgracia, esto sucede también en las controversias religiosas. Con frecuencia, las discusiones están contaminadas de la dialéctica política, por la cual, si yo quiero ganar, tú tienes que perder (las elecciones, las votaciones). En realidad, los términos de un debate de tema religioso deberían ser muy distintos: yo no gano si tú pierdes; sólo gano si me explico, si te entiendo, si me entiendes.

En otras democracias, la religión es un elemento transversal, común a personas que simpatizan con formaciones políticas de todas las tendencias. Esta transversalidad es muy saludable para la religión y para la política, y libera los debates religiosos de la dialéctica de la confrontación. En esas condiciones, el paradigma del conflicto puede ser sustituido por el del diálogo.

Otro aspecto interesante de El Código Da Vinci fue las reacciones que provocó entres los cristianos. Cuando alguien siente un golpe, tiene dos reacciones instintivas: encogerse y defenderse. En este caso, ante lo que se percibe como un golpe moral (un retrato falso e injusto), el instinto llevaría a cerrarse y a enfadarse. Sin embargo, la reacción común de los católicos ante el Código Da Vinci fue abierta y serena.

En primer lugar, abierta. Ante una ficción que es falsa no hay más respuesta que la realidad: “ven y verás”. Decía Mark Twain que cuando la verdad está todavía calzándose las botas, la mentira ya ha dado la vuelta al mundo. La mentira corre mucho, pero se desmiente sola. La verdad se impone por sí misma, sin gritos ni violencia, sino por su propia fuerza interior. Por eso, la respuesta más acertada es abrir las puertas y ofrecer información.

Y en segundo lugar, serena. Dos no pelean si uno no quiere. Ante un retrato injusto, es importante mantener la capacidad de diálogo, sin adoptar actitudes defensivas ni victimistas. Para romper el paradigma de la confrontación, hay que responder con respeto, también a quien consideramos que no nos respeta.

Insisto en que estas consideraciones se escriben desde la convicción de la importancia de la libertad de expresión, de la libertad creativa y de la libertad de crítica. Las personas y las instituciones con dimensión pública han de asumir con humildad sus errores y aceptar el público escrutinio. Pero todos tienen derecho a ser criticados con veracidad y respeto.

Una escritora africana define la madurez como la capacidad de darse cuenta de que podemos herir a los demás. La madurez ayuda a recorrer juntos caminos de concordia.

(Juan Manuel Mora es autor del libro “La Iglesia, el Opus Dei y el Código Da Vinci”, de próxima aparición)

Amor a/de Dios

El hombre no puede vivir sin amor. Él permanece para sí mismo incomprensible, su vida está privada de sentido si no se le revela el amor, si no se encuentra con el amor, si no lo experimenta y lo hace propio, si no participa en él vivamente.

No teníamos nada... ni nombre... sólo teníamos ideal.

No amamos a nuestros padres? No amaríamos con eterno agradecimiento a un amigo que diese su vida por salvarnos? No querríamos de verdad a un tutor y protector nuestro que nos diera ayuda y nombre y riquezas y consuelo, que caidos nos levantara, desnudos nos vistiera lujosamente, enfermos nos sanara, tristes y solos nos alegrara con su compañía, y tal fuera su poder, muertos nos resucitara? Esto e infinitamente más es y hace con nosotros El Padre, el Hijo y el Espiritu Santo

De nuestro Padre, Notas al decenario, p. 88

Como una madre acaricia a su hijo, así os consolaré yo, os llevaré sobre mi seno y os meceré sobre mis rodillas.

Isaías.

El amor es una cosa muy delicada; es muy fuerte, porque empuja al heroismo, pero muy sensible porque se enfria enseguida con la negligencia y el descuido.

La perseverancia en el amor es cierta perfección del amor mismo, una cualidad que lo avalora y que demuestra su autenticidad. El corazón humano sufre los vaivenes de la vida, está expuesto a la inconstancia porque se apega a lo sensible, que cambia y desaparece; por eso el hombre tiende fácilmente a abandonar la búsqueda de los ideales nobles y altos, que cuestan esfuerzo y exigen perseverancia (EyVC).

Las prisas matan el amor.

Cuando nuestro Padre llegó a Roma, oyó en la estación de trenes que una persona llamaba a un "fachini" (gente que llevaba las maletas a cambio de una propina) "Dottore, dottore". Una persona de la estación les dijo que efectivamente era un "dottore", pero que tenia que sacar adelante la familia...

Nuestro Padre, en Cavabianca, en el año 75, en una tertulia, se lo contó a los del Colegio Romano, explicándoles, que nosotros, por amor a Dios, y a nuestra familia, que es la Obra, teníamos que hacer sacrificios del estilo (Cavabianca se estaba estrenando y había que dedicar muchas horas a trabajar).

El amor es sacrificio.

Toda accion realizada para unirse a Dios en la santa comunion y poder ser bienaventurado es un verdadero sacrificio (San Agustín).

15.10.08

Vision sobrenatural

Mt 11, 25-30


Don Francisco Mas internado después del accidente.

“Que vea con tus ojos Cristo mío, Jesús de mi alma”.

Mis ojos, mis pobres ojos

Que acaban de despertar

Los hiciste para ver,

No solo para llorar.

Haz que sepa adivinar

Entre las sombras de la luz,

Que nunca me ciegue el mal

Ni olvide que existes Tú.

Que cuando llegue el dolor,

Que yo sé que llegará,

No se me enturbie el amor,

Ni se me nuble la paz.

Sostén ahora mi fe

Pues cuando llegue a tu hogar

Con mis ojos te veré

Y mi llanto cesará. Amén (Himno de Laudes).

“Haz que sepa convertir todos los momentos y circunstancias de mi vida en ocasión de amarte”.

Una idea madre: nos sirven más las cosas que aparentemente no van que aquellas otras que van bien. Si esto no se tiene claro, uno se tambalea.

Desterrar las quejas y convertirlas en ocasiones de amar a Dios.

El buen humor. No es un estado de ánimo. Es una manifestación de vida interior. En el jardín de Tor d’Aveia… “hijo mío, dale gracias a Dios porque las vacas no vuelan”.

El cansancio no es una excusa para pensar más en nosotros mismos, sino para buscar al Señor (Mt 11, 25-30).

Sin visión sobrenatural, cuando apartamos la mirada del cielo, nos entra el afán de compensaciones. “Caminante, come, bebe y pásalo bien, que todo lo demás no vale la pena” (inscripción junto a la estatua de Sardanápalo, en Tarso).

“Así como es imposible que el que está en la luz vea tinieblas, así también lo es que el que tiene los ojos puestos en Cristo los fije en cualquier cosa vana” (San Gregorio de Nisa).

“Habéis de tener la mesura, la serenidad, la fortaleza, el sentido de responsabilidad que adquieren muchos a la vuelta de los años, con la vejez. Tendréis todo esto, aunque seáis jóvenes, si no me perdéis el sentido sobrenatural de hijos de Dios, porque Él os dará más que a los viejos, esas condiciones convenientes para hacer vuestra labor de apóstoles”.

San José, maestro de la vida interior. “José se abandonó sin reservas en las manos de Dios, pero nunca rehusó reflexionar sobre los acontecimientos, y así pudo alcanzar del Señor ese grado de inteligencia de las obras de Dios, que es la verdadera sabiduría. De este modo, aprendió poco a poco que los designios sobrenaturales tienen una coherencia divina, que está a veces en contradicción con los planes humanos” (En el taller de José).

4.10.08

Retiro mensual de octubre (par)

X. OCTUBRE

1. AMOR A LA VOCACIÓN. RECOMENZAR. SANTIDAD PERSONAL

La vocación cristiana es don de Dios: elegidos según el previo conocimiento de Dios Padre, mediante la santificación del Espíritu, para obedecer a Jesucristo y ser rociados con su sangre: gracia y paz en abundancia para vosotros (1 Petr 1,1-2).

El tesoro de nuestra vocación a la Obra, para ser santos con el espíritu y los medios del Opus Dei.

Hay como 5 fases en la interiorización de algo que merece la pena (un valor):

- Descubrirlo.
- Aceptarlo.
- Preferirlo.
- Comprometerse con él.
- Organizar la propia vida en función de ese valor.

Santidad personal. El escenario de la santidad. Nuestra vida está ya escrita. Ajustarnos al guión.

La llamada no es única. A lo largo de la vida hay sucesivas llamadas de Dios. Nuestra vida es un diálogo con Dios.

Descubrir las llamadas de Dios.

La vocación del cristiano fundamenta su esperanza: a los que llamó, también los justificó, y a los que justificó también les glorificó (Rom 8,30). Necesidad de la virtud de la esperanza para pedir perdón y para volver a Dios. Ejemplo de San Pedro: flevit amare (Mc 14,72).

Acción del Espíritu Santo en el alma: He oído tu voz, y no quiero endurecerme y resistir, diciendo: después..., mañana. Nunc coepi!¡Ahora! no vaya a ser que el mañana me falte (De nuestro Padre).

"Hágase tu voluntad en la tierra como en el cielo.

En las palabras de esta petición aparecen inmediatamente claras dos cosas: existe una voluntad de Dios con nosotros y para nosotros que debe convertirse en el criterio de nuestro querer y de nuestro ser. Y también: lacaracterística del «cielo» es que allí se cumple indefectiblemente la voluntad de Dios o, con otras palabras, que allí donde se cumple la voluntad de Dios, está el cielo. La esencia del cielo es ser una sola cosa con la voluntad de Dios, la unión entre voluntad y verdad. La tierra se convierte en «cielo» si y en la medida en que en ella se cumple la voluntad de Dios, mientras que es solamente «tierra», polo opuesto del cielo, si y en la medida en que se sustrae a la voluntad de Dios. Por eso pedimos que las cosas vayan en la tierra como van en el cielo, que la tierra se convierta en «cielo»" (Benedicto XVI, Jesús de Nazaret).

Recomenzar muchas veces al día (cfr. Forja, n. 119). No sólo después de descubrir una falta de delicadeza concreta con el Señor, sino también cuando notamos una cierta tibieza o acostumbramiento en la lucha, o que el Señor nos pide más: sanctus sanctificetur adhuc (Apoc 22,11). En cosas concretas: el cumplimiento de una Norma, un tiempo de estudio o trabajo, una reunión en familia, etc.

Recomenzar con alegría (cfr. Surco, n. 271). El sacramento de la Penitencia y los actos de contrición, medios para recomenzar.

Cfr. Crónica, XI-1991, pp. 980-989: Nunc coepi!

2. ACCIONES DE GRACIAS

Cristo nos ha enseñado que debemos ser agradecidos: Padre, te doy gracias... (Io 11,41; cfr. Mt 15,36).

En la Ultima Cena (cfr. Mt 26,29): fin eucarístico de la Misa. Su indicación sobre el agradecimiento en la curación de los diez leprosos... Non sunt inventi qui redirent, ut darent gloriam Deo, nisi hic alienigena? (Lc 17,17-18).

S. Pablo escribe que los cristianos hemos de dar gracias a Dios siempre. Omne, quodcumque facitis in verbo aut in opere, omnia in nomine Domini Iesu gratias agentes Deo Patri per ipsum (Col 3,17).

Conciencia clara de nuestra obligación de ser agradecidos con Dios (cfr. Forja, n. 866). Por lo mucho que hemos recibido: la vida, la familia en que hemos nacido, la fe, la vocación a la Obra, tantas gracias de Dios, incluso muchas ayudas divinas que ni siquiera conocemos: etiam ignotis.

Agradecimiento también porque no hay ningún mérito previo por nuestra parte. ¿Qué tienes que no hayas recibido? (...) ¿Por qué te glorías como si no lo hubieses recibido? (1 Cor 4,7).

"Una tarea importante del hombre es valorar lo que es y lo que tiene, y a quien se lo debe. La actitud contraria solo puede ser clasificada de frívola. Pero valorar supone interiorizar, reflexionar, ponderar, sacar nuestras propias conclusiones" (Miguel Angel Martí, La afectividad).

La acción de gracias como Norma de siempre. Gratitud operativa: vivir bien nuestro espíritu como señal de agradecimiento al Señor (cfr. Don Álvaro, Crónica, II-1982, p. 180). El Señor premia esta actitud con más gracias: Et ait illi: «Vade; fides tua te salvam fecit» (Lc 17,19).

Agradecimiento con obras de apostolado (cfr. Surco, n. 4).

Cfr. Crónica, V-1993, pp. 430-434: Motivos de acción de gracias.

3. LEALTAD

El Espíritu Santo nos ha dejado en el Antiguo Testamento la historia de la fidelidad de Dios a sus promesas y de la infidelidad del pueblo elegido. He observado a este pueblo y he visto que es un pueblo de dura cerviz (Ex 32,9). Esta falta de lealtad a los planes divinos se experimenta también en los tiempos presentes. Nuestro Señor Jesucristo, que funda la Iglesia Santa, espera que los miembros de este pueblo se empeñen continuamente en adquirir la santidad. No todos responden con lealtad a su llamada. Y en la Esposa de Cristo se perciben, al mismo tiempo, la maravilla del camino de salvación y las miserias de los que lo atraviesan (Lealtad a la Iglesia, 4-VI-1972, n. 3, 6).

2 Pe 1, 10-11 "Hermanos, poned más empeño todavía en consolidar vuestra vocación y elección. Si hacéis así, nunca jamás tropezaréis; de este modo se os concederá generosamente la entrada en el reino eterno de nuestro Señor y Salvador Jesucristo".

Deseos de vivir esta virtud y de reparar tantas deslealtades: Meditad mucho (...) en la virtud de la fidelidad: justicia y lealtad con Dios que nos ha llamado y, por El, con la Iglesia entera y con sus Pastores, con la Obra, con vuestros hermanos, con las almas todas (Don Álvaro, Cartas de familia (2), n. 372, 1).

Necesidad de ser leales, fieles, perseverantes, capaces de mantener la palabra dada.

Confianza en la gracia de Dios, ''La norma general que regula la concesión de gracias singulares a una criatura racional determinada es la de que, cuando la gracia divina elige a alguien para un oficio singular o para ponerle en un estado preferente, le concede todos aquellos carismas que son necesarios para el ministerio que dicha persona ha de desempeñar'' (San Bernardino de Siena, Sermón 2, Sobre san José: Opera omnia 7,16. 27-30).

Cuando pito D. Juan Larrea -estudiaba derecho en Roma-, su padre -diplomatico- le dijo que hablara con un cardenal amigo suyo para pedirle consejo, y lo llevo al Cardenal Montini.
Le preguntó si estaría dispuesto a ordenarse sacerdote y hacer carrera diplomática. Le contestó que no y le explicó la Obra.

A los 20 años volvió D. Juan como Obispo para la visita ad limina. D. Juan le preguntó si se acordaba de él.

Pablo VI le contesto que se acordaba de él por la leccion de fidelidad a la vocacion que le dio
Qui fidelis est in minimo, et in maiori fidelis est; et qui in modico iniquus est, et in maiori iniquus est (Lc 16,10). Ejercicio diario de lealtad en las cosas pequeñas: en las exigencias de nuestra vocación, en el trabajo, en la vida en familia, en la amistad, etc. Lealtad en los momentos difíciles (cfr. Del Padre, Carta, 14-II-1997, n. 8). Acudir a la Virgen, Virgo fidelis (cfr. Surco, n. 51).

(Comprender, apoyar, y ayudar a las personas del Centro)

Cfr. Editoriales de Crónica de I, II, III, IV, VI y VII-1988.

2.10.08

Conversaciones con los adolescentes

El padre, pretendiendo iniciar una aproximación, le decía a su hijo: ¡Mira, hijo!, tú y yo tenemos que llegar a ser amigos... La respuesta rotunda del adolescente: ¡Por favor, Papá! Amigos ya tengo, lo que necesito es un padre.

Este padre no debe desanimarse: “con los hijos, siempre hay tiempo”. El adolescente no quiere un padre-colega. No le importaría que su padre le exigiese, siempre que fuera consecuente, le sirviera de ejemplo y no le mandase cosas que él no hace; que le pudiera decir: Qué sepas que cuando llego del trabajo, lo que me apetece es tomar un whisky, “repanchingarme” en el sillón y ver la tele; pero tengo que ayudar a tu madre y atenderos a vosotros.


RECETAS URGENTES...

Muchos padres no ven la manera de entenderse con sus hijos adolescentes y piden con urgencia que se les diga cómo deben hablar con ellos. No hay ninguna receta que sea la solución definitiva para resolver todos los problemas, pero ofrecemos algunas ideas que pueden ayudar en muchos casos.

No podemos olvidar que el adolescente atraviesa una crisis muy importante, pues está sufriendo en su ser los cambios para pasar de la infancia a la juventud; es una época agitada, pero necesaria para madurar y enfrentarse con la vida. Es una crisis compleja y las características que afectan más directamente a la relación con sus padres podrían ser:

* Desajustes emocionales. Más que tristes, suelen sentirse irritados y malhumorados. Con altibajos en la “autoestima”. Supercríticos.

* Una gran conciencia del “yo” y deseos de independencia, lo que les lleva a oponerse y llevar la contraria, como forma de fortalecer su naciente personalidad. Junto a eso, en situaciones nuevas muestran inseguridad ante las personas y grupos.

* Además de esto, son muy gregarios, esclavizados por el grupo, preocupados por su imagen ante los demás y por ser aceptados; con gran sentido del ridículo.


PAPÁ, ¡NO DIGAS TONTERÍAS!

En ocasiones, valoran a sus padres con crueldad: Mi padre está anticuado. A su madre no le perdonan el más mínimo desliz: ¡Oh, Mamá!... Con desplantes ante las actitudes cariñosas del padre o de la madre: Mamá, ¡déjame tranquilo que no soy un niño chico!; incluso se atreven a: Papá, ¡no digas tonterías! Estas actitudes de frialdad, despego o falta de respeto, que no deberían habérseles consentido cuando se iniciaron y que tanto duelen a los padres, sólo podrían disculpárseles, achacándolo a despistes producidos por la perdida del sentido de la autoridad y el egoísmo de que sólo piensan en sus propias cosas.

A pesar de todo, conciben la familia como algo suyo, por eso, llegan a pensar y conceder, a veces, que: Mamá tenía razón; o aceptan que: no es mala idea esa insistencia de Papá de que debo mejorar... Pero siempre se revuelven con sus críticas: El gran problema de mi madre es que no recuerda cómo eran las cosas cuando tenía mi edad; Son unos “rancios”, creen que todavía estamos en el siglo pasado. Se rebelan, cuando se les exige algo incómodo o desagradable.

Si la madre, a la pregunta de cómo son sus relaciones con su hija, responde: supongo que nos toleramos... o un parece que todavía nos dirigimos la palabra..., quiere decir que la adolescente no ha comenzado a percibir una actitud receptiva y comprensiva en su madre. Sin embargo, cuando existe una actitud positiva, la hija se confía para consultarle sus problemas con los demás y, en concreto, con los chicos que trata. Por otra parte, es una pena que las hijas –que suelen admirar y llevarse mejor con el padre, que los hijos varones-, le pierdan, en ocasiones, el respeto al padre por la torpeza propia de algunos hombres en el trato con ellas o su escasa comprensión de las necesidades sociales de las mujeres.


PON AMOR DONDE NO HAY AMOR...

Si se quisiera dar una fórmula mágica para que el trato con los hijos adolescentes sea armonioso sería: la comunicación, el diálogo, apoyándose en el afecto, para llegar a una forma de amistad propia de padres e hijos, que obliga a aprender a escucharse, a dialogar y a negociar lo negociable.

Un principio educativo general para todas las etapas de la educación es aquel que responde a la pregunta: “¿Para enseñar Matemáticas a Juan, qué es más importante: saber matemáticas o conocer a Juan? Lo importante para que Juan, o cualquier adolescente mejore en algo, es quererle”. Lo básico para una educación acertada está en el afecto. Y eso es lo que muchas veces falla con el adolescente; se le soporta porque es un hijo o una hija, pero se ha enfriado el cariño anterior, propio de la infancia. Parece ¡que no hay amor!, porque no saludan cuando entran o salen de casa, y todas sus contestaciones son con monosílabos: “sí” o “no”.

Para cambiar los comportamientos hay que aplicar aquello de: “pon amor, donde no hay amor, y sacarás amor”. Para que la relación padres-hijos sea parecida a la que se da en la amistad es necesario hablar y entenderse. La amistad surge cuando se tienen cosas en común: en el caso de la familia puede ser fácil porque son de “la misma sangre”, tienen intereses comunes y bastantes puntos de vista parecidos que han respirado en el ambiente de la casa.


SABER COMPRENDER Y ESCUCHAR

Es importante, que no puedan pensar: “Tienen una idea equivocada de mí”. “Lo que hago o digo, no les gusta”. “No tienen confianza en mí”. Tienen que percibir que los aceptamos como son.

“¿Qué has hecho? ¿Dónde has estado? ¿Con quién has ido?...” Sobre todo las madres, preguntan demasiado: les aturden. Los padres les sermonean, y es mejor dejarles hablar. Aprovechar esos momentos del final del día, cuando se les ve con deseos de revelar confidencias; o merodean por la cocina queriendo encontrar a alguien que les atienda.

Escuchar atentamente, procurar no hacerles preguntas que les distraigan de lo que están contando. Cuando se paran: ¡esperar! (seguro que están pensando cómo decir lo siguiente; o no saben cómo continuar). Les facilita seguir, repetirles, de alguna manera, lo último que han dicho; por ejemplo: “O sea, que tú crees que todo el mundo no es como ese profe…”. Nunca escandalizarse de nada que cuenten: “has hecho bien en decírmelo, porque así podemos tratar de darle solución…”

Si hay que regañarles por algo, se les puede regañar, pero evitando los planteamientos negativos: “eres un mentiroso”. Es mejor suponer en ellos eso bueno que pretendemos que consigan: “Tú cuando quieres, dices la verdad; ahora espero que seas sincero, como sabes serlo…”

No enfadarse si mantienen puntos de vista en apariencia desorbitados en sus juicios sobre las personas o en temas sociales o políticos -por ejemplo , refiriéndose a Hitler o al comunismo-. Expresan sus ideas con gran seguridad y quieren “dárselas de enterados” como una forma más de reafirmar su personalidad. Hay que escucharles y, si es necesario, decirles que no estamos de acuerdo.

Se les puede decir que una amistad les va a hacer daño, razonándolo, pero nunca hablándoles mal de un amigo o una amiga, porque son muy leales y muy fieles a la amistad.


FORTALECER LA AMISTAD

Tener, de vez en cuando, alguna conversación, con Coca-cola o con cerveza por delante, de hombre a hombre, o de madre a hija; aunque parezca un planteamiento demasiado serio o formal, es muy eficaz porque se sienten queridos y escuchados, importantes; que se les toma en consideración. Las conversaciones en apariencia informales, padre e hijo en el coche, o de compras la madre con la hija, sirven, si coinciden solos, para fortalecer los lazos de amistad.

Los estudios no tienen por qué ser el único tema de conversación con los hijos. Puede hablarse también del ambiente de la clase, de los profesores; de los amigos, de la música -que casi todos tienen alguna preferida-, de otras aficiones, de los deportes: en especial, les gusta contar de los que practican.

¡Claro, que se pueden comentar las notas de los estudios!; pero debe empezarse por las buenas: ¡Bien, dos notables! –aunque sean Música y Educación Física-. Después ya se va pasando por las demás asignaturas, sin grandes enfados en cada mala nota. Luego, en un ambiente relajado, preguntarle cómo ve él su ambiente de estudio, y qué se le ocurre para progresar en la próxima evaluación.

Saben lo que esperamos de ellos y cómo nos gustaría que se comportasen, porque nos lo han oído muchas veces; es mejor tratar de conseguir que sean ellos mismos los que se paren a pensar y nos digan cómo ven las cosas y qué planes proponen para mejorar.

Alguna vez, puede ser interesante que la madre y el padre, con el tutor del colegio, estando la hija o el hijo delante, tengan una conversación, no para regañar, sino para hacer un plan de mejora, el trato con cada hijo debe ser personal y no permitirse ni comparaciones con otro hermano o primo; y no sacar los asuntos delicados de un hijo en presencia de otro hermano o familiar.


SIEMPRE EL DIÁLOGO

Un trato de confianza y un diálogo sereno será necesario cuando la madre y el padre, mejor cada uno por su parte, tengan que explicarles cómo han de ser las relaciones con sus amigos y cuál es la psicología de las personas del otro sexo, cómo se enamoraron sus padres, cuándo se está de verdad enamorado, cómo se debe llevar el noviazgo; y qué sería necesario para llegar a un matrimonio feliz y duradero... Delicado es también cuando hay que adentrarse en el tema de cómo vivir con un verdadero sentido religioso. En estas cuestiones y a estas edades en especial, es importante razonar el “porqué” de las cosas que se les dicen o se les exigen.

Las cosas se complican cuando se llega a la adolescencia y no se han puesto con anterioridad los medios para que siempre esté afianzada la autoridad de los padres. A los padres, por ejemplo, les puede parecer que ya es un problema imposible de resolver la hora de regreso a casa los días del fin de semana. Para este problema y otros más que a los padres les parecen irresolubles, porque vienen de atrás, a muchos matrimonios les da resultado el plantear una negociación con el hijo, haciendo un pacto, en el que se cede algo, pero también se exige algo.

La solución, en todos estos temas de enfrentamiento entre la autoridad de los padres y los deseos de libertad sin límites de los hijos, es el diálogo; y si alguien tiene que iniciarlo, en actitud conciliadora y en el momento oportuno, parece que han de ser los padres, que para eso son más maduros.

José Luis Mota Garay

La autoayuda y el autoengaño

El mercado –analizar lo que se vende y se compra- es un buen indicador para saber qué pasa en la sociedad. Y una de las cosas que indica es la gran difusión y el alza de toda una serie de productos etiquetados como de “autoayuda”. El más típico son los libros dedicados expresamente al tema: en castellano, títulos como Déjame que te cuente del argentino Jorge Bucay, o La ciencia de la felicidad del español Ramiro A. Calle, son unos buenos ejemplos que ya permiten hacerse una primera idea del propósito de esta literatura.


El MERCADO DE LA AUTOAYUDA

La autoayuda de que se trata es fundamentalmente psicológica, dirigida a afrontar los males más frecuentes en este terreno, como puede ser la angustia, el estrés, los vicios de carácter, la tristeza... Lo que se propone también es variado: consejos sacados del sentido común o de la experiencia generalizada, ejercicios mentales o físicos relajantes, una especie de meditación, un encuentro con la naturaleza, etc.

La pregunta obligada, claro está, es si todo esto sirve para algo. Pero esta pregunta es engañosa. Muchas cosas sirven. El sentido común siempre ayuda, la relajación o la meditación vienen siempre bien para tantas personas que viven una vida acelerada y saturada de reclamos de todo tipo. En este sentido, el principal argumento de venta de todo esto es el testimonio de que sienta bien a los clientes. Sin embargo, argumentar de ese modo oculta la cuestión fundamental, que es preguntarse si de verdad resuelve los problemas que se pretenden resolver, si se cumple lo que se promete. ¿Hemos encontrado en la autoayuda la panacea para los males que aquejan al espíritu humano?


AUTOAYUDA Y MADUREZ

En principio, no hay dificultad en reconocer que la autoayuda es una buena cosa. Más aún, puede decirse que es un signo de madurez. Si siempre, en la formación de una persona, es ella misma el principal protagonista de su educación, con el correr del tiempo está llamada a asumir un mayor protagonismo. Es del todo lógico que, conforme se avanza, se aprende a resolver por uno mismo los problemas, y a mejorar. En caso contrario, la educación misma habría constituido un fracaso. Dicho con otras palabras, conforme se crece debe aumentar la autonomía, y mayor autonomía significa mayor autoayuda.

Por esta razón, el hombre siempre ha apreciado la autoayuda. Desde siempre se han puesto ejemplos como modelos a imitar. Quizás el más famoso sea el del griego Demóstenes (siglo IV antes de Cristo). Se cuenta del mismo que, ante unos problemas de dicción, se propuso superarlos, y con tesón y métodos un tanto pedestres como gritar en una playa solitaria con algún guijarro en la boca, tuvo tanto éxito que acabó convertido en el mejor orador de toda la Grecia clásica. Ejemplo admirable, qué duda cabe, que muestra el valor de la autoayuda, pero también. si se conocen las circunstancias, sus limitaciones.


LA ILUSIÓN DE LA AUTONOMÍA

Lo primero que se deduce de un examen de toda esta industria de la autoayuda, es que es tal sólo hasta cierto punto. Se asemeja a lo que hacían algunos grupos evangélicos: vendían biblias sin nota alguna porque sostenían la libre –autónoma- interpretación de la Biblia... para acto seguido vender un libro sobre cómo entender la Biblia. Con la autoayuda, resulta que se trata de seguir unas instrucciones y recibir unas lecciones, de un modo generalmente más informal que en el colegio, pero no por ello menos cierto. A veces, se trata de instrucciones muy detalladas. Pero, en todo caso, hay profesor y alumno, por mucho que quiera disimularse esta realidad.

¿Por qué, entonces, la insistencia en la autoayuda? En el fondo, no es más que una faceta de la ilusión del hombre autónomo. La misma que pone de moda en las aulas un constructivismo según el cual cada uno debe dar su propio significado a las cosas, cuando en realidad se enseña a que las entiendan según la ideología en boga. En el fondo, la pretensión de autonomía absoluta convierte a la persona en un ser particularmente vulnerable y dependiente. De hecho, una buena parte de lo que se enseña en los libros o cursillos de autoayuda son cosas que un adulto con una buena formación, apoyo y vida equilibrada no necesita aprender, porque ya lo sabe.

Para vivir satisfactoriamente y resolver los problemas que se presentan, necesitamos hacer equipos –familia, empresa, amistades-, necesitamos apoyarnos en los demás y aprender de los demás. “Los demás” son en primer lugar la gente cercana, sobre todo afectivamente cercana. Cuando no queda más remedio que acudir a extraños o personas lejanas para resolver cuestiones ordinarias de la vida, lo que se pone de manifiesto no es precisamente un ideal, sino más bien unas carencias lamentables, quizás motivadas por el deseo de no vincularse a nadie. Eso también lo sabía Demóstenes. Lo de las piedrecitas y la playa es incierto; más cierto históricamente es que buscó los mejores maestros de su confianza que encontró, como Iseo e Isócrates.


LA “TÉCNICA” QUE RESUELVE TODO
Circulaba hace años un chiste según el cual entraba un tipo en una librería y le decía al dependiente: “¿tiene algún libro sobre cómo hacer amigos..., calvo asqueroso?”. Se trae a colación porque refleja bien uno de los problemas fundamentales que subyacen a esta proliferación de productos de autoayuda: se buscan soluciones puramente técnicas a problemas profundamente humanos. Subyace una mentalidad según la cual debe existir una solución técnica para todo. Todo se reduce a encontrar el resorte, el fármaco o el procedimiento adecuados.

Se podrá hablar de “técnicas espirituales” o “del espíritu”, pero lo cierto es que esta mentalidad es más propia del materialismo. Cuando todo se reduce a un mecanismo vital –genético, biológico o del tipo que se quiera-, siempre se puede hallar una técnica para corregir fallos. En cambio, cuando se educa de verdad el espíritu, lo que se busca es generar virtud. Ésta es un hábito, pero, contrariamente a la idea que más de uno tiene, no es un mecanismo, ni se logra a través de una mecánica. O sea, que si bien es cierto que hay unos condicionantes corporales, y por tanto tienen cabida tanto la medicina como las técnicas de conducta, no lo son todo en el hombre, ni por tanto en los problemas humanos.

Por tanto, para ver si el recurso al mercado de la autoayuda es eficaz, es necesario ver para qué se necesita esa ayuda. Si se trata de patologías, el sitio adecuado es la consulta del psiquiatra. Si lo es el aprendizaje de habilidades, lo propio será algo o alguien especializado en ello (como hizo Demóstenes). Si, como es frecuente, son cuestiones derivadas de la soledad o la desesperanza, la autoayuda “técnica” no las resuelve, por lo que no sirve de mucho. El terreno donde puede ser eficaz queda así bastante reducido, por mucho que la propaganda diga otra cosa.


LA “ESPIRITUALIDAD” SIN RELIGIÓN

Para las cuestiones más directamente espirituales, hay toda una oferta –gurús orientales, maestros del New Age, etc.- que declara proporcionar “espiritualidad”. Ofrece medios para que cada cual se pueda construir su propia espiritualidad, y se insiste en que no va ligada a religión alguna. Y su clientela va creciendo, hasta el punto que genera un mercado que factura, sólo en Estados Unidos, más de seis mil millones de dólares al año. Después de la etapa de “religión sin iglesia”, parece que la postmodernidad ofrece una nueva etapa: espiritualidad sin religión.

Enseguida surge la pregunta: ¿en qué consiste esa “espiritualidad”? Se trata fundamentalmente de técnicas psíquicas de relajación y meditación, variadas pero con un objetivo común: el bienestar psíquico. Su atractivo está en ser un intento de obtener los beneficios interiores que da la religión evitando los compromisos que supone la aceptación de una fe y una moral. Es por tanto una pseudorreligión. ¿Y consigue su propósito? Consigue un efecto benigno –tranquilizar sienta bien-, pero pasajero, porque el simple bienestar es pasajero, a diferencia de la alegría y la felicidad.

La religión no consiste solamente en un cúmulo de deberes, sino que principalmente da respuesta a las cuestiones fundamentales de la vida, las que le dan su sentido. Sin ella, el terreno de la vida está sembrado para la falta de esperanza y la soledad, y todo intento de combatir éstas sin afrontar la cuestión y encontrar esas respuestas está abocado al fracaso. Toda esta religión de la autoayuda no es por tanto más que un sedante pseudorreligioso que no conduce a ninguna parte, por mucho que una propaganda de imagen muy cuidada intente convencer al potencial cliente que remedia todos sus males existenciales.


UN BALANCE DE LA AUTOAYUDA

Dar y recibir consejos con el fin de permitir asumir y enfrentar los problemas de la vida es algo bueno, siempre que los consejos sean acertados (de hecho, hay de todo). Es hasta necesario si se piensa en lo complicada que puede hacerse la vida actualmente. Lo que ya no es tan conveniente es convertir esta autoayuda en la panacea que puede resolver todos los males. Se convierte así en un sucedáneo de las auténticas soluciones.

Hay mucha gente imbuida del ambiente individualista que, quiérase o no, conduce al aislamiento psíquico, aunque estén siempre rodeadas de personas. Para ellos, la más genuina solución a sus carencias interiores pasa por el descubrimiento de los demás y del genuino sentido del amor, con sus consecuencias de abnegación, compromiso y entrega. Un pretendido remedio sin salir de su mundo egocéntrico sólo puede ser un parche temporal, que quizás sólo sirva para que aparezcan después con más crudeza las secuelas de esa soledad.

Lo mismo sucede con el vacío de Dios. Una espiritualidad auténtica introduce en un silencio interior donde afloran las cuestiones fundamentales cuya respuesta da sentido a la vida. Pero se intuye fácilmente que esa postura es comprometedora, y por ello mucha gente huye de ello, ahogándose en un mundo de ruido e imagen. Con todo, se añora: no se puede sofocar del todo esa voz interior.

En este contexto, no es de extrañar que sean atractivas fórmulas que prometen satisfacer ese anhelo sin compromiso alguno, aunque una mirada sensata enseguida las perciba en muchos casos como estrafalarias o como un montaje comercial vacío, una versión contemporánea de la venta del elixir mágico que da la felicidad. Sus efectos, si es que los tienen, sólo pueden ser transitorios, de forma que aquí tampoco tarda en aflorar la angustia que produce el vacío de trascendencia, el vacío de Dios. Ya lo avisaba el Génesis: “no es bueno que el hombre esté solo”. Y contra el mal de la soledad no hay autoayuda que sirva.



Julio de la Vega-Hazas

Oración al Angel de la Guarda

Himno de Laúdes al Ángel de la Guarda Ángel santo de la guarda, compañero de mi vida, tú que nunca me abandonas, ni de noche ni de día. Aunque espíritu invisible, sé que te hallas a mi lado, escuchas mis oraciones y cuenta todos mis pasos. En las sombras de la noche, me defiendes del demonio, tendiendo sobre mi pecho tus alas de nácar y oro. Ángel de Dios, que yo escuche tu mensaje y que lo siga, que vaya siempre contigo hacia Dios, que me lo envía. Testigo de lo invisible, presencia del cielo amiga, gracias por tu fiel custodia, gracias por tu compañía. En presencia de los Ángeles, suba al cielo nuestro canto: gloria al Padre, gloria al Hijo, gloria al Espíritu Santo. Amén.

Octubre

Aquí tienes algunas ideas que te pueden ayudar a hablar un rato con Jesús.


1. Hacía tiempo que no me sentaba teniendo a Jesús tan cerca y estábamos Él y yo a solas, aunque estoy rodeada de mucha gente. Sé que Jesús me mira como si fuera única en el mundo; Él tiene un corazón tan grande que puede querer así a cada persona.

Jesús está siempre a mi lado, pero pocas veces me doy cuenta. Lo tengo a mi lado cuando paso cerca de una iglesia; lo tengo a mi lado cuando veo a un pobre que pide por la calle; lo tengo a mi lado cuando alguien sufre. ¡Y lo tengo dentro de mi cuando estoy en gracia de Dios! Igual que el oratorio es el lugar donde se pone el sagrario, y el sagrario es la cajita que guarda a Jesús, mi cuerpo –cuando vivo en gracia de Dios- es también la casa de Dios.

2. Gracias Jesús por haberme hecho tal y como soy, con mis defectos –que tú conoces tan bien, aunque yo a veces quiera ocultarlos-, y con mis virtudes, que también son muchas, aunque algunas ni las conozca. Gracias Jesús por haberme dado todo lo que tengo: la vida, la fe, mi familia, mis amigas, mis profesoras, el colegio… y tantas cosas buenas de las que ni me doy cuenta. Gracias Jesús por haberme puesto en el sitio en el que estoy. Podría haber nacido de otra manera, ser pobre, vivir en un país en guerra –como hay tantos en el mundo-, pasar dificultades. Pero no. Me has cuidado especialmente.

Quisiera serte más agradecida, acordarme más de Ti. Ayúdame, porque se me olvida. Con facilidad estoy solamente preocupada de mis cosas, de mi mundo, de mis intereses, de mi entretenimiento, de pasarlo bien… y me olvido de los demás, y me olvido de Ti. No sé cuándo ha sido la última vez que he ido a un asilo de ancianos a visitarles, o a un hospital a consolar a algún moribundo de los tantos que hay y están solos, o a un orfanato a dedicar unas horas de mi tiempo a esos críos que no tienen todo lo que yo he recibido.

Jesús, ayúdame a ser generosa con mis cosas y con mi tiempo. Me gustaría vivir para los demás, y no exclusivamente para mí. Sé que Tú, cuando estabas en esta tierra (ahora también estás con nosotros, pero de otra manera) no tenías ni un minuto de tiempo para Ti. “Tus cosas” eran siempre las cosas de los demás. Te preocupabas de enseñar a la gente, de hacer milagros, de predicar, de curar a enfermos. Y a veces te quedabas sin dormir y sin comer, porque no tenías tiempo “para Ti”. Gracias Jesús, porque sé que cuando hacías todas esas cosas hace dos mil años, ya estabas pensando en mi.

3. Ahora que comienza el curso quisiera pedirte que me ayudes en muchas cosas, pero especialmente en una: necesito tratarte más, ser mejor amiga tuya. Me gustaría ser la mejor amiga que puedas tener aquí abajo. No sé qué puedo hacer para conseguirlo. Dímelo Tú. Quizás debo empezar por una buena confesión después del largo verano. Me da vergüenza, pero con tu fuerza puedo hacerlo. Sé que las personas más felices del mundo no son las que más cosas tienen o más placeres consiguen, sino las que más cercan viven de Ti.

Jesús necesito que me ayudes, porque muchas veces el “ambiente” me tira para abajo: me cuesta mucho hacer cualquier esfuerzo. Si me descuido un poco, me encuentro perdiendo el tiempo. No me gusta perder el tiempo, pero lo pierdo: con la imaginación, o metida en mi mundo de fantasías. Quiero cumplir las metas que me proponga. Con tu gracia, sé que –si me empeño un poco- lo conseguiré. Pero necesito tu gracia. Ayúdame a conseguirla en el sacramento de la confesión.

4. Ya ves que tengo buenos deseos. Me ilusiona ser una chica virtuosa y valiente.
Sé que los jóvenes somos la esperanza del Papa. Nos lo ha recordado en Lourdes hace poco con sus propias palabras: “Para concluir, deciros una vez más que confío en vosotros, queridos jóvenes” (Benedicto XVI, Vigilia de oración 12/09/08).

Jesús, quiero tener la fortaleza necesaria para hacer en cada momento lo que debo. Estoy dispuesta a no hacer lo que me viene en gana a cada momento o lo que más me apetece, sino lo que tengo que hacer. A veces la pereza me puede. Otras veces son los caprichos. Y otras, las comodidades que tengo. Me encanta tumbarme a la bartola. No sabes lo cómoda que se está en los sillones de mi casa, y en mi cama. Tú no tenías tantas comodidades. Y eres feliz. A los que queremos ser como Tú nos has prometido una vida feliz si renunciamos a las comodidades. Estoy dispuesta a ser un poco más sacrificada. Me cuesta, pero voy a conseguirlo con tu gracia. No quiero una vida comodona y sin sentido, sino una vida auténtica. Ya hay muchas “del montón”. Tú me has dado un montón de dones y cualidades que quiero que den fruto.

5. Quizás va a ser este el objetivo que me marque después de estar hoy Contigo: tratarte más, hacerme más amiga tuya y vivir siempre en gracia. Iré con frecuencia a los sacramentos, sobre todo a la penitencia. Allí voy a conseguir fuerza, ilusión, energías nuevas; recibiré un abrazo tuyo que me impulsará a ser mejor hija de Dios y de mis padres, mejor hermana de mis hermanos, mejor amiga de mis amigas. Juntos lo lograremos. El Papa confía en mi: “Estáis en la edad de la generosidad. Es urgente hablar de Cristo a vuestro alrededor, a vuestras familias y amigos, en vuestros lugares de estudio, de trabajo o de ocio. No tengáis miedo. Tened “la valentía de vivir el Evangelio y la audacia de proclamarlo” (Benedicto XVI, Vigilia de oración 12/09/08).

Me has dado un Ángel de la Guarda para que me ayude aquí en la tierra. Dile que me dé un toque de atención si me despisto un poco y me olvido de Ti.

Junto a Ti (y junto a mi) siempre está la Virgen María. Es Tu Madre, y mi Madre. Es nuestra Madre. Seguro que me mira hoy de forma especial por estar aquí delante de Ti. Madre mía, quiero ser una buena hija de Dios y una buena cristiana. No es fácil, pero tampoco es difícil, sobre todo si me echas una mano.

¡Qué gran ejemplo el de nuestra Madre Santísima! “Cuando María recibió la visita del ángel, era una jovencita en Nazaret, que llevaba la vida sencilla y animosa de las mujeres de su pueblo. Y si la mirada de Dios se posó especialmente en Ella, fiándose, María quiere deciros también que nadie es indiferente para Dios. Él os mira con amor a cada uno de vosotros y os llama a una vida dichosa y llena de sentido. No dejéis que las dificultades os descorazonen. María se turbó cuando el ángel le anunció que sería la Madre del Salvador. Ella conocía cuánta era su debilidad ante la omnipotencia de Dios. Sin embargo, dijo “sí” sin vacilar. Y gracias a su sí, la salvación entró en el mundo, cambiando así la historia de la humanidad. Queridos jóvenes, por vuestra parte, no tengáis miedo de decir sí a las llamadas del Señor, cuando Él os invite a seguirlo. Responded generosamente al Señor” (Benedicto XVI, Homilía de la misa en Lourdes, 14/09/2008).

Sansueña, 2/X/2008