Mt 11, 25-30
Don Francisco Mas internado después del accidente.
“Que vea con tus ojos Cristo mío, Jesús de mi alma”.
Mis ojos, mis pobres ojos
Que acaban de despertar
Los hiciste para ver,
No solo para llorar.
Haz que sepa adivinar
Entre las sombras de la luz,
Que nunca me ciegue el mal
Ni olvide que existes Tú.
Que cuando llegue el dolor,
Que yo sé que llegará,
No se me enturbie el amor,
Ni se me nuble la paz.
Sostén ahora mi fe
Pues cuando llegue a tu hogar
Con mis ojos te veré
Y mi llanto cesará. Amén (Himno de Laudes).
“Haz que sepa convertir todos los momentos y circunstancias de mi vida en ocasión de amarte”.
Una idea madre: nos sirven más las cosas que aparentemente no van que aquellas otras que van bien. Si esto no se tiene claro, uno se tambalea.
Desterrar las quejas y convertirlas en ocasiones de amar a Dios.
El buen humor. No es un estado de ánimo. Es una manifestación de vida interior. En el jardín de Tor d’Aveia… “hijo mío, dale gracias a Dios porque las vacas no vuelan”.
El cansancio no es una excusa para pensar más en nosotros mismos, sino para buscar al Señor (Mt 11, 25-30).
Sin visión sobrenatural, cuando apartamos la mirada del cielo, nos entra el afán de compensaciones. “Caminante, come, bebe y pásalo bien, que todo lo demás no vale la pena” (inscripción junto a la estatua de Sardanápalo, en Tarso).
“Así como es imposible que el que está en la luz vea tinieblas, así también lo es que el que tiene los ojos puestos en Cristo los fije en cualquier cosa vana” (San Gregorio de Nisa).
“Habéis de tener la mesura, la serenidad, la fortaleza, el sentido de responsabilidad que adquieren muchos a la vuelta de los años, con la vejez. Tendréis todo esto, aunque seáis jóvenes, si no me perdéis el sentido sobrenatural de hijos de Dios, porque Él os dará más que a los viejos, esas condiciones convenientes para hacer vuestra labor de apóstoles”.
San José, maestro de la vida interior. “José se abandonó sin reservas en las manos de Dios, pero nunca rehusó reflexionar sobre los acontecimientos, y así pudo alcanzar del Señor ese grado de inteligencia de las obras de Dios, que es la verdadera sabiduría. De este modo, aprendió poco a poco que los designios sobrenaturales tienen una coherencia divina, que está a veces en contradicción con los planes humanos” (En el taller de José).
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