Aquí tienes algunas ideas que te pueden ayudar a hablar un rato con Jesús.
1. Hacía tiempo que no me sentaba teniendo a Jesús tan cerca y estábamos Él y yo a solas, aunque estoy rodeada de mucha gente. Sé que Jesús me mira como si fuera única en el mundo; Él tiene un corazón tan grande que puede querer así a cada persona.
Jesús está siempre a mi lado, pero pocas veces me doy cuenta. Lo tengo a mi lado cuando paso cerca de una iglesia; lo tengo a mi lado cuando veo a un pobre que pide por la calle; lo tengo a mi lado cuando alguien sufre. ¡Y lo tengo dentro de mi cuando estoy en gracia de Dios! Igual que el oratorio es el lugar donde se pone el sagrario, y el sagrario es la cajita que guarda a Jesús, mi cuerpo –cuando vivo en gracia de Dios- es también la casa de Dios.
2. Gracias Jesús por haberme hecho tal y como soy, con mis defectos –que tú conoces tan bien, aunque yo a veces quiera ocultarlos-, y con mis virtudes, que también son muchas, aunque algunas ni las conozca. Gracias Jesús por haberme dado todo lo que tengo: la vida, la fe, mi familia, mis amigas, mis profesoras, el colegio… y tantas cosas buenas de las que ni me doy cuenta. Gracias Jesús por haberme puesto en el sitio en el que estoy. Podría haber nacido de otra manera, ser pobre, vivir en un país en guerra –como hay tantos en el mundo-, pasar dificultades. Pero no. Me has cuidado especialmente.
Quisiera serte más agradecida, acordarme más de Ti. Ayúdame, porque se me olvida. Con facilidad estoy solamente preocupada de mis cosas, de mi mundo, de mis intereses, de mi entretenimiento, de pasarlo bien… y me olvido de los demás, y me olvido de Ti. No sé cuándo ha sido la última vez que he ido a un asilo de ancianos a visitarles, o a un hospital a consolar a algún moribundo de los tantos que hay y están solos, o a un orfanato a dedicar unas horas de mi tiempo a esos críos que no tienen todo lo que yo he recibido.
Jesús, ayúdame a ser generosa con mis cosas y con mi tiempo. Me gustaría vivir para los demás, y no exclusivamente para mí. Sé que Tú, cuando estabas en esta tierra (ahora también estás con nosotros, pero de otra manera) no tenías ni un minuto de tiempo para Ti. “Tus cosas” eran siempre las cosas de los demás. Te preocupabas de enseñar a la gente, de hacer milagros, de predicar, de curar a enfermos. Y a veces te quedabas sin dormir y sin comer, porque no tenías tiempo “para Ti”. Gracias Jesús, porque sé que cuando hacías todas esas cosas hace dos mil años, ya estabas pensando en mi.
3. Ahora que comienza el curso quisiera pedirte que me ayudes en muchas cosas, pero especialmente en una: necesito tratarte más, ser mejor amiga tuya. Me gustaría ser la mejor amiga que puedas tener aquí abajo. No sé qué puedo hacer para conseguirlo. Dímelo Tú. Quizás debo empezar por una buena confesión después del largo verano. Me da vergüenza, pero con tu fuerza puedo hacerlo. Sé que las personas más felices del mundo no son las que más cosas tienen o más placeres consiguen, sino las que más cercan viven de Ti.
Jesús necesito que me ayudes, porque muchas veces el “ambiente” me tira para abajo: me cuesta mucho hacer cualquier esfuerzo. Si me descuido un poco, me encuentro perdiendo el tiempo. No me gusta perder el tiempo, pero lo pierdo: con la imaginación, o metida en mi mundo de fantasías. Quiero cumplir las metas que me proponga. Con tu gracia, sé que –si me empeño un poco- lo conseguiré. Pero necesito tu gracia. Ayúdame a conseguirla en el sacramento de la confesión.
4. Ya ves que tengo buenos deseos. Me ilusiona ser una chica virtuosa y valiente.
Sé que los jóvenes somos la esperanza del Papa. Nos lo ha recordado en Lourdes hace poco con sus propias palabras: “Para concluir, deciros una vez más que confío en vosotros, queridos jóvenes” (Benedicto XVI, Vigilia de oración 12/09/08).
Jesús, quiero tener la fortaleza necesaria para hacer en cada momento lo que debo. Estoy dispuesta a no hacer lo que me viene en gana a cada momento o lo que más me apetece, sino lo que tengo que hacer. A veces la pereza me puede. Otras veces son los caprichos. Y otras, las comodidades que tengo. Me encanta tumbarme a la bartola. No sabes lo cómoda que se está en los sillones de mi casa, y en mi cama. Tú no tenías tantas comodidades. Y eres feliz. A los que queremos ser como Tú nos has prometido una vida feliz si renunciamos a las comodidades. Estoy dispuesta a ser un poco más sacrificada. Me cuesta, pero voy a conseguirlo con tu gracia. No quiero una vida comodona y sin sentido, sino una vida auténtica. Ya hay muchas “del montón”. Tú me has dado un montón de dones y cualidades que quiero que den fruto.
5. Quizás va a ser este el objetivo que me marque después de estar hoy Contigo: tratarte más, hacerme más amiga tuya y vivir siempre en gracia. Iré con frecuencia a los sacramentos, sobre todo a la penitencia. Allí voy a conseguir fuerza, ilusión, energías nuevas; recibiré un abrazo tuyo que me impulsará a ser mejor hija de Dios y de mis padres, mejor hermana de mis hermanos, mejor amiga de mis amigas. Juntos lo lograremos. El Papa confía en mi: “Estáis en la edad de la generosidad. Es urgente hablar de Cristo a vuestro alrededor, a vuestras familias y amigos, en vuestros lugares de estudio, de trabajo o de ocio. No tengáis miedo. Tened “la valentía de vivir el Evangelio y la audacia de proclamarlo” (Benedicto XVI, Vigilia de oración 12/09/08).
Me has dado un Ángel de la Guarda para que me ayude aquí en la tierra. Dile que me dé un toque de atención si me despisto un poco y me olvido de Ti.
Junto a Ti (y junto a mi) siempre está la Virgen María. Es Tu Madre, y mi Madre. Es nuestra Madre. Seguro que me mira hoy de forma especial por estar aquí delante de Ti. Madre mía, quiero ser una buena hija de Dios y una buena cristiana. No es fácil, pero tampoco es difícil, sobre todo si me echas una mano.
¡Qué gran ejemplo el de nuestra Madre Santísima! “Cuando María recibió la visita del ángel, era una jovencita en Nazaret, que llevaba la vida sencilla y animosa de las mujeres de su pueblo. Y si la mirada de Dios se posó especialmente en Ella, fiándose, María quiere deciros también que nadie es indiferente para Dios. Él os mira con amor a cada uno de vosotros y os llama a una vida dichosa y llena de sentido. No dejéis que las dificultades os descorazonen. María se turbó cuando el ángel le anunció que sería la Madre del Salvador. Ella conocía cuánta era su debilidad ante la omnipotencia de Dios. Sin embargo, dijo “sí” sin vacilar. Y gracias a su sí, la salvación entró en el mundo, cambiando así la historia de la humanidad. Queridos jóvenes, por vuestra parte, no tengáis miedo de decir sí a las llamadas del Señor, cuando Él os invite a seguirlo. Responded generosamente al Señor” (Benedicto XVI, Homilía de la misa en Lourdes, 14/09/2008).
Sansueña, 2/X/2008
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