26.2.08

Gabriela Bossis

Gabriela Bossis es una actriz de mediados del siglo pasado. Alta, con el pelo rubio como el oro, activa, de paso flexible. Dicen que lo mejor era su sonrisa.




Era la menor de cuatro hermanos. Sensible, se asustaba con los juegos bruscos. Discreta. De su vida hay pocas anécdotas. Nunca hablaba de sí misma. Tuvo muy presente a Dios y contó siempre con Él.




De pequeña, a veces se escondía dentro de un tapíz, enrollada como si fuera un rollo de primavera, en un cuarto, detrás de la cocina de su abuela. Y cuando la llamaban: –¡Gabriela! ¿Dónde estás? Ella pensaba para sus adentros: –Estoy con el Buen Dios.




Creció, y empezó a escribir obras de teatro, comedias preferentemente, y también poesía. Su primera obra de teatro se titulaba El encanto. Tuvo gran éxito. Viajó mucho como actriz. Estuvo en África, Italia, Bélgica, Argelia, Túnez, hasta en Palestina… Se ganó cierta fama, incluso pensó dedicarse al cine.





Se sentía –son palabras suyas– "juglar de Dios". De manera natural, representaba sus obras sabiendo que Dios era su público principal.





En uno de sus viajes, a Canadá, comenzó a escribir en el barco, un libro titulado Diálogos. Allí describe su oración con Dios en medio de un trabajo tan peculiar como ser actriz.





Era consciente de que, si quería, podía comunicarse en cualquier momento con Dios. El Señor le concedió, durante unos años de su vida, la gracia de escucharle con mucha claridad. Esas intervenciones del Señor iluminaban su vida, le tiraban para arriba.






Te leo una de sus notas. Un día estaba en la estación esperando el tren. Y, estando así, mirando a la vía para ver si venía, el Señor le hizo entender: «Tú miras con fijeza en dirección por donde va a venir el tren. De igual manera, Yo tengo mis ojos fijos en ti, esperando que vengas a Mí».





Algo tan simple como esperar un tren, Dios lo convierte en un encuentro. Algo tan indiferente adquiere sentido. Eso hace la fe en las personas, te hace descubrir al Señor.





Otro día que estaría de bajón el Señor le hizo ver: Ofrécete a Mí tal como eres, sin esperar a estar contenta de ti misma. Únete a Mí en medio de tus mayores miserias (...) ¿quién te ama más que yo?


Innata necesidad de Dios

Toda persona tiene una "innata necesidad de Dios"

Domingo 25/02/08. Por la mañana el Papa Benedicto XVI visitó la parroquia romana de Santa Maria Liberadora en Monte Testaccio, donde celebró la Santa Misa y posteriormente encontró a los miembros del consejo pastoral. En su homilía, comentando el Evangelio del encuentro de Jesús con la Samaritana en el pozo de Sicar, el Santo Padre puso de relieve que en un cierto momento, la mujer pide agua a Jesús, "manifestando de este modo que en cada persona existe una innata necesidad de Dios y de la salvación que solo El puede colmar".

"Jesús -continuó- quiere llevarnos, como la Samaritana, a profesar nuestra fe en El con fuerza para que podamos anunciar y testimoniar a nuestros hermanos la alegría del encuentro con El y las maravillas que su amor realiza en nuestra vida".

La liturgia de este domingo, afirmó el Papa, "nos estimula a examinar cómo es nuestra relación con Jesús, a buscar su rostro sin cansarnos. Esto es indispensable para que podáis seguir, en el nuevo contexto cultural y social - dijo dirigiéndose a los parroquianos- la obra de evangelización y de educación humana y cristiana desarrollada desde hace más de un siglo por esta parroquia".

"Abrid cada vez más vuestro corazón -añadió- a una acción pastoral misionera, que impulse a cada cristiano a encontrar a las personas -en particular a los jóvenes y a las familias- en el lugar donde viven, trabajan, pasan el tiempo libre, para anunciarles el amor misericordioso de Dios! (...) Os animo a perseverar -terminó- en el compromiso educativo, que constituye el carisma típico de toda parroquia salesiana".

Durante el encuentro posterior a la misa, el Papa volvió a evocar el Evangelio de la Samaritana. Esta mujer "podría ser -dijo- una representante del hombre moderno, de la vida moderna. Había tenido cinco maridos y convive con otro hombre. Hacía un amplio uso de su libertad y sin embargo, no era más libre sino más vacía. Pero esta mujer tenía un vivo deseo de encontrar la felicidad, la verdadera alegría". En este sentido, el Papa exhortó a los fieles a continuar con su "compromiso pastoral y misionero, con vuestro dinamismo -dijo- para ayudar a las personas de hoy a encontrar la verdadera libertad y la verdadera alegría".

In nomine tuo laxabo rete

1. La Iglesia nació -y es- pequeña

(Benedicto XVI, Jesús de Nazareth, el Reino).

"El contenido central del «Evangelio» es que el Reino de Dios está cerca. Se pone un hito en el tiempo, sucede algo nuevo. Y se pide a los hombres una respuesta a este don: conversión y fe. El centro de esta proclamación es el anuncio de la proximidad del Reino de Dios; anuncio que constituye realmente el centro de las palabras y la actividad de Jesús. Un dato estadístico puede confirmarlo: la expresión «Reino de Dios» aparece en el Nuevo Testamento 122 veces; de ellas, 99 se encuentran en los tres Evangelios sinópticos y 90 están en boca de Jesús".

"El mensaje de Jesús acerca del reino recoge —ya lo hemos visto— afirmaciones que expresan la escasa importancia de este reino en la historia: es como un grano de mostaza, la más pequeña de todas las semillas. Es como la levadura, una parte muy pequeña en comparación con toda la masa, pero determinante para el resultado final. Se compara repetidamente con la simiente que se echa en la tierra y allí sufre distintas suertes: la picotean los pájaros, la ahogan las zarzas o madura y da mucho fruto. Otra parábola habla de que la semilla del reino crece, pero un enemigo sembró en medio de ella cizaña que creció junto al trigo y sólo al final se la aparta (cf. Mt 13, 24-30).

Otro aspecto de esta misteriosa realidad de la «soberanía de Dios» aparece cuando Jesús la compara con un tesoro enterrado en el campo. Quien lo encuentra lo vuelve a enterrar y vende todo lo que tiene para poder comprar el campo, y así quedarse con el tesoro que puede satisfacer todos sus deseos. Una parábola paralela es la de la perla preciosa: quien la encuentra también vende todo para hacerse con ese bien, que vale más que todos los demás (cf. Mt 13, 44 y ss). Otro aspecto de la realidad de la «soberanía de Dios» (reino) se observa cuando Jesús, en unas palabras difíciles de explicar, dice que el «reino de los cielos» sufre violencia y que «los violentos pretenden apoderarse de él» (Mt 11, 12)".

2. La Obra nació -y es- pequeña.

Aniversarios de esta semana.

El 27/02/1946, D. Álvaro llega a Roma, acompañado de don José Orlandis, enviado por nuestro Padre para tramitar la aprobación pontificia de la Obra.

Durante varios meses, D. Álvaro, D. José y D. Salvador Canals, estuvieron viviendo en el n. 49 de Corso del Rinascimento.

Ya al día siguiente de su llegada a Roma don Álvaro se dedicó a conseguir cartas comendaticias de algunos Cardenales recién nombrados en el consistorio de 18-II-1946, ya que solamente traía de obispos de España.

Muchos estaban ya a punto de regresar a su país de origen y eso hacía la tarea más difícil. Había, además, otro problema: la labor de la Obra no era todavía conocida por algunas de las personas a quienes don Álvaro -un sacerdote de 32 años- sin conocerlas previamente pedía cartas comendaticias para la aprobación de la Obra.

Don Álvaro no conocía los idiomas de origen de varios de ellos y tuvo que explicarse y entenderse en latín.

Ninguna de esas dificultades -comentaba don José Orlandis- detenía a don Álvaro, y, cuando le preguntaba si no le imponía un tanto tener que hablar con los Cardenales, don Álvaro respondía que siempre pensaba: in nomine autem tuo laxabo rete...

3. La Iglesia, y la Obra, crecen poco a poco: el plan apostólico diario.

Ideas del cb que nos dio el vsr el día 20/01/2008.

24.2.08

Curación del paralítico de la piscina (Jn 5, 1-15)

El día de la fiesta de los judíos, que, probablemente era la fiesta de la Pascua, Jesús sube a Jerusalén. El Señor iba para predicar y dar testimonio entre la multitud.

Y subió Jesús a Jerusalén, nos dice el evangelista. Probablemente iría en una de las caravanas que desde Galilea iban hacia Jerusalén para celebrar esa solemnidad tan importante para los judíos.

En el noroeste del Templo de Jerusalén se situaba la “puerta de las ovejas”, que en griego se dice “probática”. Se llamaba así la puerta porque por ella pasaban los animales que se destinaban a sacrificios. Al lado de la puerta había una piscina, que también se llamaba “probática”, probablemente porque a ella iban los sacerdotes a lavar las ovejas y limpiarlas un poco antes de ofrecerlas a Dios como sacrificio. En esa piscina también se bañaban enfermos que querían curarse, y por eso se llamaba también –en hebreo- “Bethsaida”, o “Bethseda”, que significa “casa de misericordia”.

La piscina tenía cinco pórticos o galerías para recibir a los enfermos.

Y en Jerusalén está la piscina probática, que en hebreo se llama Betsaida, la cual tiene cinco pórticos, nos cuenta San Juan.

Es fácil imaginar la escena que narra el evangelista: yacía un gran número de enfermos en los pórticos, recostados o tumbados sobre sus camillas destartaladas- ciegos, cojos, paralíticos, esperando el movimiento del agua.

El espectáculo sería patético: una aglomeración de desgraciados con un hilillo de esperanza. Las aguas de la piscina se movían de vez en cuando porque un ángel del Señor descendía de tiempo en tiempo a la piscina y se movía el agua.

Probablemente ese Ángel del Señor, además de remover las aguas, las limpiaría un poco, porque la piscina era un lugar en el que metían el ganado para lavarlo antes de ofrecerlo como sacrificio. Serían aguas pestilentes y sucias.

Los enfermos estaban ansiosos esperando el movimiento del agua, porque el primero de ellos que entraba en la piscina, después del movimiento del agua, quedaba sano de cualquier enfermedad que tuviese.

No existe en el mundo ninguna fuente medicinal, ni piscina de aguas calientes que pueda curar todas las enfermedades. En aquella piscina ocurría algo muy extraordinario. ¿Por qué sólo se curaba el primero que entraba? No lo sabemos.

Y se produce el milagro. Entre tantos enfermos que esperan que las aguas se agiten un poco hay un paralítico que llevaba postrado en su camilla treinta y ocho años. Tiene la suerte de que Jesús se fije en él. Se conmueve al mirarlo. Se le acerca y le hace una pregunta aparentemente absurda: ¿Quieres curarte? El Señor quiere excitar la fe y la esperanza de ese hombre.

¿Quién no querría curarse en esas circunstancias? ¿Qué hacía esperando tantos años, si no quería curarse?

Claro que quería curarse, pero no tenía a nadie que le ayudara a meterse en la piscina cuando el agua se movía. Y como nunca era el primero, quedaba sin curarse. Pero no se desanimaba.

Señor, no tengo hombre que me meta en la piscina cuando el agua está revuelta: porque mientras yo voy, llega otro antes que yo. A Jesús se le haría un nudo en el estómago al oír este relato lleno de amargura de labios de un hombre que está en una situación muy triste, tirado en el suelo, que sólo podía moverse arrastrándose por el como los animales, pero con deseos de recuperar la movilidad y ser “normal”. Además le responde a Jesús con un profundo respeto. Le dice “Señor”.

Cuando le ha contado a Jesús su miseria, el Señor lo cura totalmente: Levántate, toma tu lecho y anda. Y al punto fue curado aquel hombre y tomó su camilla y caminaba.

Y esto lo hizo Jesús en un día de fiesta: un sábado. Dice San Juan Crisóstomo que Jesús mandó al paralítico que cogiera su camilla para hacer el milagro creíble, y que la gente no pensara que la curación era una fantasía, y así, el enfermo no habría podido transportar realmente la camilla si no hubiera sido curado.

El hombre, como le había dicho Jesús, cogió su camilla y se marchó a su casa. Pero en sábado estaba prohibido llevar cualquier tipo de carga encima (lo prohibía la ley judía –Jer 17, 21-22-). Entonces, los judíos puritanos cumplidores de la ley le piden explicación al paralítico recién curado: Dijeron entonces los judíos al hombre que había sido curado: es sábado y no está permitido que lleves tu camilla.

Probablemente, al paralítico poco le importaba que fuera sábado. Además, Jesús le había dicho que tomara su camilla y se fuera a casa. ¿A quién iba a obedecer antes, a esos judíos y su ley, o a Jesús que lo acababa de curar? Además, la ley judía también mandaba obedecer a un profeta aunque mandara cosas contrarias a la ley. Y aquel hombre que lo había curado, parecía tener, por lo menos, los poderes de un profeta (por sus predicaciones y sus milagros).

La envidia cegaba a aquellos judíos, y le preguntan al recién curado no quién lo ha sanado, sino quién le ha mandado infringir una ley. Le preguntaron: ¿quién es aquél hombre que te dijo “toma tu camilla y anda”?

Jesús ya se había retirado de aquel lugar, porque no le gusta el espectáculo, ni llamar la atención. Y el que había sido curado, no sabía quién era: porque Jesús se había retirado del tropel de gente que había en aquel lugar.

El paralítico subió al templo para darle gracias a Dios. No se fue “de fiesta”, a sus negocios, después de haber sido curado. Se fue a rezar. Y como premio a esa actitud, se encuentra nuevamente con Jesús, que le hizo un milagro mucho más grande que el de la curación corporal. Cuando somos agradecidos con Dios, se aumentan el número de gracias que recibimos. La persona agradecida es generosa. Y Dios se conmueve ante la generosidad.

Después, le halló Jesús en el templo, y le dijo: mira, que ya estás curado. No quieras pecar más, para que no suceda una cosa peor. Dice San Agustín que “es mucho mayor que curara Cristo las dolencias de las almas inmortales (el pecado) que las enfermedades de los cuerpos, que son mortales”.

Con ese “algo peor”, quizás Jesús se está refiriendo a la vida eterna, porque es mucho peor que estar treinta y ocho años en una camilla pasarse una eternidad en el infierno.

23.2.08

La samaritana (Jn 5, 5-42)

El Evangelio nos cuenta un encuentro que tuvo Jesús con una persona durante la época que Él pasó en Judea y Samaría.

Este pasaje contiene una de las narraciones más delicadas del Evangelio. El hecho –el encuentro con una mujer- es aparentemente sencillo y vulgar; pero a Jesús le sirve para hablar de realides sobrenaturales muy elevadas.

Por lo que cuentan los Evangelios, parece que Jesús estaba completamente solo con la mujer. A lo mejor estaba presente el evangelista Juan, por la gran cantidad de detalles que se cuentan.

Jesús tiene que salir de Judea porque lo amenazan y lo persiguen. Es un hombre en peligro. Acompañado de sus discípulos, atraviesa Samaría, que era un enclave entre Judea y Galilea. Casi en el centro del país se encotraba la ciudad de Sicar, la primitiva Siquém.

Allí se hallaba el campo que Jacob había dado en herencia a su hijo predilecto, José (Gen. 33, 19; 48, 22). En este campo había un pozo que Jacob había construído y que se llenaba de agua de una fuente subterranea. Y allí estaba la fuente de Jacob. Este pozo sigue en pie hoy en día.

Desde Jerusalén (lugar del que había salido Jesús) hasta Sicar hay catorce horas de camino. Probablemente Jesús hiciera noche en un pueblo intermedio. Jesús estaba fatigado cuando pasa delante del pozo, porque se sentó sobre la fuente. Era mediodía, la hora de más calor: la hora de sexta desde la salida del sol.

Jesús estaba cansado y sediento. Jesús reposa su fatiga. Se fatiga el que es “la fortaleza de Dios”, para recordarnos el gran precio que pagó por nuestro rescate. “La fortaleza de Cristo, hizo que existiésemos”, dice San Agustín. Hemos de estar agradecidos a nuestro Señor. Y no quejarnos cuando tengamos algo que nos cueste un poco más. Vemos a Jesús que tampo pierde un minuto, si se trata de cumplir su misión: cansado del camino no deja de rescatar almas. Nunca se olvida de su misión. Nunca se olvidará de nosotros.

Jesús está cansado y sediento. Pero el pozo tiene mucha profundidad y hay que esperar a que alguien saque agua para pedirle. Una mujer –samaritana de regió y de religión-, se acerca al pozo a sacar agua para sus faenas en casa.

Jesús aprovecha su sed para entablar una conversación con esta señora. Y le pide que le dé agua del pozo para beber. Jesús está solo porque los discípulos han ido a la ciudad a comprar comida).

La mujer se da cuenta de que Jesús es judio: probablemente por la forma de vestir, especialmente las filacterias, y por su habla, que no eran tan suave como la de los samaritanos.

En el interior de esa mujer se puede leer un cierto odio, o rencor: ¿cómo tú, siendo judío, me pides a mí, que soy mujer samaritana?

El evangelista introduce en el relato una interesante aclaración: “porque los judios no tienen trato con los samaritanos”.

Jesús está por encima de si judios y samaritanos se hablan o no.

San Pablo decía que se había hecho todo para todos para ganar a todos.

Entonces, Jesús –no se mete en política para discutir porqué están enfrentados unos y otros- va directamente al grano y le dice: “Si conocieses el don de Dios, y quién es el que te dice: Dame de beber, puede ser que le pidieras a Él, y te daría agua viva”.

El agua viva es la que brota de las fuentes.

El agua de la que habla Jesús es la gracia, la vida eterna. La samaritana no se da cuenta de que está con Dios, y del gran bien que le puede hacer a su alma estar un rato junto a Jesucristo: “Si conocieras el don de Dios…”.

Hemos de sentir la sed de la gracia. La recibimos en los sacramentos y aumenta con la vida de oración y las buenas obras.

La samaritana no entiende la metáfora, pero se muestra respetuosa con el extraño del pozo. Quizás descubre algo extraordinario en Jesús, porque le dice: “Señor…” Y siente curiosidad por esa agua que le puede dar.

En Isrel el agua era escasa, y Jacob, padre de judios y samaritanos labró un pozo con mucho trabajo. Del pozo se sacaba agua para las faenas de la casa y del campo. La samaritana piensa: “¿cómo va a tener este más poder que Jacob?”, por eso le dice: “¿Por ventura eres tú mayor que nuestro padre Jacob, el cual nos dio este pozo, del que bebió él, sus hijos y sus ganados?”.

Jesús sigue hablándole con metáforas. Le dice que el agua del pozo no apaga la sed para siempre, en cambio, la gracia de Dios, sí.

La mujer parecía ingenua. Le dice a Jesús: “dame esa agua, para que no tenga jamás sed, ni venga aquí a sacarla”. Quiere que Jesús le evite las incomodidades de la vida (tener sed, tener que ir al pozo a por agua…).

Jesús ve que la mujer ya está preparada para entender lo que le quiere decir, y gira totalmente la conversación. Jesús se le revela como Mesías. Y va al fondo de la conciencia de esa señora. “Ve llama a tu marido, y vuelve aquí”. La mujer, le miente a Jesús: “No tengo marido”. Y Jesús le dice la verdad: “Bien has dicho, no tengo marido. Cinco maridos has tenido, y el que ahora tienes, no es tu marido. Esto has dicho con verdad”.

Jesús no la reprende, ni la amenaza.

La mujer se da cuenta de nuevo de la extraordinaria personalidad de Jesús, y le dice: “Veo que eres profeta”.

También le habla Jesús del Mesías. Cuando se le presenta como el Mesías esperado, aparecen los discípulos. Y se encuentran a Jesús hablando con ella.

En tiempos de nuestro Señor, era algo deshonroso hablar en público con una mujer, aunque fuera la propia, porque tenían en muy baja consideración la condición femenina.

Y se maravillaron de que hablara con una mujer. Pero ninguno le dijo: ¿qué preguntas, o qué hablas con ella?”.

Mientras llegan los discípulos, Jesús le ha dicho a la samaritana: “Yo soy el Mesías”.

Y, un tanto histérica, esta mujer se va corriendo al pueblo a decirlo a todo el mundo: “La mujer, pues, dejó su cántaro, y se fue a la ciudad, y dijo a los hombres: venid y ved a un hombre que me ha dicho todas cuantas cosas he hecho”.

Ante semejante anuncio, “salieron todos de la ciudad y vinieron a Él”.

Mientras, Jesús enseña también a los apóstoles, que tampoco entienden la doctrina sobre la gracia. Y les dice algo que nos puede ayudar mucho: “Mi alimento es hacer la voluntad del que me ha enviado”. El deseo de Jesús es, ante todo, hacer la voluntad de Dios.

No hay nada que robustezca más el espíritu (que nos haga crecer interiormente y le dé seguridad y paz interior), como poder decir: “estoy haciendo la voluntad de Dios”. El que hace la voluntad de Dios –hoy, esta tarde, mañana- está orientado y su vida tiene fuerza. Su trabajo es eficaz, porque se ocupa de lo que Dios quiere para Él. Ayuda a soportar con alegría cualquier tipo de sacrificio.

20.2.08

Cultura del esfuerzo

Los Tres Grandes Obstáculos para una Cultura del Esfuerzo

“El paternalismo, los modelos fáciles que proyecta la tele y un falso mito de igualdad” hacen difícil animar a padres e hijos a esforzarse, dice el profesor de Filosofía.

Educar en valores no es tarea fácil dados los tiempos que corren. Transmitir a nuestros hijos, por ejemplo, la idea de que el esfuerzo es necesario para su formación integral, para construir su personalidad, se estrella en demasiadas ocasiones con el modelo de sociedad que proyectan los medios de comunicación -especialmente la televisión- y fomentan incluso las administraciones.

Se trata de un modelo basado en no renunciar a nada, vivir sin complicarse la vida y esquivar el esfuerzo, que es la mejor forma de medir la felicidad en términos de placer inmediato, aunque lleve aparejados la pereza, el egoísmo y, a la larga, el fracaso.

¿Cómo ejercer entonces una pedagogía del esfuerzo cuando los valores fundamentales para la formación de nuestros hijos son devaluados por aquéllos que deberían promoverlos? La respuesta no es fácil y requiere de buenas dosis de voluntad y paciencia.

Por otra parte, cuando los pequeños se esfuerzan en realizar una actividad concreta y fracasan en el intento, con demasiada frecuencia los padres tendemos a solucionar el problema al que se enfrentan, en lugar de animarles a que sigan intentándolo.

El esfuerzo es un elemento básico en el proceso de educación de los jóvenes. Aprender sin esfuerzo es, sencillamente, una quimera. ¿Cómo abordará el niño con éxito su próximo desafío sin haber superado por él mismo el anterior? Sólo con esfuerzo y una cierta renuncia a los ‘cantos de sirena’ se puede lograr un objetivo medianamente serio en la vida.

Todo esto lo sabe bien Francesc Torralba i Roselló, profesor catedrático de Filosofía de la Universidad Ramon Llull y miembro colaborador del Instituto Borja de Bioética, quien, además de sus actividades académicas, ofrece conferencias en centros escolares sobre la importancia de la cultura del esfuerzo: “los frutos que se derivan de una pedagogía del esfuerzo son frutos profundos”, dice.

Sin embargo, advierte el profesor de Filosofía y padre de familia numerosa, para educar a los hijos en una cultura del esfuerzo, lo que él denomina como un “impulso continuado a lo largo del tiempo”, se han de superar tres grandes obstáculos.

El primero de esos obstáculos, considera Torralba, “es el paternalismo, el ‘ya te lo haré yo’ que los padres solemos exclamar cuando nos domina la impaciencia por resolver una situación que es el hijo quien ha de resolver [...]. Antes que pasar por ver cómo nuestro hijo se hace un lío para cocinar una simple tortilla preferimos hacérsela nosotros”.

Ese paternalismo entra en una evidente contradicción: “queremos que se esfuercen, pero les resolvemos los problemas. Vemos que se esfuerzan y no consiguen su objetivo, así que se lo hacemos nosotros”, añade.

Torralba, autor de libros como El arte de saber escuchar; ¿Otro mundo es posible? Educar después del 11 de septiembre; o Padres e hijos, la aventura de encontrarse hoy, asegura que, mientras tanto, el adolescente es consciente de que “alguien me lo hace siempre”.

El segundo obstáculo, dice Torralba, son los modelos que niños y adolescentes ven proyectados en la tele, o sea, “jóvenes que lo consiguen todo, mientras sus padres son, en muchas ocasiones, unas personas más o menos grises que se matan para pagar una hipoteca”.

“Ven el modelo, como un Fernando Alonso, pero no ven todo el esfuerzo que cuesta llegar a ello. Y es que, culturalmente, los medios muestran la cara luminosa, pero no el ‘Gólgota’, el tremendo esfuerzo que hay detrás de ese triunfo”, advierte el catedrático.

Para este experto en educación, el tercer obstáculo se encuentra en el mito según el cual “todo el mundo puede hacerlo todo si se esfuerza”. Torralba considera que “ésta es una idea ingenua”.

“Tú, hijo, algunas cosas y con dificultad”. “Salvo excepciones, esa es la realidad cotidiana”, y no ese “falso mito de igualdad”, plantea el profesor de filosofía.

Sin embargo, no se trata de proyectar en nuestros hijos nuestras propias frustraciones, sino que Torralba cree que el mensaje para ese hijo debe incidir más en que “todo no, pero tienes tus propias capacidades y eso puede hacer que llegues a realizarte consiguiendo aquello para lo que estás capacitado”. Para ello, es necesario “observar atentamente cuáles son sus potencias y aconsejarles desarrollar aquello para lo que valen”.

“¿Cómo vencer estos tres obstáculos?”, se pregunta Torralba, quien sugiere algunas estrategias para hacerles frente.

“Es importante intentar inculcarle la motivación o ‘impulso’, porque si puede hacerlo sin esforzarse, mejor para él”; pero “no son buenas las amenazas del tipo: ‘si no lees...’; es una vía negativa. Al final, acaba por odiarse la lectura”, advierte.

Pero, entonces, “¿qué tipo de motivación podemos dar? Pues la vía más pragmática, o sea hacerle ver que ese esfuerzo tendrá sentido en su vida, en su formación. El esfuerzo es básico para poder desarrollarse”.

Otra buena estrategia es “mostrarle los beneficios del esfuerzo con ejemplos cercanos, que conozcan o que admiren, siempre insistiendo en que a esos triunfadores no les han regalado nada, que detrás de lo ‘luminoso’ hay siempre un gran esfuerzo”, insiste.

Y es muy importante practicar la “pedagogía de la contrariedad”. Que el niño o adolescente se encuentre con contrariedades que le estimulen a esforzarse.

“Confrontar las contrariedades en el proceso de aprendizaje le ayudará a salir adelante. Si no se esfuerza en solucionarlas nadie lo hará por él y esa es la realidad que hay fuera del ‘nido’. Si no encuentra obstáculos en el camino no aprenderá nunca a superarlos”, asegura el catedrático.

Torralba recurre al ejemplo de la bicicleta: “Cuando son pequeñitos, primero van en triciclo y luego pasan a la bicicleta con dos ruedas pequeñas de soporte. Pero, será necesario que los padres se dejen los riñones aguantando el sillín mientras corren detrás de la bici y que ellos se despellejen las rodillas de vez en cuando para que aprendan a ir a dos ruedas”.

Y recuerda asimismo la anécdota de aquella señora que se dirigió a una violinista con estas palabras: “Daría la vida por tocar como usted”. La violinista contestó diciendo: “¡Qué cree que he hecho yo!”.

Pero, “cuando hablamos de contrariedades, ¿a qué nos estamos refiriendo? Pues por ejemplo a algo tan simple como hacer los bocadillos. Si nunca se pone porque ‘lo hace mal’, si no empieza por lo relativamente simple, difícilmente podrá superar cuestiones u obstáculos más complejos”, aclara Torralba.

Al mismo tiempo, llegará a situaciones como la que ha fomentado el Ministerio de Educación al permitir que los alumnos de Bachillerato puedan pasar con cuatro materias suspendidas: “He pasado, soy universitario, se dirá más tarde, orgulloso de sí mismo. Pero, eso sí, no sabrá escribir correctamente”, constata el experto.

Por el contrario, “cuando detrás del ingreso en la universidad hay un esfuerzo, cuando se ha sudado tinta para superar todos los obstáculos que han conducido al alumno hasta ahí, los frutos que se derivan de esa pedagogía del esfuerzo son frutos profundos”, asegura Torralba.

Así, cada vez que ese joven se encuentre con alguna contrariedad, la asumirá e intentará de nuevo resolver el problema al que se enfrenta.

El resultado de la cultura del esfuerzo forja también la personalidad del adolescente y “le dota del valor de la prudencia, de manera que aprende también a decir ‘no’ ante situaciones ‘peligrosas’, como la ingesta de alcohol o drogas. Saber decir ‘no’ cuando es conveniente es algo mucho más fácil para un joven si se ha formado en una pedagogía del esfuerzo.

Torralba nos recuerda también la hipercompetitividad que existe actualmente en todos los campos. “Es inmisericorde, no tiene entrañas”. “Acabar los estudios como ‘pardillos’ y enfrentarse a la ‘jungla’ que hay fuera no es cosa sencilla.[...] Sabiendo desarrollar la cultura del esfuerzo convenientemente esa prueba de fuego se supera con más facilidad, afirma.

EDUCAR, COSA DE PADRES

Por otra parte, “el trabajo de educar es, esencialmente, un trabajo que corresponde al padre y a la madre. Actualmente, aún reconociendo la dificultad que conlleva conciliar la vida laboral y familiar, “hay una cierta tendencia a la dejadez y a delegar muchas veces esa tarea a la escuela: ‘Pago, ahí os lo dejo’”.

No me cansaré nunca de recordarlo: “el primer responsable de la educación de los hijos son los propios padres”, insiste.

Torralba advierte al mismo tiempo de que no hay una relación directa entre el esfuerzo y los resultados, de manera que suele ocurrir que lo que funcionó bien en nuestro primer hijo no da el mismo resultado en el segundo.

Es tarea de los padres el “hacerles ver el enorme ‘capital’ que tienen dentro en potencia, a través de su recorrido vital”.

Los hijos tienen que asumir sus propias responsabilidades. Deben aprender a preguntarse ¿por qué fracaso reiteradamente en esto? No se puede recurrir siempre a echar la culpa a los demás. Es mejor hacerles ver que “el fracaso tiene un enorme valor pedagógico, que forma parte de la condición humana para aprender”, dice el experto.

Para concluir, Torralba asegura que “el resultado del esfuerzo da ‘felicidad’, que no es lo mismo que placer. Es difícil encontrar a alguien que, tras un enorme esfuerzo y sacrificio culminado con éxito, no haya experimentado esa felicidad. Y os animo a transmitirles eso a vuestros hijos”.

“Además, el estado subjetivo de felicidad que se deriva del esfuerzo da impulso para realizar un nuevo esfuerzo ante un nuevo reto” recalca.

Autor: F. Torralba

Forumlibertas (Sociedad), 18-2-08

San José

Elegido por Dios en plena juventud. (Las representaciones de San José viejo suelen ser para resaltar la perpetua virginidad de María y su inmaculada concepción).

Descendiente de una estirpe ilustre: David y Salomón.

Un hombre que se fía totalmente de Dios. En sueños se le aparece un ángel para anunciarle quién era Jesús. En sueños otro ángel le avisa de que vaya a Egipto. En sueños recibe la noticia de que Herodes ha muerto y puede regresar. Es humilde y es fuerte (resiste situaciones humanamente difíciles).

Es el “maestro de la vida interior”. ¿Qué es la vida interior? El trato confiado y la amistad con Jesús y con María. Lo que Jesús aprendió como hombre, se lo enseñó José.

San José educó a Jesús y le puso el nombre.

San José enseñó un oficio a Jesús.

San José fue el protector de Jesús. “San José es realmente Padre y Señor, que protege y acompaña en su camino terreno a quienes le veneran, como protegió y acompañó a Jesús mientras crecía y se hacía hombre”.

San José es un ejemplo de hombre trabajador, que se ganaba la vida con el esfuerzo de sus manos. No era una persona rica. Ejerció un trabajo fatigoso y humilde. La Sagrada Escritura dice que era “artesano”. San Justino comenta que hacía arados y yugos. San Isidoro de Sevilla explica que era herrero. Trabajó como un obrero al servicio de sus conciudadanos.

San José fue un hombre de gran personalidad, con muchas virtudes humanas. Un rasgo común en la vida de todos los santos es que han sido hombres de una gran personalidad.

A San José nunca se le ve apocado.

San José se enfrenta con los problemas y sale adelante en situaciones muy difíciles humanamente.

San José asume con responsabilidad las tareas que Dios le encomienda.

Es un ejemplo cómo vive la virtud de la santa pureza y nos enseña que la juventud no es un obstáculo para vivir la castidad; al contrario: es en la juventud cuando esta virtud se afianza.

San José es también un ejemplo de constancia. Era un habitante de una aldea perdida en Palestina: Nazareth. ¿Qué puede esperar de la vida una persona en esas circunstancias? Sólo trabajo, en unos días de aparente rutina, y siempre, esfuerzo. Al acabar el día le esperaba su pequeño refugio: una casa pequeña y pobre.

San José es un modelo de fidelidad: cumple mandatos de Dios que no entiende.

José significa en hebreo “Dios añadirá”. Dios añade a la vida santa de los que cumplen su voluntad dimensiones insospechadas: lo importante, lo que da valor a todo, lo divino”. Dios añadió a la vida de San José a Jesús y a María.

En la Sagrada Escritura se dice que José era “justo”. Justo quiere decir “piadoso, servidor irreprochable de Dios, cumplidor de la voluntad divina, bueno y caritativo con el prójimo”. El justo es el que ama a Dios y demuestra ese amor cumpliendo sus mandamientos y orientando toda su vida en servicio de los demás. “El justo vive de la fe”. San José, porque tenía fe, supo reconocer la voz de Dios cuando se le manifestó de manera inesperada.

19.2.08

Recogimiento

Nuestra vida está envuelta en el amor de Dios. El escenario sobre el que se sitúa nuestra vida es el escenario del amor de Dios.

Los que se quieren procuran verse. Los enamorados sólo tienen ojos para el amor. ¿No es lógico que sea así? El corazón tiene esos imperativos. Hijas e hijos de mi alma: verle, contemplarlo, conversar con Él. Lo podemos realizar ya ahora, lo estamos tratando de vivir, es parte de nuestra existencia (…). Hijos, renovad el propósito de vivir siempre en presencia de Dios; pero cada uno a su modo” (En diálogo con el Señor, pp. 200-201).

Esta doctrina de la Sagrada Escritura, que se encuentra —como sabéis— en el núcleo mismo del espíritu del Opus Dei, os ha de llevar a realizar vuestro trabajo con perfección, a amar a Dios y a los hombres al poner amor en las cosas pequeñas de vuestra jornada habitual, descubriendo ese algo divino que en los detalles se encierra. ¡Qué bien cuadran aquí aquellos versos del poeta de Castilla!: Despacito, y buena letra: / el hacer las cosas bien / importa más que el hacerlas[1].

Para descubrir ese algo divino que se esconde en todas las circunstancias hemos de mortificar los sentidos: la vista, la imaginación, los pensamientos inútiles. “Un alma verdaderamente contemplativa ha de tener los sentidos mortificados, ha de asemejarse a Jesús, cosido con tres clavos al madero de la Cruz (…). Porque para vivir, hay que morir; morir para tener vida sobrenatural, para vivir vida de oración” (Carta, 24-III-1930).

“Se ha escrito que “la capacidad de silencio en el hombre es el termómetro de su calidad y su nobleza”. Por desgracia, hoy va aumentando el ruido y va disminuyendo el silencio. Y el silencio es lo que más necesitamos.

La sociedad actual está llena de ruidos, de mil objetos que distraen nuestra atención en una multitud de pequeños detalles intrascendentes. Hoy nada nos invita a la reflexión. Si queremos reflexionar, que es una actividad muy importante y muy necesaria, hemos de crear silencio en nuestro entorno y entrar en él sin miedo. El silencio concentra nuestra vida y nos ayuda a profundizar en ella y a vivirla en plenitud” (Card. Martínez Sistach).

El Padre en Pallerols, caminando por el paso de los Pirineos en 09/07: iba recogido.

“(Onclin) estuvo muchas veces en Villa Tevere con el Padre. Quizás uno de los encuentros más interesantes tuvo lugar cuando se debatía en el aula conciliar el capítulo sobre el laicado de la futura Constitución Lumen gentium. Ese día, junto con Marty y Onclin, vinieron los obispos de Lieja, Angers y Saint Claude: Guillaume van Zuylen, Henri Mazerat y Claude-Constant M. Flusin. En la conversación se habló durante largo rato de la misión apostólica de los laicos en el mundo. Marty dijo:

Porque a los laicos les corresponde cristianizar las estructuras del orden temporal, del mundo: así transformarán...

El Padre, con su viveza habitual, le interrumpió sonriendo:

Si tienen alma contemplativa, Excelencia. Porque si no, no cristianizarán nada. Peor aún, serán ellos los que se dejarán transformar; y, en lugar de cristianizar el mundo, se mundanizarán los cristianos” (Don Julián Herranz, Jericó).

Aprender a callar, y aprender a escuchar.

No se puede llegar a tener vida interior si no se pasan varios años con la preocupación –que no preocupa, descansa- de hacer muchos actos de amor de Dios, y tantas mortificaciones, y jaculatorias. (…) Después de este esfuerzo, se llega a tener, en todos los momentos del día trato y conversación con el Señor: vivimos como almas contemplativas (Crónica, V-2001).

Un medio para ser contemplativos: las Normas de siempre.

La presencia de Dios es consecuencia de la oración. Y la vida de oración depende de la presencia de Dios. El Arzobispo de Tarragona, por motivos de trabajo, pasó unos días en Roma. Estuvo en Villatevere, con el Padre, que le dijo: “hijo mío, pide la presencia de Dios” (contado por el Dr. Pujals en Castelldaura, en una meditación, cve cl, 19/10/07).

Esta es la actitud de una persona enamorada: buscar la presencia de Dios.



[1] Amar al mundo apasionadamente, n. 116.

14.2.08

Teologia de la secularidad

14 de febrero.

Hoy celebramos el aniversario de la fundación de la Sociedad Sacerdotal de la Santa Cruz. Por tanto es día de acción de gracias.

Llegó el 14 de febrero del 43 ‑contaba nuestro Padre en una ocasión‑, cuando hacía varios años que buscábamos la solución jurídica para los sacerdotes que habían de venir, sin encontrarla (...). Aquel día comencé la Misa en un hotelito de la calle Jorge Manrique, donde tenían una casa vuestras hermanas. Y al acabar de celebrarla, dibujé el sello de la Obra ‑la Cruz de Cristo abrazando al mundo, metida en sus entrañas‑ y pude hablar de la Sociedad Sacerdotal de la Santa Cruz. Dad gracias a Dios por todas estas bondades suyas, porque ha abierto a todos los hombres y mujeres los caminos divinos de la tierra (San Josemaría Escrivá).

De este modo tan sencillo y divino quiso el Señor poner de manifiesto en su mismo origen, que los sacerdotes de la Obra son instrumentos de unidad.

También se cumple hoy un nuevo aniversario del día en el que el Señor hizo comprender a nuestro Padre que en la Obra debía haber también mujeres.

Nuestra oración sube llena de reconocimiento al Señor y a su Madre Santísima por este doble aniversario.

Hace ya algunos años, con motivo de esta fiesta, D. Álvaro (en los años en que fue Padre) decía a nuestras hermanas: Es el día del jubileo de la Sección femenina, y es jubileo también para los sacerdotes de la Obra, pero el Señor quiere que pasemos como en sordina. Ya llegará otro día, cuando se cumplan los cincuenta años de la fundación de la Sociedad Sacerdotal de la Santa Cruz, en el que lo celebraremos como corresponde. (...) los sacerdotes debemos pasar ocultos; y esto es muy bueno, porque hemos de estar siempre escondidos, haciendo el bien sin ser el centro de las miradas ni de nada (D. Álvaro del Portillo).

Un aspecto muy importante de nuestro espíritu: la secularidad.

“Mons. Escrivá estaba feliz de ver cómo en diversos documentos conciliares, especialmente en las constituciones Lumen gentium y Gaudium et spes, así como en los decretos Apostolicam actuositatem y Presbyterorum Ordinis, se recogían muchas ideas que venía predicando desde 1928 y que en su momento habían parecido excesivamente innovadoras, escandalosas, cuando no heréticas. Ahora, sus enseñanzas sobre la llamada bautismal de todos los fieles a la santidad y al apostolado; la corresponsabilidad de todos los bautizados en la misión salvífica de la Iglesia; la secularidad y las estructuras del orden temporal como característica esencial y lugar propio del empeño ascético y apostólico de los laicos; el valor santificador y santificante del trabajo profesional ordinario, y otras más, habían sido solemnemente sancionadas por el magisterio de un Concilio ecuménico”.

“Por desgracia, durante una larga época sucedió después lo que temía el Padre. Un mal entendido concepto de «secularidad» y de «laicidad» llevó a muchos laicos católicos a mundanizarse, abandonando progresivamente las exigencias ascéticas y los valores morales del Evangelio. Y ese proceso de relajamiento espiritual y de pérdida de la propia identidad vocacional afectó también, y quizás sobre todo, a muchos sacerdotes y religiosos, que no fueron fieles a la llamada divina”.

“El 18 de agosto de1978, una semana antes del Cónclave, había venido por tercera vez a Villa Tevere. Don Álvaro le agradeció un artículo que había publicado en Il Gazzettino de Venecia, sobre la figura del Padre, y Luciani le dijo:

—Pues estuve dudando entre escribir un estudio de carácter más teológico para una revista especializada, o un artículo como éste, de carácter periodístico. Al final me decidí por hacer algo que pudiese llegar a muchas personas.

Ese artículo apareció el 25 de julio de 1978. Fue, probablemente, su último texto publicado en prensa antes de ser nombrado Papa. Luciani analizaba con agudeza las enseñanzas del Padre, comparándolas con la de grandes santos y maestros de espiritualidad, como san Francisco de Sales, y afirmaba: «En algunos aspectos, Escrivá supera a Francisco de Sales. También éste proponía la santidad para todos, pero parece que enseña solamente una espiritualidad de los laicos, mientras que Escrivá ofrece una espiritualidad laical. Es decir, Francisco sugiere casi siempre a los laicos los mismos medios utilizados por los religiosos, con las oportunas adaptaciones. Escrivá es más radical: habla incluso de materializar —en el buen sentido— la santificación. Para él, lo que debe transformarse en oración y santidad es el trabajo material mismo»”.

Hay textos de San Josemaría que son “programáticos”. La homilía “hacia la santidad” se dice que es “la falsilla”, porque describe el itinerario de la vida interior. Otra homilía especialmente importante es “amar al mundo apasionadamente”, de la que el Padre dice que es “la carta magna de los laicos” y que recoge “las señales de la verdadera mentalidad laical” (p. 13).

Es una homilía que tiene –en palabras de D. Pedro Rodríguez- un “lenguaje polémico e incisivo” (p. 68).

San Josemaría predica esa homilía en la época del dominio comunista en las universidades, cuando aparece la “teología de la muerte de Dios” (p. 69), en un ambiente doctrinalmente revuelto (es el año 1967, a un paso del 68) en el que se ven ya las manifestaciones de una “interpretación secularista del Concilio Vaticano II” (p. 69).

Ahora, por el contexto –coyuntural- histórico en el que nos movemos, interesa que entendamos muy bien la secularidad de la Obra.

La homilía “amar al mundo apasionadamente” no la entendió mucha gente… Incluso gente buena… San Josemaría hablaba “mucho” de libertad.

Don Pedro Rodríguez dice que en la homilía, San Josemaría habla fundamentalmente de tres temas: a) el lugar de la existencia cristiana (p. 52); b) el valor y dignidad de la materia (p. 55), y c) la unidad de vida del cristiano (p. 62).

Vamos a fijarnos en la última tesis: la unidad de vida del cristiano.

Cuando en la sociedad vemos que cada vez es mayor la separación entre fe y vida (que es uno de los errores más graves de nuestra época), pueden aparecer “falsos espiritualistas” con “falsos espiritualismos” (p. 63), que planteen dos soluciones al problema.

La primera solución es proponer una “sociología del templo”, creando “espacios sagrados” (p. 71), organizaciones “católicas”, en las que ejercitar un “derecho de asilo”; o crear un “baluarte protector desde el que instalarse y hacer desde allí incursiones al mundo común para “salvar almas”.

La otra es dejarse arrastrar por la esquizofrenia y llevar una doble vida (p. 64). Llevar máscaras, proyectar imágenes (mundanizarse).

La solución: la unidad de vida (pp. 74 y 75)

(Las referencias a las páginas son de la edición de Rialp, 2007, Amar al mundo apasionadamente, con un prólogo de Mons. Javier Echevarría y un análisis del Prof. Pedro Rodríguez; las citas entrecomilladas son del libro Jericó, de Don Julián Herranz).

12.2.08

Virgen de Lourdes

Messori, V., Hipótesis sobre María, pp. 96 y ss.

10.2.08

Ayuno y tentaciones de Jesús (Mt 4, 1-11)

Hay momentos en la vida de nuestro Señor en los que prefiere pasar oculto, y desaparece. Primero en Egipto; después en Nazareth, y ahora en un desierto.

Entonces, cuando se hubo alzado de las aguas del Jordán, inmediatamente Jesús, lleno del Espíritu Santo, fue llevado al desierto por el Espíritu para ser tentado por el diablo”.

Es sorprendente la energía que tiene el Espíritu Santo cuando se apodera de un alma: Jesús va desde las profundidades del Jordán hasta un monte. Probablemente el lugar al que lo llevó el demonio es un monte que hoy en día se llama de la Cuarentena, al oeste de Jericó; un lugar horroroso lleno de precipicios y cavernas. Y estuvo en ese lugar cuarenta días y cuarenta noches, sufriendo los ataques de Satanás.

Mientras Jesús está oculto en el desierto, la gentilidad se prepara para recibir su mensaje.

Jesús va a un desierto para humillarse. Estamos en pleno invierno. Son los meses de diciembre y enero cuando Jesús sale a retirarse. Las noches son largas. El clima es implacable. La naturaleza es estéril. La vida en un desierto es dura. Deja de comer durante cuarenta noches.

Y lo más duro no es la soledad, ni el hambre, ni el frío, ni el cansancio… Lo más duro que hace Jesús es permitir al diablo que se le ponga al lado y le tiente. Jesús quiere pasar por todo lo que un hombre puede pasar en esta tierra.

¿Cómo fueron las tentaciones de Jesús? Sabemos que las tentaciones del Señor no fueron “simbólicas”. Mel Gibson, en la película “The Passion” refleja muy bien el sufrimiento de Jesús ante el demonio. Fueron tentaciones reales. El hambre de Jesús no era un “hambre simbólica”, era un hambre real.

Jesús fue tentado igual que somos tentados nosotros. Jesús quiso ser probado para enseñarnos a nosotros a luchar.

La primera tentación es de gula. El demonio sospecha que Jesús es el Mesías. Lo ve hambriento. Satanás no tiene certeza de que esté delante del Salvador. Le induce a que coma. El ayuno que hizo Jesús era espantoso. También Moisés –antes de recibir la Ley- ayunó cuarenta días. Jesús, que debía promulgar la “ley nueva”, quiso ayunar también cuarenta días.

El ayuno hebreo consistía en no comer nada de sol a sol. El ayuno de Jesús no fue así: no comió nada ni de día ni de noche.

Jesús pasaba hambre. Y Satanás afilaba su audacia. Probablemente tomó forma humana, y le pide a Jesús que convierta unas piedras en panes. “Y acercándosele el tentador, le dijo: Si eres el Hijo de Dios, di que estas piedras se hagan panes”. Es la tentación de la desobediencia, como la del Paraíso. El demonio le dice: tu Padre te manda al desierto para que ayunes. Eso no se hace ni con el peor de los esclavos. Ya que eres el Hijo de Dios, rebélate y no consientas tal humillación, que rebaja tu dignidad.

Jesús vence. No le dice ni que es el Hijo de Dios, ni dialoga con el demonio. “Le respondió y dijo: escrito está, no sólo de pan vive el hombre sino de toda palabra que sale de la boca de Dios”. Con estas palabras, Jesús recuerda un pasaje del Deuteronomio (8, 3) en el que Moisés –dirigiéndose al pueblo de Israel, en un momento de sufrimiento y penurias- les recuerda que Dios nunca les había fallado y que los alimentó con el maná en el desierto.

Las palabras de Jesús podrían interpretarse así: la vida del hombre está en las manos de Dios, así que no tiene sentido perder la esperanza cuando hay dificultades.

La segunda tentación es de orgullo y vanidad. En la primera tentación queda claro a Satanás la gran confianza que Jesús tiene en su Padre. Ahora el demonio intenta que esa confianza se convierta en presunción. El demonio –con el poder que tienen los espíritus sobre los cuerpos- toma a Jesús y lo lleva sobre los aires a la parte más alta del templo de Jerusalén, probablemente sobre el abismo del torrente Cedrón. “Entonces le tomó el diablo, y le llevó a la ciudad santa, Jerusalén, y le puso sobre la almena del templo”. Es la ciudad santa porque era el templo era el centro del culto del pueblo judío.

El demonio falsea un texto de la Sagrada Escritura (Ps 90, 11-12) en el que Dios promete que a las personas santas las asiste especialmente cuando pasan por circunstancias más difíciles cuando tienen que cumplir con sus obligaciones. “Y le dijo: Si eres el Hijo de Dios, échate aquí abajo, porque escrito está: que mandó a sus ángeles cerca de ti, y te tomarán en sus palmas, porque no tropieces en piedra por tu pie”.

El diablo es un mal intérprete de las Escrituras: le pide a Jesús que haga una temeridad. Le pide a Jesús que ponga a prueba a Dios y haga un milagro ostentoso, justo en el lugar más importante para los judíos. Satanás está provocando a Jesús para que demuestre que es el Mesías, y que la gente le aplauda.

Pero Jesús quiere cumplir su misión de otra manera: siendo despreciado y humillado por los hombres, no aplaudido.

Jesús acude también a la Escritura, pero interpretándola bien: “Jesús le dijo: también está escrito, no tentarás al Señor, tu Dios”. Jesús se refiere a lo que cuenta el Deuteronomio (6, 16), cuando los israelitas, en el desierto, se quedaron sin agua y murmuraron contra Dios exigiéndole que hiciera un milagro.

Tienta a Dios quien desconfía de Él, o confía erróneamente: el presuntuoso y el pusilánime. Tirarse del pináculo del templo habría sido presunción.

La tercera tentación. Dios prometió al Mesías que dominaría todas las naciones (Ps 2, 8; 71, 8, 11), pero tendría que conquistarlos a base de sacrificio y sufrimiento. El demonio intenta convencerle de que consiga conquistar la tierra sin dolor, haciendo un pacto con el mal. “De nuevo le subió el diablo a un monte muy alto”, que no sabemos cuál es. “Y le mostró todos los reinos del mundo y la gloria de ellos”. Tal monte debía ser algo curioso, porque no existe en toda la tierra una montaña desde donde se vea tal cosa. Puede que una artimaña del diablo formara esa imagen ante Jesús, y para darle verosimilitud le transporta a lo alto de una montaña.

Mientras Jesús tiene ese engaño o efecto óptico, el diablo le propone un pacto: “te daré todas estas cosas y todo el imperio y la gloria de ellas, porque me han sido dadas y las doy a quien quiero, si tú, postrándote me adoras, te daré todas las cosas”.

Jesús se indigna: “vete, Satanás”. Le llama Satanás, que significa “adversario”, dándole a entender que sabe muy bien quién es.

Jesús manda al demonio a que huya. En las otras dos tentaciones no lo hizo. Y cita Jesús la Escritura: “porque escrito está: Al Señor tu Dios adorarás, y sólo a Él servirás (Deuteronomio 6, 13)”. Le manda al diablo que reconozca la suprema soberanía de Dios.

Entonces, acabada toda tentación, le dejó el diablo”.

Las tres tentaciones que soportó Jesús representan las tres concupiscencias: la de la carne, la de los ojos y la soberbia de la vida, que son las tres fuentes de pecado de los hombres.

Nosotros hemos de prepararnos para combatir las tentaciones del demonio con los mismos medios que utilizó Jesús: la oración y la mortificación. La oración multiplica nuestras fuerzas. Cuando confiamos en Dios le decimos: “no nos dejes caer en la tentación”. La mortificación es la única manera de tener a raya las concupiscencias, y además una forma de purificarse.

Jesús es nuestro modelo en la forma de vencer las tentaciones. Cuando hacemos el mal y cometemos pecados, imitamos a nuestros primeros padres, que fueron vencidos en las tres concupiscencias. Hemos de imitar a Jesús –además de en la oración y la penitencia- en la confianza ilimitada en Dios, que no consentirá que seamos tentados por encima de nuestras fuerzas.

Cada tentación que superamos nos fortalece, tenemos la alegría del que vence, acopiamos fuerzas para la lucha y más experiencia.