9.2.08

La vocación de San Mateo (Mt 9, 9-13)

Jesús acaba de curar un paralítico en la casa de Cafarnaúm, “y pasando Jesús de allí otra vez junto al mar”… Salía hacia el mar, probablemente para huir del entusiasmo de las multitudes, o para enseñar a los pescadores y a los comerciantes, que no habían podido escucharle en la ciudad.

Como siempre, aprovecha Jesús para hacer apostolado y adoctrinar a la gente: “y venían a Él todas las gentes y les enseñaba”.

Cafarnaúm era una ciudad de paso entre el norte y el sur, el oriente y el occidente. Todas las mercancías que pasaban por allí tenían que pagar un impuesto. Los encargados de cobrar este impuesto era gente adinerada, que trabajaban al servicio del Imperio Romano, y su lugar de trabajo eran unas “oficinas portátiles” que coloban en la entrada de la ciudad: un sencillo banco de madera, una mesa, y, quizás, un pequeño toldo que les resguardara del calor o de la lluvia.

A estas personas se les llamaba “publicanos”, y eran odiados por sus conciudadanos por trabajar para el Imperio Romano, porque habitutalmente eran poco honrados, y porque se les consideraba pecadores y ladrones.

Jesús saldría de la ciudad de Cafarnaúm por la puerta de la ciudad que da al lago. En esa puerta estaban los publicanos. Mientras pasaba vio a muchas personas, pero se fijó en una: “vio a un hombre publicano, Leví, hijo de Alfeo, sentado a la mesa, llamado Mateo” que seguramente estaba junto a otros compañeros de faena, sentado en el puesto de las contribuciones.

Jesús llamó a Mateo: “y le dijo: Sígueme”. Es probable que Jesús y Mateo ya hubieran intercambiado algunas palabras antes. Pero quizás la conversación fue así de directa. No lo sabemos.

Lo que sí sabemos es que las palabras de Jesús tuvieron un efecto directo y total en la vida de Mateo: “Y levantándose, dejándolo todo (puesto, ganancias, compañeros, familia) le siguió”.

En aquel momento cambió el sentido de la vida de Mateo. Cambió la manera de vivir (de ser un tipo odiado, se convirtió en un apóstol, en alguien capaz de transformar el mundo).

Dice San Jerónimo que nadie puede desesperar de su salvación si realmente se ha convertido y lucha por hacer la voluntad de Dios.

Impresiona también la rapidez con la que responde Mateo. ¿Acaso no tomó su decisión precipitadamente? ¿Estaba siguiendo a un hombre cualquiera que lo llamaba a embarcarse en una empresa desconocida? ¿No era una locura lo que estaba haciendo Mateo? Probablemente Mateo ya conocía los grandes prodigios y milagros que Jesús había hecho, y al verle pasar se sintió atraido con la fuerza con la que un imán atrae al hierro.

Es tan grande el agradecimiento de Mateo porque Jesús le haya llamado que organiza una fiesta. Como era una persona rica monta una fiesta en su casa. Mateo aparece como el propietario de una casa en Cafarnaúm, y “da a Jesús un gran banquete en su casa”. Los banquetes y las fiestas son la celebración de un acontecimiento festivo y alegre. Y son también un medio de comunicar y hacer partícipes a los demás de una alegría.

También la fiesta en casa de Mateo significaba honrar a Jesús, y despedirse de sus colegas de profesión y de sus “amigos”. Probablemente la fiesta no la organizó Mateo el mismo día de su vocación, sino unos días después.

Y sucedió que estando sentado Jesús a la mesa en la casa, vinieron muchos pecadores y publicanos, y se sentaron a comer con Él y con sus discípulos

Jesús nos enseña que cualquier momento, cualquier ocasión, es buena para hacer el bien a los demás. Jesús, hasta en la intimidad de una fiesta, sigue predicando y enseñando.

Mucha gente se escandalizó: “Y viendo los fariseos y los escribas que comía con publicanos y pecadores, decían a sus discípulos: ¿Por qué come vuestro maestro con escribas y fariseos?

Jesús oye la acusación. Y contesta: “no tienen necesidad de médico los sanos, sino los enfermos”. Jesús apela a la caridad, pues es como si les dijera: ¿de qué puede ser acusado un médico que está curando enfermos; acaso no es su trabajo, su gente? Jesús deja traslucir cuáles son los sentimientos de su corazón: compasión por los pecadores.

Los escribas y los fariseos desagradan a Jesús porque son frios de corazón.

Misericordia quiero y no sacrificio” dice Dios en la Sagrada Escritura. No es que Dios desprecie los sacrificios, pero esos sacrificios no sirven para nada si no se hacen por amor. Dice Santiago que “la religión pura e inmaculada es visitar a los huérfanos y viudas en su tribulación, y guardarse sin ser inficionado de este siglo” (Sant 1, 27).

Además, con su respuesta, Jesús deja en evidencia la ignorancia de los fariseos, pues si conocieran realmente las Escrituras sabrían que el Mesías vendría al mundo para reconciliar a los pecadores con Dios.

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