23.2.08

La samaritana (Jn 5, 5-42)

El Evangelio nos cuenta un encuentro que tuvo Jesús con una persona durante la época que Él pasó en Judea y Samaría.

Este pasaje contiene una de las narraciones más delicadas del Evangelio. El hecho –el encuentro con una mujer- es aparentemente sencillo y vulgar; pero a Jesús le sirve para hablar de realides sobrenaturales muy elevadas.

Por lo que cuentan los Evangelios, parece que Jesús estaba completamente solo con la mujer. A lo mejor estaba presente el evangelista Juan, por la gran cantidad de detalles que se cuentan.

Jesús tiene que salir de Judea porque lo amenazan y lo persiguen. Es un hombre en peligro. Acompañado de sus discípulos, atraviesa Samaría, que era un enclave entre Judea y Galilea. Casi en el centro del país se encotraba la ciudad de Sicar, la primitiva Siquém.

Allí se hallaba el campo que Jacob había dado en herencia a su hijo predilecto, José (Gen. 33, 19; 48, 22). En este campo había un pozo que Jacob había construído y que se llenaba de agua de una fuente subterranea. Y allí estaba la fuente de Jacob. Este pozo sigue en pie hoy en día.

Desde Jerusalén (lugar del que había salido Jesús) hasta Sicar hay catorce horas de camino. Probablemente Jesús hiciera noche en un pueblo intermedio. Jesús estaba fatigado cuando pasa delante del pozo, porque se sentó sobre la fuente. Era mediodía, la hora de más calor: la hora de sexta desde la salida del sol.

Jesús estaba cansado y sediento. Jesús reposa su fatiga. Se fatiga el que es “la fortaleza de Dios”, para recordarnos el gran precio que pagó por nuestro rescate. “La fortaleza de Cristo, hizo que existiésemos”, dice San Agustín. Hemos de estar agradecidos a nuestro Señor. Y no quejarnos cuando tengamos algo que nos cueste un poco más. Vemos a Jesús que tampo pierde un minuto, si se trata de cumplir su misión: cansado del camino no deja de rescatar almas. Nunca se olvida de su misión. Nunca se olvidará de nosotros.

Jesús está cansado y sediento. Pero el pozo tiene mucha profundidad y hay que esperar a que alguien saque agua para pedirle. Una mujer –samaritana de regió y de religión-, se acerca al pozo a sacar agua para sus faenas en casa.

Jesús aprovecha su sed para entablar una conversación con esta señora. Y le pide que le dé agua del pozo para beber. Jesús está solo porque los discípulos han ido a la ciudad a comprar comida).

La mujer se da cuenta de que Jesús es judio: probablemente por la forma de vestir, especialmente las filacterias, y por su habla, que no eran tan suave como la de los samaritanos.

En el interior de esa mujer se puede leer un cierto odio, o rencor: ¿cómo tú, siendo judío, me pides a mí, que soy mujer samaritana?

El evangelista introduce en el relato una interesante aclaración: “porque los judios no tienen trato con los samaritanos”.

Jesús está por encima de si judios y samaritanos se hablan o no.

San Pablo decía que se había hecho todo para todos para ganar a todos.

Entonces, Jesús –no se mete en política para discutir porqué están enfrentados unos y otros- va directamente al grano y le dice: “Si conocieses el don de Dios, y quién es el que te dice: Dame de beber, puede ser que le pidieras a Él, y te daría agua viva”.

El agua viva es la que brota de las fuentes.

El agua de la que habla Jesús es la gracia, la vida eterna. La samaritana no se da cuenta de que está con Dios, y del gran bien que le puede hacer a su alma estar un rato junto a Jesucristo: “Si conocieras el don de Dios…”.

Hemos de sentir la sed de la gracia. La recibimos en los sacramentos y aumenta con la vida de oración y las buenas obras.

La samaritana no entiende la metáfora, pero se muestra respetuosa con el extraño del pozo. Quizás descubre algo extraordinario en Jesús, porque le dice: “Señor…” Y siente curiosidad por esa agua que le puede dar.

En Isrel el agua era escasa, y Jacob, padre de judios y samaritanos labró un pozo con mucho trabajo. Del pozo se sacaba agua para las faenas de la casa y del campo. La samaritana piensa: “¿cómo va a tener este más poder que Jacob?”, por eso le dice: “¿Por ventura eres tú mayor que nuestro padre Jacob, el cual nos dio este pozo, del que bebió él, sus hijos y sus ganados?”.

Jesús sigue hablándole con metáforas. Le dice que el agua del pozo no apaga la sed para siempre, en cambio, la gracia de Dios, sí.

La mujer parecía ingenua. Le dice a Jesús: “dame esa agua, para que no tenga jamás sed, ni venga aquí a sacarla”. Quiere que Jesús le evite las incomodidades de la vida (tener sed, tener que ir al pozo a por agua…).

Jesús ve que la mujer ya está preparada para entender lo que le quiere decir, y gira totalmente la conversación. Jesús se le revela como Mesías. Y va al fondo de la conciencia de esa señora. “Ve llama a tu marido, y vuelve aquí”. La mujer, le miente a Jesús: “No tengo marido”. Y Jesús le dice la verdad: “Bien has dicho, no tengo marido. Cinco maridos has tenido, y el que ahora tienes, no es tu marido. Esto has dicho con verdad”.

Jesús no la reprende, ni la amenaza.

La mujer se da cuenta de nuevo de la extraordinaria personalidad de Jesús, y le dice: “Veo que eres profeta”.

También le habla Jesús del Mesías. Cuando se le presenta como el Mesías esperado, aparecen los discípulos. Y se encuentran a Jesús hablando con ella.

En tiempos de nuestro Señor, era algo deshonroso hablar en público con una mujer, aunque fuera la propia, porque tenían en muy baja consideración la condición femenina.

Y se maravillaron de que hablara con una mujer. Pero ninguno le dijo: ¿qué preguntas, o qué hablas con ella?”.

Mientras llegan los discípulos, Jesús le ha dicho a la samaritana: “Yo soy el Mesías”.

Y, un tanto histérica, esta mujer se va corriendo al pueblo a decirlo a todo el mundo: “La mujer, pues, dejó su cántaro, y se fue a la ciudad, y dijo a los hombres: venid y ved a un hombre que me ha dicho todas cuantas cosas he hecho”.

Ante semejante anuncio, “salieron todos de la ciudad y vinieron a Él”.

Mientras, Jesús enseña también a los apóstoles, que tampoco entienden la doctrina sobre la gracia. Y les dice algo que nos puede ayudar mucho: “Mi alimento es hacer la voluntad del que me ha enviado”. El deseo de Jesús es, ante todo, hacer la voluntad de Dios.

No hay nada que robustezca más el espíritu (que nos haga crecer interiormente y le dé seguridad y paz interior), como poder decir: “estoy haciendo la voluntad de Dios”. El que hace la voluntad de Dios –hoy, esta tarde, mañana- está orientado y su vida tiene fuerza. Su trabajo es eficaz, porque se ocupa de lo que Dios quiere para Él. Ayuda a soportar con alegría cualquier tipo de sacrificio.

1 comentario:

Joan dijo...

Muchas gracias, Nono. Y enhorabuena también porque este estilo de entrada es mejor que el simple guión, que sobre todo sirve al que lo ha hecho. De esta manera podrás tener una clientela fiel que te lea, porque ha descubierto un buen pozo del que beber (para seguir con el argumento).