“Yo no soy flor nacida para todos los vientos,
ni camino perdido para todos los pasos.
Yo no soy pluma suelta de destinos y acasos
arrojada a los aires cual despojo maldito
Yo he nacido a la sombra de un mandato infinito,
de un misterio fecundo,
donde en letras de estrellas mi sendero esta escrito.
Yo he venido a la vida con un nombre bendito.
Yo no soy hospiciano de las patrias del mundo.
Amen” (José María Pemán).
Nuestra vida está envuelta en el amor de Dios.
La llamada de Dios es la razón de nuestra existencia. “¿Por qué este hombre que soy yo?” Y un yo para siempre, con mi individualidad.
Dios se ha servido, quizás, de algo insólito para acercarnos a la Obra. La llamada es un acontecimiento que se despliega en el tiempo. Dios llama a lo largo de la vida.
Con el tiempo, sucesos de nuestra vida que no entendíamos vemos cómo encajan en los planes de Dios.
Nuestra vida es una gran partitura que está por escribirse.
Hace pocos días una persona mayor me contaba su vocación. De un pueblo de la Catalunya profunda viene a vivir a Barcelona para estudiar en la Universidad de Barcelona la carrera. Se instala a vivir en un piso, que comparte con otros hermanos, también universitarios que ya estaban estudiando en la ciudad condal.
Un día, con otros compañeros de clase, al salir de la Facultad caminan por la calle Balmes. Él pensaba que irían al colegio Jesús y María a ver a las chicas y estar con ellas un rato. Piensa que puede ser un buen plan. Y se apunta. Pero resulta que no. El destino que habían elegido ese día sus amigos era otro: el Colegio Mayor Monterols.
El joven protagonista ya conocía el Opus Dei, pero sólo de oídas.
Comenzó a ir por Monterols a los medios de formación, a estudiar, a tener dirección espiritual. Pasó un año y medio y descubrió su camino.
“El discípulo está unido al misterio de Cristo y su vida está inmersa en la comunión con El: «Vivo yo, pero no soy yo, es Cristo quien vive en mí (Ga 2, 20)” (Benedicto XVI, Jesús de Nazareth).
Nuestra vocación es un diálogo continuo con Dios: estar en el escenario de la santidad, en el gran teatro del mundo, representando nuestro papel.
La vocación es dinámica. Es tarea, es trabajo, no es peso muerto.
La vocación no queda fijada en un momento. Es progresiva. Es un gran diálogo. La vocación es un ir progresando. Si no progresamos, nos instalamos. Hay un conjunto de llamadas de Dios cada día que conforman la vocación. La vocación es un conjunto de sumandos de llamadas íntimas. Hemos de oír la voz de Dios con respeto y amor, con alegría y con paz.
La sal de la tierra, 124.
“Pregunta. Normalmente, todos los cargos suelen exigir el pago de un precio. Mucho más si es tan relevante como el de estar al servicio de la verdad.
Respuesta. Estar al servicio de la verdad es algo realmente grandioso y el más "relevante" deseo de mi vocación. Pero y aunque el precio sea muy alto, se paga en moneda pequeña- Se manifiesta en cosas muy pequeñas, en cosas muy simples y de un segundo plano. En el fondo permanece siempre el deseo de la verdad, pero después hay que corresponder a esos deseos con los hechos. Y esto suele manifestarse en tener que leer actas, dirigir conversaciones, etcétera, cosas muy normales.
El precio que yo tuve que pagar fue, sencillamente, renunciar a lo que a mí realmente me hubiera gustado hacer: mantener conversaciones elevadas a nivel intelectual, reflexionar sobre temas espirituales y discutirlos, producir una obra propia en estos tiempos nuestros. Pero tuve que dedicarme a otros asuntos muy distintos, conocer conflictos y aconteceres a niveles fácticos de los cuales muchos llegaron realmente a interesarme, pero también tuve que dejarlos pasar para poder estar al servicio de otras cosas más propias de mi cargo y que requerían mi atención. Poco a poco me fui dando cuenta de que tenía que dejar de pensar "tengo que escribir tal o cual cosa", "tengo que leer esto y lo otro", porque había que reconocer que mi principal tarea era exactamente ésta, la de estar donde estoy”.
No al Tabor, sino al Calvario.
“Ahora Dios habla muy de cerca, como hombre a los hombres. Ahora desciende a la profundidad de su sufrimiento, pero precisamente eso llevará y lleva siempre de nuevo a decir a quienes le escuchan, a los que, con todo, creen ser sus discípulos: «Es duro este lenguaje. ¿Quién puede escucharlo?» (Jn 6, 60). Tampoco la nueva bondad del Señor es agua almibarada. Para muchos el escándalo de la cruz es más insoportable aún que el trueno del Sinaí para los israelitas. Sí, tenían razón cuando decían: Si Dios nos habla «moriremos» (Ex 20, 19). Sin un «morir», sin que naufrague lo que es sólo nuestro, no hay comunión con Dios ni redención” (Benedicto XVI, Jesús de Nazareth).
La vocación es un des-velarse progresivo de Dios, un re-velarse, un descubrirnos el Cielo en la tierra. Si permitimos que Dios se nos revele, estamos en el auténtico camino.
Un peligro no es mirar atrás en nuestro camino, es que miremos a derecha e izquierda. Los medios de formación con rutina... pensar que no me van a decir novedades. ¡Dios sí que me dirá novedades! Oraciones dormidos...
Un día estaban en el ctr Joan Masia y otro comiendo solos. En la tertulia le dijo a Joan "cuéntame cosas de la guerra", y mientras Joan le contaba, el otro se quedó dormido. Eso nos puede pasar con Dios, que miramos a otro lado, que nos dormimos...
“Cuando el hombre empieza a mirar y a vivir a través de Dios, cuando camina con Jesús, entonces vive con nuevos criterios y, por tanto, ya ahora algo deléschaton, de lo que está por venir, está presente. Con Jesús, entra alegría en la tribulación” (Benedicto XVI, Jesús de Nazareth).
«Somos los impostores que dicen la verdad, los desconocidos conocidos de sobra, los moribundos que están bien vivos, los sentenciados nunca ajusticiados, los afligidos siempre alegres, los pobres que enriquecen a muchos, los necesitados que todo lo poseen» (2 Co 6, 810). «Nos aprietan por todos los lados, pero no nos aplastan; estamos apurados, pero no desesperados; acosados pero no abandonados; nos derriban pero no nos rematan...» (2 Co 4, 810).
“Quien se ha entregado, quien se ha dado a sí mismo para llevar a Cristo a los hombres, experimenta la íntima relación entre cruz y resurrección: estamos expuestos a la muerte «para que también la vida de Jesús se manifieste en nuestro cuerpo» (2 Co 4, 11). Cristo sigue sufriendo en sus enviados. Sólo ahora sabe lo que es realmente la «felicidad», la auténtica «bienaventuranza», y al mismo tiempo se da cuenta de lo mísero que era lo que, según los criterios habituales, se consideraba como satisfacción y felicidad.
En las paradojas vividas por san Pablo, que se corresponden con las paradojas de las Bienaventuranzas, se manifiesta lo mismo que Juan había expresado de otro modo al describir la cruz del Señor como «elevación», como entronización en las alturas de Dios” (Benedicto XVI, Jesús de Nazareth).