31.3.08

La Anunciación

Lc 1, 26-38

1. “Alégrate, llena de gracia, el Señor está contigo”.

En el saludo a María, el Arcangel San Gabriel pone en relación dos realidades: la alegría y la gracia de Dios.

Realmente, sólo quien está junto Jesús -quien participa de la gracia de Dios- está feliz. A los santos se les llama “bienaventurados”.

La confesión del Jueves Santo”.

Tengo una alegría que no me cabe en el cuerpo”.

Y para estar alegres, ¿qué hemos de hacer? Caminar junto a Jesús: ponernos a su lado, conocerle, leer el Evangelio, tratarle, quererle... Y acudir a los sacramentos.

“Un corazón alegre se refleja en la faz, en el porte exterior, siempre gozoso y afable, y en la placidez y armonía de espíritu” (Santo Domingo de Guzman).

2. Dios pide a María un lugar en su seno, para Él.

Dios quiere un lugar en lo más íntimo y profundo del corazón de cada hombre.

“Tio: ¿tu fin es Dios?

Así como Dios llamó a María, continúa llamando. No faltan llamadas de Dios, faltan respuestas generosas.

Terusato Sakimoto.

Card. Martínez-Sistach, (Daumar, 29/03/08).

3. El Espíritu Santo vendrá sobre ti y la fuerza del Altísimo te cubrirá.

Así se porta Dios con las personas que le quieren de verdad.

Dios es el mejor pagador. Da el ciento por uno.

Ni un vaso de agua...


C.M. Pedralbes, 31/03/08

14.3.08

Las equivocaciones de Dios

DIOS SE HA EQUIVOCADO

Hay muchos que se moldean su propio dios acomodado a sus circunstancias y necesidades; en sintonía con sus sentimientos. Cuando la vida se les tuerce (no sale de acuerdo con sus deseos o predicciones) entonces se enfadan con su dios: dios ha cometido un error, se dicen antes de entrar en una tremenda depresión y de amenazar a Dios con quitarse la vida por Su culpa...

Pero los que están fallando son ellos.

Me hallaba de vacaciones por la bellísima Irlanda visitando Monasterboice, el monasterio cisterciense más antiguo de la Isla, en el condado de Loath. En el cementerio, de entre las lápidas antiguas y modernas, hay una llamativa por la fuerza del mensaje de la inscripción. Es la tumba de una niña de 12 años.La inscripción, ordenada esculpir por su padre, reza así:

GOD MAKES NO MISTAKES
DIOS NO COMETE ERRORES

Ese que realmente es Dios no comete JAMÁS errores, todo esta en su plan divino, aunque no podamos comprenderlo.

No hay casualidades: la casualidad es el dios de los tontos. Dios tiene un plan perfecto y eso forma parte de su plan.

Si Dios cupiese en nuestra cabeza, si su plan cupiese en nuestra cabeza o Él sería muy pequeño o nosotros seríamos dioses. Hay un momento en el que debemos acatar su voluntad: Y decirle, como le dijeron los ángeles buenos: SERVIAM! te serviré, Dios mío, aunque no te entienda.

Fátima 2008

Un famoso portero de fútbol de prestigio internacional visitó una tarde el colegio de los Jesuitas de Indaucho, en Bilbao, cuando los estudiantes se hallaban rezando el Rosario en la Capilla. Se arrodilló en los últimos bancos para no llamar la atención de los muchachos, rezando también a la Madre común. Uno de los preceptores se dio cuenta de la presencia del gran futbolista y le invitó a dirigir una decena.


Los alumnos se quedaron estupefactos al ver a su ídolo que subía al presbiterio para hablarles. El «sermón» del guardameta fue espontáneo y cordial y entró como un balonazo en el corazón de los chicos. Sus palabras fueron éstas, aproximadamente:


«Hay que rezar, muchachos. Tenemos que parar, sea como sea, las tentaciones como el portero para el balón, y despejarlas lejos, muy lejos, hasta medio campo por lo menos. Si queremos ser algo en la vida tenemos que someternos a duros entrenamientos y a llevar una vida austera, y tenemos que aprender a obedecer. A mí, a veces, me costó mucho obedecer al médico, pues cuando estaba en el hospital el doctor me prohibió ver por la tele un partido porque me iba a poner nervioso... Hay que trabajar en equipo y no querer lucirnos nosotros sin saber dar juego a otros, para que gane el equipo. Hay un equipo mejor que el nuestro y es el equipo de los misioneros cuyo seleccionador es nuestro Señor Jesucristo. Y ese es el mejor fichaje. Lo importante es ganar esa final que no se repite, que es la salvación del alma, porque al final de la jornada aquel que se salva, sabe, y el que no, no sabe nada. La llegada al Ayuntamiento con la copa, cuando vencemos, me hace pensar en la entrada en el cielo, ganada la victoria definitiva.»


El «sermón» del guardameta no tuvo nada de tostón y causó un gran impacto en el ánimo de la muchachada que escuchó con emocionado silencio aquellas palabras sinceras y luminosas de su idolatrado portero. Algunos padres que lo oyeron también, se enjugaron disimuladamente unas lágrimas furtivas. Un hermano lego comentó entusiasmado: «Es también un buen delantero. Nos ha metido un gol como una catedral.»

10.3.08

La verdad os hará libres (notas sueltas)

Juan 8, 31-42


“En aquel tiempo, dijo Jesús a los judíos que habían creído en él: –«Si os mantenéis en mi palabra, seréis de verdad discípulos míos; conoceréis la verdad, y la verdad os hará libres.» Le replicaron: –«Somos linaje de Abrahán y nunca hemos sido esclavos de nadie. ¿Cómo dices tú: "Seréis libres"?» Jesús les contestó: –«Os aseguro que quien comete pecado es esclavo. El esclavo no se queda en la casa para siempre, el hijo se queda para siempre. Y si el Hijo os hace libres, seréis realmente libres. Ya sé que sois linaje de Abrahán; sin embargo, tratáis de matarme, porque no dais cabida a mis palabras. Yo hablo de lo que he visto junto a mi Padre, pero vosotros hacéis lo que le habéis oído a vuestro padre.» Ellos replicaron: – «Nuestro padre es Abrahán.» Jesús les dijo:

– «Si fuerais hijos de Abrahán, haríais lo que hizo Abrahán. Sin embargo, tratáis de matarme a mí, que os he hablado de la verdad que le escuché a Dios, y eso no lo hizo Abrahán. Vosotros hacéis lo que hace vuestro padre.» Le replicaron:

– «Nosotros no somos hijos de prostitutas; tenemos un solo padre: Dios.» Jesús les contestó: –«Si Dios fuera vuestro padre, me amaríais, porque yo salí de Dios, y aquí estoy. Pues no he venido por mi cuenta, sino que él me envió.»”

I. La libertad se alcanza entregándose a los demás.

«Conoceréis la verdad y la verdad os hará libres» vienen a ser un programa esencial. Los jóvenes -si nos podemos expresar así- tienen un congénito "sentido de la verdad". Y la verdad debe servir para la libertad: los jóvenes tienen también un espontáneo "deseo de libertad". ¿Qué significa ser libre? Significa saber usar la propia libertad en la verdad, ser "verdaderamente" libres. Ser verdaderamente libres no significa en modo alguno hacer todo aquello que me gusta o tengo ganas de hacer. La libertad contiene en sí el criterio de la verdad, la disciplina de la verdad. Ser verdaderamente libres significa usar la propia libertad para lo que es un bien verdadero. Continuando, pues, hay que decir que ser verdaderamente libres significa ser hombre de conciencia recta, ser responsable, ser un hombre "para los demás" (Juan Pablo II, Carta a los jóvenes, 1985 Año Internacional de la Juventud, (31/3/1985))

II. La libertad está unida a la verdad.

“En las enseñanzas de Cristo, la hipocresía y la falsedad son vicios muy combatidos, mientras que la veracidad es una de las virtudes más gratas a Nuestro Señor: He aquí un verdadero israelita, en quien no hay doblez, dirá de Natanael cuando se le acerca acompañado de Felipe. Jesucristo mismo es la Verdad; por el contrario, el demonio es el padre de la mentira. Quienes sigan al Maestro han de ser hombres honrados y sinceros que huyen siempre del engaño y basan sus relaciones -humanas y divinas- en la veracidad.

La verdad se transmite a través del testimonio del ejemplo y de la palabra: Cristo es el testigo del Padre; los Apóstoles, los primeros cristianos, nosotros ahora, somos testigos de Cristo delante de un mundo que necesita testimonios vivos. Y ¿cómo creerían nuestros amigos y colegas en la doctrina que queremos transmitirles, si nuestra propia vida no estuviera basada en un gran amor a la verdad? Los cristianos debemos poder decir, como Jesucristo, que hemos venido al mundo para atestiguar sobre la verdad , en un momento en que muchos utilizan la mentira y el engaño como una herramienta más para escalar puestos, para alcanzar un mayor bienestar material o evitarse compromisos y sacrificios; o simplemente por cobardía, por falta de virtudes humanas. El mismo Jesús señaló el amor a la verdad como una cualidad necesaria en sus discípulos, que lleva consigo la paz del alma, porque la verdad os hará libres.

Hemos de ser ejemplares, estando dispuestos a construir nuestra vida, nuestra hacienda, nuestra profesión, sobre un gran amor a la verdad. No nos sentimos tranquilos cuando hay por medio una mentira. Debemos amar la verdad y poner empeño en encontrarla, pues en ocasiones está tan oscurecida por el pecado, las pasiones, la soberbia, el materialismo..., que de no amarla no sería posible reconocerla. ¡Es tan fácil aceptar la mentira cuando llega -disimulada o con claridad- en ayuda del falso prestigio, de mayores ganancias en la profesión...!; pero ante la tentación, tantas veces disfrazada con variados argumentos, hemos de recordar, clara, diáfana, la doctrina de Jesús: sea vuestra palabra: "Sí, sí"; "No, no".

Ser veraces es un deber de justicia, una obligación de caridad y de respeto al prójimo. Y esta misma consideración por quienes nos escuchan nos llevará en ocasiones a no manifestar, indiscretamente, nuestros conocimientos y opiniones, sino de acuerdo con la formación, edad, etc., de los oyentes. El amor a la verdad que nos han confiado nos llevará a mantener firmes otras exigencias morales, como la reserva o el secreto profesional, el derecho a la intimidad, etc., pidiendo, si es preciso, consejo sobre el modo de actuar en casos difíciles para defender una determinada verdad ante quien quiere acceder a ella injustamente” (Fernández Carvajal, Hablar con Dios).

III. La sinceridad es camino seguro hacia la libertad

“El secreto para estar siempre alegres es no tener ningún secreto”.

La sinceridad facilita la descomplicación interior, da paz y libertad interior. Así lo dice la Sagrada Escritura:

“Guardé silencio resignado,

no hablé con ligereza;

pero mi herida empeoró,

y el corazón me ardía por dentro;

pensándolo me requemaba,

hasta que solté la lengua”.

Nuestra vida está envuelta en el misterio del amor de Dios. Por temporadas, podemos pasar por momentos (horas, días, semanas) de oscuridad. Hay oscuridades que proceden del misterio de Dios. Son oscuridades buenas porque nos ayudan a profundizar en nuestra fe, nos ayudan a ser más humildades, a movernos por motivos sobrenaturales, al abandono en los brazos de Dios, que sabe más.

Pero también hay oscuridades que tienen su origen en nuestras personales debilidades. Esas oscuridades, si no se acude con prontitud a la luz (los sacramentos, la dirección espiritual) conducen al abandono de la lucha, a la rebaja de las exigencias de la entrega, al cumplo y miento, a la autojustificación, al abandono. Ocurre con frecuencia que cuando no se "ve" el camino es porque estamos sumidos en la más profunda oscuridad de nuestras miserias, y nos falta humildad y sinceridad para re-conocernos en ese estado.

Dios no nos quiere impecables (nos estaría pidiendo un im-posible). Nos quiere humildes y sinceros. Nos lo dice la Sagrada Escritura: “Al que oculta sus crímenes no le irá bien en sus cosas; el que los confiesa y se enmienda obtendrá misericordia” (Pr 28, 13). “Sí confesamos nuestros pecados, fiel y bondadoso es Dios para perdonarnos” (Jn 1, 9).

San Agustín dice que “Lo que atestigua a favor de nuestra vida es el reconocimiento de nuestras culpas. Los hombres sin remedio son aquellos que dejan de atender a sus propios pecados para fijarse en los de los demás. No buscan lo que hay que corregir, sino en qué pueden morder. Y, al no poderse excusar a sí mismos, están siempre dispuestos a acusar a los demás” (Sermón 19, 2-3).

8.3.08

Contemplación de la Pasión del Señor

De los sermones de san León Magno, papa (Sermón 15 sobre la pasión de¡ Señor, 3-4: PL 54, 366-367)

El verdadero venerador de la pasión del Señor tiene que contemplar de tal manera, con la mirada del corazón, a Jesús crucificado, que reconozca en él su propia carne.

Toda la tierra ha de estremecerse ante el suplicio del Redentor: las mentes infieles, duras como la piedra, han de romperse, y los que están en los sepulcros, quebradas las losas que los encierran, han de salir de sus moradas mortuorias. Que se aparezcan también ahora en la ciudad santa, esto es, en la Iglesia de Dios, como un anuncio de la resurrección futura, y lo que un día ha de realizarse en los cuerpos efectúese ya ahora en los corazones.

A ninguno de los pecadores se le niega su parte en la cruz, ni existe nadie a quien no auxilie la oración de Cristo. Si ayudó incluso a sus verdugos, ¿cómo no va a beneficiar a los que se convierten a él?

Se eliminó la ignorancia, se suavizaron las dificultades, y la sangre de Cristo suprimió aquella espada de fuego que impedía la entrada en el paraíso de la vida. La obscuridad de la vieja noche cedió ante la luz verdadera.

Se invita a todo el pueblo cristiano a disfrutar de las riquezas del paraíso, y a todos los bautizados se les abre la posibilidad de regresar a la patria perdida, a no ser que alguien se cierre a sí mismo aquel camino que quedó abierto, incluso, ante la fe del ladrón arrepentido.

No dejemos, por tanto, que las preocupaciones y la soberbia de la vida presente se apoderen de nosotros, de modo que renunciemos al empeño de conformamos a nuestro Redentor, a través de sus ejemplos, con todo el impulso de nuestro corazón. Porque no dejó de hacer ni sufrir nada que fuera útil para nuestra salvación, para que la virtud que residía en la cabeza residiera también en el cuerpo.

Y, en primer lugar, el hecho de que Dios acogiera nuestra condición humana, cuando la Palabra se hizo carne y acampó entre nosotros, ¿a quién excluyó de su misericordia, sino al infiel? ¿Y quién no tiene una naturaleza común con Cristo, con tal de que acoja al que a su vez lo ha asumido a él, puesto que fue regenerado por el mismo Espíritu por el que él fue concebido? Y además, ¿quién no reconocerá en él sus propias debilidades? ¿Quién dejará de advertir que el hecho de tomar alimento, buscar el descanso y el sueño, experimentar la solicitud de la tristeza y las lágrimas de la compasión es fruto de la condición humana del Señor?

Y como, desde antiguo, la condición humana esperaba ser sanada de sus heridas y purificada de sus pecados, el que era unigénito Hijo de Dios quiso hacerse también hijo de hombre, para que no le faltara ni la realidad de la naturaleza humana ni la plenitud de la naturaleza divina.

Nuestro es lo que, por tres días, yació exánime en el sepulcro y, al tercer día, resucité; lo que ascendió sobre todas las alturas de los cielos hasta la diestra de la majestad paterna: para que también nosotros, si caminamos tras sus mandatos y no nos avergonzamos de reconocer lo que, en la humildad del cuerpo, tiene que ver con nuestra salvación, seamos llevados hasta la compañía de su gloria; puesto que habrá de cumplirse lo que manifiestamente proclamó: Si uno se pone de mi parte ante los hombres, yo también me pondré de su parte ante mi Padre del cielo.

Vocación. Correspondencia (Ideas sueltas)




Yo no soy flor nacida para todos los vientos,

ni camino perdido para todos los pasos.

Yo no soy pluma suelta de destinos y acasos

arrojada a los aires cual despojo maldito

Yo he nacido a la sombra de un mandato infinito,

de un misterio fecundo,

donde en letras de estrellas mi sendero esta escrito.

Yo he venido a la vida con un nombre bendito.

Yo no soy hospiciano de las patrias del mundo.

Amen” (José María Pemán).

Nuestra vida está envuelta en el amor de Dios.

La llamada de Dios es la razón de nuestra existencia. “¿Por qué este hombre que soy yo?” Y un yo para siempre, con mi individualidad.

Dios se ha servido, quizás, de algo insólito para acercarnos a la Obra. La llamada es un acontecimiento que se despliega en el tiempo. Dios llama a lo largo de la vida.

Con el tiempo, sucesos de nuestra vida que no entendíamos vemos cómo encajan en los planes de Dios.

Nuestra vida es una gran partitura que está por escribirse.

Hace pocos días una persona mayor me contaba su vocación. De un pueblo de la Catalunya profunda viene a vivir a Barcelona para estudiar en la Universidad de Barcelona la carrera. Se instala a vivir en un piso, que comparte con otros hermanos, también universitarios que ya estaban estudiando en la ciudad condal.

Un día, con otros compañeros de clase, al salir de la Facultad caminan por la calle Balmes. Él pensaba que irían al colegio Jesús y María a ver a las chicas y estar con ellas un rato. Piensa que puede ser un buen plan. Y se apunta. Pero resulta que no. El destino que habían elegido ese día sus amigos era otro: el Colegio Mayor Monterols.

El joven protagonista ya conocía el Opus Dei, pero sólo de oídas.

Comenzó a ir por Monterols a los medios de formación, a estudiar, a tener dirección espiritual. Pasó un año y medio y descubrió su camino.

El discípulo está unido al misterio de Cristo y su vida está inmersa en la comunión con El: «Vivo yo, pero no soy yo, es Cristo quien vive en mí (Ga 2, 20)” (Benedicto XVI, Jesús de Nazareth).

Nuestra vocación es un diálogo continuo con Dios: estar en el escenario de la santidad, en el gran teatro del mundo, representando nuestro papel.

La vocación es dinámica. Es tarea, es trabajo, no es peso muerto.

La vocación no queda fijada en un momento. Es progresiva. Es un gran diálogo. La vocación es un ir progresando. Si no progresamos, nos instalamos. Hay un conjunto de llamadas de Dios cada día que conforman la vocación. La vocación es un conjunto de sumandos de llamadas íntimas. Hemos de oír la voz de Dios con respeto y amor, con alegría y con paz.

La sal de la tierra, 124.

“Pregunta. Normalmente, todos los cargos suelen exigir el pago de un precio. Mucho más si es tan relevante como el de estar al servicio de la verdad.

Respuesta. Estar al servicio de la verdad es algo realmente grandioso y el más "relevante" deseo de mi vocación. Pero y aunque el precio sea muy alto, se paga en moneda pequeña- Se manifiesta en cosas muy pequeñas, en cosas muy simples y de un segundo plano. En el fondo permanece siempre el deseo de la verdad, pero después hay que corresponder a esos deseos con los hechos. Y esto suele manifestarse en tener que leer actas, dirigir conversaciones, etcétera, cosas muy normales.

El precio que yo tuve que pagar fue, sencillamente, renunciar a lo que a mí realmente me hubiera gustado hacer: mantener conversaciones elevadas a nivel intelectual, reflexionar sobre temas espirituales y discutirlos, producir una obra propia en estos tiempos nuestros. Pero tuve que dedicarme a otros asuntos muy distintos, conocer conflictos y aconteceres a niveles fácticos de los cuales muchos llegaron realmente a interesarme, pero también tuve que dejarlos pasar para poder estar al servicio de otras cosas más propias de mi cargo y que requerían mi atención. Poco a poco me fui dando cuenta de que tenía que dejar de pensar "tengo que escribir tal o cual cosa", "tengo que leer esto y lo otro", porque había que reconocer que mi principal tarea era exactamente ésta, la de estar donde estoy”.

No al Tabor, sino al Calvario.

“Ahora Dios habla muy de cerca, como hombre a los hombres. Ahora desciende a la profundidad de su sufrimiento, pero precisamente eso llevará y lleva siempre de nuevo a decir a quienes le escuchan, a los que, con todo, creen ser sus discípulos: «Es duro este lenguaje. ¿Quién puede escucharlo?» (Jn 6, 60). Tampoco la nueva bondad del Señor es agua almibarada. Para muchos el escándalo de la cruz es más insoportable aún que el trueno del Sinaí para los israelitas. Sí, tenían razón cuando decían: Si Dios nos habla «moriremos» (Ex 20, 19). Sin un «morir», sin que naufrague lo que es sólo nuestro, no hay comunión con Dios ni redención” (Benedicto XVI, Jesús de Nazareth).

La vocación es un des-velarse progresivo de Dios, un re-velarse, un descubrirnos el Cielo en la tierra. Si permitimos que Dios se nos revele, estamos en el auténtico camino.

Un peligro no es mirar atrás en nuestro camino, es que miremos a derecha e izquierda. Los medios de formación con rutina... pensar que no me van a decir novedades. ¡Dios sí que me dirá novedades! Oraciones dormidos...

Un día estaban en el ctr Joan Masia y otro comiendo solos. En la tertulia le dijo a Joan "cuéntame cosas de la guerra", y mientras Joan le contaba, el otro se quedó dormido. Eso nos puede pasar con Dios, que miramos a otro lado, que nos dormimos...

“Cuando el hombre empieza a mirar y a vivir a través de Dios, cuando camina con Jesús, entonces vive con nuevos criterios y, por tanto, ya ahora algo deléschaton, de lo que está por venir, está presente. Con Jesús, entra alegría en la tribulación” (Benedicto XVI, Jesús de Nazareth).

«Somos los impostores que dicen la verdad, los desconocidos conocidos de sobra, los moribundos que están bien vivos, los sentenciados nunca ajusticiados, los afligidos siempre alegres, los pobres que enriquecen a muchos, los necesitados que todo lo poseen» (2 Co 6, 810). «Nos aprietan por todos los lados, pero no nos aplastan; estamos apurados, pero no desesperados; acosados pero no abandonados; nos derriban pero no nos rematan...» (2 Co 4, 810).

“Quien se ha entregado, quien se ha dado a sí mismo para llevar a Cristo a los hombres, experimenta la íntima relación entre cruz y resurrección: estamos expuestos a la muerte «para que también la vida de Jesús se manifieste en nuestro cuerpo» (2 Co 4, 11). Cristo sigue sufriendo en sus enviados. Sólo ahora sabe lo que es realmente la «felicidad», la auténtica «bienaventuranza», y al mismo tiempo se da cuenta de lo mísero que era lo que, según los criterios habituales, se consideraba como satisfacción y felicidad.

En las paradojas vividas por san Pablo, que se corresponden con las paradojas de las Bienaventuranzas, se manifiesta lo mismo que Juan había expresado de otro modo al describir la cruz del Señor como «elevación», como entronización en las alturas de Dios” (Benedicto XVI, Jesús de Nazareth).

7.3.08

Desiertos

El sentido cristiano de la contradicción.

En las situaciones límites es cuando una persona descubre lo mejor y lo peor de sí mismo.

La Vanguardia, 15/07/2007. El valor del compañerismo.

Meditaciones sobre la fe, p. 150. La historia de cuatro estudiantes en el desierto.

“Estar en el desierto hace que se exteriorice lo que el hombre lleva muy oculto; hace que salgan a flote las pasiones y el mal que el hombre lleva dentro; los cuales afloran cabalmente en las situaciones difíciles. De ahí que el desierto muestre cómo es en verdad el hombre. En el desierto el hombre se convence de su impotencia y de lo que es capaz su pecaminosidad y su dureza de corazón. El hombre se enfrenta allí cara a cara a la aterradora verdad de quién es él, sin el poder visible de Dios. La desnudez del desierto pone al descubierto la miseria y la desnudez del hombre, porque ahí se disipan las ilusiones y no se ofrece ningún escondite. El hombre vive normalmente de una manera muy superficial, como si todo existiera únicamente a flor de piel. Pero las situaciones difíciles, las situaciones del desierto, son las que nos obligan a tomar decisiones que ponen al descubierto nuestras más profundas capas de bien y de mal” (p. 151).

Jesús quiso pasar por situaciones-límite para enseñarnos cómo tiene que reaccionar un cristiano.

Los 40 días en el desierto y las tentaciones.

Ante Lázaro muerto, como nos cuenta el Evangelio (Jn 11, 3 y ss).

En nuestra vida, también atravesaremos desiertos y tendremos que subir montañas.

“El don del desierto te permite superar la tibieza porque el desierto obliga a hacer elecciones. Al elegir, podrás convencerte de lo que eres capaz, y entonces conocerás las dos realidades más importantes: la realidad del inconcebible amor y la infinita misericordia de Dios, y, por otra parte, la realidad del pecado y de la impotencia del hombre” (p. 151).

Las situaciones límites nos ayudan a descubrir la verdad sobre nosotros mismos: quién soy.

Tarde o temprano pasarás por una situación de desierto:

  • Una tormenta de tentaciones.
  • Dificultades en la relación con otras personas.
  • Estados de ánimo difíciles.
  • Situaciones familiares difíciles.
  • Una enfermedad incurable.
  • Una situación mala en el trabajo.

No olvides que al entrar en el desierto, uno cambia, se transforma. Y el cambio puede ser para bien o para mal.

Hemos de darle sentido cristiano a todas estas situaciones por las que una persona puede pasar.

En la décima estación del Vía Crucis, el Card. Ratzinger comentaba:

“Jesús es despojado de sus vestiduras. El vestido confiere al hombre una posición social; indica su lugar en la sociedad, le hace ser alguien. Ser desnudado en público significa que Jesús no es nadie, no es más que un marginado, despreciado por todos. El momento de despojarlo nos recuerda también la expulsión del paraíso: ha desaparecido en el hombre el esplendor de Dios y ahora se encuentra en mundo desnudo y al descubierto, y se avergüenza. Jesús asume una vez más la situación del hombre caído. Jesús despojado nos recuerda que todos nosotros hemos perdido la «primera vestidura» y, por tanto, el esplendor de Dios. Al pie de la cruz los soldados echan a suerte sus míseras pertenencias, sus vestidos. Los evangelistas lo relatan con palabras tomadas del Salmo 21, 19 y nos indican así lo que Jesús dirá a los discípulos de Emaús: todo se cumplió «según las Escrituras». Nada es pura coincidencia, todo lo que sucede está dicho en la Palabra de Dios, confirmado por su designio divino. El Señor experimenta todas las fases y grados de la perdición de los hombres, y cada uno de ellos, no obstante su amargura, son un paso de la redención: así devuelve él a casa la oveja perdida. Recordemos también que Juan precisa el objeto del sorteo: la túnica de Jesús, «tejida de una pieza de arriba abajo» (Jn 19, 23). Podemos considerarlo una referencia a la vestidura del sumo sacerdote, que era «de una sola pieza», sin costuras (Flavio Josefo, Ant. jud., III, 161). Éste, el Crucificado, es de hecho el verdadero sumo sacerdote”[1].

Paradójicamente, el desierto es el lugar adecuado para experimentar el amor de Dios.



[1] Vía Crucis en el Coliseo. Viernes Santo 2005. Meditaciones y oraciones del Cardenal Ratzinger.

1.3.08

Alegría

"Nuestra vida es un deporte sobrenatural vivido con alegría"

Mariano

Alegría

Abre todas las puertas.

Abre todos los corazones.

Gana todas las simpatías.

Un consejo, que os he dado cien veces: estad alegres, siempre alegres. Que estén tristes los que no son hijos de Dios.

Mariano

Alegría

"No se preocupe, Padre, aquí estamos muy alegres. Lo más que puede pasar es que nos rompan la cabeza. Pero si nos rompen la cabeza, es señal de que tenemos que llevarla abierta"

Uno de Casa desde Barcelona

Alegría

Con la alegría nos metemos en todos los sitios.

La alegría te abrirá muchas puertas en tu eficacia apostólica. La gente la aprecia porque no la tiene.

Que de la vida podemos hacer un anticipo del Cielo por muchos sufrimientos que nos acosen, o un anticipo del infierno por muchos placeres que nos rodeen, nos lo prueba San Pablo cuando dice: "abundo en gozo en medio de mis tribulaciones".

Alegría

La alegría vale mucho, se estima muy alto, porque escasea en el mundo.

Alegría

Me pedís una consigna para el año que va a empezar y os doy la de siempre: gracia de Dios y buen humor.

Mariano, diciembre 1950

Alegría

¿Razones para vivir la alegría? Sentirnos hijos de Dios; hijos, además, de la madre del Cielo. Y no entristecernos por nuestros propios errores, que hemos de procurar corregir, luchando humildemente; sin entristecernos tampoco por los errores de los demás, puesto que con el ejemplo y la oración, les ayudamos a vencer en la lucha ascética.

NP 252

Alegría

La Sagrada Escritura no se cansa de ponernos en guardia contra esta tristeza: "la vida del hombre es el gozo de su corazón, y la alegría del varón en su longevidad. Anímate y alegra tu corazón, y echa lejos de ti la tristeza; porque a muchos mató la tristeza y no hay utilidad en ella".

Westra, 163

Alegría

Por lo general, la tristeza va acompañada de la apetencia a otro trabajo: "ah, aquello me vendría mejor. Trabajaría con entusiasmo". Pero, una vez en la nueva ocupación deseada, pronto nos damos cuenta que la tristeza ha vuelto a adueñarse de nosotros. No la causaba pues el trabajo mismo, sino algo más profundo: la causa radica en la falta de paciencia, en el desdoblamiento de los pensamientos, de donde resulta que "nuestras obras no son completas".

Westra 162-163

Alegría

Este estado es también causa de otros daños: falta de exactitud, de seriedad, de fidelidad, de alegría en la acción. Súmese a esto el sentimiento de que uno sale perjudicado, de que no se le aprecia debidamente, de que está perdiendo el tiempo; la valoración del trabajo no se hace a la luz de la voluntad consciente, sino a través de la tristeza demoledora. Y cuando este estado se enseñorea del hombre, acaba con todo el valor del trabajo.

Westra 163

Alegría

Para tener alegría, vivir con continua presencia de Dios.

Molinoviejo, 12/5/51

Alegría

Perjudicará también a la sociedad, ya que el individuo cansado suele ser un amargado, un pesimista, un abatido que de nada se alegra y que no reacciona normalmente.

Westra 224

Alegría

Prefieren justificar esos "peros" a combatir en si mismos la tristeza. Esos hombres son un saco de quejas, lamentaciones y penas, secuela de la tristeza. Alli donde predomina esta tristeza, el trabajo, privado de todo contento, no pasará de ser el cumplimiento de un penoso deber.

Westra, 162

Alegría

Como la polilla al vestido y el gusano al arbol, así la tristeza del varon perjudica al corazón.

Westra 164

Samaritana

De los tratados de san Agustín, obispo, sobre el evangelio de san Juan (Tratado 15,10-12.16-17: CCL 36,154-156)

Llega una mujer de Samaría a sacar agua

Llega una mujer. Se trata aquí de una figura de la Iglesia, no santa aún, pero sí a punto de serlo; de esto, en efecto, habla nuestra lectura. La mujer llegó sin saber nada, encontró a Jesús, y él se puso a hablar con ella. Veamos cómo y por qué. Llega una mujer de Samaría a sacar agua. Los samaritanos no tenían nada que ver con los judíos; no eran del pueblo elegido. Y esto ya significa algo: aquella mujer, que representaba a la Iglesia, era una extranjera, porque la Iglesia iba a ser constituida por gente extraña al pueblo de Israel.

Pensemos, pues, que aquí se está hablando ya de nosotros: reconozcámonos en la mujer, y, como incluidos en ella, demos gracias a Dios. La mujer no era más que una figura, no era la realidad; sin embargo, ella sirvió de figura; y luego vino la realidad. Creyó, efectivamente, en aquel que quiso darnos en ella una figura. Llega, pues, a sacar agua.

Jesús le dice: «Dame de beber». Sus discípulos se habían ido al pueblo a comprar comida. La samaritana le dice: ¿Cómo tú, siendo judío, me pides de beber a mí, que soy samaritana?" Porque los judíos no se tratan con los samaritanos.

Ved cómo se trata aquí de extranjeros: los judíos no querían ni siquiera usar sus vasijas. Y como aquella mujer llevaba una vasija para sacar el agua, se asombró de que un judío le pidiera de beber, pues no acostumbraban a hacer esto los judíos. Pero aquel que le pedía de beber tenía sed, en realidad, de la fe de aquella mujer.

Fíjate en quién era aquel que le pedía de beber: Jesús le contestó: Si conocieras el don de Dios, y quién es el que te pide de beber, le pedirías tú, y él te daría agua viva.

Le pedía de beber, y fue él mismo quien prometió darle el agua. Se presenta como quien tiene indigencia, como quien espera algo, y le promete abundancia, como quien está dispuesto a dar hasta la saciedad. Si conocieras —dice— el don de Dios. El don de Dios es el Espíritu Santo. A pesar de que no habla aún claramente a la mujer, ya va penetrando, poco a poco, en su corazón y ya la está adoctrinando. ¿Podría encontrarse algo más suave y más bondadoso que esta exhortación? Si conocieras el don de Dios, y quién es el que te pide de beber, le pedirías tú, y él te daría agua viva. ¿De qué agua iba a darle, sino de aquella de la que está escrito: En ti está la fuente viva? Y ¿cómo podrán tener sed los que se nutren de lo sabroso de tu casa?

De manera que le estaba ofreciendo un manjar apetitoso y la saciedad del Espíritu Santo, pero ella no lo acababa de entender; y como no lo entendía, ¿qué respondió? La mujer le dice: «Señor, dame esa agua: así no tendré más sed, ni tendré que venir aquí a sacarla. Por una parte, su indigencia la forzaba al trabajo, pero, por otra, su debilidad rehuía el trabajo. Ojalá hubiera podido escuchar: Venid a mi todos los que estáis cansados y agobiados, y yo os aliviaré. Esto era precisamente lo que Jesús quería darle a entender, para que no se sintiera ya agobiada; pero la mujer aún no lo entendía.

Oración

Del tratado de Tertuliano, presbítero, sobre la oración (Caps. 28-29: CCL 1, 273-274)

El sacrificio espiritual

La oración es el sacrificio espiritual que abrogó los antiguos sacrificios. ¿Qué me importa el número de vuestros sacrificios? —dice el Señor—. Estoy harto de holocaustos de carneros, de grasa de cebones; la sangre de toros, corderos y machos cabríos no me agrada. ¿Quién pide algo de vuestras manos? Lo que Dios desea, nos lo dice el evangelio: Se acerca la hora —dice— en que los que quieran dar culto verdadero adorarán al Padre en espíritu y verdad. Porque Dios es espíritu, y desea un culto espiritual.

Nosotros somos, pues, verdaderos adoradores y verdaderos sacerdotes cuando oramos en espíritu y ofrecemos a Dios nuestra oración como una víctima espiritual, propia de Dios y acepta a sus ojos.

Esta víctima, ofrecida del fondo de nuestro corazón, nacida de la fe, nutrida con la verdad, intacta y sin defecto, íntegra y pura, coronada por el amor, hemos de presentarla ante el altar de Dios, entre salmos e himnos, acompañada del cortejo de nuestras buenas obras, seguros de que ella nos alcanzará de Dios todos los bienes.

¿Podrá Dios negar algo a la oración hecha en espíritu y verdad, cuando es él mismo quien la exige? ¡Cuántos testimonios de su eficacia no hemos leído, oído y creído!

Ya la oración del antiguo Testamento liberaba del fuego., de las fieras y del hambre, y, sin embargo, no había recibido aún de Cristo toda su eficacia.

¡Cuanto más eficazmente actuará, pues, la oración cristiana! No coloca un ángel para apagar con agua el fuego, ni cierra las bocas de los leones, ni lleva al hambriento la comida de los campesinos, ni aleja, con el don de su gracia, ningún sufrimiento; pero enseña la paciencia y aumenta la fe de los que sufren, para que comprendan lo que Dios prepara a los que padecen por su nombre.

En el pasado, la oración alejaba las plagas, desvanecía los ejércitos de los enemigos, hacía cesar la lluvia. Ahora, la verdadera oración aleja la ira de Dios, implora a favor de los enemigos, suplica por los perseguidores. ¿Y qué tiene de sorprendente que pueda hacer bajar del cielo el agua del bautismo, si pudo también impetrar las lenguas de fuego? Solamente la oración vence a Dios; pero Cristo la quiso incapaz del mal y todopoderosa para el bien.

La oración sacó a las almas de los muertos del mismo seno de la muerte, fortaleció a los débiles, curó a los enfermos, liberó a los endemoniados, abrió las mazmorras, soltó las ataduras de los inocentes. La oración perdona los delitos, aparta las tentaciones, extingue las persecuciones, consuela a los pusilánimes, recrea a los magnánimos, conduce a los peregrinos, mitiga las tormentas, aturde a los ladrones, alimenta a los pobres, rige a los ricos, levanta a los caídos, sostiene a los que van a caer, apoya a los que están en pie.

Los ángeles oran también, oran todas las criaturas, oran los ganados y las fieras, que se arrodillan al salir de sus establos y cuevas y miran al cielo, pues no hacen vibrar en vano el aire con sus voces. Incluso las aves, cuando levantan el vuelo y se elevan hasta el cielo, extienden en forma de cruz sus alas, como si fueran manos, y hacen algo que parece también oración.

¿Qué más decir en honor de la oración? Incluso oró el mismo Señor, a quien corresponde el honor y la fortaleza por los siglos de los siglos.

Confianza en la gracia de Dios

De las homilías de san Basilio Magno, obispo (Homilía 20, sobre la humildad, 3: PG 31, 530-531)

El que se gloríe, que se gloríe en el Señor.

No se gloríe el sabio de su sabiduría, no se gloríe el fuerte de su fortaleza, no se gloríe el rico de su riqueza.

Entonces, ¿en qué puede gloriarse con verdad el hombre? ¿Dónde halla su grandeza? Quien se gloria —continúa el texto sagrado—, que se gloríe de esto: de conocerme y comprender que soy el Señor.

En esto consiste la sublimidad del hombre, su gloria y su dignidad, en conocer dónde se halla la verdadera grandeza y adherirse a ella, en buscar la gloria que procede del Señor de la gloria. Dice, en efecto, el Apóstol: El que se gloríe, que se gloríe en el Señor, afirmación que se halla en aquel texto: Cristo, que Dios ha hecho para nosotros sabiduría, justicia, santificación y redención; y así —como dice la Escritura—: «El que se gloríe, que se gloríe en el Señor».

Por tanto, lo que hemos de hacer para gloriarnos de un modo perfecto e irreprochable en el Señor es no enorgullecernos de nuestra propia justicia, sino reconocer que en verdad carecemos de ella y que lo único que nos justifica es la fe en Cristo.

En esto precisamente se gloria Pablo, en despreciar su propia justicia y en buscar la que se obtiene por la fe y que procede de Dios, para así tener íntima experiencia de Cristo, del poder de su resurrección y de la comunión en sus padecimientos, muriendo su misma muerte, con la esperanza de alcanzar la resurrección de entre los muertos.

Así caen por tierra toda altivez y orgullo. El único motivo que te queda para gloriarte, oh hombre, y el único motivo de esperanza consiste en hacer morir todo lo tuyo y buscar la vida futura en Cristo; de esta vida poseemos ya las primicias, es algo ya incoado en nosotros, puesto que vivimos en la gracia y en el don de Dios.

Y es el mismo Dios quien activa en nosotros el querer y la actividad para realizar su designio de amor. Y es Dios también el que, por su Espíritu, nos revela su sabiduría, la que de antemano destinó para nuestra gloria. Dios nos da fuerzas y resistencia en nuestros trabajos. He trabajado más que todos —dice Pablo—; aunque no he sido yo, sino la gracia de Dios conmigo.

Dios saca del peligro más allá de toda esperanza humana. En nuestro interior —dice también el Apóstol— dimos por descontada la sentencia de muerte; así aprendimos a no confiar en nosotros, sino en Dios que resucita a los muertos. El nos salvó y nos salva de esas muertes terribles; en él está nuestra esperanza, y nos seguirá salvando.

Curación del ciego de nacimiento (Jn 9, 1-12)

En tiempos de nuestro Señor había una creencia común entre los judíos acerca de las dolencias físicas o los males que una persona pudiera padecer: eran fruto del pecado.

El origen de semejante consideración no es la superstición o la cábala, sino la mismísima Sagrada Escritura, que en el libro del Deuteronomio decía: “los hijos pueden ser castigados por los pecados de los padres” (Deut 5, 1).

Es verdad lo que dice el Deuteronomio: en los pecados de los padres hay como una raíz del mal, que puede propagarse a los hijos. Los pecados de los padres pueden repercutir en la vida de los hijos (el temperamento de los padres puede repercutir en la formación de los caracteres de los hijos). “De tal palo, tal astilla”, dice el refrán, cargado de sabiduría popular, y “los padres comieron agrazones, y los hijos sufrieron dentera” dice el profeta Jeremías (Jer 31, 29) cargado de sabiduría divina.

El milagro de contemplamos es el de la curación de un ciego de nacimiento que recupera la vista. Jesús se conmueve ante el sufrimiento humano. Al pasar por delante de aquella persona, sintió compasión. ¡Qué distintos son los juicios humanos sobre las personas! También pasaron junto al ciego los discípulos, pero juzgaron de otra manera: “¿qué pecados son la causa de que éste naciera ciego, los suyos o los de sus padres?”. ¡Vaya razonamiento tan poco caritativo!

Jesús realizó ese milagro un sábado. Y quiso que se le diese la mayor publicidad posible: obligó al ciego a que fuera con los ojos llenos de fango, atravesando Jerusalén, hasta la piscina de Siloé.

Jesús se encuentra ante una persona que padece un mal físico: la ceguera.

A todos nos mueve a compasión ver a una persona que sufre en su cuerpo, y nos hace preguntarnos ¿por qué existe el mal físico en el mundo?

El ciego del Evangelio era un pobre desgraciado que pasaba sus días pidiendo limosna. ¡Qué humillación! No podía trabajar. No era una persona útil a la sociedad de entonces. Estaba confinado en un camino, apartado de la multitud del pueblo, reclamando caridad.

El dolor y el sufrimiento físico son una de las mayores causas de rebeldía contra Dios. Incluso el mismo Papa Benedicto XVI, cuando consideraba los horrores de Austwitch, se preguntaba ¿dónde estaba Dios?

El sufrimiento y el dolor son un misterio, y por tanto no tienen explicación. Es cierto, también, que Dios siempre saca bienes de los males.

Considerar el dolor físico y el sufrimiento nos ha de mover a agradecer lo que tenemos: la salud, los bienes temporales, la libertad, la familia… Mira lo que nos recuerda San Josemaría: “Muchas veces te preguntas por qué almas, que han tenido la dicha de conocer al verdadero Jesús desde niños, vacilan tanto en corresponder con lo mejor que poseen: su vida, su familia, sus ilusiones.

Mira: tú, precisamente porque has recibido "todo" de golpe, estás obligado a mostrarte muy agradecido al Señor; como reaccionaría un ciego que recobrara la vista de repente, mientras a los demás ni siquiera se les ocurre que han de dar gracias porque ven.

Pero... no es suficiente. A diario, has de ayudar a los que te rodean, para que se comporten con gratitud por su condición de hijos de Dios. Si no, no me digas que eres agradecido” (Surco, n. 4).

Jesús hace el milagro que consideramos “amasando barro”. Jesús formó lodo con saliva divina, mezclando algo tan bajo y de tan poco valor con algo tan digno como su saliva. Esto que hizo Jesús nos ayuda a intuir lo que son los sacramentos en la Iglesia, y a valorarlos: Jesús comunica su gracia de una forma misteriosa y fácil, valiéndose de instrumentos de uso ordinario y corriente, de cosas sensibles (en el Bautismo se emplea agua, en la Confirmación aceite, en el Eucaristía pan y vino, en la Confesión, las palabras de la absolución…).

Jesús se sirve de cosas que aparentemente tienen poco valor para hacer algo realmente grandioso. Tú y yo también podemos ser instrumentos en las manos de Dios para ayudar a otros a que descubran la luz de Cristo.

Ante el inmenso panorama de almas que nos espera, ante esa preciosa y tremenda responsabilidad, quizá se te ocurra pensar lo mismo que a veces pienso yo: ¿conmigo, toda esa labor?, ¿conmigo, que soy tan poca cosa?

—Hemos de abrir entonces el Evangelio, y contemplar cómo Jesús cura al ciego de nacimiento: con barro hecho de polvo de la tierra y de saliva. ¡Y ése es el colirio que da la luz a unos ojos ciegos!

Eso somos tú y yo. Con el conocimiento de nuestra flaqueza, de nuestro ningún valer, pero —con la gracia de Dios y nuestra buena voluntad— ¡somos colirio!, para iluminar, para prestar nuestra fortaleza a los demás y a nosotros mismos” (Forja, n. 370).

En este milagro de Jesús también sorprende la actitud farisaica, el espíritu farisaico de algunos: los escribas consentían en que se derramara agua en sábado, pero no se podía “amasar”. Jesús, al preparar el lodo, ha infringido la ley sabática. ¡Qué cretinos! Jesús sufrió la crítica mordaz y punzante de los fariseos. No es raro que reciban el mismo trato, hoy en día, quienes quieren tomarse en serio la vida cristiana y seguir a Jesús. Para la gente criticona y juiciosa hay un consejo de San Agustín (Enarrationes in salmos, 30, 2, 7 (PL 36, 243)) que les vendría muy bien meditar a menudo: “procurad adquirir las virtudes que creéis que faltan en vuestros hermanos, y ya no veréis sus defectos, porque no los tendréis vosotros”.

“El pecado de los fariseos no consistía en no ver en Cristo a Dios, sino en encerrarse voluntariamente en sí mismos; en no tolerar que Jesús, que es la luz, les abriera los ojos. Esta cerrazón tiene resultados inmediatos en la vida de relación con nuestros semejantes. El fariseo que, creyéndose luz, no deja que Dios le abra los ojos, es el mismo que tratará soberbia e injustamente al prójimo: yo te doy gracias de que no soy como los otros hombres, que son ladrones, injustos, adúlteros, ni tampoco como este publicano, reza. Y al ciego de nacimiento, que persiste en contar la verdad de la cura milagrosa, le ofenden: saliste del vientre de tu madre envuelto en pecados, ¿y tú nos das lecciones? Y le arrojaron fuera” (San Josemaría, Es Cristo que pasa, n. 71).

Cuando el ciego descubre la luz, le cambia la vida. Así lo hemos visto también en la vida de tantos amigos nuestros que andan por el mundos distraídos espiritualmente, pero que al encontrarse con Jesús cambian radicalmente.

¡Qué compasión te inspiran!... Querrías gritarles que están perdiendo el tiempo... ¿Por qué son tan ciegos, y no perciben lo que tú —miserable— has visto? ¿Por qué no han de preferir lo mejor?

—Reza, mortifícate, y luego —¡tienes obligación!— despiértales uno a uno, explicándoles —también uno a uno— que, lo mismo que tú, pueden encontrar un camino divino, sin abandonar el lugar que ocupan en la sociedad” (Surco, n. 182).

Todos vamos por la vida muchas veces ciegos, o dando palos de ciego, sin saber muy bien qué rumbo tomar, o hacia donde ir. A San Josemaría también le pasó, y entonces comenzó a repetir una jaculatoria muy bonita: “¡Señor, que vea!”. En el caso de San Josemaría, era el grito de un alma generosa que deseaba hacer la Voluntad de Dios. Y acudía también a la Virgen Santísima: “¡Señora, que vea!”.