“En aquel tiempo, dijo Jesús a los judíos que habían creído en él: –«Si os mantenéis en mi palabra, seréis de verdad discípulos míos; conoceréis la verdad, y la verdad os hará libres.» Le replicaron: –«Somos linaje de Abrahán y nunca hemos sido esclavos de nadie. ¿Cómo dices tú: "Seréis libres"?» Jesús les contestó: –«Os aseguro que quien comete pecado es esclavo. El esclavo no se queda en la casa para siempre, el hijo se queda para siempre. Y si el Hijo os hace libres, seréis realmente libres. Ya sé que sois linaje de Abrahán; sin embargo, tratáis de matarme, porque no dais cabida a mis palabras. Yo hablo de lo que he visto junto a mi Padre, pero vosotros hacéis lo que le habéis oído a vuestro padre.» Ellos replicaron: – «Nuestro padre es Abrahán.» Jesús les dijo:
– «Si fuerais hijos de Abrahán, haríais lo que hizo Abrahán. Sin embargo, tratáis de matarme a mí, que os he hablado de la verdad que le escuché a Dios, y eso no lo hizo Abrahán. Vosotros hacéis lo que hace vuestro padre.» Le replicaron:
– «Nosotros no somos hijos de prostitutas; tenemos un solo padre: Dios.» Jesús les contestó: –«Si Dios fuera vuestro padre, me amaríais, porque yo salí de Dios, y aquí estoy. Pues no he venido por mi cuenta, sino que él me envió.»”
I. La libertad se alcanza entregándose a los demás.
«Conoceréis la verdad y la verdad os hará libres» vienen a ser un programa esencial. Los jóvenes -si nos podemos expresar así- tienen un congénito "sentido de la verdad". Y la verdad debe servir para la libertad: los jóvenes tienen también un espontáneo "deseo de libertad". ¿Qué significa ser libre? Significa saber usar la propia libertad en la verdad, ser "verdaderamente" libres. Ser verdaderamente libres no significa en modo alguno hacer todo aquello que me gusta o tengo ganas de hacer. La libertad contiene en sí el criterio de la verdad, la disciplina de la verdad. Ser verdaderamente libres significa usar la propia libertad para lo que es un bien verdadero. Continuando, pues, hay que decir que ser verdaderamente libres significa ser hombre de conciencia recta, ser responsable, ser un hombre "para los demás" (Juan Pablo II, Carta a los jóvenes, 1985 Año Internacional de la Juventud, (31/3/1985))
II. La libertad está unida a la verdad.
“En las enseñanzas de Cristo, la hipocresía y la falsedad son vicios muy combatidos, mientras que la veracidad es una de las virtudes más gratas a Nuestro Señor: He aquí un verdadero israelita, en quien no hay doblez, dirá de Natanael cuando se le acerca acompañado de Felipe. Jesucristo mismo es la Verdad; por el contrario, el demonio es el padre de la mentira. Quienes sigan al Maestro han de ser hombres honrados y sinceros que huyen siempre del engaño y basan sus relaciones -humanas y divinas- en la veracidad.
La verdad se transmite a través del testimonio del ejemplo y de la palabra: Cristo es el testigo del Padre; los Apóstoles, los primeros cristianos, nosotros ahora, somos testigos de Cristo delante de un mundo que necesita testimonios vivos. Y ¿cómo creerían nuestros amigos y colegas en la doctrina que queremos transmitirles, si nuestra propia vida no estuviera basada en un gran amor a la verdad? Los cristianos debemos poder decir, como Jesucristo, que hemos venido al mundo para atestiguar sobre la verdad , en un momento en que muchos utilizan la mentira y el engaño como una herramienta más para escalar puestos, para alcanzar un mayor bienestar material o evitarse compromisos y sacrificios; o simplemente por cobardía, por falta de virtudes humanas. El mismo Jesús señaló el amor a la verdad como una cualidad necesaria en sus discípulos, que lleva consigo la paz del alma, porque la verdad os hará libres.
Hemos de ser ejemplares, estando dispuestos a construir nuestra vida, nuestra hacienda, nuestra profesión, sobre un gran amor a la verdad. No nos sentimos tranquilos cuando hay por medio una mentira. Debemos amar la verdad y poner empeño en encontrarla, pues en ocasiones está tan oscurecida por el pecado, las pasiones, la soberbia, el materialismo..., que de no amarla no sería posible reconocerla. ¡Es tan fácil aceptar la mentira cuando llega -disimulada o con claridad- en ayuda del falso prestigio, de mayores ganancias en la profesión...!; pero ante la tentación, tantas veces disfrazada con variados argumentos, hemos de recordar, clara, diáfana, la doctrina de Jesús: sea vuestra palabra: "Sí, sí"; "No, no".
Ser veraces es un deber de justicia, una obligación de caridad y de respeto al prójimo. Y esta misma consideración por quienes nos escuchan nos llevará en ocasiones a no manifestar, indiscretamente, nuestros conocimientos y opiniones, sino de acuerdo con la formación, edad, etc., de los oyentes. El amor a la verdad que nos han confiado nos llevará a mantener firmes otras exigencias morales, como la reserva o el secreto profesional, el derecho a la intimidad, etc., pidiendo, si es preciso, consejo sobre el modo de actuar en casos difíciles para defender una determinada verdad ante quien quiere acceder a ella injustamente” (Fernández Carvajal, Hablar con Dios).
III. La sinceridad es camino seguro hacia la libertad
“El secreto para estar siempre alegres es no tener ningún secreto”.
La sinceridad facilita la descomplicación interior, da paz y libertad interior. Así lo dice la Sagrada Escritura:
“Guardé silencio resignado,
no hablé con ligereza;
pero mi herida empeoró,
y el corazón me ardía por dentro;
pensándolo me requemaba,
hasta que solté la lengua”.
Nuestra vida está envuelta en el misterio del amor de Dios. Por temporadas, podemos pasar por momentos (horas, días, semanas) de oscuridad. Hay oscuridades que proceden del misterio de Dios. Son oscuridades buenas porque nos ayudan a profundizar en nuestra fe, nos ayudan a ser más humildades, a movernos por motivos sobrenaturales, al abandono en los brazos de Dios, que sabe más.
Pero también hay oscuridades que tienen su origen en nuestras personales debilidades. Esas oscuridades, si no se acude con prontitud a la luz (los sacramentos, la dirección espiritual) conducen al abandono de la lucha, a la rebaja de las exigencias de la entrega, al cumplo y miento, a la autojustificación, al abandono. Ocurre con frecuencia que cuando no se "ve" el camino es porque estamos sumidos en la más profunda oscuridad de nuestras miserias, y nos falta humildad y sinceridad para re-conocernos en ese estado.
Dios no nos quiere impecables (nos estaría pidiendo un im-posible). Nos quiere humildes y sinceros. Nos lo dice la Sagrada Escritura: “Al que oculta sus crímenes no le irá bien en sus cosas; el que los confiesa y se enmienda obtendrá misericordia” (Pr 28, 13). “Sí confesamos nuestros pecados, fiel y bondadoso es Dios para perdonarnos” (Jn 1, 9).
San Agustín dice que “Lo que atestigua a favor de nuestra vida es el reconocimiento de nuestras culpas. Los hombres sin remedio son aquellos que dejan de atender a sus propios pecados para fijarse en los de los demás. No buscan lo que hay que corregir, sino en qué pueden morder. Y, al no poderse excusar a sí mismos, están siempre dispuestos a acusar a los demás” (Sermón 19, 2-3).
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