18.9.12

Domingo XXV T. O. (B)

Homilía Domingo XXV T. O. (B)

Hoy nuestro Señor nos anima a considerar la importancia de la virtud de la humildad.

Grandes santos y grandes escritores nos han explicado de muchas formas que la humildad es imprescindible en nuestra vida. “La humildad es la basa y fundamento de todas las virtudes, y sin ella no hay alguna que lo sea. Ella allana inconvenientes, vence dificultades, y es un medio que siempre a gloriosos fines nos conduce; de los enemigos hace amigos, templa la cólera de los airados y menoscaba la arrogancia de los soberbios; es madre de la modestia y hermana de la templanza; en fin, con ella no pueden atravesar triunfo que les sea de provecho los vicios, porque en su blandura y mansedumbre se embotan y despuntan las flechas de los pecados” (Miguel de Cervantes, El coloquio de los Perros, De Berganza a Cipión).

El comportamiento del soberbio adulto coincide con el del niño. Es decir, con el de una criatura que "se está haciendo". Pero, si bien en el caso del niño se comprende y disculpa, en el del adulto se repele y desprecia. El niño suele ser autoritario y despótico; puede dar la impresión de un pequeño dictador tiránico. Cuando el hombre adulto se comporta así dentro de su esfera de influencia familiar, social, profesional, etc., no se le puede calificar de otra forma más que de soberbio.

Hemos de contemplar la vida de Jesús para aprender lecciones de humildad. "A pesar de su condición divina, no hizo alarde de su categoría de Dios. ¡Qué gran majestad! Al contrario, se despojó de su rango y tomó la condición de esclavo, pasando por uno de tantos. ¡Qué gran humildad!

Cristo se rebajó: esto es, cristiano, lo que debes tú procurar. Cristo se sometió: ¿cómo vas tú a enorgullecerte? Finalmente, después de haber pasado por semejante humillación y haber vencido la muerte, Cristo subió al cielo: sigámoslo. Oigamos lo que dice el Apóstol: Ya que habéis resucitado con Cristo, aspirad a los bienes de arriba, donde está Cristo, sentado a la derecha de Dios” (San Agustín, Sermón 304,1-4: PL 38,1395-1397).

11.9.12

Domingo XXIV T.O. (B)


Hemos creído en el amor de Dios y hemos creído en Jesucristo: así puede expresar el cristiano la opción fundamental de su vida. “No se comienza a ser cristiano por una decisión ética o una gran idea, sino por el encuentro con un acontecimiento, con una Persona, que da un nuevo horizonte a la vida y, con ello, una orientación decisiva (Benedicto XVI, Deus Caritas est, n. 1).
 
La respuesta plena y total a las inquietudes humanas que aspiran a la plenitud de la verdad y felicidad se encuentran en Jesucristo, que se presenta como el Camino, la Verdad y la Vida (Jn 14, 6).
 
El primer mandamiento del decálogo nos dice que debemos amar a Dios sobre todas las cosas. Ese mandamiento se materializa poniendo en el centro de nuestra vida y de nuestro día a Jesucristo. La vida cristiana consiste en enamorarse de Jesucristo. Ser santos es ser amigos de Jesús, conocerle, seguirle de cerca. “El secreto de la santidad es la amistad con Cristo y la adhesion fiel a su voluntad” (Benedicto XVI, encuentro con seminaristas en la Iglesia de San Pantaleón, Colonia, 18/08/05).
 
Si queremos conocer y amar a Jesús hemos de leer y meditar con mucha frecuencia el Evangelio, donde está escrita su vida. “Se trata de procurar comprender el significado de los gestos y de las palabras de Cristo, los signos realizados por Él mismo” (Catecismo de la Iglesia Católica, n. 426).
 
Para un cristiano, que intenta redescubrir y seguir a Jesús, es indispensable la contemplación de la vida de nuestro Señor: “Ha llegado el momento de reafirmar la importancia de la oración ante el activismo y el secularismo” ( Benedicto XVI, Deus caritas est, n. 37).
 
El descubrimiento y trato con Jesús es el camino que nos lleva a la santidad. “Ser santo –escribió el Card. Ratzinguer- no es otra cosa que hablar con Dios como un amigo habla con el amigo. Esto es la santidad. Ser santo no comporta ser superior a los demás; por el contrario, el santo puede ser muy débil, y contar con numerosos errores en su vida. La santidad es el contacto profundo con Dios: es hacerse amigo de Dios, dejar obrar al Otro, el Único que puede hacer realmente que este mundo sea bueno y feliz”. (Intervención oral del cardenal Ratzinger publicada en el suplemento especial del Osservatore Romano 6/10/2002).