Hemos creído en el amor
de Dios y hemos creído en Jesucristo: así puede expresar el cristiano la opción
fundamental
de su vida. “No se comienza a ser cristiano por una decisión ética o
una gran idea, sino por el encuentro con un acontecimiento, con
una Persona, que da un nuevo horizonte a la vida y, con ello, una orientación
decisiva” (Benedicto XVI, Deus Caritas est, n. 1).
La respuesta plena y total a las
inquietudes humanas que aspiran a la plenitud de la verdad y felicidad se encuentran en Jesucristo,
que se presenta
como el Camino, la Verdad y la Vida (Jn
14, 6).
El primer mandamiento del decálogo nos dice
que debemos amar a Dios sobre todas las cosas. Ese mandamiento se
materializa poniendo en el centro de nuestra vida y de nuestro día a
Jesucristo.
La vida cristiana consiste en enamorarse de Jesucristo. Ser santos es ser amigos de
Jesús, conocerle, seguirle de cerca. “El secreto de la santidad
es la amistad con
Cristo y la adhesion
fiel a su voluntad” (Benedicto XVI, encuentro con seminaristas en la Iglesia de San Pantaleón,
Colonia, 18/08/05).
Si queremos conocer y amar a Jesús
hemos de leer y meditar con mucha frecuencia el Evangelio, donde está escrita su vida.
“Se trata de procurar comprender el significado de los gestos y de las palabras de
Cristo, los signos realizados por Él mismo” (Catecismo de la Iglesia
Católica, n. 426).
Para un cristiano, que intenta
redescubrir y seguir a Jesús, es indispensable la contemplación de la vida de nuestro Señor:
“Ha llegado el momento de reafirmar la importancia
de la oración
ante el activismo y el secularismo” ( Benedicto XVI, Deus caritas
est, n. 37).
El descubrimiento y trato con Jesús es el camino que nos
lleva a la santidad. “Ser santo –escribió el Card. Ratzinguer- no
es otra cosa que hablar con Dios como un amigo habla con el amigo. Esto
es la santidad.
Ser santo no comporta ser superior a los demás; por el contrario, el santo
puede ser muy débil, y contar con numerosos errores en su vida. La santidad
es el contacto profundo con Dios: es hacerse amigo de
Dios, dejar obrar al Otro, el Único que puede hacer realmente que
este mundo sea bueno y feliz”. (Intervención oral
del cardenal
Ratzinger publicada en el suplemento especial del Osservatore Romano 6/10/2002).
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