11.9.12

Domingo XXIV T.O. (B)


Hemos creído en el amor de Dios y hemos creído en Jesucristo: así puede expresar el cristiano la opción fundamental de su vida. “No se comienza a ser cristiano por una decisión ética o una gran idea, sino por el encuentro con un acontecimiento, con una Persona, que da un nuevo horizonte a la vida y, con ello, una orientación decisiva (Benedicto XVI, Deus Caritas est, n. 1).
 
La respuesta plena y total a las inquietudes humanas que aspiran a la plenitud de la verdad y felicidad se encuentran en Jesucristo, que se presenta como el Camino, la Verdad y la Vida (Jn 14, 6).
 
El primer mandamiento del decálogo nos dice que debemos amar a Dios sobre todas las cosas. Ese mandamiento se materializa poniendo en el centro de nuestra vida y de nuestro día a Jesucristo. La vida cristiana consiste en enamorarse de Jesucristo. Ser santos es ser amigos de Jesús, conocerle, seguirle de cerca. “El secreto de la santidad es la amistad con Cristo y la adhesion fiel a su voluntad” (Benedicto XVI, encuentro con seminaristas en la Iglesia de San Pantaleón, Colonia, 18/08/05).
 
Si queremos conocer y amar a Jesús hemos de leer y meditar con mucha frecuencia el Evangelio, donde está escrita su vida. “Se trata de procurar comprender el significado de los gestos y de las palabras de Cristo, los signos realizados por Él mismo” (Catecismo de la Iglesia Católica, n. 426).
 
Para un cristiano, que intenta redescubrir y seguir a Jesús, es indispensable la contemplación de la vida de nuestro Señor: “Ha llegado el momento de reafirmar la importancia de la oración ante el activismo y el secularismo” ( Benedicto XVI, Deus caritas est, n. 37).
 
El descubrimiento y trato con Jesús es el camino que nos lleva a la santidad. “Ser santo –escribió el Card. Ratzinguer- no es otra cosa que hablar con Dios como un amigo habla con el amigo. Esto es la santidad. Ser santo no comporta ser superior a los demás; por el contrario, el santo puede ser muy débil, y contar con numerosos errores en su vida. La santidad es el contacto profundo con Dios: es hacerse amigo de Dios, dejar obrar al Otro, el Único que puede hacer realmente que este mundo sea bueno y feliz”. (Intervención oral del cardenal Ratzinger publicada en el suplemento especial del Osservatore Romano 6/10/2002).
 

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