14.2.08

Teologia de la secularidad

14 de febrero.

Hoy celebramos el aniversario de la fundación de la Sociedad Sacerdotal de la Santa Cruz. Por tanto es día de acción de gracias.

Llegó el 14 de febrero del 43 ‑contaba nuestro Padre en una ocasión‑, cuando hacía varios años que buscábamos la solución jurídica para los sacerdotes que habían de venir, sin encontrarla (...). Aquel día comencé la Misa en un hotelito de la calle Jorge Manrique, donde tenían una casa vuestras hermanas. Y al acabar de celebrarla, dibujé el sello de la Obra ‑la Cruz de Cristo abrazando al mundo, metida en sus entrañas‑ y pude hablar de la Sociedad Sacerdotal de la Santa Cruz. Dad gracias a Dios por todas estas bondades suyas, porque ha abierto a todos los hombres y mujeres los caminos divinos de la tierra (San Josemaría Escrivá).

De este modo tan sencillo y divino quiso el Señor poner de manifiesto en su mismo origen, que los sacerdotes de la Obra son instrumentos de unidad.

También se cumple hoy un nuevo aniversario del día en el que el Señor hizo comprender a nuestro Padre que en la Obra debía haber también mujeres.

Nuestra oración sube llena de reconocimiento al Señor y a su Madre Santísima por este doble aniversario.

Hace ya algunos años, con motivo de esta fiesta, D. Álvaro (en los años en que fue Padre) decía a nuestras hermanas: Es el día del jubileo de la Sección femenina, y es jubileo también para los sacerdotes de la Obra, pero el Señor quiere que pasemos como en sordina. Ya llegará otro día, cuando se cumplan los cincuenta años de la fundación de la Sociedad Sacerdotal de la Santa Cruz, en el que lo celebraremos como corresponde. (...) los sacerdotes debemos pasar ocultos; y esto es muy bueno, porque hemos de estar siempre escondidos, haciendo el bien sin ser el centro de las miradas ni de nada (D. Álvaro del Portillo).

Un aspecto muy importante de nuestro espíritu: la secularidad.

“Mons. Escrivá estaba feliz de ver cómo en diversos documentos conciliares, especialmente en las constituciones Lumen gentium y Gaudium et spes, así como en los decretos Apostolicam actuositatem y Presbyterorum Ordinis, se recogían muchas ideas que venía predicando desde 1928 y que en su momento habían parecido excesivamente innovadoras, escandalosas, cuando no heréticas. Ahora, sus enseñanzas sobre la llamada bautismal de todos los fieles a la santidad y al apostolado; la corresponsabilidad de todos los bautizados en la misión salvífica de la Iglesia; la secularidad y las estructuras del orden temporal como característica esencial y lugar propio del empeño ascético y apostólico de los laicos; el valor santificador y santificante del trabajo profesional ordinario, y otras más, habían sido solemnemente sancionadas por el magisterio de un Concilio ecuménico”.

“Por desgracia, durante una larga época sucedió después lo que temía el Padre. Un mal entendido concepto de «secularidad» y de «laicidad» llevó a muchos laicos católicos a mundanizarse, abandonando progresivamente las exigencias ascéticas y los valores morales del Evangelio. Y ese proceso de relajamiento espiritual y de pérdida de la propia identidad vocacional afectó también, y quizás sobre todo, a muchos sacerdotes y religiosos, que no fueron fieles a la llamada divina”.

“El 18 de agosto de1978, una semana antes del Cónclave, había venido por tercera vez a Villa Tevere. Don Álvaro le agradeció un artículo que había publicado en Il Gazzettino de Venecia, sobre la figura del Padre, y Luciani le dijo:

—Pues estuve dudando entre escribir un estudio de carácter más teológico para una revista especializada, o un artículo como éste, de carácter periodístico. Al final me decidí por hacer algo que pudiese llegar a muchas personas.

Ese artículo apareció el 25 de julio de 1978. Fue, probablemente, su último texto publicado en prensa antes de ser nombrado Papa. Luciani analizaba con agudeza las enseñanzas del Padre, comparándolas con la de grandes santos y maestros de espiritualidad, como san Francisco de Sales, y afirmaba: «En algunos aspectos, Escrivá supera a Francisco de Sales. También éste proponía la santidad para todos, pero parece que enseña solamente una espiritualidad de los laicos, mientras que Escrivá ofrece una espiritualidad laical. Es decir, Francisco sugiere casi siempre a los laicos los mismos medios utilizados por los religiosos, con las oportunas adaptaciones. Escrivá es más radical: habla incluso de materializar —en el buen sentido— la santificación. Para él, lo que debe transformarse en oración y santidad es el trabajo material mismo»”.

Hay textos de San Josemaría que son “programáticos”. La homilía “hacia la santidad” se dice que es “la falsilla”, porque describe el itinerario de la vida interior. Otra homilía especialmente importante es “amar al mundo apasionadamente”, de la que el Padre dice que es “la carta magna de los laicos” y que recoge “las señales de la verdadera mentalidad laical” (p. 13).

Es una homilía que tiene –en palabras de D. Pedro Rodríguez- un “lenguaje polémico e incisivo” (p. 68).

San Josemaría predica esa homilía en la época del dominio comunista en las universidades, cuando aparece la “teología de la muerte de Dios” (p. 69), en un ambiente doctrinalmente revuelto (es el año 1967, a un paso del 68) en el que se ven ya las manifestaciones de una “interpretación secularista del Concilio Vaticano II” (p. 69).

Ahora, por el contexto –coyuntural- histórico en el que nos movemos, interesa que entendamos muy bien la secularidad de la Obra.

La homilía “amar al mundo apasionadamente” no la entendió mucha gente… Incluso gente buena… San Josemaría hablaba “mucho” de libertad.

Don Pedro Rodríguez dice que en la homilía, San Josemaría habla fundamentalmente de tres temas: a) el lugar de la existencia cristiana (p. 52); b) el valor y dignidad de la materia (p. 55), y c) la unidad de vida del cristiano (p. 62).

Vamos a fijarnos en la última tesis: la unidad de vida del cristiano.

Cuando en la sociedad vemos que cada vez es mayor la separación entre fe y vida (que es uno de los errores más graves de nuestra época), pueden aparecer “falsos espiritualistas” con “falsos espiritualismos” (p. 63), que planteen dos soluciones al problema.

La primera solución es proponer una “sociología del templo”, creando “espacios sagrados” (p. 71), organizaciones “católicas”, en las que ejercitar un “derecho de asilo”; o crear un “baluarte protector desde el que instalarse y hacer desde allí incursiones al mundo común para “salvar almas”.

La otra es dejarse arrastrar por la esquizofrenia y llevar una doble vida (p. 64). Llevar máscaras, proyectar imágenes (mundanizarse).

La solución: la unidad de vida (pp. 74 y 75)

(Las referencias a las páginas son de la edición de Rialp, 2007, Amar al mundo apasionadamente, con un prólogo de Mons. Javier Echevarría y un análisis del Prof. Pedro Rodríguez; las citas entrecomilladas son del libro Jericó, de Don Julián Herranz).

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