Lunes, 1 de diciembre de 2008
El Santo Cura de Ars nació cerca de Lyon, en Francia, el año 1786. Tuvo que superar muchas dificultades para llegar por fin a ordenarse sacerdote. Se le encargó una pequeña parroquia en la desconocida aldea de Ars. Entre 1820 y 1860 se hizo muy famoso. Había una gran afluencia de peregrinos que acudían de todas partes del mundo para hablar con San Juan María Vianney porque tenía unas cualidades extraordinarias como confesor.
En una ocasión una señora, apenada, fue desde Lyon a Ars para pedir consejo y ayuda a este buen sacerdote. Le contó al cura de Ars que su marido había muerto y ella estaba muy preocupada por su salvación eterna, porque no había sido un hombre ejemplar.
El cura de Ars, que entre los dones que recibió de Dios podía averiguar el pasado de las personas sin que ellas se lo contaran, le preguntó a la señora si se acordaba de aquella ocasión -cuando él y su marido eran un joven matrimonio- en la que estaban paseando por un parque, en primavera, y él recogió una flor que puso a los pies de una imagen de la Virgen.
La mujer contestó que no se acordaba.
“¡Pues la Virgen, sí!”, dijo el cura de Ars con energía, y le aseguró que por haber tenido ese detalle con la Virgen su marido se salvaría.
Fíjate qué gesto tan pequeño (poner una flor con cariño a los pies de la Virgen) le sirvió a ese hombre para conquistar el Cielo.
En estos días queremos tratar mucho, y con mucho cariño, a nuestra Madre Santa María. Tú también puedes recoger y poner muchas flores a sus pies:
jaculatorias que le dices a la Virgen mirando una imagen suya;
horas de clase y de estudio que le puedes regalar;
pequeños sacrificios en casa;
obedecer cuando no tienes gana;
ser amable y sonreír en vez de chillar;
hablar siempre bien siempre de los demás sin juzgarles ni criticarles;
… y otras muchas que tú sabrás encontrar.
Para ti esos pequeños detalles pueden ser insignificantes. No te costará mucho esfuerzo hacerlos… y, con el tiempo, se te olvidará que los has tenido… Pero acuérdate de que a la Virgen no se le van a olvidar. Quizás una sola de estas pequeñas “florecillas” que le ofrezcas con amor estos días te sirva para ganarte el Cielo.
El Santo Cura de Ars nació cerca de Lyon, en Francia, el año 1786. Tuvo que superar muchas dificultades para llegar por fin a ordenarse sacerdote. Se le encargó una pequeña parroquia en la desconocida aldea de Ars. Entre 1820 y 1860 se hizo muy famoso. Había una gran afluencia de peregrinos que acudían de todas partes del mundo para hablar con San Juan María Vianney porque tenía unas cualidades extraordinarias como confesor.
En una ocasión una señora, apenada, fue desde Lyon a Ars para pedir consejo y ayuda a este buen sacerdote. Le contó al cura de Ars que su marido había muerto y ella estaba muy preocupada por su salvación eterna, porque no había sido un hombre ejemplar.
El cura de Ars, que entre los dones que recibió de Dios podía averiguar el pasado de las personas sin que ellas se lo contaran, le preguntó a la señora si se acordaba de aquella ocasión -cuando él y su marido eran un joven matrimonio- en la que estaban paseando por un parque, en primavera, y él recogió una flor que puso a los pies de una imagen de la Virgen.
La mujer contestó que no se acordaba.
“¡Pues la Virgen, sí!”, dijo el cura de Ars con energía, y le aseguró que por haber tenido ese detalle con la Virgen su marido se salvaría.
Fíjate qué gesto tan pequeño (poner una flor con cariño a los pies de la Virgen) le sirvió a ese hombre para conquistar el Cielo.
En estos días queremos tratar mucho, y con mucho cariño, a nuestra Madre Santa María. Tú también puedes recoger y poner muchas flores a sus pies:
jaculatorias que le dices a la Virgen mirando una imagen suya;
horas de clase y de estudio que le puedes regalar;
pequeños sacrificios en casa;
obedecer cuando no tienes gana;
ser amable y sonreír en vez de chillar;
hablar siempre bien siempre de los demás sin juzgarles ni criticarles;
… y otras muchas que tú sabrás encontrar.
Para ti esos pequeños detalles pueden ser insignificantes. No te costará mucho esfuerzo hacerlos… y, con el tiempo, se te olvidará que los has tenido… Pero acuérdate de que a la Virgen no se le van a olvidar. Quizás una sola de estas pequeñas “florecillas” que le ofrezcas con amor estos días te sirva para ganarte el Cielo.
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