22.12.07

Fraternidad

Mandatum Novum.

"Para vosotros no habrá obstáculos insuperables, había escrito poco antes el Fundador a los suyos, sobre todo, cuando de continuo os sentís unidos, por una especial Comunión de los Santos, a todos los que forman vuestra familia sobrenatural. Pensamiento que sostenía su optimismo al encararse con la ingrata tarea de recomenzar a partir de las ruinas. Y no es mera casualidad el que, cuando don Josemaría visitó de nuevo Ferraz, el 21 de abril, encontrase un consolador vestigio de aquella fraternidad que allí se vivió. Entre los cascotes del piso, halló el pergamino que había mandado colgar antaño, con el texto evangélico: Mandatum novum do vobis: ut diligatis invicem, sicut dilexi vos, ut et vos diligatis invicem. In hoc cognoscent omnes quia discipuli mei estis, si dilectionem habueritis ad invicem" (Jn. 13, 34-35) (Vázquez de Prada).

La fraternidad es una consecuencia lógica del amor a Dios. Queremos a los demás con el amor de Dios.

El amor de Dios une, el egoísmo desune. San Lucas (cfr Lc 9, 46) cuenta cómo los apóstoles comienzan a convertir el poder divino de Jesús en un reino terrestre y en una soberanía humana. Discutían sobre quién tendría la preeminencia en la futura organización política y económica denominada “Reino de Dios”.

Nuestras casas son hogares de familia.

Somos distintos. Como los apóstoles. Simon Zelotes, nacionalista radical, compañero de apostolado de Mateo el publicano, por su profesión, un traidor de su pueblo (Sheen, p. 117).

Cfr. Memoria ingenua, p. 151.

Nada hay en el mundo que valga lo que vale un alma (Mc 8, 36). ¿De qué le sirve al hombre ganar la vida si pierde su alma?

"Con un convencimiento palpable, repetía que en cada uno de nosotros veía a Cristo joven, a Cristo que trabaja, a Cristo enfermo, a Cristo que sufre, a Cristo que hace apostolado, a Cristo que ama, a Cristo que se entrega, a Cristo que cumple la Voluntad del Padre. Por eso, se unía a la lucha espiritual de cada uno de los miembros del Opus Dei, y alzaba su oración al Señor por su fidelidad.

Recuerdo que, en 1971, atendió en dos ocasiones a una hija suya, desahuciada por el cáncer. Mientras estaba con la enferma, demostraba una fortaleza extraordinaria. Pero, a la salida de una de aquellas visitas, cercana la Navidad, Mons. Escrivá de Balaguer hubo de refugiarse en la capilla de la clínica, para enjugarse las lágrimas, deshecho por los sufrimientos de su hija. Se acomodaba con fortaleza a las necesidades de las almas, de acuerdo con lo que nos describía en 1958: hijos, nosotros estamos para servir a los demás, haciéndoles amable el camino que lleva a Dios. Hemos de servir a todas las almas. ¡Servir! Este es el secreto, si de verdad queremos ser humildes; y así veremos siempre con alegría los dones que los otros han recibido de Dios y sus buenas cualidades. Si no reaccionamos de esta forma, conviene que echemos una mirada sincera a nuestra alma porque quizá -y sin quizá- todavía andamos detrás de nuestro yo, de nuestra vanagloria, de esa gloria vana que nos hace susceptibles con todos y por todo" (Memoria del Beato Josemaría).

No juzgar. Usar la 'medicina de la misericordia'.

La parábola del buen samaritano.

Que vea con tus ojos Cristo mío, Jesús de mi alma.

Las prisas matan el amor.