Los que oyen la palabra con un corazón bueno y generoso, la conservan y dan fruto mediante la perseverancia (Lc 8, 14).
Para dar frutos apostólicos, hemos de vivir de modo pleno la fidelidad al espíritu de nuestro Fundador. Desde el 26 de junio de 1975, la etapa que recorre la Obra es, como tanto insistió don Álvaro, la etapa de la continuidad, la etapa de la fidelidad al espíritu y a las normas recibidas de nuestro Padre, para asimilarlos a fondo, para hacerlos carne de nuestra carne (Del Padre, Carta, 28-XI-1995, n. 8).
“La perseverancia en el amor que Jesús pide a los suyos, implica perseverancia en el cumplimiento de sus mandamientos (Jn 15, 10), y se manifiesta en la abundancia de fruto que glorificará al Padre (Jn 15, 7-8), fruto no superficial y pasajero, sino estable y permanente (Jn 15, 17). Es fidelidad en la lucha por cumplir su Voluntad, por transformar en fruto la semilla de vida divina que Él ha depositado en nosotros; fruto de virtud en la conducta personal, y fruto de almas en el trato con los otros” (Eucaristía y vida cristiana).
No podemos permitir en nuestra vida, por ligereza o falta de espíritu sobrenatural, nada que signifique un desvío del espíritu que nos ha legado nuestro Padre. Aunque seamos conscientes de que el listón del ejemplo de nuestro Padre está muy alto, es Dios quien nos lo ha puesto para que lo imitemos en todo y no nos conformemos con una vida que no sea heroica.
“Entre los preceptos que ordenan al hombre a Dios ocupa el primer lugar el que impone al hombre la fidelidad a Dios y excluye toda relación con sus enemigos; el segundo, el que le prescribe la reverencia a Dios; el tercero el que señala el servicio que debe prestarle. Mayor crimen es en el ejército la deslealtad del soldado que pacta con el enemigo que el que falta al respeto a su General, y esto es más grave que una simple negligencia en el tratamiento” (Santo Tomás de Aquino.
“Ten misericordia de mi y hazme fiel” (Santo y seña de Miquel Riera escrito en su agenda el día que se mató en un accidente junto a Javier Villegas).
“Seguir a Cristo no es una imitación exterior, porque afecta al hombre en su interioridad más profunda. Ser discípulo de Jesús significa hacerse conforme a El, que se hizo servidor de todos hasta el don de sí mismo en la cruz (cf. Flp 2, 5-8)” (Juan Pablo II).
Sed fieles, hijos de mi alma, ¡sed fieles! Vosotros sois la continuidad (En diálogo con el Señor, p. 145). Verdaderamente la Obra está en nuestras manos (cfr. ibidem, n. 11).
Somos eslabones de una cadena. Los que vengan después se fijarán en nosotros, en nuestro ejemplo, en nuestro modo de vivir el Espíritu de la Obra. Esta realidad es una muestra de confianza por parte de Dios, y nos otorga la seguridad de su gracia para ser muy fieles: Para ser fieles, tenéis la gracia de Dios y la ayuda soberana de la vocación (A solas con Dios, n. 313).
El 5 de marzo de 2004 se inició en Roma el proceso de beatificación de D. Álvaro. El Padre resumió la vida de D. Álvaro diciendo que “fue un fiel cristiano, un sacerdote, un Padre olvidado completamente de sí mismo, que se dedicó en alma y cuerpo a la misión para la que Dios le había destinado: ser saxum, apoyo firme de San Josemaría, y luego, sucesor suyo al frente del Opus Dei”.
La lealtad exige hambre de formación, porque —movido por un amor sincero— no deseas correr el riesgo de difundir o defender, por ignorancia, criterios y posturas que están muy lejos de concordar con la verdad (Surco, n. 346).
Debemos poner los medios para conocer, cada día con mayor profundidad, los escritos de nuestro Padre (don de Dios para cada uno de nosotros), para vivir siempre como buenos hijos de Dios en su Obra, sin añadir o quitar nada, con la ilusión de ser buenos transmisores de este tesoro divino, eficaz con la eficacia de Dios.
Para dar frutos apostólicos, hemos de vivir de modo pleno la fidelidad al espíritu de nuestro Fundador. Desde el 26 de junio de 1975, la etapa que recorre la Obra es, como tanto insistió don Álvaro, la etapa de la continuidad, la etapa de la fidelidad al espíritu y a las normas recibidas de nuestro Padre, para asimilarlos a fondo, para hacerlos carne de nuestra carne (Del Padre, Carta, 28-XI-1995, n. 8).
“La perseverancia en el amor que Jesús pide a los suyos, implica perseverancia en el cumplimiento de sus mandamientos (Jn 15, 10), y se manifiesta en la abundancia de fruto que glorificará al Padre (Jn 15, 7-8), fruto no superficial y pasajero, sino estable y permanente (Jn 15, 17). Es fidelidad en la lucha por cumplir su Voluntad, por transformar en fruto la semilla de vida divina que Él ha depositado en nosotros; fruto de virtud en la conducta personal, y fruto de almas en el trato con los otros” (Eucaristía y vida cristiana).
No podemos permitir en nuestra vida, por ligereza o falta de espíritu sobrenatural, nada que signifique un desvío del espíritu que nos ha legado nuestro Padre. Aunque seamos conscientes de que el listón del ejemplo de nuestro Padre está muy alto, es Dios quien nos lo ha puesto para que lo imitemos en todo y no nos conformemos con una vida que no sea heroica.
“Entre los preceptos que ordenan al hombre a Dios ocupa el primer lugar el que impone al hombre la fidelidad a Dios y excluye toda relación con sus enemigos; el segundo, el que le prescribe la reverencia a Dios; el tercero el que señala el servicio que debe prestarle. Mayor crimen es en el ejército la deslealtad del soldado que pacta con el enemigo que el que falta al respeto a su General, y esto es más grave que una simple negligencia en el tratamiento” (Santo Tomás de Aquino.
“Ten misericordia de mi y hazme fiel” (Santo y seña de Miquel Riera escrito en su agenda el día que se mató en un accidente junto a Javier Villegas).
“Seguir a Cristo no es una imitación exterior, porque afecta al hombre en su interioridad más profunda. Ser discípulo de Jesús significa hacerse conforme a El, que se hizo servidor de todos hasta el don de sí mismo en la cruz (cf. Flp 2, 5-8)” (Juan Pablo II).
Sed fieles, hijos de mi alma, ¡sed fieles! Vosotros sois la continuidad (En diálogo con el Señor, p. 145). Verdaderamente la Obra está en nuestras manos (cfr. ibidem, n. 11).
Somos eslabones de una cadena. Los que vengan después se fijarán en nosotros, en nuestro ejemplo, en nuestro modo de vivir el Espíritu de la Obra. Esta realidad es una muestra de confianza por parte de Dios, y nos otorga la seguridad de su gracia para ser muy fieles: Para ser fieles, tenéis la gracia de Dios y la ayuda soberana de la vocación (A solas con Dios, n. 313).
El 5 de marzo de 2004 se inició en Roma el proceso de beatificación de D. Álvaro. El Padre resumió la vida de D. Álvaro diciendo que “fue un fiel cristiano, un sacerdote, un Padre olvidado completamente de sí mismo, que se dedicó en alma y cuerpo a la misión para la que Dios le había destinado: ser saxum, apoyo firme de San Josemaría, y luego, sucesor suyo al frente del Opus Dei”.
La lealtad exige hambre de formación, porque —movido por un amor sincero— no deseas correr el riesgo de difundir o defender, por ignorancia, criterios y posturas que están muy lejos de concordar con la verdad (Surco, n. 346).
Debemos poner los medios para conocer, cada día con mayor profundidad, los escritos de nuestro Padre (don de Dios para cada uno de nosotros), para vivir siempre como buenos hijos de Dios en su Obra, sin añadir o quitar nada, con la ilusión de ser buenos transmisores de este tesoro divino, eficaz con la eficacia de Dios.
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