12.6.10

Crecer en vida interior

El primero y más importante de los mandamientos de la ley de Dios.

¿Por qué me pide Dios que le ame? El primer mandamiento, ¿no es un acto supremo de egoísmo por parte de Dios?

Dios me pide que le quiera porque Él nos amó primero, porque nos quiere.

El mayor ideal que puede tener una persona es llegar a amar a Dios con todas las fuerzas del alma y del cuerpo; entusiasmarse con el amor de Dios, esto es lo que transforma una vida en apasionante. Este ideal puede llenar todas las aspiraciones de un hombre.

El grito de Juan Pablo II: “no tengáis miedo de abrir vuestro corazón de par en par a Dios”.

Y las palabras de Benedicto XVI desde el comienzo de su pontificado: “Dios no quita nada, nada, absolutamente nada de lo bueno y bello que hay en la vida”.

Y para conseguir amar a Dios con todas nuestras fuerzas:

• Primero, luchar contra nuestros defectos.

No somos como queremos ser, y además, muchas veces hacemos cosas contrarias a las que nos habíamos propuesto. Llevamos dentro de nosotros lo que San Pablo llama “el hombre viejo” (Ef 4, 22; Col 3, 9). En ocasiones somos esclavos de la ley del pecado (Rom 7, 20-23).

Esas tendencias desordenadas se llaman pasiones. El primer paso para mejorar es reconocer que en nuestra vida existen.

El vicio consiste en dejarse llevar por el engaño de las pasiones.

La virtud está en poner en la conducta el orden de la inteligencia: hago lo que entiendo que debo hacer, aunque no me apetezca, y no hago lo que no debo hacer aunque me apetezca.

Esto supone una lucha constante en la propia vida: y en eso consiste la lucha ascética (ascesis significa entrenamiento). Esos esfuerzos nos van transformando interiormente, poco a poco, y nos vas haciendo mejores personas.

Esta lucha durará siempre. “Hay que luchar siempre, porque esta inclinación al pecado con la que hemos nacido no puede tener fin mientras vivimos: puede menguarse, pero no extinguirse, y en esa lucha andan toda su vida los santos” (San Agustín, Sermón 151).

Las cosas nunca salen a la primera. Los grandes proyectos se forjan día a día. Los deportistas saben mucho de derrotas y de victorias.

Una consecuencia importante de la lucha ascética: la paz.

• Segundo, dejarnos ayudar. La dirección espiritual.

Si nos dejamos ayudar, será muy difícil que se difuminen nuestros ideales, para que sean verdaderos y orienten nuestra vida de verdad.

Además, hace falta una estrategia en la lucha. Todos los equipos de fútbol tienen un entrenador.

En la lucha ascética necesitamos que nos den ánimos, porque se pasan momentos de cansancio, de retroceso.

“El alma sola, sin maestro, que tiene virtud, es como el carbón encendido que está sólo: antes se irá enfriando que encendiendo” (San Juan de la Cruz).

• Tercero, la Eucaristía.

Explica Santo Tomás de Aquino que la Eucaristía confiere la gracia y la virtud de la caridad y empuja a la lucha y a la acción apostólica.

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