12.6.10

Zaqueo: un encuentro misericordioso (Lc 19, 1-10)

En aquel tiempo, entró Jesús en Jericó y atravesaba la ciudad.

El “no parar” de Jesús.

Un hombre llamado Zaqueo, jefe de publicanos y rico, trataba de distinguir quién era Jesús, pero la gente se lo impedía, porque era bajo de estatura.

El deseo de Dios. Deseos de encontrar a Cristo.
Dificultades externas (ambiente).
Dificultades internas (miserias).

Corrió más adelante y se subió a una higuera, para verlo, porque tenía que pasar por allí.

Audacia.
Sin miedo, y sin respetos humanos.
Los obstáculos no le detienen: toma la iniciativa (la higuera).
Nosotros podemos ser la “higuera” de muchas personas.

Jesús, al llegar a aquel sitio, levantó los ojos

Jesús no pierde detalle: valora nuestro esfuerzo. Ve las ansias de Zaqueo, que le mira medio oculto entre las ramas del árbol.

Y dijo: “Zaqueo, baja en seguida, porque hoy tengo que alojarme en tu casa”.

Jesús se adelantó.
Jesús nos busca siempre. Esperanza en la propia vida interior y en el apostolado.

Él bajó en seguida, y lo recibió muy contento.

Docilidad.
Recibir a Jesús: alegría.

Al ver esto, todos murmuraban diciendo: “Ha entrado a hospedarse en casa de un pecador”.

A contracorriente.

Pero Zaqueo se puso en pie, y dijo al Señor: “Mira, la mitad de mis bienes, Señor, se la doy a los pobres; y si de alguno me he aprovechado, le restituiré cuatro veces más”.

Afán sincero de reparar, con obras.


Jesús le contestó: “Hoy ha sido la salvación de esta casa; también éste es hijo de Abrahán. Porque el Hijo del Hombre ha venido a buscar y a salvar lo que estaba perdido”.

Confiar en la gracia y en la misericordia de Dios.

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