Un talante, una actitud: ¿Trabajo con la alegría del que se sabe hijo de Dios?
Dios ha puesto su omnipotencia al servicio de nuestra salvación. Cuando las criaturas desconfían, cuando tiemblan por falta de fe, oímos de nuevo a Isaías que anuncia en nombre del Señor: ¿acaso se ha acortado mi brazo para salvar o no me queda ya fuerza para librar? (Amigos de Dios, n. 190).
Si Deus nobiscum, quis contra nos?
San Pablo: ¿qué podrá apartarnos del amor de Dios?
De todo lo que sucede, aunque parezca malo o incluso lo sea realmente, se sirve Dios para hacernos santos y eficaces en nuestro apostolado, porque con su omnipotencia es capaz de sacar bien del mal.
Hemos de ser optimistas, pero con un optimismo que nace de la fe en el poder omnipotente de Dios –Dios no pierde batallas–, con un optimismo que no procede de la atolondrada satisfacción humana, de una complacencia necia y presuntuosa (Carta, 30-IV-1946, n. 42).
Maestro, hemos estado bregando durante toda la noche y no hemos pescado nada; pero sobre tu palabra echaré las redes. Lo hicieron y recogieron gran cantidad de peces. Tantos, que las redes se rompían (Lc 5, 15-16).
El optimismo que se apoya en la fe nos lleva a ser audaces y tozudos –con una tozudez, que es santa y que se llama, en lo espiritual, perseverancia– en el apostolado, pasando por encima de todas las dificultades porque aunque sea un miserable, no dejo de comprender que soy un instrumento divino en tus manos (Meditación, 12-IV-54).
El optimismo se fundamenta en la fe, no en que las cosas saldrán como nosotros pensamos que es lo mejor, sino en que se cumplirá la voluntad de Dios.
Por eso, la fe nos lleva principalmente a cumplir la voluntad de Dios en todo. No existen fracasos, si se obra con rectitud de intención y queriendo cumplir la voluntad de Dios. Con éxito o sin él hemos triunfado, porque hemos hecho el trabajo por Amor (A solas con Dios, n. 314; cfr. ibidem, n. 199).
Con esta disposición humilde y confiada no habrá dificultad que pueda remover tu optimismo (Camino, n. 476).
Dios ha puesto su omnipotencia al servicio de nuestra salvación. Cuando las criaturas desconfían, cuando tiemblan por falta de fe, oímos de nuevo a Isaías que anuncia en nombre del Señor: ¿acaso se ha acortado mi brazo para salvar o no me queda ya fuerza para librar? (Amigos de Dios, n. 190).
Si Deus nobiscum, quis contra nos?
San Pablo: ¿qué podrá apartarnos del amor de Dios?
De todo lo que sucede, aunque parezca malo o incluso lo sea realmente, se sirve Dios para hacernos santos y eficaces en nuestro apostolado, porque con su omnipotencia es capaz de sacar bien del mal.
Hemos de ser optimistas, pero con un optimismo que nace de la fe en el poder omnipotente de Dios –Dios no pierde batallas–, con un optimismo que no procede de la atolondrada satisfacción humana, de una complacencia necia y presuntuosa (Carta, 30-IV-1946, n. 42).
Maestro, hemos estado bregando durante toda la noche y no hemos pescado nada; pero sobre tu palabra echaré las redes. Lo hicieron y recogieron gran cantidad de peces. Tantos, que las redes se rompían (Lc 5, 15-16).
El optimismo que se apoya en la fe nos lleva a ser audaces y tozudos –con una tozudez, que es santa y que se llama, en lo espiritual, perseverancia– en el apostolado, pasando por encima de todas las dificultades porque aunque sea un miserable, no dejo de comprender que soy un instrumento divino en tus manos (Meditación, 12-IV-54).
El optimismo se fundamenta en la fe, no en que las cosas saldrán como nosotros pensamos que es lo mejor, sino en que se cumplirá la voluntad de Dios.
Por eso, la fe nos lleva principalmente a cumplir la voluntad de Dios en todo. No existen fracasos, si se obra con rectitud de intención y queriendo cumplir la voluntad de Dios. Con éxito o sin él hemos triunfado, porque hemos hecho el trabajo por Amor (A solas con Dios, n. 314; cfr. ibidem, n. 199).
Con esta disposición humilde y confiada no habrá dificultad que pueda remover tu optimismo (Camino, n. 476).
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