12.6.10

El Corazón Inmaculado de María

1. “Lo que se necesita en esta vida para conseguir la felicidad, no es una vida cómoda, sino un corazón enamorado” (San Josemaría, Camino, 795).

2. El corazón es el lugar que alberga nuestros anhelos más íntimos y profundos, las intenciones, deseos y aspiraciones. Allí donde está nuestro corazón está nuestro tesoro.

Tienen un corazón grande, y son magnánimas, las personas que se ilusionan con ideales y proyectos grandes y nobles.

Están empequeñecidos y viven prisioneros de un mundo interior muy pobre las personas que se llenan de afanes rastreros o egoístas.

“¿No gritaríais de buena gana a la juventud que bulle alrededor vuestro: ¡locos!, dejad esas cosas mundanas que achican el corazón… y lo envilecen… dejad eso y venid con nosotros tras el amor?” (San Josemaría, Surco, 790).

3. ¿Dónde hemos de poner el corazón? ¿De qué hemos de llenarlo? ¿Cuáles son los ideales grandes que nos conducirán a la felicidad? La respuesta nos la da el Papa:

“Id contra la corriente: no escuchéis las voces interesadas o seductoras que hoy promueven modelos de vida caracterizados por la arrogancia y la violencia, por la prepotencia y el éxito a toda costa, por la apariencia y por el tener en detrimento del ser. No tengáis miedo, queridos jóvenes de preferir los “caminos alternativos” indicados por el auténtico amor: un estilo de vida sobrio y solidario; relaciones afectivas sinceras y puras; un compromiso honesto en el estudio y en el trabajo; el interés profundo por el bien común. Vuestros coetáneos, aunque también los adultos, y especialmente quienes parecen estar más lejos de la mentalidad y de los valores del Evangelio, tienen una necesidad profunda de ver alguien que se atreva a vivir según la plenitud de humanidad manifestada por Jesucristo” (Benedicto XVI, Discurso a los jóvenes 02/09/2007).

4. Las personas no valen por lo que poseen en el exterior, por las cosas materiales que pueden lograr (éxito, poder, dinero, fama…). Nuestro valor está en lo más profundo de nosotros mismos.

La Virgen María apenas gozó en esta vida de bienes materiales o de fortuna. Tampoco tuvo títulos; más bien vivió una vida sencilla, propia de una mujer judía de su tiempo en un pequeño pueblo de Israel, pero fue una vida de valor incalculable porque tiene un corazón Inmaculado que lo llenó de las aspiraciones más altas que se pueden tener: servir, amar, corredimir con Cristo, ayudar a abrir las puertas de la gloria a la humanidad.

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