12.6.10

Rectitud de intención (Mt 23, 27-32)

Palabras muy duras de nuestro Señor para los fariseos.

Lo que le importa a Jesús es lo más íntimo de nuestras almas y de nuestros corazones. Recrimina a los fariseos que “parecen justos”. El justo es el que tiene la intención y el deseo profundo de cumplir la voluntad de Dios.

Un modelo de hombre “justo” es San José.

Nuestras intenciones y nuestros deseos se tuercen con facilidad. Llevamos dentro de nosotros un principio que tira para abajo. Tenemos el hombre viejo, la inclinación al pecado.

“En la historia de la humanidad, el pecado deterioró lo más noble de la naturaleza de la criatura: debilitó la agudeza de la mente, la rectitud de la voluntad, (…), la estabilidad de ánimo, el ejercicio de la solidaridad; perturbó hasta la salud corporal” (J. Echevarría, Getsemaní).

Pero también la gracia santificante actúa. Nuestra vida es muchas veces un “tira y afloja”.

En un círculo Breve que el Padre daba en Roma, les decía a un grupo de hermanos nuestros del Consejo General que nunca hemos de obrar pensando en lo que dirán de nosotros los demás, y concretaba el Padre: ni siquiera nos tiene que importar lo que el Padre pueda pensar. Lo único que nos tiene que importar es lo que piensa Dios de nosotros.

Purificar nuestro mundo interior.

“El hombre honrado y cabal es el hazmereir. Lo propio de la sabiduría de este mundo es ocultar con artificios lo que siente el corazón, velar con las palabras lo que uno piensa, presentar lo falso como verdadero, y lo verdadero como falso. La sabiduría de los hombres honrados, por el contrario, consiste en evitar la ostentación y el fingimiento, en manifestar con las palabras su interior, en amar lo verdadero tal cual es, en evitar lo falso, en hacer el bien gratuitamente, en tolerar el mal de buena gana, antes que hacerlo; en no quererse vengar de las injurias, en tener como ganancia los ultrajes sufridos por causa de la justicia. Pero esta honradez es el hazmereir, porque los sabios de este mundo consideran una tontería la virtud de la integridad. Ellos tienen por necedad el obrar con rectitud, y la sabiduría según la carne juzga una insensatez toda obra conforme a la verdad” (De los tratados morales de San Gregorio Magno)

El mundo interior interior se purifica en la confidencia. Que nos conozcan. La sinceridad no consiste en “contar lo malo”. Sinceridad es también y sobre todo “contar lo bueno”, lo que Dios va haciendo en nuestra alma, esos ratos de intimidad que tenemos con Dios…

La intención se endereza por la contricción. Es la mejor de las devociones. Tenemos la experiencia de que muchas veces hacemos grandes propósitos, pero con frecuencia se vienen abajo cuando surge una contrariedad pequeña o grande. A veces somos de intenciones grandes y de obras cortas. Por eso lo nuestro es comenzar una y otra vez en nuestra lucha sin desanimarnos nunca. Pedimos perdón cuando nos equivocamos, y volvemos a empezar, con optimismo, mirando adelante, confiando en la gracia de Dios.

Hay una contrición mala, que desespera, y una buena, que lleva a la conversión, a ponerse en manos de Dios.

El Dr. Pastor le tomó una vez la tensión por la mañana a San Josemaría y la tenía muy bien. Cuando se lo dijo, le respondió: “es que esta mañana he hecho muchos actos de contricción”.

Si vivimos pendientes de Dios, nunca perderemos la paz. Al revés.

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