Sin duda alguna que sería muy formativo proponerse, cada día, ser mejores ciudadanos, políticos, profesionales, padres, hijos, maestros, estudiantes, vecinos civilizados que practican los buenos modales. En definitiva, ser mejores personas.Todos tenemos algo de bueno. El problema no es la inexistencia de los valores familiares y cívicos, sino una falta de voluntad para ejercerlos.
No es justo rehuir la oportunidad que gozamos cada día de redescubrir nuestros talentos y ponerlos al servicio de los demás.Si lo tenemos a bien, podemos adoptar la propuesta que realizó un día de su cumpleaños el Papa Juan Pablo II, ya en el cielo. Ante el jolgorio de un grupo de niños que le felicitaban a su manera, prometió «ser más bueno».
Es muy fácil apostar por la solidaridad, la integración racial, la paz, la libertad de expresión, el desarme nuclear, la acogida de los inmigrantes. Son temas de brindis, tan socorridos como inofensivos. Pero apostar por la bondad, eso es ya otro cantar. En la bondad queda implicado uno mismo, que -a poco que se conozca- quedará espantado ante tamaña promesa. Y, sin embargo, uno en el fondo no puede renunciar a ser más bueno.
Es lo que decimos siempre a los niños: «¿Ya eres bueno?». Como si fuera el compendio de todos los consejos que se les pueden dar.Un buen compromiso sería dejar de «ir de malos» por la vida. ¿Cómo? A título de ejemplo: esforzándonos, diariamente, por ser justos; siendo consecuentes con nosotros mismos al reconocernos imperfectos y a la vez sentirnos en la necesidad de corregir nuestros errores y tener el propósito de jamás sembrar cizaña. Es decir, causar malestar con comentarios que pretenden enfrentar a dos o más personas.
(Autor: Antonio García-Berbel M).
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