
Pero, como han puesto de manifiesto varios comentaristas, esas personas, llenas de 'santo celo' en lo que se refiere a quitar espacio al catolicismo, son las mismos que conceden luego al Estado y Comunidades Autónomas poderes de intervención que son explícitamente ideológicos, por ejemplo en materias de educación, familia o salud.
Quizá la argumentación más eficaz para sustentar la validez cultural de la presencia pública de símbolos cristianos procede de la escritora Natalia Ginzburg, en unas palabras que debemos recordar en estos días, habida cuenta de los sucesos acaecidos en el colegio público «San Juan de la Cruz» del pueblo de Baeza (Jaén), donde la Junta de Andalucía ha dado orden de retirar los crucifijos de las aulas del colegio mencionado, por la denuncia del padre de un escolar.
Pues bien, sostenía la escritora hebrea, concretamente a propósito del crucifijo, que para los católicos, Jesucristo es el Hijo de Dios. Para los no católicos puede ser simplemente la imagen de uno que ha sido vendido, traicionado, martirizado y muerto en la cruz por amor de Dios y del prójimo. El ateo prescinde de la idea de Dios, pero conserva la del prójimo. Se dirá que muchos han sido vendidos, traicionados y martirizados por su fe, por el prójimo, por las generaciones futuras, y de ellos no hay señal en los muros de las escuelas. Es verdad, pero el crucifijo representa a todos, porque antes de Cristo nadie había dicho que todos los hombres son iguales, hermanos, todos, ricos y pobres, creyentes y no creyentes, hebreos y no hebreos, negros y blancos.»"
(Fuente: Antonio García-Berbel M, publicado en ABC, 16-7-2006)
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