9.4.08

El mandato apostólico universal

MANDATO APOSTÓLICO UNIVERSAL (Mateo 28, 18 – 20)


. “Se me ha dado todo poder en el Cielo y en la tierra”.

. Jesucristo ha recibido todo el poder, sin excepción. El poder del bien es superior al poder del mal. Dios no pide imposibles. Con la ayuda de Dios podemos cumplir la misión para la que hemos sido llamados. No se trata solo de intentarlo sino de conseguirlo: es cuestión de fe.

. Cuando pensamos en cómo conquistar un ambiente para Dios (en cómo conseguir que los familiares, amigos y compañeros de trabajo se conviertan y se decidan a ser santos) no soñamos con un sueño imposible, irrealizable. Contamos con el poder de Dios, con la fuerza de Dios, con su ayuda. Y su voluntad es que todos los hombres se salven.

. ¿Con qué medios contamos? Con la ayuda de Dios: Oración (hay que rezar mucho y sin parar), mortificación (ofrecer sacrificios, cosas que cuesten: hambre, sed, orden, puntualidad, trabajo intenso, acabar bien las cosas, sonreír a pesar del cansancio, etc.) y acción (hemos de hablar, y cada vez más: dar doctrina, explicar las cosas a la gente, aclarar lo que convenga, cortar conversaciones tontas, dar la cara y defender a Dios y a la Iglesia, animar a ser buenas personas y buenos cristianos).

. Paciencia. Necesitamos contar con el tiempo: para nuestra santificación y para el apostolado. El “poder” de Dios no es para fulminar a la gente, para aniquilar a los “malos”. En la tierra el bien y el mal siempre estarán mezclados (como explica Jesús en la parábola del trigo y la cizaña). Las personas y los problemas necesitan tiempo. La prudencia invita a actuar con calma (que no es no actuar nunca), a saber esperar, a no precipitarse, a no perder la serenidad, sin que esto sea una invitación a la pasividad, a la indecisión o a la falta de fortaleza. Para acertar en las cosas de Dios -¿qué me pide Dios y que quiere que haga por los demás aquí y ahora?- hemos de rezar y llevar las cosas a la Oración (pedir luces al Espíritu Santo).

. Jesús ha recibido “todo poder en el Cielo”. Para obtener cosas del Cielo, de Dios, hemos de pedir en nombre de Jesucristo. Para conseguir frutos de santidad y de apostolado debemos rezar. “Sin mí no podéis hacer nada”, dice Jesús. En Cielo no escuchan a quien rechaza a Jesús.

. Jesús ha recibido “todo poder en la tierra”. Las apariencias engañan. Dios no ha sido expulsado de la tierra. Los enemigos de Dios no han vencido, no tienen ese poder. El vacío de Dios no es real. Primero porque los “malos” y los “males” desaparecen uno detrás de otro con el tiempo. Y segundo porque Dios no deja de actuar, está siempre presente, aunque parezca una presencia invisible (hace que los buenos trabajen, actúa a través de los hombres de buena voluntad, toma posesión de todos los corazones, opera por medio de su Iglesia).

. “Id, pues, y haced discípulos a todos los pueblos,”

. La indicación es clara. Se trata de un Mandato bien preciso (haced “discípulos” y “a todos”). La falta de actividad apostólica es un claro incumplimiento. Intentar justificar la pasividad, bajo cualquier pretexto (resistencia o dificultades del ambiente, falta de tiempo, respeto –falsa prudencia o respetos humanos- a la libertad de los demás, miedo a complicarse la vida o a complicársela a los otros, temor a sufrir incomprensiones, etc.) es falta de amor de Dios y de amor a los demás.

. “Si me amáis cumpliréis mis mandamientos” dice el Señor. Si queremos que todos se salven y que sean verdaderamente felices ya en la tierra pondremos todos los medios sobrenaturales y humanos: todos, no solo unos pocos ni muchos, y con perseverancia, aunque tarden en llegar los resultados.

. El Señor nos pide positivamente que hagamos discípulos, que los busquemos, que salgamos a su encuentro. Apóstol significa enviado. Si no estoy dispuesto a ser enviado, ni amo a Dios (no le obedezco, me avergüenza hablar de Él como del mejor Amigo) ni amo a los demás (no les deseo el Cielo y el “encuentro” con Jesucristo ya aquí en la tierra).

. El miedo a meterse en la vida de los demás, pensar que todo da igual, que la “bondad natural” justifica permanecer de por vida en el error, que cada uno ya sabe lo que tiene que hacer, etc., es falta de fe (en que Cristo es el único Salvador –Camino, Verdad y Vida- y en las verdades “eternas”: Cielo, infierno, juicio particular y universal, etc.) y falta de amor (no deseo ardientemente la salvación de todos).

. El miedo al “proselitismo” (no atreverse a presentar la verdad con toda su fuerza y atractivo: como si un médico se avergonzase de hacer propaganda de una medicina curativa entre sus enfermos), “neutralidad”, un falso “equilibrio”, el intento de “recluir la fe al ámbito de lo privado”, etc., contradice abiertamente el Mandato de Cristo. Una fe que no sea proselitista es una fe muerta o mortecina. Quien no está convencido de estar en la verdad ha perdido la fe. No se trata de imponer la verdad a nadie, ni de coaccionar, pero sí de mostrarla con todo su atractivo, de intentar convencer, de presentarla como la verdad y no solo como una opinión u opción más (sobre todo con el ejemplo de la propia conducta de quien se sabe hijo de Dios rodeado de otros hijos de Dios).

. El “a todos los pueblos” incluye a todos, nadie puede quedar excluido. Es verdad que algunas personas o ambientes son más difíciles de atraer a Cristo. Algunos se declaran “enemigos” de Dios y de la Iglesia (se burlan, ridiculizan a los creyentes, son agresivos, atemorizan a los piadosos, intentan positivamente acabar con la fe y con los creyentes, son ateos militantes); o “agnósticos” (no solo dicen que no hay pruebas suficientes para creer en Dios o en el más allá sino que ven al creyente como un fundamentalista, como un peligro, o como a un niño infantil que aun no ha superado ciertas creencias y al que miran con aire de superioridad, porque ellos han superado esos mitos); o “indiferentes” (son los “ateos prácticos”: piensan, sientes y viven como si Dios no existiese, no les interesa el tema; ni rezan, ni luchan por vivir los Diez Mandamientos de la Ley de Dios –ellos tienen los suyos-, ni se confiesan, ni van a Misa, ni practican la moral cristiana, porque han perdido el sentido del pecado); o “desencantados” (gente que creyó pero que ha dejado de creer, amargados o traumatizados por alguna experiencia negativa del pasado, gente que practicó una religiosidad superficial casi de barniz, pero que nunca han tenido un trato personal con Dios: seguían más a los hombres –al sacerdote- que a Dios); o con “prejuicios” (nunca han tenido formación religiosa, y las pocas noticias que reciben son negativas, están a la defensiva, ven con antipatía a la Iglesia y a lo religioso, que les parece raro, complicado, innecesario, incluso que “mata” lo mejor del hombre, que prohibe lo “natural” –que confunden con “naturalismo”- y que coarta la libertad); o “paganos” (nunca han oído hablar de Dios ni de santidad, no saben ninguna oración, ni las verdades religiosas más básicas o elementales).

. Pero “a todos” hay que salvar: Cristo murió por todos en una Cruz. Nadie ha nacido para condenarse. La santidad no es un concepto “antinatural” que algunos no puedan entender. El resumen del cristianismo es “haz a los demás lo que te gustaría que te hiciesen a ti, y no hagas a los demás lo que no te gustaría que hiciesen contigo”. Para esto necesitamos “convertirnos”, reconocer nuestros pecados, y pedir ayuda a Dios.

. “bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo;”

. Bautizarse es algo muy concreto. Ingresar en una creencia o grupo religioso es un paso importante, que compromete: supone aceptar unas creencias, una autoridad religiosa, un código de conducta moral, unas obligaciones solidarias, etc. Jesús no pide que se anuncie su Evangelio sino que se bautice a la gente. Que después de exponer la doctrina cristiana les animemos a dar el paso práctico de hacerse cristianos (o de volver a la práctica religiosa porque una fe sin obras es una fe muerta).

. “y enseñándoles a guardar todo cuanto os he mandado.”

. No basta con el buen ejemplo. No es suficiente con portarse bien. No se nos pide solo ser modelos o modélicos con nuestra conducta (puntos de referencia: íntegros, honrados, etc.). Hemos de hablar, hemos de enseñar, hemos de dar doctrina. ¿A quienes y cómo hablamos de Dios? También nosotros tenemos mucho que aprender de los otros pero hemos de hablarles de Dios.

. No podemos conformarnos con hablar de ser buenos padres, buenos amigos, buenos profesionales o buenas personas o ciudadanos. Hemos de cristianizar la sociedad, se trata de evangelizar, de conquistar para Cristo esos ambientes y personas (de hacerles felices: si se viviese el Evangelio –Buena Noticia, Buena Nueva- el mundo sería fantástico).

. Ser santo es mucho más que ser buena persona (es cumplir la voluntad de Dios). La caridad es muy superior al civismo o a la educación. Ya no se trata de amar con nuestro pobre corazón (a unos pocos, a quienes nos caen bien) sino de amar con el corazón y con el amor de Cristo (que da su vida por todos: “amaos los unos a los otros como Yo os he amado”).

. Si no hablásemos de las verdades cristianas –que son la Verdad- como si las verdades “naturales” ya fuesen más que suficientes, si pensásemos que son un añadido extraño e incómodo, en el fondo parecería que la doctrina de Jesucristo no era necesaria (que no es el único Salvador, que los sacramentos no son tan importantes, que todos los “caminos” son igualmente válidos, etc.). Esa falta de fe conduce al relativismo y a la falta de vibración apostólica: contradice el Mandato de Cristo.

. Enseñándoles “a guardar” parece una invitación a corregir desviaciones, a recordar la doctrina una y otra vez, a no permitir que se desvirtúe con comportamientos prácticos equivocados. Las verdades hay que vivirlas. Las hemos recibido en depósito: no nos pertenecen, no podemos modificarlas, adulterarlas, hasta que sean irreconocibles. Cuando no se vive la doctrina acaba oscureciéndose, deformada u olvidada.

. El “todo cuanto os he mandado” nos recuerda constantemente que es Jesucristo, con su autoridad divina, quien manda una serie de cosas. No es algo optativo. Es más que un consejo. Es un mandato de amor (Dios nos quiere felices y nos indica el camino para ir al Cielo) pero un mandato, que no debe cuestionarse (ni siquiera por una “sensibilidad moderna” que ve el apostolado como una especie de coacción o invasión de la intimidad ajena: como si los políticos no intentasen convencer al electorado, o los publicistas influir en los consumidores).

. El “todo” lo incluye todo: no podemos silenciar ciertas verdades (el aborto es un asesinato, casarse por lo civil dos bautizados no es casarse, el divorcio no rompe el vínculo matrimonial, etc.) por miedo a que resulten incómodas, antipáticas o impopulares.

. “Y sabed que yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo”.

. Esta cercanía del Señor debe darnos una gran seguridad. Somos enviados pero sin que nos alejemos de Jesús. Él nos acompaña. Dios inhabita en nuestra alma en gracia cuando no tenemos conciencia de pecado mortal. En cualquier circunstancia podemos pedirle ayuda. Y siempre será así. Es una promesa divina.

. El “y sabed” es una invitación a meditar esta realidad, a vivir de ella, a ser conscientes de esta proximidad, para llenarnos de optimismo, de esperanza, de seguridad, de alegría.

. La presencia de Dios a lo largo del día se fundamenta en la realidad de que Dios está presente en todo momento, no solo en la iglesia. Dios nos ve, y nos oye, y nos ayuda, y nos protege, y a veces nos dirá lo que tenemos que decir cuando hablemos de Dios a algún amigo.

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