20.4.08

Humildad

Pedir no acostumbrarnos a contemplar la vida de Jesús. Llevamos años contemplándole.

La humildad de Jesús nos ha de sorprender.

La humildad de Jesús es distinta de la nuestra: '¿qué tienes que no hayas recibido?' (Corintios). Todo lo hemos recibido de Dios.

La soberbia es lo más irracional, porque el soberbio no razona.

A partir del 'todo lo he recibido de Dios' se desarrollan muchas consecuencias.

"Yo soy el que soy y tú eres la que no eres". Santa Catalina.

La humildad en Cristo: la vida de Cristo es humillación y se deja humillar. No es humildad, sino humillación. Es muy humillado.

Si somos sensibles, la humildad de Cristo nos descoloca. Acepta todo.

Carta a los Filipenses, "procurad tener los mismos sentimientos de Cristo". Dios está dispuesto a darnos esos sentimientos.

"A pesar de su condición divina, exinanivit semetipsum". Se vació.

Doble humillación:

En cuanto Dios, la humillación del Verbo (kenosis del Verbo)

En cuanto hombre, humillado.

Y Cristo en el mundo sigue humillado. Y a veces le humillamos nosotros con nuestra actitud (gente que llega por la mañana al oratorio y directamente se sienta… Urbanidad de la piedad). Con nuestras faltas de respeto humillamos a Cristo.

A veces son llamativas nuestras faltas de respeto con Dios por nuestra compostura. ¡¡Que estamos delante de Dios...!!

Nuestro comportamiento ante Dios, nuestra piedad, nuestras visitas...

Meditar el exinanivit / humiliavit.

Hemos de responder ante esa humillación: que toda rodilla se doble.

Reconocer que todo es de Dios.

La letanía “nihilista” de nuestro Padre acaba bien: “No soy nada, no tengo nada… pero omnia posum in eo qui me confortat”.

Al ser humildes -comprender que apenas valemos algo- nos abrimos a la grandeza de Dios. Y esta es nuestra grandeza. El humilde se llena de Dios y es ensalzado. El soberbio se encierra en sí mismo y es humillado.

Cuanto más humilde, más ensalzados.

Hacer examen. No se lucha directamente para ser humildes. Se lucha en sus manifestaciones.

Reconocer los “éxitos” como regalos.

Da mucha paz interior. Lo que más desasosiega al alma es la soberbia (miramos con distancia a los demás, 'no merezco este trato', 'no me tratan, no me quieren').

Una persona soberbia siempre está descolocada.

Dejarnos llenar de Dios: esto hace la humildad, para dejar que el “Yo Divino” entre. Se consigue por la contemplación continua.

Se consigue la humildad luchando en sus manifestaciones:

Dar gracias a Dios. Pedimos mucho, pero damos pocas gracias a Dios. Las acciones de gracias han de estar muy presentes en nuestra vida.

La comprensión de los demás. No cambiar el gesto ni sorprendernos de nada ni de nadie (ni dormirse cuando hablamos con una persona).

El silencio. No querer tener siempre la razón.

(Chevrot, Simón Pedro, p. 187).

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