4.4.08

Los discípulos de Emaús


Lc 24, 13-35


Nos fijamos en estas palabras que acabamos de escuchar en la proclamación del Evangelio: “Se llegó a ellos el mismo Jesús”.

Contemplamos la escena evangélica del regreso de dos de los discípulos de Jesús hacia su casa, después de la crucifixión y muerte de Nuestro Señor. Iban a una aldea llamada Emaús, distante unos 30 kilómetros de Jerusalén. Mientras regresaban de camino –hablando entre ellos- se les acercó Jesús, “pero sus ojos no eran capaces de reconocerlo”.

Probablemente, en el camino de regreso a Emaús hablaban entre ellos sobre Jesús –sobre lo que habían visto y oído en sus años acompañándole-, y se les unió Jesús para dos cosas:

a) para confirmarles en la fe de la resurrección, y

b) para cumplir con ellos una promesa que Él mismo había hecho: “donde quiera que estén reunidos dos o tres en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos” (Mt 18, 20).

¡Qué provechosa fue para aquellos dos discípulos desanimados la presencia de Jesús! Sí, estaban hundidos humanamente: sus mentes intentarían conciliar los hechos extraordinarios –aparentemente contradictorios- de los que habían sido protagonistas: la muerte ignominiosa de quien tenían por Mesías; sus esperanzas de un reinado temporal mesiánico, que son frustradas…

¡Como transformó el ánimo y la vida de estos dos discípulos la presencia de Jesús en medio de ellos! Gozaron de la conversación de Jesús; sus inteligencias se iluminaron de nuevo a medida que les iba explicando las escrituras, se avivó en sus corazones la caridad hasta exclamar “¿no ardía nuestro corazón mientras nos explicaba las escrituras por el camino?

Jesús puede transformar también nuestras vidas y nuestras familias, haciéndolos hogares luminosos y alegres, si le dejamos, si le tratamos.

San Josemaría resumía la santidad de una forma muy sencilla: los santos son personas normales y corrientes que han procurado hacerse amigos de Jesús.

Podemos tener una idea deformada de la santidad, y pensar que los santos han sido una especie de “atletas de Dios”, personas capaces de hacer cosas inalcanzanbles para la mayoría de la gente normal y corriente.

Ser santo –escribió el Card. Ratzinguer- no es otra cosa que hablar con Dios como un amigo habla con el amigo. Esto es la santidad. Ser santo no comporta ser superior a los demás; por el contrario, el santo puede ser muy débil, y contar , con numerosos errores en su vida. La santidad es el contacto profundo con Dios: es hacerse amigo de Dios, dejar obrar al Otro, el Único que puede hacer realmente que este mundo sea bueno y feliz”. (Intervención oral del cardenal Ratzinger publicada en el suplemento especial del Osservatore Romano realizado con ocasión de la canonización de Josemaría Escrivá).

Queremos que nuestros hogares sean escuelas de santidad, escuelas de virtudes: vamos a pedirle a Jesús en la Eucaristía que nos ayude a conocerle, a tratarle y a quererle cada día más. Él es el único que puede hace que nuestras familias y nuestros hijos sean buenos y felices.

Estamos en un santuario mariano, en una casa de la Virgen, que es nuestra madre, y por tanto en una casa también nuestra. ¡Cuántos favores –sobre todo espirituales- ha hecho la Virgen de Torreciudad! Acudimos a Ella y le decimos que queremos tener cada día un trato más íntimo, más persona, más de tú a Tú con Jesús.


Homiía, Santuario de Torreciudad, 05-04-2008

1 comentario:

Joan dijo...

Hola Nono: me alegro de que hayas vuelto al ataque! Un abrazo. En cuanto pueda te escribo para contarte cosas abundantes...