9.4.08

¿Ver o querer?

. Ver la vocación. ¡Qué tontería! ¿Has pensado lo que dices? ¿Acaso ves la música? La música deleita tus oídos, y ensancha de gozo tu espíritu. Te llena de paz y te relaja, y quizá te transporta a otros mundos de fantasía. Pero, ¿la ves?

. Cuando te empeñas en ver la vocación, pides una prueba imposible. A quien tienes que ver es a Jesús, a María y a José. A quien tienes que mirar es a esa multitud de personas concretas que te necesitan, y que te esperan, porque Dios les ha dicho –les ha prometido- que les enviaría un auxilio en su Nombre, que eres tú.

. Querer ver la vocación es tan absurdo como no querer oír música hasta que puedas verla. Esa petición imposible, esa exigencia improcedente, ciega, impide ver las cosas como las ve Dios, con ojos de fe, con visión sobrenatural.

. Querer ver, exigir ver, es una forma de egoísmo encubierto. De hecho, aunque vieras, no le dirías que sí a Dios. Porque ya ves algo, y Dios no quiere enseñarte más en éste momento.

. Quien decide apuntarse a una excursión ya ve las montañas a lo lejos, y el paisaje, pero no puede verlo todo: lo verá a medida que avance el camino. Querer ver es pretender recoger el fruto sabroso del árbol sin estar dispuesto a sembrar la semilla.

. Querer ver no es malo. Sobre todo hemos de aspirar a ver el rostro de Cristo y de la Virgen, y el de los santos del Cielo, “disfrutando” de la visión de Dios (algo mucho más maravilloso y dinámico, vivo, que contemplar un paisaje: es como ver una película o unos fuegos artificiales).

. Pero hacer del “ver” una “condición” para el cumplimiento de la voluntad de Dios, o para la perseverancia en el camino, es un error. Es pedir un “milagro” que Dios no tiene por qué concedernos.

. Cada cosa en su momento. Primero siembra, y después ya verás la cosecha; no pretendas verla ahora.

. Ahora sigue a Jesús, que te dice “ven y sígueme”, y después ya verás a dónde te lleva.

. Si no le dices “te seguiré a dónde quiera que vayas”, “¡quiero estar contigo!”, perderás tu oportunidad de encuentro con Dios, con ese Dios viajero que pasa tan cerca de ti, pero que no va a pararse.

. Cuando tus padres te decían “nos vamos de viaje, de vacaciones”, ¡qué alegría! ¿O te ponías serio y preguntabas con voz grave: adónde iremos? Lo importante era salir juntos, e irse de viaje, porque tus padres lo tenían todo previsto.

. Quiero ver. ¿Quieres ver, o no quieres entregarte? Que sepas que no “verás” nunca. Entregarse a Dios, seguirle, exige siempre un acto de fe, de confianza, de fe a ciegas. “Señor, me fío de Ti”. Contigo no valen los cálculos. No sé qué será de mí dentro de unos años, porque no sé cuál será “tu” voluntad y no la mía, que intentará identificarse con la tuya. Sólo sé que me la irás mostrando poco a poco, en cada momento.

. Lo único que sé es que hoy y ahora cuentas conmigo, y que siempre estaré a tu lado si no me aparto de Ti. Jesús, aunque sé que puedo fallarte, sé que Tú nunca me fallarás, y que no permitirás que cometa errores de bulto, irreparables.

. Yo no sé si en el futuro seré fiel, como deseo con todas mis fuerzas, hasta el punto de preferir la muerte a la infidelidad (y aprovecho este momento para pedirte el don de la perseverancia final), pero sé que ahora, si no te dijese que sí, estaría siendo infiel.

. Jesús, que te diga que sí, sin exigir ver nada, sin excusas de ningún tipo, que te dé un sí incondicional, que es lo que me estás pidiendo. María dijo que sí, los santos han dicho que sí, y yo también te digo que sí.

. Sé sincero, lo que necesitas no es ver, sino vivir, y tú ya has tenido tu vivencia, tu encuentro personal con Jesús. Síguele, y déjate de historias, que en el fondo es comodidad.

. Te sobran “kilos”: en el cuerpo (procura ser más sobrio en las comidas…, ¡te sorprenderás de cómo mejora tu presencia de Dios durante el día!), y en el alma (aprende a desprenderte de las cosas, no estés tan apegado a tus tesoros, que son una carga, un peso que asfixia: miedo a perderlos, a que se estropeen, a que te los roben).

. Para seguir a Dios (para “verle”, para verle pasar y seguirle, y no quedarse rezagado hasta perderlo de vista), conviene ir ligero de equipaje. ¿No será, en el fondo, eso lo que te pasa? Escarmienta en cabeza ajena. Ya “ves” lo que le pasó al joven rico. Se fue triste. Perdió a Jesús, lo perdió todo. Quizá a él le podamos “consolar” diciéndole que le faltaba “experiencia”. Pero a ti no. Aprende del joven rico. Y aprende de los Apóstoles. Y, sobre todo, aprende de María, que no se cansa de decirte: “haced lo que Él os diga”.

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