14.4.08

Vida oculta de Jesús: cosas pequeñas

Testimonio de Andrea Feheery (trabaja en el Shellbourne Conference Center (Indiana, EEUU). Habla sobre su vocación como numeraria auxiliar.

“Tenemos una disponibilidad un poco diferente. Estamos disponibles para cuidar los Centros del Opus Dei y lograr que sean verdaderamente un hogar. Yo me veo realmente como la madre del Opus Dei. Disfruto mucho asegurándome de que se vea que esto es realmente un hogar, y no… una “institución” o algo por el estilo. Quiero que la casa esté bien decorada, que tenga una bonita apariencia, que resulte agradable cuando uno regresa a ese hogar. Así los miembros de la Obra que trabajan fuera, regresan sabiendo que encontrarán buena comida, que esa comida estará bien preparada y a tiempo, que su ropa estará limpia y que la casa estará limpia también. Alguien tiene que ocuparse de todo ello. Y yo puedo añadir ese toque especial, rezando por los que ahí viven, y eso es algo para lo que no puedes contratar a nadie”.

Imitamos la vida oculta de nuestro Señor: treinta años en el hogar de Nazareth, resumidos en el Evangelio con una sencilla frase:


Y bajó con ellos, y vino a Nazareth, y les estaba sujeto. Y su madre guardaba todas estas cosas en su corazón. Y Jesús crecía en sabiduría, en edad y en gracia delante de Dios y de los hombres. (Lc 2, 51-52).

Las gentes le conocían como «faber» (el carpintero), «fabri filius» (el hijo del carpintero). Jesús santifica el trabajo y la vida de familia. Éste es el ejemplo maravilloso que nosotros tenemos que seguir.

En el hogar de Nazareth vemos un ambiente de trabajo empapado de servicio: buscando siempre el bien de los demás y no la propia afirmación. Aunque había motivos para presumir de la perfección del trabajo.

Vemos, también, una familia unida, en la que cada uno está pendiente de los demás. Amor y ayuda. Espíritu de servicio.

La escuela de Nazareth es la escuela de las cosas pequeñas. Por eso se entiende muy bien que, años después dijera el Señor:

«Quien es fiel en lo poco también es fiel en lo mucho; y quien es injusto en lo poco también es injusto en lo mucho» (Lc 16, 10).

Una de las paradojas del espíritu cristiano es que podemos convertir en grande lo pequeño: el amor tiene un poder transformador imponente.

“Siguiendo estas enseñanzas, hemos de buscar, encontrar y tratar a Jesús, siempre vivo, que camina a nuestro lado en los avatares de cada jornada y que con su divinidad se aposenta —con el Padre y el Espíritu Santo— en el fondo de nuestro corazón. Esta consideración no se queda en una ilusión piadosa. Además de estar en el Cielo, con su Humanidad Santísima, a la diestra del Padre —como confesamos en el Credo—, Jesús permanece en la Iglesia y en cada cristiano por la gracia. Su presencia en nosotros y a nuestro lado es real, aunque no la veamos con los ojos de la carne; pero la experimentamos de mil modos: en los afanes de mejora personal —¡de santidad!— que nos infunde por el Espíritu Santo; en las ansias apostólicas que nos impulsan a salir al encuentro de otras almas, para ayudarlas a acercarse a Dios; en la mirada misericordiosa con que los cristianos nos dirigimos a todas las personas, sin distinción de raza, de cultura, de condición social, de religión. Todo esto resulta posible porque Jesucristo resucitado actúa con nosotros, nos acompaña, vive en nosotros”. (Carta del Padre, abril 2008).

Hoy en día se valora mucho lo pequeño, porque hay cosas muy pequeñas que tienen un gran potencial.

Hace unos días salía en la prensa la siguiente noticia:

El avance de las tecnologías provoca el cierre del último palomar militar de España, después de siglo y medio de romántica historia.

Un sencillo y corto acto sólo para militares acabó ayer de golpe y porrazo con siglo y medio de historia. Fue en Pozuelo de Alarcón (Madrid), donde tiene su base el Regimiento de Transmisiones 22. Un coronel del Ejército pronunció las palabras de despedida, agradeciendo el servicio prestado y recordando que las nuevas tecnologías están invadiendo el mercado. Las palomas ya no son lo que eran.

Los cinco integrantes de la ya desaparecida Sección Colombófila del Ejército de Tierra soltaron las 300 aves mensajeras que entrenan y miman, alguno de ellos desde hace once años, y éstas, obedientes y disciplinadas como un soldado más, volaron juntas a casa, al palomar militar de El Pardo. La última misión.

Hoy serán entregadas definitivamente a
la Federación Española de esta disciplina. La noticia que se adelantó el pasado diciembre, finalmente se ha hecho realidad sin ningún tipo de publicidad ni de aviso previo. El Ejército español, inmerso en un proceso de remodelación, tiene palomas mensajeras desde 1879, cuando creó su primer palomar central en Guadalajara. En 1920 se trasladó a su sede actual de El Pardo, en Madrid. De éste dependían otros secundarios diseminados por todo el país que han ido desapareciendo paulatinamente, hasta hace un par de años, cuando cerró el penúltimo que quedaba, el de Sevilla.

Alguien podría pensar que es mal augurio esto de que el Ejército jubile a sus palomas. O a los superiores no le gustan las plumas o corren malos tiempos para el romanticismo. Los responsables de
la Sección Colombófila, que ya esperan nuevo destino, reconocen su pena por esta clausura. Dicen no entender que, pese a los continuos avances tecnológicos, el Ejército no tenga hueco para cinco militares y 300 pájaros. Porque están convencidos de que, en caso de destrucción total de las comunicaciones, la única manera de enviar mensajes sería en las patas de esos animales. Además, destacaban la labor de 'captación' que realizaban en muchos colegios, donde los niños veían así una de las pocas caras amables del Ejército, alejada de tanques y bombas.

La número 46.415

Ayer, sin embargo, no hubo declaraciones. Y no habrá más palomas condecoradas, como la 46.415 que reposa disecada en el Museo del Ejército.

Corría 1937, en ple­na Guerra Civil. 200 guardias civiles sublevados estaban sitia­dos en el Santuario de la Virgen de la Cabeza, en Jaén, junto a 1.200 personas.

Aguantaron 256 días el asedio de los republicanos gracias a las palomas que les conectaban con el Gobierno Militar de Córdoba y suministraban información sobre cómo hacerles llegar alimentos.

La [paloma número] 46.415 fue herida de bala y cayó. Arras­trándose llegó a su destino, entre­gó el mensaje y murió.

Se ve que ya no tiene importancia algo tan pequeño como una paloma... porque tiene más importancia algo aún más pequeño: un microchip.

Convertir en grande lo pequeño: se podría decir que uno de los rasgos capitales del espíritu del Opus Dei es éste. Convertir lo de cada día en cosa trascendente.
Pero no por una especie de juego de magia artificial. Más bien por la importancia objetiva que tienen delante de Dios los detalles más pequeños.

Por la sencilla razón de que el amor dilata las pupilas, y Dios es amor.

En el mes de abril de 1996 el Dr. Pujals acompañaba al Padre a recibir una visita en una salita junto al vestíbulo de Bruno Buozzi 73. El trayecto desde la Villa Vechia es corto, y el Padre le dijo tres cosas: que podía abrir una de las ventanas de la escalera que va al 73, porque estaba un poco cargado el ambiente; que se podía apagar una lámpara de pie que hay junto al garaje, y colocó bien él mismo la esquina de la alfombra del 73, que estaba doblada.

Para muchas personas lo heroico es lo extraordinario, el contraste entre lo grande y lo pequeño.


Y no se dan cuenta de que ese heroísmo es sencillamente imposible si no somos capaces de dar importancia a lo menudo.

En octubre de 1998 hubo en Roma una cve de vcr. El Padre les recordó que había que hacer bien las cosas grandes (de las que estaban tratando esos días), pero también las pequeñas. En concreto, les dijo que la mesa para el comentario del documento se la habían puesto al revés, con el travesaño que golpea al sentarse.

Si lo pequeño no se convierte en importante, por amor, entonces se nos empequeñece el corazón. Tener un corazón magnánimo implica amor a lo pequeño:

Considerad que uno de los rasgos capitales del espíritu de nuestro Padre era precisamente ese maravilloso engarce, en un corazón tan grande, en un alma que voló tan alto, con el amor a lo pequeño (D. Álvaro, Cartas de familia (2), n. 41).

La unidad de vida consiste en llenar de grandeza –de amor a Dios y a las almas– todo lo pequeño que llena nuestra vida diaria: Hijos míos, no hay cosas de poca importancia, decía San Josemaría.

Quien persevera en poner esfuerzo de fidelidad en lo poco de cada día, sentirá que el Padre le empuja a tener el alma grande (D. Álvaro, Cartas de familia (2), n. 41).

Hemos de poner esfuerzo para que no se nos escape el amor a Dios y a las almas por las rendijas de la negligencia en algo que parece pequeño.

Para eso necesitamos tener una intensa vida de oración. Y notaremos cómo el Señor nos está hablando constantemente en mil pequeños detalles de cada día.

Le encontraremos en el trabajo: en el heroísmo de aprovechar los minutos, de hacer rendir el tiempo.

Le encontraremos en el trato con los demás: "sonreír siempre, pasando por alto –también con elegancia humana– las cosas que molestan, que fastidian".

La vida interior se edifica mediante la lucha perseverante en los pequeños propósitos diarios. Hacemos cada día pequeños propósitos.

Así alcanzaremos la santidad que nos pide el Señor. Como José, como María, como Jesús en el hogar de Nazareth.

Leíamos antes el resumen que hace el Evangelio de la vida oculta del Señor:

Y bajó con ellos, y vino a Nazareth, y les estaba sujeto. Y su madre guardaba todas estas cosas en su corazón. Y Jesús crecía en sabiduría, en edad y en gracia delante de Dios y de los hombres. (Lc 2, 51-52).

El secreto para valorar todo este tiempo escondido nos lo da el ejemplo de nuestra Madre la Virgen. “María santifica lo más menudo, lo que muchos consideran erróneamente como intranscendente y sin valor: el trabajo de cada día, los detalles de atención hacia las personas queridas, las conversaciones y las visitas con motivo de parentesco o de amistad. ¡Bendita normalidad, que puede estar llena de tanto amor de Dios!” (Es Cristo que pasa, n. 148).

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