28.4.08

La vista, la entrevista y la re-vista

Una vez el Señor contó una historia para explicar cómo entra uno en el Reino de los Cielos.

El hijo de un rey se iba a casar. Estaban con los preparativos de la fiesta y el padre mandó las consabidas tarjetas de invitación.

Los invitados le dijeron que no podrían ir a la boda.El rey no se quedó de brazos cruzados y mandó a sus hombres para que averiguaran las razones de tales negativas.

Cada uno de los invitados buscó su excusa: tierras, negocios…ninguno cambió de planes para ir a la boda real.

El rey se enfadó mucho con aquellos invitados, y tomó cartas en el asunto.Pese a las dificultades, la boda se iba a celebrar y era preciso llenar el banquete.

De modo, que sin necesidad de imprimir más tarjetas de invitación, mandó a sus criados que saliesen a la calle e invitasen a todo hijo de vecino.

Y así hicieron. Salieron a la calle y al palacio entró todo tipo de personas: pobres, ricos, casados, solteros, jóvenes, ancianos…

Todos iban con los trajes apropiados para la ocasión, salvo uno, que no pasó inadvertido.

Cuando el rey entró a saludar a los comensales reparó en uno que no llevaba traje de fiesta y se dirigió a él: amigo, ¿cómo has entrado aquí sin vestirte de fiesta?

Aquel hombre no abrió la boca e inmediatamente fue expulsado del banquete.Y es que para entrar en el Cielo no se puede ir ni con cualquier traje ni de cualquier modo. Es imprescindible presentarse limpio de cuerpo y de alma, sin impurezas.

Cuando uno es invitado a una boda se prepara con tiempo y esmero: utiliza los mejores perfumes, va a la peluquería, se engomina, limpia el traje y si puede se compra nuevos zapatos…

Pues para entrar en el Cielo, el Señor se fijará en cómo vamos de limpieza, de pureza de alma y cuerpo…

Porque la virtud de la santa pureza es el vestido de boda para gozar de Dios ya en la tierra y por toda la eternidad.

No en vano, ya nos lo dijo Dios por boca del apóstol san Pablo:

“No os engañéis: ni los fornicarios, ni los idólatras, ni los adúlteros… (ni éstos, ni otros que no viven la santa pureza…) han de poseer el Reino de Dios”. (1 Cor 5, 9 11)

Vivir la castidad es la tarjeta de embarque para llegar al Cielo.

Y para vivir esta virtud se requieren unas cuantas cosas. Pero hay una que juega un papel importante: la vista.

Seguramente te habrás fijado en la capacidad que tiene una madre para darse cuenta de cosas que otros no ven.

Quizá tenga el llamado sexto sentido…, pero lo que está claro es que se da cuenta de muchas cosas sencillamente porque observa con atención.

Una madre que vive para su marido y sus hijos se fija en las caras que tienen, si les falta ropa, si comen poco, si andan preocupados…

¿Y cómo lo consigue?

Porque no tiene ojos más que para los de su familia y por eso es capaz de quererlos y estar en mil detalles pequeños.

La vista es una facultad física buena. Nos la ha dado Dios para gozar de la creación. Igual que hizo Él: Vio Dios que era bueno cuanto había creado (Cfr. Gen, 1).

Dios gozaba al ver lo que salía de su boca creadora…

Las puestas de sol, las olas del mar, los hombres y las mujeres…

Y vio Dios que era bueno…

Nosotros nos damos cuenta también de la bondad de tantas cosas…

Pero somos los hombres los que estropeamos lo bueno de la creación.

El pecado original y los pecados personales se encargan de que lo que entra por los ojos pueda convertirse en materia prima para otros pecados.

Los ojos son como una cámara grabadora de última generación, que registran todo lo que ven y lo almacenan en el usb de la memoria.

Luego la imaginación se encarga de seleccionar las mejores imágenes en los momentos más inesperados…

Y si hemos almacenado fotones sensuales de la calle, de la tele, de Internet…, es fácil que nos asalten las tentaciones contra la pureza.

San Josemaría hablaba en ocasiones de la cuadrilla de ladrones que entraban en una casa sirviéndose de un niño.

Como la puerta principal y las ventanas estaban cerradas, ellos no podían entrar. Pero pronto hallaron la solución: en una de las fachadas había un ventanuco pequeño que, por algún despiste, había quedado abierto. Alzaron al niño hasta la altura de la pequeña ventana y una vez dentro abrió la puerta principal de la casa para que entrara la cuadrilla. El resultado fue el saqueo de toda la casa.

Pues el ventanuco de nuestra alma son los ojos.

Si esta pequeña ventana queda bien cerrada y custodiada, será más fácil vivir la pureza.

El exorcista de la diócesis de Roma contó una vez lo que le dijo el Demonio: yo entro ahí (en las almas) por los sentidos. Y sobre todo por los ojos.

Y una vez que el Enemigo está dentro, como los ladrones, hace lo que quiere, pone patas arriba toda la casa, despierta las pasiones, induce al pecado…

Todo por no tener bien cerrado el ventanuco de la vista.

En todo pecado hay como una concatenación que se sucede: pensamientos, emociones, deseos, actos.

Y a los pensamientos se llega por las imágenes: y a las imágenes por los sentidos externos, sobre todo por la vista.

El Señor nos señaló dónde se encuentra la dificultad de todo esto: en el corazón. Es allí “donde nacen los buenos y los malos pensamientos”.

Por eso nos dijo que “cualquiera que mirase a una mujer con mal deseo hacia ella, ya adulteró su corazón”. Ya pecó.

Si tuviésemos un corazón puro, ver determinado anuncio, o a una chica, no nos alteraría demasiado.

Sabríamos admirar la belleza de una criatura, daríamos gracias a Dios… y ya está.

Pero por el pecado, determinadas imágenes nos despiertan las pasiones desordenadas, los pensamientos impuros, los deseos…

Para vivir cada día mejor la pureza tenemos que poner medios concretos para que el demonio no nos pille por los ojos…

En la Sagrada Escritura se lee el siguiente consejo: “No andes derramando tu vista por las calles de la ciudad, ni vagando de plaza en plaza”. (Ecl 9,7)

Ir por la calle con la vista dispersa, mirando todo lo que se cruza por delante, llena el usb con imágenes de todo tipo.

Necesitamos educar la vista para no ser esclavos de los ojos.

Está claro que hay cosas y personas que nos gustan, que nos atraen instintivamente, pero en algo nos diferenciamos del resto de animalillos que pueblan la tierra: en ser dueños de nuestros actos.
San Pablo nos dejó escrito: “Todo me es lícito, pero no me haré esclavo de ninguna cosa” (1 Cor 5, 12)

Uno podría decir: pero si no hay nada malo en mirar a una chica que va así vestida, o en ver esta película, o entrar en esta página web…

Todo me es lícito.

Es verdad, pero recuerda que la vista es la salvaguarda de la pureza.

Y que por la vista el demonio te esclaviza…tanto, que te sientes incapaz de no mirar… has dejado de ser libre.

En cambio, cuando una persona se esfuerza por no observarlo todo, cuando no se deja llevar por la curiosidad de mirar todos los escaparates, todos los coches, todas las mujeres… es más libre y tiene menos cargado el usb de la memoria con todo tipo de imágenes. Tendrá menos probabilidades de que le vengan tentaciones impuras…porque no todo lo que vemos nos conviene.

Uno de los compañeros de Seminario que trató con mayor confianza a san Josemaría, (el P. Cubero), escribió un recuerdo de cómo vivía el cuidado de la vista.

Un día, mientras iban como de costumbre a la Universidad Pontificia de Zaragoza para asistir a las clases, se cruzaron con dos chicas que se quedaron mirando a Josemaría,aunque él no les prestó ninguna atención.

Al día siguiente, se las encontraron de nuevo en el mismo sitio, y lo mismo sucedió un día más; pero esta vez, al verle pasar, se dirigieron a él con tono de desafío: ¿Es que somos tan feas como para que no nos mires?

Josemaría, sin pararse, y sin mirarlas, replicó: ¡Lo que sois es sinvergüenzas! Así acabó todo, y aquellas chicas no le molestaron más.

Así han funcionado los santos.

Es necesario educar la vista para tener el corazón limpio y estar en condiciones de amar a Dios y al prójimo.

¿Tú andas por la calle muy pendiente de la mirada y comentarios de los otros?

A veces podemos pensar: me siento incapaz de vencer esta tentación…

Dios nunca permite que estemos en situaciones límite. Cuenta con nuestra colaboración.Y está de nuestra parte poner todos los medios para alejarnos de esas situaciones. Pero si no ponemos los medios oportunos…: apagar la tele cuando sea necesario, ver Internet con alguien que nos pueda advertir, no andar como un Adán por el paraíso de tu habitación…

Pues luego no digamos que nos cuesta mucho esta virtud.

¿Cómo no te va a costar si lo miras todo? Eres esclavo de tus ojos… el demonio te tiene pillado…
Si tu ojo es para ti ocasión de pecar, sácalo y arrójalo fuera de ti, nos dice el Señor.

No se trata de que te quedes tuerto o que hagas cosas extraordinarias, pero sí de que te decidas a arrancar los primeros síntomas de un pecado, a no ser ventanero, ni faldero… También, no mirando cosas que son buenas.

Si educamos la vista, no mirando cosas lícitas, será más fácil que sepamos querer a Dios y a los demás.

Porque no los querremos sólo por el atractivo físico, por lo que tienen, sino porque por lo que son.
Entonces descubriremos sus necesidades espirituales y materiales, sin quedarnos en las apariencias…Una buena madre se desvive por su marido y sus hijos, al margen del aspecto físico… si van engordando, si uno hijo nace con una oreja más grande que la otra… No hace depender el amor del aspecto externo…

Así nos quiere el Señor. Es capaz de estar con todo tipo de personas, también pecadores, porque no se queda en las apariencias, ni siquiera en los pecados cometidos…

La Virgen es la Madre del Amor Hermoso. Ella no tenía más ojos que para san José y para el Señor.

Fuente: forodemeditaciones.blogspot.com

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