12.4.08

Jesucristo es un radical

El capítulo 6 del Evangelio de San Juan recoge uno de los discursos más largos y más profundos de Jesús: el que trata sobre la Eucaristía.

Jesús había provocado polémica entre los judíos por sus palabras: “disputaban los judíos entre sí: ¿Cómo puede éste darnos a comer su carne?” (Jn 6, 52). No es difícil imaginar la conversación en tono crítico de aquellas personas, menospreciando a Jesús por lo que les estaba enseñando.

Lo que decía Jesús era realmente novedoso e ininteligible: “Os aseguro que si no coméis la carne del Hijo del hombre y no bebéis su sangre no tenéis vida en vosotros” (Jn 6, 54).

¿Qué significa comer la carne del hijo del hombre y beber la sangre del hijo del hombre? ¿Qué significa tener “vida en uno mismo”?

Palabras misteriosas. Como misteriosas son también: “Yo soy el pan de vida”; “el que cree tiene vida eterna”, “yo soy el pan vivo que ha bajado del Cielo”…

Jesús creó polémica en la sinagoga de Cafarnaún, mientras enseñaba estas cosas. Y les reprochó a los oyentes su incredulidad: “me habéis visto y no creéis” (Jn 6, 35).

Muchos discípulos de Jesús, al oírlo, dijeron: “este modo de hablar es duro, ¿quién puede hacerle caso?” (Jn 6, 60)

Eran palabras duras las que había pronunciado Jesús. Su mensaje, era, y sigue siendo duro: un mundo sin Dios es un mundo muerto, que no tiene vida; una vida sin Dios es una vida absurda, vacía, cadavérica.

Y es duro comprobar, en pleno siglo XXI, cómo las palabras de Jesús son una realidad en la vida de tantas personas que viven lejos de Dios: viven unas vidas vacías.

Los mismos discípulos de Jesús lo criticaban. “Adivinando Jesús que sus discípulos lo criticaban, les dijo: ¿esto os hace vacilar?” (Jn 6, 62).

Jesús les hablaba de la Eucaristía, pero ellos probablemente no lo entendían. Y les reprocha su falta de fe o su incredulidad: “Las palabras que os dicho son espíritu y vida. Y con todo, algunos de vosotros no creen” (Jn 6, 65).

Esa incredulidad también es enfermedad nuestra. Sabemos que Jesús está realmente presente en la Eucaristía, en cada Sagrario de cada iglesia del mundo. ¿Le visitamos? ¿Vamos a verle?

Sabemos que para tener verdadera vida, el alimento es la Eucaristía. ¿Vamos a recibir a Jesús en la Eucaristía cada día que podemos… y podemos muchos? ¿O dudamos también nosotros de las palabras de Jesús y pensamos que su doctrina es muy dura y muy radical?

A Jesús lo abandonaron muchos de sus discípulos porque pensaban que era un radical. “Desde entonces, muchos discípulos suyos se echaron atrás y no volvieron a ir con Él” (Jn 6, 67).

Sigue sucediendo hoy en día, que mucha gente, por desgracia, abandona a Jesús, abandona la fe, y acaba por abandonar un camino que lleva a la felicidad.

¿Por qué podemos abandonar a Jesús? Porque somos débiles y tocamos cada día con nuestras manos nuestra debilidad. Es fácil desanimarse cuando vemos que luchamos una y otra vez contra los mismos defectos y no conseguimos superarlos. Hay quienes, llevados del desánimo, intentan justificar su situación, y acaban pensando que las exigencias de la fe son muy radicales, que es imposible vivirlas. Y como quieren justificarse, antes que reconocer las propias miserias, prefieren criticar a Jesús, o negarlo.

Se nos olvida, también con frecuencia, que Dios no espera que seamos súper-hombres, porque con nuestras propias fuerzas podemos alcanzar pocos logros. Dios espera que confiemos en su gracia, en su ayuda: “por eso os he dicho que nadie puede venir a mí, si el Padre no se lo concede” (Jn 6, 66).

Para amar a Dios sobre todas las cosas y que sea el centro de nuestra vida no hay que ser unos voluntaristas capaces de alcanzar todas las metas que se proponen. Eso es imposible. La santidad, el Cielo, no se logra con grandes esfuerzos humanos. Dios da su gracia a los humildes, a los sencillos, a los que confían en Él antes que en sus propias fuerzas.

Esta es la radicalidad que nos pide Jesús: confiar en Él, acudir a Él con confianza para que nos dé lo que necesitamos (virtudes, un cambio de vida, una conversión…).

Ser santos, vivir como cristianos corrientes y coherentes no es hacer cada día cosas más espectaculares, como si fuéramos actores de circo. La santidad consiste en ser cada día más y mejores amigos de Jesús.

Viendo Jesús que sus discípulos le abandonaban, les preguntó a los que se quedaron junto a Él: “¿también vosotros queréis marcharos?” (Jn 6, 68). Y de la boca de San Pedro salieron unas palabras que probablemente emocionaran a Jesús: “Señor, ¿a quién iremos? Tú tienes palabras de vida eterna; nosotros creemos y sabemos que tú eres el Santo consagrado por Dios” (Jn 6, 69).

Jesús tiene palabras de vida eterna. Sus palabras están en el Evangelio. Sus palabras son palabras vivas, mucho más eficaces que los mejores discursos de los personajes más sabios de todos los tiempos, porque son palabra de Dios.

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