6.1.08

Adolescentes

Fuente: A. Aguiló

Índice

Educación de la voluntad y del carácter 2

El carácter y la falta de carácter 2

El niño consentido. Educación en la sobriedad. 6

Educación de la afectividad. 9

Un equilibrio adecuado. El caso de Mario. 9

La educación del deseo. 19

La vida lograda. 22

Educación en la fe. 27

Viejos tópicos. ¿Que pruebe un poco de todo?. 27

¿Cómo es una personalidad inmadura?. 41

Enseñar a querer: educar los sentimientos y el corazón. 44

Anexo: Sobre las relaciones prematrimoniales. 57

El camino de la oración. 59


Educación de la voluntad y del carácter
[1]

El hombre inteligente
habla con autoridad
cuando dirige su propia vida.
Platón

El carácter y la falta de carácter

Cada chico tiene su personalidad, una forma de ser que le es propia, que configura su carácter. Afortunadamente no son todos iguales, sino que hay aspectos que distinguen a unos de otros, cualidades, aptitudes y rasgos que componen su personalidad, de la que pueden y deben estar orgullosos.

Hay aspectos del carácter que siempre serán positivos. Siempre querremos que los chicos se eduquen siendo sinceros, leales, decididos, generosos, emprendedores, responsables, laboriosos, amigos de la libertad, sin miedos, sin timideces, sin temores, sin escrúpulos tontos.

Hay otros aspectos, sin embargo, que ya no son aspectos del carácter, sino más bien de la falta de carácter. No se puede considerar como un rasgo positivo que un chico sea perezoso, o patológicamente curioso, o un egoísta redomado. Tampoco, por ejemplo, que sea arrogante o envidioso. Son defectos, y como tales han de procurar superarlos.

Y en esto también importa mucho llegar a tiempo. Decíamos al principio que el carácter no es sólo cuestión de herencia genética, sino que precisa un esfuerzo continuado por mejorarlo.

—Pero el tiempo es sabio, dicen, y atempera el carácter...

El tiempo arregla a los que se esfuerzan por mejorar y estropea a los que se dejan llevar por su falta de carácter.

El mero transcurso del tiempo, sin más factores, no hace cambiar el sentido de una evolución. Simplemente la hace mayor o menor. Y si no se hace nada, el tiempo pasa y el chico sigue igual, o empeora.

Por eso hay que enfrentarse al problema del carácter antes de que sea tarde y haya cristalizado en defectos difíciles de remover. Es una pena ver a personas que por su edad debieran ser otra cosa, y que se reconocen impotentes ante su cobardía, o sus arranques de mal genio, o su apatía permanente..., cuando ya, a esas alturas, el arreglo es muy fatigoso.

—Pero..., ¿no te parece un poco antinatural esa lucha? Cada uno es como es, ¿no?

Si has llegado a leer hasta aquí es porque deseas que tus hijos mejoren y no estás aún satisfecho. El proceso de mejora del carácter es algo que requiere esfuerzo. Exige una lucha personal, que no ha de ser crispada ni angustiosa, sino alegre y optimista. Pero una lucha, ineludiblemente.

Y esa lucha es más eficaz
y gratificante
si se plantea
conjuntamente en la familia,
yendo por delante
con el ejemplo.

Fortaleza interior: valentía, reciedumbre, etc.

Es curioso ver cómo lo que a unos les irrita hasta extremos sorprendentes, a otros les llena y les satisface.

En una ventanilla, o en la barra de un bar, o conduciendo un autobús, puedes encontrarte a una persona que te trata con afabilidad y simpatía, y a otra –con el mismo tipo y modo de trabajo– que está amargada y parece que incluso se esmera en fastidiar.

Lo que a unos les realiza, a otros les sumerge en la infelicidad.

—¿Y piensas que es un problema de educación?

En buena parte sí. Hay toda una serie de virtudes que influyen bastante en el talante habitual que manifiesta una persona. Veamos algunos ejemplos aplicados a un chico de diez o doce años.

Reciedumbre. No puede ser que el chico vaya dando el espectáculo porque no se atreve a meterse en la piscina porque está un poco fría. O que su drama sea levantarse de la cama a la hora que debe. O que le sea casi imposible aguantar una hora y media seguida estudiando, o comer de algo que le gusta menos. O que no consiga mantener siquiera unos días unos pequeños propósitos de mejorar en algo.

¿Qué será en el futuro alguien así? ¿Qué soporte tendrá para su carácter, para cuando haya de tomar decisiones costosas? El chico ha de ir aprendiendo a amordazar un poco sus propias quejas frente al sacrificio que hacer determinadas cosas comporta.

Por ejemplo:

  • enseñarle a no quejarse;
  • pedirle pequeños sacrificios necesarios para la buena marcha de la casa;
  • exigirle que sea perseverante y tenaz en las cosas que comience;
  • elogiar su resistencia ante contrariedades o molestias físicas (dolor por un golpe o una enfermedad, sed o cansancio en un viaje o una excursión, etc.).

Ser acometedor. Todo lo que es valioso resulta difícil de alcanzar. Con razón decía Séneca que no es que nos falte valor para emprender las cosas porque sean difíciles, sino que son difíciles precisamente porque nos falta valor para emprenderlas.

Para todo hace falta vencer dificultades, superar obstáculos, tener decisión, ser constante. Ocúpate de fomentarlo.

Valentía. Es fácil que haya circunstancias –a veces muy tontas– que produzcan miedo al chico, y quizá sea ya demasiado mayor como para eso. Los padres deben forzar un poco para que lo supere pronto, para que vaya venciendo esos temores que a veces son simplezas, como por ejemplo:

  • el miedo a quedarse solo;
  • el miedo a la oscuridad;
  • la timidez para conversar con un pariente que está de visita;
  • la vergüenza para hablar de un problema escolar con su profesor;
  • que se atreva a dar la cara defendiendo a un amigo o a su hermano, o no colaborando con algo malo que hacen otros;
  • que tenga valentía para no mentir y reconocer su culpa;
  • que no le importe tanto el "qué dirán";
  • etc.

Audacia. Es preciso evitar también que se deje llevar por un desmedido afán de seguridad, y esto suele ser culpa casi siempre de los padres. Ha de perder un poco el miedo al fracaso y a comprometerse en empresas que merezcan la pena, superar el exagerado sentido del ridículo propio de muchos ambientes.

El riesgo del fracaso es un condimento que da sabor al éxito. La vida es un juego maravilloso en el que hace falta apostar por las cosas en las que creemos y por las personas a las que amamos, con valentía e invirtiendo con generosidad los propios bienes y talentos. Que no sea buenecito pero apocado, de ésos que se acobardan ante el ambiente contrario y se dejan influir demasiado por él.

La audacia
enriquece enormemente
el carácter.

Señores de sí mismos

Combatir contra uno mismo es la batalla más difícil y, junto a ello, vencerse a sí mismo es la victoria más importante. A la inteligencia corresponde regir la conducta humana, y esto constituye una pelea diaria contra todo lo que en nuestra vida debe mejorar. Una batalla contra lo que nos aleja de los objetivos que nos hemos marcado.

—¿Pero no es poco natural eso de marcarse objetivos contra uno mismo...?

Ya hablamos de eso antes, a propósito del carácter. Sin excesiva formalidad, pero tanto nosotros como el chico debemos conocernos un poco y saber cuáles son nuestros defectos dominantes para ir superándolos.

Debemos otorgar, en definitiva, a la inteligencia y a la voluntad, ese señorío sobre los actos todos de nuestra vida. Repasemos, como antes, unos cuantos detalles prácticos sobre ese señorío personal, aplicables al chico de esta edad.

Serenidad y equilibrio. Tiene múltiples manifestaciones en la vida diaria. Que sepa mantener la atención en varios frentes sin aturdirse. Que sea capaz de tener dos cosas a la vez en la cabeza. Que no se enfade y patalee cuando no le salen las cosas, o si sufre un pequeño contratiempo. Que no pierda la cabeza por cualquier tontería.

Paciencia. Que aprenda a esperar, a dar tiempo al tiempo. Como siempre, además, suelen ser precisamente los más impacientes y los que más exigen a los demás, quienes luego más transigen consigo mismo y con más facilidad justifican todo lo que hacen, incluso aquello que verían mal si lo hicieran otros.

Elegancia ante el fracaso o el triunfo. Que no sea de ésos que se les suben a la cabeza los primeros éxitos, y se hunden luego al mínimo contratiempo. Si se viene abajo lo que está haciendo, que vuelva a empezar sin nerviosismos. Que conserve la calma cuando todo va mal y los demás pierden los papeles.

Nobleza. Lealtad. Señorío ante el agravio. Que sea leal con sus amigos. Que mantenga su palabra. Que no recurra al insulto o a la venganza ante lo que le afrenta. Que aprenda a defenderse del agresor sin entrar en su juego de injurias y de mentiras. Ha de evitar la murmuración, que tiene unos efectos demoledores en cualquier ambiente, y más en el familiar.

Acostumbrarse a hablar bien de los demás, en cambio, es una costumbre muy recomendable. Todavía recuerdo con emoción el funeral de aquel viejo amigo, excelente profesional fallecido en accidente de tráfico; al terminar, uno de sus compañeros comentó: "Mira, le tenía una gran estima porque sabía hablar bien de la gente; llevo dieciocho años trabajando a su lado y jamás le he oído murmurar de nadie".

Control de la imaginación. A lo mejor empieza a leer una página y tiene que volver a leerla porque no se entera de lo que dice..., por falta de atención. Quizá, ante algo con lo que sueña, muestra una inquietud grande, que raya en la ansiedad. O es distraído y fantasioso, o con tendencia al desánimo.

Todos son posibles síntomas de falta de un sano control de la propia imaginación. Una difícil batalla personal contra esa potencia nuestra que a veces se convierte en un enemigo íntimo que nos hace daño.

A todo el mundo le llegan momentos más o menos largos de desánimo o de pesimismo, y el chico debe saber que él no es una excepción. En muchos casos esas crisis provienen del excesivo dar vueltas alrededor de sí mismo con la imaginación. Y desaparecerían con un poco de disciplina mental, sabiendo orientar –como un guardia de circulación– esos pensamientos inútiles que a veces tanto estorban.

Ese sano control de la fantasía y de la memoria le llevará a ser más abierto, y será también una protección ante los peligros del pesimismo, la tristeza y la vanidad.

Rechazo de la envidia. A muchos chicos les viene la tristeza por las rendijas de la envidia, porque se alegran de los fracasos de los demás y en absoluto sufren con sus dolores o preocupaciones. No les sucedería así si cortaran de raíz cualquier asomo de desazón o de celos por esta causa. Hay que alentar en ellos un espíritu noble y generoso que les lleve a gozarse de las alegrías ajenas.

Borrar el resentimiento. Otro de los peligros de ese mundo interior enrarecido de que hablamos es que sirve de caldo de cultivo de agravios y rencores de todo tipo. Se crea así un ambiente cerrado donde a veces sólo se mantiene el recuerdo de las afrentas y de los desplantes. Hay que enseñarle a perdonar y a olvidar, que son llaves de entrada a esa preciada paz interior.

No rehuir el compromiso. A veces la falta de valor para comprometerse es consecuencia de la mentalidad desconfiada o excesivamente calculadora de los padres, que impide que arraiguen en el chico ideas que impliquen aventurarse generosamente en algo.

Esa actitud es caldo de cultivo para un fenómeno que ha dado en llamarse el escapismo, en el que el chico busca vías de escape frente a los problemas. No los resuelve, se evade. Esquiva la incomodidad a toda costa e ignora sus consecuencias futuras. Si el problema no desaparece, será él quien desaparezca.

"A mí no me gusta comprometerme con nada ni con nadie", escuché una vez a un chico de doce años, con frase lapidaria, impropia de esa edad y seguro que no original suya. Y en otra ocasión: "no sé si está bien o mal, pero me gusta y lo hago". Son estilos aprendidos, ejemplos de chicos que han sido víctimas de algo que bien podría llamarse maltrato moral, porque no se les ha maltratado atándolos con una cadena, pero se les ha esclavizado sumergiéndoles en un mundo irreal, ajeno a la responsabilidad. Y al final acaban comprometidos con su propia debilidad, que será la que en el futuro lleve las riendas de su vida, y contra la que luego apenas podrán hacer nada.

—Me han parecido, como ideas, muy interesantes, pero, claro, el problema es lograr que el chico las lleve a la práctica..., que no es nada fácil.

Estoy de acuerdo en que no es nada fácil, pero el proceso educativo empieza por las ideas.

  • Se empieza por proponer esas ideas como objetivos de comportamiento en la familia.
  • Luego, los padres han de dar ejemplo de esfuerzo por mejorar en ellas.
  • Es útil también hablar sobre esas virtudes, presentando ejemplos y argumentos asequibles a su edad.
  • Deben irse corrigiendo las manifestaciones de carácter que sean contrarias a esas metas.
  • Y, sobre todo, prestigiar esas virtudes con los diversos modos de motivación.

El niño consentido. Educación en la sobriedad

Es bastante llamativa la despreocupación con que van por la vida algunos chicos de esta edad.

A uno no le importa perder sus zapatillas de deporte en el vestuario. Casi lo prefiere, porque entonces le comprarán otras.

A otro le da igual llegar a casa y dejar todo tirado por donde pasa, porque sabe que su madre –con mayor o menor queja– irá detrás de él recogiéndolo todo.

Otro quizá llegue a clase y diga que le falta un determinado libro, o el compás, "porque mi madre no me lo ha puesto en la cartera".

Y si un día sale de excursión, será igualmente su madre quien le prepare la mochila, y papá quien se encargue de ir a comprar, cual fiel vasallo, todo lo que el niño precise, mientras él reposa cómodamente.

Son ejemplos de casos de chicos consentidos. Porque nada impide que un chico de esta edad, por ejemplo:

  • se haga él mismo la cama;
  • se ocupe él mismo de mantener ordenada y limpia su propia habitación;
  • ayude a poner la mesa o a hacer algunas compras o trabajos en la casa;
  • se cepille sus zapatos;
  • coma de (casi) todo;
  • se acostumbre a no comer entre comidas;
  • prepare las cosas para ir al colegio, o la mochila cuando va de excursión;
  • ponga cada cosa en su sitio después de usarla;
  • deje la ropa plegada por la noche;
  • recoja algo que se ha caído si pasa por delante y lo ve;
  • explique un problema de matemáticas a su hermana pequeña;
  • etc.

—Eso me parece muy bien; pero repito que no es nada fácil de conseguir...

Son costumbres que se respiran. El chico tiene una gran capacidad de imitación de costumbres. Es cuestión de ir por delante, y de un poco de autoridad.

Te pongo un ejemplo. Normalmente no hará falta explicarle que debe tratar bien a las personas que nos hacen cualquier servicio. Lo ve, no hay que decírselo. Si los padres se dirigen al dependiente de un comercio, o a la chica de la ventanilla, a la empleada del hogar, o al agente de tráfico, con la debida consideración, como corresponde, no será preciso explicar más.

A lo largo de estos años dedicado a la enseñanza he visto episodios asombrosos de dependencia paterna o materna, y de comodonería consentida. Por ejemplo,

  • madres que bañan y visten a sus hijos hasta edades que prefiero no consignar;
  • o que les llevan el desayuno a la cama "porque ha vuelto muy cansado de la excursión de ayer";
  • o que hacen cola en la ventanilla de la secretaría del colegio porque el niño de doce años está muy ocupado en el recreo y no puede ir;
  • o padres que pasan noches en vela haciendo láminas de dibujo que el niño no consigue hacer bien "porque el profesor es desproporcionadamente exigente";
  • y un largo etcétera que el lector o lectora podrían incrementar sin mucho esfuerzo.

Ojo con el exagerado miedo a que se resfríe, a que se canse, a que se separe de papá y mamá... porque queriendo proteger tanto al "pobre hijo" le haremos sufrir mucho en el futuro.

Ojo con mimarle,
que es egoísmo de los padres.
Porque el mimo no es amor;
en el amor te das,
en el mimo te buscas a ti mismo.
El mimo suele encubrir egoísmo.

No le llenéis de comodidades. No queráis evitarle toda clase de imprevistos y dificultades. Bajo el pretexto de protección le negáis hasta las más pequeñas ocasiones de adquirir experiencia.

La palabra no
también la pronuncia el amor.

Con tantos mimos, carantoñas, caricias y besuqueos... a estas alturas..., no le hacéis ningún bien.

La vida resultará
muy difícil
a quien haya tenido una infancia
sofocantemente cómoda.

Otro tema importante es el del dinero. Cuando se habla de dinero enseguida se pasa a la casuística. ¿Cómo se sabe qué es capricho y qué es necesidad? ¿Cuánto dinero debe tener? ¿Qué gastos costea él y cuáles los padres?

Sería demasiado aventurado proponer un sistema concreto. Depende mucho del estilo de cada familia.

Lo que sí parece siempre recomendable es hacer que el niño no disponga de demasiado dinero y no se acostumbre a despilfarrarlo en refrescos, chucherías o máquinas tragaperras.

Es positivo que vaya administrando pronto las pequeñas cantidades que va recibiendo de sus padres, familiares, o pequeños trabajos extraordinarios en la casa. Y que aprenda a ahorrar, sin tacañerías, y conozca el valor de las cosas. Que no acabe sucediendo que sepa el precio de todo pero no conozca el valor de nada. Administrar el propio dinero es una escuela de enseñanzas importantes para la vida.

Pero hay algo que conviene tener en cuenta. Los recados y trabajos ordinarios en la familia son obligación de todos, sin necesidad de que medie el dinero. Premiar o castigar con dinero hace que los hijos se materialicen y acabe siendo necesario incentivar económicamente todo, y esto no es propio de una familia.


Educación de la afectividad[2]

Trata a un hombre tal como es,
y seguirá siendo lo que es;
trátalo como puede y debe ser,
y se convertirá en lo que puede y debe ser.
Goethe

Un equilibrio adecuado. El caso de Mario

Recuerdo una anécdota que se desarrolló durante el segundo plato de la comida de un caluroso día de campamento.

El muchacho que tenía a mi izquierda –Mario– prefirió no servirse carne, pero lo compensó poniéndose prácticamente todas las patatas fritas que había en la fuente, que no eran pocas. Al instante, comenzaron las protestas de los chicos que aún no se habían servido, al ver que con toda probabilidad se iban a quedar sin patatas fritas.

No habría pasado de ser un sencillo conflicto infantil inmediatamente olvidado, si no fuera por el diálogo que siguió. Ante la leve llamada de atención que hice a su actitud, Mario, con gran naturalidad y un tono un tanto ingenuo, contestó: "es que no me gusta la carne".

Intenté explicarle que, independientemente de que no le gustara la carne, pensara que iba a dejar sin patatas fritas al menos a dos de sus compañeros de tienda, y que debía pensar en los demás. Me miró como si yo fuera un extraterrestre y, con bastante candidez y extrañeza, objetó: "¿No querrás que coma carne si no me gusta, no?".

El pobre chico estaba desconcertado: ni se le pasaba por la cabeza la posibilidad de hacer algo opuesto a sus gustos, independientemente de cuales fueran las consecuencias para los demás.

El caso es que Mario era un buen muchacho. Su problema era que había recibido una educación que casi le incapacitaba para hacer algo contrario a lo que le apeteciera. No es que le costara mucho; es que ni se le pasaba por la cabeza.

Hay muchos chicos de diez o doce años que son como Mario, víctimas de ese sentimentalismo infantil tan egoísta y de tan poco calado. Suele quedar caracterizado por frases como "es que no me apetece", o "eso me aburre, es un rollo", dichas con sorprendente frecuencia y, sobre todo, de manera que con eso se consideran ya justificados para no cumplir su deber.

Cuando el chico sólo actúa a remolque de satisfacciones materiales, entra en una dinámica de gran dependencia de los estados de ánimo. Se dan respuestas cambiantes ante los diversos estímulos. Falla la voluntad. Aparece como un ingenuo deseo de prolongar indefinidamente las diversiones y la falta de responsabilidad de la infancia.

Es decisivo infundir en el chico fuerza de voluntad y deseos de superar ese sentimentalismo. De lo contrario, irá sustituyendo el uso de la razón por esa brumosa multitud de sensaciones que acaba por asfixiar la propia libertad, pues la incapacidad de controlarse a sí mismo es la peor de las tiranías.

Los educadores solemos percibir en seguida este problema, y muchas veces la primera reacción es intentar proteger las mentes de los chicos frente a los sentimientos, en vez de frente al sentimentalismo.

Sin embargo, "por cada alumno que necesita ser protegido de un frágil exceso de sensibilidad –señala C.S.Lewis– hay tres que necesitan ser despertados del letargo de la fría mediocridad. La correcta precaución contra el sentimentalismo es la de inculcar sentimientos adecuados." Porque un corazón duro no es protección infalible. Sin la ayuda de los sentimientos, bien orientados, su intelecto es débil frente al ambiente.

Ahora aprenderán
impulsados por motivos más afectivos;
después, sabrán hacerlo
porque es su deber.

La conclusión es, pues, inculcar sentimientos adecuados, mas que hacerles insensibles, fríos o espartanos. Hay muchos sentimientos positivos que inculcar: lealtad, respeto a la verdad, honradez, solidaridad, compasión, proteger o ayudar al más débil, buen corazón, superar la mediocridad, deseos de buena emulación, respeto a la naturaleza, etc. Muchos han salido ya. Otros los veremos luego con más detalle.

Que tengan corazón. Lección de una madre

«Un día, al poco de llegar a Burgos, sería en octubre del treinta y seis, salíamos Alejandro y yo del hotel, camino del colegio, y contemplamos una escena que no se me olvidará nunca.”

La narración es de Vallejo-Nájera en su último libro, y podemos sacar de ella una enseñanza interesante.

«Caía una lluvia copiosa y fría, y dos niños, de unos doce y seis años, se refugiaban debajo de un paraguas. Iban de luto. Pantalones cortos negros, camisa, calcetines, jerséis y abrigos del mismo color. Estaban rodeados por otros cuatro chicos y uno de ellos, mayor, les insultaba en voz queda, pero con un odio que yo no había tenido ocasión de detectar antes. Los enlutados se estrechaban contra la pared y el más pequeño, asustado, lloraba. El mayor de los agresores les golpeaba y el del paraguas procuraba defenderse con él. El hermano pequeño se agarraba a su cinturón, gimiendo. Le desgarraron la tela del paraguas, le rompieron la mitad de las varillas y el chico que lo llevaba comenzó a emplearlo, como espada, embistiendo al matón al tiempo que le gritaba: "Hijo de...". Yo nunca había oído esa expresión y contemplaba la escena sobrecogido. A su vez, mi hermano Alejandro se agarraba a mi mano y vi que le corrían las lágrimas. Por fin pudieron zafarse y el matón, cuando huían, les gritó: "Lo tenía bien merecido tu padre, por rojo y por...". Luego supe que esos chicos enlutados eran hijos de un fusilado al principio de la guerra.

»Al regreso del colegio se lo conté a mi madre, una rubita insignificante y provinciana... en apariencia. "Deben de ser de los malos", le comenté como resumen. "Mira, Juan Antonio –me dijo– esos niños no tienen la culpa de nada, y no olvides que las tragedias son tragedias para todos, buenos y malos. Y cuando veas sufrir a alguien, sea quien sea, procura ayudarle". Mi madre, según me decía esto, tenía que contener las lágrimas. No he olvidado ni el llanto reprimido ni el consejo.»

Estas lecciones de madre recibidas desde muy joven no se olvidan. Son testimonios personales insustituibles con los que un padre o una madre transmiten esos sentimientos de persona de buen corazón.

El chico ha de sentirse afectado
por el sufrimiento de los demás,
desear ayudar
a quien lo necesita,
consolar al que está triste,
acompañar al que
ha sido despreciado,
perdonar a ése que le ofendió,
querer a todos.

Lo aprenderá con ejemplos en la propia vida de los padres, que son los que dejan huella profunda.

No es infrecuente encontrar, en un chico de esta edad, sentimientos sorprendentes de falta de buen corazón, que suelen tener su raíz en una inadecuada formación. Pueden advertirse en:

  • la saña con que se pelea con su hermano;
  • en la dureza con que habla de un profesor o un compañero;
  • en su falta de compasión ante la desgracia ajena;
  • en los deseos de venganza, o en el resentimiento ante ofensas reales o supuestas;
  • en la indiferencia manifiesta ante el dolor de otros.

Debe afearse su conducta sin dejar pasar la ocasión cuando afloren estas actitudes o reacciones inconvenientes.

Será bueno también que tome contacto con el sufrimiento ajeno, con la debida prudencia y sin impactos excesivamente fuertes.

Es positivo que sepa que hay gente que no tiene lo que él sí tiene, gente que sufre por falta de atención, que vive en soledad, que apenas recibe cariño.

Los padres han de hacerle reflexionar sobre ello, pero sin caer en el extremo contrario de una saturación que le insensibilice y pase a considerarlo como algo normal ante lo que nada puede hacerse. Es muy positivo que vea la preocupación de sus padres ante la mendicidad o la pobreza, y que note su generosidad en detalles bien concretos: una limosna significativa en la iglesia o a una labor benéfica es toda una escuela de formación para el chico.

Será oportuno que los padres comenten con acierto –sin agobiarle– las desgracias de personas cercanas, para que sepa valorar lo que él tiene y preocuparse más de los demás. A veces convendrá sugerirle que se prive de algo propio –de parte de sus propios ahorros, por ejemplo– para remediar en algo la indigencia ajena. Como decíamos antes, por cada uno muy sensible al que no hay que agobiar, hay al menos tres insensibles a los que conviene despertar.

Así descubrirá –porque lo ve hecho vida en sus padres– la alegría de dar y de compartir, la felicidad que nace de una generosidad que no entiende de intereses, la satisfacción de prestar sus cosas sin llevar cuenta estrecha, y tantos otros valores que deben ir prendiendo en su carácter y en su modo de ver la vida.

A esta edad surge, a veces, un deseo de acaparar cosas, de guardar pequeños tesoros bajo llave, o un cierto celo en que nadie curiosee su armario. Puede ser positivo porque aprende así a cuidar sus cosas, y porque se desarrolla su intimidad; pero hay que estar atento para que no anide en él la estrechez o la roñosería. Los padres deben fomentar que preste sus juguetes, regale a otros algo que quizá ya no necesita, colabore con sus ahorros a un regalo familiar, etc.

Es preciso inculcar en el chico buenos sentimientos. Porque, si no, luego nos quejamos sin razón. "Extirpamos el órgano –vuelvo a citar a C.S.Lewis– y exigimos la función. Hacemos hombres sin corazón y esperamos de ellos virtud e iniciativa. Nos reímos del honor y nos extrañamos de ver traidores entre nosotros. Castramos y exigimos a los castrados que sean fecundos."

Habrá que ir puliendo –con razones que se dirijan a un tiempo al corazón y a la cabeza– la dureza de sus juicios, su tendencia a juzgar precipitada y apasionadamente, su radicalidad y su incipiente fanatismo, su carácter excesivamente impulsivo, y tantas otras cosas.

Enseñar a perdonar. Otra madre ejemplar

«Soy la madre del "nuevo muchacho muerto en
la Castellana" y te aseguro que él no "se estampó con su moto contra un automóvil".»

Es una carta al periódico de una madre. Fue publicada en un diario madrileño, dirigida a un periodista que trató con poca fortuna una noticia muy dolorosa para ella.

«Agustín iba tranquilo por su carril cuando un BMW conducido por un extranjero borracho le adelantó por la derecha girando delante de él. Naturalmente que mi hijo se estampó contra su coche y al caer al suelo el vehículo le pasó sobre las piernas y el brazo. En la foto se puede ver. Los clientes de Castellana 8 lo querían linchar cuando metió la marcha atrás para huir. Yo no estaba ahí. Me lo han contando los testigos. Agustín es efectivamente un cadáver hoy, pero no porque se jugara alegremente la vida. Creo que hay que tratar con más respeto el dolor inmenso de unos padres, hermanos y amigos del mundo entero –repito, del mundo entero–.

»Infórmate con seriedad y responsabilidad de este "muchacho muerto en
la Castellana". Me alegro de que me hayas dado la ocasión de expresar públicamente que no tengo que perdonar a las personas que me han arrebatado a mi hijo porque no tuve, gracias a Dios, ni un minuto de odio. A esta joya de hijo lo he considerado un regalo que me prestó Dios durante treinta y un años y que llegó el momento de devolvérselo.»

Todo un testimonio de una mujer con entrañas de misericordia y que con toda seguridad había enseñado a sus hijos a perdonar como ella lo hacía ahora.

El chico sabrá perdonar
si nos ve perdonar.
Y para educarle bien
ha de aprender a perdonar,
entre otras razones
porque tendrá que
perdonarnos muchas cosas.

Será necesario promover en la familia toda una dinámica que haga del perdón algo natural. Tan natural que no sea necesario explicar a los hijos por qué se debe perdonar.

La facilidad para perdonar es algo que se respira en una casa. Y la resistencia a hacerlo, más todavía. Tu hijo lo nota, porque te observa continuamente. Repasa tu forma de actuar.

Debes decidirte a perdonar, pero al tiempo debes decidir olvidar. Hay quien dice que perdona, pero no olvida. Quizá eso no sea perdonar. Depende de qué se entienda por no olvidar. Ha de desaparecer el resentimiento, sin esperar a que sea espontáneamente. No siempre sentiremos el instinto natural de perdonar.

La ofensa es como una herida, y el perdón es el primer paso en el camino de su curación, que puede ser larga. El perdón no es un atajo para alcanzar la felicidad, sino una larga senda que hay que recorrer.

Si alguna tensión familiar, o profesional, o con los vecinos, nos preocupa y nos molesta, hemos de resolverla. Y si el chico es consciente de ella, tiene que ver que buscamos la reconciliación y evitamos el desafuero y los enfados. No es que no te debas desahogar, sino que debes ser prudente en esos momentos.

Hay que saber perdonar y comprender, y también saber entenderse. Muchas cosas se resuelven simplemente con hablarlas con calma y sobre todo –no es una simpleza decir esto– con deseo de que se arreglen.

El problema otras veces no está en el enojo momentáneo, sino en el resentimiento y en la amargura que fraguan por dentro y que rehúsan el perdón.

A lo mejor un amigo te ofende, y desechas su amistad en vez de buscar remedio a ese suceso. O tu hijo te dice algo poco oportuno en un momento de enfado, y le retiras el saludo toda la semana, en vez de perdonar su inoportunidad, que a lo mejor no ha sido culpable. O tu marido no te ayuda en determinadas tareas de la casa, y en vez de decírselo –quizás lo hiciera de mil amores– andas furiosa de un lado para otro.

Así no se puede pretender arreglar las cosas. Has de buscar una salida.

Reconocer los errores consolida la autoridad

La empresa Toyota lanzó al mercado norteamericano su modelo Lexus LS400, un sedán de lujo destinado a competir directamente con Mercedes y BMW.

Pues bien, en diciembre de 1990, cuando sólo habían pasado tres meses desde el lanzamiento del vehículo, la empresa reclamó las 8.000 unidades que había vendido hasta entonces para repararlas por un defecto en la luz del freno y en el mecanismo del cambio de marchas.

En una acción sin precedentes, los 8.000 vehículos vendidos en Estados Unidos fueron recogidos en los domicilios de sus dueños, reparados, lavados y devueltos a sus propietarios. Para ello fue preciso hacer costosos desplazamientos de equipos de mecánicos, alquilar o habilitar talleres, y hacer un esfuerzo de buena atención, aunque fueran pocas las unidades vendidas en esa zona, como por ejemplo en Grans Rapids para sólo 10 clientes.

"Vimos esto como una oportunidad de cimentar nuestra relación con el cliente ya desde el principio", dijo Dave Illinworth, director general de Lexus en USA. Los resultados no pudieron ser mejores. Lo que en principio parecía el mayor desastre comercial en la historia del automóvil se convirtió en una de las campañas de imagen más eficaces de cuantas se han llevado a cabo.

Esta anécdota puede servir para mostrarnos también las ventajas de reconocer a tiempo los errores y apresurarnos a ponerles remedio. Y esto es válido para el chico igual que para los padres. La firmeza al mandar no debe entenderse como rigidez inapelable.

A veces somos rígidos
porque estamos inseguros.

Tenemos que saber hacer excepciones en su momento, para no transformar la vida familiar en algo deshumano. Acostumbrarnos a variar una orden cuando sea preciso. O admitir que no teníamos una información suficiente y que un nuevo dato nos ha hecho cambiar de opinión.

Reconocer los errores
consolida la autoridad.

Porque, como bien dice el refrán, de sabios es rectificar, y así se contribuye a incrementar ante los hijos el prestigio de ecuanimidad de los padres.

Pierde el miedo a pronunciar frases como: "pues tenías razón", "efectivamente, no lo había pensado", "ahora que lo dices, me parece buena idea", etc. Prueba a practicarlas.

Es una gran cualidad saber escuchar el consejo o la amable corrección del amigo leal. No ser de ésos a quienes no se les puede hacer ninguna observación porque suelen tomarla a mal. El hombre sensato admite esa ayuda, y guarda un especial afecto y estima a las personas que han tenido el valor necesario para advertirle de algo que en él no iba bien.

Enseñar a pedir perdón. El caso de David

Hace ya un tiempo, en una de las primeras conversaciones de tutoría, David, un muchacho rubio de doce años, me explicaba con vehemencia cómo su padre no le comprendía en absoluto, no había vez que no le llevara la contraria, parecía empeñado en humillarle siempre, no le escuchaba...

Era un relato desolador. Continuaba contando cómo su padre, con el que antes jugaba al tenis cada semana, ahora nunca le llevaba. Cada frase iba describiendo con más crudeza una imagen más desgraciada de su vida en medio de un tremendo infierno familiar... Era algo que clamaba al cielo. ¿Cómo era posible que hubiera padres así?

Aquella misma tarde hablé con su padre. No parecía tan terrorífico como lo describió David. Mantenía en mi memoria los duros juicios del chico y pensé hablarle de ello directamente, pero la experiencia y la intuición me recomendaron escuchar primero, que siempre es más prudente. Empezamos a hablar y entramos enseguida en materia.

El relato del padre coincidía bastante con el de su hijo, pero... ¡era también en primera persona! Algo realmente asombroso. Se quejaba con amargura de que David ya apenas le hablaba, que antes le escuchaba todas las historias que él contaba pero que ahora no mostraba el menor interés, que le contestaba siempre mal, que "incluso, fíjate, –decía– ya no quiere jugar al tenis conmigo...".

Cuando le dije que David se quejaba de algo parecido y que su queja tendría algún fundamento, no cedió ni un milímetro.

La realidad es que ambos eran muy parecidos. Me vino a la cabeza aquello de que "a tal palo, tal astilla". Ambos eran orgullosos, con ese orgullo poco agresivo pero muy refinado e inflexible. Ambos se atribuían radicalmente la razón sin mezcla alguna de culpa. Ninguno quería rectificar, porque ninguno de los dos se sentía culpable en nada. Esperaban que fuera el otro quien tomara la iniciativa y se disculpara, ya que ninguno era capaz de reconocer nada.

Este tipo de problemas son algo corriente, pero con esa terquedad, ya no tanto. Era un callejón sin salida.

Con el tiempo las cosas se arreglaron un poco, pero difícilmente David y su padre llegarán a ser personas que se traten con confianza, ni se podrá hablar de éxito en la educación.

Cuando alguien tiende a pensar que tiene toda la razón, sin sombra alguna de culpa, y que le han hecho algo que es absolutamente intolerable..., entonces, precisamente entonces, es fácil que no tenga ninguna razón. La soberbia es así.

Casi siempre la mejor solución es pedir perdón, aunque cueste hacerlo y se tenga un alto convencimiento de la propia inocencia.

Hay que ejercitarse
en darle entrada en la cabeza,
con sinceridad y valentía,
a esta pregunta:
¿no tendré yo también
bastante culpa?

Es fácil que el chico piense que tiene la razón, y probablemente le corresponderá una parte de ella, quizá una buena parte. El mundo no se divide en buenos y malos, en culpables e inocentes absolutos. Las culpas suelen estar bastante repartidas. A nosotros nos corresponde algo de culpa. Quizá pensamos que poca, pero a lo mejor no es tan poca.

Siempre que he visto al que tiene menos culpa adelantarse a pedir perdón, he comprobado cómo el más culpable quedaba desarmado y reconocía la culpa como suya. Por eso, cuando una situación parece que no se va a resolver nunca, porque tanto él como tú creéis tener toda la razón, tienes que ser lo suficientemente humilde e inteligente como para reconocer ese poco de culpa, e incluso pedir perdón por ello, y adelantarte, tender la mano y perdonar.



Educar para el amor, ahora

Tu hijo está entrando tímidamente en un periodo cronológico de interés por los grandes proyectos. Empieza a salir mucho más de sí mismo. Dentro de poco barruntará el amor, sentirá deseos de entregarse a ideales elevados, de arreglar el mundo, de ser pionero de grandes iniciativas.

De cosas que, a los ojos de los adultos, muchas veces parecen ensoñación juvenil, pero que constituyen el empuje de las nuevas generaciones y que dan esa altura de horizontes y esa magnanimidad a la gente joven que ha recibido una buena formación.

El adolescente tiende a entregarse, a vivir apasionadamente todo. En los años previos es preciso prepararle para que esos deseos de entrega y de amor no se perviertan en ninguna de sus facetas.

Hablemos un poco de cómo prepararle para el amor matrimonial.

—¿Y no es muy pronto para pensar en esas cosas, cuando el chico tiene sólo diez o doce años?

No creas. La razón es la misma de siempre: aunque es algo que concierne de modo más directo a edades superiores, un tratamiento excesivamente tardío o ingenuo de estas cuestiones tendría luego difícil arreglo.

Debe acertar a captar ahora,
cuando todavía
no está despierto en él
con toda su fuerza
el instinto sexual,
la naturaleza de ese
amor humano.

Para lograrlo debe prestarse una gran atención a la educación de la afectividad. Una educación en la que el chico pueda ya intuir cómo dos seres humanos dan y reciben amor. En la que comprenda que el sexo pertenece a la intimidad humana y que debe ejercerse en el marco de una donación personal.

No olvides que tu hijo está expuesto a toda una corriente de planteamientos inadecuados en relación con el amor y la sexualidad, en los que todo esto se difumina. Es testigo constante de formas de vivir presididas por una fuerte sexualización del amor. Estilos de vida en los que hay mucho de sexo y poco de amor, en los que el contacto sexual fácilmente acaba siendo una simple búsqueda de placer, un intercambio de sexualidad, un sucedáneo del amor alejado del verdadero amor.

Puede este planteamiento parecer una simplificación, pero la experiencia muestra que no lo es. La relación sexual fuera de su contexto natural acaba desnaturalizando la afectividad y haciendo que el amor quede diluido en un dar vueltas alrededor de uno mismo buscando la propia satisfacción. Se trivializa el amor, se rebaja al nivel más vulgar. El ansia de sexo acaba presidiendo esas relaciones, impidiendo profundizar, ocultando muchas de las posibilidades de un noviazgo bien planteado.

—Oye, que tiene doce años y no tiene novia..., ni creo que esté en edad de tenerla.

Estamos de acuerdo en que sería demasiado pronto, pero tiene que irse preparando. Porque si entiende el amor al estilo de muchas de las películas o series de televisión que tanta audiencia tienen, puede acabar viendo a la mujer como un instrumento de placer o, cuando menos, imbuirse en un mundo irreal donde hay un modelo de vida en el que todo es fiesta, risa y novelilla rosa, donde “lo importante es que te lo montes bien caiga quien caiga”, y donde quien no funcione así “es que no sabe vivir y es un amargado”. Todo eso acaba por formar en el chico una idea del amor excesivamente epidérmica o sentimental.

—Bien, supongamos que lo entiende ahora, a los doce años. Pero luego, cuando llegue la crisis de la adolescencia no le será tan fácil verlo así...

No cabe duda que no le será fácil. Y ésa es precisamente una de las mejores razones para esmerarse en la preparación previa. La tendencia sexual es fuerte. A los once o doce años aún suele estar latente, pero puede surgir con mucha intensidad en cualquier momento, y ha de estar preparado y con la idea clara de que la dignidad afectiva humana debe hacer que el sexo quede subordinado al amor maduro y a los valores de la persona. También en esas lides irá templando su personalidad.

El éxito del chico en su futura singladura matrimonial depende en mucho de esa correcta educación sexual de ahora, y de su fortaleza por mantener unos principios firmes ante las actuales facilidades para consumir sexo. Lo trataremos más despacio en el próximo capítulo.

—¿Y ves tanta relación con el futuro en lo que sucede ahora, tan pequeño?

Es algo constatable. Los efectos de estos errores no tardan muchos años en aparecer, en forma de defraudamiento sentimental a causa del sexo, desequilibrios afectivos, conductas sexuales patológicas, embarazos inesperados, matrimonios inestables, etc. Son situaciones reales propiciadas por planteamientos de partida equivocados. Confirman eso de que todo espíritu apartado de su orden natural vendrá a ser su propio tormento.

—Pues no parece que sea algo tan claro, si hay tantos que no lo entienden así.

Es una de las muchas cosas que son quizá corrientes, pero no normales. Ya sabes que es distinto ser normal que hacer las cosas simplemente porque las hacen muchos.

Como consecuencia de la intensa exposición a mensajes y reclamos relacionados con el sexo, es fácil que una persona normal se sienta anormalmente acosada y le sea difícil entender y desarrollar de forma correcta su vida sexual.

Esto es lo que le puede suceder a tu hijo, y tu obligación –por la importancia que el tema tiene para su felicidad próxima y futura– es hacerle tomar conciencia de la importancia de autoeducarse correctamente en esta materia. Aunque sea poco corriente, eso es lo normal. Ser minoría no importa, porque la fuerza está en la verdad, no en el número.

Esta toma de conciencia personal, que ya a estas edades puede llevarle a una no pequeña exigencia propia ante los frecuentes reclamos de la lujuria, precisa del auxilio de los padres, que deben lograr no exponerle ingenuamente a tentaciones que serían una temeridad.

Los frutos que produce el haber entendido bien esta realidad, aunque difíciles, compensan con creces el esfuerzo. La castidad es posible y hace posibles muchas cosas, por muy desprestigiada que esté esta virtud ante quienes no alcanzan a apreciar un sentido más alto de la sexualidad humana.

Se descubren valores hasta entonces desconocidos, se profundiza en el sentido de la fidelidad y del amor limpio, se eleva la mirada por encima de la inmediatez del placer y de la atadura de la pasión mal dominada. Una senda no siempre muy transitada, pero que es la adecuada a la naturaleza humana y conduce a la felicidad.

Para que tu hijo entienda lo que debe ser el amor, nada tan eficaz como que lo vea encarnado en sus padres. Que aprenda lo que es la fidelidad, perseverar en el amor, el sentido de comprometerse para toda la vida, el amor como entrega y sacrificio, viéndolo hecho realidad en casa cada día.


La educación del deseo[3]

EDUCAR es convertir a alguien en persona. Introducir en la realidad con amor y conocimiento. La educación es la base para edificar una trayectoria personal adecuada. Etimológicamente significa acompañar y extraer. Educar es cautivar con argumentos positivos, entusiasmar con los valores, seducir con lo excelente. Eso significa comunicar conocimientos y promover actitudes, en una palabra, información y formación. Educar no es enseñarle a alguien matemáticas, literatura, arte o contabilidad, sino prepararlo para que viva su biografía de la mejor manera posible. Reglas de urbanidad y convivencia, hábitos positivos para no ser sujeto masa, anónimo e impersonal.

La educación es la estructura del edificio personal, la cultura es la decoración. La primera enseña a nadar para no verse arrastrado por las mareas de todo tipo que amenazan al ser humano, la segunda enseña a vivir. La cultura es la estética de la inteligencia. Hablamos ya de un nivel superior, que empuja a caminar hacia unos objetivos verdaderamente dignos. Por eso la cultura es libertad. Espesor del conocimiento vivido, lo que queda después de olvidar lo aprendido.

Educación y cultura forman un entramado en donde se dan influencias reciprocas, con fronteras difusas y linderos mal definidos. De ahí, que a la hora de ocuparnos del deseo, hagamos estas matizaciones. El deseo es la tendencia del pensamiento y de la conducta que proporciona alegría o que terminaría con algún tipo de sufrimiento. Apetecer algo que se ve y que depende de sensaciones exteriores, mecanismos que se disparan de forma más o menos inmediata y que empujan en esa dirección. Hay ejemplos clarificadores: los instintos o las tendencias básicas, como el hambre, la sed, la sexualidad, etc. Apetito, inclinación, que impulsa a la acción.

Descartes definió el deseo como «la agitación del alma causada por los espíritus que la disponen a las cosas que ella se representa como convenientes». Es algo característico del vivir hacia delante del ser humano, nos proyectamos al futuro, que es la dimensión mas viva de nuestra existencia. El deseo es apetito, anhelo, ansia, apetencia, tener como objeto algo que vemos ó imaginamos y que tira de uno en esa dirección. Cicerón introdujo la doctrina de las pasiones fundamentales en dos apartados: los bienes presentes (la alegría) y futuros (el deseo); y los males presentes (la tristeza) y futuros (el temor, hoy hablaríamos aquí de la ansiedad).

Por otra parte, hay deseos que dependen de uno mismo y otros que están más relacionados con las circunstancias. Si cada uno de nosotros somos un haz de deseos, ya que son tantas las cosas hacia las que corremos, es importante poner en claro cuáles son las que de verdad interesan y posponer las otras. La persona superior, la que es líder, no debe dejarse llevar por las pasiones, sino que las domina y gobierna. La administración inteligente del deseo es propio de los que tienen una visión larga y panorámica de la realidad. Levantan la mirada y ven mas allá de lo que aparece delante de sus ojos, miran por sobreelevación.

Hay otra palabra próxima que conviene precisar su significado. Me refiero al término querer, que en el lenguaje coloquial se suelen confundir. Querer es verse motivado a hacer algo que nos hace mejores, que nos eleva hacia planos superiores y que brota de vivencias mas profundas. Aquí entra de lleno la voluntad, esa pieza clave que nos hace capaces de renunciar a lo inmediato por lo lejano, capacidad para aplazar la recompensa próxima, buscando bienes de mas calado. Voluntad es elegir. Y elegir es anunciar y renunciar: me quedo con esto y dejo de lado aquello otro. Comportamiento mas lejano, que apuesta por aquello que tardará en llegar, pero cuya posesión será mas honda y enriquecerá nuestra condición. Esto complica las cosas, porque requiere un mayor grado de madurez. Querer es determinación. Y por eso necesita del apoyo de un voluntad firme, templada en la lucha y el esfuerzo.

En la practica desear y querer aparecen mezclados. Pero en la teoría es bueno distinguirlos, para saber qué terreno estamos pisando. Es necesario un cierto ejercicio de submarinismo para delimitar la geografía marina de uno y otro. Mirada cartesiana sobre la realidad tumultuosa que nos asedia, al estar inmersos en una sociedad de consumo que trata de vendernos un producto detrás de otro, creándonos necesidades que realmente no tenemos. Vertiginosa sucesión de imágenes que despiertan intereses contradictorios en una sociedad tan permisiva y pendular.

Lo diré de un modo más tajante. El desear y el querer buscan la felicidad. Aunque los vericuetos son distintos y los medios ofrecen recortes y matices rescatados de esfuerzos continuados. La felicidad es un resultado, la consecuencia de lo que hemos ido haciendo con nuestra vida. Pero siguiendo este curso de ideas, la felicidad es un sentimiento de equilibrio entre lo que hemos querido y los que hemos conseguido, entre los objetivos y los resultados, entre los sueños juveniles y las metas conquistadas.

Los antiguos dividían la vida en dos zonas: ocio y negocio. La primera consiste en ocuparse de saborear la existencia, de lo humano y sus derroteros. La segunda está llena de esfuerzo por alcanzar un cierto nivel de vida, un bienestar, a través de un trabajo profesional concreto. También la felicidad busca aquí un territorio intermedio entre ambos. Hay en esa travesía toda una ingeniería de la conducta, que es menester que cada uno sepa cómo irla diseñando.

Es mas fácil desear, que querer. Desear es más superficial e inmediato. Querer es más profundo y lejano. Aquel va al corto plazo, con mirada corta. Éste va al largo plazo, con una visión alargada, extensa, espigada, que se sitúa en los aledaños del futuro.

¿Qué es lo que hace que apuntemos hacia esa dirección, qué es lo que arrastra? El sentirnos motivados por aquello que nos interesa. La motivación es la representación anticipada de la meta, que conduce a la acción. A través de ella nos vemos llevados a realizar algo valioso que hemos elegido. El problema está en la siguiente pregunta: ¿cómo fomentar la voluntad para buscar lo que uno quiere, cuando hay otros muchos deseos que nos sacan del camino emprendido y nos distraen y nos alejan y nos sacan del sendero que conduce a la meta?, ¿cómo no cansarse cuando el objetivo, que es bueno y valioso, está lejos y tarda en llegar y es costoso de entrada? Yo daría la siguiente respuesta: teniendo claro lo que uno quiere, concretando al máximo su contenido y evitando la dispersión; y a continuación, sabiendo hacer atractiva la exigencia. Mirando siempre fijamente al horizonte de las ilusiones del provenir. Poniendo una mirada inteligente, sublimando esfuerzos, no dándose uno por vencido cuando las cosas van mal o aparece el cansancio y las dificultades, creciéndose uno ante los problemas con una fortaleza que se va haciendo rocosa. Ese es el método.

Los esfuerzos y las renuncias de ahora, tendrán su recompensa. Sólo el que sabe esperar, es capaz de utilizar la voluntad sin recoger frutos inmediatos. La vida feliz aspira a desarrollar de forma equilibrada el proyecto personal, cuyo envoltorio es la ilusión y cuyo contenido está habitado de amor, trabajo y cultura.

El hombre actual está cada vez más perdido. Nunca había tenido tanta información sobre tantos temas y a la vez, nunca había flotado sin asidero como en los tiempos que corren. Veo mucha gente sin hacer pie en lo fundamental. Y es que los modelos de identidad que nos presentan los grandes medios de comunicación social son cada vez más pobres, menos sólidos. La televisión fabrica personajes famosos sin fondo. No perdamos de vista la diferencia entre la fama y el prestigio (entre ser conocido y tener consistencia).

La educación es ante todo educación de los deseos. Querer es la mejor manera de descifrar la realidad, pirotecnia de propósitos concretos, que al ser pocos aterrizan en objetivos claros, que nos seducen con su carisma si están bien delimitados. El que no sabe lo que quiere no puede ser feliz. Si utiliza la voluntad, lo irá consiguiendo, porque su sombra es larguísima y sus frutos sabrosos. Gavilla de audacias cinceladas por el esfuerzo de lo diario.


La vida lograda[4]

A lo largo del libro se va buscando, por las entretelas de la vida humana, aquellos fundamentos que son irrenunciables para conseguir una vida lograda. No es fácil vender lo intangible, lo que en muchas ocasiones parece fruto de mentes que no tienen otra cosa que hacer mas que pensar, y que más que una vida lograda nos conducen a una vida complicada. Sin embargo, no es así si somos capaces de leer el libro con cierto sosiego, seguro que descubrimos ideas, luces nuevas que nos ayudarán a tener una capacidad crítica más profunda y eficaz en la sociedad nuestra llena de apariencias y medias verdades. Vale la pena leerlo para procurar vivirlo: ¡ahí es nada!

El amor es el resorte clave que impulsa a la búsqueda de la verdad como perfección del hombre.

Saber vivir

Si los seres humanos empezaron hace unos cuantos siglos a filosofar,… no es por otro motivo que el de aprender a vivir, el de alcanzar una vida lograda, el de ser felices.
Quien no resulta capaz de ser personalmente honesto no está en situación de enseñarme a serlo, a través de leyes, por medio de ideologías o como sea. Tal tipo de persona es vitalmente incompetente

Me han dado la vida, pero no me la han dado hecha. La especie de acción que verdaderamente cuenta para la edificación de mi propia vida no es la producción: es la operación. Lo importante no es las cosas que hago, sino lo que hago con mi propia vida y con la vida de quienes me rodean: cómo me porto con ellos y conmigo mismo.

Como ser libre que soy resulta que puedo obrar según mi naturaleza o en contra de ella. Cuando actúo según mi naturaleza mis operaciones son básicamente rectas y se orientan hacia la vida lograda.

La aventura de la educación de una persona consiste, en buena parte, en la formación de su carácter. No hay métodos infalibles para educar ciudadanos comunes y corrientes;… quienes no aceptan este principio de indeterminación educativa son los que con mayor frecuencia fracasan.

Todo hombre tiene un precio

El ser humano es digno precisamente porque trasciende toda temática biológica: se trata de un ser dotado de inteligencia y voluntad; según la famosa sentencia aristotélica "es en cierto modo todas las cosas". Si atentamos contra la mujer y el hombre dañamos, en alguna medida, a la entera realidad.

En la gran batalla por la justicia el triunfo hace tímidamente acto de presencia por el modesto sendero de la generosidad. Con ella expando mi vida me hago un solidum con los demás. Por mínimas que sean las obras de generosidad su anhelo ha de ser magnánimo. La magnanimidad -grandeza de alma- es una de las virtudes que hoy más se echa en falta.

Nunca demasiado, regla de oro clásica

La elegancia que el minimalismo facilita es la propia de la austeridad. Es la elegancia de las personas que por llevar mucho dentro, no precisan recurrir en exceso a lo de fuera.

El hombre tiene hambre de verdad La carencia de la debida atención a las Humanidades supone un implacable proceso de empobrecimiento cultural que lleva a una pavorosa superficialidad.

El consumismo actual es un nuevo tipo de avaricia, menos antipático que el clásico pero no menos nefasto. El avaro clásico guarda; el moderno usa, gasta y tira.

La nueva fuente de poder no es el dinero en manos de unos pocos, sino el conocimiento en manos de muchos.

Placer y realidad

Como dice Platón, es el bien (y no el gusto) "lo que toda alma persigue y por lo cual hace todo". En el terreno político y cultural, las apariencias bastan, y casi siempre me muevo entre ellas y por ellas. En alguna medida me satisfacen...Es el ámbito de lo aceptable de lo plausible, de lo que llenan las páginas de los periódicos y las imágenes de los televisores.

La alegría de vivir hay que buscarla en grupos humanos abiertos y generosos, en los que la gente no está patológicamente preocupada por disfrutar al máximo.

Una buena formación del carácter es aquella que consiste en que llegue a gustarme lo bueno y a desagradarme lo malo. Porque entonces será señal de que mi libertad está dejando poso en mi propio cuerpo.

En la medida en que consigo un temple personal puedo decir con los clásicos: tengo, no soy tenido.

El dolor sirve de contrapunto al placer y no es incompatible con la alegría. Un aspecto esencial de la ciencia de la vida -del saber vivir- consiste indudablemente en saber sufrir. Hay que aprender que el dolor purifica.

El logro de la libertad emocional -la integración positiva de sentimientos y pasiones con la recta comprensión del mundo y de uno mismo- es el objetivo de toda educación del carácter.

La alegría no es una actitud distinta del amor.

El poder corrompe

El problema lo tiene el que, con poder, no tiene ideas, que es lo más frecuente. Lo peor del poder es que no deja tiempo ni ganas de pensar, hasta que llega un momento en el que pensar mismo ya no interesa. El que ha caído en esa situación es el verdadero desgraciado.

Mandar es emocionante porque consiste, sobre todo, en "ver la jugada". Se trata de descubrir en una situación determinada una posibilidad de acción común y ser capaz de conducir a los demás hacia su realización.

La consagración de la política al completo pragmatismo, a la consagración de la eficacia, plantea problemas humanos de la mayor relevancia.

Stefan Zweig acierta plenamente cuando considera que el nacionalismo es el gran error del siglo XX.

El error de separar la ética pública de la privada surge de situar la clave de la moral en las normas de conducta. Con facilidad se distingue entonces, leyes que afectan al público en general y leyes que afectan al individuo. Pero la ética no son las normas sino las virtudes y los bienes.

La vida lograda comprende ambas dimensiones: la privada y la pública.

No es lo mismo el bien común que el interés general; aquél es un concepto ético, éste es un concepto técnico.

El logro de la excelencia

La vida lograda es un empeño que se realiza en primera persona; que no está sometida a reglas de tipo técnico; que requiere reflexión, esfuerzo y creatividad, que aprovecha la experiencia de los demás.

Lo que da significado y proyección a la búsqueda de la excelencia no es otra cosa que el amor.

Sin el ejercicio de la virtudes correspondientes, los bienes se hacen invisibles para quien actúa. Se produce una especie de "ceguera ética".

Para el logro de la excelencia, hay que saber, que ésta no la puede conseguir nadie individualmente, que posee una índole comunitaria.

Una tesis de la ética clásica sostiene que todas las virtudes están conectadas entre sí, e incluso que las poseo todas en el mismo grado. La virtud aislada solo puedes ser aparente, porque su ejercicio implica la puesta en práctica de las restantes. La persona que no es sobria tendría grandes dificultades para ser valiente.

La conexión de las excelencias se establece sobre todo a través de la prudencia.

Al obrar correctamente añado una dimensión suplementaria a mi propio ser; soy más, lo cual repercute como potencialidad adicional en mi obrar ulterior.

La actualización correcta de mi naturaleza produce un aprendizaje positivo que potencia mi "memoria de ser", es decir, mi reserva activa para actuar aún mejor en un futuro inmediato. Es a lo que en un sentido profundo le llamamos experiencia.

La excelencia a la que aspiro no es la del completo acabamiento. Es seguir buscando lo bueno de la mejor manera que esté a mi alcance.

La verdad bajo sospecha

El nihilismo actual llega a su culminación al intentar convertir la ausencia de todo bien y de toda verdad en condición necesaria para el ejercicio de la libertad.
Toda dignidad que no sea verdadera es indigna del hombre.

El relativismo hace acto de presencia en la sociedad. Cuando no se cree que haya acciones en sí mismas injustas y malas, cuando se afirma que es sólo nuestro modo de usarlas el que da su sentido a las calificaciones morales, cuando se mantiene que sólo es justo y bueno lo que llamamos "justo" y "bueno", ya no cabe conversación racional alguna.

En el contexto del comportamiento humano, la acción de conocer es un cierto fin en sí misma. Cultivar la propia mente es cultivar la propia vida. Una vida culta es una vida lograda.

La única manera que tenemos de redimir el tiempo es conocer. Este es el valor, en cierta manera sobrehumana de la teoría, que nos saca de las coordenadas espacio-temporales y alcanza una cierta infinitud, gracias a la cual Aristóteles puede decir que el alma es en cierto modo todas las cosas.

Decían algunos clásicos que sabios son aquellos a quienes las cosas saben como realmente son.

La sabiduría incluye un momento pre-lingüístico y, por así decirlo, supra cultural. Aunque todo discurso complejo y desarrollado requiere el apoyo del lenguaje, los fundamentos de ese discurso han de ser en último término inmediatos.

Hay que tener en cuenta que la sabiduría, la actitud de la que brota la contemplación, es un hábito y no un acto; por eso se puede tener una disposición estable para la contemplación.

Mi fin humano, allí donde mi vida florece porque está realizando su operación más propia, es en la contemplación de la verdad. Pero no se trata de una actividad puramente intelectual. Porque lo que constituye la meta del ser humano es una contemplación de la verdad efectivamente amorosa.

Arte de amar

Lo que de verdad me salva de la aflicción y de la desgracia no es el conocimiento: es el amor. La clave última de la vida lograda no está en el conocer, sino en el querer; en el amor.

Mi amor es mi peso, decía Agustín de Hipona.

La vida del espíritu se acrecienta cuando se comparte.

Lo expresa bien Machado:

Moneda que está en la mano
tal vez se deba guardar,
La monedita del alma
se pierde si no se da

El amor viene a ser como el resumen y el resultado de todas las virtudes.

Desde esta perspectiva se aprecia mejor el sentido de la libertad como liberación de sí mismo, al someterse a quien amo y me ama.

Las vivencias empáticas forman el tejido primordial de la convivencia.

En el amor de donación es donde se realiza más plenamente la razón de amor; la donación es el acto más propio de amor. Dice Leonardo Polo que donar es dar sin perder.

El amor triunfa sobre el escepticismo: es fuerte y exigente. No se reduce al sentimentalismo subjetivo ni a la filantropía anónima.

El milagro profano: La felicidad, como ha dicho Nicolás Grimaldi es el milagro de lo profano.

Ser constante en el amor equivale a ser fiel a uno mismo, a vivir auténticamente. Esta autenticidad se configura como amor y, en definitiva, como felicidad. La autenticidad es amor y fidelidad.


Educación en la fe[5]

Allá donde la moral y la religión
son reducidas al ámbito exclusivamente privado,
faltan las fuerzas que puedan
formar una comunidad y mantenerla unida.
Joseph Ratzinger

Viejos tópicos. ¿Que pruebe un poco de todo?

—Oye, a veces pienso si no sería mejor no entrometerse tanto en estas cosas y dejarle un poco más suelto, no forzarle, contar más con él. Lo piensa mucha gente; mi cuñado, por ejemplo, ha preferido incluso que sea el mismo muchacho quien vaya viendo, y que elija si quiere o no religión, y cuál, cuando sea mayor.

En lo de no ser pesados ni pasarse de impositivos, estoy totalmente de acuerdo. Pero en lo de esperar a que sea mayor para elegir religión, no. Es un tópico muy manido y, además, un contrasentido.

—¿Contrasentido, por qué?

Has traído a tu hijo al mundo sin contar con él. Sin contar con él decidiste el idioma que hablaría, la alimentación que iba a recibir, las reglas de comportamiento que tenía que respetar en casa, el tipo de educación... todo. Decidiste, por ejemplo, en qué colegio estudiaría, y le has hecho durante años ir a clase, quisiera él o no.

Y estás en tu derecho de hacerlo, no es que te lo esté negando. Más bien, incluso es tu deber. Lo que no tendría sentido, después de todo esto, es venir con esa historia de que, en lo relativo a la religión, que se eduque él solo, y cuando tenga dieciocho años, "porque es cosa suya".

—Bien, de acuerdo. Además, yo no soy de esos padres planificadores y posesivos, pero tampoco les puedo obligar por la fuerza a rezar y a ir a Misa...

No me has entendido. Lo planteo de otra manera. Tú tienes una forma de entender la vida que te llevará a hacer un proyecto sobre la educación de tu hijo que englobe todos los aspectos, también la religión que tú sigues y que debes querer transmitirle si de verdad tienes fe (porque si no crees que tu fe es la verdadera, entonces no tienes fe).

Si educas a tu hijo comunicándole esa creencia, por ello no le privas de su libertad. Es más, le privarías de libertad si le abandonaras y le dejaras a merced de las circunstancias sin educación religiosa ninguna.

—¿Por qué?

Por ejemplo, sin consultar tu hijo, le enseñas a caminar, quiera o no quiera. ¿Por qué? Porque aprender a caminar es algo bueno, mejor que su contrario, independientemente de que más tarde quiera ejercitar o no esa habilidad, camine de una manera o de otra, vaya a un sitio o a otro, más rápido o más lento. En cambio, si no le enseñaras a caminar, su futuro estaría condicionado por ese handicap. Y a partir de determinada edad, llegaría incluso a ser una función difícilmente recuperable, y siempre más costosa y difícil que si hubiera aprendido a caminar a su debido tiempo. Y eso es porque para educar en la libertad hay que optar por el aprendizaje. Porque si se opta por no enseñar a caminar, pensando que es la opción que deja mayor margen de libertad para en el futuro aprender o no, se opta en la práctica –bajo la bandera de la libertad– por la más lamentable pérdida de libertad. Y con la religión sucede algo muy parecido.

Por eso te digo que es mejor no entrar en disquisiciones sobre lo que es obligatorio o voluntario. El chico asume con total naturalidad toda una serie de cosas –creencias, oraciones, devociones, normas morales– sobre las que no se plantea problema ninguno. No los plantees tú.

—¿Pero no decías antes que había que hacerle pensar? Te estás contradiciendo.

Lo decía e insisto en ello. Conviene hacerle pensar, pero eso es compatible con no darle facilidades para tomar decisiones cómodas. Sería una ingenuidad dar facilidades al chico para abandonar su fe. Tan equivocado es intentar inculcar la religión a base de severidad, como echarla a perder por llevarle tontamente por el camino de la facilonería.

A los doce años, la fe del niño suele ser viva y sincera, y cuando se aleja de ella es casi siempre por simple comodidad. Hay que hacerle pensar, sí, pero concediéndole capacidad de decisión a medida que vayamos viendo que crece su responsabilidad. No se puede tratar a todos de la misma manera. Si el chico no tiene aún resortes para resolver algo con sensatez, sería un perjuicio para él provocar esa elección.

Si la imposición sistemática es poco eficaz, la indiferencia o el abandono es casi peor. Unos padres sensatos harán todo lo que esté en su mano para que su hijo aprenda a administrar bien su libertad, sin que se deje esclavizar por su propia debilidad. Y a esta edad, las principales esclavitudes serán probablemente la pereza y el egoísmo.

Te pongo otro ejemplo. Su éxito académico –quizá ya lo has comprobado– dependerá mucho de que consigas hacerle pensar que ser buen estudiante es una gran cosa, descubra el atractivo del saber, y vaya adquiriendo afición por los libros. Hacerle razonar sobre eso es compatible con que sepa que a clase debe ir todos los días. Y no le preguntas cada mañana si le apetece ir al colegio o no, ni discutes sobre si es obligatorio o voluntario.

Por eso, igual que un día será ya él quien se plantee qué estudiará y qué rumbo dará a su vida, porque tendrá ya una madurez suficiente para hacerlo, también un día abandonará o continuará su práctica religiosa, pero a los diez o doce años es un error plantear disquisiciones de ese tipo.

No es difícil inculcar en el chico una recia y sincera vida espiritual que le lleve a desear libremente ser un buen cristiano y cumplir con todas sus exigencias. Si le educas bien ahora y logras que nazcan en él ideas y sentimientos adecuados, dará luego un rumbo acertado a su vida. Ése es tu papel de padre y educador.

El problema con la libertad viene cuando no se han logrado hacer nacer esos deseos, o cuando algún agente externo (un mal profesor, unas malas lecturas, una mala amistad...) está erosionando sus convicciones religiosas. Y el chico es aún demasiado joven para decidir abandonar la práctica de su fe, igual que lo sería para abandonar los estudios. Los padres deben intervenir a tiempo, y sostener su fe –como se pone un soporte a un árbol tierno que se tuerce–, porque a esta edad es aún perfectamente recuperable.

—Pero es bueno que el chico sepa que hay más cosas en la vida y no se críe demasiado resguardado, como en un invernadero..., ¿no?

Sí, pero ten en cuenta que tu hijo tiene ya numerosas facilidades para el mal gracias al poco recomendable ambiente que se ve obligado a respirar con frecuencia en la calle, en el colegio o a través de algunos medios de comunicación.

No caigamos en el extremo de
obsesionarnos con que sepa que
existe lo bueno y lo malo
y que luego él decida,
porque el experimento
puede salir muy mal.

No nos obsesionemos con que salgan de él todas las buenas iniciativas. Vamos a darle alguna facilidad para el bien, sin forzar en exceso, pero sin ser ingenuos.

Si el chico fuera mayor, el planteamiento sería distinto. En cualquier caso, la habilidad de los padres encontrará una solución que no demuestre desconfianza, y al mismo tiempo no suponga –como decíamos– facilitar ingenuamente al chico abandonar la práctica religiosa. A hacer el bien también se aprende, y, por tanto, hay que enseñarlo.

—Eso no es nada fácil.

Evidentemente. Lograr ese equilibrio constituye, como tantos otros aspectos de la educación, un auténtico arte que los padres deben aprender. Como decía Ruyter, un arte es simplemente hacer bien algo difícil.

La Misa y la Confesión

El
chico tiene que ver que se da importancia a la Misa dominical, por ejemplo. Desde luego, si los padres faltaran habitualmente a Misa y su hijo acaba teniendo una buena educación en la fe, habrá sido con poco concurso de ellos. Y si faltan de vez en cuando sin mediar un motivo suficiente, dará a los preceptos de su fe la importancia que ve que le conceden sus padres: o sea, poca.

Si por ejemplo, la familia sale un domingo y, por no levantarse antes, no cumplen el precepto dominical, el chico pensará que esa obligación cristiana no tiene suficiente importancia como para madrugar o para organizarse mejor e ir el sábado por la tarde.

O si otro domingo están de visita en casa de los tíos, que nunca van a Misa, y ve que entonces sus padres tampoco van, pensará que se trata de una mera costumbre sin más trascendencia que puede ceder ante cualquier otra cosa.

También ha de ver
la Confesión como una práctica natural y frecuente en toda la familia, acudiendo al Sacramento de la Penitencia al menos una o dos veces al mes.

—A lo mejor con una frecuencia tan alta conseguimos aburrirle...

A esta edad suele resultarle grato confesarse, aunque al principio tenga que vencer una pequeña inercia. Se puede ver de forma clara en las familias, parroquias y colegios donde se les facilita hacerlo. Acuden con gran ilusión y absoluta naturalidad.

Después, a partir de los catorce años, quizá les cueste un poco, por vergüenza más que por otra cosa, pero salen encantados. Es un error privarles de
la Confesión por pensar que no tienen malicia todavía, puesto que no hace falta malicia para ofender a Dios. Pueden ofenderle, como pasa casi siempre en la mayoría de las personas, sencillamente por debilidad. Y la ayuda –psicológica y espiritual– que reciben con la Confesión es fundamental.

Explícaselo bien. Haz que vayan a confesarse, aunque alguna vez haya que forzar un poco, de modo amable, como tienes que hacer tantas veces para que estudien más, o para que ayuden en casa, o para que sean más ordenados.

Si las cosas se han llevado mínimamente bien, a esta edad el chico no suele plantear problemas, ni con
la Misa ni con la Confesión. Pero puede empezar a haberlos y habría que actuar con rapidez, aunque con prudencia.

—Sí. Por ejemplo, ahora va a jugar al baloncesto cuando nosotros vamos a Misa y tiene que ir luego él solo a otra hora. No sé si controlar esto un poco, no vaya a estar engañándome...

Mejor aún sería, si es posible, acomodar el horario para poder seguir asistiendo a Misa todos juntos, que a lo mejor no es tan difícil. Podéis ir antes, o después, o el sábado por la tarde.

Es muy positivo que ir a Misa sea una costumbre con tradición familiar, que puede ir acompañada de algún pequeño extraordinario que le dé un cierto atractivo. Muchas familias dan luego un paseo, compran unos churros, organizan un desayuno más de fiesta, o lo que sea. Eso no es comprarles, sino darle un natural y lógico aire festivo.

¿Tiene conciencia del mal?

Hemos hablado de
la Confesión, y quizá venga bien extenderse un poco sobre la conciencia del mal y sobre el perdón. Es algo que tiene mucho que ver con el ambiente familiar. Ha de haber un clima que aleje las reacciones de orgullo y engreimiento, una dinámica que haga fácil y natural pedir perdón.

Hay que perder el miedo a hacerlo, rechazar la suficiencia que nos paraliza a la hora de decir: "Oye, perdona, de verdad que siento aquello", o "no quería ofenderte, lo siento...", y enseñar a los hijos a hacerlo con agilidad.

Además de pedir perdón a la persona ofendida, el chico ha de saber que Dios queda también ofendido, y que espera también que se le pida perdón. Lógicamente, la ofensa será mayor cuanto más grande sea la bondad y categoría personal del ofendido, y en el caso de Dios es infinita.

Que vaya comprendiendo el gran desafecto para con Dios que hay en el pecado, sin agobiarle, pero explicándole que debe pedir perdón. Y se pide perdón al Señor haciendo un acto de contrición. Luego, debe acordarse de contarlo cuando vaya a confesarse, y hay cosas que son graves y requieren confesarse con presteza porque han supuesto dejar de estar en gracia de Dios.

—Hablas de ofensas y de pecados como si fuera un bandolero... y no es más que un niño.

A los diez o doce años –y antes, ya lo hemos dicho– un chico tiene perfecta conciencia de que hace cosas mal. Aunque tenga un aspecto ingenuo y angelical. Pero la ingenuidad sería nuestra si no lo advirtiéramos.

No es ningún dechado
de perversidad, es cierto,
pero a su nivel,
reconoce y valora
con suficiente claridad
el bien y el mal.

Si comprende esto, y se acostumbra a examinar su conciencia y a pedir perdón por lo que hace mal, no le va a crear ningún trauma, sino que le hará un gran bien.

Desde su uso de razón –hace ya unos años– distingue, y quizá mucho mejor de lo que nos parece, entre el bien y el mal. Es cierto que sus malas acciones suelen ser cosas que a nosotros nos parecen de poca entidad, pero para él sí tienen importancia.

Son malas acciones
a su nivel,
pero malas acciones.

Nos jugamos la formación de su conciencia. Aunque no sean crímenes, son cosas malas, y hay que hacerle escuchar y obedecer la voz de su conciencia. Y formarla bien, claro.

Tu hijo tiene experiencia –igual que tú y que yo– sobre lo que es hacer el mal y ofender a Dios. No permitas que nadie le disuada de sentirse mal consigo mismo respecto al pecado. Es la voz –que debiera ser amistosa– de su conciencia, que le reprocha algo que ha hecho mal, como te pasa a ti y a mí.

Ponle ejemplos, póntelos tú. Al aceptar en una compra más cambio del debido, has actuado mal. ¿Ha valido la pena, por unas monedas de más? O aquella mentira..., ¿por qué? O al mostrarte egoísta con aquél que te pidió ayuda...; o aquel otro que te molestó sin querer..., y te enfadaste..., ¿ha valido la pena?, ¿no estás ya arrepentido de haberlo hecho? Son ejemplos de cosas pequeñas, pero las hay más graves.

Tenemos que saber que ofendemos mucho, a los demás y a Dios. Que se acostumbre, que nos acostumbremos, a confesarnos. Es desnudar el alma ante Dios por mediación del sacerdote. Es algo que puede costar, pero después de recibir la absolución, te hallas más cerca de Dios, le has complacido. Dios te ha perdonado, te da fuerza para enfrentarte con la tentación y superarla.

A esta edad –repito– sabe perfectamente lo que es el acoso de la tentación, y lo que es vencer o sucumbir ante ella. También decíamos que no le suele costar confesarse si se le facilita hacerlo. Lo mejor es ir con él y que nos vea confesarnos a nosotros también. Sería un error insistirle en ello y que luego a nosotros nos diera pereza ir por delante con el ejemplo.

El chico mantiene así limpia su alma, y ésa es una gran defensa contra el acoso de las pasiones que quizá se desaten en el futuro. No le privemos de esa ayuda, y menos para esos momentos.

¿Por qué luego pierden la fe?

—Lo que no quiero es que con éste me pase como con el mayor... que, al principio, bien; con las primeras crisis de la adolescencia empezó a enfriarse y, ahora, a los veinte años, es agnóstico por completo.

¿Y has pensado sobre las causas de ese abandono progresivo?

—Por supuesto. Lo hemos hablado con matrimonios amigos nuestros, y no somos los únicos a quienes nos pasa. Es bastante corriente. Siempre acabamos concluyendo que esas crisis de fe de la adolescencia se deben a que no hemos acertado en algo durante los años anteriores.

¿Has pensado si el problema no será que le falta consolidar las virtudes básicas para poder vivir las exigencias de la moral cristiana?

—¿Has dicho exigencias morales... a los diez o doce años?

Acabamos de hablar de que a esas edades el chico tiene una conciencia suficientemente clara de lo que hace mal. Y la fe puede perderse por muchas causas, pero tal vez la que ejerce una influencia más fuerte sea el propio desorden moral. La fe está sostenida por la voluntad y por la gracia de Dios. Si falla la moral se pierde la gracia de Dios, la voluntad se orienta al mal y la fe acaba por resentirse. Por eso la fe acaba en cierta manera por estar condicionada por las disposiciones morales.

Por eso no basta con que conozca a fondo la fe, sino que ha de consolidar las virtudes personales, porque, de lo contrario, aprende la teoría pero no tiene luego resortes ni fuerza para llevarla a la práctica, y entonces acaba por rechazar la teoría. Como dice el refrán:

Si no vive como piensa,
acabará pensando como vive.

Es importante, porque a veces su futuro problema de fe no será problema propiamente de fe, sino, a lo mejor, de:

pereza;

tal vez, de un arraigado egoísmo de fondo;

de una inconstancia grande que no se esfuerza por vencer;

de frecuentes manifestaciones de envidia, o de soberbia;

o quizá de una consentida y habitual falta de responsabilidad.

Cuando un chico que ha recibido una buena formación doctrinal pierde la fe y no se encuentran razones directas claras, habría que examinar si esa fe estaba fundamentada en virtudes humanas firmes: generosidad, fortaleza, sinceridad, lealtad, templanza, orden, laboriosidad, constancia, etc.

Un testimonio de vida. Ejemplos de cómo dar ejemplo

En todas las familias cristianas se sabe, por experiencia, qué buenos resultados da la coherencia de una iniciación a la fe en el calor del hogar. El niño aprende así a colocar a Dios en la línea de los primeros y más fundamentales afectos. Aprende a rezar, siguiendo el ejemplo de sus padres, que logran así transmitir a su hijo una fe profunda, que prende con facilidad en él cuando la contempla hecha vida sincera en sus padres.

La educación de la fe
no es mera enseñanza,
sino transmisión de
un mensaje de vida.

Los niños tienen necesidad de aprender y de ver que sus padres se aman, que respetan a Dios, que saben explicar las primeras verdades de la fe, que saben exponer el contenido de la fe cristiana en la perseverancia de una vida de todos los días construida según el Evangelio.

Ese testimonio es fundamental.
La Palabra de Dios es eficaz en sí misma, pero adquiere una fuerza mucho mayor cuando se encarna en la persona que la anuncia. Esto vale de manera particular para los niños, que apenas distinguen entre la verdad anunciada y la vida de quien la anuncia. Como ha escrito Juan Pablo II, “para el niño apenas hay distinción entre la madre que reza y la oración; más aún, la oración tiene valor especial porque reza la madre."

Lo primero es demostrar, con nuestro modo de hablar de lo sobrenatural, que la fe es fuente de alegría, de dicha y de entusiasmo.

Sería muy negativo tener
un aire hastiado y desagradable
cuando se habla de Dios.

Nuestra actitud al recitar unas oraciones, nuestro modo de hacer la señal de la cruz, el respeto y recogimiento con que nos acercamos a comulgar, son detalles que, sin darnos cuenta, tienen más influencia sobre los hijos que los más encendidos discursos.

Estás educando su vida de fe
siempre,
no sólo cuando le hablas de ello.

Educar en la fe no es dar sabias lecciones teóricas. No son clases magistrales. Mejor, es como una clase práctica que empieza cuando tu hijo aún no sabe casi andar, y que no termina nunca.

—Vas a conseguir agobiarme con esto de dar ejemplo. ¿Por qué no concretas en ejemplos de cómo dar ejemplo?

Está bien, pero luego no te quejes si te sientes aludido.

Por ejemplo, si tu hijo viera que sueles ir a lo tuyo, le será difícil incorporar ideas tan relacionadas con las exigencias de la fe como son la preocupación por los demás, el sacrificio y la renuncia en favor de otros, la misericordia o el sentido de la generosidad.

O si resulta que con frecuencia no cumples lo que prometes, o te ve recurrir –siempre acaba dándose cuenta– a la mentira o la media verdad para salir al paso de algún problema, no pretendas luego que entienda tus encendidos discursos sobre las excelencias de la sinceridad, de la veracidad, o de dar la cara como un hombre.

El chico tiene que ver que te preocupa realmente el dolor ajeno, que muestras con tu vida lo connatural que debe resultar al hombre vivir volcado hacia los demás, que le explicas la fealdad de la simulación y de la mentira, o cualquiera de las otras ideas cristianas que quieras transmitirle.

Hay todo un estilo cristiano de ver las cosas y de interpretar los acontecimientos de la vida, y ha de respirarlo en casa. Lo captará, por ejemplo, viendo el modo en que aceptas una contrariedad. O al advertir cómo reaccionas ante un vecino cargante o inoportuno. O viendo cómo papá cede en sus preferencias, o mamá sigue trabajando aunque esté cansada.

Y el chico se irá empapando de ideas de fondo que tejerán todo un vigoroso entramado de virtudes cristianas. Aprenderá a respetar la verdad, a mantener la palabra dada, a no encerrarse en su egoísmo, a ser sensible a la injusticia o al dolor ajeno, a templar su carácter, etc.

Siempre surgen multitud de ocasiones de hacer una consideración sobrenatural sencilla, sin excesiva afectación ni excesiva frecuencia.

Se trata de que el niño vea
cómo la fe se traduce
en obras concretas
y que no son
formalidades exteriores
vacías e inconexas.

En la casa se ha de hablar de Dios, y de nuestro deseo de agradarle, y de evitar las ocasiones de ofenderle, y del premio que recibiremos en esta vida y en la eterna. Y todo ello con toda naturalidad, sin afectación y sin simplezas. Cuando algunos pedagogos ingenuos de la religión presentan la fe como una sociología tonta e insípida, separada de la realidad de la vida, lo que logran es dejar vacío el corazón de los chicos y privarles de toda esa fuerza y esa guía moral tan necesaria en el camino de su vida.

Una fe profunda y bien arraigada será siempre un recio soporte para toda persona en momentos de crisis. Algo que vendrá a ser en su interior como el giroscopio para un barco en medio de un mar embravecido. Algo que a lo largo de su vida le permitirá mantenerse firme aún en los instantes de mayor dolor o amargura.

Hacerle discurrir

El chico debe captar desde muy pequeño lo razonable de la fe. Habrá advertido hace ya tiempo que existe una fe natural, y observará que la empleamos todos los hombres todos los días muchas veces. La mayoría de las cosas que hacemos vienen marcadas por nuestra aceptación de un testigo, aceptación que es un acto de la voluntad. Se le puede explicar de modo sencillo con algunos ejemplos.

—Oye, pero..., ¿no querrás que a los doce años le empiece a explicar cosas así?

No hace falta que sea algo muy formal. Pero siempre hay ocasiones en las que tratar con naturalidad temas mínimamente trascendentes.

Todo el mundo cree en multitud de cosas que no se ven ni se sienten. No se ven las ondas de radio, ni los virus, ni la energía, ni la radioactividad, ni muchas otras cosas. Pero todo el mundo habla de ellas y tiene certeza de que existen, porque cree a quienes se lo cuentan y en la explicación que dan a sus supuestos efectos. Los sentidos no agotan el conocimiento. Existen cosas que ni se ven ni se sienten. Hay más modos de conocer.

Debes enseñarle a pensar con rigor. Por ejemplo, para que no caiga en ese extendido complejo que podríamos llamar idolatración de la ciencia experimental, que constituye un auténtico culto hacia aquello que proviene de la órbita de lo empírico y lleva a la ingenua creencia de que el único modo de conseguir cualquier certeza es el laboratorio.

Debe saber que no hay incompatibilidad alguna entre ciencia y fe, y que la fe nada tiene que temer de los métodos verdaderamente científicos.

La ciencia es una gran cosa, y lo natural es estar muy abiertos al progreso de la técnica y a los avances en todas las especialidades humanas, pero sin dejarse impresionar por ese dogmatismo con el que algunos científicos –que quizá no merezcan tal nombre– pretenden imponer sus hipótesis descalificando sin rigor alguno cualquier creencia que no coincida con lo que ellos dicen. Parece como si fueran los únicos mayores de edad y capaces de comprender las realidades de la vida, y además parecen empeñados en sacarnos de las tinieblas de la ignorancia, y en que nos sacudamos esos mitos religiosos y esas creencias anacrónicas...

—Oye, pero a los diez o doce años yo creo que ni se plantean cosas así. Casi sólo piensan en jugar. Este peligro que dices será más bien para edades posteriores.

Creo que los niños empiezan a pensar antes de lo que parece y más de lo que parece. Aunque den la impresión de que no hacen más que jugar, reflexionan bastante. A lo mejor a raíz de algún comentario de otro chico, de un profesor, o de un programa de televisión...

—Ahora que lo dices, recuerdo una ocasión en que mi hijo, con once años, vio un programa sobre el origen del universo y de la vida humana. Entrevistaron a diversos científicos que expusieron sus teorías y finalmente acabaron por decir que
la Biblia era un cuento de niños, que la Iglesia decía muchas cosas absurdas...

Sí, los tópicos de siempre.

—Para el chico supuso una impresión fuerte. Me preguntó si es que lo del Evangelio era como lo de que los Reyes Magos son los padres, o como aquello de la cigüeña...

Otra vez la cigüeña... ¿ves como son un desastre las historietas de ese estilo?

—Pues estoy seguro de que si el chico no llega a preguntar, y no hubiera sabido yo un poco del tema y le aclaro unas cuantas ideas, ese programa habría supuesto bastante daño para su fe.

Es curioso comprobar lo convincente que resulta para tanta gente ver en una entrevista en televisión a un personaje extranjero, con aspecto de sabio científico, una bata, un laboratorio de fondo y un doblaje de las respuestas. Parece ya que todo lo que dice es dogma de fe y que por ser un científico nadie puede llevarle la contraria. Dirá que está científicamente comprobado, y todos a callar.

La manida frase de que "es un hecho científicamente demostrado que..." se ha convertido en la entradilla mágica para imponer opiniones muy discutibles y muy poco científicas. Es como una especie de catecismo laico al que acuden tantos, casi sin darse cuenta, repitiendo sumisamente –con su actitud– que "el científico es una autoridad que todo lo sabe y que no puede engañarse ni engañarnos".

—Y lo que se comprueba es que cada pocos años cae una teoría y viene otra, o resulta que una es un caso particular desenfocado de otra más general, o se encuentran multitud de contraejemplos.

Por supuesto. Por eso los científicos sensatos nunca dan categoría de dogma a sus hipótesis.

Si los padres están atentos y tienen un mínimo de formación básica, conseguirán que la fe que con tanto esfuerzo están intentando transmitir a su hijo no se pierda luego tontamente ante ese tipo de cosas. Hay que advertir que, siendo el chico tan pequeño, no tiene un sentido crítico suficientemente desarrollado, y carece de criterio para discernir entre un buen documental científico de divulgación y un panfleto tendencioso.

La realidad de la muerte. Un caso difícil

En el capítulo anterior se trató con detenimiento el modo de desvelar al chico los secretos de la vida. Otra oportunidad de hacerle discurrir aparece con los de la muerte.

—¿Y no crees que es un poco de mal gusto eso de hablarle de la muerte?

No creas, porque las preguntas sobre la muerte surgen bastante temprano en el niño. La realidad de la muerte es imposible de ocultar a su observación. Es algo que le inquieta y le plantea grandes interrogantes. Y que le lleva a Dios. Enseguida piensa que si no hubiera nada después, sería algo cruel e injusto.

No se puede contestar eludiendo el tema, o diciendo que no se sabe bien, o callando, esperando no se sabe a qué.

Si no se tiene fe,
es difícil hablar de la muerte
a los niños,
pero teniéndola es fácil.

Recuerdo una anécdota que sucedió una lluviosa tarde de febrero en la que un padre vino a verme al colegio muy preocupado. Su hijo de once años se había criado en íntima amistad con un vecino suyo de la misma edad a quien acababan de diagnosticar una enfermedad rápida e incurable. Le quedaban tan sólo unas semanas de vida.

La familia mantenía celosa ante el chico el secreto de la cercana muerte de su amigo. Pero los días pasaban y el problema se hacía cada vez más acuciante. ¿Qué hacer? ¿Hasta cuándo se podía seguir así? "Hablarle de eso es demasiado duro –me decía– para esa edad". El muchacho notaba ya algo raro, y preguntaba qué pasaba, pero no obtenía respuesta.

Para quienes no tienen fe, es realmente una respuesta difícil. Para quienes la tenemos, no lo es tanto. Es una despedida, a un tiempo dolorosa y alegre. Un cambio de casa, de ésta de la tierra a la del cielo. Una realidad que está permanentemente presente en la educación de la fe, y que no tiene sentido silenciar.

A todos nos duele despedirnos de un ser querido por mucho tiempo, hasta que nos reunamos con él a nuestra muerte. Pero si la fe es firme, no habrá tanto miedo a la muerte. Y cuando la muerte llame a la puerta, a la nuestra o a la de alguien cercano, la recibiremos con paz si tenemos la conciencia limpia, pues pensar en la muerte obliga a pensar en cómo llevamos la vida. Si en el chico ha arraigado una fe sólida, comprenderá y aceptará esa realidad, como la han comprendido y aceptado todos los auténticamente cristianos a lo largo de los siglos.

Le animé a que afrontara esa conversación, pero se resistía a hacerlo. "Es algo –se lamentaba– para lo que había que haberle preparado con mucho más tiempo. Le va a suponer un golpe muy fuerte. No sabes lo amigos que son. No pueden hacer nada el uno sin el otro. No sé cómo Dios permite esto...".

"Es una realidad –le dije– que debes afrontar. Tú primero, y él después. No pretendas dar lecciones a Dios sobre cómo debe organizar el mundo, que sabe más que tú y que yo. No tiene por qué haber problemas. Háblale de que pronto estará en el cielo."

No veía claro lo de hablar del cielo y el infierno a los chicos. "Eso es algo muy duro y que no termino de entender", decía.

Estaba claro que el problema estaba en el padre. Se llamaba a sí mismo cristiano, pero todo lo quería interpretar de forma blanda y acomodada. Era de los que quería ser bueno y no hacer mal a nadie, pero sin poner esfuerzo, sin exigencia personal, sin pecado, sin infierno y sin principios morales objetivos. La muerte –para él– era algo que prefería ignorar poniéndola entre paréntesis. Y los resultados familiares eran tan lacios y desmadejados como sus ideas.

La existencia del pecado y del perdón, de un Dios remunerador, que premia a los buenos y castiga a los malos, es algo que entienden los niños perfectamente. Lo que les inquietaría es pensar que las injusticias se mantienen a perpetuidad, por la falta de un ser superior que gobernara sapientísimamente el mundo. O que después de la muerte no hay más que un vacío, lleno... de nada.

Tendrá miedo a la muerte quien espere su llegada con las manos vacías, después de una vida igualmente vacía. No tengas miedo a hablar de que hay otra vida después de ésta, y de cómo hemos de estar preparados para recibir la muerte sin dramatismos.



No ser pesados. Práctica de la fe en la familia

No es necesario que les habléis constantemente de Dios. Si hay fe, los hijos irán creciendo en ese ambiente y comprenderán bien las realidades sobrenaturales. Y eso es lo importante: que el hogar esté vivo y que los padres hablen de Dios a los chicos con su propia vida.

La instrucción religiosa ha de correr por caminos positivos. No quieras resolver los pequeños problemas domésticos diciendo al chico: "te va a castigar Dios", o "te irás al infierno", o "eso que has hecho es un pecado gravísimo", porque por esas trastadas infantiles no se va la gente al infierno. Ya dijimos que había que hablarles del pecado, pero sin atosigarles con la falsa y tonta idea de que todo es pecado.

Tampoco se puede poner el demonio a la altura de las brujas, duendes o fantasmas. El infierno es una realidad seria que, sin dramatismos tontos, los chicos deben conocer.

Igual sucede con el cielo, que a veces los chicos –cuando no se explica bien– pueden asimilar a algo estático y aburrido. Algunos padres identifican la bondad con la quietud, y ese "estate quieto, sé bueno" aburre soberanamente a sus hijos, que, afortunadamente, están llenos de vitalidad. El "estate quieto, sé bueno", me contaban en una ocasión, cansaba tanto a aquel muchacho, que terminó por preguntar: "Mamá, ¿y en el cielo..., también tendremos que ser buenos?”.

Debemos hablarles de Dios
de modo agradable,
no reiterativo y tedioso.

No se puede usar de Dios según nuestro mezquino interés. No se puede invocar el nombre de Dios para que el niño se tome la sopa o para que baje a hacernos un recado. La realidad de Dios es algo que conviene hacerle descubrir y querer, no un instrumento con el que golpearle en la cabeza a nuestro antojo. Actuar así llevaría a deformar su conciencia y sembrar de sal el fértil campo de su fe infantil.

No se trata de atosigarle con lecciones profundas e incesantes. La mente del niño se ha comparado al cuello de una botella. Si se intenta meter gran cantidad de líquido en poco tiempo, se desborda y se derrama. En cambio, gota a gota, despacio, pero con constancia, pronto se llena de sabiduría.

—¿Y qué prácticas cristianas puede hacer a esta edad?

No es fácil dar normas fijas. Puedo darte algunas ideas con la exclusiva finalidad de sugerirte algo de lo muy diverso que se puede hacer. Es bueno que las devociones sean pocas, pero serias y constantes:

esas tres Avemarías de rodillas junto a la cama, antes de acostarse;

aquella otra oración de ofrecimiento del día a Dios, cuando se levanta;

bendecir la mesa;

ir juntos –y elegantes– a Misa, y rezar algunas oraciones de acción de gracias después;

quizá rezar el Rosario en familia, y si son demasiado pequeños sólo un misterio, y en las fiestas de la Virgen algo más;

o retomar aquellas viejas devociones del mes de Mayo, la novena a la Inmaculada, el escapulario del Carmen...: no muchas, pero bien vividas.

Las familias cristianas no deben olvidar que los padres son los primeros educadores en la fe y que, por tanto, es necesaria una catequesis familiar en la que, con una periodicidad establecida –semanal, por ejemplo–, los padres vayan cumpliendo con esa obligación, que no deben abandonar en manos únicamente del colegio o la parroquia.

Cuando el problema está en los padres

Algunos padres, cuando en los libros o charlas de orientación familiar oyen hablar de Dios, o les hacen alguna consideración sobrenatural, cambian de sintonía y desconectan por completo. Reaccionan como si dijeran: "Vamos a ser prácticos, por favor. No me vengas ahora con sermones como si yo fuera un infeliz en busca de resignación. Quiero soluciones."

Quizá no comprenden lo que es el alma. Que el hombre no es un simple animal extraordinariamente desarrollado en el que educar es simplemente encauzar unos instintos. Que tiene un alma espiritual e inmortal que el educador no puede ni debe ignorar.

Hay que saber cómo actúa el alma. A lo mejor esas personas entienden muchísimo sobre cómo funciona el cuerpo, y qué conviene a su salud, y cómo prevenir o curar una enfermedad, o lo que sea, pero no saben una palabra sobre la salud de su alma, siendo como son sus enfermedades mucho más dolorosas.

No olvides que la raíz
de muchos problemas
está en el alma.

La raíz de muchos de los problemas de tu hijo está en su alma. La raíz de muchos de tus problemas está en tu alma. Muchas veces, cuando la gente nota un vacío grande, y se pregunta qué le falta a su vida, lo que le falta es la rectitud de la fe, el acatamiento de Dios. Ese reconocimiento es lo que hace que la vida esté construida en sabiduría y libertad.

“No veo a Dios por ninguna parte”, dicen. O “mi fe se muere”, o “mi fe ha muerto...”. Y quizá su fe sigue latente, ahogada por costumbres insanas o claudicaciones inconfesables.

"El moderno experimento de vivir sin religión ha fracasado", decía Schumacher. Y las estadísticas –puede comprobarse en los sondeos Gallup de las dos últimas décadas– confirman esa afirmación, pues tanto el ateísmo como el agnosticismo están en franca recesión en el mundo occidental, en contra de lo que a veces el ambiente social parece querer mostrar.

La fe es algo personalísimo de lo que no se puede prescindir, y en ella actúa la iniciativa de Dios. Y aunque la iniciativa sea de Dios, nuestra respuesta es decisiva. Y a veces, el griterío de nuestro mundo interior hace imposible oír esa voz, o nuestra falta de fortaleza y de generosidad hace que no queramos o no podamos responder. Son tinieblas muchas veces voluntarias, a las que quizá no se quiere poner remedio porque nuestra conducta interesada ahoga la voz de Dios.

El problema de fe proviene otras veces del desequilibrio en la formación. No es difícil encontrarse cristianos que son brillantes en su profesión, incluso cultos, muy leídos y muy viajados, con grandes experiencias quizá, pero absolutamente ignorantes en lo referente a su fe. Hombres o mujeres que abandonaron el estudio de los fundamentos de sus creencias con el final de sus estudios primarios o con las primeras crisis de la adolescencia, y que conservan una imagen de la teología que bien podría servir para un cuento de hadas, cuando la teología es sin duda la ciencia sobre la que más se ha hablado, escrito, investigado y debatido a lo largo de los siglos. Les falta estudio de su propia fe, que es equilibrio en su formación.

Esa ignorancia es un formidable enemigo de la fe, puesto que la fe en cualquier cosa exige siempre un suficiente conocimiento previo. Y esa fe débil bien puede tener su causa en haber recibido una formación religiosa poco afortunada o impartida por personas que no han sabido mostrar su grandeza.

Por eso hemos de ser consecuentes y dedicar el tiempo que sea preciso para tener un conocimiento de nuestra fe adecuado a nuestro nivel cultural e intelectual. De esta forma, la experiencia de tantos siglos en la vida de tantas personas nos ayudará a vivir esas exigencias y a superar las dificultades que se nos presenten, que quizá no sean tan nuevas.

—Sin embargo, hay muchos que creen poco, o que no practican, pero sí quieren que sus hijos reciban una buena formación cristiana.

El valor de la formación moral cristiana es algo bastante reconocido, afortunadamente. Y esa preocupación de esos padres es indudablemente loable y positiva, pero

Los padres que quieren
que sus hijos crean,
pero ellos mismos no practican,
suelen fracasar.

Si no tienen la fe como parte esencial de su vida, o si luego desmienten sus palabras con los hechos, es difícil que las cosas salgan bien.

Sin embargo, para muchos padres ha sido precisamente la preocupación por educar correctamente a sus hijos y darles un buen ejemplo, lo que les ha llevado por un camino de mayor cercanía a Dios y más profundo conocimiento de la fe, que ha venido a facilitar su propia coherencia y, en cierta manera, su conversión.


¿Cómo es una personalidad inmadura?[6]

La personalidad es la suma total de las pautas de conducta actuales y potenciales determinadas por tres notas: la herencia (el equipaje genético, lo que recibimos de nuestros padres), el ambiente (el entorno) y la experiencia de la vida (la biografía de cada uno). La personalidad es el sello propio y específico de cada uno. La tarjeta de visita. Dicho en otros términos, la personalidad es una organización dinámica, en movimiento, en donde confluyen los aspectos físicos, psicológicos, sociales y culturales de un individuo. Los psiquiatras nos dedicamos a la ingeniería de la conducta. Somos perforadores de superficies psicológicas, intentamos ahondar en la mecánica interna del comportamiento, para corregirlo, mejorarlo, hacerlo más equilibrado.

La inmadurez significa una persona a medio hacer, que da lugar a una psicología incipiente, incompleta, que no está bien terminada y que tiene muchos flecos negativos, pero que puede cambiar y mejorar y hacerse mas sólida, con la ayuda de un psiquiatra o de un psicólogo.

Voy a intentar sistematizar sus principales ingredientes en este decálogo, para que el lector pueda adentrarse en la frondosidad de lo que ahí reside. Los síntomas son los siguientes:

1) Desfase entre la edad cronológica y la edad mental: esta es una de las manifestaciones que más llama la atención de entrada, en una primera aproximación. No olvidemos que hay gente de maduración tardía y otra de maduración temprana, y esto le da un carácter ligeramente distinto a esta observación.

2) Desconocimiento de uno mismo: ésta era una de las normas del héroe griego. En el templo de Apolo, en Grecia, había en el frontispicio de la entrada una inscripción que decía así: «Nosci se autom», conócete a ti mismo. Se trata de tener claro que la asignatura más importante de cada persona es uno mismo, lo que quiere decir saber las actitudes y las limitaciones que uno tiene. Ambas son como el cuaderno de bitácora que nos ayuda a una navegación por la vida adecuada.

3) Inestabilidad emocional: que se expresa mediante cambios en el estado de ánimo, pasando de la euforia a la melancolía y esto de un día para otro o dentro de un mismo día. Esto hay que diferenciarlo claramente de las llamadas depresiones bipolares. El inmaduro es desigual, variable, irregular, sus sentimientos se mueven y bambolean de forma pendular, lo que hace que nunca pueda uno saber qué va a encontrar en el otro. Esa fragilidad mudable es una nota muy característica. Su estado de ánimo se expresa a través de unos dientes de sierra, una especie de montaña rusa, en donde las oscilaciones son muy frecuentes.

4) Poca o nula responsabilidad; la inmadurez tiene niveles, lo mismo que sucede con cualquier hecho psicológico. Esta palabra procede del latín «respondere», que significa: contestar, prometer, satisfacer. Estar en la realidad es conocer el hoy-ahora de uno mismo sin ningunearse y sin creerse uno más que nadie.

5) Mala o nula percepción de la realidad: la captación incorrecta de sí mismo y del entorno que le rodea le lleva a tener una conducta desadaptada tanto intrapersonal (disarmonía consigo mismo) como interpersonal (inadecuado contacto con los demás, no sabiendo medir las distancias ni las cercanías).

6) Ausencia de un proyecto de vida: la vida no se improvisa. Necesita una cierta organización, un esquema que diseñe el porvenir. Los tres grandes argumentos de éste son: amor, trabajo y cultura. En ninguno de ellos ha calado con profundidad. No se puede vivir sin amor, el amor debe ser el primer argumento de la vida, que da vida y fuerza a los demás. Del cumplimiento de estos tres grandes temas brota la felicidad, suma y compendio de una coherencia de vida donde los tres tienen una enorme importancia.

7) Falta de madurez afectiva: entender qué es, en qué consiste y cómo vertebra nuestra vida sentimental. Por amor tiene sentido la vida. Pero no hay amor sin renuncias. Y al mismo tiempo saber que nadie puede ser absoluto para otro. El amor eterno no existe; se da en las películas, en las canciones de moda y en las personas poco maduras. Lo que sí existe es el amor trabajado día a día. Amar no significa tener dulces sentimientos, sino volcarse con el otro en las pequeñas cosas de cada día. En mi libro Quién eres, describo la madurez afectiva como una modalidad aparte, con perfiles propios y específicos. Ahí solamente subrayaría ¡que fácil es enamorarse y qué complejo mantenerse enamorado!. Hoy se ha producido en este campo una auténtica socialización de la madurez sentimental.

8) Falta de madurez intelectual: la inteligencia es otra de las grandes herramientas de la psicología, junto con la afectividad. Hay muchas variedades de inteligencia: teórica, práctica, social, analítica, sintética, discursiva, matemática, analógica, intuitiva y reflexiva... Pero para quedarnos con una idea clara: una persona es inteligente cuando sabe centrar un tema, haciendo razonamientos y juicios de la realidad adecuados, siendo capaz de elaborar un conjunto de soluciones asequibles y positivas que permitan resolver problemas concretos. Dicho en términos más modernos de la psicología cognitiva: inteligencia es saber recibir información, codificarla y ordenarla de forma correcta y ofrecer respuestas válidas, coherentes y eficaces. Aquí las manifestaciones de la inmadurez se expresan de forma rica y variada. Falta de visión y de planificación del futuro. Hipertrofia del presente, una exaltación del instante. No hay crecimiento en los análisis personales y generales, con poca o nula justeza de juicio. Serias dificultades para racionalizar los hechos y aplicar un cierto espíritu cartesiano. La vida es como un viaje, por eso es importante saber a dónde uno quiere ir.

9) Poca educación de la voluntad: la voluntad es una joya que adorna la personalidad del hombre maduro. Cuando es frágil y no está templada en una lucha perseverante, convierte a ese sujeto en alguien débil, blando, voluble, caprichoso, incapaz de ponerse objetivos concretos, ya que todos se desvanecen ante el primer estímulo que llega de fuera y le hace abandonar la tarea que iba a tener entre manos. Es la imagen del niño mimado que tanta pena produce; traído y llevado y tiranizado por lo que le apetece, por lo que le pide el cuerpo en ese momento. Que no sabe decir que no, ni renunciar. Alguien echado a perder, consentido, malcriado, estropeado por cualquier exigencia seria, que no doblará el cabo de sus propias posibilidades. Un ser que ha aprendido a no vencerse, sino a seguir sus impulsos inmediatos. Por ese derrotero se ha ido convirtiendo en voluble, inconstante, ligero, superficial, frívolo, que se entusiasma fácilmente con algo, para abandonarlo cuando las cosas se tornan mínimamente difíciles.

Esto trae consigo otros datos: baja tolerancia a las frustraciones, ser mal perdedor, ya que tiene poca capacidad para remontar las adversidades, pues no está acostumbrado a vencerse en casi nada; tendencia a refugiarse en un mundo fantástico, para alejarse de la realidad.

10) Criterios morales y éticos inestables: la moral es el arte de vivir con dignidad; el arte de usar de forma correcta la libertad, conocer y poner en práctica lo que es bueno. En la persona inmadura todo está cogido por alfileres y fácilmente se deshilacha y se rompe. La moda, la permisividad, el relativismo son pautas vertebrales básicas, sigue los vaivenes de lo último a lo que se apunta todo el mundo sin ningún espíritu crítico.

La madurez es uno de los puentes levadizos que lleva a la fortaleza de la felicidad, y es el resultado de un trabajo esforzado, serio, paciente, de quitar y añadir, de pulir, de limar, de intentar que nuestra forma de ser sea como una piedra de canto rodado de esas que vemos en los ríos y que casi no tienen aristas.


Enseñar a querer: educar los sentimientos y el corazón[7]

Conseguir una maduración armónica de la personalidad, una personalidad plenamente desarrollada, el pleno y armónico desarrollo de todas las capacidades de la persona, o una personalidad madura y bien formada, exige una ardua tarea educativa.

1. El secreto de la felicidad es amar y saberse amado (la persona que sabe amar y se sabe amada, es feliz: tiene familia y amigos); quien no sabe querer a los demás se siente desgraciado, le falta lo más importante, se siente solo.

Dios es Sabiduría y Amor (por eso Dios es infinitamente feliz)

Dios, porque nos quiere felices, nos da esta capacidad de conocer y amar que sólo tenemos las personas (las piedras, plantas o animales no pueden conocer y amar como nosotros), y la libertad (porque sin libertad no se puede amar)

2. Amor es entrega, donación, capacidad de dar la vida, de desvivirse, de servir, de sacrificio, de pensar en los demás, de olvido de sí

Lo contrario del amor es el egoísmo[i], pensar en uno mismo de modo enfermo, des-ordenado, exagerado (Ej.: los ojos están hechos para mirar, el corazón para amar, no solo para amar-se a uno mismo)

Los frutos del amor (une, da la felicidad) y del egoísmo (soledad, tristeza) son opuestos, contrarios

Es importante unir la palabra amor a la de sacrificio: la capacidad de querer depende de la capacidad de sacrificarse, de fastidiarse, por los otros (padres, hermanos, amigos, humanidad) (voy a por una barra de pan porque me lo pide mi madre –porque la quiero, aunque deba interrumpir un juego-, no iría si me lo pide un desconocido)

3. En el amor entre un hombre y una mujer ADULTOS cabe distinguir tres niveles: atracción física, enamoramiento y amor personal (Ej.: pirámide, con tres niveles) (Ej.: vino es un elemento superior de la mezcla de tres elementos: agua, alcohol, y tanino) (Ej.: en una hoguera primero arden los materiales más ligeros, después el fuego necesita alimentarse de materiales más consistentes):

a. Atracción física:

Atracción: a partir de un determinado momento nos sentimos atraídos por las personas del otro sexo, las vemos de otra manera (Ej.: los niños y niñas de educación infantil o primaria que juegan al fútbol sólo ven el balón; unos chicos mayores quizá estarían más pendientes de las chicas[ii])

Se puede hablar de instinto sexual[iii], pero quizá sea más correcto hablar de tendencia, inclinación, atracción (Ej.: un animal encerrado varios días sin comer ni beber, al ponerle comida delante satisface inmediatamente su necesidad; las personas no somos así…, podemos hacer una huelga de hambre y morir de inanición, porque además de instintos tenemos inteligencia, voluntad, afectos) (los animales se aparean sólo en la época de celo, en las personas no es así, no estamos determinados)

Física: lo primero que nos atrae, en lo que nos fijamos, son las cualidades físicas[iv] (si es alta, rubia, delgada o con ojos azules)

La atracción física es algo normal, natural, bueno, querido por Dios, para asegurar la perpetuación de la especie: hay hombres y mujeres para que lleguen nuevas criaturas al mundo: los hijos (solo el pecado introdujo el desorden de la sensualidad, el ver al otro como objeto de placer y no como persona)

El amor NO es sólo ni principalmente atracción física (Ej.: hay actores y actrices con un físico perfecto, que al poco tiempo están separados o divorciados) (Ej.: el paso del tiempo siempre deja huella en todo lo corporal…, el chico atlético y juvenil se vuelve calvo y gordo…, quién confunde amor con atracción física dirá: lo nuestro se ha acabado, ya no me gustas, pero en realidad esas personas nunca se han amado de verdad) (Ej.: si amor sólo fuese atracción física, cuando vea un físico mejor me iré detrás de él)

Sólo el amor verdadero dura toda la vida, crece con el tiempo (Ej.: los padres se siguen queriendo, y no porque no haya hombres o mujeres más jóvenes con un físico más atractivo)

b. Enamoramiento:

La persona enamorada siente una fuerte sensación de entusiasmo que embarga todo su ser, no puede pensar en otra cosa (le cuesta concentrarse), se pregunta continuamente qué estará haciendo el otro, cuenta las horas que faltan para verse, su sola presencia le hace vibrar; todo se recrea, se hace nuevo (nuestro banco, nuestra canción, etc.) (Ej.: si el otro ha estado en una fiesta, esa ha sido la mejor fiesta de su vida; si no ha estado, entonces carece de interés, aunque sea una fiesta muy divertida[v])

Sentimos una cierta simpatía -sintonía, empatía- por alguien, queremos estar con esa persona, conocerla mejor; nos atraen no sólo sus cualidades físicas (nos parece guapa), sino que además valoramos su espíritu de servicio, su alegría, su comprensión (nos fijamos en otras cualidades); notamos una cierta atracción espiritual o anímica[vi]

A veces, la sola presencia de una persona (chica) nos altera, capta toda nuestra atención, no podemos pensar en otra cosa, sólo pensamos en si le agradamos o no)

La afectividad es como una capa que recubre nuestro corazón y en la que las cosas que ocurren a nuestro alrededor dejan huella[vii] (Ej.: si mueren 2.000 personas en unas inundaciones lo sentimos y rezamos por ellas; pero si muere nuestro mejor amigo lloramos, nos hundimos, estamos muy afectados, necesitamos tiempo para recuperarnos) (Ej.: si gana mi equipo de fútbol estoy contento, si pierde estoy de mal humor, pero si no me gusta el fútbol me quedo indiferente)

El amor no es sólo ni principalmente un sentimiento[viii]: los sentimientos aparecen y desaparecen, nacen y mueren, suben y bajan…, sólo en una persona madura son estables (Ej.: hay días que estamos eufóricos y otros melancólicos…, nos gustaría estar siempre contentos, animados, optimistas…, pero la vida real no es así…, los sentimientos son inestables[ix])

La sensación de estar enamorados es siempre pasajera, antes o después desaparece o se consolida transformándose en otra cosa[x]

El enamoramiento lleva a idealizar la realidad, a ser poco objetivos por precipitación y superficialidad[xi] (Ej.: si una persona enamorada tuviese que escribir las cualidades del otro, al que dice querer, le faltaría pizarra, pero si tuviese que escribir en un folio sus defectos no encontraría ninguno…, mientras que sus amistades sí que los ven: en este sentido el amor ciega un poco, o mucho)

El amor NO es solo enamoramiento, antes o después se experimenta el desengaño de chocar con la realidad: personas que decían quererse, que estaban locamente enamoradas, al cabo del tiempo dicen que no se aguantan, que no se soportan (el noviazgo es ese tiempo de prueba para conocer al otro: si quiere a su familia –o es un egoísta incapaz de atender el teléfono o ayudar a servir la mesa-; si lo valoran sus compañeros de trabajo –o está catalogado de individualista, irónico, desleal-; si los amigos lo consideran un amigo de verdad –sabe hacer favores, ayudar en los momentos difíciles, tener detalles de delicadeza-)

c. el amor personal (la boda, compartir la vida entera):

El amor verdadero es querer a la persona entera: alma, corazón y cuerpo; lo bueno que enamora y los defectos que molestan. Es un acto de la voluntad, libre y consciente; conlleva un compromiso, una entrega real[xii]

El amor humano[xiii] es un acto de la voluntad[xiv] (quiero, quiero querer): es decir a alguien que dejo de pertenecerme, que me entrego a él, que me ato a él, que le entrego mi presente y mi futuro, lo que soy y lo que pueda llegar a ser (padre, madre) que no entiendo mi vida sin él (Ej.: si a alguien le doy mi reloj ya no es mío, ha dejado de pertenecerme; si existe una entrega mutua, recíproca, ya no me pertenezco)

La voluntad sí que es más estable[xv], y da origen a una nueva realidad: el vínculo matrimonial, el compromiso que durará toda la vida (lo que Dios ha unido que no lo separe el hombre), somos una sola carne

Personal: quiero a la persona entera, lo que me agrada y lo que me fastidia, sus cosas buenas y también sus defectos o limitaciones; la quiero en cuerpo y alma; en sus días buenos y también en los malos (sana y enferma)

El amor, por definición, es duradero, para siempre (nadie aceptaría que el otro dijese te quiero pero sólo el fin de semana, o hasta que no encuentre a alguien mejor)

El amor verdadero crece con el tiempo, va a más, madura, supera las adversidades, es fiel, supone una renuncia alegre. La persona que sabe amar haría cualquier cosa por el otro, hasta entregarle su vida

El amor siempre puede crecer porque las personas somos inagotables, la vida nos enriquece y hace madurar: es una realidad espiritual, no sólo física (como un pozo sin fondo del que siempre se puede sacar más agua) (conocer el cuerpo del otro –ver su ombligo- es algo sencillo, carece de misterio…, como entrar en una cueva con la emoción de descubrir las galerías…, agotada la cueva no da para más; conocer la personalidad del otro –viva, en continua maduración enriquecedora- es una tarea para toda la vida):

El amor matrimonial es exclusivo y excluyente (salvo los hijos, un tercero sobra: celos, infidelidad) (quien lleva un anillo de casado está comprometido, ya no está disponible, ya ha elegido)

“Te amo de verdad” significa para siempre, no para un tiempo. No es decir: me gustas, me apeteces, me lo paso bien contigo y estaremos juntos mientras seas simpática o no encuentre otra mejor, o no te hagas fea con la edad… Es entrega total y sin reservas, no es un préstamo[xvi]

Cuando el amor NO es personal (y no vemos al otro como una persona que debemos respetar), tendemos a des-personalizarlo, a convertirlo en un objeto de placer, a cosificarlo: el instinto sexual no integrado en la personalidad, como un elemento suelto, lleva a esto: a usar, a abusar de los demás, a utilizarlos (pornografía, prostitución, jugar con sus sentimientos) (Ej.: si tengo sed bebo; veo en el otro no a alguien –persona- sino a algo –cosa- que satisface mi instinto o apetencia sexual de ese momento…, lo cual puede ser para una temporada más o menos larga)

Si se entiende lo visto hasta ahora se pueden analizar expresiones de moda y claramente erróneas: compañera sentimental (no hay ningún compromiso), parejas de hecho (tampoco se quiere adquirir ningún compromiso de estabilidad, aunque sí ciertas ventajas fiscales), parejas de homosexuales (cada persona, hombre o mujer, es completa[xvii], pero el hombre y la mujer se complementan: lo que no se da en este caso…, es no entender la real diferenciación sexual en el aspecto físico, psicológico y espiritual; y menos cuando se pretende adoptar hijos), etc.

El amor verdadero es infinitamente superior en calidad y belleza a los sucedáneos del amor, que tienen mucho de egoísmo oculto: la familia es una bendición de Dios, para el hombre, la mujer, los hijos y para toda la sociedad

4. El amor entre un chico y una chica adolescentes o jóvenes:

La adolescencia es una etapa necesaria y maravillosa de crecimiento, para la formación de la personalidad

El adolescente nota en todo su ser un cambio profundo: externo e interno

Tiene una gran necesidad de comprensión y apoyo. Siente cómo explota su afectividad; y experimenta por primera vez la atracción por las personas del otro sexo y surge la sensación del enamoramiento, que todavía no es el verdadero amor

En el primer amor de los jóvenes pesa más la afectividad. Falta el conocimiento de sí mismo, del otro y del amor como tal. Por eso es más un capricho pasajero, un entusiasmo; es posible que con el tiempo llegue a tomar forma, pero, generalmente, suele desvanecerse al hacerse adultas las personas

En estos años es normal tener amigas y querer acumular experiencias (saber cómo son) pero hay que saber encauzar la afectividad, y no confundir nunca la amistad o el enamoramiento con la sensualidad

Todavía no pueden amarse como dos personas adultas, porque no lo son (están madurando; aún no saben lo que es el amor verdadero; ni conocen bien cómo es el otro[xviii], un chico o una chica)

a. están madurando:

Si amor es entrega, para entregarse hay que poseerse

Adolescente es el que adolece de madurez: no es una enfermedad; es una etapa maravillosa y necesaria de la vida (quien se estanca en la infancia es un infantil, es un crío, no ha crecido por dentro con el paso del tiempo)

Es una etapa de gran crecimiento: externo (físico: ya no tiene un cuerpo de niño o de niña, aunque tampoco es un anciano) e interno (está madurando: despertar de la afectividad, del mundo interior…, se pregunta si los demás le valoran, si le aceptan, quiere ser él mismo…, por eso se rebela contra sus padres, quiere vivir su vida, ser más independiente: antes hacía las cosas porque se lo decían sus padres, ahora quiero saber por qué tiene que hacerlas, y le gusta formar su propia opinión y discutir)

Ese deseo de autonomía o de independencia va acompañado de una cierta inseguridad (por falta de experiencia de la vida), por eso se compara con los demás, quiere saber si les pasa lo mismo que a él, y quiere -necesita- apoyarse en sus iguales, compañeros (la pandilla, la banda)

Este período de fuerte crecimiento interior, de maduración, coincide con el despertar del instinto sexual

Es muy importante respetar la realidad, dar tiempo al tiempo, tener paciencia, no tener prisas (Ej.: una planta necesita tiempo para crecer, si tiro de ella, la arranco y la mato) (Ej.: la fruta necesita tiempo para madurar, si la arranco antes está verde y ácida) (Ej.: un profesor nuevo, novato, necesita tiempo para ser un veterano, aunque haya terminado la carrera universitaria; y lo mismo un jugador profesional de fútbol) (Ej.: quien aprueba el carnet de conducir, el examen teórico y práctico, lleva una “L” durante un tiempo, para indicar a los otros conductores que le falta experiencia) (Ej.: para estudiar un curso necesito todo un año, no puedo asimilar todo en un solo día)

En la adolescencia y en los primeros años de la juventud, el crecimiento es tan acelerado, que un año de diferencia se nota mucho (también en el terreno deportivo): las experiencias acumuladas nos hacen madurar, cambiar, nos enriquecen por dentro (Ej.: un alumno de 1º de Bachillerato ve a uno de 4º ESO muy diferente, aunque sabe que no es un alumno de Primaria…, y lo mismo un universitario de primer año respecto a uno de 2º de Bachillerato)

Por estos motivos, pretender entregarse a alguien en cuerpo y alma a esta edad es un error que resulta muy doloroso, aunque se haga movido por sentimientos nobles y aparentemente limpios (los grandes ideales son propios de esta edad, pero hay que saber encauzarlos)

b. aun no sabe qué es el amor realmente:

La idea que tiene el adolescente del amor todavía es poco real (influye demasiado la imaginación; tendencia a fijarse sólo o principalmente en el físico o en lo externo; no une el amor a la necesidad de sacrificio; confusión entre amor y sensualidad o egoísmo) (Ej.: como el cemento que necesita tiempo para fraguar; o la arcilla que todavía no ha sido modelada y convertida en una bella figura)

La atracción física no requiere ningún esfuerzo, sólo dejarse llevar como por un plano inclinado; mientras que el amor hay que conquistarlo, construirlo, día a día, a base de pequeños o grandes sacrificios[xix]

Debe aprender a encauzar la afectividad y los sentimientos: son algo bueno –nada peor que una persona sin sentimientos, fría, que no sabe querer- pero pueden traicionarnos si perdemos la cabeza (la razón, el sentido común) y la voluntad (la impureza debilita mucho la voluntad, nos hace perezosos; y malos, porque corrompe la voluntad) (Ej.: el agua de un río da de beber a una ciudad y sirve para regar la huerta, pero esa misma agua, si se sale del cauce, puede matar a la gente e inundar y destrozar las cosechas)

Salir con chicos y chicas no es malo: lo malo es encerrase en una relación egoísta (olvidarse de los padres, hermanos, o de los demás amigos o amigas), dar rienda suelta a la sensualidad (ver al otro como un objeto u ocasión de placer, no dominar el instinto sexual que aleja del amor), perder el tiempo y no cumplir con las obligaciones (horas y horas perdidas con la imaginación suelta, fomento de la vanidad, descuido del estudio), no respetar la realidad objetiva de las cosas (no están casados, no existe ningún compromiso: hay manifestaciones de cariño inadecuadas) u ofender a Dios (lo que es pecado nunca es amor); no ser ingenuos, ni confundir amor con sensualidad, etc.

Para vivir bien este periodo de formación de la personalidad conviene hacer mucho deporte, estudiar con intensidad, hacer cosas por los demás (voluntariado, catequesis), rezar, tener el tiempo ocupado

Como la vida es biográfica (todo lo que hacemos forma parte de nuestro pasado), conviene recordar que las experiencias negativas pueden ser traumáticas: vivir el amor en positivo no es un imposible, y si no se lucha, se puede llegar a pensar que el verdadero amor –fiel, duradero, desinteresado- no existe; y la felicidad está en saber amar (el mundo de una persona que no cree en el amor es frío, solitario, calculador, hipócrita)

Sin querer –pensando que se ama- se puede hacer mucho daño a los demás (las chicas sufren más, su herida es más profunda) (Ej.: quien se toma la velocidad como un juego puede matar a los demás, o matarse, por pura inconsciencia, sin ninguna mala voluntad…, pero también sin mucha cabeza)

A esa edad se suele olvidar que amar no es sólo querer a una chica, y que la capacidad de amar no empieza sólo cuando se fija en una chica: ¿qué hago cada día por mis padres? ¿Cómo trato a mis amigos? ¿Me intereso de verdad por las cosas de los otros? ¿Qué he hecho hasta ahora por los demás?

Si educo y entreno y ejercito mi amor usándolo con Dios, mis padres, amigos y los otros, estoy preparándome para amar a una mujer.

c. diferencias entre un chico y una chica:

Un chico y una chica son distintos aunque iguales en dignidad. Pueden complementarse en muchas cosas. Cada uno debe mantener su propia identidad: los hombres ser muy hombres y las mujeres, mujeres de verdad

Ser hombre o mujer no afecta sólo a los órganos sexuales sino a toda la personalidad (a la manera de pensar, de sentir, de actuar); son dos modos muy distintos –no mejor uno que otro- de ser persona (se da esa misteriosa complementariedad). Conviene pensar en estas diferencias (tratar a las chicas con falta de delicadeza es injusto, es machismo)

El hombre busca en la mujer algo que él no tiene y que le resulta atractivo: delicadeza, ternura, belleza, amor a los detalles, comprensión; y la mujer busca en el hombre decisión, seguridad, fortaleza, acogida. No es que la mujer no tenga fortaleza o el varón ternura, pero hay una ternura que es propia de la mujer, que es la que el varón busca, y hay una fortaleza que es propia del varón y que la mujer aprecia. Por eso en el enamoramiento hay siempre algo de sorpresa, de descubrimiento de dimensiones humanas en parte insospechadas, aunque anheladas en el fondo; lo que cautiva es la persona del otro

La manera de sentir de un chico y de una chica es diferente

La sexualidad masculina es mucho más carnal, mucho más sensible a cualquier estímulo: se parece a la llama de un mechero (arde instantáneamente, y puede desaparecer con la misma prontitud)

El chico debe aprender a controlarse, a dominarse. Para poder darse debe tener autodominio. Si se mueve solo por el instinto, aunque diga a una chica que se entrega a ella, esas palabras no tienen valor, ya que el instinto que no domina le puede llevar a hacer cosas que realmente no querría hacer

El amor de una mujer es muy distinto: se parece a las brasas (tardan en encenderse, y se enfrían más lentamente)

Es muy femenino ponerse guapa y vestir bien, o llamar la atención para ser admirada, pero si se viste de manera provocativa los sentimientos que despierta en el chico son muy distintos de los que ella piensa (la contempla como un objeto de placer), y puede haber malos entendidos, situaciones muy desagradables. La chica que piensa conquistar así al chico se equivoca (un chico distingue perfectamente entre una chica fácil y una chica que vale la pena, para compartir la vida y formar una familia) (Para una chica dar un beso, un abrazo o una caricia, puede ser algo limpio, normal, y para el chico ser ocasión de despertar su sensualidad y su instinto sexual)

La chica debe ayudar al chico a enfocar correctamente la atracción que siente por ella, a fijarse no solo en su físico sino en sus cualidades personales; en una relación normal un chico casi nunca llegará más allá de donde le deje llegar la chica

5. Algunos errores sobre la sexualidad que conviene desenmascarar:

a. amor es igual a sexo:

Buscar en el sexo lo que sólo da el amor produce frustración (una expectativa no cumplida, nos sentimos defraudados). El sexo desconectado del amor no es amor ni crea amor, y suele matar el verdadero amor (Ej.: querer a los padres, hermanos, amigos o amigas no es tener relaciones conyugales con cada uno de ellos) (Ej.: el amor entre los esposos no se reduce a la relación conyugal) (Ej.: la autosatisfacción sexual no crea amor: esa desconexión hace egoísta a la persona)

Quien confunde amor con sexo busca su propio placer, no ama a la persona, solo la usa, es un egoísta, y destruye progresivamente su capacidad de amar, sus posibilidades de realizarse verdaderamente como hombre o mujer y, por tanto, de ser feliz

Saber de sexo no es saber de amor; hay personas que lo saben todo sobre el sexo pero que no saben amar. Es lógico y legítimo informarse sobre el sexo y el amor, pero con delicadeza, se relaciona con lo más profundo y misterioso del ser humano. Todos sabemos amar, es lo más natural del mundo, se aprende con la vida misma: no con revistas, programas de radio o televisión sobre sexo. Lo lógico es preguntar a los padres, que son los que más saben de amor

La sexualidad humana no puede experimentarse (no es un proceso físico-químico que pueda probarse), es un aprendizaje conjunto de una de las formas de expresar el amor

b. todo lo natural, lo espontáneo, es bueno:

Es ignorar la evidencia, las consecuencias del pecado original; quien no lucha (contra la pereza, capricho, desgana o la sensualidad) va de mal en peor, se degrada; corre el peligro de convertirse en un inútil, en el estudio y en todo

Querer es vivir las diferentes etapas de la maduración del amor del modo adecuado a cada situación (amistad, noviazgo, etapa prematrimonial y matrimonio). Las manifestaciones de afecto, ternura o cariño tienen un lenguaje corporal propio para cada una de estas etapas. La relación sexual completa es gratificante, enriquecedora y puede proporcionar felicidad solo si se da en ese contexto de compromiso definitivo, apertura a la fecundidad y entrega absoluta y total (propia del matrimonio).

A veces en el noviazgo se quieren adelantar acontecimientos, justificándolos como amor; pero es más bien egoísmo o falta de autodominio, que no presagian una fácil fidelidad posterior en el matrimonio

c. no pasa nada si te tomas el sexo como un juego, temporalmente:

Jugar con el amor es imposible; afecta a toda la persona (Ej.: una apuesta en broma no es una apuesta, no tiene emoción, no se arriesga nada; una vuelta de prueba no es la carrera) (Ej.: un moribundo no hace un testamento en broma, ni nadie compra un coche o se matricula en la universidad en broma)

El amor se da entre personas: es indigno tratar a un chico o a una chica como un juguete, como un objeto de diversión (a todos nos molesta que no nos tomen en serio); no podemos jugar con los sentimientos de los demás (es una injusticia muy grave; el daño que causamos a veces es irreparable)

Jugar a estar enamorado (buscar enamorarse pero sin adquirir compromisos) tiene sus consecuencias: la naturaleza no perdona (Ej.: quien juega a la velocidad con su coche quizá lo pasa muy bien, pero puede tener un accidente y morir, o matar a otros o dejarlos inválidos)

Tomarse las cosas en broma no significa que las cosas no sean reales; jugar con el amor es una muestra clara de inmadurez (¿estás dispuesto a convertirte en un asesino, utilizando o recomendando píldoras abortivas? Hay que pensarlo antes) (Ej.: lo que ocurre una noche, por frivolidad, quizá bajo los efectos del alcohol, es real, ha ocurrido, y tiene consecuencias a veces irreparables)

La capacidad de amar se puede perder, cuando llenamos el corazón de sensualidad (Ej.: si me rompo la pierna y me enyesan los músculos quedan entumecidos; si abuso de la bebida el paladar puede quedar quemado o estragado)

d. con mi cuerpo hago lo que quiero:

La sexualidad no es algo externo a mi personalidad (como un guante), afecta a todo mi ser

e. para conocer a una chica hay que tener relaciones con ella:

Una persona no es solo su cuerpo. Como el amor no se ve ni se toca, los que se aman necesitan manifestar externamente su amor de mil formas diferentes: una mirada, palabras cariñosas, sonrisas, pequeños servicios, un regalo, un abrazo…

El acto conyugal es una manifestación del amor: si no existe un amor previo y estable, que une la intimidad de las personas antes que sus cuerpos, la relación sexual no tiene sentido (el acto sexual no causa el amor, manifiesta ese deseo previo) (Ej.: si doy la mano a alguien y le sonrío y nada más alejarse le critico, ese gesto de amistad se convierte en un acto hipócrita y vacío de contenido)

El sexo polariza la relación (como un imán), impide amar de verdad; el amor verdadero no surge de la relación sexual (error de reducir la persona humana al nivel de cosa; utilizarla; reducir el amor a pura apetencia)

La actividad sexual fuera del matrimonio se polariza en el solo placer sexual, rebaja el amor a lo exclusivamente corporal y afectivo (Ej.: quien ha perdido la cartera o las llaves busca por toda la casa y polarizado solo ve eso, lo demás no le interesa)

f. si me quieres, demuéstramelo:

Si un chico dice a una chica que la quiere, la chica debería preguntarse: ¿para qué? (¿para usarme? ¿para gozarme? ¿para cuánto tiempo?) Es una pregunta muy clarificadora, ayuda a ver las cosas como son. La respuesta debería ser: si me quieres, demuéstramelo, respetándome (no usándome). El amor verdadero no tiene nada que ver con el chantaje sentimental

El egoísmo compartido tampoco es amor: egoísmo más egoísmo no es igual a amor sino a un gran egoísmo compartido (doblado, reforzado): aunque los dos quieran o digan que se quieren están aprovechándose el uno del otro (sexo a cambio de afecto), y cuando uno de los dos se canse o vea que esa relación ya no le compensa dejará al otro. Como eso no es amor, dos personas pueden estar juntas pero no unidas (el sexo pervertido impide la comunicación), y no encontrar la felicidad que buscaban

El miedo a perder al otro lleva a ceder ante el chantaje sentimental, pero el miedo no es amor, y siempre acaba en desprecio del otro

g. el miedo a quedarse sin novia:

Lo importante, ahora y siempre, es querer a la gente (padres, hermanos, amigos, amigas); prepararse para hacer realidad el sueño de formar una familia. Más importante que tener novia o novio es encontrar a la persona que pueda ser una esposa o marido bueno y fiel (Ej.: es absurdo preocuparse por si en el futuro se encontrará trabajo o no: quien estudia ahora con responsabilidad tendrá un buen trabajo)

6. Medios para vivir bien la virtud de la santa pureza:

Para no utilizar a las personas y quererlas de verdad hemos de educar nuestro cuerpo (respetar la intimidad del otro y hacer que se respete la nuestra)

Lo más importante es aprender a querer a los demás, en el día a día (padres, amigos, a todos), sin encerrarse en uno mismo o en una relación egoísta

Saber amar con el cuerpo es muy importante; debemos educarlo para que sus reacciones y gestos reflejen el amor verdadero y no solo algo instintivo (Ej.: sin ensayo o entreno no sabemos bailar, cantar o comer como personas; sin educación actuamos embrutecidos, como animales, no como seres personales con cuerpo y alma)

Se trata de enseñar a luchar, para vencer; y de estar convencidos de que vale la pena llevar una vida limpia

Tener clara la distinción entre sentir y consentir, entre ver y mirar;

Los sueños escapan a nuestro control (pero evitar que lo que vemos o escuchamos durante el día influya negativamente)

Evitar las ocasiones de peligro: alcohol (¡no beban!), discotecas (¿a qué vas? ¿piensas, en serio, que el entorno no te influye? ¿esperas encontrar ahí a la persona adecuada que buscas?), Televisión (hay series y programas que no se deben ver; verla solo es una imprudencia; el zapping es ponerse en ocasión de pecado), radio (hay canciones con letras sensuales que no debemos escuchar), internet (conectarse y utilizarlo cuando necesitamos cosas concretas…, navegar es como hacer zapping; conviene instalar un filtro para defendernos), playas y piscinas (cuidar especialmente la guarda de la vista; evitar las que tienen mal ambiente)

Si no sabes divertirte sin ofender a Dios, algo grave ocurre en tu cabeza y en tu corazón (deportes, escuchar música, leer, excursiones, visitar museos, ayudar a gente necesitada, colaborar con proyectos solidarios y de voluntariado, aprender idiomas, tocar algún instrumento musical, hacer arreglos, etc., etc.)

Cortar con fortaleza cualquier conversación impura, o marcharse, y después hablar a solas con el interesado: protestar enérgicamente (y no permitir, en nuestra presencia, que se pase pornografía…: ¿dejarías que tus amigos propagasen droga?)

No tener miedo a defender la verdad (¿te gustaría que viese esto tu madre, o el director del colegio? ¿aprobarías que alguien hiciese esto con tu hermana? ¡no tienes ningún derecho a incitar a los demás a ofender a Dios! ¿es esa la idea que tienes de lo que es una mujer: tu madre, tu hermana?)

REZAR, acudir a la Virgen (no hay tentación que resista tres Acordaos; el Rosario lo puede todo; rezar el Bendita sea tu pureza; las tres Avemarías de la noche pidiendo por la pureza; agua bendita por la noche; dormirse rezando el Rosario)

HUMILDAD (evitar las ocasiones, rezar más)

Trabajar mucho, estar muy ocupados (de pereza a pureza sólo va una letra)

Cuidar especialmente la mortificación de la vista (los ojos son como las ventanas del alma; ojos que no ven, corazón que no siente; las imágenes alimentan la imaginación…, no permitir que se metan cosas impuras; quien cuida la guarda de la vista nota que hay más tranquilidad en su interior, que la sensualidad da menos guerra; ir por la calle rezando; desagraviar ante un kiosco, etc.)

Cuidar la guarda del corazón (no fijarse en todas las chicas; no querer hacerse siempre el simpático; no coquetear)

Mortificar la imaginación (es la loca de la casa)

Ser mortificados (somos como un jinete montado en un caballo: o utilizamos la fusta y llevamos las riendas cortas o nos tirará; o dominamos nuestros gustos y apetencias, o acabamos siendo esclavos de ellos)

Recordar que la impureza es como la lepra del alma (no dejarse engañar, no compensa, es un señuelo… como el anzuelo para los peces)

Recordar con frecuencia que vale la pena vivir el amor en positivo (eso sí que da alegría y felicidad): piensa en tu futura familia…, y en el presente (sólo el amor da la felicidad)

Defenderla como un tesoro; es algo muy valioso

Pensar (razonar, reflexionar): la mayoría de las tonterías que se dicen sobre el amor y el sexo las dicen los fracasados, no es lógico escucharles (Ej.: nadie encarga una casa a un arquitecto al que se le han caído todas, ni acude a un médico al que se le mueren todos sus pacientes: hay sexólogos, divorciados, que solo hablan de sus fracasos matrimoniales, intentando justificarlos como normales)

Cuidar el pudor (la intimidad corporal es una defensa o protección de la intimidad del alma)

El pudor es una tendencia natural a defender la intimidad, la vida privada, salvo que uno decida libremente contársela a alguien (Ej.: los demás no tiene por qué saber cómo me llevo con mis padres, quienes son mis amistades íntimas o qué cosas me alegran o entristecen)

El pudor es esa sensibilidad que nos ayuda a seleccionar qué exponemos o no de nosotros mismos ante los demás, lo que es comunicable o no (Ej.: si alguien cuenta cosas de su vida privada y falta confianza, nos sentimos incómodos, es como si se desnudara ante nosotros)

El pudor nos lleva a vestir de tal forma que nuestro cuerpo no quede exhibido a la vista de curiosos o de miradas malintencionadas (Ej.: nadie deja un montón de dinero a la vista de todos, sería como incitar a alguien a que lo robase)

No faltamos al pudor cuando nos quedamos desnudos para asearnos o cuando nos sometemos a una revisión médica

Esa reserva de lo íntimo dignifica a la persona, hace que lo que se guarda tenga más valor. El pudor ayuda a preparar la intimidad para entregarla a un amor auténtico en el momento adecuado

Lo IMPORTANTE es aprender a querer a Dios (piedad: corazón, afectos al rezar, etc.) y a los demás (amistad): el olvido de sí, el darse a los demás, es la gran solución

7. Más sobre el amor humano y el amor divino (para entender qué es amar): el amor es una asignatura pendiente…, tenemos mucho que aprender

“Lo que se necesita para conseguir la felicidad, no es una vida cómoda, sino un corazón enamorado” (Surco, n. 795)

Un mismo hecho, visto con amor o con frialdad, se contempla de forma distinta (Ej.: si un niño se mete el dedo en la nariz, las visitas comentan “qué niño más maleducado”, pero la madre piensa “de mayor será investigador”)

“Yo no he tenido necesidad de aprender a perdonar, porque Dios, me ha enseñado a querer” (San Josemaría)

Cuando no soportamos a alguien, o nos obsesionan sus defectos, es que no sabemos amar (sólo Dios, en la Oración, consigue que cambiemos de actitud, que pasemos de pensar que los demás han de cambiar, a aceptar que somos nosotros los que debemos mejorar: debo ganar en paciencia, comprensión…, ¿qué puedo hacer yo para que mejore esta situación?)

Caridad: “Amaos os unos a los otros como YO os he amado” (Jesús nos ama como somos, no sólo nos soporta): caridad es mucho más que educación o civismo; es amar con el amor de Jesús (sin límites, a todos, hacerlo por Dios, amar como Él)

Saber “romper la foto”: aprender a perdonar, a olvidar, no ser rencorosos (Ej.: si miro la foto de una persona bostezando estoy deformando la realidad…, porque hace tiempo que ha cerrado la boca); aquello negativo que pasó (un mal momento) no debe influir más en mi vida…, pensar en lo que une, en lo positivo, dar otra oportunidad


Anexo: Sobre las relaciones prematrimoniales

No es verdad que tener relaciones prematrimoniales es conocer al otro (ver su ombligo no es conocer a una persona…, el físico es algo limitado, como la investigación de una cueva; conocer a una persona es ir descubriendo poco a poco, a base de tratarla, y durante toda la vida, su rica personalidad)

El sexo dificulta conocer al otro, porque la relación se polariza en lo sexual (Ej.: persona que ha perdido billetera y que la busca por su casa solo ve en su mente la billetera que busca…, aunque vea los muebles, etc., todo está en un segundo plano, no le interesa: el sexo y la sensualidad impiden conocer la rica personalidad del otro)

Todo misterio desvelado antes de tiempo siempre defrauda (Ej.: la ilusión de recibir un regalo, la sorpresa, desaparece si ya lo he visto; como revelar el final de una película o novela, etc.)

No es verdad que el sexo asegura la relación o la consolida (el trato “superficial” al que lleva el sexo, acaba cansando…, porque lo realmente atractivo del otro es su rica personalidad)

Quien ha recibido todo a cambio de nada, sin ningún compromiso, se pregunta: ¿qué necesidad tengo de atarme? (el amor, que es entrega, es sustituido por el egoísmo, que es calculador: el sexo mata el amor, cuando no es integrado en éste)

La falta de dominio dificulta la fidelidad futura

Si al final la pareja rompe, la separación es más dolorosa cuanto mayor ha sido la entrega (y si uno ha entregado su cuerpo, se siente profundamente engañado)

Si después de esas relaciones se rompe la relación, ya nunca más podrá ser la primera vez con la pareja definitiva (y eso es muy duro)

Por lo dicho, las relaciones prematrimoniales, ni son relaciones (dificultan la auténtica relación personal), ni suelen ser prematrimoniales (porque no acaban en matrimonio…, o no es un matrimonio estable)

El mejor regalo que se puede ofrecer el día de la boda es el de la propia virginidad, el haber sabido esperar, reservarse para el otro

No da igual antes que después (¿y si accidente y el otro paralítico, etc.? ¿aun así te casarías? Ser sinceros): respetar la realidad (no estamos casados)

No tener relaciones prematrimoniales ayuda a sentirse libre, no obligado, porque uno no ha adquirido ningún tipo de compromiso

No ser ingenuos, pensar en las consecuencias: embarazo, preservativo (es decir al otro: no te quiero al 100%, no quiero tu maternidad)

No tener esas relaciones evita muchas dudas…, si ha cedido ante mí, ¿cómo sé que no ha cedido antes? ¿qué no cederá después?

El miedo a perder al otro no es amor, es miedo…, y debería ser una “piedra de toque”: si te abandona, ya sabes lo que quería de ti (te has librado de un sinvergüenza)

Un chico distingue perfectamente entre una chica fácil y una que vale la pena

El saber esperar hace cada vez más valioso el objeto deseado (en este caso, la persona a la que amamos). Hoy se dice que la gente sabe lo que valen las cosas, pero no lo que cuestan, y que por eso no las “valoran”

Hay que respetar la realidad objetiva de las cosas: las manifestaciones de afecto no pueden ser las mismas entre personas casadas o no (aun no existe un vínculo, un compromiso, y durante el noviazgo es bueno mantener ese espíritu de libertad, si no, cuando en el futuro aparecen las dificultades, en los momentos de crisis uno podría decir que se sintió “obligado” a comprometerse, por aquellos anticipos que se produjeron)

Quien piense que no se puede manifestar el afecto, la ternura, el cariño al otro al margen de las relaciones prematrimoniales no tiene ni idea de lo que es el amor y de lo que es amar: no sabe amar a Dios, a sus padres, a sus amigos.


El camino de la oración[8]


La oración es como un viaje que atraviesa diversas etapas que iremos repasando a continuación.

1. MEDITACIÓN

Es la escucha de Dios, de sus palabras. Partimos de la lectura atenta de las palabras de Jesús. Nos detenemos a observar el trato de Jesucristo con las personas; y aprendemos una nueva lógica de actuar, más divina.

Hemos de profundizar en los hechos y palabras de Jesús y discernir los valores que configuran su existencia, su modo de pensar, de sentir, de amar: la lógica divina. De esta manera vamos entendiendo qué es el hombre desde Dios: cómo ve Dios al hombre. Descubrimos el misterio del hombre, cada uno descubre su realidad más profunda.

Veamos un ejemplo: un día Jesús atraviesa la región de Samaría acompañado por sus discípulos. Tratan de entrar en un pueblo, pero se lo impiden por ser judíos; los samaritanos no se entienden bien con los judíos. Santiago y Juan proponen a Jesús que el Cielo consuma con fuego a esas gentes. Jesús les hace entender que no es ese el espíritu de Dios. Les infunde el espíritu de misericordia, la lógica del perdón.

Esto mismo puede hacerse con cualquier escena de la Biblia, y escuchar un mensaje de profunda sabiduría divina. Meditando esas escenas se aprende la lógica de Dios.

2. EXPERIMENTAR LA PRESENCIA DE JESUS

Por la Fe sabemos que Jesús no pertenece sólo al pasado o al futuro. Jesús pertenece a toda la historia, a todo tiempo, y por tanto también al presente. Se trata de saber que Jesús está ahora con nosotros, conmigo, a mi lado. Saber que yo vivo en el corazón de Jesús: "Yo estaré siempre con vosotros", nos ha prometido. Pero... ¿está también Jesús en mi corazón?

Es preciso experimentar el encuentro con Jesús. Se trata de sentir el amor de Cristo por uno mismo: saberse querido por Dios Padre en el Hijo bajo el Espíritu Santo. Experimentar la presencia de Jesús y la Trinidad en el mundo, en lo más profundo de mi corazón.

Dios está aquí, pero a veces no le vemos. Hay que aprender a descubrir a Dios en el rostro de cada ser humano. Hay que aprender a descubrir la presencia de Dios por medio de la Iglesia.

San Agustín nos relata su experiencia: "¡Tarde te amé, Hermosura tan antigua y tan nueva, tarde te amé! Y tú estabas dentro de mí y yo afuera, y así por fuera te buscaba; y, deforme como era, me lanzaba sobre estas cosas hermosas que tú creaste. Tú estabas conmigo, mas yo no estaba contigo. Reteníanme lejos de ti aquellas cosas que, si no estuviesen en ti, no existirían. Me llamaste y clamaste, y quebrantaste mi sordera; brillaste y resplandeciste, y curaste mi ceguera; exhalaste tu perfume y lo aspiré, y ahora te anhelo; gusté de ti, y ahora siento hambre y sed de ti; me tocaste, y deseé con ansia la paz que procede de ti".

En la oración no es preciso oír voces celestes, como a veces esperamos. Más bien se trata de un mirar y un saberse mirado, un amar y un saberse amado. El Beato Josemaría nos narra así su itinerario espiritual: "Primero una jaculatoria, y luego otra, y otra..., hasta que parece insuficiente ese fervor, porque las palabras resultan pobres...: y se deja paso a la intimidad divina, en un mirar a Dios sin descanso y sin cansancio".

3. CONFIAR EN SER SALVADO POR JESÚS.

En ocasiones experimentamos más vivamente las propias limitaciones y brota desde nuestro interior aquella exclamación del salmista: ¿qué es el hombre para que te acuerdes de él? Es la experiencia de la propia indigencia natural, la experiencia de la propia debilidad (las torpezas, la impotencia para afrontar tantos problemas que me asolan), la ignorancia del sentido profundo de los avatares de la historia, de los sucesos cotidianos, de la realidad humana, del mundo... Es la experiencia amarga de los pecados cometidos... los sentimientos de rencor e incomprensión hacia determinadas personas... el temor hacia el futuro incierto. Todo esto pesa sobre tu corazón.

Te sientes necesitado de un Salvador que te otorgue la fortaleza, la seguridad, la esperanza, el perdón... y esperas en Aquel que es el único que puede darte eso que te ha prometido. Y necesitas abandonarte y descansar en El, y encontrar en tu Dios la paz que el mundo no puede dar.

Te sientes renovado cuando te sabes atendido por Aquel que puede salvarte de tu nada, de tu miseria, de la muerte y destrucción a la que casi sin querer tiendes. Y por eso manifiestas en tu oración el estado de tu alma para ser curado, ser iluminado, ser fortalecido... Y brotan de tu corazón actos de dolor de amor, de contrición, de confianza, de súplica...

Es otra vez S. Agustín quien exclama: "¡Ay de mí, Señor! ¡Ten misericordia de mí! Yo no te oculto mis llagas. Tú eres médico, y yo estoy enfermo; tú eres misericordioso, y yo soy miserable".

A la vez comprendes que Dios ha puesto a tu lado personas; y en definitiva a la Iglesia, como mediadores para que te faciliten este paso de confianza y abandono en Dios. Comprendes que esas personas que tantas veces han sabido perdonarte y ayudarte cuando has sabido confiar en ella son, de alguna manera, la personificación de Dios mismo que actúa por ellas.

4. COMPROMISO PERSONAL CON JESUCRISTO

La madurez del vivir en Cristo lleva a subordinarlo todo, a desprenderse de todo para seguir y vivir en Cristo y llevar a cabo la extensión de su Reino en la propia vida, entre las demás personas, en la Iglesia.

En la oración surgen así resoluciones de una vida nueva: propósitos de entablar relaciones nuevas -basadas en una mayor caridad- con las personas con las que convivimos. Surgen propósitos de tratarse mejor a uno mismo: de dejarse ayudar por Dios para vivir un nuevo orden interno de vida más exigente, más ordenado, más ambicioso, más cristiano, más humano. Nacen desde la humildad resoluciones firmes basadas de huir del pecado y afrontar la vida hacia la construcción del Reino de Dios, hacia la edificación de la Iglesia.

Nosotros, pues, -dirá el Papa San Clemente- también con un solo corazón y con una sola voz, elevemos el canto de nuestra común fidelidad aclamando sin cesar al Señor, a fin de tener también nuestra parte en sus grandes y maravillosas promesas. Porque él ha dicho: Ni el ojo vio, ni el oído oyó, ni el hombre puede pensar lo que Dios ha preparado para los que lo aman.

5. CONCRECIÓN DE MEDIOS

La oración es búsqueda de soluciones a problemas personales ajenos y propios. En la oración puedes encontrar luces para afrontar esos problemas con la luz de Dios. Pídeselo. Y con esa petición trata de elaborar propósitos concretos para llevar a cabo esas resoluciones firmes de tu alma: metas concretas a corto plazo, sencillas, asequibles.

La santidad es un don y a la vez una tarea. La oración debe servir para orientar la tarea más importante de la vida, la única tarea importante que vale la pena llevar a cabo en esta vida.

Para llevarla a cabo es preciso cada día dar un pequeño paso adelante, rectificar algún paso equivocado realizado en el pasado. Se requiere un proyecto diario de santificación. El día de hoy es un regalo del Cielo que se me otorga para poder poner algún ladrillo en la construcción de esta gran Catedral que es el Reino de Dios, la Jerusalén celeste que se empieza a edificar ya en este tiempo. Cada día hay que preguntarse en la oración: ¿en qué puedo mejorar hoy un poco: en relación con mi trato personal con Dios, con los demás, conmigo mismo?

Por poner un ejemplo, alguien puede en su oración recordar que ayer estuvo un tanto serio o distante respecto a una persona. En su oración puede concretar -y anotarlo en un cuaderno-: hoy voy a procurar ser más amable y atento con este hijo mío o con este colega de trabajo. Otro ejemplo: ayer me dejé dominar por la curiosidad ante un cartel algo obsceno que hay en la calle. Hoy procuraré rezar más cuando vaya por la calle y hacer un acto de desagravio cuando pase por delante del cartel, y cuando pase por delante de la iglesia que me pilla de camino al trabajo procuraré hacer un acto de amor a Jesús sacramentado.

Viene bien concretar en la oración el modo en que podemos tratar mejor a las personas con las que convivimos, y proyectar pequeños objetivos apostólicos. Por ejemplo, proponerme saludar próximamente a una persona para ganar en confianza, conocer sus dificultades, tratar de ayudarla y facilitarle que afronte su vida de una manera más cristiana



[1] Alfonso Aguiló.

[2] Alfonso Aguiló.

[3] Enrique Rojas, ABC 12/02/03.

[4] Julio Barrilero, resumen de La vida lograda, de Alejandro Llano (Editorial Ariel, 2002)

[5] Alfonso Aguiló.

[6] Enrique Rojas, ABC, 19/02/05.

[7] Josep Ribot

[8] Gonzalo Beneytez.



[i] No es lo contrario, pues el ego-ísmo es "amor a sí mismo". Lo contrario es el altru-ísmo. Hay dos tipos de egoísmo: 1) el bueno, santo, sano, ordenado, moderado (el incluido en el Primer mandamiento: amar a Dio y al prógimo como a uno mismo); 2) el malo, enfermo, des-ordenado, exagerado. El egoísmo exagerado es pecado contra la caridad debida al prójimo; y el altruísmo exagerado (la prodigalidad) es pecado contra la caridad debida a uno mismo.

[ii] Primero, sólo como jugadoras, como diestras o inhábiles; luego, también -y sobre todo- como guapas, redondeadas, delicadas, tiernas, compañeras, complementarias, colaboradoras para formar una familia (y no como jugadoras de fútbol).

[iii] Sí se puede hablar de instinto, pues eso significa espontáneo, interior, brotado de dentro; se opone a sobre-venido del exterior, de lo cultivado con arte (o sea arti-ficialmente). Hay dos tipos de instinto: 1) el que no tiene nada por encima que lo con-duzca, que lo e-duque, el corcel sin jinete, el determinado; 2) el que sí, el in-determinado. El jinete es la razón. Un corcel no educado saltará siempre del mismo modo; uno educado lo hará de formas diferentes.

[iv] Es lógico. Lo primero que vemos en cualquier cosa es la superficie, lo exterior (el envoltorio de un regalo, la carrocería de un coche); pero no hay que quedarse ahí, hay que llegar al núcleo, al interior (al regalo, al motor).

[v] Guía Casals, p. 11

[vi] Se trata de una "atracción espiritual" o, mejor, "atracción anímica". Y esto se da a dos niveles: 1) la esfera animal (sentidos y sentimientos); y 2) la esfera hominal (inteligencia y voluntad). Hay virtudes en los dos niveles. En el primero: dulzura, mansedumbre, fortaleza, ternura, etc. Y en el segundo: inteligencia, fuerza de voluntad, cultura, etc.

[vii] No olvidemos que hay afectividad en los dos niveles: animal (sentidos y sentimientos) y hominal (inteligencia y voluntad).

[viii] No olvidemos que hay amor en los dos niveles: animal (sentidos y sentimientos) y hominal (inteligencia y voluntad).

[ix] Aunque aquí se liga inestabilidad con sentimiento esto es falso. También la voluntad -el querer- es inestable: hoy quiero levantarme para ir a Misa y mañana no quiero.

[x] Es pasajera porque desaparece, o porque se consolida transformándose en otra cosa

[xi] No se debe confundir enamoramiento con precipitación y superficialidad (esto último lleva a ser poco objetivos). El motivo de la precipitación es la impaciencia de seguir buscando (pensando, ponderando) y las ganas de detener la búsqueda. Eso es también subjetivismo, apasionamiento (la pasión es la pereza mental). Por tanto, el problema no está principalmente en la voluntad (amor) sino en la inteligencia (deliberación); es un problema de prudencia (aunque el motivo por el que la inteligencia ha cedido a la presión de la voluntad es porque esta antes ha cedido a la presión de los sentimientos).

Algo parecido sucede con la superficialidad: se queda en la superficie sin bucear en las profundidades, sin ir a la raíz; se queda en una faceta sin considerar las restantes. Así un chico se liga -se ata- a una chica porque ésta es guapa, divertida; una chica se liga a un chico porque éste le gusta, le da seguridad, le trata con dureza, etc. Pocos se preguntan si, además es bueno, entregado, humilde, capaz de sacar adelante una familia, etc.

O sea, el interfecto no se ha enamorado de éste chico o de ésta chica, sino de su chico o su chica; esto es, no del chico real sino del chico ideal; de un ideal, no de una persona de carne y huesos.

Pero el ideal no existe. Pero la gente enamorada se da cuenta años después, tras un largo noviazgo o, incluso, tras tiempo de matrimonio. Y rompen: la relación, los corazones; y pierden el tiempo, varios años. ¿No valdría la pena aprovecharlo, asegurarse antes? ¿Por qué vamos a ser menos serios que al elegir casa, coche o zapatos?

[xii] Guía Casals, p. 11

[xiii] El amor animal es amor de los sentidos, que es sentimiento.

[xiv] El amor de la voluntad puede ser de dos tipos: 1) amor a uno mismo (egoísmo), o 2) amor al otro (altruísmo). No se identifica automáticamente con el segundo.

[xv] La voluntad es más estable que el sentimiento; pero no es estable sin más: de otra manera no se cambiaría de opinión, los propósitos siempre se cumplirían, etc.

[xvi] Guía Casals, p. 11-12

[xvii] Cada persona es completa en otros aspectos (aunque en casi todo necesitamos de los otros); pero no lo es en el aspecto sexual (entendiendo por esto sus tres facetas: física, psicológica y espiritual).

[xviii] Por no conocer al otro no puede enamorarse de él. Se enamoran de una idea parcial o superficial.

[xix] La atracción hacia la bondad y la belleza (físicas, psicológicas, espirituales) no requiere ningún esfuerzo (es como tener hambre ante un alimento). El esfuerzo hay que ponerlo para unirse a la bondad (es como masticar, deglutir, digerir). Lograda la unión hay fruición. O sea que el amor tiene tres grados, correspondientes a las tres partes de un viaje (o del construir un edificio): 1) ciudad de partida; 2) viajar; 3) ciudad de llegada.