6.1.08

Vocación

1. Estamos aquí porque Dios nos ha elegido.

Explicar la propia llamada de Dios es difícil (A. Balcells). Memoria ingenua, p. 140.

2. Dios que nos ha elegido nos dará los medios para perseverar.

La norma general que regula la concesión de gracias singulares a una criatura racional determinada es la de que, cuando la gracia divina elige a alguien para un oficio singular o para ponerle en un estado preferente, le concede todos aquellos carismas que son necesarios para el ministerio que dicha persona ha de desempeñar (San Bernardo de Siena, Sermón 2, Sobre san José: Opera omnia 7,16. 27-30).

Desde Ávila veníamos contemplando el Santuario, y —es natural—, al llegar a la falda del monte desapareció de nuestra vista la Casa de María. Comentamos: así hace Dios con nosotros muchas veces. Nos muestra claro el fin, y nos lo da a contemplar, para afirmarnos en el camino de su amabilísima Voluntad. Y, cuando ya estamos cerca de El, nos deja en tinieblas, abandonándonos aparentemente. Es la hora de la tentación: dudas, luchas, oscuridad, cansancio, deseos de tumbarse a lo largo... Pero, no: adelante. La hora de la tentación es también la hora de la Fe y del abandono filial en el Padre Dios. ¡Fuera dudas, vacilaciones e indecisiones! He visto el camino, lo emprendí y lo sigo. Cuesta arriba, ¡hala, hala!, ahogándome por el esfuerzo: pero sin detenerme a recoger las flores, que, a derecha e izquierda, me brindan un momento de descanso y el encanto de su aroma y de su color... y de su posesión: sé muy bien, por experiencias amargas, que es cosa de un instante tomarlas y agostarse: y no hay, en ellas para mí, ni colores, ni aromas, ni paz.

No mirar atrás.

No se puede mirar atrás después de haber puesto la mano en el arado; no se puede volver la cara atrás después de la llamada del Señor. Para ser fieles, y felices, es preciso tener siempre los ojos fijos en Jesús, como el corredor que, iniciada la carrera, no se distrae en otros asuntos: sólo le importa la meta; como el labrador que se fija en un punto de referencia y hacia él dirige el arado. Si mira atrás, el surco le sale torcido.

A veces, la tentación de mirar atrás puede llegar a causa de las propias limitaciones, del ambiente que choca frontalmente con los compromisos contraídos, de la conducta de personas que tendrían que ser ejemplares y no lo son y, por eso mismo, parecen querer dar a entender que el ser fiel no es un valor fundamental de la persona; en otras ocasiones puede llegar esa tentación a causa de la falta de esperanza, al ver la santidad como lejana a pesar de los esfuerzos, de luchar una y otra vez. "Después del entusiasmo inicial, han comenzado las vacilaciones, los titubeos, los temores. -Te preocupan los estudios, la familia, la cuestión económica y, sobre todo, el pensamiento de que no puedes, de que quizá no sirves, de que te falta experiencia de la vida.

"Te daré un medio seguro para superar esos temores -¡tentaciones del diablo o de tu falta de generosidad!-: "desprécialos", quita de tu memoria esos recuerdos. Ya lo predicó de modo tajante el Maestro hace veinte siglos: "¡no vuelvas la cara atrás!"". Por el contrario, en esas situaciones, que pueden cargarse de añoranzas, hemos de mirar a Cristo que nos dice: Sé fiel, sigue adelante. Y siempre que nuestra mirada se dirige a Jesús adelantamos un buen trecho en el camino. "No existe jamás razón suficiente para volver la cara atrás" (HCD, 13, to C).

Si comenzamos a mirar atrás hemos de tener clara una cosa: se ha metido la tibieza en el alma. No es que tengamos un problema de vocación, el problema es de orgullo, o de falta de generosidad, o de egoísmo.

Miedo. Todo el mundo tiene miedo, pero la diferencia entre el heroe y el cobarde está en la forma de enfrentarse al miedo.

El miedo a uno mismo es la base real objetiva de culquier objecion al compromiso (Chesterton).

La vocación no es algo estático, hay que consolidarla.

2 Pe 1, 10-11. Hermanos, poned más empeño todavía en consolidar vuestra vocación y elección. Si hacéis así, nunca jamás tropezaréis; de este modo se os concederá generosamente la entrada en el reino eterno de nuestro Señor y Salvador Jesucristo.

3. El ejemplo de nuestro Padre y de los mayores en Casa.

D. Juan Larrea y Montini.

Cuando pitó D. Juan Larrea -estudiaba derecho en Roma-, su padre -diplomático- le dijo que hablara con un cardenal amigo suyo para pedirle consejo, y lo llevo al Cardenal Montini. Le preguntó si estaría dispuesto a ordenarse sacerdote y hacer carrera diplomática. Le contestó que no y le explicó la Obra.

A los 20 años volvió D. Juan como Obispo para la visita ad limina. D. Juan le preguntó si se acordaba de él.

Pablo VI le contesto que se acordaba de él por la lección de fidelidad a la vocación que le dio.

Nuestro Padre se enfrentó a muchas dificultades en su vocación.

El sacerdote que en 1964 se resistía a escarbar en el pasado, sacando a luz sucesos íntimos, dejó, con reserva de escrito póstumo, un leve rastro de aquellos hachazos cuando, en julio de 1934, examinaba el derrotero de su vocación sacerdotal. ¿Dónde estaría yo ahora, si no me hubieras llamado?, se preguntaba, a solas con el Señor. Y daba respuesta a su conciencia:

quizá —si no hubieras estorbado mi salida del Seminario de Zaragoza, cuando creí haberme equivocado de camino— estaría alborotando en las Cortes españolas, como otros compañeros míos de Universidad lo están..., y no a tu lado, precisamente, porque [...] hubo momento en que me sentí profundamente anticlerical, ¡yo que amo tanto a mis hermanos en el sacerdocio!.

A través de esta confesión se vislumbra la resistencia de Josemaría a seguir la pauta clerical impuesta por el ambiente. En su alma se desencadenó una terrible tormenta, con motivo de las dificultades en el San Carlos. Pero nunca dudó de su camino. Finalmente, vino la intervención salvadora del Señor, confirmándole en su vocación (VdP).