6.1.08

Pobreza y desprendimiento

1. Ejemplo de Jesús en su nacimiento (Lc 2, 12); no tiene donde reclinar la cabeza (Mt 8, 20). El Señor nos quiere con el corazón libre, entero para Él y para el apostolado, sin apegos -sean cadenas o "hilillos sutiles"- que supongan poner obstáculos entre Dios y nosotros.

Misionero que va a un pais africano. Comienza a hablar de Dios con el jefe de la tribu. Al jefe de la tribu no se le ve convencido, y le pregunta al misionero: tu, cuantas mujeres tienes, tu cuantas vacas tienes, tu cuantos hijos tienes... Ves, tú si que necesitas a Dios.

En el mundo, pero no del mundo.

Quiero exhortaros a que dejéis todas las cosas, pero quiero hacerlo sin excederme. Si no podéis abandonar todas las cosas del mundo, al menos poseedlas de tal forma que por medio de ellas no seáis retenidos en el mundo. Vosotros debéis poseer las cosas terrenas, no ser su posesión; bajo el control de vuestra mente deben estar las cosas que tenéis, no suceda que vuestro espíritu se deje vencer por el amor de las cosas terrenas y, por ello, sea su esclavo.

Las cosas terrenas sean para usarlas, las eternas para desearlas; mientras peregrinamos por este mundo, utilicemos las cosas terrenas, pero deseemos llegar a la posesión de las eternas. Miremos de soslayo todo lo que se hace en el mundo; pero que los ojos de nuestro espíritu miren de frente hacia lo que poseeremos cuando lleguemos (De las homilías de san Gregorio Magno, papa, sobre los evangelios (Libro 2, homilía 36,11-13: PL 76,1272-1274)).

D. Luís Valls, hombre más elegante del año.

Desde que dimos el sí a nuestra vocación, conscientemente entregamos todo.

Amigos de Dios 114-115.

Con esta perspectiva, convenceos de que si de veras deseamos seguir de cerca al Señor y prestar un servicio auténtico a Dios y a la humanidad entera, hemos de estar seriamente desprendidos de nosotros mismos: de los dones de la inteligencia, de la salud, de la honra, de las ambiciones nobles, de los triunfos, de los éxitos.

Me refiero también —porque hasta ahí debe llegar tu decisión— a esas ilusiones limpias, con las que buscamos exclusivamente dar toda la gloria a Dios y alabarle, ajustando nuestra voluntad a esta norma clara y precisa: Señor, quiero esto o aquello sólo si a Ti te agrada, porque si no, a mí, ¿para qué me interesa? Asestamos así un golpe mortal al egoísmo y a la vanidad, que serpean en todas las conciencias; de paso que alcanzamos la verdadera paz en nuestras almas, con un desasimiento que acaba en la posesión de Dios, cada vez más íntima y más intensa.

Para imitar a Jesucristo, el corazón ha de estar enteramente libre de apegamientos. Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, cargue con su cruz y sígame. Pues quien quisiera salvar su vida, la perderá; mas quien perdiere su vida por amor de mí, la encontrará. Porque ¿de qué le sirve al hombre ganar todo el mundo, si pierde su alma?[214]. Y comenta San Gregorio: no bastaría vivir desprendidos de las cosas, si no renunciáramos además a nosotros mismos. Pero... ¿a dónde iremos fuera de nosotros? ¿Quién es el que renuncia, si a sí mismo se deja?

Sabed que una es la situación nuestra en cuanto caídos por el pecado; y otra, en cuanto formados por Dios. De una forma hemos sido creados, y en otra distinta nos encontramos a causa de nosotros mismos. Renunciémonos, en lo que nos hemos convertido pecando, y mantengámonos como hemos sido constituidos por la gracia. Así, el que ha sido soberbio, si, convertido a Cristo, se hace humilde, ya ha renunciado a sí mismo; si un lujurioso cambia a una vida continente, también se ha renunciado en lo que antes era; si un avariento deja de codiciar y, en lugar de apoderarse de lo ajeno, comienza a ser generoso con lo propio, ciertamente se ha negado a sí mismo

Y, como desde entonces, nuestra alegría depende de que ese desprendimiento sea auténtico. El desprendimiento y la templanza constituyen el bonus odor Christi (II Cor 2, 15) que enciende y arrastra a los demás.

2. Desprendidos, en primer lugar, de nuestras cosas: no tenemos nada como propio, ni lo que utilizamos habitualmente

Forja, 524.

Un signo claro de desprendimiento es no considerar —de verdad— cosa alguna como propia.

No tener nada superfluo.

Centro en el que el d pasó una bolsa para ir echando 'tesorillos'.

Entregar los regalos que recibimos; consultar los gastos extraordinarios; hacer la cuenta de gastos y movimiento económico; etc

Camino, 632 y 635

No consiste la verdadera pobreza en no tener, sino en estar desprendido: en renunciar voluntariamente al dominio sobre las cosas. Por eso hay pobres que realmente son ricos. Y al revés.

No tienes espíritu de pobreza si, puesto a escoger de modo que la elección pase inadvertida, no escoges para ti lo peor.

No quejarnos cuando falte lo necesario. Criterio claro: comportarse como un padre de familia numerosa y pobre. Cuidar las cosas para que duren y puedan ser utilizadas por otros. No confundir la pobreza con el abandono y la dejadez.

Responsabilidad económica.

Amigos de Dios, 120

Somos nosotros hombres de la calle, cristianos corrientes, metidos en el torrente circulatorio de la sociedad, y el Señor nos quiere santos, apostólicos, precisamente en medio de nuestro trabajo profesional, es decir, santificándonos en esa tarea, santificando esa tarea y ayudando a que los demás se santifiquen con esa tarea. Convenceos de que en ese ambiente os espera Dios, con solicitud de Padre, de Amigo; y pensad que con vuestro quehacer profesional realizado con responsabilidad, además de sosteneros económicamente, prestáis un servicio directísimo al desarrollo de la sociedad, aliviáis también las cargas de los demás y mantenéis tantas obras asistenciales —a nivel local y universal— en pro de los individuos y de los pueblos menos favorecidos.

Necesidad de sostenerse económicamente y sostener las labores de la Obra. Apostolado de no dar.

3. Desprendimiento de nuestro tiempo y de nuestras aficiones. Dios, sin sacarnos de nuestro sitio, nos pide una completa disponibilidad. Obstáculo de la profesionalitis. Disponible para hacer encargos, pero sabiendo no buscar en ello una excusa para no esudiar o trabajar. Sentido positivo del desprendimiento: apartar lo que nos aparte de Dios, a quien debemos querer con toda el alma; a veces puede costar bastante, pero no podemos dudar de que el Señor premia generosamente ese sacrificio

Surco, 8

La llamada del Señor —la vocación— se presenta siempre así: "si alguno quiere venir detrás de Mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz y sígame".

Sí: la vocación exige renuncia, sacrificio. Pero ¡qué gustoso resulta el sacrificio —«gaudium cum pace», alegría y paz—, si la renuncia es completa!