6.1.08

La oración

1. Diálogo íntimo con Dios, donde se forja nuestra amistad con Él, nuestra fortaleza, nuestro apostolado, nuestra visión sobrenatural y nuestra ilusión por la santidad: es nuestra arma.

Don Álfonso Cárdenas contaba como nuestro Padre les enseñaba "el secreto del Opus Dei" a los recién llegados al Colegio Romano en los años cincuenta.

Un miembro de la Obra, incorporado al Colegio Romano en octubre de 1959, cuenta que, a los pocos días, el Padre invitó a un grupo de alumnos a ver algunos oratorios. Al llegar a la Sacristía Mayor, se paró un momento —refiere— y les dijo: «Os voy a enseñar el secreto del Opus Dei, y nos miró divertido observando nuestra cara de extrañeza. A continuación abrió la puerta que da al Oratorio del Consejo. Se arrodilló ante el Sagrario y después leyó las palabras que están sobre la puerta del fondo del Oratorio y sobre la puerta del armario de los libros de lectura, que son aquellas de los Hechos: Erant omnes perseverantes unanimiter in oratione, y nos habló de que ése es el único secreto del Opus Dei: la Oración. Que ésa era el arma, el secreto de nuestra eficacia» (Alfonso de Cárdenas Rosales, RHF, T-06503, p. 4). (VdP).

No somos espiritualistas. Nuestra oración nos empuja a vivir de una determinada manera. Por eso nuestra forma de vivir tiene mucho que ver con nuestra forma de rezar.

Encuentro D. Álvaro y Juan Pablo II.

- "El Opus Dei es poderoso".

- Santo Padre, el único poder del Opus Dei es el de la oración.

- "Por eso el Opus Dei es poderoso".

"El encuentro con Cristo cambia radicalmente a una persona.

- Abre horizontes de vida nueva.

- Jesús nos enseña a vivir en libertad.

- Jesús nos da una esperanza sin límites.

- Nos empuja a dar un testimonio valiente de la verdad" (Benedicto XVI, 10/08/07)

Torreciudad. Grupo de peregrinos andaluces. Entre ellos uno descreido, estudiante de filosofía. Al llegar a la capilla del Santísimo el vedel le reta a que esté cinco minutos mirando a Jesús en la cruz. Cuando pasan los cinco minutos sale directamente hacia la capilla de los confesonarios.

Oir a Jesús.

Tú respondes claramente, pero no todos te escuchan con claridad. Todos te consultan sobre lo que quieren, mas no todos oyen siempre lo que quieren. Óptimo servidor tuyo es el que no atiende tanto a oír de ti lo que él quisiera, cuanto a querer aquello que de ti escuchare (San Agustín, Confesiones (Libro 10, 26, 37-29, 40: CSEL 33, 255-256)

Es una necesidad. Ejemplo de Cristo dirigiéndose al Padre ("Y enseguida Jesús mandó a los discípulos que subieran a la barca y que se adelantaran a la otra orilla, mientras él despedía a la gente. 23 Y, después de despedirla, subió al monte a orar a solas. Cuando se hizo de noche seguía él solo allí" Mt 14, 23).

Tratar la Humanidad Santísima del Señor, "meterse" en el Evangelio, en el alma de Jesucristo, en su corazón, en sus llagas. Hambre de tratar al Señor.

Vida de oración

Una oración al Dios de mi vida. Si Dios es para nosotros vida, no debe extrañarnos que nuestra existencia de cristianos haya de estar entretejida en oración. Pero no penséis que la oración es un acto que se cumple y luego se abandona. El justo encuentra en la ley de Yavé su complacencia y a acomodarse a esa ley tiende, durante el día y durante la noche. Por la mañana pienso en ti; y, por la tarde, se dirige hacia ti mi oración como el incienso. Toda la jornada puede ser tiempo de oración: de la noche a la mañana y de la mañana a la noche. Más aún: como nos recuerda la Escritura Santa, también el sueño debe ser oración.

Recordad lo que, de Jesús, nos narran los Evangelios. A veces, pasaba la noche entera ocupado en coloquio íntimo con su Padre. ¡Cómo enamoró a los primeros discípulos la figura de Cristo orante! Después de contemplar esa constante actitud del Maestro, le preguntaron: Domine, doce nos orare, Señor, enséñanos a orar así.

San Pablo —orationi instantes, en la oración continuos, escribe— difunde por todas partes el ejemplo vivo de Cristo. Y San Lucas, con una pincelada, retrata la manera de obrar de los primeros fieles: animados de un mismo espíritu, perseveraban juntos en oración (Es Cristo que pasa, 119).

2. Compartir nuestra intimidad con Dio: alegrías, éxitos, fracasos, preocupaciones, propósitos

Me has escrito: "orar es hablar con Dios. Pero, ¿de qué?" ¿De qué? De El, de ti: alegrías, tristezas, éxitos y fracasos, ambiciones nobles, preocupaciones diarias..., ¡flaquezas!: y hacimientos de gracias y peticiones: y Amor y desagravio. En dos palabras: conocerle y conocerte: "¡tratarse!" (Camino, 91).

Este diálogo divino de un hijo con su padre disipará tristezas y miedos: tener fe en la oración. Oración de petición: pedir por nuestros amigos, por las personas que queremos, por el Papa y por la Iglesia, por el Padre y la Obra, por nuestras necesidades.

3. Cuidar nuestros ratos de oración. Ponerse en presencia de Dios: oración preparatoria. Luchar contra las distracciones -si es posible, aprovechándolas para hacer oración-. Sacar algún propósito. Ayudarse de algún texto. Cuidar la preparación: el tiempo de la tarde y de la noche.

Que no falten en nuestra jornada unos momentos dedicados especialmente a frecuentar a Dios, elevando hacia El nuestro pensamiento, sin que las palabras tengan necesidad de asomarse a los labios, porque cantan en el corazón. Dediquemos a esta norma de piedad un tiempo suficiente; a hora fija, si es posible. Al lado del Sagrario, acompañando al que se quedó por Amor. Y si no hubiese más remedio, en cualquier parte, porque nuestro Dios está de modo inefable en nuestra alma en gracia. Te aconsejo, sin embargo, que vayas al oratorio siempre que puedas: y pongo empeño en no llamarlo capilla, para que resalte de modo más claro que no es un sitio para estar, con empaque de oficial ceremonia, sino para levantar la mente en recogimiento e intimidad al cielo, con el convencimiento de que Jesucristo nos ve, nos oye, nos espera y nos preside desde el Tabernáculo, donde está realmente presente escondido en las especies sacramentales.

Cada uno de vosotros, si quiere, puede encontrar el propio cauce, para este coloquio con Dios. No me gusta hablar de métodos ni de fórmulas, porque nunca he sido amigo de encorsetar a nadie: he procurado animar a todos a acercarse al Señor, respetando a cada alma tal como es, con sus propias características. Pedidle que meta sus designios en nuestra vida: no sólo en la cabeza, sino en la entraña del corazón y en toda nuestra actividad externa. Os aseguro que de este modo os ahorraréis gran parte de los disgustos y de las penas del egoísmo, y os sentiréis con fuerza para extender el bien a vuestro alrededor (Amigos de Dios, 249).