24.1.08

Humildad y personalidad

El humilde se mantendrá fiel a aquella enseñanza de S. Agustín "Haz lo que puedas, pide lo que no puedas y Dios hará que puedas."

Los rasgos o notas de la personalidad dicen relación a lo verdadero, y por tanto a la humildad.

Hay personalidad cuando en la diversidad de pensamientos, afectos y obras se descubre una unidad fuerte, un sujeto único que piensa, quiere y obra de un modo determinado.

Hay personalidad cuando hay autonomía, libertad responsable: cuando se es causa consciente y voluntaria de todo lo que se hace, obrando de un modo autónomo y responsable, y se puede dar siempre razón del propio actuar.

En eso consiste esencialmente la personalidad y no en distinguirse de los demás, que fácilmente se podría conseguir -ése es el camino de la soberbia- a base de la mentira de uno mismo y atropellando la verdad de los otros.

Y de este modo, un hombre cristiano con auténtica personalidad es un hombre de carácter, cuyo comportamiento está basado en la prudencia, la justicia, la fortaleza y la templanza en su actuar diario. Es el hombre consecuente con sus ideas y fundamentalmente con sus creencias. Es el que, sabiendo adónde va, pone los medios para llegar a la meta, y si ve que no llega, rectifica siempre -sin perder su talante habitual-,aunque sufra o pueda sentir en ocasiones el descorazonamiento que produce lo mil veces intentado y no conseguido.

No es una actitud soberbia la suya porque es esencialmente realista. No hay peligro de frivolidad e insensatez en su conducta, porque su optimismo es realista, con los pies en el suelo.

Es fácil oír con frecuencia:"es que yo soy así, son cosas de mi carácter". A ésos contesta Camino, en el punto número 4: Son cosas de tu falta de carácter: Sé varón, porque sin humildad no lograrás la verdadera personalidad; será ficticia. A lo sumo tendrás cuento, verborrea, desparpajo. No confundas los términos ().

La personalidad ha de labrarse cada día con el esfuerzo de un "siempre" verdadero y tenaz. Pero no te forjarás una personalidad preocupándote por "tenerla", porque éste será el modo mejor de no lograrla jamás.

El estar preocupado por "mi personalidad" -porque se note que la tengo- es tanto como poner de manifiesto mi carencia de ella. Generalmente los sujetos con personalidad ni tan siquiera se dan cuenta de que la tienen.

Una personalidad se hace a base de actos congruentes. Exige, por tanto, tener primero algo en la cabeza y después obrar en función de eso que se tiene en ella.

Es preciso, pues, actuar a partir de unas convicciones arraigadas, conseguidas con esfuerzo y vividas con exigencia.

Y en todo lo que venimos diciendo tiene una participación esencial la virtud de la humildad, como catalizadora. Puesto que la personalidad no puede ser algo ficticio o postizo, precisará un fundamento firme y verdadero. Y no hay nada más firme y consistente, es decir, la humildad.

Se dice de un sujeto que tiene personalidad cuando en su modo de hacer y de ser hay equilibrio estable y pulso firme, a pesar de sus limitaciones, que naturalmente reconoce y acepta sin aspavientos ni manifestaciones de tragedia; cuando hay coherencia en su conducta; cuando por sentirse libre acepta plenamente la responsabilidad de sus actos; cuando por tener una riquerza interior, su modo de obrar es claro y limpio...

Nada más lejos de lo que la personalidad es que el afán de extravagancia o de falta de flexibilizad en las relaciones humanas llevada -quizás- hasta la cerrazón febril.

Es muy importante ser hombre de criterio, tener una conciencia formada, para luego lograr que la voluntad -imperando- lleve adelante lo que se tiene tan claro en el cerebro. Para ello es imprescindible ser valientes, audaces, "tesoneros", exigentes consigo mismo; no caprichosos o inestables.

No me resisto a transcribir, en traducción libre, un verso de Rudyard Kipling, muy conocido, que expresa bien a las claras, y en cortos trazos, lo que deshivanadamente vengo diciendo. Dice así, si no me falla la memoria: Si puedes mantener tu cabeza en su sitio cuando todos los que te rodean la pierden y te acusan de perderla a ti; si puedes jugar toda tu fortuna con una sonrisa; y, habiéndola perdido, volver a empezar con una sonrisa; si puedes alternar con amigos humildes después de haber tratado a la realeza; si puedes ser independiente del éxito o del fracaso, despreciando por igual a esos dos impostores; si puedes ordenar a tus músculos y tendones que mantengan el esfuerzo cuando tu cuerpo está agotado y, sólo queda tu voluntad que te dice "aguanta"; si puedes llenar el minuto inexorable con segundos de intensa actividad... ¡Tuya es la tierra y todo lo que hay en ella!... y lo que es más importante: ¡serás un hombre!.

Kipling hace un canto estupendo al hombre auténtico, tenaz, firme y convencido. Hace un canto a las virtudes hunanas.Pero yo quiero ir un poco más lejos, porque todo eso será posible y lo lograremos más fácilmente si no perdemos de vista la verdadera luz que ilumina el sendero:Dios; si -llena la cabeza y el corazón de él- convertimos nuestra vida en un constante darle gloria, en agradarle, en ser instrumento fidelísimo; si somos consecuentes con nuestra fe y con nuestro amor.. Y ser consecuente quiere decir medir las posibilidades verdaderas: hacer lo que puedas y pedir lo que no puedas. Porque así -si es voluntad de Dios- podrás siempre.

Esta confianza en El y este convencimiento de nuestras limitadas posibilidades, es el comienzo de la humildad. Y la virtud de la humildad es -como decía- el fundamento del edificio, la piedra angular, la clave del arco... Diremos, pues, en conclusión, que el dato constitutivo de la personalidad -de la dignidad de la persona- y el fundamento de su libertad, es la conciencia verdadera y recta (capacidad de juzgar, en concreto, lo que es verdadero y lo que no lo es, lo que es justo y lo que no es justo). El éxito de la elaboración de la verdadera -humilde- personalidad estribará principalmente en hacerse con unos criterios maduros y en aprender a actuar habitualmente con ellos; eso es rectitud y personalidad; eso es hacerse con la propia libertad; eso es, en definitiva -en lo humano-, humildad.

Personalidad no es "personalismo", porque lo primero es equivalente a coherencia y lo segundo a desbarajuste. Es verdad que no todo el mundo -incluso personas maduras- disfruta de una personalidad definida;pero no es menos cierto que muchos que creen tener una fuerte personalidad en realidad lo que poseen es una clara y manifiesta soberbia. (Sería bueno recordar la historia del poste y los árboles, de la narración que relaté al principio).

Puede decirse que el "personalismo" es realmente una denominación más de la soberbia. Es la soberbia engañosa que adopta ropajes de suficiencia.

Los psicólogos han observado como el comportamiento del soberbio adulto coincide con el del niño. Es decir, con el de una criatura que "se está haciendo". Pero, si bien en el caso del niño se comprende y disculpa, en el del adulto se repele y desprecia. El niño, en efecto, suele ser autoritario y despótico;puede dar la impresión de un pequeño dictador tiránico. Cuando el hombre se comporta así dentro de su esfera de influencia familiar, social, profesional, etc., no se le puede calificar de otra forma más que de soberbio.

También es fácil confundir la personalidad con la tozudez o "cabezonería", que equivale a no dar el brazo a torcer pase lo que pase. Este comportamiento es muy común entre los que, por verse todavía en periodo de aprendizaje y con cortos vuelos, las pocas ideas que lograsen tener -y no siempre bien asimiladas ni matizadas- tratan de defenderlas por todos los medios, aun a riesgo de estar en el error. Y ello por una razón muy sencilla: a cierta edad uno ha de adoptar posturas "comprometedoras" que denoten madurez;es preciso que se vea que se palpe que "uno ya no es un niño". Es la mera jactancia a secas que apenas exige comentarios, porque, por ello mismo, ni siquiera se la podrá siempre considerar como manifestación de soberbia.

Es pues imprescindible para el arraigo de esta virtud el progresivo salir de uno mismo para darse a los demás:principio inequívoco de cara a los demás. Pero nadie podrá llegar a este desasimiento personal si no es profundamente sincero consigo mismo, en la presencia de Dios. Una sinceridad que se traduzca en objetividad: apreciación ecuánime de lo que se tiene, de lo bueno que se ha recibido y de lo que no es tan bueno -o es malo- porque es fruto de nuestra soberbia o de nuestra vanidad. Para ello es necesario como primer escalón, aceptarnos como somos: con virtudes y con defectos. Y al sorprendernos cargados de miserias y de bajas tendencias, no desanimarnos. Que tenemos fallos, defectos e imperfecciones es algo indudable -no hay nadie perfecto mientras camina sobre la tierra- y es bueno saberlo para, a partir de ahí comenzar a edificar destruyendo lo que no va, lo que no es digno de un hijo de Dios. Labor muchas veces lenta que siempre produce frutos porque el riego fecundante es la gracia de Dios.

Ya se ve, que luchar por incorporar a nuestra vida la virtud de la humildad exige una buena dosis de objetividad, no siempre fácil, pero sí siempre posible. Poner esfuerzo es fundamental para lograr cualquier objetivo que estimemos como ideal, ya que ningún ideal se hace realidad sin sacrificio (Camino), y por aquello también de que lo que "vale la pena", vale-la-pena.

Y después de poner los medios, habrá que estar en permanente vigilancia para evitar que "las raposas destruyan la viña". Son esas pequeñas cosas, esos detalles que conviene observar en nuestro comportamiento diario, que son manifestaciones de humildad personal y, no pocas veces también, detalles de "buen gusto" y de caridad con el prójimo, tales como:evitar la alabanza propia que -como dice Garrigou- denota pensar que los demás no le están alabando a uno suficientemente; huir de los elogios, por muy fundados que parezcan a los demás y, si esto no es posible, adoptar una postura natural elevando el espíritu y ofreciendo a Dios la "flor" o el piropo, es decir, evitando la complacencia en él.

Ya hemos llegado al final. ¿Difícil? ¡Mira¡:difícil y fácil. Dice Camino (n.282): Paradoja: Es más asequible ser santo que sabio, pero es más fácil ser sabio que santo.

Partiéndo sólo de los medios naturales -puramente humanos- es lógico que te asuste el esfuerzo que hay que poner para, poco a poco, lograr avanzar en la humildad. Pero lo que para los hombres parece imposible, para Dios es plenamente posible. Y no olvides que si tú tienes interés en incorporar a tu vida esta virtud, el Señor lo tiene mucho más.

Por todo ello, ten paciencia, no te desanimes, confía, espera, pide mucho...y que los fallos te sirvan como al ave Fénix, para resurgir de tus cenizas. Y puesto que el Señor escribe derecho con renglones torcidos", es posible que cuanto más hundido te veas -pensando en la inutilidad de tus esfuerzos- El esté más contento de ti por tu perseverancia de un día y otro, que habrá hecho posible que, por eso mismo, seas ya un poco más humilde sin tú saberlo.

En el momento mismo en que levantes tu corazón a Dios pidiéndole humildad, piensa que por ese solo hecho ya has empezado a ser humilde...

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