6.1.08

Vocación




Estas crisis mundiales son crisis de santos

(En la fiesta de los Santos Inocentes)

I.

“Un secreto. —Un secreto, a voces: estas crisis mundiales son crisis de santos. Dios quiere un puñado de hombres “suyos” en cada actividad humana. Después... “pax Christi in regno Christi” —la paz de Cristo en el reino de Cristo” (Camino, 301).

En estos días la Iglesia quiere que consideremos con calma y con profundidad el misterio de la Encarnación del Hijo de Dios: la venida de Jesucristo a la tierra. Y también quiere la Iglesia que meditemos sobre la vida santa de muchos personajes que ocupan un puesto preeminente en el Evangelio y que son modelos para nosotros.

Durante estos días, hemos meditado sobre un momento de la vida de la Virgen que fue trascendental: la Anunciación por el Arcángel San Gabriel de que sería la madre de Dios. En un momento concreto de la historia, Dios irrumpe en la vida de Santa María y la llama, la elige. Nuestra Madre entiende que es un honor inmenso, un orgullo grande y santo, una muestra de la predilección de Dios, un cariño particularísimo de la providencia divina, que Dios le muestra. Santa María se siente dichosísima de haber acogido el encargo divino y rompe en esa alabanza a Dios tan bonita que es el Magnificat: el Todopoderoso ha hecho cosas grandes en mí porque ha visto la humildad de su esclava.

Pocas veces aparece Santa María en el Evangelio. En estos días es protagonista, pero después desaparece, dejando su lugar a las santas mujeres que cuidan del Maestro y a los apóstoles. La Virgen se oculta hasta la hora trágica de la cruz, en la que vuelve de nuevo al lado de Jesús.

También miramos en estos días a San José. El Evangelio señala su presencia solamente cuando el Niño y su Madre tienen necesidad de sus servicios. Fuera de esto no se menciona más. El Papa Benedicto XVI decía el domingo pasado, después de rezar el ángelus: “¡Dejémonos contagiar por el silencio de san José![1] El silencio de san José es “un silencio impregnado de la contemplación del misterio de Dios, en actitud de disponibilidad total a la voluntad divina[2].

Hemos meditado también la vida de San Juan Bautista, primo hermano de Jesús, que es llamado “el precursor”, el que va por delante, el que prepara el camino a Jesucristo, y del que dice el Evangelio que es “el mayor hombre nacido de mujer”.

Ayer celebrábamos la fiesta del otro Juan, el apóstol adolescente, el que fue totalmente fiel a Jesucristo desde el principio hasta el final de su vida, el que entregó por completo su corazón y su vida a Dios desde que era muy joven.

Hoy es la fiesta de los Santos Inocentes: esa multitud de niños asesinados por Herodes cuando se siente traicionado por los Magos.

II.

Y hacemos nuestra oración pensando en esas palabras del Papa “¡Dejémonos contagiar por el silencio de san José!” El silencio de san José es “un silencio impregnado de la contemplación del misterio de Dios, en actitud de disponibilidad total a la voluntad divina”.

Esta es la actitud que espera Dios de nosotros en esta Navidad –nos lo está diciendo el Papa-: “contemplar el misterio de Dios en actitud de disponibilidad total a la voluntad divina”. Este es el mejor resumen que se puede hacer de la vida de una persona que quiere ser santa: disponibilidad total a la voluntad divina.

Disponibilidad a la voluntad divina. Así me quiere Dios. Dios cuenta conmigo. Dios me necesita. Esta es la maravilla del misterio de la Encarnación: Dios que es Todopoderoso, que podría hacer la redención de mil maneras diferentes, quiere contar con instrumentos humanos que se pongan libremente a su servicio: como la Virgen María, como San José, como el apóstol San Juan, como tantos cientos de miles de santos anónimos a lo largo de la historia.

Dios quiere un puñado de hombres “suyos” en cada actividad humana”. Dios quiere gente que le entregue por entero el corazón. La Iglesia nos necesita. Dios sigue llamando. No ha dejado de llamar, lo que faltan son respuestas generosas, porque hay mucha gente que tiene como único objetivo de su vida buscar el propio interés, están como empequeñecidas en sus egoísmos, empobrecidas, con miras muy cortas. Vivimos en “la cultura del yo”: estamos como concentrados en nosotros mismos. Y el Papa nos dice: ¡No! Mira a Jesucristo como se nos entrega. Mira a la Virgen. Mira a San José. Mira a San Juan. ¿No te interpelan a salir de tu comodidad, de tu egoísmo? ¿No son sus vidas un modelo auténtico –el único modelo- para la tuya?

El Papa nos está diciendo: “mira lo que eres y lo que tienes, y a quien se lo debes. Y vive una existencia agradecida”.

Acuérdate de lo que nos decía el Papa Benedicto XVI en Colonia, este verano: “Os invito a que os esforcéis estos días a servir sin reservas a Cristo, cueste lo que cueste” (Colonia, Discurso a los jóvenes, 18/08/05).

Cueste lo que cueste. A veces seguir a Jesucristo cuesta mucho esfuerzo… pero merece la pena. Anécdota de T. T. y la Guardia Civil. Jesús ha prometido el ciento por uno a quien deje casa, hermanos, padres…

III.

Cuesta entregar la vida por Dios y por la Iglesia. Pero Dios nos necesita. “Cada uno es artífice de su propia existencia”.

También yo, como vosotros, tuve veinte años. Me gustaba hacer deporte, esquiar, declamar. Estudiaba y trabajaba. Tenía deseos e inquietudes. En aquellos años, ya lejanos, en tiempos en que mi patria se hallaba herida por la guerra y luego por el régimen totalitario, buscaba dar un sentido a mi vida. Lo encontré siguiendo al Señor Jesús.


La juventud es el momento en que también tú, querido muchacho, querida muchacha, te preguntas qué vas a hacer con tu existencia, cómo puedes contribuir a hacer que el mundo sea un poco mejor, cómo puedes promover la justicia y construir la paz.

Esta es la segunda invitación que te dirijo: "¡Escucha!". No te canses de entrenarte en la difícil disciplina de la escucha. Escucha la voz del Señor, que te habla a través de los acontecimientos de la vida diaria, a través de las alegrías y los sufrimientos que la acompañan, a través de las personas que se encuentran a tu lado, a través de la voz de tu conciencia, sedienta de verdad, de felicidad, de bondad y de belleza.


Si abres tu corazón y tu mente con disponibilidad, descubrirás "tu vocación", es decir, el proyecto que Dios, en su amor, desde siempre tiene preparado para ti[3].

Dios tiene pocos amigos aquí en la Tierra. Quiere contar contigo y conmigo para que la Iglesia siga creciendo y su mensaje se extienda por los cincos continentes. Si sientes que Dios llama a las puertas de tu alma y te pide el corazón por entero, no tengas miedo.

Vamos a pedirle a la Sagrada Familia que seamos capaces de responder a Dios con la generosidad que tuvieron ellos.



[1] Palabras después del Ángelus, Roma, 18/12/05.

[2] Ibidem.

[3] Juan Pablo II, Discurso a los jóvenes, Berna, Suiza, 5/06/04.