Algunas de estas necrologías se remontan a la Antigüedad, otras al Medioevo y a la Edad Moderna pero la mayoría pertenecen a personajes contemporáneos. Los relatos, bien documentados, están escritos muy llanamente y se detienen más, según los casos, en los aspectos médicos, históricos o afectivos que caracterizaron los últimos momentos de los famosos.
Resulta conmovedora la piedad cristiana de Colón recibiendo por última vez la Eucaristía. O las últimas palabras de Catalina de Aragón, rezando por el pueblo de Inglaterra y por su propio esposo Enrique VIII tras haberla éste repudiado y maltratado. Están llenas de esperanza las últimas palabras de Mark Twain: «De improviso abrió los ojos -escribe su hija Clara- tomó mi mano y mirándome fijamente a los ojos, murmuró débilmente: Adiós, querida. Si nos encontramos.»
No falta tampoco el testimonio de quien, con la muerte, sólo ve abrirse ante sí, un país de sombras: Voltaire, el gran ironizador ante todo lo divino, declara que desea morir como un católico, pero no quiere confesar que Jesucristo es Dios. También son dignas de resaltar las enigmáticas palabras de Goethe moribundo: «¡Luz, más luz!» Para un cristiano, la muerte no es una tétrica oscuridad y negrura sino esperanza de ver a Dios. La luz de la fe llegó a Oscar Wilde en sus últimas horas y sólo por señas pudo dar a entender a un sacerdote su voluntad de ser católico. También el legendario Casanova pudo morir en paz tras recibir los Sacramentos. Y el pintor Toulouse-Lautrec incluso tuvo el buen humor de bromear con el cura que le atendió al morir: «Señor cura, me parece que hoy estoy más contento de verle de lo que estaré dentro de pocos días cuando vuelva usted tocando la campanilla».
1 comentario:
Muy bueno el artículo...
Y ese libro, ¿dónde se puede encontrar? Debe ser una cantera!
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