6.1.08

Humildad y sencillez

1. Parábola del fariseo y el publicano (Lc, 18, 14). La humildad: virtud necesaria.

'Digo que ya tu sabes que la humildad es la basa y fundamento de todas las virtudes, y que sin ella no hay alguna que lo sea. Ella allana inconvenientes, vence dificultades, y es un medio que siempre a gloriosos fines nos conduce; de los enemigos hace amigos, templa la cólera de los airados y menoscaba la arrogancia de los soberbios; es madre de la modestia y hermana de la templanza; en fin, con ella no pueden atravesar triunfo que les sea de provecho los vicios, porque en su blandura y mansedumbre se embotan y despuntan las flechas de los pecados' (Miguel de Cervantes, El coloquio de los Perros, De Berganza a Cipión)

'Nos lo subrayaba en 1973: la humildad no es gazmoñería: el que es humilde de verdad, precisamente porque cuenta con Dios, es capaz de las empresas más difíciles, venciéndose a si mismo' (Javier Echevarría, Memoria del Beato Josemaría Escrivá, p. 299).

En cambio detrás de todo lo malo está la soberbia, el yo que quiere ponerse como centro de todo.

Surco, 263

Déjame que te recuerde, entre otras, algunas señales evidentes de falta de humildad:

—pensar que lo que haces o dices está mejor hecho o dicho que lo de los demás;

—querer salirte siempre con la tuya;

—disputar sin razón o —cuando la tienes— insistir con tozudez y de mala manera;

—dar tu parecer sin que te lo pidan, ni lo exija la caridad;

—despreciar el punto de vista de los demás;

—no mirar todos tus dones y cualidades como prestados;

(Si levanto los ojos hacia Ti, Señor, creo que eres Tú mi fuerza y mi sabiduría y que es precisamente en mi debilidad donde quieres manifestar tu fuerza y tu grandeza. Rey Balduino, en su diario).

—no reconocer que eres indigno de toda honra y estima, incluso de la tierra que pisas y de las cosas que posees;

—citarte a ti mismo como ejemplo en las conversaciones;

—hablar mal de ti mismo, para que formen un buen juicio de ti o te contradigan;

—excusarte cuando se te reprende;

—encubrir al Director algunas faltas humillantes, para que no pierda el concepto que de ti tiene;

—oír con complacencia que te alaben, o alegrarte de que hayan hablado bien de ti;

—dolerte de que otros sean más estimados que tú;

—negarte a desempeñar oficios inferiores;

—buscar o desear singularizarte;

—insinuar en la conversación palabras de alabanza propia o que dan a entender tu honradez, tu ingenio o destreza, tu prestigio profesional...;

—avergonzarte porque careces de ciertos bienes...

La humildad es la verdad: conocimiento propio.

Aceptar lo que vemos en nosotros, y lo que nos dicen en la dirección espiritual, sin eludir nuestros defectos con falsas disculpas, sin enfados ni desánimos, sin quitar importancia a las cosas, ni tampoco exagerarlas, y yendo a la raíz.

Para llegar a ser humildes: examen de conciencia.

D. Alvaro, de paso por Barcelona. Tertulia para d de ctrs. Uno pregunta, 'Padre, llevo muchos años siendo d y a veces se me pasa por la cabeza que soy mejor que los demás'. D. Alvaro contestó rapido: 'Haz examen, haz examen de conciencia'.

La sinceridad, manifestación de humildad.

2. Sencillez: avanzamos en nuestra vida interior a medida que nos descomplicamos (Mt 18, 4). Algunas manifestaciones de complicación interior, contra las que hay que luchar: continuas comparaciones con los demás, susceptibilidades, creerse frecuentemente incomprendido o inconsiderado, sentirse abatido cuando nos parece no haber quedado bien, vanidad, etc... Mostrarnos como somos.

3. Olvido de sí: darnos de verdad a Dios y a los demás, procurando que nuestro sacrificio pase inadvertido.

Para llegar a ser humildes: servir a los demás.

A pesar de su condición divina, no hizo alarde de su categoría de Dios. ¡Qué gran majestad! Al contrario, se despojó de su rango y tomó la condición de esclavo, pasando por uno de tantos. ¡Qué gran humildad!

Cristo se rebajó: esto es, cristiano, lo que debes tú procurar. Cristo se sometió: ¿cómo vas tú a enorgullecerte? Finalmente, después de haber pasado por semejante humillación y haber vencido la muerte, Cristo subió al cielo: sigámoslo. Oigamos lo que dice el Apóstol: Ya que habéis resucitado con Cristo, aspirad a los bienes de arriba, donde está Cristo, sentado a la derecha de Dios (San Agustín, Sermón 304,1-4: PL 38,1395-1397).

Lucha contra la vanidad en detalles pequeños: afán de llamar la atención, mirarse mucho al espejo, estar muy pendiente de que se fijen en uno -incluso para que nos compadezcan-, presumir de lo que nos sale bien, buscar la alabanza o el protagonismo, adoptar tonos o posturas posturas o inmodestos, etc... El darse a los demás, olvidándose de sí, Dios lo premia con una humildad llena de alegría. El espíriu de servicio a los demás (Lc 22, 24-27).