26.1.08

Humildad y sinceridad

Mt 23, 1-12

Cn 11/98

  • Pero no hagáis lo que ellos hacen, porque ellos no hacen lo que dicen.

  • Ellos lían fardos pesados e insoportables y se los cargan a la gente en los hombros, pero ellos no están dispuestos a mover un dedo para empujar.

- Lo que más empuja y arrastra es el ejemplo.

- Lo que más destroza no es el mal ejemplo, sino la incoherencia.

- El peligro de convertirse en unos burócratas del amor de Dios. La técnica de hablar de Dios, de hablar de lo sobrenatural, de virtudes…

  • Todo lo que hacen es para que los vea la gente: alargan las filacterias y ensanchan las franjas del manto; les gustan los primeros puestos en los banquetes y los asientos de honor en las sinagogas; que les hagan reverencias por la calle y que la gente los llame maestros.

“¿Te han puesto a presidir? No presumas, en entre los demás como uno de ellos y atiéndelos” (Sab 32).

“La humildad es la basa y fundamento de todas las virtudes y sin ella ninguna lo es. Ella allana inconvenientes, vence dificultades, a gloriosos fines nos conduce. De los enemigos hace amigos, templa la cólera de los airados y menoscaba la arrogancia de los soberbios: es madre de la modestia y hermana de la templanza” (Miguel de Cervantes).

Jesús reprocha la insinceridad de vida de los fariseos. Dios no detesta al pecador, pero sí al hipócrita.

“Guardé silencio resignado, no hablé con ligereza; pero mi herida empeoró, y el corazón me ardía por dentro; pensándolo me requemaba, hasta que solté la lengua”

“Al que oculta sus crímenes no le irá bien en sus cosas; el que los confiesa y se enmienda obtendrá misericordia” (Prov 28).

La causa de la insinceridad no siempre es la mala voluntad, sino la falta de rectitud de intención, la soberbia, el yo, que se mete en nuestra vida de mil formas distintas: camuflado en un afán de seguridades en esta tierra, o en un afán de tener un nombre, o de buscar la consideración y la estima, o por el miedo al fracaso…

Vive instalado en la mentira quien no tiene unas intenciones claras en su obrar. Un trabajo que no está hecho por amor a Dios no vale para nada.

Ocurre que hay personas que no se sabe dónde tienen puesto el corazón, hasta que se descubre que lo tienen puesto… en ellas mismas. Se descubren entonces posos de soberbia, de egoísmo, de sensualidad.

No existe la intención recta en estado puro: continuamente se nos tuerce y continuamente hemos de rectificarla, de reconducirla hacia los ideales nobles y grandes por los que merece la pena el sacrificio y la entrega.

Un medio que nos ayudará a la humildad: el examen de conciencia bien hecho.

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