26.1.08

Guarda del corazón

Cfr. Aprender a madurar (p. 163, dominar la afectividad).

El fundamento y la base nutriente de la virtud es el amor a Dios; si no, la vida cristiana y la ascética no dejaría de ser un código de medidas profilácticas.

La lucha por custodiar nuestros afectos y nuestra intimidad se justifica por el amor incondicionado a Dios. Dios ha de ser amado con todo el corazón.

La virtud de la santa pureza, si no es bien entendida, no es bien vivida.

El reino de los cielos es semejante a un tesoro escondido...

Donde está tu tesoro, allí está tu corazón…

… dispuestos a vender todo.

No rehuir una disyuntiva cierta que tienen todos los hombres: el bien eleva a las almas al amor de Dios, o el mal les arrastra al suelo de un amor que estraga los afectos y sentimientos.

El corazón esta hecho para amar. Si no se le da un amor limpio, se venga.

Nuestra vocación es una llamada al amor. Somos enamorados del Amor (Forja, n. 492).

El Señor, tu Dios, es fuego que devora, es un Dios celoso (Dt 4,24). 24). El Señor nos quiere enteramente para Sí y no se satisface "compartiendo": lo quiere todo (Camino, n. 155).

Con todo cuidado guarda tu corazón, porque de él brota la vida (Prov 4,23).

El corazón es la sede de la personalidad moral (CEC , n. 2517). Guardar el corazón significa guardar la intimidad, los afectos, lo más entrañable del alma, para dárselos a Dios y para amar limpiamente las criaturas (cfr Forja, n. 98).

Bienaventurados los limpios de corazón, porque verán a Dios (Mt 5, 8).

Es necesario tener el corazón libre para «ver a Dios» en los sucesos de nuestra vida, en las demás personas, para ser contemplativos (cfr. Forja, n. 412).

Se necesita una disposición habitual de que el corazón esté por encima de otros “amores”: consuelos terrenos, compensaciones veladas, apegamientos a personas que se disfrazan bajo el velo de una aparente caridad, rincones en el alma...

Oración y mortificación constantes para guardar el corazón. Mortificar los sentidos internos y externos. Evitar apegamientos, la vanidad, la tendencia a llamar la atención, a ser el centro, el afán desmedido de encontrar siempre respuestas afectivas por parte de los demás; las preferencias y predilecciones menos ordenadas... (cfr Forja, n. 414).

Cfr. Camino, nn. 150-167; Surco, nn. 785-830; Meditaciones, I, n. 12.

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