27.1.08

Ideas sobre la llamada de Dios

Mt 4, 12-23

El itinerario de una respuesta generosa a Dios tiene como tres fases o etapas:

1. Ver la luz. Descubrir un querer de Dios concreto y actual para mí. (Luz para ver). Es muy importante la oración personal, el trato habitual y constante con Dios, que nos llevará a tener una actitud de atenta escucha.

Cfr. Ratzinguer, La sal de la tierra, p. 59.

Pregunta: “¿Y cómo conoció su vocación? ¿Cómo supo que estaba destinado para esto? En una ocasión dijo: "Yo estaba convencido, aunque no sabría decir por qué, de que Dios quería de mí algo que sólo podría llevarlo a cabo ordenándome sacerdote”.

Respuesta: “No lo vi gracias a un rayo de luz que, de pronto, que me iluminara y me hiciera entender que debía ordenarme sacerdote, no. Fue más bien un lento proceso que iba tomando forma paulatinamente; tenía una vaga idea, siempre la misma, hasta que, por fin, tomó forma concreta. No sabría decir la fecha exacta de mí decisión. Lo que si puedo asegurar es que, esa idea de que Dios quiere algo de cada uno de nosotros -de mí también-, empecé a sentirla desde muy joven. Sabía que tenía a Dios conmigo y que quería algo de mí; ese sentimiento empezó muy pronto. Luego, con el tiempo, comprendí que se relacionaba con mi ordenación de sacerdote.

Pregunta: “Y después, pasado el tiempo, ¿recibió alguna nueva luz se sintió de alguna manera iluminado por Dios?”

Respuesta: “Iluminado en el sentido clásico de la palabra que nosotros conocemos por los místicos, eso no, nunca; soy un cristiano normal y corriente. Pero en un sentido un poco más amplio, la fe aporta una nueva luz, qué duda cabe. Con la fe unida a la razón -como decía Heidegger- se puede entrever un espacio de claridad entre distintos caminos equivocados.

La oración es muy importante. Como obispo, e incluso antes de serlo, como simple hermano, me he ocupado de averiguar por qué se desmorona poco a poco una vocación llena al principio de entusiasmo y de esperanzas. En todos los casos se me puso de manifiesto que en algún momento se había dejado de practicar la oración sosegada, tal vez de puro celo por todo lo que había que hacer”.

2. Convertirse. Aceptar y asumir como propio ese proyecto divino. (Fuerza para querer). Se ponen en acto las virtudes humanas: fortaleza, generosidad.

3. Responder -seguir a Jesús- con inmediatez, sin titubeos, decididamente, sin medias entregas.

Esa inmediatez exige también “renuncias”.

Cfr. Ratzinguer, La sal de la tierra, p.124.

Pregunta: “Normalmente, todos los cargos suelen exigir el pago de un precio. Mucho más si es tan relevante como el de estar al servicio de la verdad”.

Respuesta: “Estar al servicio de la verdad es algo realmente grandioso y el más "relevante" deseo de mi vocación. Pero y aunque el precio sea muy alto, se paga en moneda pequeña- Se manifiesta en cosas muy pequeñas, en cosas muy simples y de un segundo plano. En el fondo permanece siempre el deseo de la verdad, pero después hay que corresponder a esos deseos con los hechos. Y esto suele manifestarse en tener que leer actas, dirigir conversaciones, etcétera, cosas muy normales.

El precio que yo tuve que pagar fue, sencillamente, renunciar a lo que a mí realmente me hubiera gustado hacer: mantener conversaciones elevadas a nivel intelectual, reflexionar sobre temas espirituales y discutirlos, producir una obra propia en estos tiempos nuestros. Pero tuve que dedicarme a otros asuntos muy distintos, conocer conflictos y aconteceres a niveles fácticos de los cuales muchos llegaron realmente a interesarme, pero también tuve que dejarlos pasar para poder estar al servicio de otras cosas más propias de mi cargo y que requerían mi atención. Poco a poco me fui dando cuenta de que tenía que dejar de pensar "tengo que escribir tal o cual cosa", "tengo que leer esto y lo otro", porque había que reconocer que mi principal tarea era exactamente ésta, la de estar donde estoy.

Pregunta: “¿Se lleva bien con su propia vida, le gusta, es un hombre feliz?

Respuesta: “Sí. Estoy muy conforme con mi vida, porque, además, vivir contrariado con la propia vida o con uno mismo, no conduce a nada, no tiene sentido. Aunque también estoy convencido de que, de la otra manera, como yo me había imaginado, también hubiera llegado a cosas grandes. Así que, por ambos motivos estoy muy agradecido a la vida, y sobre todo a lo que ha sido la voluntad de Dios para mí”.

La llamada de Dios no es algo que ocurre en un momento único de la vida. Cada día, muchas veces, Dios nos llama, nos envía luces.

Podemos mirar a otro lado, o intentar comprender el mensaje y lanzarnos inmediatamente.

La vocación divina, la llamada de Dios es “dinámica”. Se desenvuelve en el tiempo mediante sucesivas llamadas. Como dice la canción –de Perales- “el amor es eterno”. La fideliidad a la vocación es una fidelidad a cada una de las luces y conversiones que nos reclama Dios.

No podemos decir que "ya somos fieles", o que "ya nos hemos entregado". No es posible hacer una "opción fundamental" por la entrega, y dejar que pase el tiempo.

El Sí grande, completo y total, que un día respondimos a Dios se sustenta por los muchos "sí" pequeños de cada día.

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