10.1.08

Filiación divina


1. La filiación divina fundamento de la vida interior, verdad clave de nuestra vida: hijos de Dios a toda hora. Norma de siempre. La filiación divina es el fundamento del espiritu del Opus Dei. "La filiación divina llena toda nuestra vida espiritual, porque nos enseña a tratar, a conocer, a amar a nuestro Padre del Cielo, y así colma de esperanza nuestra lucha interior, y nos da la sencillez confiada de los hijos pequeños. Más aún: precisamente porque somos hijos de Dios, esa realidad nos lleva también a contemplar con amor y con admiración todas las cosas que han salido de las manos de Dios Padre Creador. Y de este modo somos contemplativos en medio del mundo, amando al mundo" (Es Cristo que pasa, n. 65).

Profundizar en las consecuencias prácticas.

2. Por el bautismo, hemos sido constituidos hijos de Dios por adopción. El sentido de la filiación divina impulsa a la identificación con Cristo -Hijos de Dios en el Hijo- a buscarle en el Pan y en la Palabra por la oración y los sacramentos. Participamos, por adopción, de la Filiación de Jesucristo, -Hijo Único del Padre-, Únigenito y a la vez Primogenito entre muchos hermanos.

Ser Ipse Christus. "Un cristiano debe, por tanto, vivir según la vida de Cristo, haciendo suyos los sentimientos de Cristo" (Es Cristo que pasa, n. 103).

3. La filiación divina informa nuestra piedad y nos mueve a tratar a Dios con confianza y ternura de hijos: lleva al abandono y a la infancia espiritual.
La filiación divina es fundamento de la alegria y del optimismo cristiano.

Sabernos en manos de Dios nos llena de seguridad: Omnia in bonum! Pase lo que pase, Dios sabe más y nos quiere infinitamente.

"Dios es tu Padre amantisimo. Esta es tu seguridad, el fondadero donde echar el ancla, pase lo que pase" (Via Crucis, VII, 2).

Sentirse hijo de Dios llena de esperanza ante la propia debilidad. "Ante nuestras miserias y nuestros pecados, ante nuestros errores (...), vayamos a la oración y digamos a nuestro Padre: ¡Señor, en mi pobreza, en mi fragilidad, en este barro mío de vasija rota, Señor, colócame unas lañas..." (Amigos de Dios, n. 226).

Nos impulsa a comportarnos con la libertad de los hijos de Dios, por amor --no por temor servil como un "esclavo"-- viendo a Dios siempre como un padre bueno no como un "amo" (cfr. Amigos de Dios, n. 38).

4. "Porque María es Madre, su devoción nos enseña a ser hijos: a querer de verdad... (Es Cristo que pasa, n. 143).

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